MÖHLER, Johann Adam
(1796-1838)
DicEc
 

J. A. Móhler es reconocido como uno de los fundadores de la eclesiología moderna. Durante su juventud viajó por las universidades alemanas en una peregrinación intelectual que, según aseguró siempre, supuso para él un enorme beneficio. Su primera incursión en la eclesiología la hizo en sus lecciones de derecho canónico en Tubinga (1823-1825). En ellas recurrió a las ideas ilustradas en torno a la sociología y el individuo. Su planteamiento consiste en una dialéctica «exterior-interior». Las formas exteriores hacen posibles los efectos internos de la religión. Podemos ver aquí también el interés por la visibilidad de la Iglesia, tan importante en la tradición apologética de >Roberto Belarmino. La consecuencia de este tipo de eclesiología es una atención excesiva a las estructuras jerárquicas, aunque Móhler era crítico con las visiones demasiado institucionales. Se subraya mucho además la dimensión humana de la Iglesia. Dos teólogos alemanes habrían de influir en él poderosamente: su maestro J. S. Drey (1777-1853) le transmitió el sentido del desarrollo del plan divino a través de la historia; de J. M. Sailer (1751-1832) tomó la concepción del cuerpo de Cristo, no sin cierto tinte de romanticismo alemán, pero en cualquier caso con un profundo sentido de la participación en el Espíritu de los miembros de Cristo. En su primera obra importante, Die Einheit, ve al Espíritu Santo edificando la comunidad de la Iglesia. Lo externo se construye a partir de la vida interna de los individuos que forman parte de la comunidad. Lo externo es en la Iglesia expresión de la labor interna del Espíritu Santo, y vive sólo de ella. Es el Espíritu el que da unidad a los creyentes, siendo en la Iglesia el perenne principio dador de vida. En Die Einheit se producen tres giros: de lo individual a lo comunitario —el Espíritu pasa por encima de todas las barreras individuales en la Iglesia—; de una concepción homogénea de la Iglesia a otra diversificada —la diversidad de los individuos se mantiene en tensión dentro del organismo vivo que es la Iglesia—; de lo estático a lo dinámico —la Iglesia es una comunidad histórica que recibe la vida del Espíritu—. Móhler quedó descontento con esta presentación y se negó a reeditar el libro.

Aunque posiblemente Die Einheit recoja una intuición más profunda de la Iglesia y más influyente, en su Symbolik, la obra más conocida de Móhler, este se distanció de sus anteriores planteamientos: una visión de la Iglesia excesivamente subjetiva; una insistencia demasiado exclusiva en el Espíritu Santo, que no concede espacio suficiente a la trascendencia ni al papel de la libertad humana; una floja presentación de la dimensión cristológica de la Iglesia. Sus reflexiones cristológicas dieron como fruto una eclesiología ampliada, con su famoso texto: «Así, la Iglesia visible, desde el punto de vista en que aquí nos situamos, es el mismo Hijo de Dios, que se manifiesta perennemente entre los hombres en forma humana, continuamente renovada y eternamente joven; su encarnación permanente, ya que en la Sagrada Escritura también a los fieles se les llama "el cuerpo de Cristo". Por eso es evidente que la Iglesia, aunque compuesta de hombres, no es sin embargo puramente humana». El hecho de que Móhler esté proponiendo una analogía más que una identificación entre Cristo y la Iglesia resulta claro de un pasaje anterior en el que resume algo de la eclesiología tradicional en un contexto cristológico: «Por Iglesia terrena los católicos entienden la comunidad visible de los creyentes, fundada por Cristo, en la que, por medio de un apostolado imperecedero, establecido por él y destinado a conducir hasta Dios a todas las naciones a lo largo de los siglos, las obras realizadas por él durante su vida terrena para la redención y santificación de la humanidad se continúan, bajo la guía de su Espíritu, hasta el fin del mundo». En este último texto se refleja también algo de la concepción que tenía Móhler de la Iglesia como situada en la historia pero en continuo contacto con sus orígenes.

Es sin duda importante el que Móhler estuviera movido por lo que llamaríamos hoy una intención ecuménica en esta su tercera reflexión importante sobre la Iglesia. Su exposición de las diferencias entre católicos y protestantes es, más que una exposición de contradicciones, la constatación de unas oposiciones que es necesario resolver en una unidad superior. Con el resurgimiento neoescolástico, las obras de Móhler quedaron sepultadas en el olvido hasta que, gracias a la labor de su editor, J. R. Geiselmann y de otros, como Y. Congar, ejercieran una profunda influencia en la eclesiología del siglo XX. La teología de Móhler era una búsqueda constante, y aunque tenemos tres etapas de su reflexión eclesiológica, su muerte cuando se hallaba trabajando en una revisión de Symbolik impidió que realizara una síntesis final de su obra. La aportación de Móhler a la teología va más allá de la eclesiología, pero ha sido en este terreno donde su influencia ha sido mayor: preparó el camino para un estudio auténticamente teológico de la Iglesia que, con su dimensión trinitaria, era incalculablemente más rico que la eclesiología polémica y apologética de las generaciones anteriores y sucesivas.