«EL PAPA DE HITLER»
UN LINCHAMIENTO CONTRA PIO XII
Peter Gumpel rebate las afirmaciones del libro de John Cornwell
ROMA, 6 oct 1999(ZENIT).- El jesuita Peter Gumpel es, sin duda alguna, uno de los grandes historiadores mundialmente reconocidos en materia de relaciones Iglesia-Estado, en Alemania, en este siglo. Por este motivo, la Santa Sede ha pedido a este hombre, cuya familia y él mismo fueron perseguidos por Hitler teniendo que emprender el camino del exilio, que se encargue de la postulación de la causa de beatificación de Pío XII. Gumpel ha enviado a Zenit un documento de su puño y letra en el que responde una por una a las acusaciones que lanza el libro del periodista británico John Cornwell, «El Papa de Hitler», que aparecerá en los próximos días en las librerías de Estados Unidos. Por su interés, reproducimos íntegramente la traducción de este interesante documento histórico, crucial para comprender dos décadas decisivas para la historia de la Iglesia y de Alemania en este siglo.
Por Dr. Peter Gumpel S.J.
(traducción al español realizada por ZENIT)
La portada del libro de John Cornwell representa al arzobispo Pacelli saliendo de un edificio del gobierno alemán, escoltado por dos soldados. Esta visita oficial, del entonces nuncio, tuvo lugar antes de 1929, es decir, cuatro años antes de que Hitler llegara al poder (30 de enero de 1933). Como Pacelli salió de Alemania en 1929 y nunca regresó, el uso de esta fotografía es engañoso y tendencioso. Repetidas veces se publicaron protestas contra esta foto que se utiliza de manera sucia. Una portada así en un libro revela ya en un primer momento la intención de denigrar al futuro Pío XII.
Al inicio del libro se publica una lista de archivos que Cornwell dice haber consultado. Esta lista es demasiado breve para un libro que pretende ser de carácter histórico. Se trata de archivos alemanes, italianos, estadounidenses, de las Actas de los Procesos de Nuremberg, etc. Además, no agota la información de los archivos consultados. La mayoría de las fuentes que que cita Cornwell son secundarias y sus opciones han sido sumamente selectivas. Cornwell profundiza en la situación de la Iglesia católica en Alemania, pero nunca menciona la obra maestra del doctor Heinz Hirten, un libro sumamente documentado y serio, que enfoca la situación de los católicos alemanes entre 1918-1945. Además, otras obras conocidas y reconocidas sobre este tema son ignoradas por el autor.
La primera parte del libro de Cornwell es muy débil. En lugar de documentación sólida, ofrece una serie de conjeturas, hipótesis e insinuaciones innecesarias. Cornwell dedica mucho espacio a los Concordatos, ignorando totalmente el primer objetivo de éstos que es pastoral, y sugiriendo y afirmando constantemente que el único propósito de la Santa Sede con ellos es consolidar su poder y, en particular, asegurarse el derecho de nombrar obispos a su gusto. Cornwell no menciona abusos tales como el Josefinismo, popular en Austria y hasta cierto punto en Baviera. Cornwell habla del modernismo sin aludir a sus auténticos peligros (Loisy, Tyrrell), prefiere concentrarse en la caza de brujas que en realidad no ocurrió. Sin embargo, no ofrece un hilo de evidencia de que Pacelli participara en ésta. Si bien no afirma que Pacelli participó en este lamentable episodio, Cornwell insinúa que vivió en ese ambiente durante su juventud.
El Concordato serbio
Se debe tener en cuenta que este Concordato fue pedido por Serbia; la Santa Sede nunca se
niega a negociaciones de esta naturaleza. Pacelli ocupaba en ese entonces una posición
subordinada. Cada paso de sus negociaciones tenía que ser examinado por sus superiores,
el cardenal secretario de Estado en ese momento y el mismo Papa Benedicto XV. La
sugerencia de que, con el Concordato con Serbia, Pacelli contribuyó al estallido de la
Segunda Guerra Mundial es obviamente absurda; ningún estudioso competente la puede tomar
en serio.
Pacelli, nuncio apostólico en Baviera (1917) y Alemania (1920-1929).
Cornwell quita importancia a los aspectos positivos de su actividad en esta época y
subraya la sublevación que tuvo lugar en Munich, en 1919. Al citar un informe del nuncio
Pacelli al secretario de Estado, el periodista alude al hecho de que los líderes de este
levantamiento eran terroristas judíos enviados por Rusia (al igual que los líderes de
las revoluciones en Berlín, que fueron dirigidas por judíos enviados por Rusia, Karl
Liebknecht y Rosa Luxemburgo), al igual que Bela Kun, en Hungría. Son hechos históricos.
