ECUMENISMO Y UNIÓN
DicEc

La expresión «ecumenismo y unión» abarca varias materias: la unión de Iglesias que tienen una fe y una tradición comunes; la unión de Iglesias de distintas tradiciones; los requisitos para la unidad.

Desde el siglo XIX ha habido un número cada vez mayor de uniones entre Iglesias sobre la base de profesiones de fe comunes, formulae concordiae, comunión en la Palabra y en los sacramentos y reconocimiento general de los ministerios. Los organismos así formados (con la fecha de su primer encuentro internacional, a veces con nombres ligeramente distintos) son: la Comunión Anglicana (Lambeth 1867), la Conferencia Internacional de Obispos Veterocatólicos (1889), la Alianza Mundial de Iglesias Reformadas (1877), la Federación Mundial Luterana (1923), el Consejo Mundial de Amigos (1920), el Consejo Consultivo Ecuménico de los Discípulos (1930), el Consejo Metodista Mundial (1881), la Alianza Mundial Baptista (1905) y la Conferencia Pentecostal Mundial (1947). Algunos de ellos tienen sus oficinas centrales en Ginebra, en el Consejo Mundial de las Iglesias (>Ecumenismo y Consejo Mundial de las Iglesias) o cerca de él. Desde 1957 catorce familias mundiales se han venido reuniendo por lo general anualmente bajo los auspicios del CMI en Ginebra. En 1979 dejaron de llamarse «Familias confesionales mundiales», para pasar a llamarse «Comuniones mundiales cristianas».

Desde el siglo XIX ha habido también uniones interconfesionales, tradicionalmente llamadas «unidades orgánicas»; pueden distinguirse cuatro grupos: 1) Iglesias de Alemania y de lo que era el Imperio Austrohúngaro, por ejemplo, «Evangelische Kirche der Pfalz» (1818), «die Union» (1817), «Evangelische Kirche von Kurhessen-Waldeck» (1820); 2) Iglesias con población de origen europeo en la «Commonwealth» y en los Estados Unidos, en su mayoría de tradición metodista y reformada; por ejemplo, Iglesia Unida del Canadá (1925), Iglesia Unida de Cristo (Estados Unidos 1957); 3) Iglesias de origen similar que tienen sus raíces en culturas africanas y asiáticas; por ejemplo, Iglesia de Cristo en el Zaire (1970), Iglesia Unida de Zambia (1965); 4) el grupo del Sur de Asia, por ejemplo, Iglesia del Sur de la India (1947), Iglesias del Norte de la India y de Pakistán (ambas de 1970). A estas habría que añadir la Iglesia Unida de Japón (1941). La mayoría de estas Iglesias se han formado de dos tradiciones, la reformada y la metodista, a veces también la baptista. Fuera del sur de Asia no ha podido concluirse ningún esquema que incluyera a los anglicanos, y la participación luterana ha sido mínima. La Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas han sido generosas a la hora de alabar estas uniones, pero ellas mismas se han mantenido aparte; prefieren esperar a que estas uniones se produzcan, de modo que sean más los interlocutores que se incorporen al diálogo. Los luteranos y otros han tenido miedo de que el énfasis de la Reforma en la gracia y la fe se pierda, y se han mostrado más interesados en una diversidad reconciliada de tradiciones que en uniones estructurales que supondrían la muerte de las antiguas identidades. Pero incluso en los círculos luteranos se reconoce que la diversidad reconciliada no puede ser el fin del camino ecuménico.

En Estados Unidos, el «Consultation on Church Union» estudia desde 1962 los temas que necesitan clarificación: 1) el fundamento histórico del ministerio cristiano que se encuentra en las Escrituras y en la Iglesia primitiva; 2) el origen, uso e interpretación de los credos y fórmulas confesionales; 3) una reformulación de la teología de la liturgia; 4) la relación entre palabra y sacramento. La «Consultation» descubrió tanto dificultades como proyectos para la reconciliación de los ministerios, pero al mismo tiempo se topó con el problema de que las Iglesias eran menos ecuménicas que los ecumenistas. La «Consultation of United and Uniting Churches» se ha reunido regularmente desde 1967 (Bossey, Limuru 1970, Toronto 1975, Colombo 1981, Potsdam 1987), y ha dado como resultado un número cada vez mayor de Iglesias que alcanzan la unión, o se acercan a ella. Se insiste en la unión orgánica, pero en algunos casos las Iglesias unidas se han convertido en una nueva confesión. El papel del CMI en todas las uniones recientes ha sido muy importante, por lo menos ofreciendo aliento, pericia y experiencia.

Desde finales de la década de 1960 se encuentra un nuevo tipo de unidad interconfesional en la experiencia del poder del Espíritu Santo en las reuniones carismáticas y pentecostales. Así se encuentran nuevos acuerdos entre los evangélicos y otras Iglesias. A veces se producen distorsiones humanas de este nuevo don de Dios a las Iglesias: el individualismo, cuando la experiencia religiosa lleva a minusvalorar la importancia de las estructuras; algunos en efecto pretenden que las Iglesias son un obstáculo para la unión con Dios.

Los que están comprometidos en el ecumenismo afirman claramente que para que la unión eclesial tenga lugar es necesario cierto consenso doctrinal. Hay además otro segundo principio: que el acuerdo completo en todos los asuntos doctrinales es inalcanzable, no tiene por qué considerarse como necesario y puede no ser siquiera deseable. Desde el Vaticano II hay en la vida católica, incluyendo el culto y la teología, sensibilidad hacia el hecho de que la unidad no exige uniformidad. La fórmula que mejor expresa quizá el ideal del ecumenismo es la de «unidad en la diversidad». En su encíclica Ad Petri cathedram (1959), Juan XXIII citaba la máxima: «En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todas la cosas, caridad».

El Vaticano II enseña, por otro lado, que existe una jerarquía de verdades (UR 11), pero los teólogos no se han puesto de acuerdo acerca de su papel concreto en el diálogo ecuménico. Se plantea entonces la cuestión de hasta dónde tiene que llegar la unidad para que las Iglesias, especialmente la Iglesia católica y la ortodoxa, se unan. A nivel del ministerio, los católicos, los ortodoxos, los viejos católicos y los anglicanos están de acuerdo en que debe haber episcopado. A nivel de la fe, es fácil concordar en que debe haber unidad en lo esencial, pero no hay acuerdo a la hora de especificarlo. Un problema específico de los católicos y, por tanto, también para otros, es el del >desarrollo doctrinal. Así la descripción de la unidad de Oriente y Occidente durante el primer milenio, con un papel limitado del sucesor de Pedro, tal como se encuentra en el Vaticano II (UR 14), parece contrastar fuertemente con el desarrollo de la doctrina del >primado papal y la >infalibilidad del Vaticano I.

Con algunas excepciones notables, son demasiado pocos los teólogos que reflexionan en la Iglesia católica sobre la forma que debería adoptar la unidad. Las orientaciones, y reacciones, que llegan del Vaticano no ofrecen muchas esperanzas de unión con ninguna confesión importante en un futuro previsible, a excepción quizá de las Iglesias orientales. Al acabar el siglo los esfuerzos más importantes del movimiento ecuménico no se dedican a hacer planes para la unidad, sino que se centran más bien en el acercamiento entre las Iglesias a distintos niveles de vida y doctrina.