CATÓLICO
DicEc
 

La palabra «católico» (del griego kath'holon, «según la totalidad») aparece por primera vez en la literatura cristiana en >Ignacio de Antioquía hacia el 110 d.C.: «Donde está presente Jesucristo, allí está la Iglesia católica». Los estudiosos discuten si la palabra significa aquí «universal» o «verdadera/auténtica», inclinándose la mayoría por lo primero; así como el obispo preside la Iglesia local, Jesucristo preside la Iglesia universal. El Martirio de Policarpo (>Policarpo de Esmirna), escrito unos cincuenta años más tarde, usa la palabra en los dos sentidos: tres veces refiriéndose a la Iglesia universal, y una refiriéndose a la autenticidad o plenitud de la Iglesia, cuando describe a Policarpo como «obispo de la Iglesia católica en Esmirna». Cirilo de Jerusalén (+ 386) desarrolla aún más la idea: la Iglesia es católica porque está extendida por todo el mundo; enseña en plenitud todas las doctrinas que es menester conocer; somete a todos los hombres a la obediencia religiosa; es un remedio universal para el pecado, y posee todo tipo de virtudes. Los dos sentidos que más persisten en el período patrístico son el de universalidad y el de ortodoxia. Más aún, uno de los mayores argumentos de san Agustín contra los donatistas (>Donatismo) era que estaban lejos de ser universales, puesto que ellos estaban confinados en Africa del Norte y, en cambio, los «Eunomianos» —seguidores del obispo arriano de Capadocia, Eunomio (+ 394)— tan sólo se encontraban en el Este. La división de las vestiduras de Cristo en el Calvario simbolizaba la expansión de la Iglesia por los cuatro puntos cardinales. En sus escritos, entre el 388 y el 420 d.C., Agustín usa el nombre catholica 240 veces. La réplica de los donatistas fue naturalmente apelar al otro sentido de «católico», el de la pureza de doctrina. Los dos significados coexistieron aproximadamente durante un milenio, pero con la separación de Oriente, la Iglesia latina adoptó el nombre de «católica», mientras que la de Oriente se llamó a sí misma «ortodoxa».

En la época medieval se colocan las bases para una teología más profunda de la catolicidad, a lo que contribuye la expresión dominante de la Iglesia como una congregación de fieles (congregatio fidelium), que da pie a una concepción universal. Así, en santo Tomás de Aquino encontramos los distintos elementos para una teología de la catolicidad: la tesis de la gracia de Cristo como cabeza de la Iglesia; todos son uno en él y bajo él, al menos potencialmente. La Iglesia es además universal en tres sentidos: a diferencia de los donatistas, se encuentra en todos los lugares (cf Rom 1,8), y tiene tres partes: en la tierra, en el cielo y en el purgatorio; incluye a personas de todas las clases (cf Gál 3,28); se extiende temporalmente desde >Abel hasta la consumación de los tiempos. Además porque, aparte de los herejes, la única fe creída por toda la Iglesia es católica y se manifiesta en preceptos universales y en un culto que se celebra por todo el mundo.

Los dos significados básicos de «católico» se encuentran en la Escritura. Los discípulos de Jesús sabían que habían recibido una misión universal (Mt 28,19; Mc 16,15; He 1,8), a pesar de que la misión de Jesús se había limitado en gran medida a los judíos de su tiempo (cf Mt 15,24; 10,6); preservaron diligentemente la tradición que habían recibido (cf lCor 15,3; Gál 1,6-8; 1Tim 3,15; Jds 3); reconocieron en Cristo el pléroma (cf Ef 1,23; 3,19; 4,13; Col 1,19; 2,9; Jn 1,16; >Cuerpo de Cristo), la plenitud de la gracia divina y el centro del universo. Dado que estamos tratando de la catolicidad en la Iglesia cuando consideramos la diversidad en la unidad, podemos ver como una expresión de catolicidad la diversidad de eclesiologías que hay dentro de la unidad del mismo Nuevo Testamento (>Eclesiologías neotestamentarias).

Después de la expansión geográfica del siglo XV aparece otro aspecto de la catolicidad, que sólo se pondrá de relieve sin embargo en el siglo XX; a saber, la catolicidad cualitativa, es decir, la capacidad de la Iglesia para encarnarse realmente en todas las culturas y en todas las épocas de la historia'. Después de la Reforma, la «catolicidad» se convirtió en una de las cuatro >notas de la Iglesia.

Los tres aspectos de la catolicidad normalmente admitidos son asumidos en el Vaticano II, pero dentro de una teología de la >comunión. En LG 13 encontramos una visión global de la catolicidad: la idea, tan querida para los teólogos ortodoxos entre otros, de que la fuente de la catolicidad es la Trinidad; la universalidad de razas, naciones y culturas; la unidad en la diversidad de los miembros de la Iglesia y de las Iglesias locales de cara a la Iglesia en su conjunto; la catolicidad como algo que abarca toda la humanidad. Esta referencia final a todos los hombres lleva a la consideración de las distintas categorías de personas precisamente en su relación con la Iglesia: los fieles católicos (LG 14); los otros cristianos (LG 15); los que no son cristianos (LG 16). El punto final del capítulo considera el papel de la evangelización, «para que la totalidad del mundo se integre en el pueblo de Dios, cuerpo del Señor y templo del Espíritu Santo» (LG 17).