Hablar de estos hechos no tiene absolutamente nada que ver con el antisemitismo, como
Cornwell erróneamente insinúa. El nuncio tenía que mencionar en su informe quiénes
eran los líderes terroristas en Munich para que el superior de Pacelli comprendiera que
este episodio formaba parte del esfuerzo de los comunistas rusos para extender su poder en
varios países occidentales.
Pacelli y Hitler
En la lista de obras que dice haber consultado, Cornwell se refiere a un libro en el cual
se afirma explícitamente que, en 1929, es decir, cuatro años antes de que Hitler llegara
al poder (30 de enero de 1933), Pacelli advirtió en términos ásperos ante el peligro
que constituía Hitler y confesaba que no podía comprender cómo alemanes sumamente
capaces no compartían su juicio totalmente negativo. Cornwell omite esta declaración. O
no leyó este libro o voluntariamente omitió esta y otras declaraciones similares de
Pacelli, que podrían ser fácilmente comprobadas, simplemente porque no encuadran con sus
inclinaciones destructivas.
El Concordato con la Alemania nazi
En esta ocasión también fue Hitler quien pidió la firma del Concordato; en ese momento,
no hacía más que declaraciones positivas sobre las dos confesiones cristianas en
Alemania. Si Pío XI se hubiera negado a hacer las negociaciones, Hitler hubiera dicho:
Ofrecí una mano de paz, pero fue brutalmente rechazada. La persecución de la Iglesia
católica, que ya se experimentaba al nivel local, se hubiera transformado en persecución
oficial y severa. Cuando los obispos alemanes protestaron contra las persecuciones
locales, Hitler siempre reivindicaba que esto se hacía sin su previo conocimiento y sin
su consentimiento. Cornwell no alude a esto. También «ignora», o al menos no menciona,
que el Concordato «no» fue el primer pacto internacional acordado por Hitler; el
Concordato fue precedido por el llamado «pacto de los cuatro países» (Inglaterra,
Francia, Italia, Alemania, firmado en Milán). Pacelli sabía que no podía confiar en
Hitler y advirtió esto al diplomático inglés Kirkpatrick pocas semanas después que se
parafraseó el Concordato (20 de julio de 1933). Es totalmente falsa la afirmación de
Cornwell, según la cual, el Concordato impidió las actividades políticas y sociales de
los católicos. Simplemente se acordó que sacerdotes y religiosos no deberían participar
en la política «partidista».
En el proceso de Nuremberg, el Ministro de Relaciones Exteriores, Joachim v. Ribbentrop, reconoció que cuando fue Secretario de Estado, Pacelli envió muchísimas protestas por infracciones del Concordato pero que casi siempre fueron ignoradas. Finalmente, en 1937, se publicó la carta encíclica «Mit brennender Sorge» --con «ardiente» preocupación y no «con gran aprecio» como mal traduce Cornwell--. El gran redactor de esta ardiente protesta fue Pacelli. Cornwell también minimiza o más bien omite totalmente la dura condena del nazismo hecha por Pacelli en Lourdes, Lisieux, París y Budapest, donde estuvo como Legado Papal. Aunque es cierto que no mencionó el nombre de Hitler ni usó la palabra nazismo, todos comprendieron a quienes se dirigían estas condenas. Si Cornwell hubiera hecho un esfuerzo serio para comprobar esto --una lectura de revistas y periódicos de EE. UU., Inglaterra, Francia, Holanda, etc.--, podría haberse dado cuenta, por no mencionar las publicaciones nazis que, en todo su libro, Cornwell simplemente descuida y totalmente minusvalora. También se debe notar que cada declaración de esta naturaleza agravaba la situación de los católicos en Alemania (como ocurrió más tarde en los países ocupados por los nazis).
Pío XII, Papa Cornwell desprecia los determinados esfuerzos de Pío XII para evitar la Segunda Guerra Mundial y hace un comentario ridículo sobre la primera encíclica de Pío XII (publicada a principios de la Segunda Guerra Mundial). De hecho, si esta carta encíclica fue tan insignificante como Cornwell quiere hacernos creer, ¿cómo es posible los Aliados lanzaran 88.000 copias de la encíclica por paracaídas a Alemania, donde esta carta encíclica no se podía publicar? Por supuesto, Cornwell no se refiere a esta acción de los aliados. ¿Por simple ignorancia? El hecho se podía comprobar fácilmente en el material explícitamente omitido en sus notas y bibliografía.
