Tentaciones de Jesús
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SUMARIO: 1. El esquema ofrecido por Marcos: a) Sustitución de la realidad antigua por otra nueva; b) El Espíritu y el desierto; c) Los cuarenta días; d) La especial protección de Dios. - 2. Las tentaciones clásicas de Mateo y Lucas: a) Tentación de materialismo; b) Tentación de sensacionalismo; c) La tentación de la idolatría.


Semejante en todo a nosotros, menos en el pecado. Así presenta a Jesús la carta a los Hebreos (Heb 4,15). Partiendo de su plena humanidad, la tentación-prueba es algo completamente natural en él. Otra cosa muy distinta es el modo y las tentaciones concretas que experimentó. Jesús fue tentado en el desierto. Un hecho en cuya afirmación coinciden los tres sinópticos. Lo aceptamos, pues, como histórico. Pero cuando del hecho pasamos a la forma peculiar de cada evangelista en su narración nos encontramos con grandes sorpresas. Y esto nos hace pensar en una historicidad muy peculiar, en un concepto de historia muy distinto al nuestro, que se aparta de la simple narración sucesiva de los hechos que han tenido lugar en un tiempo y espacio determinados.

Para aquietar los interrogantes que de alguna manera han podido suscitar las afirmaciones anteriores creemos oportuno hacer las afirmaciones siguientes: a) Jesús fue tentado (Heb 4,14ss); b) fue tentado en el momento previo al comienzo de la realización de su misión. Es normal que, precisamente en ese momento, reflexione sobre la misión que va a emprender y el modo de llevarla a cabo; c) el relato precisa el hecho de la tentación, no el modo. Este ha sido sometido a una escenificación tan fantaseada que únicamente es válida y aceptable si la consideramos como un mero recurso pedagógico; d) debe afirmarse, en consecuencia, tanto el hecho vivido por Jesús como la forma estilizada y legendarizada del mismo; por otra parte, es necesario hacer caso a Lucas quien nos dice que «el diablo se alejó de él hasta otra ocasión propicia» (Lc 4,13). Esta ocasión «propicia» suele situarse al final de su vida. No debemos olvidar, sin embargo, que toda la vida de Jesús fue una lucha contra Satanás al que debía despojar de su señorío sobre el mundo presente (Jn 12,31). El «pulso» que ahora se echan es simplemente programático de lo que ocurrirá hasta que «el más fuerte», que es él mismo, venza al «fuerte», que es Satanás. Toda la vida de Jesús fue un Sí inmutable a la voluntad de Dios (por eso Pablo define a Jesús como el Sí, 2Cor 2,18) y un No rotundo a Satanás y a los espíritus inmundos de menor cuantía. Estos dos polos opuestos crean la tensión permanente de la prueba y de la tentación.

En la biografía de los grandes hombres suele haber un espacio abierto entre la toma de conciencia de su misión y el comienzo de la misma. Los cuarenta días en el desierto ofrecen adecuadamente este espacio abierto en la vida de Jesús. Durante ellos fue tentado, fue puesto a prueba en el desierto.

1. El esquema ofrecido por Marcos

Marcos enuncia simplemente el hecho de la tentación. Tal vez para evitar que el acontecimiento sea interpretado psicológicamente. Los cuarenta días del desierto fueron un tiempo de profunda reflexión y de consulta serena sobre los planes que Dios tenía sobre él en relación con la misión singular a la que él se sentía llamado. La brevedad de la información de Marcos sobre las tentaciones de Jesús no recibe su explicación adecuada desde el concepto del resumen que quiso ofrecer a sus lectores de un relato más amplio con tentaciones concretas como las ofrecidas por los otros dos sinópticos. Lo que Marcos nos ofrece es una síntesis teológica. En este breve relato nos ha brindado, una vez más, su talento creador. Y, para que los árboles no impidiesen ver el bosque, prescinde de los árboles y nos muestra toda la belleza del bosque, poniéndola ante nuestros ojos en parcelas separadas.

a) Sustitución de la realidad antigua por otra nueva. Las tentaciones de Jesús reviven las de Israel en el desierto: «Dios condujo a Israel al desierto». «El Espíritu condujo a Jesus al desierto». El evangelista quiere poner de relieve que Jesús saldrá vencedor en las mismas circunstancias en que el antiguo pueblo de Dios cayó vencido. La respuesta de Jesús a las tres tentaciones, que nos refieren los otros dos sinópticos, están tomadas del libro del Deuteronomio: «El te afligió, te hizo pasar hambre, y te alimentó con el maná, que no conocieron tus padres, para que aprendieras que no sólo de pan vive el hombre, sino de cuanto procede de la boca de Yahvé» (Dt 8,3). «No tentéis a Yahvé, vuestro Dios, como lo tentasteis en Masá» (Dt 6,16). «Teme a Yahvé tu Dios, sírvele a él y jura por su nombre» (Dt 6,13). Estas tres citas son una prueba elocuente de que la presencia de Cristo en el desierto pretende revivir y reproducir la de Israel. Cristo, el nuevo Israel, sale vencedor allí donde el antiguo Israel había sido vencido.

