AVISOS A UN RELIGIOSO PARA ALCANZAR LA PERFECCIÓN
San
Juan de la Cruz
1.
Jesús Mariae Filius. Pidióme su santa caridad mucho en pocas palabras; para lo
cual era necesario mucho tiempo y papel. Viéndome, pues, falto de todas estas
cosas, procuré de resumirme y poner solamente algunos puntos o avisos, que en
suma contienen mucho y que quien perfectamente los guardare alcanzará mucha
perfección. El que quisiere ser verdadero religioso y cumplir con el estado que
tiene prometido a Dios, y aprovechar en las virtudes y gozar de las
consolaciones y suavidad del Espíritu Santo, no, no podrá si no procura
ejercitar con grandísimo cuidado los cuatro avisos siguientes, que son:
resignación, mortificación, ejercicio de virtudes, soledad corporal y
espiritual.
2.
Para guardar lo primero, que es resignación, le conviene que de tal manera viva
en el monasterio como si otra persona en él no viviese. Y así, jamás se
entremeta, ni de palabra ni de pensamiento, en las cosas que pasan en la
comunidad ni de las particulares, no queriendo notar ni sus bienes, ni sus
males, ni sus condiciones; y, aunque se hunda el mundo, ni querer advertir ni
entremeterse en ello, por guardar el sosiego de su alma; acordándose de la
mujer de Lot, que, porque volvió la cabeza a mirar los clamores y ruido de los
que perecían, se volvió en dura piedra (Gn. 19, 26).
Esto
ha menester guardar con gran fuerza, porque con ello se librará de muchos
pecados e imperfecciones y guardará el sosiego y quietud de su alma, con mucho
aprovechamiento delante de Dios y de los hombres.
Y
esto se mire mucho, que importa tanto, que por no lo guardar muchos religiosos,
no sólo nunca les lucieron las otras obras de virtud y de religión que
hicieron, mas fueron siempre hacia atrás de mal en peor.
3.
Para obrar lo segundo y aprovecharse en ello, que es mortificación, le conviene
muy de veras poner en su corazón esta verdad, y es que no ha venido a otra cosa
al convento sino para que le labren y ejerciten en la virtud, y que es como la
piedra, que la han de pulir y labrar antes que la asienten en el edificio.
Y
así, ha de entender que todos los que están en el convento no son más que
oficiales que tiene Dios allí puestos para que solamente le labren y pulan en
mortificación, y que unos le han de labrar con la palabra, diciéndole lo que
no quisiera oír; otros con la obra, haciendo contra él lo que no quisiera
sufrir; otros con la condición, siéndole molestos y pesados en sí y en su
manera de proceder; otros con los pensamientos, sintiendo en ellos o pensando en
ellos que no le estiman ni aman.
Y
todas estas mortificaciones y molestias debe sufrir con paciencia interior,
callando por amor de Dios, entendiendo que no vino a la Religión para otra cosa
sino para que lo labrasen así y fuese digno del cielo. Que, si para esto no
fuera, no había para qué venir a la Religión, sino estarse en el mundo
buscando su consuelo, honra y crédito y sus anchuras.
4.
Y este segundo aviso es totalmente necesario al religioso para cumplir con su
estado y hallar la verdadera humildad, quietud interior y gozo en el Espíritu
Santo. Y, si así no lo ejercita, ni sabe ser religioso, ni aun a lo que vino a
la Religión; ni sabe buscar a Cristo, sino a sí mismo; ni hallará paz en su
alma, ni dejará de pecar y turbarse muchas veces.
Porque
nunca han de faltar ocasiones en la Religión, ni Dios quiere que falten,
porque, como trae allí a las almas para que se prueben y purifiquen, como el
oro con fuego y martillo (Eccli. 2, 5), conviene que no falten pruebas y
tentaciones de hombres y de demonios, fuego de angustias y desconsuelos.
En
las cuales cosas se ha de ejercitar el religioso, procurando siempre llevarlas
con paciencia y conformidad con la voluntad de Dios, y no llevarlo de manera
que, en lugar de aprovecharle Dios en la probación, le venga a reprobar por no
haber querido llevar la cruz de Cristo con paciencia.
Por
no entender muchos religiosos que vinieron a esto, sufren mal a los otros; los
cuales al tiempo de la cuenta se hallaran muy confusos y burlados.
5.
Para obrar lo tercero, que es ejercicio de virtudes, le conviene tener
constancia en obrar las cosas de su Religión y de la obediencia, sin ningún
respeto de mundo, sino solamente por Dios. Y para hacer esto así y sin engaño,
nunca ponga los ojos en el gusto o disgusto que se le ofrece en la obra para
hacerla o dejarla de hacer, sino a la razón que hay de hacerla por Dios. Y así,
ha de hacer todas las cosas, sabrosas o desabridas, con este solo fin de servir
a Dios con ellas.
6.
