SAN BASILIO EL GRANDE (329-379)

 

VIDA

 

San Basilio es de Cesárea tanto por su nacimiento como por su muerte. Primogénito de una familia de diez hijos, de una verdadera familia de santos. Porque su padre, el retórico Basilio, y dos de sus hermanos igualmente obispos, Gregorio de Nisa y Pedro de Sebaste, están oficialmente canonizados. Su madre Emelia era hija de un mártir y hermana de un obispo; una de sus hermanas, la virgen Macrina, vivió y murrio en olor de santidad.

 

Según la costumbre muy extendida en esta época, Basilio no fue bautizado en su infancia. Lo cual no le impidió recibir en el hogar paterno una educación profundamente cristiana. Fue estudiante primeramente en su ciudad natal, luego en Constantinopla y finalmente en Atenas: en esta última ciudad fue el condiscípulo y el amigo de quien llegaría a ser San Gregorio de Nacianzo, y allí conoció también al futuro emperador Juliano.

 

Algún tiempo profesor de en Cesarea, desde la edad de 26 años se apasionó Basilio del ideal monástico. Para informarse acerca de este género de vida emprendió entonces un largo viaje y conoció a los monjes cenobitas o solitarios de Egipto, de Palestina, de Siria y de Mesopotamia. Maduramente estudiaba su vocación, al volver se hizo bautizar; luego, tomando al pie de la letra el consejo evangélico, vendió sus bienes, dio su precio a los pobres y se retiró a la soledad de Annesí, en los alrededores de Neo-Cesarea, con algunos compañeros, siendo de ellos Gregorio de Nacianzo.

 

Sin embargo, el doble brillo de su ciencia y de su virtud no tardó en desbordar las fronteras de su desierto.

El obispo de Cesárea, Eusebio, quiso hacerlo consejero y auxiliar suyo, Ordenado sacerdote, inmediatamente mostró de cuanto era capaz, para sostener a los cristianos contra la persecución del emperador Juliano: firmeza de Fe, temple de carácter, prestigio tanto con los príncipes como con el pueblo. Descartado por un momento, a consecuencia de un desacuerdo con su obispo, y habiendo vuelto a su soledad, Basilio se reconcilió con Eusebio gracias a una intervención de Gregorio de Nacianzo, y recobró su puesto, donde esta vez tuvo que luchar contra los amaños del emperador Valente, ganado al arrianismo. En 370 sucedía en la sede episcopal de Cesarea a Eusebio difunto.

 

Carga pesadísima, puesto que Cesarea era entonces la metrópoli de una cincuentena de obispados dispersos en once provincias. Era allí, evidentemente, donde el emperador quería imponer primeramente sus decisiones: al nuevo obispo le exigió, antes que a sus sufragáneos, una adhesión escrita a la famosa profesión de fe arriana del Concilio de Rímini. Al prefecto de Capadocia, que le notificaba la orden imperial, le contestó así: “Tan lejos estoy lo mismo de quitar que de agregar la menor cosa el Símbolo de la Fe, que no me atrevería a cambiarle ni siquiera el orden de las palabras”. Y como el funcionario se admirara de encontrar por primera vez semejante resistencia, Basilio respondió: “¿Es que jamás habías tratado con un obispo?”.

 

Cuéntase que un episodio milagroso obró entonces un cambio en el emperador. En el momento en que quiso éste firmar el decreto de destierro, la silla en la que se sentó se rompió; luego, tres veces seguidas la pluma se negó a tomar tinta; en fin, como todavía se obstinara, su mano derecha, presa de crispaciones nerviosas, tembló tanto que le impidió escribir. A la noche siguiente la emperatriz fue torturada por dolores inexplicables, y su hijo iba a morir. Llamado Basilio a la cabecera del niño, su sola presencia le devolvió la salud. Pero habiendo llamado el emperador a los herejes a su vez, para que lo vieran, el niño murrio.

Basilio terminó por obtener tal ascendiente sobre el emperador, que éste le encargó el restablecimiento de la concordia entre los obispos de Armenia y el proveer a las sedes vacantes.

