ORIGEN DE LA IGLESIA
DicEc
 

Son muchas las respuestas que pueden darse a la pregunta «¿cuándo empezó la Iglesia?». En los Padres, desde los tiempos de Agustín, encontramos la idea de «la Iglesia desde >Abel». >Hermas habla de la creación de la Iglesia antes de todas las cosas; ve por ejemplo a la Iglesia como una mujer vieja: «Fue creada antes de todas las cosas; por eso es vieja, y para ella fue creado el mundo». Otros escritores primitivos manifiestan ideas similares. Son cientos los textos patrísticos en los que se dice que la Iglesia nació en el Calvario, cuando el Nuevo Adán se durmió en la cruz. La liturgia nos invita a ver el nacimiento de la Iglesia en la misma anunciación. El Vaticano II ve la inauguración de la Iglesia en la predicación de la buena noticia por Jesús (LG 5). Pero en cierto sentido puede decirse también que Pentecostés es, si no el nacimiento de la Iglesia, sí el comienzo de su poder. La teología de Lucas en los Hechos muestra el desarrollo de la Iglesia por obra del Espíritu.

Hasta finales del siglo XIX fue generalmente aceptado que Cristo quiso fundar la Iglesia y la fundó en efecto. Con el protestantismo liberal, sin embargo, especialmente en la persona de A. von Harnack, que mantenía que la intención de Jesús era predicar el Reino en el corazón de la gente, encontramos la primera contestación moderna de la visión tradicional. A. Loisy trató de defender, sobre la base de la fe, pero no de la historia, la fundación de la Iglesia por parte de Cristo. Al hacerlo, acuñó una frase que luego se haría famosa: «Jesús anunció el Reino, pero surgió la Iglesia». Las ideas de Loisy fueron condenadas como >modernistas, y el juramento antimodernista exigido rezaba: «Sostengo... que la Iglesia... fue instituida personal (proxime) y directamente por el verdadero Cristo histórico durante su vida entre nosotros, y que está edificada sobre Pedro, el príncipe de la jerarquía apostólica, y sus sucesores a través de los tiempos».

La dificultad puede resumirse en dos breves interrogantes: ¿Qué relación hay entre la predicación y el ministerio de Jesús y la comunidad pospascual? ¿Cuál es la relación existente entre la Iglesia primitiva de Jerusalén y Antioquía en los años 30 y la Iglesia desarrollada que encontramos en la cartas de >Ignacio de Antioquía, escritas hacia el 110? En respuesta a la primera cuestión, los manuales de eclesiología posteriores a la crisis modernista tratan de mostrar tres fases en el desarrollo de la Iglesia: durante su vida terrena, Jesús preparó la fundación de la Iglesia: reunió discípulos, prometió el primado a Pedro, instituyó la eucaristía; después de la resurrección, instituyó la Iglesia: confirió de hecho el primado a Pedro, dio a los apóstoles poder para enseñar, santificar y gobernar la Iglesia; en Pentecostés promulgó la Iglesia enviando el Espíritu Santo. Pero estos hechos no pueden establecerse fácilmente a través de los métodos histórico-críticos. Los estudiosos católicos más recientes se muestran más abiertos a la idea de que Jesús comenzara su misión dirigiéndose a Israel y sólo gradualmente se diera cuenta de que esta fracasaría. Su institución de la comida conmemorativa es una indicación de que él, de algún modo, preveía que sus discípulos perdurarían tras su muerte inminente Además la experiencia eclesial de los carismas tanto en la vida de los santos como en las décadas recientes podría, sin embargo, abrir a los teólogos a la idea de que Jesús pudiera haber tenido intuiciones profundas, e incluso un conocimiento detallado, acerca del futuro. Existe además el problema de la aceptación de las limitaciones impuestas por el método histórico-crítico. De hecho, «él conocimiento que de sí mismas tienen las primeras comunidades cristianas manifiesta fuertemente que la Iglesia está fundada en Cristo y está basada en una relación entre Cristo y la Iglesia»" (>Ekklésia).

