LA
NOCHE OSCURA II
LIBRO
II
CAPÍTULO
1
Comiénzase
a tratar de la noche oscura del espíritu. Dícese a qué tiempo comienza.
1.
Un alma que Dios ha de llevar adelante, no luego que sale de las sequedades y
trabajos de la primera purgación y noche del sentido, la pone Su Majestad en
esta noche de espíritu, antes suele pasar harto tiempo y años en que, salida
el alma del estado de principiantes, se ejercita en el de aprovechados, en el
cual, así como el que ha salido de una estrecha cárcel, anda en las cosas de
Dios con mucha más anchura y satisfacción del alma y con más abundante e
interior deleite que hacía a los principios, antes que entrase en la dicha
noche, no trayendo atada ya la imaginación y potencias al discurso y cuidado
espiritual, como solía; porque con gran facilidad halla luego en su espíritu
muy serena y amorosa contemplación y sabor espiritual sin trabajo del discurso.
Aunque, como no está bien hecha la purgación del alma, porque falta la
principal parte, que es la del espíritu (sin la cual, por la comunicación que
hay de la una parte a la otra, por razón de ser un solo supuesto, tampoco la
purgación sensitiva, aunque más fuerte haya sido, queda acabada y perfecta),
nunca le faltan a veces algunas necesidades, sequedades, tinieblas y aprietos, a
veces mucho más intensos que los pasados, que son como presagios y mensajeros
de la noche venidera del espíritu; aunque no son éstos durables, como será la
noche que espera. Porque, habiendo pasado un rato, o ratos, o días de esta
noche y tempestad, luego vuelve a su acostumbrada serenidad; y de esta manera va
purgando Dios a algunas almas que no han de subir a tan alto grado de amor como
las otras, metiéndolas a ratos interpoladamente en esta noche de contemplación
y purgación espiritual, haciendo anochecer y amanecer a menudo, porque se
cumpla lo que dice David (Sal. 147, 17), que envía su cristal, esto es, su
contemplación, como a bocados. Aunque estos bocados de oscura contemplación
nunca son tan intensos como lo es aquella horrenda noche de la contemplación
que habemos de decir, en que de propósito pone Dios al alma para llevarla a la
divina unión.
2.
Este sabor, pues, y gusto interior que decimos, que con abundancia y facilidad
hallan y gustan estos aprovechantes en su espíritu, con mucha más abundancia
que antes se les comunica, redundando de ahí en el sentido más que solía
antes de esta sensible purgación; que, por cuanto él está ya más puro, con más
facilidad puede sentir los gustos del espíritu a su modo. Y como, en fin, esta
parte sensitiva del alma es flaca e incapaz para las cosas fuertes del espíritu,
de aquí es que estos aprovechados, a causa de esta comunicación espiritual que
se hace en la parte sensitiva, padecen en ella muchas debilitaciones y
detrimentos y flaquezas de estómago, y en el espíritu, consiguientemente,
fatigas; porque, como dice el Sabio (Sab. 9, 15): El cuerpo que se corrompe,
agrava el alma. De aquí es que las comunicaciones de éstos no pueden ser muy
fuertes, ni muy intensas, ni muy espirituales, cuales se requieren para la
divina unión con Dios, por la flaqueza y corrupción de la sensualidad que
participa en ellas.
De
aquí vienen los arrobamientos y traspasos y descoyuntamientos de huesos, que
siempre acaecen cuando las comunicaciones no son puramente espirituales, esto
es, al espíritu sólo, como son las de los perfectos, purificados ya por la
noche segunda del espíritu, en las cuales cesan ya estos arrobamientos y
tormentos del cuerpo, gozando ellos de la libertad del espíritu, sin que se
anuble ni trasponga el sentido.
3.
Y, porque se entienda la necesidad que éstos tienen de entrar en esta noche de
espíritu, notaremos aquí algunas imperfecciones y peligros que tienen estos
aprovechados.
CAPÍTULO
2
Prosigue
en otras imperfecciones que tienen estos aprovechados.
1.
Dos maneras de imperfecciones tienen estos aprovechados: unas son habituales,
otras actuales.
Las
habituales son las afecciones y hábitos imperfectos que todavía, como raíces,
han quedado en el espíritu, donde la purgación del sentido no pudo llegar; en
la purgación de los cuales la diferencia que hay a estotra, es la que de la raíz
a la rama, o sacar una mancha fresca o una muy asentada y vieja. Porque, como
dijimos, la purgación del sentido sólo es puerta y principio de contemplación
para la del espíritu, que, como también habemos dicho, más sirve de acomodar
el sentido al espíritu, que de unir el espíritu con Dios. Mas todavía se
quedan en el espíritu las manchas del hombre viejo, aunque a él no se le
parece, ni las echa de ver; las cuales si no salen por el jabón y fuerte lejía
de la purgación de esta noche, no podrá el espíritu venir a pureza de unión
divina.
2.
Tienen éstos también la hebetudo mentis y la rudeza natural que todo hombre
contrae por el pecado, y la distracción y exterioridad del espíritu; lo cual
conviene que se ilustre, clarifique y recoja por la penalidad y aprieto de
aquella noche. Estas habituales imperfecciones, todos los que no han pasado de
este estado de aprovechados las tienen; las cuales no pueden estar, como
decimos, con el estado perfecto de unión por amor.
3.
En las actuales no caen todos de una manera. Mas algunos, como traen estos
bienes espirituales tan afuera y tan manuales en el sentido, caen en mayores
inconvenientes y peligros que a los principios dijimos. Porque, como ellos
hallan tan a manos llenas tantas comunicaciones y aprehensiones espirituales al
sentido y espíritu, donde muchas veces ven visiones imaginarias y espirituales
(porque todo esto, con otros sentimientos sabrosos, acaece a muchos de éstos en
este estado, en lo cual el demonio y la propia fantasía muy ordinariamente hace
trampantojos al alma), y como con tanto gusto suele imprimir y sugerir el
demonio al alma las aprensiones dichas y sentimientos, con grande facilidad la
embelesa y engaña, no teniendo ella cautela para resignarse y defenderse
fuertemente en fe de estas visiones y sentimientos.
Porque
aquí hace el demonio a muchos creer visiones vanas y profecías falsas; aquí
en este puesto les procura hacer presumir que habla Dios y los santos con ellos,
y creen muchas veces a su fantasía; aquí los suele llenar el demonio de
presunción y soberbia, y, atraídos de la vanidad y arrogancia, se dejan ser
vistos en actos exteriores que parezcan de santidad, como son arrobamientos y
otras apariencias. Hácense así atrevidos a Dios, perdiendo el santo temor, que
es llave y custodia de todas las virtudes; y tantas falsedades y engaños suelen
multiplicarse en algunos de éstos, y tanto se envejecen en ellos, que es muy
dudosa la vuelta de ellos al camino puro de la virtud y verdadero espíritu. En
las cuales miserias vienen a dar, comenzando a darse con demasiada seguridad a
las aprensiones y sentimientos espirituales, cuando comenzaban a aprovechar en
el camino.
4.
Había tanto que decir de las imperfecciones de éstos y de cómo les son más
incurables por tenerlas ellos por más espirituales que las primeras, que lo
quiero dejar. Sólo digo, para fundar la necesidad que hay de la noche
espiritual, que es la purgación para el que ha de pasar adelante, que a lo
menos ninguno de estos aprovechados, por bien que le hayan andado las manos,
deja de tener muchas de aquellas afecciones naturales y hábitos imperfectos,
que dijimos primero ser necesario preceder purificación para pasar a la divina
unión.
5.
Y, demás de esto, lo que arriba dejamos dicho, es a saber: que, por cuanto
todavía participa la parte inferior en estas comunicaciones espirituales, no
pueden ser tan intensas, puras y fuertes como se requieren para la dicha unión;
por tanto, para venir a ella, conviénele al alma entrar en la segunda noche del
espíritu, donde desnudando al sentido y espíritu perfectamente de todas estas
aprensiones y sabores, le han de hacer caminar en oscura y pura fe, que es
propio y adecuado medio por donde el alma se une con Dios, según por Oseas (2,
20) lo dice, diciendo: Yo te desposaré, esto es, te uniré conmigo, por fe.
CAPÍTULO
3
Anotación
para lo que se sigue.
1.
Estando ya, pues, estos (espirituales) ya aprovechados, por el tiempo que han
pasado cebando los sentidos con dulces comunicaciones, para que así atraída y
saboreada del espiritual gusto la parte sensitiva, que del espíritu le manaba,
se aunase y acomodase en uno con el espíritu, (están) comiendo cada uno en su
manera de un mismo manjar espiritual en un mismo plato de un solo supuesto y
sujeto, para que así ellos, en alguna manera juntos y conformes en uno, juntos
estén dispuestos para sufrir la áspera y dura purgación del espíritu que les
espera. Porque en ella se han de purgar cumplidamente estas dos partes del alma,
espiritual y sensitiva, porque la una nunca se purga bien sin la otra, porque la
purgación válida para el sentido es cuando de propósito comienza la del espíritu.
De donde la noche que habemos dicho del sentido, más se puede y debe llamar
cierta reformación y enfrenamiento del apetito que purgación. La causa es
porque todas las imperfecciones y desórdenes de la parte sensitiva tienen su
fuerza y raíz en el espíritu, donde se sujetan todos los hábitos buenos y
malos, y así, hasta que éstos se purgan, las rebeliones y siniestros del
sentido no se pueden bien purgar.
2.
