Transfiguración
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SUMARIO: Contexto. - 1. El relato de Mc (9,2-8) y de Mt (17,1-8). - 2. El relato de Lucas (9,28-36). - 3. La transfiguración, ¿hecho real?


Contexto

Ante la confesión de Pedro: «Tú eres el Mesías» (Mc 8,30) -nos encontramos hacia la mitad del ministerio público de Jesús-. Cristo impone a sus discípulos que guarden silencio sobre tal revelación (Mt 16,20). La razón fue que no había sido revelada a los discípulos una faceta integrante y esencial del mesianismo de Jesús: el camino del sufrimiento, su condición de «Siervo de Yahveh». Precisamente acto seguido comienza Cristo a manifestarles el misterio de su pasión dolorosa.

El evangelista Marcos, a quien seguirán Mt y Lc, presenta en la amplia perícopa o grupo literario que va de 8,31 a 10,50 el triple anuncio de su pasión por parte de Cristo, que bien puede denominarse como «Revelación de la naturaleza del mesianismo de Jesús». La perícopa presenta una estructura ternaria: triple anuncio de la pasión, seguido cada uno de ellos de una instrucción a sus discípulos, y seguida cada una de éstas de una manifestación de poder por parte de Jesús. En el primer anuncio (Mc 8,31-33). Cristo anuncia a sus discípulos que «el Hijo del hombre debía (tendría que) sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas y ser matado y resucitar al tercer día». Tal anuncio desconcertó sobre manera a sus discípulos, tanto que Pedro toma aparte a Jesús y «se puso a reprenderle» (v. 32); «lejos de ti eso, Señor, de ningún modo te sucederá a ti eso» (Mt 16,22). Pero debió desconcertarles más todavía la instrucción subsiguiente (Mc 8,34-38) en la que les declara que si ellos quieren seguirle como discípulos suyos tendrán que hacerlo por el mismo camino de la abnegación y sufrimiento, que a él le ha sido señalado por el Padre: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (v.34). Acto seguido tiene lugar la Transfiguración, o manifestación gloriosa de la Persona de Jesús (Mc 9,2-8). En el contexto aparece clara la finalidad de la misma: dar ánimo a los discípulos ante el duro camino que tienen que seguir en pos de Cristo, evocando la gloria que seguirá a la cruz. La importancia del acontecimiento queda de relieve por el hecho de que lo refieren los tres evangelios sinópticos.

Los relatos de Mc y Mt coinciden, a veces incluso en las expresiones; deben provenir de una misma fuente. Lc tiene diferencias con Mc y Mt que postulan una fuente distinta. Por ello consideraremos primero conjuntamente el texto de Mc y Mt y después el texto de Lc.

1. El relato de Mc (9,2-8) y de Mt (17,1-8)

«Después de seis días» tiene lugar la Transfiguración. Dado que en los sinópticos las concreciones cronológicas son raras, hay que pensar que ésta es intencionada. Quiere indicar el nexo con lo que precede: el anuncio de la pasión y la instrucción que ha tenido a sus discípulos sobre la necesidad de la abnegación.

Para que fueran testigos de la misma elige a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan. Son tres de los cuatro primeros llamados a seguirle y encabezan la lista del colegio apostólico. Son los tres admitidos a presenciar la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37) y le acompañaron en su agonía en el Huerto de los Olivos. Y sube con ellos a «un monte alto». Es el lugar preferido para las teofonías y propio para el retiro y la oración. Unos, pensando que la escena se desarrolló en la región de Cesarea de Filipo, localizan el episodio de la Transfiguración en el monte Hermón, de 2814 mts. de altura, situado a unos 20 kms. de esa ciudad. La tradición cristiana, desde el s.IV, lo ha identificado con el monte Tabor, de 560 mts. de altura -altura modesta pero singular y panorámica en la llanura de Esdrelón- situado a unos 20 kms. al sudoeste del mar de Galilea y a unas tres horas de camino desde Nazaret. Se conservan restos del santuario erigido en la cumbre del Tabor, en el s.lV, en conmemoración del episodio. Pero más que la localización geográfica lo que interesa es la significación teológica del monte como lugar de revelación de Dios. La misma historia de las religiones muestra que éstas señalan como lugar de residencia de los dioses la montaña, lugar en que se tocan el cielo y la tierra.