Examinando las distintas eclesiologías del >Nuevo Testamento, y especialmente de los evangelios, se ve la recepción de las palabras y el ministerio de Jesús por parte de las comunidades del siglo I. Esta recepción, manifestada en lo que se retiene y transmite, apunta hacia una continuidad entre el Jesús histórico y la Iglesia, aunque en cada texto se especifique de manera distinta. Es la misma pluralidad de las imágenes de Jesús en los diversos libros del Nuevo Testamento la que fundamenta una nueva certeza crítica de que la Iglesia tiene su verdadero origen en Jesús de Nazaret, convertido en «Señor y Cristo» (He 2,36).

[El Vaticano II ha sido el primer concilio que ha ofrecido un amplio planteamiento teológico de la relación originaria y fundante de Jesús para con la Iglesia. En efecto, la Iglesia, según LG 2-5 está ligada a las tres personas divinas como «un pueblo unido por la unidad del Padre (n 2), y del Hijo (n 3), y del Espíritu Santo (n 4)» y además se relaciona con el reino de Dios (n 5). Más adelante, en LG 18, al tratar de la institución de la jerarquía, se refiere al parágrafo ya citado del Vaticano I («edificó la Iglesia santa»") y recoge sus textos y pruebas en pro de la vocación y misión de los apóstoles en su conjunto (LG 18-29).

En LG 2 se habla del designio salvador de Dios Padre, que es quien convoca la santa Iglesia, «prefigurada desde el origen del mundo, preparada en la historia de Israel, constituida en los tiempos últimos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se consumará al fin de los siglos». En este contexto LG se refiere a la famosa expresión patrística «ecclesia ab Abel» (Iglesia desde 7Abel).

En LG 3 se habla de la misión y obra del Hijo, que «inauguró en la tierra el reinado de Dios, nos reveló su misterio y nos redimió por su obediencia». Es aquí donde se lo relaciona con la Iglesia con una formulación significativa al afirmar: «La Iglesia, o reino de Cristo presente ya en el misterio, crece visiblemente en el mundo por el poder de Dios», y a su vez tal «comienzo y expansión se simbolizan en la sangre y el agua que manan del costado abierto de Cristo crucificado», imagen mistérica recordada por los grandes Padres (Ambrosio, Agustín), retomada por el concilio de >Vienne del año 1312, y por la constitución conciliar del Vaticano II sobre liturgia (SC 5).

En LG 4 se habla del Espíritu que santifica la Iglesia en una línea parecida a la de LG 2, centrándose todo en la dinámica mostrada por la frase «de esta forma los que creen en Cristo pueden acercarse al Padre en un mismo Espíritu», que manifiesta toda la economía de salvación y hacecomprender cómo «El Espíritu vive en la Iglesia (Spiritus in Ecclesia)». Esta observación recuerda a su vez la distinción entre verdades de medio y verdades de fin de Tomás de Aquino al comentar el credo apostólico y observar que la Iglesia está entre las primeras y que más que «creer en la Iglesia» se debe preferir la formulación «creer en el Espíritu Santo que santifica la Iglesia» (II:II, q.1, a.9). Finalmente, el texto conciliar señala el carácter escatológico de esta presencia del Espíritu y de la Iglesia que «dicen al Señor Jesús: ¡Ven!», y concluye con la cita-síntesis referida de san Cipriano sobre la Ecclesia de Trinitate.

En LG 5, el texto conciliar se centra en la relación entre Iglesia y reino de Dios y es aquí donde por única vez se usa la palabra «fundación» y «fundador». En efecto, dice el texto, «el misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación» y se enumeran los siguientes «actos fundantes»: «inicio de la Iglesia proclamando el Reino prometido»; «su manifestación se realiza a través de la palabra, las obras y la presencia de Cristo»; «los milagros comprueban la venida del reino sobre la tierra»; «sobre todo, el Reino se manifiesta en la persona del mismo Cristo»; «Jesucristo resucitado derramó a sus discípulos el Espíritu». De esta forma «la Iglesia, dotada de los dones de su fundador.:. recibe la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios... y constituye en la tierra el germen y el inicio (germen et initium) de este Reino».

Vemos pues, que el Vaticano II se sitúa en la línea de la reflexión actual sobre los datos del Nuevo Testamento que pone de relieve que lo que mejor concuerda es la idea de una fundación de la Iglesia a lo largo de toda la actividad de Jesús, tanto del terreno como del exaltado. En el movimiento de convocación del Jesús terreno, en su círculo de discípulos, sus comidas, en especial, su última cena antes de su muerte, etc., hay «vestigia ecclesiae» prepascuales, quizá explícitos o más probablemente implícitos. Todos estos elementos y perspectivas se utilizaron como materiales de construcción en la nueva situación después de la pascua.

