MUNDO
DicEc
 

Puede decirse que el mundo es el telón de fondo de casi todas las voces de este volumen; todos los aspectos de la eclesiología están influidos por el mundo y nuestra comprensión del mismo. La actitud del cristiano ante el mundo es compleja, y es preciso matizar siempre cuidadosamente las afirmaciones que se hagan. Dado que la Iglesia está en el mundo y en la historia, la relación de la Iglesia con el mundo estará siempre temporalmente condicionada y será siempre la historia de la salvación de una Iglesia peregrina.

La misma enseñanza bíblica contiene ya multitud de aspectos. El mundo, o «los cielos y la tierra» (Gén 1,1), procede de Dios, que lo creó como algo bueno, poniéndolo en manos de los hombres para que lo disfrutaran y sometieran (Gén 1,28-31). Los cielos y la tierra proclaman la bondad de Dios (Sal 8 y 104) y la sabiduría de Dios (Prov 8,22-31). El pensamiento hebreo está muy lejos del dualismo, el panteísmo y otras distorsiones de los pueblos de los alrededores. Hacia el final del Antiguo Testamento empieza a usarse la palabra griega kosmos, que contiene también un sentido de belleza e historia.

Pero la situación de la humanidad en el mundo fue pronto distorsionada por el pecado, y el mundo se convirtió en instrumento de la ira y el castigo de Dios: el trabajo dejaría de ser un mero placer (Gén 3,17-19); la tierra sería una maldición para los que desobedecen a Dios (Dt 28,15-46). Ninguna de las ayudas ofrecidas por Dios a través de los jueces, los reyes y los profetas bastaría. Por eso se pone en funcionamiento la fase final del plan de Dios: «Tanto amó Dios al mundo (ton kosmon) que envió a su Hijo único» (in 3,16). En el Nuevo Testamento seguimos encontrando el optimismo básico del Antiguo Testamento (cf He 17,24; Jn 1,3-4.10; Col 1,16). Pero hay una dimensión nueva, ya que los autores del Nuevo Testamento desarrollan la idea del mundosometido al pecado (Rom 5,12) y a Satanás se le llama el Príncipe de este mundo (Jn 12,31; 14,30); el mundo de las tinieblas está dominado por las fuerzas del mal (Ef 6,12). Así en el discurso de la Ultima Cena –una amplia meditación sobre el Espíritu Santo, el amor y el mundo– Jesús anuncia que va a dejar el mundo (Jn 16,28); el convencimiento del mundo será la obra del Espíritu (16,8-11); el mundo odiará a sus discípulos como lo ha odiado a él (15,18-19); Jesús ora por sus discípulos y no por el mundo (17,9), en el que estos sufrirán persecución (16,33); han de tener valor, porque Jesús ha vencido al mundo (16,33).

La reflexión de la Iglesia primitiva sobre el mundo prolonga esta concepción del mundo como bueno y al mismo tiempo como necesitado de redención (lCor 5,10), como el lugar en que los cristianos han de vivir por fuerza, estando en el mundo (Jn 11,11) pero sin ser del mundo (15,19)3. Jesús advierte que de nada sirve ganar el mundo (kosmos) si se pierde la vida (psychén, Mt 16,20). El mundo es pasajero (lCor 7,31), por lo que no debemos conformarnos con él (Rom 12,1-2, alón); es preciso, en efecto, «no dejarse manchar por el mundo» (Sant 1,27). Los enemigos tradicionales de la vida espiritual, «el mundo, el demonio y la carne», están ya insinuados en el Nuevo Testamento (por ejemplo, lJn 2,15-18). Al final Dios vencerá todo mal y habrá unos nuevos cielos y una nueva tierra (Ap 21,1-5).

El primer milenio asumió y desarrolló esta rica doctrina bíblica. Al principio el mundo fue un poder perseguidor y un enemigo de la Iglesia y de los cristianos. Pero los Padres apologetas, como >Justino, insistían en que los cristianos eran buenos ciudadanos del Imperio. Después del Edicto de >Constantino del año 313, el mundo se fue mostrando cada vez más amistoso respecto de la Iglesia —demasiado amistoso—. Los miembros de la Iglesia, a todos los niveles, se implicaron excesivamente en los asuntos seculares, en detrimento del compromiso cristiano. Todos los intentos de reforma, de un modo u otro, estaban referidos a la relación de la Iglesia y el mundo.

