ESPOSA
DicEc
 

El simbolismo esponsal es muy importante tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Ya en el siglo VIII antes de Cristo, con Oseas, encontramos en la imagen del desgraciado matrimonio de un profeta un símbolo de las relaciones entre Dios y su pueblo: el profeta ama, a pesar de todo, a su infiel esposa (Os 1-3). El tema se convierte luego en un lugar común en el Antiguo Testamento: Dios ama al pueblo pecador; los profetas anhelan el tiempo en que el amor fiel sustituirá a la idolatría, a la que a menudo se da el nombre de «adulterio» (ver Ez 16; Is 54,4-8; 61,10; 62,4-5).

En el Nuevo Testamento abundan las imágenes esponsales. La presencia de Cristo es la presencia del novio (Mc 2,19 par). La invitación al Reino se describe como invitación al banquete de bodas (Mt 22,1-13), el momento de cuya celebración es aún incierto (Mt 25,1-13). San Pablo describe su ministerio como presentación entre el novio y la novia (2Cor 1 1,2). El matrimonio es un símbolo del amor de Cristo a la Iglesia: «Se entregó por ella» (Ef 5,22-32). En el libro del Apocalipsis a los elegidos se les llama «vírgenes», no manchados por la idolatría (14,4); el triunfo escatológico de los redimidos se describe también en términos esponsales (Ap 19,7-9; 21,2.9; 22,17).

En el período patrístico el tema se desarrolla con mucho detalle. Se ve la creación de Eva de la costilla de Adán como un símbolo del nacimiento de la Iglesia, la nueva Eva, nacida del costado de Cristo al dormirse este en la cruz. Cristo asume la humanidad mancillada y la purifica, convirtiéndola en su esposa; la eucaristía nutre a la Iglesia con el fin de hacerla una sola carne con Cristo (Cuerpo de Cristo). Son ideas que aparecen con frecuencia en el contexto del Cantar de los Cantares. Una idea que aparece ya en el siglo IV y que se desarrolla en la Alta Edad media es que el obispo se une en matrimonio con su Iglesia.

En la época medieval se transmite la idea de que la encarnación es una suerte de unión esponsal con la humanidad; la Iglesia, al igual que el alma individual, es esposa de Cristo. Así, por ejemplo, en san Bernardo: «Todos nosotros somos una esposa, todos juntos somos una única esposa, y las almas individuales son como una única esposa». Aunque se encuentra también en autores reformados, el tema de la esposa no aparece muy subrayado; Calvino, no obstante, afirma: «No es una alabanza común decir que Cristo ha elegido y se ha reservado a la Iglesia como su esposa».

La idea de la esposa no tenía mucho protagonismo en la eclesiología anterior al Vaticano II, aunque Pío XII acudió a ella para advertir contra la tendencia a identificar a Cristo con la Iglesia: Pablo, «aunque establece una maravillosa unión entre Cristo y su cuerpo místico, los distingue también como esposo y esposa».

El Vaticano II recoge el tema en LG 6, en un texto elaborado en los borradores finales: «La Iglesia, llamada "Jerusalén de arriba" y "madre nuestra" (Gál 4,26; cf Ap 12,17), es también descrita como esposa inmaculada del Cordero inmaculado (cf Ap 19,7; 21,2.9; 22,17), a la que Cristo amó y por la que se entregó para santificarla (Ef 5,25-26), la unió consigo en pacto indisoluble e incesantemente la alimenta y cuida (Ef 5,29); a ella, libre de toda mancha, la quiso unida a sí y sumisa por el amor y la fidelidad (cf Ef 5,24)». La Comisión doctrinal del Vaticano II señaló que con la imagen de la esposa se querían indicar tres cosas: la íntima unión existente entre Cristo y la Iglesia; la distinción entre Cristo y la Iglesia, y la obediencia a él.

El Misal romano usa el texto de Ap 21,2, y en el común de la dedicación de una Iglesia hace referencia a Cristo que santifica a su esposa. En la tradición esponsal de los Padres, los autores medievales y la liturgia, se confunde a veces el símbolo de la esposa aplicado a la Virgen María y a la Iglesia, dado que el matrimonio de Cristo con la humanidad se inicia en el seno de la Virgen.

El rico tema de la esposa llama la atención sobre la belleza de la Iglesia, la necesidad del amor a la Iglesia, el rostro femenino de la Iglesia y la obligación de guardar fidelidad al amor de Cristo.