De donde en esta noche que se sigue se purgan entrambas partes juntas, que éste
es el fin porque convenía haber pasado por la reformación de la primera noche
y la bonanza que de ello salió, para que, aunado con el espíritu el sentido,
en cierta manera se purgue y padezca aquí con más fortaleza, porque para tan
fuerte y dura purga es menester (disposición) tan grande; que, sin haber reformádose
antes la flaqueza de la parte inferior y cobrado fortaleza en Dios por el dulce
y sabroso trato que con él después tuvo, ni tuviera fuerza ni disposición el
natural para sufrirla.
3.
Por tanto, porque estos aprovechados todavía el trato y operaciones que tienen
con Dios son muy bajas y muy naturales, a causa de no tener purificado e
ilustrado el oro del espíritu; por lo cual todavía entienden de Dios como
pequeñuelos, y saben y sienten de Dios como pequeñuelos, según dice san Pablo
(1 Cor. 13, 11), por no haber llegado a la perfección, que es la unión del
alma con Dios; por la cual unión ya, como grandes, obran grandezas en su espíritu,
siendo ya sus obras y potencias más divinas que humanas, como después se dirá.
Queriendo Dios desnudarlos de hecho de este viejo hombre y vestirlos del nuevo,
que según Dios es criado en la novedad del sentido, que dice el Apóstol (Cl.
3, 10), desnúdales las potencias y afecciones y sentidos, así espirituales
como sensitivos, así exteriores como interiores, dejando a oscuras el
entendimiento, y la voluntad a secas, y vacía la memoria, y las afecciones del
alma en suma aflicción, amargura y aprieto, privándola del sentido y gusto que
antes sentía de los bienes espirituales, para que esta privación sea uno de
los principios que se requiere en el espíritu para que se introduzca y una en
él la forma espiritual del espíritu, que es la unión de amor.
Todo
lo cual obra el Señor en ella por medio de una pura y oscura contemplación,
como el alma lo da a entender por la primera canción. La cual, aunque está
declarada al propósito de la primera noche del sentido, principalmente la
entiende el alma por esta segunda del espíritu, por ser la principal parte de
la purificación del alma. Y así, a este propósito la pondremos y declararemos
aquí otra vez.
CAPÍTULO
4
Pónese
la primera canción y su declaración.
CANCIÓN
1ª
En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada.
DECLARACIÓN
1.
Entendiendo ahora esta canción a propósito de la purgación contemplativa, o
desnudez y pobreza de espíritu, que todo aquí casi es una misma cosa, podémosla
declarar en esta manera, y que dice el alma así:
En
pobreza, desamparo y desarrimo de todas las aprensiones de mi alma, esto es, en
oscuridad de mi entendimiento y aprieto de mi voluntad, en afición y angustia
acerca de la memoria, dejándome a oscuras en pura fe (la cual es noche oscura
para las dichas potencias naturales) sólo la voluntad tocada de dolor y
aflicciones y ansias de amor de Dios, salí de mí misma, esto es, de mi bajo
modo de entender, y de mi flaca suerte de amar, y de mi pobre y escasa manera de
gustar de Dios, sin que la sensualidad ni el demonio me lo estorben.
2.
Lo cual fue grande dicha y buena ventura para mí; porque, en acabándose de
aniquilarse y sosegarse las potencias, pasiones, apetitos y afecciones de mi
alma, con que bajamente sentía y gustaba de Dios, salí del trato y operación
humana mía a operación y trato de Dios, es a saber:
Mi
entendimiento salió de sí, volviéndose de humano y natural en divino; porque,
uniéndose por medio de esta purgación con Dios, ya no entiende por su vigor y
luz natural, sino por la divina Sabiduría con que se unió.
Y
mi voluntad salió de sí, haciéndose divina, porque, unida con el divino amor,
ya no ama bajamente con su fuerza natural, sino con fuerza y pureza del Espíritu
Santo; y así la voluntad acerca de Dios no obra humanamente.
Y,
ni más ni menos, la memoria se ha trocado en aprensiones eternas de gloria.
Y,
finalmente, todas las fuerzas y afectos del alma, por medio de esta noche y
purgación del viejo hombre, todas se renuevan en temples y deleites divinos. Síguese
el verso:
En
una noche oscura.
CAPÍTULO
5
Pónese
el primer verso y comienza a declarar cómo esta contemplación oscura no sólo
es noche para el alma, sino también pena y tormento.
1.
Esta noche oscura es una influencia de Dios en el alma, que la purga de sus
ignorancias e imperfecciones habituales, naturales y espirituales, que llaman
los contemplativos contemplación infusa o mística teología, en que de secreto
enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor, sin ella hacer nada
ni entender cómo. Esta contemplación infusa, por cuanto es sabiduría de Dios
amorosa, hace dos principales efectos en el alma, porque la dispone purgándola
e iluminándola para la unión de amor de Dios. De donde la misma sabiduría
amorosa que purga los espíritus bienaventurados ilustrándolos es la que aquí
purga al alma y la ilumina.
2.
Pero es la duda: ¿por qué, pues es lumbre divina, que, como decimos, ilumina y
purga el alma de sus ignorancias, la llama aquí el alma noche oscura? A lo cual
se responde que por dos casas es esta divina Sabiduría no sólo noche y
tiniebla para el alma, mas también pena y tormento: la primera es por la alteza
de la Sabiduría divina, que excede al talento del alma, y en esta manera le es
tiniebla; la segunda, por la bajeza e impureza de ella, y de esta manera le es
penosa y aflictiva, y también oscura.
3.
Para probar la primera conviene suponer cierta doctrina del Filósofo, que dice
que cuanto las cosas divinas son en sí más claras y manifiestas, tanto más
son al alma oscuras y ocultas naturalmente; así como la luz, cuanto más clara
es, tanto más ciega y oscurece la pupila de la lechuza, y cuanto el sol se mira
más de lleno, más tinieblas causa a la potencia visiva y la priva, excediéndola
por su flaqueza.
De
donde, cuando esta divina luz de contemplación embiste en el alma que aún no
está ilustrada totalmente, le hace tinieblas espirituales, porque no sólo la
excede, pero también la priva y oscurece el acto de su inteligencia natural.
Que por esta causa san Dionisio y otros místicos teólogos llaman a esta
contemplación infusa rayo de tiniebla, conviene a saber, para el alma no
ilustrada y purgada, porque de su gran luz sobrenatural es vencida la fuerza
natural intelectiva y privada.
Por
lo cual David (Sal. 96, 2) también dijo que cerca de Dios y en rededor de él
está oscuridad y nube; no porque en sí ello sea así, sino para nuestros
entendimientos flacos, que en tan inmensa luz se oscurecen y quedan ofuscados,
no alcanzando. Que por eso el mismo David (Sal. 17, 13) lo declaró luego,
diciendo: Por el gran resplandor de su presencia se atravesaron nubes, es a
saber, entre Dios y nuestro entendimiento. Y ésta es la causa por que, en
derivando de sí Dios al alma que aún no está transformada este esclarecido
rayo de su sabiduría secreta, le hace tinieblas oscuras en el entendimiento.
4.
Y que esta oscura contemplación también le sea al alma penosa a estos
principios, está claro; porque, como esta divina contemplación infusa tiene
muchas excelencias en extremo buenas y el alma que las recibe, por no estar
purgada, tiene muchas miserias también en extremo malas, de aquí es que, no
pudiendo caber dos contrarios en el sujeto del alma, de necesidad haya de penar
y padecer el alma, siendo ella el sujeto en que contra sí se ejercitan estos
dos contrarios, haciendo los unos contra los otros, por razón de la purgación
que de las imperfecciones del alma por esta contemplación se hace. Lo cual
probaremos por inducción en esta manera.
5.
Cuanto a lo primero, porque la luz y sabiduría de esta contemplación es muy
clara y pura y el alma en que ella embiste está oscura e impura, de aquí es
que pena mucho el alma recibiéndola en sí, como cuando los ojos están de mal
humor impuros y enfermos, del embestimiento de la clara luz reciben pena.
Y
esta pena en el alma, a causa de su impureza, es inmensa cuando de veras es
embestida de esta divina luz, porque embistiéndose en el alma esta luz pura a
fin de expeler la impureza del alma, siéntese el alma tan impura y miserable
que le parece estar Dios contra ella y que ella está hecha contraria a Dios. Lo
cual es de tanto sentimiento y pena para el alma, porque le parece aquí que la
ha Dios arrojado, que uno de los mayores trabajos que sentía Job (7, 20) cuando
Dios le tenía en este ejercicio, era éste, diciendo: ¿Por qué me has puesto
contrario a ti, y soy grave y pesado para mí mismo? Porque viendo el alma
claramente aquí por medio de esta pura luz, aunque a oscuras, su impureza,
conoce claro que no es digna de Dios ni de criatura alguna. Y lo que más le
pena es que piensa que nunca lo será, y que ya se le acabaron sus bienes. Esto
le causa la profunda inmersión que tiene de la mente en el conocimiento y
sentimiento de sus males y miserias; porque aquí se las muestra todas al ojo
esta divina y oscura luz, y que vea claro cómo de suyo no podrá tener ya otra
cosa. Podemos entender a este sentido aquella autoridad de David (Sal. 38, 12),
que dice: Por la iniquidad corregiste al hombre, e hiciste deshacer y
contabescer su alma; como la araña se desentraña.
6.