Pío XII y los países ocupados
Repetidas veces, en sus discursos, Pío XII denunció el tratamiento injusto sufrido por
los países ocupados. Sin embargo, los obispos polacos, a excepción de los que huyeron de
Polonia y vivieron en seguridad en el extranjero, como el cardenal Hlond y el obispo
Radonski, imploraron al Papa que no hiciera estas protestas porque no acarreaban nada
bueno, lo único que hacían era agravar la situación de opresión y persecución. Caso
clásico y a menudo mencionado es el de los mensajes enviados por Pío XII a través del
capellán de un tren de ayuda de Malta al arzobispo Sapieha (Cracovia). Cuando éste leyó
el mensaje, lo arrojó al fuego, diciendo que si caía en manos de la Gestapo una copia de
ese documento, asesinarían a todos los sacerdotes polacos. De hecho, miles de sacerdotes
polacos y de otras nacionalidades fueron asesinados por los nazis, tal y como pone de
manifiesto el profesor Ulrich von Hehl (ahora en su tercera edición): «Priester unter
Hitlers Terror» («Sacerdotes en Alemania Bajo elTerror de Hitler»), obra que nunca es
mencionada por Cornwell. El periodista, que nunca ha vivido en un estado policial criminal
altamente organizado, ignora totalmente la situación que rige en tal estado y que, como
consecuencia, muchísimos de sus juicios, apreciaciones, sugerencias, etc., son
completamente irreales, utópicas y anacrónicas. Desde una perspectiva histórica, se
debe poder comprender la situación como era en ese entonces y no juzgarla con la
percepción de la situación de hoy día en países libres. Proceder en una manera tan
irresponsable es un error capital que se repite en el libro de Cornwell.
Cornwell y los obispos alemanes
La manera en que trata Cornwell a los obispos alemanes es muy injusta. Antes de que Hitler
fuera nombrado canciller, en repetidas ocasiones advirtieron contra los nazis y su
«Weltanschauung» (ideología) pagana. Cuando Hitler fue nombrado canciller legítimo del
Reich, se estableció un «modus vivendi». En ese momento no era fácil para los obispos,
para los políticos alemanes, y para muchos judíos alemanes saber cómo se comportaría
Hitler una vez que llegara al gobierno. No obstante, los obispos «nunca» aprobaron su
ideología y sus protestas contra sus acciones aumentaron paulatinamente. El arzobispo
Grober de Friburgo, a quien Cornwell llama el «obispo negro», al principio estaba a
favor de tratar de llegar a un acuerdo con Hitler, pero muy pronto se convirtió en un
agudo adversario del régimen. Lo que Cornwell no menciona es el hecho que en varios
informes de la Gestapo se puede leer que, mientras que la Iglesia católica tuviera una
influencia sobre la gente, la ideología nazi nunca sería aceptada por gran parte del
pueblo alemán. La obra clásica de Boberach, que publicó los informes internos de la
Gestapo no es mencionada ni siquiera una vez por Cornwell.
Pio XII y el estatuto de imparcialidad - tradicional con la Santa Sede. Ambos lados en la Segunda Guerra Mundial ejercieron presión sobre Pío XII para que declarara una «cruzada»: los adversarios de Hitler querían que el Papa declarara una cruzada contra el nazismo; Hitler ejerció presión sobre él para que declarara una cruzada contra el bolchevismo. Ambas pretensiones eran absurdas, considerando que el bolchevismo había cometido, y seguía cometiendo, numerosos crímenes, y que perseguían toda clase de religión; lo mismo se podía decir de los nazis (con la excepción de aquéllos protestantes que apoyaban enérgicamente a Hitler).
Pío XII y los judíos
Durante la Segunda Guerra Mundial, y hasta cinco años después de su muerte (9 de octubre
de 1958), Pío XII fue muy elogiado por toda clase de organizaciones judías, grandes
rabinos de varios países, especialmente de EE. UU. (véase mi artículo en «The Tablet»
y el artículo «En Defensa de Pío XII» en «Newsweek»). El debate sobre si una
protesta ardiente contra los crímenes perpetrados contra los judíos hubiera tenido
efecto continuará con toda probabilidad, debido al prejuicio y parcialidad de autores que
quieren denigrar la Iglesia católica.