Habiendo sido dividida la Capadocia en dos provincias, un nuevo metropolitano, Antimio de Tiana, se enderezó como un rival ante Basilio de Cesarea.

 

Cuidadoso de salvaguardar su autoridad, éste creyó de su deber crear nuevos obispados, desde luego el de Sasima, que confío a su amigo Gregorio de Nacianzo. Un escritor contemporáneo no tuvo empacho en escribir a este propósito: “Sasima, un desecho de San Basilio”. En efecto, esto fue la coacción de un disentimiento entre los dos amigos: ya sea porque Gregorio se juzgara indigno de tal cargo, ya sea que dudase de la oportunidad de tal innovación, Gregorio no aceptó sino de mala gana el ofrecimiento que se le hacía y aun se quejó de cierta violencia moral, y por sus aplazamientos permitió que Antimio se apoderara del nuevo obispado.

 

Un cisma desgarraba a la Iglesia de Antioquía, y su repercusión acentuaba aún más la oposición entre el Oriente y el Occidente. Porque dos obispos se enfrentaban, Melesio y Paulino. El conflicto versaba sobre las fórmulas trinitarias, la distinción entre substancia y esencia, entre persona e hipóstasis. Restablecer la paz y la unión fue uno de los grandes objetivos de San Basilio: en informaciones con San Atanasio, obispo de Alejandría, y luego con el Papa San Dámaso, se propuso hacer que enmudecieran esas querellas de terminología para conciliar los espíritus con fórmulas doctrinales simples y claras. Por mucho tiempo incomprendido, aun sospecho, el obispo de Cesarea no vio el feliz efecto de sus intervenciones, el cual no se notó sino al día siguiente de su muerte.

 

Una nueva herejía, el Apolinarismo, que negaba la unidad de Persona en Cristo; y una nueva intriga, la de Vitalis, discípulo de Apolinar, que reivindicaba la sede episcopal de Antioquía, obligaron a San Basilio a emprender nuevos combates y nuevas gestiones, por una parte para defender la verdad católica, por otra parte para desenmascarar al impostor.

Paralelamente a su obra doctrinal, San Basilio realizó una obra caritativa multiforme. Su solicitud se extendía a todos los débiles.

 

Cartas a las autoridades para pedir exenciones o reducción de impuestos o subsidios a favor de gentes pobres y aun de aldeas y ciudades; la súplica a un señor para que perdonara a su esclavo; la amonestación a un padre de familia pagano para conminarlo a acoger a su hijo convertido al cristianismo; defensa de una viuda a la que un magistrado pretendía desposar contra la voluntad de ella, etc. En cada circunscripción bajo la autoridad de un obispo, se construyó un hospicio para enfermos e indigentes. Y a las puertas de Cesarea se construyó la “Basilíada’ , inmenso hospital con las promociones de una ciudad, al que el obispo consagró la herencia que le tocó a la muerte de su madre.

 

Al desaparecer Valente, muerto por los godos cerca de Andrinópolis en 378, su sucesor Graciano puso fin a la persecución, y restableció la libertad religiosa. Además del apaciguamiento, San Basilio tuvo el gozo de ver a su amigo Gregorio de Nacianzo en la sede episcopal de Constantinopla. Podía cantar su “Nunc dimittis”. Aunque apenas de cincuenta años, pero de delicada complexión, y debilitando todavía más por los rigores de la ascesis, prematuramente gastado por los trabajos y los combates ----“ya no era sino piel y huesos”, dice la leyenda del brevario----, San Basilio había merecido la recompensa prometida a los valientes soldados de Cristo.

 

Su vida y su elogio son trazados por sus contemporáneos, San Gregorio de Nisa ----su propio hermano----, San Gregorio de Nacianzo---- -----su íntimo amigo desde la infancia-----; y San Jerónimo le consagra bellas páginas en sus Hombres Ilustres. Todos estos testigos concuerdan en ver en San Basilio un administrador de primer orden, un hombre de gobierno. Refrenando una sensibilidad demasiado viva, reflexionaba largamente para dominar las primeras impresiones; pero una vez tomada la decisión, la ejecutaba con una energía indomable. Leal y desinteresado hasta el escrúpulo, ponía su deber por encima de toda conveniencia personal; y no dudó en romper amistades muy queridas cuando se trató del bien general de su diócesis o de la Iglesia. Y si en algo se equivocó, al menos nadie puede poner en duda su prudencia y su rectitud.