En el marco de esta comprensión de dichos «vestigia ecclesiae» prepascuales y como avance y precisión, se sitúa el documento más reciente de la Comisión Teológica Internacional (CTI) de 1984, sobre algunas cuestiones de Eclesiología, que enumera con detalle el desarrollo y las etapas en el proceso de fundación de la Iglesia, sintetizadas en diez:

1) «Las promesas veterotestamentarias sobre el pueblo de Dios, que se presuponen en la predicación de Jesús y que conservan toda su fuerza salvífica»; 2) «la amplia llamada de Jesús a todos los hombres a la conversión y a la fe»; 3) «la vocación e institución de los Doce como signo del futuro restablecimiento de todo Israel»; 4) «la imposición del nombre a Simón Pedro y su lugar preeminente en el círculo de los discípulos y su misión»; 5) «el rechazo de Jesús por parte de Israel y la ruptura entre el pueblo judío y los discípulos de Jesús»; 6) «el hecho de que Jesús, al instituir la Cena y afrontar su pasión y muerte, persiste en predicar el reino universal de Dios que consiste en el don de la vida a todos los hombres»; 7) «la restauración, gracias a la resurrección del Señor, de la comunidad resquebrajada entre Jesús y sus discípulos, y la introducción después de la Pascua de la vida propiamente eclesial (proprie ecclesialem)»; 8) «el envío del Espíritu Santo que hace de la Iglesia una verdadera "creatura de Dios" (cf la narración de "Pentecostés" en los escritos de san Lucas)»; 9) «la misión hacia los paganos y la constitución de la Iglesia de los paganos»; 10) «la ruptura definitiva entre el "verdadero Israel" y el judaísmo».

El texto, a su vez, concluye de forma bien clara: «Ninguna etapa, tomada separadamente, es totalmente significativa, pero todas unidas muestran con evidencia que la fundación de la Iglesia debe entenderse como un proceso histórico, como el devenir de la Iglesia en el interior de la historia de la Revelación. El Padre ha querido llamar a todos los que creen en Cristo para formar la santa Iglesia, que prefigurada desde el principio del mundo, admirablemente preparada en la historia del pueblo de Israel y en la antigua alianza, establecida "en los últimos tiempos", se ha manifestado gracias a la efusión del Espíritu y, al fin de los siglos, se consumará en la gloria» (LG 2). En este mismo proceso se constituye la estructura fundamental permanente y definitiva de la Iglesia.

Como complemento existe un documento posterior, de 1985, de la misma CTI, referente a la Conciencia de Jesús que en su tercera proposición dedicada a esta temática afirma: «Para realizar su misión salvífica, Jesús quiso reunir los hombres en orden al Reino y reunirlos en torno a sí. Para realizar este propósito, Jesús realizó actos concretos cuya única interpretación posible, si se toman conjuntamente, es la preparación de la Iglesia que se constituyó definitivamente con los acontecimientos de la Pascua y de Pentecostés. Es pues necesario afirmar que Jesús quiso fundar la Iglesia (lesum voluisse Ecclesiam fundare)». En el comentario a tal proposición se habla de la categoría «eclesiología implícita» como expresión de la intención de Jesús, ya que «no se trata de afirmar que esta intención de Jesús implique una voluntad expresa de fundar y establecer todos los aspectos institucionales de la Iglesia, tal y como se han desarrollado en el curso de los siglos». Más adelante se precisa que «Cristo tenía conciencia de su misión salvífica. Esta comportaba la fundación de su "Iglesia", esto es, la convocación de todos los hombres en la "familia de Dios". La historia del cristianismo se sustenta en última instancia en la intención y la voluntad de Jesús de fundar su Iglesia» (n 3.2).

Para concluir y sintetizar la relación entre Jesús y la Iglesia, se puede iluminar con una visión teológica tripartita el comienzo de la Iglesia sacramental a la imagen de la estructura esencial de los sacramentos que se establece mediante tres determinaciones: la «institución por Cristo» (1), el «signo externo» (2) y el «efecto interno de la gracia» (3).