Desde el Vaticano II ha habido un notable interés en la >inculturación. Se puede resumir la contribución del Vaticano II con estas palabras: «La Iglesia no destruye ni rechaza, sino que considera atenta y respetuosamente, examina con espíritu benevolente, reconoce, conserva, fomenta, cultiva, desarrolla, purifica, cura, fortalece, eleva, introduce en la vida cristiana, e incluso a veces en la liturgia, llevando a la perfección en Cristo, todo lo que no está indisolublemente unido a la superstición y el error, todo lo que es bueno, justo, santo, amable y bello, ya esté en la mente y el corazón de las personas, ya en su herencia espiritual, en sus habilidades, recursos, bienes temporales y espirituales, valores socioculturales, costumbres, culturas, tradiciones ascéticas y contemplativas, artes, doctrinas y formas de comportamiento de las personas, los pueblos y las religiones. Nótese bien: ¡incluso las religiones! Porque todo esto ("preciados elementos religiosos y humanos", GS 92) es una preparación para el evangelio, una guía hacia el verdadero Dios, una forma secreta de la presencia de Dios, una semilla oculta de la Palabra, reflejos de la verdad que alumbra a todo hombre» 18.

La plena comprensión de la Catholica reclama un espíritu verdaderamente universalista, abierto a todo lo que sea bueno, sin excluir a nadie ni ningún valor. Así como las diferentes lenguas sembraron la confusión entre la gente (cf Gén 11,1-9); así también en Pentecostés el Espíritu Santo condujo a personas de diferentes lenguas y culturas a una nueva unidad (cf He 2,1-11). La multiplicidad de voces ha de encontrar su unidad; la libertad, sin embargo, no debe perjudicar a la verdad. Pero todo nuevo conjunto de problemas que se le plantean a la Iglesia es una invitación a profundizar en la catolicidad; es más, los que responden a las cuestiones críticas de nuestro tiempo tenderán cada vez más a ser los laicos y los desposeídos, y no sólo los teólogos profesionales y los pastores de la Iglesia.

Una catolicidad desarrollada habrá de modelarse de acuerdo con el amor trinitario, que lo abarca todo en la cruz y la resurrección de Cristo. Si el Misterio ha de vivirse hacia fuera, no hay lugar para una uniformidad letal: por el contrario, será menester una vida católica, es decir, de unidad en la diversidad. Hay en primer lugar una universalidad basada en la diversidad de la gente: la Iglesia nació en la diversidad (He 2,5-11), pero se hizo una en la mente y en el corazón (He 4,32). En segundo lugar está la unidad del patrimonio: la Iglesia no sólo tiene que apropiarse de las naciones, sino que también las naciones tienen que apropiarse de la Iglesia. Dos sorprendentes citas de Y. Congar mostrarán lo que queremos decir: «Un escritor sobre misionología ha dicho que el comentario definitivo de los evangelios no podrá escribirse hasta que China, Japón e India se hayan hecho cristianos». Luego cita a C. Journet: «La expansión de la Iglesia revela a la Iglesia a sí misma». Una idea semejante puede encontrarse en B. Kloppenburg: «Mientras la Iglesia no se haga realmente brasileña, los brasileños no pertenecerán a la Iglesia». En tercer lugar, está la unidad en la diversidad en la vida y el gobierno de la Iglesia: los diferentes estados, los diferentes ministerios, oficios y carismas ponen de manifiesto la diversidad de la Iglesia, que ha de mantenerse en tensión saludable con la llamada a la unidad.

Hemos estado usando la palabra «catolicidad», que es en el fondo bastante abstracta, aun cuando se refiera a situaciones y aspectos muy concretos de la vida de la Iglesia. «Catolicismo» es más concreta, aunque en la actualidad muy ambigua. Podemos hablar de catolicismo incluso cuando las normas de adhesión a la Iglesia son extremadamente imprecisas o cuando, como en situaciones de liberación y de comunidades eclesiales de base, hay una gran sensibilidad ante los valores y las necesidades de la gente, si bien no siempre ante lo institucional. Podemos hablar de «catolicismo popular» si mantenemos el significado originario del adjetivo, a saber, perteneciente al pueblo. Todo el ámbito de la >religiosidad popular cristiana puede ser destructor de la plena unidad en la fe y en los sacramentos, y puede ser también manifestación de la vida de un pueblo que vive intensamente su compromiso cristiano. Lo particular, lo propio de un pueblo o de una región, puede ser causa de división si no se abre a los valores más amplios de toda la Catholica.