 

OBRAS

 

Esencialmente hombre de acción, aunque San Basilio deja a pesar de todo una obra literaria y doctrinal poderosa, no se encierra ésta en tratados compuestos para la escuela, sino en discursos y escritos de circunstancias que esparcen el pensamiento. Una lectura atenta descubre en ellos sin embargo los elementos esenciales del dogma y de la moral católicos, y principalmente precisiones sobre los puntos de doctrina puestos en duda por las herejías de la época, y vigorosas llamadas al orden a propósito de preceptos burlados por los cristianos de entonces.

 

“Todas las variedades del pensamiento metafísico de la antigüedad le son evidentemente familiares a la mente del escritor: de allí toma constantemente ideas, explicaciones, definiciones. . . Pero una filosofía del dogma propia de San Basilio, y seguida por él en todos sus pensamientos, más de un comentador la ha buscado, engañado por el nombre de Platón cristiano que los contemporáneos le habían otorgado. . . Pero no se ha hallado ni se hallará nada semejante. En las manos de Basilio, el arma de la filosofía es puramente defensiva. Cuando los enemigos de la Fe atacan el dogma o lo desnaturalizan en virtud de un argumento sacado de un sistema filosófico, Basilio entra tras de ellos en el sistema que han adoptado, para probarles que sus argumentos carecen de fuerza y no llevan a la consecuencia que ellos sacan de allí. Luego, una vez rechazado el ataque, entra en la ciudadela del dogma y la vuelve a cerrar sobre él. . . Antes de él, Atanasio había arengado a los soldados de la Fe como un general que encabeza el asalto; Orígenes había dogmatizado ante sus discípulos; Basilio, el primero, habla a todas horas, ante toda clase de hombres, un lenguaje a la vez natural y sabio, cuya elegancia jamás mengua ni la simplicidad ni la fuerza. Ninguna facundia más ornada, más nutrida de reminiscencias clásicas que la suya; ninguna sin embargo que esté más a la mano, que brote más naturalmente de la fuente, que sea más accesible a todas las inteligencias. El estudio no hizo sino prepararle un tesoro siempre abierto, en el que la inspiración se abreva sin tasa para las necesidades del ida. En cuanto a este mérito de facilidad a la vez brillante y usual, su propio condiscípulo Gregorio no se le puede comprar. . . La palabra es más bien un ornamento para Gregorio; para Basilio es una arma cuya empuñadura por bien cincelada que esté, no sirve sino para hundir la punta más a fondo. En Gregorio tenemos al retórico a menudo y siempre al poeta; en cambio en Basilio sólo el orador respira” (M. de Broglie, L’Eglise et I’Empire romain au IVe siècle, t. IV, V).

 

. . .”Es grave, sentencioso, aun austero en la elección. Había meditado profundamente todo el detalle del Evangelio; conocía a fondo las enfermedades del hombre; es un gran maestro para el gobierno de las armas “ (Fénelon, Dialogues sur L’éloquence, III).

 

. . .”Focio lo coloca entre los escritores de primer rango por el orden y la claridad de los pensamientos, por la pureza y la propiedad del lenguaje, por la elegancia y la naturalidad. . . Los críticos modernos gustan de admirar en él el equilibrio de dones variados de especulación, de erudición, de retórica y de gobierno” (Mgr. Batiffol, Anciennes littératures chrétiennes: la littérature grecque).

 

La primera cronológicamente de las obras de San Basilio es “Filocalia” (El amigo de la belleza), florilegio de pensamientos sacados de las obras de Orígenes, compuesto en colaboración con San Gregorio de Nacianzo. Aun cuando el fondo sea prestado, la ordenación y la presentación de esos pensamientos dan al libro un giro más bien original, muy alejado de una fastidiosa compilación.