En el monte «se transfiguró» ante ellos. Literalmente transfiguración es «cambio de forma», de apariencia. Apariencia de un ser bajo una forma distinta de la suya propia. El cambio de figura evoca Mc 16,12 en que Cristo resucitado se aparece a los discípulos de Emaús «bajo otra figura». El verbo utilizado por Mc y Mt está en la voz pasiva (pasivo divino); es Dios quien manifiesta a su Hijo glorioso. Mc y Mt acumulan metáforas y comparaciones para expresar la manifestación gloriosa de Jesús:

Marcos dice que «sus vestiduras se volvieron resplandecientes, muy blancas, tanto que ningún batanero (lavandero) en la tierra sería capaz de blanquearlas de ese modo» (v.3). El vestido blanco, propio de las apariciones divinas, puede simbolizar la pertenencia al mundo celestial (Mt 28,3; Ap 3,4s; 20,21) y también, y sobre todo, la victoria que lleva a la presencia junto a Dios (Ap 6,11:7,13s).

Mateo describe el rostro de Cristo resplandeciente como el sol, comparación clásica, dentro y fuera de la Biblia, como expresión de la luz más intensa; como el de los justos que brillan en el reino del Padre (13,43; cf. Dan 12,3). Era éste un rasgo tradicional de la apocalíptica judía: «Los justos serán semejantes a los ángeles y parecidos a las estrellas; se transformarán en todos los aspectos que quieran, de hermosura en magnificencia y de luz en esplendor de gloria» (Apocalipsis de Baruc, 51,10). «El fulgor del semblante y la claridad supernatural (Mc 9,3) de las vestiduras corresponden a un peculiar procedimiento de pedagogía religiosa en la historia bíblica de la Revelación; a saber, la aparición de un fenómeno sensible luminoso como aviso y signo de una presencia eficaz de la Divinidad» (1. GOMÁ CIVIT, El evangelio según San Mateo. v.2. Marova. Madrid 1976, p.151).

«Se les aparecieron Elías y Moisés»: Moisés representa la Ley. Con su mención el «monte alto» evoca el Sinaí, donde Moisés se encontró con Dios y del que bajó con el rostro iluminado por la gloria de Dios (Ex 29-35). Y la «nube luminosa» evocaría Ex 40,35: «Moisés no podía entrar en la Tienda del Encuentro, pues la Nube moraba sobre ella, y la gloria de Yahveh llenaba la Morada». Tales evocaciones manifiestan la intencionalidad de los evangelistas, sobre todo de Mt, poner de manifiesto que Jesús es el nuevo Moisés que trae la Ley del nuevo Reino y a quien hay que escuchar, el gran Profeta anunciado en Dt 18,15; Elías, uno de los más ilustres representantes del ministerio profético, representa a los Profetas del AT. También él tuvo un encuentro con Dios en el monte Horeb, donde Dios se había revelado a Moisés (Ex 3,1s). Quizás la razón por la que aparezca Elías es debido a que era esperado como el precursor del Mesías. Y el hecho de que Mc lo mencione primero que a Moisés, en contra de la cronología, está dando a entender que para este evangelista es más importante el componente escatológico. Elías introduce el tiempo final. El conjunto de estos dos personajes, que hablaron con Yahveh en el Sinaí y ahora conversan con Jesús en el Tabor, manifiesta que Jesús supera a todos los personajes del Antiguo Testamento y que ha venido a llevar a su punto culminante la revelación del AT contenida en la Ley (Moisés) y en los Profetas (Elías). De ahí la presencia de estos dos personajes que desaparecerán al final de la escena quedando sólo Jesús. Mc y Mt no refieren el tema de la conversación de Moisés y Elías con Jesús. Lo referirá Lucas.