La segunda manera en que pena el alma es causa de su flaqueza natural, moral y
espiritual; porque, como esta divina contemplación embiste en el alma con
alguna fuerza, al fin de la ir fortaleciendo y domando, de tal manera pena en su
flaqueza, que poco menos desfallece, particularmente algunas veces cuando con
alguna más fuerza embiste. Porque el sentido y espíritu, así como si
estuviese debajo de una inmensa y oscura carga, está penando y agonizando
tanto, que tomaría por alivio y partido el morir. Lo cual habiendo
experimentado el profeta Job (23, 6), decía: No quiero que trate conmigo con
mucha fortaleza, porque no me oprima con el peso de su grandeza.
7.
En la fuerza de esta opresión y peso se siente el alma tan ajena de ser
favorecida, que le parece, y así es, que aun en lo que solía hallar algún
arrimo se acabó con lo demás, y que no hay quien se compadezca de ella. A cuyo
propósito dice también Job (19, 21): Compadeceos de mí, a lo menos vosotros
mis amigos, porque me ha tocado la mano del Señor.
¡Cosa
de grande maravilla y lástima que sea aquí tanta la flaqueza e impureza del
alma, que, siendo la mano de Dios de suyo tan blanda y suave, la sienta el alma
aquí tan grave y contraria, con no cargar ni asentar, sino solamente tocando, y
eso misericordiosamente, pues lo hace a fin de hacer mercedes al alma, y no de
castigarla!
CAPÍTULO
6
De
otras maneras de pena que el alma padece en esta noche.
1.
La tercera manera de pasión y pena que el alma aquí padece es a causa de otros
dos extremos, conviene a saber, divino y humano, que aquí se juntan. El divino
es esta contemplación purgativa, y el humano es sujeto del alma. Que como el
divino embiste a fin de renovarla para hacerla divina, desnudándola de las
afecciones habituales y propiedades del hombre viejo, en que ella está muy
unida, conglutinada y conformada, de tal manera la destrica y descuece la
sustancia espiritual, absorbiéndola en una profunda y honda tiniebla, que el
alma se siente estar deshaciendo y derritiendo en la haz y vista de sus miserias
con muerte de espíritu cruel; así como si, tragada de una bestia, en su
vientre tenebroso se sintiese estar digiriendo, padeciendo estas angustias como
Jonás (2, 1) en el vientre de aquella marina bestia. Porque en este sepulcro de
oscura muerte la conviene estar para la espiritual resurrección que espera.
2.
La manera de esta pasión y pena, aunque de verdad ella es sobre manera, descríbela
David (Sal. 17, 57), diciendo: Cercáronme los gemidos de la muerte, los dolores
del infierno me rodearon, en mi tribulación clamé.
Pero
lo que esta doliente alma aquí más siente, es parecerle claro que Dios la ha
desechado y, aborreciéndola, arrojado en las tinieblas, que para ella es grave
y lastimera pena creer que la ha dejado Dios. La cual también David, sintiéndola
mucho en este caso, dice (Sal. 87, 68): De la manera que los llagados están
muertos en los sepulcros, dejados ya de tu mano, de que no te acuerdas más, así
me pusieron a mí en el lago más hondo e inferior en tenebrosidades y sombra de
muerte, y está sobre mi confirmado tu furor, y todas tus olas descargaste sobre
mí. Porque, verdaderamente, cuando esta contemplación purgativa aprieta,
sombra de muerte y gemidos de muerte y dolores de infierno siente el alma muy a
lo vivo, que consiste en sentirse sin Dios y castigada y arrojada e indigna de
él, y que está enojado, que todo se siente aquí; y más, que le parece que ya
es para siempre.
3.
Y el mismo desamparo siente de todas las criaturas y desprecio acerca de ellas,
particularmente de los amigos. Que por eso prosigue luego David (Sal. 87, 9),
diciendo: Alejaste de mí mis amigos y conocidos; tuviéronme por abominación.
Todo lo cual, como quien tan bien lo experimentó en el vientre de la bestia
corporal y espiritualmente, testifica bien Jonás (2, 47), diciendo así: Arrojásteme
al profundo en el corazón de la mar, y la corriente me cercó; todos sus golfos
y olas pasaron sobre mí y dije: arrojado estoy de la presencia de tus ojos;
pero otra vez veré tu santo templo (lo cual dice, porque aquí purifica Dios al
alma para verlo); cercáronme las aguas hasta el alma, el abismo me ciñó, el
piélago me cubrió mi cabeza, a los extremos de los montes descendí; los
cerrojos de la tierra me encerraron para siempre. Los cuales cerrojos se
entienden aquí a este propósito por las imperfecciones del alma, que la tienen
impedida que no goce esta sabrosa contemplación.
4.
La cuarta manera de pena causa en el alma otra excelencia de esta oscura
contemplación, que es la majestad y grandeza de ella, la cual hace sentir en el
alma otro extremo que hay en ella de íntima pobreza y miseria; la cual es de
las principales penas que padece en esta purgación. Porque siente en sí un
profundo vacío y pobreza de tres maneras de bienes que se ordenan al gusto del
alma, que son temporal, natural y espiritual, viéndose puesta en los males
contrarios, conviene a saber: miserias de imperfecciones, sequedades y vacíos
de las aprensiones de las potencias y desamparo del espíritu en tiniebla. Que,
por cuanto aquí purga Dios al alma según la sustancia sensitiva y espiritual y
según las potencias interiores y exteriores, conviene que el alma sea puesta en
vacío y pobreza y desamparo de todas estas partes, dejándola seca, vacía y en
tinieblas; porque la parte sensitiva se purifica en sequedad, y las potencias en
su vacío de sus aprensiones, y el espíritu en tiniebla oscura.
5.
Todo lo cual hace Dios por medio de esta oscura contemplación; en la cual no sólo
padece el alma el vacío y suspensión de estos arrimos naturales y aprensiones,
que es un padecer muy congojoso, de manera que si a uno suspendiesen o
detuviesen en el aire, que no respirase, mas también está purgando el alma,
aniquilando y vaciando o consumiendo en ella, así como hace el fuego al orín y
moho del metal, todas las afecciones y hábitos imperfectos que ha contraído
toda la vida. Que, por estar ellos muy arraigados en la sustancia del alma,
sobrepadece grave deshacimiento y tormento interior, demás de la dicha pobreza
y vacío natural y espiritual, para que se verifique aquí la autoridad de
Ezequiel que dice: Juntaré los huesos, y encenderlos he en fuego, consumirse
han las carnes y cocerse ha toda la composición, y deshacerse han los huesos (Ez.
24, 10). En lo cual se entiende la pena que padece en el vacío y pobreza de la
sustancia del alma sensitiva y espiritual. Y sobre esto dice luego (24, 11):
Ponedla también así vacía sobre las ascuas, para que se caliente y se derrita
su metal, y se deshaga en medio de ella su inmundicia y sea consumido su moho.
En lo cual se da a entender la grave pasión que el alma aquí padece en la
purgación del fuego de esta contemplación, pues dice el profeta que para que
se purifique y deshaga el orín de las afecciones que están en medio del alma,
es menester en cierta manera que ella misma se aniquile y deshaga, según está
ennaturalizada en estas pasiones e imperfecciones.
6.
De donde, porque en esta fragua se purifica el alma como el oro en el crisol,
según el Sabio dice (Sab. 3, 6), siente este grande deshacimiento en la misma
sustancia del alma, con extremada pobreza, en que está como acabando, como se
puede ver por lo que a este propósito dijo David (Sal. 68, 24) por estas
palabras, clamando a Dios: Sálvame, Señor, porque han entrado las aguas hasta
el alma mía; fijado estoy en el limo del profundo, y no hay donde me sustente;
vine hasta el profundo del mar, y la tempestad me anegó; trabajé clamando,
enronqueciéronseme mis gargantas, desfallecieron mis ojos en tanto que espero
en mi Dios.
En
esto humilla Dios mucho al alma para ensalzarla mucho después y, si él no
ordenase que estos sentimientos, cuando se avivan en el alma, se adormeciesen
presto, moriría muy en breves días; mas son interpolados los ratos en que se
siente su íntima viveza. Lo cual algunas veces se siente tan a lo vivo, que la
parece al alma que ve abierto el infierno y la perdición. Porque de éstos son
los que de veras descienden al infierno viviendo (Sal. 54, 16), pues aquí se
purgan a la manera que allí; porque esta purgación es la que allí se había
de hacer. Y así el alma que por aquí pasa, o no entra en aquel lugar, o se
detiene allí muy poco, porque aprovecha más una hora aquí que muchas allí.
CAPÍTULO
7
Prosigue
en la misma materia de otras aflicciones y aprietos de la voluntad.
1.
Las aflicciones de la voluntad y aprietos son aquí también inmensos y de
manera que algunas veces traspasan al alma en la súbita memoria de los males en
que se ve, con la incertidumbre de su remedio. Y añádese a esto la memoria de
las prosperidades pasadas; porque éstos, ordinariamente, cuando entran en esta
noche, han tenido muchos gustos en Dios y héchole muchos servicios, y esto les
causa más dolor, ver que están ajenos de aquel bien y que ya no pueden entrar
en él. Esto dice Job (16, 1317), también como lo experimentó por aquellas
palabras: Yo, aquél que solía ser opulento y rico, de repente estoy deshecho y
contrito; asióme la cerviz, quebrantóme y púsome como señuelo suyo para
herir en mí; cercóme con sus lanzas, llagó todos mis lomos, no perdonó,
derramó en la tierra mis entrañas, rompióme como llaga sobre llaga; embistió
en mí como fuerte gigante; cosí saco sobre mi piel, y cubrí con ceniza mi
carne; mi rostro se ha hinchado en llanto y cegádose mis ojos.
2.