La reflexión cristiana sobre el mundo adoptó muchas formas. La Iglesia siempre consideró heterodoxo cualquier dualismo ontológico o material que afirmara que la materia, la carne o el mundo eran malos. Pero las ideas platónicas fueron muy influyentes: era necesario trascender el mundo en el ascenso hacia Dios. Sin embargo, un dualismo moral moderado forma parte del realismo cristiano: el mundo está infectado por el pecado y constituye, por tanto, un peligro. Pero el cristiano ordinario tiene que vivir en el mundo; la huida del mundo (fuga mundi) era una posibilidad reservada sólo a una minoría. Gradualmente la doctrina se fue haciendo más sutil, ya que los autores se dieron cuenta de que uno puede vivir inmerso en el mundo incluso en medio del desierto, y de que todos debían cultivar una actitud interna de renuncia al mundo y al pecado en busca de la salvación.

Una obra muy importante en Occidente fue La ciudad de Dios, de san Agustín, en la que se hace un minucioso análisis del amor a Dios y del amor a uno mismo. Libro de enorme influencia en los tiempos patrísticos y en la Edad media, no siempre se entendió plenamente en cuanto presente y escatológico al mismo tiempo. Proporcionó a muchos escritores teológicos, y a figuras políticas como Carlomagno, una honda visión de la ambigüedad del mundo.

La tensión entre la Iglesia y el mundo continuó durante la Edad media. Así encontramos al joven Lotario escribiendo sobre la mísera suerte de la humanidad y sobre la necesidad de huir del mundo; más tarde, Inocencio III (1198-1216), sería uno de los papas reformadores más enérgicos y destacados de la época, si bien autocrático y profundamente implicado en la política, las guerras y las cruzadas.

Durante la época de la Ilustración, la Iglesia tendió a replegarse ante la hostilidad y se dejó pasar la ocasión de dialogar con el mundo moderno emergente. Se creó cierta incomodidad ante la ciencia (no sin cierta conexión con los incidentes de >Galileo), que duraría hasta el siglo XX. El liberalismo del siglo XIX se vio como un nuevo ataque a la Iglesia. Su respuesta fue una vez más retirarse o apartarse del mundo. La Iglesia se volcó en las misiones en países lejanos; se fomentó la piedad y se desarrollaron todo tipo de actividades intraeclesiales. La mentalidad de repliegue y defensa fue particularmente poderosa durante el período modernista (>Modernismo), en el que no hubo diálogo, salvo por parte de algunos a los que las autoridades pusieron bajo sospecha.

El pontificado de >Pío XII fue testigo de un inmenso esfuerzo por mostrar que la Iglesia era portadora de un mensaje para el mundo. El papa trató de dirigirse a diferentes grupos teniendo en cuenta su situación en el mundo. Pero todavía no se trataba de diálogo; el papa enseñaba a los que estaban en el mundo el mensaje de la Iglesia, que tan hondamente estaba configurando a lo largo de su pontificado. Para el diálogo habría que esperar al Vaticano II, que, aunque profundamente optimista, reconoció también que el mundo había de ser redimido del pecado y puesto bajo el signo de la soberanía de Jesús (LG 36), adquiriendo nueva configuración de acuerdo con los designios de Dios (GS 4).

En la época del Vaticano II se inicia la reflexión sobre el secularismo y la secularización. El primero en usar el término «secularismo» fue al parecer G. J. Holyoake (t 1906). Se trata de un intento de interpretar la realidad independientemente de Dios y de cualquier vida futura; en cuanto tal, podría ser una ideología atea o agnóstica. El término «secularización» se usó para designar la legítima autonomía de las realidades seculares respecto del control eclesiástico. Pero esta legítima autonomía puede estar infectada por la realidad del pecado (GS 36-38). >Pablo VI, en su primera encíclica, Ecclesiam suam (agosto de 1964), dio un fuerte impulso a la idea del diálogo con el mundo. El Esquema XIII, que acabaría convirtiéndose en la constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo moderno (Gaudium et spes), se estudió durante el tercer período de sesiones del concilio; trataba claramente de dar respuesta a uno de los deseos de Juan XXIII para el concilio. Sin embargo, la redacción de la misma resultó extremadamente difícil, en buena medida porque se trataba de algo muy distinto a todo lo que hasta entonces había hecho el magisterio. Se trató de examinar la situación del mundo bajo varios aspectos: la condición actual de la humanidad y sus interrogantes más profundos; la dignidad de la persona humana; la libertad; el ateísmo; la comunidad y la actividad humanas en el mundo; los problemas urgentes: el matrimonio y la familia, el adecuado desarrollo de la cultura, la vida socioeconómica, la vida de la comunidad política, la paz, los asuntos internacionales. En cada caso se ofrecía una reflexión sobre la realidad presente y una respuesta acorde con el mensaje de Cristo.