Los trabajos de San Basilio sobre las Sagradas Escrituras, todos inspirados por la finalidad de enseñanza popular que se propone el autor, tiene mucho más el carácter de comentarios que de crítica textual.

 

“El Examerón”, llamado así porque trata “de los seis días de la Creación según el relato del Génesis”, comprende nueve Homilías pronunciadas por Basilio, todavía simple sacerdote, en el curso de una cuaresma. Serie incompleta, sin embargo, puesto que la obra del sexto día, la creación del hombre, no es tocada. Lo fue más tarde por San Gregorio de Nisa, deseoso de completar el trabajo de su hermano. Ateniéndose al sentido literal del texto sagrado, San Basilio se pronuncia con vigor contra el abuso demasiado frecuente del sentido alegórico. Luego, resueltamente, opone la inmutabilidad de la palabra divina a los sistemas variables y contradictorios de los filósofos; refuta los sofismas que sostienen la eternidad de la materia, los errores gnósticos y maniquíes que imaginan un principio perverso alzado contra el Creador; demuestra la puerilidad de la astrología, que mina la libertad y la responsabilidad humanas; en fin, no teme ver en la infalibilidad del instinto animal una especie de imagen y de anuncio de la ley moral natural, que debe regir al ser humano igualmente sin error.

 

Trece homilías sobre los Salmos no representan sin duda sino una parte de los discursos y escritos inspirados en el Salterio. Siguiendo el texto versículo por versículo, el predicador lo utiliza como tema de aplicaciones morales.

 

“Escribió libros para refutar los de los herejes”, dice de San Basilio su ilustre panegirista, San Gregorio de Nacianzo (Discurso 43). Entre esos libros está “Contra Eunomio”, que replica al “Apologético” de este heresiarca. El cual, arriscado racionalista, pretendía que la razón humana puede conocer perfectamente la esencia divina; por otra parte, consistiendo la naturaleza divina esencialmente en la innacibilidad, la divinidad sería propiedad exclusiva del Padre, mientras que el Hijo y el Espíritu Santo no seria sino creaturas: “¿Cómo va a conocer el hombre ----responde Basilio---- la naturaleza de Dios si ni siquiera conoce la de la hormiga?” En varias de sus cartas, el autor tiene la oportunidad de reafirmar aún más explícitamente esta doctrina: “En la Fe en Dios se halla primeramente la verdad de que Dios existe: la aprendemos por las creaturas” (Carta 235).

 

“Nuestro Dios es la verdad misma. Por lo cual la principal función de nuestra inteligencia es conocer a nuestro Dios, pero conocerlo como el poder infinito puede ser conocido por el muy pequeñito” (Carta 233).

 

“Decimos que son conocidas de nosotros la majestad de Dios, y su poder, y su sabiduría, y su justicia, y su providencia, pero no su esencia… La Fe basta para saber que Dios existe, pero no lo que El es” (Carta 234). Luego, apoyándose en la doctrina de San Atanasio, restablece la integridad de la Fe cristiana concerniente a la unidad de Dios, la consubstancialidad del Hijo con el Padre, la divinidad del Espíritu Santo.

 

Un tratado especial “Del Espíritu Santo” proporciona nuevas precisiones sobre el dogma de la Santísima Trinidad. Con motivo de una mezquina querella que se le ha buscado, San Basilio se ve obligado a defenderse a sí mismo, a hacer una larga exposición de la verdad católica sobre este punto. Se le ha reprochado el haber substituido la doxologia tradicional “Gloria al Padre con el Hijo y con el Espíritu Santo”. Puesto que se trata de una triquiñuela de palabras, todo un preámbulo, en la respuesta de San Basilio, recuerda la importancia de la precisión de los términos en las cuestiones filosóficas y teológicas. Después de lo cual invoca los textos de la Escritura que afirman de manera categórica que el “Espíritu Santo, Persona divina, inseparable del Padre y del Hijo, es también igual”. Pero, agrega él, de los dogmas y enseñanzas guardados por la Iglesia, hay unos que nos son transmitidos por la Escritura, otros que hemos recibido de la tradición misteriosa de los apóstoles. Unos y otros tienen la misma autoridad en cuanto a la Fe”.