A mi juicio, una protesta pública no hubiera salvado la vida de un sólo judío. Sólo hubiera agravado la persecución de judíos y católicos. Por otra parte, hubiera impedido o hecho prácticamente imposible la difundida acción silenciosa para ayudar a judíos en todo lo posible. Es bien conocido que ninguna organización ha salvado tantos judíos como la Iglesia católica, y esto por orden oficial de Pío XII. Él sabía muy bien, y está documentado que este «silencio» --que en realidad no fue «silencio» para aquellos que realmente querían oír y comprender--, podría serle reprochado un buen día. Pero no estaba preocupado por su reputación, quería salvar la vida de judíos --la única decisión justa--, que sin duda exigía sabiduría y muchísimo coraje. Cornwell simplemente no ha comprendido esto. No hace justicia a los hechos cuando, en plan de despreciar a Pinchas E. Lapide, quien elogió a Pío XII, le atribuye motivos interesados sin dar un vestigio de evidencia. Cornwell tampoco se ha preguntado nunca porqué el proyecto de acorralar a 8.000 judíos romanos fue repentinamente interrumpido después que unos 1.000 judíos romanos fueron capturados en octubre de 1943. Totalmente mal interpreta la entrevista que tuvo el Secretario de Estado Maglione inmediatamente después con el embajador alemán von Weizsacker, llamado urgentemente por el Vaticano, en nombre de Pío XII. Weizsacker desempeñó un papel ambiguo. Temiendo que una protesta formal de la Santa Sede hubiera enfurecido a Hitler, dio una impresión demasiado suave sobre la actitud que adoptó la Santa Sede; esto se reveló con toda claridad en el proceso de Nuremberg, que Cornwell totalmente ignora. Pero hay mucho más. Por orden de Pío XII, se entabló contacto con el comandante militar alemán en Roma, el general de brigada Rainer Stahel, un oficial austríaco de la antigua escuela. Este hombre, muy humano, envió un fonograma directamente a Himmler. Su razón: «este tipo de acción violenta contra los judíos italianos altera mis planes militares para reforzar las divisiones alemanas de combate al sur de Roma, y también puede crear problemas serios aquí en Roma». Ésta era una razón verdadera, pero no menos importante era esta otra: su indignación por los actos criminales de la Gestapo y su compasión por los judíos. Su intervención tuvo éxito. Himmler inmediatamente ordenó detener las deportaciones. De esta manera, miles de judíos podrían ser escondidos, por orden de Pío XII, en el Vaticano y en más de 150 instituciones eclesiásticas en Roma. De todo esto, por supuesto, no habla Cornwell. Se ha demostrado que Pío XII no podía hacer nada ante las represalias con motivo del asesinato por parte de los «partisanos» (de la resistencia italiana ) de 33 policías alemanes, y no tiroleses. La represalia se llevó a cabo, por orden personal de Hitler, 24 horas después del atentado. Todos sabían que tendría lugar la represalia, pero lo que se desconocía era su naturaleza. Todos los esfuerzos de eclesiásticos enviados por Pío XII ante varias autoridades alemanas fracasaron porque no se logró contactar con ninguno a tiempo.
Dos comentarios más.
Cornwell se denuncia que no se publicó un informe enviado por Riegner de Suiza a Roma en
las «Actas y Documentos de la Santa Sede durante la Segunda Guerra Mundial». Riegner
presentó este informe al nuncio en Suiza en marzo de 1942, o sea, pocos meses después de
la Conferencia de Wannsee (20 de enero de 1942). Este informe llegó al Vaticano sólo en
octubre de 1942, come se dice en la consignación del nuncio publicada en las «Actas y
Documentos», donde se habla del informe de Riegner. Sin embargo, teniendo en cuenta el
hecho --tan frecuente en tiempo de guerra--, que no era posible comprobar si los hechos
señalados en el informe eran objetivamente verdaderos, el Departamento de Estado de EE.
UU. había manifestado dudas sobre este tipo de informes y pidió al Vaticano que los
verificara.