En GS observamos cómo la relación de la Iglesia con el mundo pasa de una concepción jurídica a una concepción antropológica. Pero el concilio no desdibuja la distinción entre la Iglesia y el mundo. Advierte: «Aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios» (GS 39). La fundamentación del apostolado secular de la Iglesia estriba en la relación positiva de esta con el mundo, relación enraizada en la significación de la dignidad, la comunidad y la actividad humanas (GS 40-45).

El comentario a GS de H. >Jedin, probablemente el historiador católico más eminente de nuestro siglo, plantea distintas cuestiones: «(La Constitución) quería ser una nueva definición fundamental de la relación de la Iglesia con el mundo y, de este modo, orientar la Iglesia al mundo, y esto significa al espíritu de la nueva época, de la que llevaba un siglo al margen, desde el Syllabus. La Constitución fue recibida con entusiasmo, pero la historia ha demostrado ya que entonces se sobreestimó en gran medida su importancia, y apenas se sospechaba hasta qué punto el "mundo", al que se quería ganar para Cristo, había de penetrar en la Iglesia»

Después del Concilio la Iglesia se abrió al diálogo con el mundo con una confianza que no había tenido desde la Edad media. El magisterio y los teólogos asumieron las ideas del "desarrollo en la década de 1960, de las teologías de la liberación a partir de la década de 1970, de la >inculturación. Al mismo tiempo se produjo un compromiso en la política y los asuntos internacionales, en general abierto y bien informado (>Concordatos)". La doctrina social de la Iglesia desde la Rerum novarum de León XIII (1891) es también un rico filón para la teología de la relación de la Iglesia y el mundo, así como la cuestión de las relaciones Iglesia-Estado (J. C. >Murray).

Otro ámbito que ha de interesar también a la eclesiología es la ecología. Se trata de un tema con amplias posibilidades ecuménicas. Pero la conciencia de ello es más bien reciente; suele datarse en 1962, fecha de la publicación por Rachel Carson de Silent Spring. Es un asunto a la vez teológico, ético, científico, económico, cultural y político, con implicaciones para la espiritualidad. Siendo tan vasta la literatura al respecto y tan diversos los puntos de vista y los intereses, conviene especialmente tener en cuenta las advertencias del Vaticano II de que nadie puede pretender representar «la posición católica», ni podemos esperar respuestas completas del magisterio, ya que es probablemente de los laicos, que son los expertos en esta materia, de quienes han de venir los planteamientos más enriquecedores (GS 43).

La continua reflexión sobre los >laicos por parte del magisterio, los teólogos y los mismos laicos (siendo muchos los teólogos laicos en el período posconciliar) ha contribuido a aclarar en cierto modo el papel de lo secular respecto de la Iglesia. Pero durante este período hemos asistido también al secularismo radical, así como a las nuevas visiones del mundo y de la humanidad que muchos llamarían poscristianas o posmodernas". La publicación del nuevo Código de derecho canónico (1983) ha supuesto la presentación de reflexiones sobre la Iglesia y el mundo desde otra perspectiva.

El mundo seguirá siempre planteando nuevas cuestiones a la Iglesia. Esto no hay por qué evitarlo, aun cuando a veces se sienta que no se dispone por el momento de una respuesta plenamente satisfactoria. Si se quiere alcanzar la necesaria propiedad y precisión a la hora de hablar de la Iglesia y el mundo, será necesario mantener una tensión saludable entre la dimensión vertical y horizontal de la vida cristiana y de la teología.

La Iglesia ortodoxa, durante mucho tiempo considerada como excesivamente vuelta hacia sí misma, ha iniciado en las últimas décadas una nueva apertura al mundo, influida al mismo tiempo por su sentido de la transfiguración del mundo y por su sentido cósmico de la eucaristía. La eucaristía sigue siendo el centro del servicio de la Iglesia al mundo, considerado en términos antropológicos y ecológicos. Cuando es auténticamente celebrada, es decir, por una comunidad que, en el espíritu de Cristo, refleja el amor y la comunión vertical y horizontal, el mundo es llevado ante Dios con todas sus necesidades, espirituales y temporales.