b) El Espíritu y el desierto. El Espíritu descendió sobre Jesús en su bautismo. Dios se hizo presente en el hombre Jesús. Y, además, de forma permanente. Es el Espíritu el que le impulsa al desierto, al lugar del encuentro del hombre con Dios y, también el lugar de la prueba y de la infidelidad de Israel. Jesús recorre el camino que va desde la desgracia de la lejanía de Dios a la gracia del encuentro con él. Es el símbolo del camino que tiene que recorrer todo hombre para no sucumbir en la tentación. Jesús inaugura el tiempo de la salud-salvación y el hombre se beneficia de ella haciendo su mismo recorrido hacia el desierto impulsado por el Espíritu.

Existe un paralelismo entre lo ocurrido en el pasado: «Dios condujo a Israel al desierto» y lo que ocurre ahora: «El Espíritu condujo a Jesús al desierto». Es el Espíritu el que proporciona al hombre la salvación; el Espíritu mesiánico del tiempo anunciado, el Espíritu que convierte a Jesús en el portador de la salud divina.

c) Los cuarenta días. Existe una analogía evidente entre los cuarenta días de las tentaciones de Jesús y los cuarentaaños que Israel vivió en el desierto. Analogía que se concreta más todavía con la referencia a Moisés que está claramente aludido en el texto. Pero, para llegar hasta lo más hondo de los textos y descubrir su finalidad deben ser tenidas en cuenta las situaciones. Y la situación que se presupone en las distintas narraciones de este hecho presenta a Jesús como el nuevo Moisés. Un pensamiento, por lo demás, muy familiar entre los primeros cristianos. Mencionamos a continuación los dos datos fundamentales que justifican en nuestro textos, dicha comparación. Utilizamos para ello, además de la alusión implícita de Marcos, a los otros dos sinópticos, que son más explícitos en referencias:

• El ayuno de los cuarenta días y cuarenta noches. Esta misma alusión de los cuarenta días y cuarenta noches la encontramos por tres veces en el A.T. a propósito de Moisés (Ex 34,38). «Estuvo Moisés allí —en la cima del Sinaí— cuarenta días y cuarenta noches, sin comer y sin beber, y escribió Yahvé en las tablas los mandamientos de la ley». «Cuando subí yo a la cumbre de la montaña para recibir las tablas de la alianza que Yahvé hacía con nosotros, y estuve allí cuarenta días con cuarenta noches sin comer pan ni beber agua...» (Dt 9,9). «Luego me postré en la presencia de Yahvé, como la primera vez, durante cuarenta días y cuarenta noches sin comer pan ni beber agua por todos los pecados que habíais cometido, haciendo lo malo a los ojos de Yahvé, irritándolo» (Dt 9,18). En la mente del evangelista es evidente que Jesús es el nuevo Moisés. Un indicio más de su dignidad mesiánica.

• El segundo dato nos lo ofrece la visión de todos los reinos del mundo desde una montaña elevada. Evidentemente, esta montaña desde la que puedan mostrarse todos los reinos de la tierra con toda su gloria no existe en ninguna parte. Mejor dicho, esta montaña existe en el libro del Deuteronomio (Dt 34, 14). Es una alusión evidente a Moisés, a la visión que él tuvo en el monte Nebo desde donde Yahvé le mostró «toda la tierra». Originariamente «toda la tierra» se refería a toda la tierra que Moisés tenía ante sus ojos, es decir, la tierra de la promesa, que él pudo ver pero en la que no pudo entrar. Posteriormente «toda la tierra prometida» se convirtió en todos los reinos de la tierra con toda su gloria... Que en la tentación de Jesús, Dios sea sustituido por Satanás nada tiene de particular. Más aún, es perfectamente lógico tratándose de una tentación.

d) La especial protección de Dios. Además de los textos citados del Deuteronomio, en la segunda tentación según la versión de Mateo— invitación dirigida por Satanás a Jesús a arrojarse desde el pináculo del templo— tiene especial importancia el Sal 91. Es un Salmo mesiánico. Y, al oírlo los primeros cristianos, era inevitable que pensasen en la filiación divina de Jesús. El Salmo es citado, no sólo para destacar que Jesús es el Hijo de Dios, sino para aducir una serie de detalles que tenían la finalidad de poner de relieve la dignidad de Jesús. Mencionamos a continuación los dos más significativos:

• Las bestias, moraba entre fieras, se hallan mencionadas no sólo ni principalmente porque existían en el lugar donde Jesús fue tentado; no es un simple dato histórico, anecdótico y pintoresco. La mención de las bestias se halla provocada por las alusiones al libro del Deuteronomio: «Y te ha conducido a través de un vasto y terrible desierto de serpientes de fuego y escorpiones» (Dt 8,15). Además de este texto es muy importante el aludido del Sal 91: «Caminarás sobre el áspid y el basilisco y pisotearás al león y al dragón» (Sal 91,13). La mención de las bestias no es, por tanto, un simple dato pintoresco, sino un detalle importantísimo para acentuar la dimensión mesiánica de toda la escena y el carácter mesiánico de su protagonista. Está en la línea de la imaginería utilizada por Isaías cuando describe los tiempos mesiánicos (Is 11,6-9).

• Igualmente importante es la mención de los ángeles que le servían. De las palabras utilizadas, para su interpretación como un servicio de comedor en bandejade plata no hay más que un paso. El antecedente sería el ángel de Dios que despertó al profeta Elías y le brindó la comida necesaria para recuperar sus fuerzas y seguir el camino hasta el monte de Dios (1 Re 19,5ss). En el relato de las tentaciones la mención de los ángeles debe ser considerada en otro nivel más profundo. Es el Sal 91 el que los hace aparecer. El Salmo habla de una protección divina llena de solicitud. Los ángeles están allí para preservar a Jesús de todo daño y asegurar su inmunidad. En toda la Biblia, las bestias salvajes que pueblan el desierto tienen una relación estrecha con los demonios a los que, en cierto modo, personifican. Al mencionar la presencia de los ángeles en el entorno de la tentación de Jesús se pretende de nuevo poner de relieve la intención mesiánica. Su presencia y su servicio están motivados por la misma razón que son citadas las bestias del desierto.

2. Las tentaciones clásicas de Mateo y Lucas

Tanto Mateo como Lucas nos presentan las tentaciones de Jesús en forma de una lucha dialéctica entre dos especialistas en Sagrada Escritura, de la que Jesús es mejor conocedor y más agudo intérprete que su adversario. Ambos se han servido del esquema teológico creado por Marcos. Lo han utilizado en su totalidad. Las tres tentaciones clásicas que cada uno de ellos ha añadido proceden de la fuente Q, que ha sido utilizada por ellos de forma independiente, como suelen hacer cuando se sirven de este documento común de información. Existe plena coincidencia entre ellas, y su semejanza, casi identidad en el texto literariamente considerado, es un argumento definitivo de que ambos dependen del mismo documento escrito. La única diferencia entre ellos es que Lucas invierte el orden de la segunda y de la tercera. Lo hace así para seguir la línea general de su evangelio, que comienza en el templo y termina en el templo. De ahí que la última tentación no sea la del «monte altísimo desde donde se veían todos los reinos de la tierra», sino la invitación que Satanás hace a Jesús de arrojarse deI alero del templo abajo. A las propuestas de Satanás Jesús contesta siempre con un argumento de Escritura: «está escrito». Y ya ésta contiene una respuesta preciosa: la palabra de Dios es inapelable y cierra toda posible discusión. La palabra de Dios se acepta o no, pero no se discute.

a) Tentación de materialismo. La primera tentación es rechazada por Jesús utilizando un texto del Deuteronomio (Dt 8,3). Originariamente, el texto del Deuteronomio quería inculcar la gratitud de los israelitas a Dios por los beneficios que de él habían recibido, entre los que enumera el maná del desierto. Se ponía de relieve la omnipotencia de la palabra de Dios en el caso concreto del maná del desierto, pero podía verse, igualmente, en otras múltipies ocasiones. En este sentido utiliza Jesús las palabras deI Deuteronomio: la confianza en la omnipotencia divina en función de otra vida a la que hay que atender preferentemente. Si la vida corporal se sustentó con el maná, gracias al mandato de la omnipotencia de Dios, hay otra vida espiritual que es preciso vivir en la obediencia a sus leyes y mandatos, en la aceptación de su palabra vivificadora.