Tantas y tan graves son las penas de esta noche, y tantas autoridades hay en la
Escritura que a este propósito se podrían alegar, que nos faltaría tiempo y
fuerzas escribiendo, porque sin duda todo lo que se puede decir es menos. Por
las autoridades ya dichas se podrá barruntar algo de ello.
Y
para ir concluyendo con este verso y dando a entender más lo que obra en el
alma esta noche, diré lo que en ella siente Jeremías (Lm. 3, 120), la cual por
ser tanto, lo dice y llora él por muchas palabras en esta manera: Yo, varón,
que veo mi pobreza en la vara de su indignación, hame amenazado, y trájome a
las tinieblas, y no a la luz. ¡Tanto ha vuelto y convertido su manos sobre mí
todo el día! Hizo vieja mi piel y mi carne, desmenuzó mis huesos; en rededor
de mí hizo cerca, y cercóme de hiel y de trabajo; en tenebrosidades me colocó,
como muertos sempiternos. Cercó en rededor contra mí porque no salga, agravóme
las prisiones. Y también, cuando hubiere clamado y rogado, ha excluido mi oración.
Cerrádome ha mis salidas y vías con piedras cuadradas: desbaratóme mis pasos.
Oso acechador es hecho para mí, león en escondrijos. Mis pisadas trastornó y
desmenuzóme, púsome desamparada, extendió su arco, y púsome a mi como señuelo
a su saeta. Arrojó a mis entrañas las hijas de su aljaba. Hecho soy para
escarnio de todo el pueblo, y para risa y mofa de ellos todo el día. Llenádome
ha de amarguras, embriagóme con absintio. Por número me quebrantó mis
dientes, apacentóme con ceniza. Arrojada está mi alma de la paz, olvidado
estoy de los bienes. Y dije: frustrado y acabado está mi fin y pretensión y mi
esperanza del Señor. Acuérdate de mi pobreza y de mi exceso, del absintio y de
la hiel. Acordarme he con memoria, y mi alma en mí se deshará en penas.
3.
Todos estos llantos hace Jeremías sobre este trabajo, en que pinta muy al vivo
las pasiones del alma en esta purgación y noche espiritual. De donde grande
compasión conviene tener al alma que Dios pone en esta tempestuosa y horrenda
noche; porque, aunque le corre muy buena dicha por los grandes bienes que de
ella le han de nacer cuando, como dice Job (12, 22), levantare Dios en el alma
de las tinieblas profundos bienes y produzca en luz la sombra de muerte, de
manera que, como dice David (Sal. 138, 12), venga a ser su luz como fueron sus
tinieblas; con todo eso, con la inmensa pena con que anda penando, y por la
grande incertidumbre que tiene de su remedio (pues cree, como aquí dice este
profeta, que no ha de acabarse su mal, pareciéndole, como también dice David
(Sal. 142, 3), que la colocó Dios en las oscuridades, como los muertos del
siglo, angustiándose por esto en ella su espíritu, y turbándose en ella su
corazón), es de haberle gran dolor y lástima.
Porque
se añade a esto, a causa de la soledad y desamparo que en esta oscura noche la
causa, no hallar consuelo ni arrimo en ninguna doctrina ni en maestro
espiritual; porque, aunque por muchas vías le testifique las causas del
consuelo que puede tener por los bienes que hay en estas penas, no lo puede
creer. Porque, como ella está tan embebida e inmersa en aquel sentimiento de
males en que ve tan claramente sus miserias, parécele que, como ellos no ven lo
que ella ve y siente, no la entendiendo dicen aquello, y, en vez de consuelo,
antes recibe nuevo dolor, pareciéndole que no es aquél el remedio de su mal, y
a la verdad así es. Porque hasta que el Señor acabe de purgarla de la manera
que él lo quiere hacer, ningún medio ni remedio le sirve ni aprovecha para su
dolor; cuánto más, que puede el alma tan poco en este puesto como el que
tienen aprisionado en una oscura mazmorra atado de pies y manos, sin poderse
mover ni ver, ni sentir algún favor de arriba ni de abajo, hasta que aquí se
humille, ablande y purifique el espíritu, y se ponga tan sutil y sencillo y
delgado, que pueda hacerse uno con el espíritu de Dios, según el grado que su
misericordia quisiere concederle de unión de amor, que conforme a esto es la
purgación más o menos fuerte y de más o menos tiempo.
4.
Mas, si ha de ser algo de veras, por fuerte que sea, dura algunos años; puesto
que en estos medios hay interpolaciones de alivios, en que por dispensación de
Dios, dejando esta contemplación oscura de embestir en forma y modo purgativo,
embiste iluminativa y amorosamente, en que el alma, bien como salida de tal
mazmorra y tales prisiones, y puesta en recreación de anchura y libertad,
siente y gusta gran suavidad de paz y amigabilidad amorosa con Dios con
abundancia fácil de comunicación espiritual.
Lo
cual es al alma indicio de la salud que va en ella obrando la dicha purgación y
prenuncio de la abundancia que espera. Y aún, que esto es tanto a veces, que le
parece al alma que son acabados ya sus trabajos. Porque de esta cualidad son las
cosas espirituales en el alma, cuando son más puramente espirituales, que,
cuando son trabajos, le parece al alma que nunca han de salir de ellos, y que se
le acabaron ya los bienes, como se ha visto por las autoridades alegadas; y,
cuando son bienes espirituales, también le parece al alma que ya se acabaron
sus males, y que no le faltarán ya los bienes, como David (Sal. 29, 7), viéndose
en ellos, lo confesó, diciendo: Yo dije en mi abundancia: No me moveré para
siempre.
5.
Y esto acaece porque la posesión actual de un contrario en el espíritu, de
suyo remueve la actual posesión y sentimiento del otro contrario; lo cual no
acaece así en la parte sensitiva del alma, por ser flaca de aprensión. Mas,
como quiera que el espíritu aún no está aquí bien purgado y limpio de las
afecciones que de la parte inferior tiene contraídas, aunque en cuanto espíritu
no se mude, en cuanto está afectado con ellas se podrá mudar en penas, como
vemos que después se mudó David (Sal. 29, 7), sintiendo muchos males y penas,
aunque en el tiempo de su abundancia le había parecido y dicho que no se había
de mover jamás. Así el alma, como entonces se ve actuada con aquella
abundancia de bienes espirituales, no echando de ver la raíz de imperfección e
impureza que todavía le queda, piensa que se acabaron sus trabajos.
6.
Mas este pensamiento las menos veces acaece, porque, hasta que está acabada de
hacer la purificación espiritual, muy raras veces suele ser la comunicación
suave tan abundante que le cubra la raíz que queda, de manera que deje el alma
de sentir allá en el interior un no sé qué que le falta o que está por
hacer, que no le deja cumplidamente gozar de aquel alivio, sintiendo ella dentro
como un enemigo suyo, que, aunque está como sosegado y dormido, se recela que
volverá a revivir y hacer de las suyas. Y así es que, cuando más segura está
y menos se cata, vuelve a tragar y absorber el alma en otro grado peor y más
duro, oscuro y lastimero que el pasado, el cual dura otra temporada, por ventura
más larga que la primera. Y aquí el alma otra vez viene a creer que todos los
bienes están acabados para siempre; que no le basta la experiencia que tuvo del
bien pasado que gozó después del primer trabajo, en que también pensaba que
ya no había más que penar, para dejar de creer en este segundo grado de
aprieto que estaba ya todo acabado y que no volverá como la vez pasada. Porque,
como digo, esta creencia tan confirmada se causa en el alma de la actual aprensión
del espíritu, que aniquila en él todo lo que a ella es contrario.
7.
Esta es la causa por que los que yacen en el purgatorio padecen grandes dudas de
que han de salir de allí jamás y de que se han de acabar sus penas. Porque,
aunque habitualmente tienen las tres virtudes teologales, que son fe, esperanza
y caridad, la actualidad que tienen del sentimiento de las penas y privación de
Dios, no les deja gozar del bien actual y consuelo de estas virtudes. Porque,
aunque ellos echan de ver que quieren bien a Dios, no les consuela esto; porque
les parece que no les quiere Dios a ellos ni que de tal cosa son dignos; antes,
como se ven privados de él, puestos en sus miserias, paréceles que tienen muy
bien en sí por qué ser aborrecidos y desechados de Dios con mucha razón para
siempre.
Y
así, el alma en esta purgación, aunque ella ve que quiere bien a Dios y que
daría mil vidas por él (como es así la verdad, porque en estos trabajos aman
con muchas veras estas almas a su Dios), con todo no le es alivio esto, antes le
causa más pena; porque, queriéndole ella tanto, que no tiene otra cosa que le
dé cuidado, como se ve tan mísera, no pudiendo creer que Dios la quiere a
ella, ni que tiene ni tendrá jamás por qué, sino antes tiene por qué ser
aborrecida, no sólo de él, sino de toda criatura para siempre, duélese de ver
en sí causas por que merezca ser desechada de quien ella tanto quiere y desea.
CAPÍTULO
8
De
otras penas que afligen al alma en este estado.
1.
Pero hay aquí otra cosa que al alma aqueja y desconsuela mucho, y es que, como
esta oscura noche la tiene impedidas las potencias y afecciones, ni puede
levantar afecto ni mente a Dios, ni le puede rogar, pareciéndole lo que a Jeremías
(Lm. 3, 44), que ha puesto Dios una nube delante porque no pase la oración.
Porque esto quiere decir lo que en la autoridad alegada (Lm. 3, 9) dice, es
saber: Atrancó y cerró mis vías con piedras cuadradas. Y si algunas veces
ruega, es tan sin fuerza y sin jugo, que le parece que ni lo oye Dios ni hace
caso de ello, como también este profeta da a entender en la misma autoridad (Lm.