La actitud de Pedro parece haber olvidado el anuncio de la pasión de Cristo y subsiguientes exigencias para los discípulos. Inundado de la felicidad que le ha proporcionado la contemplación de Cristo transfigurado, propone -Mt añade un respetuoso «si quieres»- hacer tres tiendas, una para Cristo, otra para Moisés y otra para Elías. Una para cada uno en atención a la dignidad de los personajes. Pedro, experimentando una anticipación de la bienaventuranza celeste, quiere que ésta se perpetúe. «Así las tiendas que Pedro quiere erigir recuerdan las tiendas eternas (Lc 16,9) o viviendas (Henoc etiópico 39,7; 45,1) que les tocarán a los elegidos y justos en la bienaventuranza del Cielo» (J. GNILKA, El evangelio según San Marcos, v. II Sígueme, Salamanca 1986, 39). La mención de las tiendas puede haberle sido sugerida por la proximidad de la «fiesta de las Tiendas» en la que los judíos tenían que habitar en ellas, construidas con ramas verdes, con la que conmemoraban la peregrinación por el desierto camino de la Patria Prometida. Mc trata de disculpar el desatino de Pedro añadiendo que «no sabía lo que respondía ya que estaban atemorizados» (v.6). El apóstol no cae en la cuenta de que con su propuesta apartaría a Jesús deI camino del sufrimiento que tiene que seguir y que los personajes que contempla en aquel esplendor celestial no precisan para ser felices de la construcción de tales tiendas. La constatación de la confusión de Pedro por parte de Mc responde a su actitud de poner con frecuencia la incomprensión de Pedro y de los demás discípulos.

La aparición de la nube («luminosa», dice Mt) y la subsiguiente voz del Cielo son respuesta a las palabras de Pedro y clarifican el sentido de la Transfiguración. La nube luminosa era símbolo de la presencia de Dios en el Antiguo Testamento (cf. Ex 14,24; 16,10; 2 Crón 5,13s). Ella cubre ahora con su sombra a los tres personajes, y también a los discípulos (Lc). «Así pues, la aparición de la nube en el alto monte tenía una significación transparente para los discípulos, formados en la escuela de la Biblia. Indica la Presencia -especialísima, actualizada y perceptible- de Dios. San Mateo subraya la relación de lanube con la Gloria (v.2) por medio del adjetivo luminosa. Los tres Sinópticos expresan la acción de «cubrir» con el verbo técnico episkiádsein (cf. Lc 1,35), que evoca el reposar (la nube) cubriendo con su sombra el «Tabernáculo» de la Alianza en el Éxodo «lleno -como el futuro Templo-de la Gloria de Yahveh» (Ex 40,35 y 1 Re 8,10-11). Jesús aparece como Templo de la Presencia escatológica de Dios en su Pueblo, plenitud e irradiación de la Gloria de Yahveh» (1. GOMÁ CIvIT, o.c., 155s).

El Padre proclama a Jesús como su Hijo Amado. Desde la nube se deja oír la voz del Cielo, que se oyó ya antes en el Bautismo de Jesús, y que ahora se dirige a los tres discípulos. Como en el Bautismo tenemos una proclamación de la mesianidad de Jesús, y una confirmación divina de la confesión de Pedro. Y como allí tenemos también aquí, en el pensamiento del evangelista, una manifestación de su divinidad. «Amado» traduce en los LXX el «yahid» hebreo que significa «único» (cf. Gén 22,2.12.16; Jer 6,26). Y en los Sinópticos viene a equivaler al Unigénito de San Juan. En el Bautismo las palabras del Padre se dirigen a Jesús, y quizá al Bautista. Ahora se dirigen a los discípulos y se les añade: «Escuchadle». Concluido el tiempo de la Ley y los Profetas del AT, Jesucristo es el Nuevo legislador y el gran Profeta de los últimos tiempos (Dt 18,15; He 3,22; Heb 1,1s). Aquí y ahora lo que tienen que escuchar y aceptar es lo que poco antes les ha manifestado Jesús: que él tiene que subir a padecer a Jerusalén, y que si ellos quieren ser discípulos suyos tienen que seguirle por el camino del sacrificio por él emprendido por voluntad expresa del Padre, que le quiere Mesías sufriente. Mt añade un dato gratificante: (Hijo amado) «en quien me complazco». Cristo y sólo él puede llenar las complacencias del Padre. Y al habernos hecho a nosotros hijos suyos se complace también en nosotros tanto más cuanto más perfilada vea en nosotros la imagen del Hijo.