Jesús salió vencedor y, como es habitual ante esta forma de aducir la Escritura, no hubo réplica por parte de su adversario. No obstante debe concedérsele al vencido la sagacidad con que había urdido la propuesta tentadora: Por un lado, si Jesús era Hijo de Dios no podía sucumbir a las necesidades y debilidades humanas. Debía echar mano de su poder para librarse de ellas. Su vida no podía ser tan vulgar como la nuestra. Tentación no siempre superada por nosotros cuando nos imaginamos a Dios y, por supuesto, también a su Hijo, muy por encima de la insignificancia humana. Tentación permanente de materialismo. Bajo el pretexto de la unión del alma y del cuerpo, dar preferencia al cuerpo. Y preferiríamos un Dios que garantizase nuestra prosperidad material y nuestra seguridad económica. Por otra parte, si hubiese accedido a la petición del tentador, hubiese remediado el hambre de tantos millones de gente que muere diariamente por falta de alimento.

En la respuesta de Jesús no se niega esta lamentable situación; sus palabras no significan que el hombre no tenga necesidad de pan. El mismo lo multiplicaría cuando llegase la ocasión. Sin embargo, debe acentuarse, en primer lugar, que el interés principal del hombre debe ser la palabra de Dios; que su principal aspiración debe tender hacia arriba, no hacia abajo; que no permita que el Espíritu se vea sofocado y asfixiado por la materia. Cristo, como palabra de Dios que es, quiere aplacar el hambre más profunda del hombre, el hambre de Dios; que el hombre pueda superar su pequeñez y llegue a alzarse hasta las alturas a las que Dios le ha destinado. Jesús no trajo a este mundo la finalidad de convertir las piedras en pan, sino la de transformar a los hombres carnales en hijos de Dios.

Esta tentación permanente de materialismo únicamente puede ser superada mediante el ejercicio de la fe. De alguna manera podríamos hablar de la prueba o la tentación de la fe. La palabra de Dios exige del hombre que se abra en plena obediencia a ella para que puedan ajustarse dos voluntades, la de Dios y la suya. En ese ajuste de voluntades se realizará la transformación más profunda en la que el hombre pudiera soñar.

b) Tentación de sensacionalismo. El que confía en Dios cuenta siempre con su ayuda. Esta afirmación, contenida implícitamente en las palabras de Jesús, dan pie al tentador para atacar de nuevo. Y lo hace empleando también las palabras de la Escritura Sal 91, 11-12: el origen de los ángeles y de las bestias en las tentaciones de Jesús lo tenemos precisamente en este texto. Ya lo subrayamos en el apartado que dedicamos a la presentación que Marcos nos hace del episodio de las tentaciones.

La frase de la Escritura citada por el demonio se refiere a la protección divina de que es objeto Jesús. Y la aduce para incitarle a que abuse de ella, enemistándole así con Dios. Jesús rechaza la propuesta y recurre a otra cita bíblica (Dt 6,16, en alusión a Ex 17,2: el pueblo tentó a Dios porque no creyó que iba a ser protegido y asistido). Jesús afirma que Dios ayuda con su providencia y, dentro de ella, a veces hasta con el milagro. Pero el milagro no está al servicio de la comodidad y, menos todavía, de la temeridad. Arrojarse caprichosamente desde una gran altura esperando que Dios haga un milagro no es confiar en la providencia de Dios sino salirse de ella y, por tanto, pecar.

Esta tentación pone el sensacionalismo al servicio de la fe. Solamente creeremos cuando veamos milagros, cuando comprobemos que un muerto ha resucitado del sepulcro y se nos ha aparecido. Jesús no pensaba así. No se fía de aquellos que han creído por los milagros o signos que han visto salir de sus manos (Jn 2,23-25); se indigna cuando acuden a él precisamente esperando que realice algún milagro para curar a algún enfermo grave (Jn 4, 48-50); y afirma que si la increencia no se doblega ante la palabra de Dios tampoco lo hará aunque un muerto resucite: «Si no hacen caso a Moisés y a los profetas, tampoco se dejarán convencer aunque resucite uno de entre los muertos» (Lc 16,31: parábola del rico egoísta y del pobre Lázaro).

Esta tentación obligaría a que Dios entrase por nuestros caminos y se ajustase a nuestra voluntad. ¡Una prostitución de la divinidad! Es el hombre el que debe ponerse al servicio de Dios e intentar conocer su voluntad y conformarse con ella, no viceversa. Un Dios puesto a nuestro servicio para que haga lo que en cada caso necesitamos no es el Dios bíblico revelado en Jesús de Nazaret, es un dios fabricado por nosotros a nuestra imagen y semejanza.