3, 8), diciendo: Cuando clamare y rogare, ha excluido mi oración. A la verdad
no es éste tiempo de hablar con Dios, sino de poner, como dice Jeremías (Lm.
3, 29), su boca en el polvo, si por ventura le viniese alguna actual esperanza,
sufriendo con paciencia su purgación. Dios es el que anda aquí haciendo
pasivamente la obra en el alma; por eso ella no puede nada. De donde ni rezar ni
asistir con advertencia a las cosas divinas puede, ni menos en las demás cosas
y tratos temporales. Tiene no sólo esto, sino también muchas veces tales
enajenamientos y tan profundos olvidos en la memoria, que se le pasan muchos
ratos sin saber lo que se hizo ni qué pensó, ni qué es lo que hace ni qué va
a hacer, ni puede advertir, aunque quiera, a nada de aquello en que está.
2.
Que, por cuanto aquí no sólo se purga el entendimiento de su lumbre y la
voluntad de sus afecciones, sino también la memoria de sus discursos y
noticias, conviene también aniquilarla acerca de todas ellas, para que se
cumpla lo que de sí dice David (Sal. 72, 22) en esta purgación, es a saber:
Fui yo aniquilado y no supe. El cual no saber se refiere aquí a estas
insipiencias y olvidos de la memoria, las cuales enajenaciones y olvidos son
causados del interior recogimiento en que esta contemplación absorbe al alma.
Porque, para que el alma quede dispuesta y templada a lo divino con sus
potencias para la divina unión de amor, convenía que primero fuese absorta con
todas ellas en esta divina y oscura luz espiritual de contemplación, y así
fuese abstraída de todas las afecciones y aprensiones de criatura, lo cual
singularmente dura según es la intensión. Y así, cuanto esta divina luz
embiste más sencilla y pura en el alma, tanto más la oscurece, vacía y
aniquila acerca de sus aprensiones y afecciones particulares, así de cosas de
arriba como de abajo; y también, cuanto menos sencilla y pura embiste, tanto
menos la priva y menos oscura le es. Que es cosa que parece increíble decir que
la luz sobrenatural y divina tanto más oscurece al alma cuanto ella tiene más
de claridad y pureza; y cuanto menos, le sea menos oscura. Lo cual se entiende
bien si consideramos lo que arriba queda probado con la sentencia del Filósofo,
conviene a saber; que las cosas sobrenaturales tanto son a nuestro entendimiento
más oscuras, cuanto ellas en sí son más claras y manifiestas.
3.
Y, para que más claramente se entienda, pondremos aquí una semejanza de la luz
natural y común. Vemos que el rayo del sol que entra por la ventana, cuanto más
limpio y puro es de átomos, tanto menos claramente se ve, y cuanto más de átomos
y motas tiene el aire, tanto parece más claro al ojo. La causa es porque la luz
no es la que por sí misma se ve, sino el medio con que se ven las demás cosas
que embiste; y entonces ella, por la reverberación que hace en ellas, también
se ve, y si no diese en ellas, ni ellas ni ella se verían; de tal manera que,
si el rayo del sol entrase por la ventana de un aposento y pasase por otra de la
otra parte por medio del aposento, como no topase en alguna cosa ni hubiese en
el aire átomos en que reverberar, no tendría el aposento más luz que antes,
ni el rayo se echaría de ver; antes, si bien se mirase, entonces hay más
oscuridad por donde está el rayo, porque priva y oscurece algo de la otra luz,
y él no se ve, porque, como habemos dicho, no hay objetos visibles en que pueda
reverberar.
4.
Pues ni más ni menos hace este divino rayo de contemplación en el alma, que,
embistiendo en ella con su lumbre divina, excede la natural del alma, y en esto
la oscurece y priva de todas las aprensiones y afecciones naturales que antes
mediante la luz natural aprehendía: y así, no sólo la deja oscura, sino también
vacía según las potencias y apetitos, así espirituales como naturales, y, dejándola
así vacía y a oscuras, la purga e ilumina con divina luz espiritual, sin
pensar el alma que la tiene, sino que está en tinieblas, como habemos dicho del
rayo, que, aunque está en medio del aposento, si está puro y no tiene en qué
topar, no se ve. Pero en esta luz espiritual de que está embestida el alma,
cuando tiene en qué reverberar, esto es, cuando se ofrece alguna cosa que
entender espiritual y de perfección o de imperfección, por mínimo átomo que
sea, o juicio de lo que es falso o verdadero, luego lo ve y entiende mucho más
claramente que antes que estuviese en estas oscuridades. Y, ni más ni menos
conoce la luz que tiene espiritual para conocer con facilidad la imperfección
que se le ofrece, así como cuando el rayo que habemos dicho está oscuro en el
aposento, aunque él no se ve, si se ofrece pasar por él una mano o cualquiera
cosa, luego se ve la mano, y se conoce que estaba allí aquella luz del sol.
5.
Donde, por ser esta luz espiritual tan sencilla, pura y general, no afectada ni
particularizada a ningún particular inteligible natural ni divino, pues acerca
de todas estas aprensiones tiene las potencias del alma vacías y aniquiladas,
de aquí es que con grande generalidad y facilidad conoce y penetra el alma
cualquiera cosa de arriba o de abajo que se ofrece; que por eso dijo el Apóstol
(1 Cor. 2, 10) que el espiritual todas las cosas penetra, hasta los profundos de
Dios. Porque de esta sabiduría general y sencilla se entiende lo que por el
Sabio (Sab. 7, 24) dice el Espíritu Santo, es a saber: Que toca hasta doquiera
por su pureza, es a saber, porque no se particulariza a ningún particular
inteligible ni afección.
Y
ésta es la propiedad del espíritu purgado y aniquilado acerca de todas
particulares afecciones e inteligencias, que, en este no gustar nada ni entender
nada en particular, morando en su vacío y tiniebla, lo abraza todo con grande
disposición, para que se verifique en él lo de san Pablo (2 Cor. 6, 10): Nihil
habentes, et omnia possidentes. Porque tal bienaventuranza se debe a tal pobreza
de espíritu.
CAPÍTULO
9
Cómo
aunque esta noche oscurece al espíritu, es para ilustrarle y darle luz.
1.
Resta, pues, decir aquí que en esta dichosa noche, aunque oscurece el espíritu,
no lo hace sino por darle luz todas las cosas; y, aunque lo humilla y pone
miserable, no es sino para ensalzarle y levantarle; y, aunque le empobrece y vacía
de toda posesión y afección natural, no es sino para que divinamente pueda
extender a gozar y gustar de todas las cosas de arriba y de abajo, siendo con
libertad de espíritu general en todo.
Porque,
así como los elementos para que se comuniquen en todos los compuestos y entes
naturales, conviene que con ninguna particularidad de color, olor ni sabor estén
afectados, para poder concurrir con todos los sabores, olores y colores, así al
espíritu le conviene estar sencillo, puro y desnudo de todas maneras de
afecciones naturales, así actuales como habituales, para poder comunicar con
libertad con la anchura del espíritu con divina Sabiduría, en que por su
limpieza gusta todos los sabores de todas las cosas con cierta eminencia de
excelencia. Y sin esta purgación en ninguna manera podrá sentir ni gustar la
satisfacción de toda esta abundancia de sabores espirituales; porque una sola
afición que tenga o particularidad a que esté el espíritu asido, actual o
habitualmente, basta para no sentir ni gustar ni comunicar la delicadeza e íntimo
sabor del espíritu de amor, que contiene en sí todos los sabores con gran
eminencia.
2.
Porque, así como los hijos de Israel, sólo porque les había quedado una sola
afición y memoria de las carnes y comidas de Egipto (Ex. 16, 3), no podían
gustar del delicado pan de ángeles en el desierto, que era el maná, el cual,
como dice la divina Escritura (Sab. 16, 21), tenía suavidad de todos los gustos
y se convertía al gusto que cada uno quería, así no puede llegar a gustar los
deleites del espíritu de libertad, según la voluntad desea, el espíritu que
todavía estuviere afectado con alguna afición actual o habitual, o con
particulares inteligencias o cualquiera otra aprehensión.
La
razón de esto es porque las afecciones, sentimientos y aprehensiones del espíritu
perfecto, porque son divinas, son de otra suerte y género tan diferente de lo
natural y eminente, que, para poseer las unas actual y habitualmente, habitual y
actualmente se han de expeler y aniquilar las otras, como hacen dos contrarios,
que no pueden estar juntos en un sujeto. Por tanto, conviene mucho y es
necesario para que el alma haya de pasar a estas grandezas, que esta noche
oscura de contemplación la aniquile y deshaga primero en sus bajezas, poniéndola
a oscuras, seca y apretada y vacía; porque la luz que se le ha de dar es una
altísima luz divina que excede toda luz natural, que no cabe naturalmente en el
entendimiento.
3.
Y así, conviene que, para que el entendimiento pueda llegar a unirse con ella y
hacerse divino en el estado de perfección, sea primero purgado y aniquilado en
su lumbre natural, poniéndole actualmente a oscuras por medio de esta oscura
contemplación. La cual tiniebla conviene que le dure tanto cuanto sea menester
para expeler y aniquilar el hábito que de mucho tiempo tiene en su manera de
entender en sí formado y, en su lugar, quede la ilustración y luz divina. Y así,
por cuanto aquella fuerza que tenía de entender antes es natural, de aquí se
sigue que las tinieblas que aquí padece son profundas y horribles y muy
penosas, porque, como se sienten en la profunda sustancia del espíritu, parecen
tinieblas sustanciales.