 

 

 

Ante los herejes de su tiempo ----sabelianos, arrianos, macedonios---- San Basilio defiende el dogma católico de la Trinidad bajo todos sus aspectos.

“La unidad de naturaleza en Dios resulta de las procesiones divinas y de la comunidad de operaciones (Carta 189). El Verbo es el cooperador del Padre en la creación de los seres (Homilía III, IX, Sobre el Examerón). El Espíritu Santo es el soplo divino que pasaba sobre las aguas, que calentaba y fecundaba la naturaleza como un pájaro cubre sus huevos y con su calor les comunica la fuerza vital” (Homilía II Sobre el Examerón).

 

Pero no hay sino un solo principio de los seres, el Padre todopoderoso, que opera por el Hijo y que acaba por el Espíritu Santo (Sobre el Espíritu Santo, XVI).

La esencia divina es común a las tres Personas, pero las hipóstasis son distintas (Carta 214). Misterio inefable, de comunidad y de distinción: la diferencia de las hipóstasis no destruye lo continuo de la naturaleza, y la comunidad de substancia no confunde las características personales, así como el arco iris es a la vez continuo y dividido (Cartas 38, 236).

 

Defensor convencidísimo del término “consubstancial” empleado por el Concilio de Nicea para expresar la unidad de naturaleza de las Tres Divinas Personas, San Basilio consiente sin embargo en evitar este término que exaspera demasiado a los semiarrianos y que quizá les impide volver a la verdadera de, pero a condición de reemplazarlo por una perífrasis de sentido equivalente que no sacrifica nada de la verdad: “Semejante en esencia, sin diferencia alguna” (Carta 9).

 

Lo que como un mínimo les exige a los herejes deseosos de unirse a la Iglesia es el confesar que “El Espíritu Santo no es una creatura” (Cartas II3, II4, 258).

Pero su enseñanza habitual es mucho más explícita: “El Espíritu procede del Padre. . . el Hijo es del Padre por generación; el Espíritu, de una manera sagrada y misteriosa, es también de Dios (Homilía 24) . . . La bondad esencial, la santidad esencial, la dignidad real, brotan del Padre, por el Hijo único sobre el Espíritu. . . El Espíritu es uno, unido al Padre por el Hijo; completa la gloriosa y bienaventurada Trinidad” (Del Espíritu Santo, XVIII).

 

Sin embargo, los escritos morales y ascéticos tienen en San Basilio una mayor importancia. Un tratado de moral general, “Eticas”, enuncia en 80 parágrafos los principales deberes de los cristianos, fieles y pastores.

Los veinticuatro discursos que tenemos de él reflejan el estado de los espíritus en esa época, al mismo tiempo que muestran las reacciones del gran moralista cristiano. Fulmina contra el abuso de las riquezas, avaricia o prodigalidad (VI, VII); defiende la causa de los hambrientos (VIII0); demuestra que la perversidad humana es la única causa de males de los que ciertas gentes querrían echar la responsabilidad sobre Dios mismo (IX); lanza el anatema contra los hombres que venden a sus propios hijos como esclavos (VI); da los consejos más pertinentes y más mesurados sobre la manera de leer con provecho y sin peligro a los autores paganos (XXII).

 

Los panegíricos de los Santos y de los Mártires que se le pide pronunciar son para él otras tantas ocasiones de poner de relieve las virtudes de las que aquéllos han dado ejemplo. Esos discursos entusiasmaban a S. Gregorio de Nacianzo: “Cuando los leo, desprecio mi cuerpo, por el alma vengo a ser el compañero de aquellos a quienes él ha alabado, y ardo en deseos de combatir con ellos” (San Gregorio de Nacianzo, Discurso 43). Es imposible determinar la parte que en esta reglamentación corresponde a lo que se toma de los usos de entonces en vigor (como la salmodia a dos coros ya practicada en Antioquía), y la debida a la iniciativa del gran Patriarca de los monjes.

 

Y las virtudes en las que pone énfasis como sobre los fundamentos mismos de la santificación personal y de la vida en común son la humildad, la paciencia y la caridad.