Ante la voz del Cielo, los discípulos quedan sobrecogidos por ese terror, temor reverencial, que implica la irrupción de lo sobrenatural en nuestro mundo. Pero Jesús se acercó a ellos y les dice: «Levantaos y no temáis». Y ya no vieron a nadie sino a Jesús solo. «El contraste entre la majestad divina del Señor y la suave humanidad con que retorna a los discípulos es de una profunda belleza estética y religiosa» (1. GoMÁ CIVIT). Había sido un momento feliz, pero fugaz en contra de lo que pretendía Pedro. Había que seguir el camino del sufrimiento, de la noche oscura, en pos de Jesús. Pero los discípulos seguramente quedaron confortados y menos indecisos ante el camino de Jesús. Pedro recordará la teofanía en apoyo de su enseñanza en el II Pe 1,16-18. Y es posible que Juan aluda a la misma cuando dice: «Hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito» (1,14).

2. El relato de Lucas (9,28-36).

Presenta notables diferencias con el texto de Mc y Mt, lo que indica que ha tenido una fuente distinta, o que Lucas ha realizado una amplia redacción personal del texto común a Mc y Mt. Considerado ya el fondo común con los otros Sinópticos exponemos ahora solamente las peculiaridades lucanas.

En lugar del «después de seis días» de Mc y Mt, Lucas dice «unos ocho días después», indicación genérica para indicar una semana; en el calendario romano ocho días equivale a una semana.

Lucas constata que Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan y subió a la montaña «a orar», como motivo de la subida al monte. Y añade que «mientras oraba» se mudó el aspecto de su rostro (v.29). Añade al texto de Mc y Mt el tema de la oración; tema peculiar de la vertiente ascética de su evangelio. Lucas presenta a Cristo haciendo oración en los momentos solemnes de su vida: 3,21 (Bautismo); 5,16; 6,12 (antes de la elección de los Doce); 9,18 (ante la promesa del Primado a Pedro); 11,1 (ante la enseñanza del Padre Nuestro); 22,41 (antes de la Pasión).

Es más sobrio que Mc y Mt en la descripción de las metáforas y comparaciones para manifestar los efectos de la transfiguración: «su rostro se cambió de repente y sus vestidos eran de una blancura fulgurante» (v. 29). No utiliza el verbo «se transfiguró»; la mayoría de los comentaristas atribuyen tal omisión, habida cuenta de sus lectores pagano-cristianos, al intento de evitar interpretaciones equívocas con los mitos griegos de metamorfosis de ciertos personajes.

De Moisés y Elías dice que «aparecían en gloria y que hablaban de su partida que tendría lugar en Jerusalén» (v. 31). Después dirá que Pedro y sus compañeros «vieron su gloria (la de Cristo) y a los dos hombres que estaban con él» (v. 32). Se trata de la gloria de la Resurrección de Cristo, que seguirá a la pasión y muerte, anunciada ya a los discípulos en el primer anuncio de la pasión (Mc 8,31; Lc 9,22). «No se puede minimizar el sentido profundo de esta referencia a la «gloria». Jesús acaba de corregir la perspectiva de la declaración de Pedro, que le proclama «Mesías de Dios» (9,20), mediante el anuncio de su pasión y resurrección. Y ahora viene este episodio que ratifica no tanto el anuncio de la pasión cuanto las últimas palabras con las que se completa la frase; el horizonte no es puramente negativo: sufrimiento, reprobación, muerte. Al introducir la referencia explícita a la «gloria», Lucas acentúa específicamente lo que ya estaba implícito en la relación de Marcos» (J. A. FITZMYER, El evangelio según Lucas, v.11l. Cristiandad, Madrid 1986, 127s).

El tema de la conversación de Moisés y Elías con Cristo fue la «partida de Cristo, que iba a cumplir en Jerusalén». Lucas con este dato pone de relieve más claramente que Mc y Mt un aspecto del sentido de la Trasfiguración. El término utilizado por Lc «éxodon» (literalmente «salida») es comúnmente interpretado por muerte. Pero teniendo en cuenta que lo que va a «cumplirse en Jerusalén» es no sólo la muerte de Cristo sino también su resurrección, habría que interpretar el término en sentido complexivo: «todo el proceso de su «paso» al Padre, que culmina con la ascensión» (J. A. FITZMYER). Es característico de Lucas presentar a Cristo, sobre todo a partir de 9,51, con la mirada puesta en Jerusalén, donde se cumplen los grandes acontecimientos salvíficos y de donde partirá la predicación del evangelio al mundo entero.