En el movimiento ecuménico se encuentran descripciones de las Iglesias que las clasifican en tipos «católico» y «protestante», distinción que tiene sus raíces en el siglo XVIII, que volvió a aparecer en el encuentro inicial del Consejo Mundial de las Iglesias (Amsterdam 1948) y cuyo exponente más conocido fue P. Tillich. Aunque el adjetivo «católico» puede predicarse de todas las Iglesias cristianas que profesan a Cristo y confiesan el credo, hay sin embargo determinados aspectos del catolicismo que convienen menos a determinadas Iglesias protestantes. «El término "católico" se predica de las Iglesias que se distinguen por su carácter sacramental, litúrgico, jerárquico y dogmático, así como de aquellas que insisten en la continuidad con los desarrollos doctrinales e institucionales de las épocas patrística y medieval». Absolutamente central en la visión católica es la mediación histórica de la gracia y el mensaje de Dios a través de los sacramentos y las instituciones. El catolicismo >romano añade a esto la comunión con el sumo pontífice como un rasgo esencial de la Iglesia (LG 14). El cristianismo de tipo «protestante» pone mayor énfasis en la iniciativa de la palabra de Dios y en la respuesta de la fe, centrándose en la doctrina de la «sola fe» y en la libertad del creyente para seguir la inspiración del Espíritu Santo, incluso al precio de enfrentarse con las autoridades eclesiásticas. Tiende además a rechazar toda pretensión absoluta de una realidad relativa o finita; las estructuras son consideradas como estorbos o accesorios innecesarios para la vida cristiana, caracterizada por la inmediatez de la palabra de Dios y la respuesta de la fe.

Por otro lado, en el movimiento ecuménico la idea de la «unidad en la diversidad» goza de amplia aceptación de hecho, la uniformidad se rechazó ya en la primera Conferencia Mundial de Fe y Constitución (Lausana, 1927). Pero hay quien considera que el concepto de unidad en la diversidad está en crisis: algunos insisten en una unidad que se parece mucho a la uniformidad; otros subrayan tanto la diversidad que la unidad, en el sentido de una comunión plena, desaparece inevitablemente. Incluso la «unidad en la diversidad reconciliada» de la Federación Luterana Mundial (1977) presenta dificultades: las Iglesias no se ponen de acuerdo en lo relativo a la autoridad; no está clara la naturaleza del consenso de fe necesario para una comunión genuina; la relación entre la estructura eclesial y el consenso de la fe es con frecuencia demasiado vaga.

La catolicidad plantea diferentes desafíos: los ministerios ordenados y los no ordenados tienen que colaborar; es menester fomentar los >carismas; hay que desarrollar las >Iglesias particulares sin llegar a un particularismo que vulnere la unidad; la autoridad central de la Iglesia ha de respetar las demandas y aspiraciones legítimas de las Iglesias locales Está claro que, aunque la catolicidad es un don del Espíritu Santo hondamente arraigado en la Iglesia, sigue siendo también una tarea (cf UR 4). La catolicidad, en definitiva, sólo quedará a salvo en una eclesiología de la comunión enraizada en la eucaristía y en la vida de los creyentes. La eclesiología ortodoxa tiene especial empeño en subrayar el carácter central de la eucaristía en la catolicidad, pero con la debida atención a la estructura jerárquica de las Iglesias locales. Por otro lado, deberíamos ver el resurgir de los concilios en relación con la cuestión de la Iglesia local y universal. Una consideración completa de la teología ortodoxa sobre la catolicidad también implica tener en cuenta la >sobornost.

El >pluralismo teológico es un terreno particularmente difícil para el surgimiento de una expresión verdaderamente católica o una comprensión adecuada a las necesidades y visiones de los pueblos en particular. La catolicidad habrá de ser un elemento esencial en la correcta transmisión de la tradición auténtica; o, como en la famosa fórmula de san Vicente de Lérins, hemos de creer lo que ha sido creído siempre, en todas partes y por todos (quod semper, quod ubique, quod ab omnibus). En teología, como en otros campos, las estructuras institucionales pueden tratar de imponer la unidad (y por desgracia también la uniformidad); pero la catolicidad seguirá siendo siempre una actividad del Espíritu, que actúa a través de la situación concreta de cada Iglesia local. La catolicidad abarca a toda la Iglesia (ecclesia universa) y a la Iglesia en todas partes (ecclesia universalis)

La Iglesia aprende siempre del pasado. Su historia ha mostrado que «el catolicismo se caracteriza por una apertura radical a todas las verdades y a todos los valores. Es global y abarca todo respecto a la totalidad de la experiencia y la tradición cristianas, con plena conciencia teológica, doctrinal, espiritual, litúrgica, canónica, institucional y social de la diversidad de esta experiencia y tradición». La noción completa de la catolicidad sólo se alcanza junto a la de otros dones y tareas de la unidad, la santidad y la apostolicidad, dentro de una perspectiva escatológica. En el nuevo Catecismo (nn 830-843) se pone bien de manifiesto la riqueza de esta noción.