Ni
más ni menos, por cuanto la afección de amor que se le ha de dar en la divina
unión de amor es divina, y por eso muy espiritual, sutil y delicada y muy
interior, que excede a todo afecto y sentimiento de la voluntad, y todo apetito
de ello, conviene que, para que la voluntad pueda venir a sentir y gustar por
unión de amor esta divina afección y deleite tan subido, que no cae en la
voluntad naturalmente, sea primero purgada y aniquilada en todas sus afecciones
y sentimientos, dejándola en seco y en aprieto, tanto cuanto conviene según el
hábito que tenía de naturales afecciones, así acerca de lo divino como de lo
humano, para que, extenuada y enjuta y bien extricada en el fuego de esta divina
contemplación de todo género de demonio, como el corazón del pez de Tobías
en las brasas (Tb. 6, 19), tenga disposición pura y sencilla y el paladar
purgado y sano para sentir los subidos y peregrinos toques del divino amor en
que se verá transformada divinamente, expelidas todas las contrariedades
actuales y habituales, como decimos, que antes tenía.
4.
También porque en la dicha unión, a que la dispone y encamina esta oscura
noche, ha de estar el alma llena y dotada de cierta magnificencia gloriosa en la
comunicación con Dios, que encierra en sí innumerables bienes de deleites que
exceden toda la abundancia que el alma naturalmente puede poseer, porque en tan
flaco e impuro natural no la puede recibir, porque, según dice Isaías (64, 4):
Ni ojo lo vio, ni oído lo oyó, ni cayó en corazón humano lo que aparejó,
etc., conviene que primero sea puesta el alma en vacío y pobreza de espíritu,
purgándola de todo arrimo, consuelo y aprensión natural acerca de todo lo de
arriba y de abajo, para que, así vacía, esté bien pobre de espíritu y
desnuda del hombre viejo para vivir aquella nueva y bienaventurada vida que por
medio de esta noche se alcanza, que es el estado de la unión con Dios.
5.
Y porque el alma ha de venir a tener un sentido y noticia divina muy generosa y
sabrosa acerca de todas las cosas divinas y humanas que no cae en el común
sentir y saber natural del alma (que les mirará con ojos tan diferentes que
antes, como difiere el espíritu del sentido y lo divino de lo humano), conviénele
al espíritu adelgazarse y curtirse acerca del común y natural sentir, poniéndole
por medio de esta purgativa contemplación en grande angustia y aprieto, y a la
memoria remota de toda amigable y pacífica noticia, con sentido interior y
temple de peregrinación y extrañez de todas las cosas, en que le parece que
todas son extrañas y de otra manera que solían ser.
Porque
en esto va sacando esta noche al espíritu de su ordinario y común sentir de
las cosas, para traerle a sentido divino, el cual es extraño y ajeno de toda
humana manera. Aquí le parece el alma que anda fuera de sí en penas. Otras
veces piensa si es encantamiento el que tiene o embelesamiento, y anda
maravillada de las cosas que ve y oye, pareciéndole muy peregrinas y extrañas,
siendo las mismas que solía tratar comúnmente; de lo cual es causa el irse ya
haciendo remota el alma y ajena del común sentido y noticia acerca de las
cosas, para que, aniquilada en éste, quede informada en el divino, que es más
de la otra vida que de ésta.
6.
Todas estas aflictivas purgaciones del espíritu para reengendrarlo en vida de
espíritu por medio de esta divina influencia, las padece el alma, y con estos
dolores viene a parir el espíritu de salud, porque se cumpla la sentencia de
Isaías (26, 1718), que dice: De tu faz, Señor, concebimos, y estuvimos con
dolores de parto, y parimos el espíritu de salud.
Demás
de esto, porque por medio de esta noche contemplativa se dispone el alma para
venir a la tranquilidad y paz interior, que es tal y tan deleitable que, como
dice la Iglesia, excede todo sentido (Fil. 4, 7), conviénele al alma que toda
la paz primera que, por cuanto estaba envuelta con imperfecciones, no era paz,
aunque a la dicha alma le parecía (porque andaba a su sabor, que era paz, paz,
dos voces, esto es, que tenía ya adquirida la paz del sentido y del espíritu,
según se veía llena de abundancias espirituales) que esta paz del sentido y
del espíritu, que, como digo, aún es imperfecta, sea primero purgada en ella y
quitada y perturbada de la paz, como lo sentía y lloraba Jeremías en la
autoridad que de él alegamos para declarar las calamidades de esta noche
pasada, diciendo: Quitada y despedida está mi alma de la paz (Lm. 3, 17).
7.
Esta es una penosa turbación de muchos recelos, imaginaciones y combates que
tiene el alma dentro de sí, en que, con la aprehensión y sentimiento de las
miserias en que se ve, sospecha que está perdida y acabados sus bienes para
siempre. De aquí es que trae en el espíritu un dolor y gemido tan profundo que
le causa fuertes rugidos y bramidos espirituales, pronunciándolos a veces por
la boca, y resolviéndose en lágrimas cuando hay fuerza y virtud para poderlo
hacer, aunque las menos veces hay este alivio.
David
declara muy bien esto, como quien tan bien lo experimentó, en un salmo (37, 9)
diciendo: Fui muy afligido y humillado, rugía del gemido de mi corazón. El
cual rugido es cosa de gran dolor, porque algunas veces, con la súbita y aguda
memoria de estas miserias en que se ve el alma, tanto se levanta y cerca en
dolor y pena las afecciones del alma, que no sé cómo se podrá dar a entender
sino por la semejanza que el profeta Job (3, 24), estando en el mismo trabajo de
él, por estas palabras dice: De la manera que son las avenidas de las aguas, así
el rugido mío; porque así como algunas veces las aguas hacen tales avenidas
que todo lo anegan y llenan, así este rugido y sentimiento del alma algunas
veces crece tanto, que, anegándola y traspasándola toda, llena de angustias y
dolores espirituales todos sus afectos profundos y fuerzas sobre todo lo que se
puede encarecer.
8.
Tal es la obra que en ella hace esta noche encubridora de las esperanzas de la
luz del día. Porque a este propósito dice también el profeta Job (30, 17): En
la noche es horadada mi boca con dolores, y los que me comen no duermen. Porque
aquí por la boca se entiende la voluntad, la cual es traspasada con estos
dolores que en despedazar al alma ni cesan ni duermen, porque las dudas y
recelos que traspasan al alma así nunca duermen.
9.
Profunda es esta guerra y combate, porque la paz que espera ha de ser muy
profunda; y el dolor espiritual es íntimo y delgado, porque el amor que ha de
poseer ha de ser también muy íntimo y apurado; porque, cuanto más íntima y
esmerada ha de ser y quedar la obra, tanto más íntima, esmerada y pura ha de
ser la labor, y tanto más fuerte cuando el edificio más firme. Por eso, como
dice Job (30, 16, 27), se está marchitando en sí misma el alma, e hirviendo
sus interiores sin alguna esperanza.
Y
ni más ni menos, porque el alma ha de venir a poseer y gozar en el estado de
perfección, a que por medio de esta purgativa noche camina, a innumerables
bienes de dones y virtudes, así según la sustancia del alma como también según
las potencias de ella, conviene que primero generalmente se vea y sienta ajena y
privada de todos ellos y vacía y pobre de ellos, y le parezca que de ellos está
tan lejos, que no se pueda persuadir que jamás ha de venir a ellos, sino que
todo bien se le acabó; como también lo da a entender Jeremías en la dicha
autoridad (Lm. 3, 17), cuando dice: Olvidado estoy de los bienes.
10.
Pero veamos ahora cuál sea la causa por que siendo esta luz de contemplación
tan suave y amigable para el alma, que no hay más que desear (pues, como arriba
queda dicho, es la misma con que se ha de unir el alma y hallar en ella todos
los bienes en el estado de la perfección que desea), le cause con su
embestimiento a estos principios tan penosos y esquivos efectos como aquí
habemos dicho.
11.
A esta duda fácilmente se responde diciendo lo que ya en parte habemos dicho, y
es que la causa de esto es que no hay de parte de la contemplación e infusión
divina cosa que de suyo pueda dar pena, antes mucha suavidad y deleite, como
después se dirá, sino que la causa es la flaqueza e imperfección que entonces
tiene el alma, y disposiciones que en sí tiene y contrarios para recibirlos; en
los cuales embistiendo la dicha lumbre divina, ha de padecer el alma de la
manera ya dicha.
CAPÍTULO
10
Explícase
de raíz esta purgación por una comparación.
1.
De donde, para mayor claridad de lo dicho y de lo que se ha de decir, conviene
aquí notar que esta purgativa y amorosa noticia o luz divina que aquí decimos,
de la misma manera se ha en el alma, purgándola y disponiéndola para unirla
consigo perfectamente, que se ha el fuego en el madero para transformarle en sí.
Porque el fuego material, en aplicándose al madero, lo primero que hace es
comenzarle a secar, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que
en sí tiene; luego le va poniendo negro, oscuro y feo, y aun de mal olor, y, yéndole
secando poco a poco, le va sacando a luz y echando afuera todos los accidentes
feos y oscuros que tiene contrarios a fuego; y, finalmente, comenzándole a
inflamar por de fuera y calentarle, viene a transformarle en sí y ponerle tan
hermoso como el mismo fuego. En el cual término ya de parte del madero ninguna
pasión hay ni acción propia, salva la gravedad y cantidad más espesa que la
del fuego, porque las propiedades del fuego y acciones tiene en sí; porque está
seco, y seca; está caliente, y calienta; está claro y esclarece; está ligero
mucho más que antes, obrando el fuego en él estas propiedades y efectos.