La interpretación de Pedro referente a las tiendas, en Lc tiene lugar no en presencia de Moisés y Elías, sólo cuando éstos se han retirado. Pensaría Pedro que con su propuesta se podría asegurar su presencia. Conserva el «sin saber lo que decía» de Mc 9,6, sin la adición de éste de que «estaban atemorizados». Esto tendrá lugar después cuando aparezca la nube.

Finalmente hay diferencia también en Lucas en las palabras del Padre: en lugar del Hijo amado de Mc y de Mt, dice: «Este es mi Hijo, mi Elegido» (v. 35). Lucas insiste más que en la filiación divina en la elección mesiánica. Jesús es el Mesías elegido para llevar a cabo la obra de la redención (cf. 23,35: «que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el elegido»). Puede haber una alusión a Is 41,8s; 42,1, donde se llama al Siervo de Yahveh «mi elegido»».

Perspectiva de cada evangelista. Los relatos de Mc, Mt y Lc tienen un amplio fondo común, pero en su redacción cada uno de ellos le ha dado una dimensión peculiar en relación con su teología.

Marcos, describe una teofanía del Mesías oculto. «En Mc la Transfiguración es una epifanía del Mesías-Doctor a los discípulos estupefactos: ella debe permanecer en su memoria aunque no puedan comprender qué es la resurrección de los muertos (9,1). El misterio se impone a los discípulos que no se deja captar ni comprender antes del día de la Pascua»» (X. LÉON-DUFOUR, Transfiguración, en Estudios de Evangelio, Ed. Cristiandad, Madrid 1982, 110). Ello se corresponde con la incomprensión de los discípulos, respecto de la persona y mensaje de Jesús, que Mc pone de relieve a lo largo de su evangelio. Probablemente Mc, en quien la pasión de Cristo tiene un relieve especial, piensa en Getsemaní, en cuyo relato constata también el «no sabían qué decir»» (14,40).

Al colocar en su primera mención de Moisés y Elías a éste primero que a aquél (v.4), lo que parece intencionado (cf. después donde menciona primero a Moisés, v.5), parece indicar que Mc piensa en el Reino que se esperaba viniese a inaugurar Elías. Tendríamos en la perspectiva de Mc una escena de entronización que mira a la Resurrección. El Reino se realiza mediante la entronización del Hijo del hombre en ese acontecimiento glorioso (cf. 14,62).

Mateo. En este evangelista, que subraya los rasgos apocalípticos, Jesús transfigurado aparece como el nuevo Moisés, que viene a dar cumplimiento a la Ley y los Profetas del AT, y «se encuentra con Dios en un nuevo Sinaí en medio de la nube (v. 5; cf. Ex 24,15-28), con el rostro luminoso (v.2; cf. Ex 34,29-35; ver 2Cor 3,7-4,6), asistido de dos personajes del AT que recibieron revelaciones en el Sinaí (cf. Ex 19,33s; I Re 19,9-13) y personifican a la Ley y los Profetas a los que Jesús viene a dar cumplimiento (5,17). La voz celeste ordena que se le escuche como nuevo Moisés (cf. He 20-26), y los discípulos se postran en reverencia al Maestro (cf. Mt 28,17). Al terminar queda sólo «él»» porque él sólo basta como Doctor de la Ley perfecta y definitiva»» (R BENOIT, nota bibJer. a Mt 17,1-8). Por ello coloca siempre a Moisés en primer lugar.

Mt ya había presentado a Jesús como nuevo Moisés en el c.2 y también en el relato de las tentaciones, en que rehusó caer a los pies de Satanás para obtener de él el poder que le prometía. «A tal actitud de fidelidad inicial hacía Dios responderá hoy la voz celeste en el monte de la Transfiguración; proclamando en este hombre al Hijo de Dios preexistente, acredita la nueva enseñanza sobre el destino que Dios ha escogido para su Servidor: no el camino del poder terreno, sino la vía de la gloria celestial por la humillación»» (X. LÉON-DUFOUR, O.C., 112).