El segundo hecho está relacionado con una entrevista que el diplomático de EE. UU. Sr. Tittman tuvo con el Papa Pío XII. Cornwell se concentra mucho en este asunto. Dice que esta entrevista tuvo lugar el 18 de octubre de 1943 --pocos días después del acorralamiento de 1.000 judíos. Cornwell acusa a Pío XII de estar tan poco preocupado por el destino de los judíos que ni siquiera los mencionó. Pero toda la polémica es inconsistente. De hecho, el informe de Tillerman, donde dice haber tenido una entrevista con Pío XII «hoy», está fechada el 19 de octubre y no el 18. De hecho, incluso la fecha del 19 es errónea. La entrevista tuvo lugar el 14 de octubre. Esto es sabido por la muy precisa lista de entrevistas otorgadas a diplomáticos por Pío XII. El hecho de que esta entrevista tuvo lugar el 14 de octubre (catorce) está registrado en dos volúmenes diferentes de las «Actas y Documentos», que Cornwell cita en su escasa lista de archivos, pero que nunca ha leído correctamente, si es que los ha leído.
Pío XII, ¿el Papa de Hitler?
He señalado antes lo que Pacelli pensaba y decía de Hitler ya por el año 1929. A esto
se debe agregar que repetidas veces dijo oficialmente que la victoria de Hitler en la
Segunda Guerra Mundial significaría el fin de la Iglesia Católica en Europa. Asimismo,
si realmente era el Papa de Hitler, porqué transmitió al gobierno inglés la propuesta
de un grupo de generales alemanes anti-nazistas, que preguntaron si Inglaterra haría la
paz con Alemania si ellos, el grupo de generales alemanes, tuvieran éxito en detener a
Hitler y quitarlo del gobierno. Al propósito, no fue un oficial de baja graduación, el
coronel Oster, quien fue responsable de esta , sino el coronel-general (general de cuatro
estrellas) Ludwig Beck. Éste había sido jefe del Estado Mayor, pero en 1938 dimitió de
ese nuevo cargo por estar convencido que Hitler era un criminal quien, no obstante todas
sus promesas y tratados, atacaría otras naciones. Pacelli conoció a Beck cuando fue
nuncio en Berlín y estimaba mucho su honestidad e integridad. Si Pío XII había sido el
"Papa de Hitler" nunca se hubiera comprometido a esta mediación tan altamente
peligrosa. Y también: cuando despues de Pearl Harbor Estados Unidos se alió con Rusia,
muchos católicos americanos tuvieron problemas de conciencia en cuanto a la producción
de armas destinadas a la Rusia comunista. De hecho, en su encíclica "Divini
Redemptoris," Pío XI había prohibido a los católicos actuar a favor de los
comunistas. Habiendo sido informado sobre esta situación, Pío XII ordenó al delegado
apostólico en Washington, arzobispo Amleto Cicognani (que más tarde fue Secretario de
Estado) que persuadiera a uno o más obispos distinguidos de EE. UU. a publicar la
siguiente declaración: la posición de la Iglesia Católica en lo que se refiere al
comunismo sigue siendo lo que siempre ha sido. Pero la Iglesia no está opuesta al pueblo
ruso. Ahora es el pueblo ruso que ha sido atacado, así que católicos no deben tener
problemas en ayudar a gente que ha sido injustamente atacada. Esta declaración fue
publicada por al menos un obispo de EE. UU. y fue endosada por otros. Por supuesto, se
comprendió bien de quien fue la iniciativa que resolvió este problema. Como es entonces
que Pío XII puede ser llamado el "Papa de Hitler"? Si hubiera sido eso,
obviamente nunca hubiera dado la orden nombrada. Podría aún haber proclamado una cruzada
contra la Rusia comunista pero por supuesto, no obstante la presión de Alemania nazista,
con resolución y coraje se rehusó a declararla.
Pío XII y el Comunismo
Existe evidencia histórica clara que Pío XII estaba completamente opuesto tanto al
socialismo nacional como al comunismo. También está claro, tomando todo en cuenta, que
creía que a largo plazo el comunismo era el peligro mayor para el mundo y el
cristianismo. El Sr. Churchill era del mismo parecer. Nunca compartió el optimismo del
presidente Roosevelt, que estaba convencido que los comunistas rusos cambiarían su
ideología y actitud hacia comunidades religiosas. La historia ha demostrado quien tuvo
razón y quien se equivocó. Con respecto a este punto, el libro de Glennon La historia
del Cardenal Spellman," es muy revelador. Spellman tuvo muchos contactos personales
con Roosevelt, y el libro de Glennon fue publicado cuando Spellman todavía vivía.
Cornwell habla de este libro, pero se abstiene de usar las páginas más decisivas.
