CIPRIANO, San
(ca. 200-258)
DicEc
 

Nacido hacia el 200 d.C. en Cartago, Thascius Caecilianus Cyprianus fue orador y abogado antes de convertirse al cristianismo en torno al 245. El 248 el pueblo 10 eligió obispo, con el consentimiento de los obispos vecinos. Casi inmediatamente se desencadenó la persecución de Decio, y Cipriano tuvo que marcharse al exilio. Durante la persecución hubo quienes apostataron, los llamados lapsi. Cipriano adoptó una actitud moderada: los lapsi podrían reconciliarse después de un período de penitencia. Pero se opuso a la actitud laxista, que permitía a los >confesores otorgar un libellus con excesiva facilidad (>Reconciliación). El concilio local de Cartago del 251 confirmó su postura.

No fue, sin embargo, tan ortodoxo en la cuestión de los novacianos (>Novacianismo) y el bautismo. En su tiempo, y más tarde también, muchos se negaron a aceptar el bautismo de los herejes cuando la herejía negaba la Trinidad. La postura de Cipriano era negarse a aceptar la validez de cualquier bautismo administrado fuera de la Catholica, ya fuera herético o cismático. Entró así en serio conflicto con el papa Esteban I (254-257). El papa consideró la postura de Cipriano como una novedad y replicó con el texto magisterial Nihil innovetur nisi quod traditum est («Nada de innovaciones, sólo la tradición»). La respuesta de Cipriano fue: «La costumbre sin la verdad es el antiguo error». Sólo la muerte de Esteban y el martirio de Cipriano un año más tarde (258) evitaron una seria ruptura de la comunión. La passio o relato de su martirio es uno de los clásicos del género (>Mártir).

Los escritos de Cipriano son pastorales y responden a cuestiones planteadas entonces en su diócesis y en el norte de Africa. Está en muchos sentidos influido por >Tertuliano, a quien reconocía como su maestro. Además de su obra sobre los lapsi, dos grupos de escritos suyos son importantes desde el punto de vista de la eclesiología. Su aportación más relevante es La unidad de la Iglesia católica. Insiste en la necesidad de mantener la unidad de la Iglesia frente a las herejías: «El que no se mantiene en el verdadero camino de la salvación inevitablemente titubeará y se perderá». La Iglesia es necesaria para la salvación: «No puedes tener a Dios por Padre si no tienes a la Iglesia por madre»; del mismo modo que no había salvación fuera del arca de Noé, lo mismo ocurre ahora con la Iglesia». Más rotundamente: «Fuera de la Iglesia no hay salvación» (Salus extra ecclesiam non est).

Ha habido mucha controversia acerca del c. 4, relacionado con la fundación de la Iglesia sobre el cimiento de Pedro. Hay dos versiones del texto, la segunda de las cuales, la más corta, es considerada generalmente en la actualidad una revisión del mismo Cipriano, en función de que en su controversia con el papa Esteban se habría visto en una situación embarazosa por su insistencia anterior en la fundación de la Iglesia sobre Pedro y en la primacía de este. La existencia de dos versiones, aun cuando no fueran ambas de Cipriano, muestra que en el siglo III la doctrina del primado petrino y papal estaba todavía en proceso de desarrollo. Otro rasgo importante de esta obra es la insistencia en el papel unificador del obispo. «La autoridad de los obispos forma una unidad, de la cual cada uno detenta una parte dentro de la totalidad».

La otra aportación importante de Cipriano a la eclesiología son sus cartas: 65 escritas por él y 16 dirigidas a él. En ellas se hace una descripción llena de vida de la Iglesia norteafricana en el siglo III. Se ocupa de Ios lapsi en varias cartas". Se alude al primado de Roma en varios lugares: «La Iglesia fundada por Cristo, el Señor, sobre Pedro». No parece aceptar lo que más tarde habría de considerarse el primado de Roma, aun cuando reconozca el papel unificador de sus obispos.

Su visión del episcopado está bastante desarrollada: «La autoridad de los obispos forma una unidad, de la cual cada uno detenta una parte dentro de la totalidad». Y también: «La Iglesia se apoya en los obispos y toda acción de la Iglesia es gobernada a través de estos mismos prelados». La unidad con el obispo es esencial: «El obispo está en la Iglesia y la Iglesia está en el obispo, y si alguien no está con el obispo, no está en la Iglesia».

Al obispo Cipriano se le da el título de papa en algunas cartas dirigidas a él desde la Iglesia de Roma. Era un título que se daba a los obispos en muchos lugares de Occidente; poco a poco se fue restringiendo su uso, y desde 1073 quedó reservado al obispo de Roma. En Oriente parece que estaba reservado al obispo de Alejandría en el período patrístico.

Es muy relevante la insistencia de Cipriano en la consulta y el diálogo. Escribiendo a sus sacerdotes y diáconos dice: «Desde el comienzo de mi episcopado decidí no hacer nada guiado por mi propia opinión particular, sin vuestro consejo y el consentimiento del pueblo». Es la forma clásica de la «democracia» eclesial, a través del diálogo en comunión, que brota de la estructura y ordenación de la Iglesia misma.

Un epíteto importante de la Iglesia para Cipriano es el de «católica» (>Católico), y la realidad de la catolicidad está a menudo presente aun cuando no se use la palabra. Habla también de la Iglesia como >madre" y como >reina. Sus concepciones son importantes para la comprensión de los primeros concilios, que para él representan «un doble consenso, uno horizontal y otro vertical, que es en definitiva obra de Dios».

Los escritos de Cipriano han sido una fuente importante para la legislación eclesiástica. Su comentario al padrenuestro sigue siendo un documento espiritual de primer orden, citado siete veces en el nuevo catecismo y recogido casi enteramente en la Liturgia de las horas.