Lucas. Mientras que Mc describe la epifanía del Mesías oculto, y Mt pone de relieve la manifestación de Jesús como nuevo Moisés, Lucas presenta a Jesús en oración, durante la cual tiene lugar la Transfiguración. Moisés y Elías conversan con él sobre su muerte que tendrá lugar en Jerusalén, lugar de los grandes acontecimientos salvíficos. Hace una alusión concreta a la «gloria» que le seguirá. Y el Padre lo proclama, además, como el Mesías elegido para llevar a cabo la redención. «El designio de Dios se toma aquí no en su desarrollo objetivo -muerte, resurrección, ascensión- sino en el acto fugitivo que transfigura la persona de Jesús; el imperativo «hay que pasar por la cruz para entrar en la gloria» se traduce en el rostro de este hombre que sigue siendo de aquí abajo y, sin embargo, vive ya en la gloria. En Jesús transfigurado se juntan misteriosamente la humillación de la condición mortal y la gloria de la existencia divina» (X. LÉON-DUFOUR, o.c., 113).

Juan no refiere el episodio de la Transfiguración, pero en él toda la vida de Cristo está invadida por la «gloria», uno de los conceptos fundamentales del cuarto evangelio. La gloria de Cristo aparece en los milagros (cf. 2,11; 11,40; 17,4), incluso en la pasión (cf. 7,39; 12,16.23.27s; 13,31). Juan tiene una visión unitaria de la Pasión y Resurrección: expresa el suplicio de la cruz con los verbos «levantar», «glorificar» (3,14; 8,28; 12,32 etc.). En el Prólogo, introducción y resumen del evangelio, dice: «Hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito» (1,14). La respuesta a la súplica de Jesús: («Padre, glorifica tu Nombre»), la voz celestial responde: «Le he glorificado y de nuevo le glorificaré» (12,27) puede considerarse como la «transposición joánica» de la transfiguración (Cf. X. LEóN-DUFOUR, o.c., 113-117).

2Pe 1,16-18, en un testimonio anterior sin duda a la redacción final de la carta, menciona el episodio de la Transfiguración. Se presenta Pedro como testigo de la misma, al que asocia la de sus compañeros, como indica el cambio del singular al plural en los w.16 y 18. La enseñanza cristiana sobre la Parusía no se basa en fábulas inventadas como propalaban los falsos doctores, sino en la Transfiguración de Cristo cuyo resplandor ellos contemplaron, prueba del poder del Padre y anticipo y garantía de la Parusía que ellos ponían en duda.

El mandato de guardar silencio. Mc y Mt dicen que Cristo mandó a los testigos de la Transfiguración que no dijesen nada a nadie sobre ella «hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos» (Mc 9,9; Mt 17,9). Lucas constata que ellos callaron y, por aquellos días, «no dijeron a nadie nada de lo que habían visto» (9,36). La razón por la que deben guardar tal silencio es que hasta que no tuviera lugar la pasión, muerte y resurrección de Cristo, los discípulos no estaban en condiciones de comprender el verdadero carácter del mesianismo y de la obra de Jesús. Los relatos siguientes dejarán entrever lo mucho que todavía tenían que aprender sobre el particular. En este momento ignoran todavía lo que quería decir la resurrección de entre los muertos (Mc 9,10). El episodio de la Transfiguración sólo pretendía confirmar la confesión de Pedro y «arrancar» de los discípulos el escándalo de la cruz.

3. La transfiguración, ¿hecho real?

1) Se han multiplicado las explicaciones del relato de la Transfiguración, poniendo en duda o negando más bien el sentido histórico del relato. Podríamos mencionar, entre otras, las siguientes: Interpretación naturalista (salida del sol y nubarrones de otoño), mítica, sociológica (conclusión de un proceso en que Jesús habría captado su mesianidad) o expresión didáctica de una experiencia interna de Jesús, una visión subjetiva de los discípulos o una ilusión óptica, vivencia visionaria de Pedro, leyenda simbólica, transposición cristológica de una fiesta de entronización, sublimación mesiánica de la fiesta de las Tiendas, etc. Aparte de los datos fantásticos de algunas de ellas, la propuesta sucesiva de tantas interpretaciones manifiesta que ninguna de ellas ha dado una explicación satisfactoria del relato de la Transfiguración.