Se prevén disposiciones especiales, señaladas por una extremada prudencia, para la admisión, en el monasterio, de hombres casados, o de esclavos, o también de adolescentes llevados por sus padres.

 

Otro rasgo característico de la institución basiliana: frente a los anacoretas que no atienden sino a su perfección individual, los monjes se inspiran desde ahora en el amor al prójimo; su existencia tiene una finalidad social y caritativa; se entregarán a las diversas obras de beneficencia y de misericordia. Atrevida invasión, llamada a un gran desenvolvimiento: en el monasterio de Eustaquio de Sebaste, de San Basilio y de San Gregorio de Nacianzo había anexa una escuela para la instrucción del pueblo.

 

“La regla basiliana conmueve sobre todo por su sabiduría y su discreción. . . Evitando condensar toda la práctica de la vida religiosa en fórmulas inflexibles que no pueden prever todos los casos y que son muy fáciles de eludir, el prudente legislador se le acerca dulcemente al monje, se adueña de él y tan perfectamente lo abraza a través de todas las vicisitudes de su existencia y de los cambios de su carácter, que acaba por ponerlo y mantenerlo íntegro bajo el yugo divino. . . Deja a los superiores el cuidado de determinar los mil detalles de la vida local, individual y diaria. . . A causa de esta discreción, la regla Basiliana se aplica a las mujeres tan perfectamente bien como a los hombres” (G. M. Biesse, Les moines d’Occident antétieurs au Concile de Chálcedoine).

 

 

 

Las Cartas de San Basilio, 366, de las que muchas tienen la amplitud de verdaderos tratados, aparte de su valor histórico por razón de los datos que proporcionan sobre la vida de su autor, de sus contemporáneos y los acontecimientos o la mentalidad de la época, son complementos de sus escritos didácticos: contienen siempre precisiones doctrinales relativas a la apologética, al dogma, la moral o el ascetismo monástico.

 

Pero “este maestro del universo ascético” como lo llama un escritor bizantino, redactó reglas de vida monástica por las que viene siendo el “padre del monaquismo oriental”. San Gregorio de Nacianzo recuerda que cuando vivía con San Basilio en un eremitorio del Ponto, “juntos componían reglas y cánones” (S. Gregorio de Nacianzo, Carta 6), y que luego Basilio, todavía simple sacerdote en Cesárea, “dio de viva voz y por escrito reglas a los monjes” (Idem, Discurso 43).

 

A decir verdad, no se puede hablar de una “regla de San Basilio, en el sentido sistemático que damos nosotros ahora a esta palabra: programa preciso de actividades del monje o de la comunidad. Su carta a San Gregorio de Nacianzo, que describe la vida de los monjes de Annesí, no tiene por sí misma el carácter de una regla propiamente dicha (Carta II). Lo que en sus escritos lleva el título de reglas no es sino un conjunto de pláticas en las que el maestro sienta las bases de la vida ascética: “ reglas más ampliamente tratadas”, que llegan a 55, y que en forma de diálogo responden a variadas cuestiones y a dificultades de interpretación; 3I3 “reglas más brevemente tratadas”, lecciones prácticas y consejos sobre puntos de detalle. Todo el conjunto, después de diversos arreglos, por el traductor latino Rufino, bajo el título general de “Estatutos de los Monjes”, constituye un manual de 203 preguntas y respuestas sacadas de los escritos de San Basilio.

 

Si en los principios había adoptado San Basilio la regla de San Pacomio, no tardó en abandonarla para crear una fórmula nueva, alejada tanto del aislamiento del anacoreta, que se juzgó peligroso, como de las grandes colonias de cenobitas, que observó en Egipto y que agrupaban a veces centenas y aun millares de monjes. Prefiere conventos de dimensiones medianas y de población reducida, de tal suerte que cada uno de los religiosos pueda conocer a su superior y ser conocido de él. El trabajo manual es allí obligatorio, pero entrecortado por oraciones en común y a horas fijas: “laudes” recitadas a la aurora cinco veces al ida ----tercia, sexta, nona vísperas, completas---- y el nocturno a medianoche.