Pío XII y la llamada política de apaciguamiento con respecto a Hitler
Ya me he referido al papel que desempeñó Pacelli en el proyecto de la encíclica
"Mit brennender Sorge." También me referí a sus discursos como legado papal en
Lourdes, Paris, Budapest, etc. En línea con el protocolo, un nuevo Papa informa, a todos
los gobiernos con quienes la Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas, que ha tendio
lugar esta elección. Por tanto, fue necesaria una nota personal de Pío XII a Hitler. El
tono es moderado. En el momento más exitoso del Kulturkampf, el recien-electo León XIII
envió un mensaje parecido a la Alemania de Bismarck, que disminuyó las tensiones. Un
gesto similar debía hacer Pío XII, aunque no tenía ilusiones. Dijo: Debemos mostrar que
queremos paz; si el otro lado no quiere paz, combatiremos. Hablando de este
apaciguamineto, se debe preguntar sobre las acciones de Inglaterra y Francia. Desde el
comienzo, estas (naciones) hicieron concesiones a Hitler que obstinadamente se rehusaron a
hacer a los gobiernos democráticos de Alemania antes de Hitler. Inglaterra y Francia
consistentemente hicieron concesiones a Hitler (la ocupación del territorio
desmilitarizado de la ribera occidental del Rhine; el acuerdo "Fleet" entre
Inglaterra y Alemania, la introducción de la conscripción militar, es decir, servicio
militar obligatorio de todos los jóvenes alemanes). Pero, más que nada, con la
encíclica "Mit brennender Sorge" de 1937 la Santa Sede había denunciado en la
forma más clara y aguda posible que Hitler no era honesto y que tratados firmados por el
no tenían valor alguno. Pero sólo un año más tarde, en 1938, tuvo lugar la infortunada
Conferencia de Munich (Inglaterra, Francia, Italia, Alemania). El Sr. Neville Chamberlain
y el Sr. Daladier confiadamente anunciaron que ahora habría "Paz en nuestro tiempo,
y paz para siempre!"
Pío XII y otras actividades.
Cornwell no dice mucho sobre las importantes cartas encíclicas de Pío XII, como
"Mystici corporis" (sobre la Iglesia), "Divino afflante Spiritu"
(sobre estudios avanzados de la Escritura), "Mediator Dei" (la Magna Carta de la
liturgia) ni sobre sus otras numerosas encíclicas, o sus discursos que abarcaron toda la
gama de los problemas modernos. Cornwell, un total amateur en estas materias, a veces
tiene el descaro de hacer comentarios negativos sobre esas actividades importantes, sin
las cuales el Concilio Vaticano Segundo no hubiera sido posible. De hecho, con la
excepción de la Sagrada Escritura, los documentos del Concilio no citan a ningún otro
autor tan amenudo como a Pío XII. Cornwell ataca a Pío XII en lo siguiente: a) El
documento Humani generis, sin reconocer que se manifestaban, en esa época, ciertas
tendencias de relativismo teológico que debían ser corregidas. Hoy, los juicios sobre
esta cuestión son mucho más justos y equilibrados de lo que fueron en tiempos pasados.
b) El problema de los sacerdotes-obreros. Pío XII no les prohibió. No obstante, era
conciente, de que en no pocos casos, había sacerdotes que ejercían un papel importante
en sindicatos encabezados por comunistas; que descuidaban de sus deberes sacerdotales y de
la oración; que impulsaban la lucha de clase; y que algunos se transformaron en
fervientes comunistas. Pío XII apreció mucho la generosidad de tantos sacerdotes
trabajadors, pero sintió la necesidad de asegurar su vida sacerdotal, reduciendo las
horas que empleaban como trabajadores en ocupaciones laicas. Fue Juan XXIII, ex nuncio en
Paris, que prohibió radicalmente el instituto de sacerdotes trabajadores que, más tarde,
Pablo VI volvió a iniciar, insistiendo en una selección severa, una formación precisa y
supervision.
Cornwell y el carácter de Pío XII
Cornwell tilda a Pío XII de ambicioso e insinúa que era un arribista. Pero esto no es
verdad. El joven Pacelli progresó rápidamente en su carrera porque era brillante,
concienzudo y trabajador. No existe un la más mínima evidencia de que este progreso se
deba a otra razón. El joven sacerdote Pacelli quería desempeñar un trabajo pastoral en
el sentido directo de la palabra, como cualquier buen sacerdote. Fue sólo en obediencia a
una autoridad superior que entró en el servicio diplomático de la Santa Sede. Cuando
terminó en 1929 su tarea como nuncio apostólico, quería ser obispo diocesano y
desempeñar en ese cargo su labor pastoral. Cuando fue elegido Papa, no aceptó la
elección inmediatamente, e insistió en una segunda votación. Cuando ésta resultó
abrumadoramente a su favor, aceptó la elección como señal de la voluntad de Dios, pero
«in signum crucis», como pesada cruz.