Esta visión teológica tripartita es la que surge de los textos conciliares, especialmente de LG 2-5, los cuales, más que centrarse únicamente en la cuestión suscitada por el modernismo sobre la «fundación» histórica de la Iglesia por Jesús de Nazaret, aportan un planteamiento teológico global dela relación fundadora, originaria y fundante de Jesús para con la Iglesia. En este sentido hemos de afirmar que las tres determinaciones aportadas por la sacramentología deben tenerse en cuenta conjuntamente para dar una correcta solución teológico-fundamental a la relación entre Jesús y la Iglesia:

1) La institución por Cristo: Jesucristo «fundador» de la Iglesia. Esta primera determinación va ligada profundamente, tal como ya hemos observado, a las cuestiones relativas a la persona y a la conciencia personal de Jesús. En este sentido aparece con fuerza, a partir del desarrollo y las etapas de la vida y ministerio de Jesús de Nazaret, la génesis de una «eclesiología implícita y procesual», ya que esta fórmula expresa que el Reino de Dios iniciado por Jesús permanece en continuidad fiel a «este» inicio cuando se confía, después de la Pascua, a la Iglesia, ligada a su vez a ese inicio. Así se manifiesta la forma concreta como Jesucristo es con propiedad «fundador» de la Iglesia (cf LG 5, y los documentos de la Comisión Teológica Internacional de 1984 y 1985).

2. El signo externo: Jesucristo «origen» de la Iglesia. Esta segunda determinación queda iluminada por el origen de la Iglesia como formación en la historia. En efecto, la acción salvadora de Jesús sólo se desarrolla en este mundo a través de los hombres y de su historia. En esta transmisión histórica ocupan una misión relevante los apóstoles y sus sucesores, que tienen el ministerio de conservar íntegro el «depósito de la fe» (DV 10). De esta forma la «Iglesia en su doctrina, vida y culto perpetúa a través de los tiempos todo lo que es y todo lo que cree» (DV 8). Por esta razón puede ser descrita como universale sacramentum salutis (LG 1, 9, 48, 59; GS 42, 45), formada por elemento divino y humano en analogía con el misterio del Verbo encarnado, sancta simul et semper purificanda (LG 8). En esta línea se debe subrayar que la Iglesia es «misterio» y a su vez «sujeto histórico», con la consiguiente «plenitud y relatividad» que esto comporta en su «existencia histórica». Esta debe ser analizada también con la ayuda de la metodología histórica y sociológica, como «Pueblo de Dios in via en una situación nunca completa aquí en la tierra»", pero a su vez consciente de que «es el reino de Dios ya presente en el misterio» (LG 3), y, de alguna forma, «sacramento del Reino»".

3) El efecto interno de la gracia: Jesucristo «fundamentador» de la Iglesia. Esta tercera determinación encuentra su realización en la fundamentación de la Iglesia en los misterios salvíficos de Cristo, preparados ya desde los orígenes (cf «Ecclesia ab Abel»: LG 2), articulados en su encarnación, su misterio pascual y el envío del Espíritu. En efecto, la «encarnación» del Verbo, le convierte en padre de la «nueva humanidad» (cf Rom 5,12.25) y posibilita «la recapitulación de la historia universal en Cristo» (cf Ef 1,10), por mediación de la Iglesia creatura Verbi (cf DV 1).

El segundo acontecimiento fundamentador es el misterio pascual de Cristo, como máxima expresión de su servicio para todos los hombres (cf Me 10,45; 14,24), ya que «para eso murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos» (Rom 14,9), que crea una nueva economía sacramental (cf SC 61), de ahí la imagen del nacimiento de la Iglesia del costado de Cristo (cf LG 3; SC 5). El tercer acontecimiento de la vida de Cristo es «el envío del Espíritu» (cf He 2), verdadero protagonista fundamentador de toda la historia y de la vida de la Iglesia, de la cual es su «alma» (cf LG 7) y que manifiesta plenamente su ser propio como Ecclesia de Trinitate (cf LG 4).

Queda así determinada y mejor precisada la relación fundadora (1), originaria (2) y fundante (3) de Jesucristo respecto a la Iglesia, entendida desde su estructura sacramental, verdadero quicio de la eclesiología del Vaticano II. De esta forma su misterio, histórico y trascendente a la vez, que forma «una realidad compleja» (LG 8), está totalmente referido e iluminado a Cristo, que es el único Lumen gentium del cual la Iglesia, fundada-originada-y-fundamentada en El, es «como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1).]