El reino de Dios no viene con espectacularidad ni sensacionalismos. El reino de Dios está dentro de vosotros (Lc 17,21). Elmilagro ha de ser algo excepcional y no el modo habitual de mostrarse el Señor. La gente debe creer y no ver, escuchar la palabra de Dios y no seguir la sensación de lo maravilloso. Ha de aprender a transformar la vida corriente de cada día, con fe sencilla, como un servicio prestado al Señor, en vez de considerar esencial en la religión lo extraordinario, lo maravilloso, lo que está fuera de lo común. Tiene que recurrir a la protección de Dios en los peligros de la vida y basarse en los divinos auxilios pero no exigiendo continuos milagros que superen las dificultades como un deus ex machina, lo cual quitaría a la vida la seriedad y la dificultad, que son expresión de la voluntad de Dios. Si no fuera así la religión sería un servicio prestado al hombre por parte de Dios; sería una tentativa para inducir a Dios a alejarse de su santa voluntad, con lo que lo milagroso se resolvería en tentación de Dios. Dios es el Señor y no el siervo de los hombres. Es el hombre el que debe marchar por los caminos de Dios y no viceversa.

c) La tentación de la idolatría. En la tercera tentación, que es de idolatría, Cristo destruye de nuevo la propuesta de Satanás con palabras de la Biblia (Dt 6,13), aunque cambiando ligeramente el texto. En lugar de «teme a Yahvé, tu Dios, y sírvele a él», Jesús ha sustituido el «teme» por «adorarás». El objeto de la sustitución es claro: pretende poner de relieve que sólo Dios puede ser adorado. El cambio era necesario si tenemos en cuenta que esta tercera tentación es la más grave y la más difícilmente superable. Contra el virus del poder, llámese político, social, doctrinal, económico, eclesial... los científicos no han encontrado ningún fármaco eficaz. El deseo del poder y del mando suele estar al servicio de Satanás, del príncipe de este mundo (Jn 12,31). Frente a los deseos de mando y de un ejercicio despiadado del poder se pronunció Jesús diciendo sencilla y llanamente: «vosotros no seréis asi; antes bien, el que quiera ser grande entre vosotros sea vuestro servidor» (Mc 10,43).

El poder del evangelio se ha convertido muchas veces en un dominio político del mundo y en una idolatría de las personas que lo ejercen. La idolatría de las personas es la suplantación de Dios por su parte. Un pecado difícilmente superable. Los anunciadores del evangelio deben ser cristales transparentes y no pantallas impenetrables y oscurecedoras.

El poder del pecado fue quebrantado por la impotencia de la cruz. En esta tentación, Satanás quiere reducirlo todo a los demonios del poder a fin de que los que lo ostentan no honren al Dios omnipotente, sino que abandonen la autorredención de la humanidad a merced del señorío terreno. El reino de Dios no es un conjunto de reinos humanos en el campo de la potencia terrena. Los sueños del poder terrenal de Israel y el ansia de poder humano no están en las vías de Dios (Mc 10,43).

Esta tercera tentación es una evocación de lo ocurrido en el paraíso terrenal. Pero el señorío humano se extiende sobre la tierra, no sobre Dios y sólo es justo si sirve a Dios y a su causa. Por eso todo poder que no esté al servicio de Dios y de su causa se convierte en opresión de la tierra y de los propios súbditos.

Las tentaciones concretas de Jesús, que tuvieron lugar después de su bautismo y al comienzo de su ministerio, indican claramente la intención de los evangelistas: a Jesús se le quiere inducir a optar por un mesianismo falso, el mesianismo triunfalista y humano, terreno en definitiva. Así hubiese agradado a la inmensa mayoría de la esperanza judía. Pero este mesianismo no corresponde al plan de Dios para su siervo.

BIBL. — La Vie Spirituelle, dedicó al tema varios artículos los años 1954-1955; C.CHARLIER, Les Tentations de Jésus au Desert. «Bible et Vie Chretienne!», 1954; H. RIESENFEND, Le Charactére messianique de la Tentation au Désert, «La Venue du Messie», en «Recherches Bibliques», 1962; J. CABALLERO, Tentaciones de jesús, en «Enciclopedia de la Biblia», VI, 1965; J. DUPONT, Die Versuchunpen Jesu in der Wüste, en «Stuttgarter Biberstudien, 1969; J.1. GONZÁLEZ FAUS. Las tentaciones de Jesús y la tentación cristiana, en«Estudios Eclesiásticos», 1972; A.VARGAS-MACHUCA, La tentación de Jesús según Mc 1.12-13. ¿Hecho real o relato de tipo haqgádico?, en «Estudios Eclesiásticos», 1973; G. G. WILLIS, Lead Us Not Into Temptation, en «Downside Review», 1973.

Felipe F. Ramos