Cornwell habla del «narcisismo» de Pío XII.
Francamente no puedo ver cómo esta escandalosa declaración podría justificarse. Pío
XII odiaba ser fotografiado; se sometía a lo que para él era desagradable porque tanta
gente quería su fotografía y por bondad, no quería desilusionarles.
El uso de las fuentes
Salvo una o dos excepciones, Cornwell ignora totalmente la cantidad de volúmenes
científicos muy bien documentados publicados por el «Kommission fur Zeitgeschichte»
(Comisión de Historia), que ahora cuenta con más de 40 volúmenes. Sin duda Cornwell
había oído hablar del libro del judío húngaro, Jeno Lavai. El prólogo y epílogo de
este libro fueron escritos por el Dr. Robert Kempner, el Fiscal General Adjunto de los
Estados Unidos de América en los juicios de Nuremberg. Kempner refuta los ataques contra
Pío XII y su juicio sobre la conducta del Papa durante la Segunda Guerra Mundial y sobre
su decisión de abstenerse de protestar abiertamente contra la persecución de los judíos
para ayudarles mas eficazmente es totalmente positivo. Dadas las circunstancias, Kempner
era consciente de lo que realmente podía hacer; su juicio debe tomarse en serio. Pero
Cornwell omite esto por razones obvias.
Cornwell no da la debida importancia al hecho que la Cruz Roja Internacional (con sede en una Suiza neutral) optó por la misma decisión que tomó Pío XII e igualmente decidió abstenerse de pronunciar fuertes protestas para no perjudicar las acciones secretas y silenciosas de ayuda a los judíos. Lo mismo puede decirse del recién creado Consejo Ecuménico de Iglesias Cristianas (también situado en la Suiza neutral).
En el libro, se encuentran muchas veces estas entradas: «citado por » Esto quiere decir que las fuentes originales no han sido consultadas y que en gran parte se han consultado fuentes secundarias. No nos encontramos, por tanto, ante una investigación científica. El fenómeno «citado por » se aplica muy frecuentemente a la obra de Llaus Scholder que ha sido duramente criticada por varias razones. Scholder, es descalificado en gran parte por las obras de referencia de Volk sobre los Concordatos con Baviera y Alemania nazista (20 de julio de 1933). Sin embargo, aunque esto es bien sabido, Cornwell prefiere citar a Scholder y no a Volk, evidentemente porque le conviene a su tesis contra Pacelli, nuncio, y más tarde Secretario de Estado.
Cornwell parece confiar ciegamente en lo que se publica en las memorias del difunto Dr. Bruning. Éste hombre fue Canciller de Alemania durante los años 1930-1932, en una situación desesperante (después del Viernes Negro tuvo que afrontar la crisis económica de 1929, la retirada de préstamos hechos a Alemania por países extranjeros, los millones de puestos de trabajo perdidos, la bancarrota de muchos bancos y empresas alemanes..).
Bruning hizo lo que pudo, pero también cometió serios errores económicos. En 1932 su gabinete fue destituido y esto lo traumatizó para el resto de su vida. Culpó a monseñor Kaas como corresponsable de su destitución y, dado que Kaas trabajaba con Pacelli, su aversión patológica a Kaas se extendió también a Pacelli. Bruning, que todavía era xanciller, pero con demasiado trabajo y en un estado altamente nervioso, también tuvo un tormentoso encuentro con Pacelli, como él mismo dice. Cuando años más tarde Bruning escribió sus memorias, lo hizo con su personalidad resentida y frustrada. Subjetivamente, su honestidad no puede ser interpelada, pero expertos altamente calificados justificadamente han puesto en duda la verdad objetiva de sus memorias. Cornwell cita estas memorias sin ojo crítico. Cornwell reclama haber estudiado todas las Actas de la encuesta canónica hecha sobre la beatificación de Pío XII. Omite completamente los juicios positivos de todos estos testigos y esto no es honesto. Ciegamente confía en la deposición de una hermana de Pío XII que sólo dice cosas buenas de su hermano, pero es muy hostil en cuanto a la Madre Pascalina. Cualquier persona objetiva se puede dar cuenta que de que sentía envidia por la Madre Pascalina, que tenía trato diario con Pacelli, secretario de Estado y Papa, mientras que ella misma veía en muy pocas ocasiones a su hermano. Su acusación de que Pascalina vino de Berlin a Roma sin ser invitada por Pacelli y sin el permiso de sus propias superioras es, por supuesto, absurda, pero Cornwell una vez más y por razones obvias, acepta esta declaración sin reserva.
