SIGNOS DE LOS TIEMPOS
DicEc
 

La expresión «signos de los tiempos» se puso en circulación por la época del Vaticano II. Aunque había aparecido ya antes en Francia, Juan XXIII la utilizó en la constitución apostólica Humanae salutis, por la que se convocaba el Vaticano II: «Siguiendo la recomendación de Jesús cuando nos exhorta a distinguir claramente los signos... de los tiempos (Mt 16,3), Nos creemos vislumbrar, en medio de tantas tinieblas, no pocos indicios que nos hacen concebir esperanzas de tiempos mejores para la Iglesia y la humanidad». El contexto en el que el Papa usa el término recoge adecuadamente el carácter en cierto modo apocalíptico del texto de Mateo, en el que «de los tiempos» es kairôn, con el sentido de momentos importantes del plan divino. En efecto, a través de ellos, «Dios ofrece en cada época indicios de su voluntad... Su palabra es una invitación a la hermenéutica de la historia y, en cuanto tal, un permanente desafío para la Iglesia».

En el concilio mismo la expresión aparece varias veces. El texto más conocido es el que se encuentra al comienzo de la constitución sobre la Iglesia en el mundo moderno, en el que se dice que «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del evangelio» (GS 4). Pero se usa también en otros textos: el reconocimiento de los signos de los tiempos debería llevar al compromiso con el ecumenismo (UR 4); los sacerdotes han de unirse a los laicos en la lectura de los signos de los tiempos (PO 9); se dice que uno de los signos de los tiempos es la solidaridad entre los pueblos (AA 14). En la constitución sobre la liturgia puede encontrarse una expresión equivalente a «signos de los tiempos»: «El celo por promover y reformar la sagrada liturgia se considera con razón como un signo de las disposiciones providenciales de Dios sobre nuestro tiempo, como el paso del Espíritu Santo por su Iglesia, y da un sello característico a su vida e incluso a todo el pensamiento y la acción religiosa de nuestra época» (SC 43). Estos cinco ejemplos vienen a coincidir en lo mismo: Dios está actuando dentro de la historia humana y la Iglesia da una respuesta. Esta misma idea se encuentra también en GS 11: «El pueblo de Dios, movido por la fe, que lo impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios». En la misma constitución se dice: «Es propio de todo el pueblo de Dios, pero principalmente de los pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina» (GS 44). De hecho, la constitución en su conjunto puede considerarse un amplio ejercicio de lectura de los signos de los tiempos.

Al leer los signos de los tiempos hay que tener en cuenta la ambigüedad de la historia humana: no todo movimiento, por muy popular o amplio que sea, es obra del Espíritu de Dios. La historia humana no se identifica con la historia de la salvación. Incluso dentro de movimientos que son claramente de Dios se encuentra fragilidad, e incluso pecado. Por eso es necesaria la tarea teológica del discernimiento. Los movimientos y los acontecimientos han de interpretarse a través de la fe o, en palabras del Vaticano II, «a la luz del evangelio» (GS 4). La frase que circulaba en el Consejo Mundial de las Iglesias (>Ecumenismo y Consejo Mundial de las Iglesias) en la década de 1960, «Es el mundo el que dicta el programa de la Iglesia», por un lado se pasa y por otro se queda corta: es el evangelio, y no el mundo, el que constituye la orientación principal de la Iglesia; la Iglesia no puede ignorar la situación del mundo, pero, en sí misma, esta no basta, porque la Iglesia ha de poner su don propio, que es el evangelio, al servicio de la interpretación de la realidad humana.

Aunque las >teologías de la liberación no usan con mucha frecuencia el término «signos de los tiempos», son, en los mejores casos, un ejemplo de indagación de los signos de los tiempos a la luz del evangelio.

En cierto sentido podemos hablar de los signos de los tiempos como una tarea de la teología y como un locus theologicus o >fuente de la teología.