COMUNIDAD
DicEc
 

La primera realidad que aparece en la Iglesia concreta es su calificación como «comunidad», siguiendo la expresión del concilio Vaticano II: «Cristo, el único Mediador, estableció en este mundo su Iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y de amor» (LG 8). Se trata del «signo interior» sacramental (res et sacramentum) que manifiesta a la Iglesia como «comunidad», gracias a las tres virtudes teologales que la inspiran, sólo cognoscible en el interior de la opción creyente. Es esta, pues, la fenomenología más inmediata de la Iglesia-sacramento que se sitúa en el intermedio tanto de la pura visibilidad del signo externo (sacramentum tantum), como de la pura espiritualidad de la realidad última (res tantum) y, por tanto, comparte una doble dimensión al ser signo visible, a saber, el testimonio dela comunidad cristiana y su vida, sólo perceptible de forma interior, es decir, gracias a la fe, la esperanza y el amor. Por eso se puede hablar de la comunidad creyente como signo interior de la Iglesia-sacramento.

En efecto, a partir del Vaticano II es muy común la traducción de las diversas instituciones eclesiales más próximas como son la diócesis, la parroquia, la casa religiosa, el movimiento apostólico..., en «comunidad», ya sea, diocesana, parroquial, religiosa, laical..., aunque la primacía la ocupe normalmente la >parroquia como «comunidad cristiana» por excelencia. En definitiva, con esta calificación se quiere expresar la nueva comprensión de la Iglesia y su forma concreta de visibilidad, en clave de comunidad o unidad en común. De hecho, la misma palabra «comunidad» aplicada a la Iglesia es una novedad del Vaticano II, puesto que de sus ciento ochenta y tres usos en sus documentos, la mitad son sinónimos de Iglesia. Esta situación es aún más llamativa cuando se constata que esta identificación no era habitual hasta este concilio, ya que la palabra «comunidad» no se encuentra nunca, ni en los documentos del Vaticano I, ni en la encíclica eclesiológica Mystici Corporis (1943), ni en los manuales sobre la Iglesia inmediatamente preconciliares (S. Tromp, T. Zapelena, J. Salaverri, M. Schmaus...).

Como primer introductor católico moderno aparece sin duda Y. Congar, que ya en 1953 en el interior de su teología del laicado la propuso con fuerza precisando que era una visión que el protestantismo desarrolló unilateralmente y que estuvo mucho tiempo desvirtuada. Seguramente se tiene aquí la razón de su ausencia en la tradición católica moderna. De hecho, Lutero traducía la palabra griega «ekklésia» por comunidad (Gemeinde) y la ligaba al «sacerdocio común o de los fieles». Esta concepción es sin duda la que impide que la encíclica Mediator Dei de 1947 use la expresión comunidad, aunque de hecho representó un fuerte impulso de la «participación» de todo el pueblo de Dios en la Liturgia al formularla como «culto público».

El sustantivo «ekklésia» se deriva del verbo «kaleó» y significa literalmente «la comunidad de los llamados», que en su uso en el Nuevo Testamento se traduce por «comunidad o asamblea de la comunidad o Iglesia». La expresión «comunidad» para designar a la Iglesia va paralela a la palabra «>comunión», y esta última suple frecuentemente a la anterior para designar a la Iglesia, aunque la palabra «koinónia» no se encuentre nunca en el Nuevo Testamento con el sentido de Iglesia. Quizá la expresión neotestamentaria equivalente a esta última sea «adelphotés» o >fraternidad de 1Pe 2,17; 5,9, que designa a la Iglesia como comunidad de hermanos y hermanas bautizados. Con todo, este intercambio no siempre facilita su comprensión, puesto que, por un lado, la expresión «comunión» está ligada en el uso común a la práctica sacramental, y por otro, la palabra «comunidad» no acaba de dar razón de la realidad teológica y bíblica procedente del término griego «koinónia». Por esta razón, quizá sea bueno mantener la doble expresión y la misma aproximada sinonimia de «comunión» y «comunidad», para tener presente la «constelación semántica» (G. Alberigo) que supone todo este concepto para expresar la naturaleza de la Iglesia.

A su vez, una comprensión profunda de la Iglesia como comunidad comportará calificarla como «comunidad sacramental». Esta sacramentalidad apunta a la realidad última de la comunidad que está en el interior, especialmente en la Eucaristía —base decisiva de la eclesiología del >Cuerpo de Cristo—, y a su vez, sacramentalidad que se manifiesta de forma significativa en la historia humana —aportación clave de la eclesiología del >pueblo de Dios—. De ahí que la perspectiva de la Iglesia como «comunidad sacramental», recupera la historicidad con la palabra «comunidad» y asume la interioridad con la calificación de «sacramental» convirtiéndose en la comprensión más profunda de la eclesiología de la comunión.