Y para obrar fuertemente y con esta constancia y salir presto a luz con las
virtudes, tenga siempre cuidado de inclinarse más a lo dificultoso que a lo fácil,
a lo áspero que a lo suave, y a lo penoso de la obra y desabrido que a lo
sabroso y gustoso de ella, y no andar escogiendo lo que es menos cruz, pues es
carga liviana (Mt. 11, 30 ); y cuanto más carga, más leve es, llevada por
Dios. Procure también siempre que tos Hermanos sean preferidos a él en todas
las comodidades, poniéndose siempre en más bajo lugar, y esto muy de corazón,
porque éste es el modo de ser mayor en lo espiritual, como nos dice Dios en su
Evangelio: Qui se humiliaverit, exaltabitur (Lc. 14, 11).
7.
Para obrar lo cuarto, que es soledad, le conviene tener todas las cosas del
mundo por acabadas, y así cuando, por no poder más, las hubiere de tratar, sea
tan desasidamente como si no fuesen.
8.
Y de las cosas de allá fuera no tenga cuenta ninguna, pues Dios te ha ya sacado
y descuidado de ellas. El negocio que pudiere tratar por tercera persona no lo
haga por sí mismo, porque te conviene mucho ni querer ver a nadie, ni que nadie
te vea.
Y
advierta mucho que, si a cualquiera de los fieles ha Dios de pedir estrecha
cuenta de una palabra ociosa (Mt. 12, 26), cuánto más al religioso, que tiene
toda su vida y obras consagradas a Dios, y se las ha de pedir todas el día de
su cuenta.
9.
No quiero decir por esto que deje de hacer el oficio que tiene, y cualquiera
otro que la obediencia le mandare, con toda la solicitud posible y que fuere
necesaria, sino que de tal manera lo haga que nada se le pegue en él de culpa,
porque esto no lo quiere Dios ni la obediencia.
Para
esto procure ser continuo en la oración, y en medio de los ejercicios
corporales no la deje. Ahora coma, ahora beba, o hable o trate con seglares, o
haga cualquier otra cosa, siempre ande deseando a Dios y aficionando a él su
corazón, que es cosa muy necesaria para la soledad interior, en la cual se
requiere no dejar el alma parar ningún pensamiento que no sea enderezado a Dios
y en olvido de todas las cosas que son y pasan en esta mísera y breve vida.
En
ninguna manera quiera saber cosa, sino sólo cómo servirá más a Dios y
guardará mejor las cosas de su instituto.
10.
Si estas cuatro cosas guardare Su Caridad con cuidado, muy en breve será
perfecto, las cuales de tal manera se ayudan una a otra, que, si en una faltare,
lo que por las otras fuere aprovechando y ganando, por aquella en que falta se
le va perdiendo.
GRADOS DE PERFECCIÓN
1.
No hacer un pecado por cuanto hay en el mundo, ni hacer ningún venial a
sabiendas, ni imperfección conocida.
2.
Procurar andar siempre en la presencia de Dios, o real, o imaginaria, o unitiva,
conforme con las obras se compadeciere.
3.
No hacer cosa ni decir palabra notable que no la dijera o hiciera Cristo si
estuviera en el estado que yo estoy y tuviera la edad y salud que yo tengo.
4.
Procure en todas las cosas la mayor honra y gloria de Dios.
5.
Por ninguna ocupación dejar la oración mental, que es sustento del alma.
6.
No dejar el examen de conciencia por las ocupaciones, y por cada falta hacer
alguna penitencia.
7.
Tener gran dolor por cualquier tiempo perdido o que se le pasa en que no ame a
Dios.
8.
En todas las cosas altas y bajas tenga por fin a Dios, porque de otra manera no
crecerá en perfección y mérito.
9.
Nunca falte en la oración, y cuando tuviere sequedad y dificultad, por el mismo
caso persevere en ella, porque quiere Dios muchas veces ver lo que tiene en su
alma, lo cual no se prueba en la facilidad y gusto.
10.
Del cielo y de la tierra siempre lo más bajo y el lugar y oficio más ínfimo.
11.
Nunca se entremeta en lo que no le es mandado ni porfíe en cosa alguna, aunque
sea el que tiene razón. Y en lo que le fuere mandado, si le dieren el pie (como
dicen) no se tome la mano, que algunos se engañan en esto, entendiendo que
tienen obligación de hacer lo que nada les obliga si bien lo mirasen.
12.
De las cosas ajenas, buenas o malas, nunca tenga cuenta, porque, allende del
peligro que hay de pecar, es causa de distracciones y poco espíritu.
13.
Procure siempre confesarse con mucho conocimiento de su miseria y con claridad y
pureza.
14.
Aunque las cosas de su obligación y oficio se le hagan dificultosas y acedas,
no desmaye por entonces en ellas, porque no ha de ser siempre así, y Dios, que
prueba el alma fingiendo trabajo en el precepto (Sal. 93, 20 ), de allí a poco
le hará sentir el bien y ganancia.
15.
Siempre se acuerde de que todo lo que por él pasare, próspero o adverso, viene
de Dios, para que así ni en lo uno se ensoberbezca ni en lo otro desmaye.
16.
Acuérdese siempre cómo no ha venido más de a ser santo, y así no admita
reinar cosa en su alma que no encamine a santidad.
17.
Siempre sea amigo más de dar a otros contento que a sí mismo, y así no tendrá
envidia ni propiedad acerca del prójimo. Esto se entiende en lo que fuere según
perfección, porque se enoja Dios mucho contra los que no anteponen lo que a él
place al beneplácito de los hombres. Soli Deo honor et gloria.