 

Allí está sin duda el fondo de la “liturgia Basiliana”. San Gregorio de Nacianzo dice, en efecto, de su amigo Basilio “que reglamentó el orden de las oraciones” (Discurso 43). Es imposible determinar la parte que en esta reglamentación corresponde a lo que se toma de los usos de entonces en vigor (como la salmodia a dos coros ya practicada en Antioquia), y la debida a la iniciativa del gran Patriarca de los monjes.

 

Y las virtudes en las que pone énfasis como sobre los fundamentos mismos de la santificación personal y de la vida en común son la humildad, la paciencia y la caridad.

Se prevén disposiciones especiales, señaladas por una extrema prudencia, para la admisión, en el monasterio, de hombres casados, o de esclavos, o también de adolescentes llevados por sus padres.

 

Otro rasgo característico de la institución basiliana: frente a los anacoretas que no atienden sino a su perfección individual, los monjes se inspiran desde ahora en el amor al prójimo; su existencia tiene una finalidad social y caritativa; se entregarán a las diversas obras de beneficencia y de misericordia. Atrevida innovación, llamada a un gran desenvolvimiento: en el monasterio de Eustaquio de Sebaste, de San Basilio y de San Gregorio de Nacianzo había anexa una escuela para la instrucción del pueblo.

 

“La regla basiliana conmueve sobre todo por su sabiduría y su discreción. . . Evitando condensar toda la práctica de la vida religiosa en fórmulas inflexibles que no pueden prever todos los casos y que son muy fáciles de eludir, el prudente legislador se le acerca dulcemente al monje, se adueña de él y tan perfectamente lo abraza a través de todas las vicisitudes de su existencia y de los cambios de su carácter, que acaba por ponerlo mantenerlo íntegro bajo el yugo divino. . . Deja a los superiores el cuidado de determinar los mil detalles de la vida local, individual y diaria. . . A causa de esta discreción, la regla Basiliana se aplica a las mujeres tan perfectamente bien como a los hombres” (G. M. Biesse, Les moines d’Occident antérieurs au Concile de Chálcedoine).

 

Los monjes basilianos tuvieron una influencia considerable en la Iglesia Oriental. De sus filas salieron eminentes patriarcas y una multitud de obispos. Y ahora, desde que el matrimonio se tolera para el clero secular, el Episcopado se reserva exclusivamente para los monjes que practican la castidad perfecta.

 

A pesar de inevitables faltas, en una época en que florecieron tantas herejías, esos monjes fueron en conjunto los intrépidos campeones de la ortodoxia, como San Juan Damasceno, San Máximo, San Teodoro estudita, San Sabás. Y muchos de ellos dieron a la verdadera Fe el testimonio de la sangre.

Ardientes misioneros, de los que los Santos Cirilo y Matodio son los más célebres, anunciaron el Evangelio a los pueblos paganos más allá de las fronteras del Imperio.

 

Cronistas biógrafos o simples copistas, han acumulado en sus monasterios bibliotecas cuyos tesoros no han explorado todavía los eruditos modernos. Aunque han decaído del primer esplendor, subsisten monasterios basilianos en todo el Oriente, en Grecia, en Palestina, en el Libano, en Rusia. Habiéndoles obligado a emigrar las persecuciones, los monjes basilianos han venido al Occidente, a Sicilia y a la Italia meridional especialmente; y la disciplina de San Basilio ha inspirado a algunos legisladores del monaquismo Occidental, tales como Juan Casiano y San Benito.

 

BIBLIOGRAFIA

 

S. Gregorio de Nacianzo. Disc. 9, 10, 11, 18, 43.

S. Gregorio de Niza. En loor de mi hermano Basilio.

-------------Idem. Vida de Macrina.

S. Jerónimo. Los hombres ilustres.

P. Allard. S. Basilio.

F. Cavallera. Le Schisme d’Antioche

M. Gugie. S. Basile, évêque de Césarée.

J. Rivière. S. Basile.

Y. Courtonne. S. Basile et Phellénisme.

S. Giet. Les idées et Paction sociales de S. Basile.

--------------Idem. Sasima, une méprise de S. Basile.

P. Humbertclaude. La doctrine ascétique de S. Basile de Césarée.