Después de que Rolf Hochhuth presentó su obra «El Vicario», en 1963, el cardenal Montini (más tarde Pablo VI) escribió una fuerte carta en defensa de Pío XII, pocos días antes de que él mismo fuera electo Papa. Esta carta fue publicada en «The Tablet» pocos días después de la elección de Montini al papado. También fue publicada en «La Civiltà Cattolica» entre otras revistas. Juan XXIII siempre expresó un gran aprecio por Pío XII. Y en su último viaje a Africa, Juan Pablo II lo llamó un gran Papa. Cuando un periodista le preguntó por el (supuesto) «silencio» sobre el Holocausto por parte de Pío XII, Juan Pablo II reaccionó agudamente y aconsejó al periodista que leyera las obras del padre Blet que acaba de publicar una clara defensa de Pío XII. Hace unos meses el cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado, reaccionó fuertemente contra las calumnias hechas contra Pío XII, y la «sottile persecuzione» (la sutil persecución) de éste, que en verdad se basa en una falsificación deliberada de la historia. Cornwell o ignora o minimiza tales declaraciones, como así también menosprecia el hecho de que en el documento «Nos Recordamos - Una reflexión sobre la Shoa», existe una nota extensa en defensa de Pío XII.
Sin duda Cornwell era consciente de los obituarios publicados por el «Sunday Times» en Inglaterra y otras partes. Cornwell sabía lo que escribió el Mariscal Montgomery --de carácter difícil--, en el «Sunday Times» del 12 de octubre de 1958 sobre sus frecuentes audiencias privadas con Pío XII. Montgomery, un anglicano convencido e hijo de un obispo anglicano, tenía una amistad tan profunda con Pío XII que en su dormitorio (el de Montgomery) tenía dos fotografías: una de su padre y la otra de Pío XII.
Cornwell también se refiere a menudo a Sir D'Arcy Osborne, el representante inglés ante la Santa Sede, pero no dice que este diplomático, quien durante la Segunda Guerra Mundial vivió en el Vaticano, consideraba a Pío XII la persona más santa que había tenido el privilegio de conocer en su larga vida y que confió en una carta privada que sentía no ser católico para poder recibir la Santa Comunión de manos de Pío XII. Muchos otros testimonios podrían ser añadidos, como el de Evelyn Waugh entre otros tantos, de personas distinguidas y honestas. Si se toma en cuenta todo esto, uno se siente obligado a decir que el libro de Cornwell busca hacer un linchamiento moral y un auténtico asesinato de carácter. Su Pío XII no es «el Papa de Hitler»; es un Pío XII ficticio, una fea caricatura de un hombre noble y santo.
Conclusión
Se podría decir mucho más. Por ejemplo, que Cornwell es totalmente ignorante de la
guerra psicológica hecha, especialmente, por los ingleses, divulgando falsos informes
sobre transmisiones de Radio Vaticano y otras, o que obviamente nunca ha escuchado hablar
de las falsificaciones de Scattolini que muchos creyeron. Después de la guerra,
Scattolini fue detenido por la policía italiana y admitió que estos informes (unos mil)
fueron pura y simplemente inventados por él mismo para ganar dinero. Cornwell no ha
averiguado lo suficiente para darse cuenta de que es víctima de este hombre que fue
condenado por el tribunal Italiano y encarcelado. Se podría decir mucho más, pero las
pocas observaciones hechas dan una idea de lo que se debe pensar sobre el libro de
Cornwell quien, naturalmente, también ataca a Juan Pablo II. Tomando todo en cuenta, mi
juicio es el siguiente: Cornwell, que es sin duda alguna un amateur en el campo de la
historia, derecho canónico, etc., ha producido un libro superficial, muy mal hecho y
completamente indigno de confianza. Objetivamente hablando es parcial, tendencioso y tan
unilateral que uno se pregunta cuál es el verdadero motivo que llevó a este hombre a
escribir este libro.