2.
A este mismo modo, pues, habemos de filosofar acerca de este divino fuego de
amor de contemplación, que, antes que una y transforme el alma en sí, primero
la purga de todos sus accidentes contrarios; hácela salir afuera sus fealdades
y pónela negra y oscura, y así parece peor que antes y más fea y abominable
que solía. Porque, como esta divina purga anda removiendo todos los malos y
viciosos humores, que por estar ellos muy arraigados y asentados en el alma, no
los echaba ella de ver, y así no entendía que tenía en sí tanto mal; y
ahora, para echarlos fuera y aniquilarlos, se los ponen al ojo, y los ve tan
claramente alumbrada por esta oscura luz de divina contemplación (aunque no es
peor que antes, ni en sí ni para con Dios), como ve en sí lo que antes no veía,
parécele claro que está mal, que no sólo no está para que Dios la vea, mas
que está para que la aborrezca, y que ya la tiene aborrecida. De esta comparación
podemos ahora entender muchas cosas acerca de lo que vamos diciendo y pensamos
decir.
3.
Lo primero, podemos entender cómo la misma luz y sabiduría amorosa que se ha
de unir y transformar en el alma, es la misma que al principio la purga y
dispone; así como el mismo fuego que transforma en sí al madero incorporándose
en él, es el que primero le estuvo disponiendo para el mismo efecto.
4.
Lo segundo, echaremos de ver cómo estas penalidades no las siente el alma de
parte de la dicha sabiduría, pues, como dice el Sabio (Sab. 7, 11), todos los
bienes juntos le vienen al alma con ella, sino de parte de la flaqueza e
imperfección que tiene el alma para no poder recibir sin esta purgación su luz
divina, suavidad y deleite (así como el madero, que no puede luego que se le
aplica el fuego ser transformado hasta que sea dispuesto), y por eso pena tanto.
Lo cual el Eclesiástico (51, 29) aprueba bien, diciendo lo que él padeció
para venir a unirse con ella y gozarla, diciendo así: Mi ánima agonizó en
ella, y mis entrañas se enturbiaron en adquirirla; por eso poseeré buena
posesión.
5.
Lo tercero, podemos sacar de aquí de camino la manera de penar de los del
purgatorio. Porque el fuego no tendría en ellos poder, aunque se les aplicase,
si ellos no tuviesen imperfecciones en qué padecer, que son la materia en que
allí puede el fuego; la cual acabada, no hay más que arder; como aquí,
acabadas las imperfecciones, se acaba el penar del alma y queda el gozar.
6.
Lo cuarto, sacaremos de aquí cómo al modo que se va purgando y purificando por
medio de este fuego de amor, se va más inflamando en amor; así como el madero,
al modo y paso que se va disponiendo, se va más calentando. Aunque esta
inflamación de amor no siempre la siente el alma, sino algunas veces cuando
deja de embestir la contemplación tan fuertemente, porque entonces tiene lugar
el alma de ver y aun de gozar la labor que se va haciendo, porque se la
descubren; porque parece que alzan la mano de la obra y sacan al hierro de la
hornaza para que parezca en alguna manera la labor que se va haciendo; y
entonces hay lugar para que el alma eche de ver en sí el bien que no veía
cuando andaba la obra. Así también, cuando deja de herir la llama en el
madero, se da lugar para que se vea bien cuánto haya inflamádole.
7.
Lo quinto, sacaremos también de esta comparación lo que arriba queda dicho,
conviene a saber, cómo sea verdad que después de estos alivios vuelve el alma
a padecer más intensa y delgadamente que antes. Porque, después de aquella
muestra, que se hace después que se han purificado las imperfecciones más de
afuera, vuelve el fuego de amor a herir en lo que está por consumir y purificar
más adentro. En lo cual es más íntimo y sutil y espiritual el padecer del
alma, cuanto le va adelgazando las más íntimas y delgadas y espirituales
imperfecciones y más arraigadas en lo más adentro. Y esto acaece al modo que
en el madero: cuando el fuego va entrando más adentro, va con más fuerza y
furor disponiendo a lo más interior para poseerlo.
8.
Lo sexto, se sacará también de aquí la causa por que le parece al alma que
todo bien se le acabó y que está llena de males, pues otra cosa en este tiempo
no la llega sino todo amarguras; así también como al madero, que aire ni otra
cosa da en él más que fuego consumidor. Pero, después que se hagan otras
muestras como las primeras, gozará más de adentro, porque ya se hizo la
purificación más adentro.
9.
Lo séptimo, sacaremos que, aunque el alma se goza muy anchamente en estos
intervalos (tanto que, como dijimos, a veces le parece que no han de volver más),
con todo, cuando han de volver presto, no deja de sentir, si advierte (y a veces
ella se hace advertir) una raíz que queda, que no deja tener el gozo cumplido,
porque parece que está amenazando para volver a embestir; y cuando es así,
presto vuelve. En fin, aquello que está por purgar e ilustrar más adentro, no
se puede bien encubrir al alma acerca de lo ya purificado; así como también en
el madero lo que más adentro está por ilustrar es bien sensible la diferencia
que tiene de lo purgado; y cuando vuelve a embestir más adentro esta purificación
no hay que maravillar que le parezca al alma otra vez que todo el bien se le
acabó, y que no piense volver más a los bienes, pues que, puesta en pasiones más
interiores, todo el bien de afuera se le cegó.
10.
Llevando, pues, delante de los ojos esta comparación con la noticia que ya
queda dada sobre el primer verso de la primera canción de esta oscura noche y
de sus propiedades terribles, será bueno salir de estas cosas tristes del alma
y comenzar ya a tratar del fruto de sus lágrimas y de sus propiedades dichosas,
que se comienzan a cantar desde este segundo verso:
Con
ansias en amores inflamada.
CAPÍTULO
11
Comiénzase
a explicar el segundo verso de la primera canción. Dice cómo el alma, por
fruto de estos rigurosos aprietos, se halla con vehemente pasión de amor
divino.
1.
En el cual verso da a entender el alma el fuego de amor que habemos dicho, que,
a manera del fuego material en el madero, se va prendiendo en el alma en esta
noche de contemplación penosa. La cual inflamación, aunque es en cierta manera
como la que arriba declaramos que pasaba en la parte sensitiva del alma, es en
alguna manera tan diferente de aquélla ésta que ahora dice, como lo es el alma
del cuerpo, o la parte espiritual de la sensitiva. Porque ésta es una inflamación
de amor en el espíritu en que, en medio de estos oscuros aprietos, se siente
estar herida el alma viva y agudamente en fuerte amor divino en cierto
sentimiento y barrunto de Dios, aunque sin entender cosa particular, porque,
como decimos, el entendimiento está a oscuras.
2.
Siéntese aquí el espíritu apasionado en amor mucho, porque esta inflamación
espiritual hace pasión de amor; que, por cuanto este amor es infuso, es más
pasivo que activo, y así engendra en el alma pasión fuerte de amor. Va
teniendo ya este amor algo de unión con Dios, y así participa algo de sus
propiedades, las cuales son más acciones de Dios que de la misma alma, las
cuales se sujetan en ella pasivamente; aunque el alma lo que aquí hace es dar
el consentimiento; mas al calor y fuerza, y temple y pasión de amor o inflamación,
como aquí la llama el alma, sólo el amor de Dios que se va uniendo con ella se
le pega. El cual amor tanto más lugar y disposición halla con el alma para
unirse y herir en ella, cuanto más encerrados, enajenados e inhabilitados le
tiene todos los apetitos para gustar de cosa del cielo ni de la tierra.
3.
Lo cual en esta oscura purgación, como ya queda dicho, acaece en gran manera,
pues tiene Dios tan destetados los gustos y tan recogidos, que no pueden gustar
de cosa que ellos quieran. Todo lo cual hace Dios a fin de que, apartándolos y
recogiéndolos todos para sí, tenga el alma más fortaleza y habilidad para
recibir esta fuerte unión de amor de Dios, que por este medio purgativo le
comienza ya a dar, en que el alma ha de amar con gran fuerza de todas las
fuerzas y apetitos espirituales y sensitivos del alma: lo cual no podría ser si
ellos se derramasen en gustar de otra cosa. Que, por eso, para poder David
recibir la fortaleza del amor de esta unión de Dios, decía a Dios (Sal. 58,
10): Mi fortaleza guardaré para ti, esto es, de toda la habilidad y apetitos y
fuerzas de mis potencias, no queriendo emplear su operación ni gusto fuera de
ti en otra cosa.
4.
Según esto, en alguna manera se podría considerar cuánta y cuán fuerte podrá
ser esta inflamación de amor en el espíritu, donde Dios tiene recogidas todas
las fuerzas, potencias y apetitos del alma, así espirituales como sensitivas,
para que toda esta armonía emplee sus fuerzas y virtud en este amor, y así
venga a cumplir de veras con el primer precepto, que, no desechando nada del
hombre ni excluyendo cosa suya de este amor, dice (Dt. 6, 5): Amarás a tu Dios
de todo tu corazón, y de toda tu mente, y de toda tu alma, y de todas tus
fuerzas.
5.