2) Una explicación, hoy bastante extendida, es la de R. Bultmann: la Transfiguración de Jesús es una anticipación de una aparición de Cristo resucitado a la vida terrestre de Jesús. Se mencionan, entre otros, los siguientes datos en su favor: el monte «alto» evoca el monte de 2.816 ms.; la nota cronológica «seis días» evoca el día séptimo en que tiene lugar la resurrección; el cambio del singular al plural del v.6 sugiere que sólo Pedro participó en el suceso; no se dice que Jesús volviera a adquirir la forma humana, el Apocalipsis de Pedro coloca esta perícopa después de la Resurrección. J. Gnilka, después de mencionar estos datos y algunos más, concluye que la perícopa de la Transfiguración no concuerda con los relatos de aparición. En efecto, no aparece el «ophthe» (se apareció); ¿qué papel representan Moisés y Elías en los relatos pascuales?; el imperativo «oídle» encaja en el Jesús terreno, no en el Resucitado. Por lo demás, la escena de la Transfiguración está impregnada del mesianismo doloroso. «Esta hipótesis obligaría a eliminar numerosos elementos, cuya ausencia quitaría al relato su propio carácter. En las apariciones pascuales los relatos subrayan no la transformación, sino la identidad del Resucitado con Jesús de Nazaret; la gloria sigue oculta a los ojos de los discípulos, la nube no aparece; Moisés y Elías no intervienen; una frase como la de Pedro no tendría sentido: ¿quién se hubiera atrevido a inventarla?» (X. LÉON-DUFOUR, o.c., 104).

3) Dato real. En favor de un fondo histórico, que cada evangelista ha presentado con los matices ya indicados, estaría negativamente el mero hecho de que ninguna de las explicaciones que lo niegan ha sido comúnmente aceptada. Positivamente estaría a su favor la lógica del contexto precedente, la correspondencia de la mayoría de los detalles con datos seguros de la vida de Jesús: la elección de los apóstoles, el grupo privilegiado que ya acompañó a Cristo en la resurrección de la hija de Jairo, la confesión de Pedro, la incomprensión por parte de los discípulos del anuncio de la pasión y resurrección. A todo ello sigue como algo completamente lógico, y diríamos casi necesario, la Transfiguración en que Cristo confirma la confesión de Pedro, suaviza al menos el escándalo de la cruz y anuncia que ésta no es el final del camino ni en Cristo ni en los discípulos. El mismo A. Harnack opina que el relato de la Transfiguración puede contener un núcleo proveniente de Jesús, aunque no clarifica su postura. «Como ya nos ha mostrado el análisis del contexto -concluye X. Léon-Dufour- se invita al lector a ver en estos acontecimientos misteriosos, el sello puesto por Dios al anuncio que Jesús en un momento crucial de su vida pública acaba de hacer sobre el destino del Hijo del hombre» (o.c., 104). Y J. Gnilka, rechaza la opinión de R. Bultmann, escribe: «Más bien se podría estar de acuerdo con aquellas tomas de postura -según las cuales la perícopa integra la suma de experiencias con la historia de Jesús- de que su actuación fue un suceso histórico-escatológico. De esta manera, la narración se integra en la cristología neotestamentaria» (o. c., 41). Por supuesto que el valor histórico no queda comprometido, ni disminuido, por el hecho de que la escena sea descrita con elementos tradicionales: vestidos blancos, nube, voz, temor.

BIBL. — X. LÉON DUFOUR, La Transfiguración de Jesús, en Estudios de evangelio. Ed. Cristiandad, Madrid 1982, 83-119;1. GOMÁ CIVIT, El evangelio según San Mateo, v. 2. Marova, Madrid 1976; J. GNILKA, El evangelio según San Marcos, v. II, Sígueme, Salamanca 1986; J. A. FITZMYER, El evangelio según San Lucas, v. III. Cristiandad, Madrid 1987; E. COTHENET, Transfiguración, en Dic. Enciclo. de la Biblia, Herder, Barcelona 1993, 1532s.

Gabriel Pérez