Recogidos aquí, pues, en esta inflamación de amor todos los apetitos y fuerzas
del alma, estando ella herida y tocada, según todos ellos, y apasionada, ¿cuáles
podremos entender que serán los movimientos y digresiones de todas estas
fuerzas y apetitos, viéndose inflamadas y heridas de fuerte amor y sin la
posesión y satisfacción de él, en oscuridad y duda?; sin duda, padeciendo
hambre, como los canes, que dice David (Sal. 58, 7, 1516) rodearon la ciudad, y,
no se viendo hartos de este amor, quedaron ahullando y gimiendo. Porque el toque
de este amor y fuego divino de tal manera seca al espíritu y le enciende tanto
los apetitos por satisfacer su sed de este divino amor, que da mil vueltas en sí
y se ha de mil modos y maneras a Dios con la codicia y deseo del apetito. David
da muy bien a entender esto en un salmo (62, 2), diciendo: Mi alma tuvo sed de
ti: ¡cuán de muchas maneras se ha mi carne a ti!, esto es, en deseos. Y otra
translación dice: Mi alma tuvo sed de ti, mi alma se pierde o perece por ti.
6.
Esta es la causa por que dice el alma en el verso que "con ansias en
amores" y no dice: "con ansias en amor inflamada", porque en
todas las cosas y pensamientos que en sí revuelve y en todos los negocios y
cosas que se le ofrecen ama de muchas maneras, y desea y padece en el deseo
también a este modo en muchas maneras en todos los tiempos y lugares, no
sosegando en cosa, sintiendo esta ansia en la inflamada herida, según el
profeta Job (7, 24) lo da a entender, diciendo: Así como el siervo desea la
sombra y como el mercenario desea el fin de su obra, así tuve yo los meses vacíos
y conté las noches prolijas y trabajosas para mí. Si me recostare a dormir,
diré: ¿cuándo me levantaré? Y luego esperaré la tarde, y seré lleno de
dolores hasta las tinieblas de la noche.
Hácesele
a esta alma todo angosto, no cabe en sí, no cabe en el cielo ni en la tierra, y
llénase de dolores hasta las tinieblas que aquí dice Job, hablando
espiritualmente y a nuestro propósito: esperar y padecer sin consuelo de cierta
esperanza de alguna luz y bien espiritual, como aquí lo padece el alma. De
donde el ansia y pena de esta alma en esta inflamación de amor es mayor, por
cuanto es multiplicada de dos partes: lo uno, de parte de las tinieblas
espirituales en que se ve, que con sus dudas y recelos la afligen; lo otro, de
parte del amor de Dios, que la inflama y estimula, que con su herida amorosa ya
maravillosamente la atemoriza.
7.
Las cuales dos maneras de padecer en semejante sazón da bien a entender Isaías
(26, 9), diciendo: Mi alma te deseó en la noche, esto es, en la miseria; y ésta
es la una manera de padecer de parte de esta noche oscura. Pero con mi espíritu,
dice, en mis entrañas hasta la mañana velaré por ti; y ésta es la segunda
manera de penar en deseo y ansia de parte del amor en las entrañas del espíritu,
que son las afecciones espirituales.
Pero
en medio de estas penas oscuras y amorosas siente el alma cierta compañía y
fuerza en su interior, que la acompaña y esfuerza tanto, que, si se le acaba
este peso de apretada tiniebla, muchas veces se siente sola, vacía y floja. Y
la causa es entonces que, como la fuerza y eficacia del alma era pegada y
comunicada pasivamente del fuego tenebroso de amor que en ella embestía, de aquí
es que, cesando de embestir en ella, cesa la tiniebla y la fuerza y calor de
amor en el alma.
CAPÍTULO
12
Dice
cómo esta horrible noche es purgatorio, y cómo en ella ilumina la divina
Sabiduría a los hombres en el suelo con la misma iluminación que purga e
ilumina a los ángeles en el cielo.
1.
Por lo dicho echaremos de ver cómo esta oscura noche de fuego amoroso, así
como a oscuras va al alma inflamando. Echaremos de ver también cómo, así como
se purgan los espíritus en la otra vida con fuego tenebroso material, en esta
vida se purgan y limpian con fuego amoroso tenebroso espiritual; porque ésta es
la diferencia: que allá se limpian con fuego, y acá se limpian e iluminan sólo
con amor. El cual amor pidió David (Sal. 50, 12)) cuando dijo: Cor mundum crea
in me, Deus, etc. Porque la limpieza de corazón no es menos que el amor y
gracia de Dios; porque los limpios de corazón son llamados por nuestro Salvador
bienaventurados (Mt. 5, 8), lo cual es tanto como decir "enamorados",
pues que la bienaventuranza no se da por menos que amor.
2.
Y que se purgue iluminándose el alma con este fuego de sabiduría amorosa
(porque nunca da Dios sabiduría mística sin amor, pues el mismo amor la
infunde), muéstralo bien Jeremías (Lm. 1, 13) donde dice: Envió fuego en mis
huesos y enseñóme. Y David (Sal. 111, 7) dice que la sabiduría de Dios es
plata examinada en fuego, esto es, en fuego purgativo de amor. Porque esta
oscura contemplación juntamente infunde en el alma amor y sabiduría, a cada
uno según su capacidad y necesidad, alumbrando al alma y purgándola, como dice
el Sabio (Ecli. 51, 2526) de sus ignorancias, como dice que lo hizo con él.
3.
De aquí también inferiremos que purga estas almas y las ilumina la misma
Sabiduría de Dios que purga a los ángeles de sus ignorancias, haciéndolos
saber, alumbrándolos de lo que no sabían, derivándose desde Dios por las
jerarquías primeras hasta las postreras, y de ahí a los hombres. Que, por eso,
todas las obras que hacen los ángeles e inspiraciones, se dicen con verdad en
la Escritura y propiedad hacerlas Dios y hacerlas ellos; porque de ordinario las
deriva por ellos, y ellos también de unos en otros sin alguna dilación, así
como el rayo del sol comunicado de muchas vidrieras ordenadas entre sí; que,
aunque es verdad que de suyo el rayo pasa por todas, todavía cada una le envía
e infunde en la otra más modificado, conforme al modo de aquella vidriera, algo
más abreviada y remisamente, según ella está más o menos cerca del sol.
4.
De donde se sigue que los superiores espíritus y los de abajo, cuanto más
cercanos están a Dios, más purgados están y clarificados con más general
purificación; y que los postreros recibirán esta iluminación muy más tenue y
remota. De donde se sigue que el hombre, que está el postrero, hasta el cual se
viene derivando esta contemplación de Dios amorosa, cuando Dios se la quiere
dar, que la ha de recibir a su modo, muy limitada y penosamente.
Porque
la luz de Dios que al ángel ilumina, esclareciéndole y suavizándole en amor,
por ser puro espíritu, dispuesto para la tal infusión, al hombre, por ser
impuro y flaco, naturalmente le ilumina, como arriba queda dicho, oscureciéndole,
dándole pena y aprieto, como hace el sol al ojo legañoso y enfermo, y le
enamora apasionada y aflictivamente, hasta que este mismo fuego de amor le
espiritualice y sutilice, purificándole hasta que con suavidad pueda recibir la
unión de esta amada influencia a modo de los ángeles y ya purgado, como después
diremos, mediante el Señor. Pero, en el entretanto, esa contemplación y
noticia amorosa recíbela con el aprieto y ansia de amor que decimos aquí.
5.
Esta inflamación y ansia de amor no siempre el alma la anda sintiendo; porque a
los principios que comienza esta purgación espiritual, todo se le va a este
divino fuego más en enjugar y disponer la madera del alma que en calentarla;
pero ya, andando el tiempo, cuando ya este fuego va calentando el alma, muy de
ordinario siente esta inflamación y calor de amor.
Aquí,
como se va más purgando el entendimiento por medio de esta tiniebla, acaece que
algunas veces esta mística y amorosa teología, juntamente con inflamar la
voluntad, hiere también ilustrando la otra potencia del entendimiento con
alguna noticia y lumbre divina, tan sabrosa y delgadamente, que, ayudada de
ella, la voluntad se afervora maravillosamente, ardiendo en ella, sin ella
hacerse nada, ese divino fuego de amor en vivas llamas, de manera que ya al alma
le parece él vivo fuego por causa de la viva inteligencia que se le da. Y de
aquí es aquello que dice David en un salmo (38, 4), diciendo: Calentóse mi
corazón dentro de mí, y cierto fuego, en tanto que yo entendía, se encendía.
6.
Y este entendimiento de amor con unión de estas dos potencias, entendimiento y
voluntad, que se unen aquí, es cosa de gran riqueza y deleite para el alma;
porque es cierto toque en la Divinidad y ya principios de la perfección de la
unión de amor que espera. Y así, a este toque de tan subido sentir y amor de
Dios no se llega sino habiendo pasado muchos trabajos y gran parte de la purgación;
mas para otros más bajos, que muy ordinariamente acaecen, no es menester tanta
purgación.
7. De lo que habemos dicho aquí se colige cómo en estos bienes espirituales, que pasivamente se infunden por Dios en el alma, puede muy bien amar la voluntad sin entender el entendimiento, así como el entendimiento puede entender sin que ame la voluntad; porque, pues esta noche oscura de contemplación consta de luz divina y amor, así como el fuego tiene luz y calor, no es inconveniente que, cuando se comunica esta luz amorosa, algunas veces hiera más en la voluntad, inflamándola con el amor, dejando a oscuras al entendimiento sin herir en él con la luz; y otras, alumbrándole con la luz, dando inteligencia, dejando seca la voluntad, como también acaece poder recibir el calor del fuego sin ver la luz, y también ver la luz sin recibir el calor del fuego, y esto obrándolo el Señor que infunde como quiere.