Señor
DJN
 

SUMARIO: 1. La confesión de fe del señorío de Jesús. - 2. El señorío de Cristo en los Evangelios.


El uso abundantísimo del término "Señor" (unas 719 veces) hace de él uno de los más frecuentes en todo el NT. Si a este dato puramente estadístico se añade el hecho de que muchos de esos usos tienen que ver de un modo u otro con Jesús de Nazaret y que, en relación con él se utiliza prácticamente en todos los escritos neotestamentarios se comprende la importancia que tuvo este sustantivo en la primera reflexión cristiana sobre el ser de Cristo.

1. La confesión de fe del señorío de Jesús

De hecho, la expresión "Jesús (es el) Señor", que aparece tal cual en dos textos del epistolario paulino (1 Cor 12,3 y Rom 10,9), se considera como una de las confesiones de fe más antiguas de la comunidad naciente. El hecho mismo de encontrarse en textos paulinos evidencia que la supuesta confesión de fe en cuanto tal hay que situarla después de Pascua; en realidad, el título "Señor" se aplica normalmente a Cristo resucitado y tiene que ver probablemente con la fuerte expectativa en su pronto retorno como Señor (cf. 1 Cor 16,22 y además 11,26), a cuyo nombre se doblará "toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo" y cuyo señorío, proclamado ya desde ahora por la comunidad cristiana en el marco del culto eucarístico, será reconocido en su parusía por toda la creación (cf. Fil 2,11). La aplicación de dicho título al Jesús exaltado equivale a equipararlo a Dios (Yhwh), pues desde el s. II a. C. se había ido imponiendo entre los judíos de Palestina la costumbre de llamar a Dios "Señor" (mare" o mara" en arameo, "adon/ ádonay en hebreo y xvptoS en griego). De hecho, xuptos es un modo de hablar de Dios frecuente en el NT, que le aplica dicho título no sólo en citas explícitas del AT (cf. Mt 3,3; 4,7.10, etc.; cf. además Jn 12,13.38) sino además en referencias directas a él (p. ej., Mt 1,20.22.24; 2,13.15.19; 28,2; Mc 5,19; 13,20; Lc 1,6.9.11.15.17.25...; 2,9.15.22.23.24...; 5,17; 20,37). Ahora bien, llama la atención que en los casos en que se usa en relación con el Profeta de Nazaret, el sujeto de aplicación de dicho título sea precisamente "Jesús", que era la forma más habitual para hablar de su dimensión humana en el primitivo cristianismo (cf. 1 Tes 1,10; 2 Cor 4,10.11.14; Gal 3,17; Rom 8,11). Este dato debe interpretarse antes que nada en el sentido ya indicado de la citada confesión de fe; es decir, la expresión supone no sólo reconocer a Jesús de Nazaret una dignidad divina, sino considerarlo digno de adoración cultual. Es muy posible que fuera precisamente este aspecto el que fuera percibido como un escándalo por los judíos, quienes, desde su monoteísmo estricto habrían acusado a los cristianos de apóstatas. El texto de 1 Cor 8,6 muestra, sin embargo, que el culto a Jesús y el reconocimiento de la dignidad divina que justifica dicho culto se mantiene perfectamente en el marco del monoteísmo de Israel: al reconocer el señorío de Cristo Jesús, los cristianos mantienen su fe firme en el Dios uno y único que hizo el cielo y la tierra. Aunque, apoyados en el uso del título en Fil 2,11, es preciso tener en cuenta un posible matiz. Jesús, cuyo señorío comenzó a manifestarse a partir de su resurrección y se revelará plenamente en su parusía, ya era "señor" durante su existencia terrena. Semejante interpretación del texto parece avalada por el contexto, pues la primera parte del himno recogido en Fil 2,6-11 presenta de diversas maneras el hecho de la encarnación o, si se prefiere, la condición humana asumida por aquel que existía "en la forma de Dios" (2,6); es decir, el encarnado es Señor no sólo como consecuencia de la trayectoria recorrida como hombre ("por eso Dios... le concedió un nombre sobre todo nombre": 2,9); también lo fue durante toda su trayectoria humana. En todo caso, incluso si se admite esta interpretación de la confesión de fe en el texto de Fil 2,11, resulta evidente que se trata de eso: de una confesión de fe, que recibió su mayor impulso de la exaltación de Jesús por parte de Dios o, lo que es lo mismo, desde la Pascua. La cuestión que se plantea en éste como en el caso de los otros títulos cristológicos es el de saber en qué medida la fe explicitada en la Pascua se apoya en la convivencia de los discípulos con el Maestro Nazareno.

La respuesta a esta pregunta debe partir del siguiente dato indiscutible de los Evangelios: el apelativo "Señor" (icupie) con que se dirigen a Jesús tanto la gente en general, judíos (cf. Mc 8,2) o no judíos (cf. Mc 7,28), como sus propios discípulos (Mc 8,25; 14,28.30). En uno y otro caso, lo normal es suponer que el citado apelativo era un tratamiento cortés, que implicaba el reconocimiento de cierta autoridad en Jesús; en estos casos equivaldría a "maestro" o "rabí" o sería una consecuencia de esta condición, que la gente le reconocía gustosamente (cf. especialmente Mc 14,14 y además 4,38; 10,17; 11,21; 12,14, con los paralelos de Mt y Lc); dicho sentido, que se halla testimoniado incluso en el Cuarto Evangelio (Jn 6,68; 8,11; 9,36; 13,6.9; 14,5) puede suponerse tranquilamente en el caso de la mujer siro-fenicia, al menos en la versión de Marcos (7,28; cf. Mt 15,22.25). No parece osado pensar que este uso facilitó la consideración de Jesús como Señor, con las implicaciones de majestad y dignidad que iban unidas a dicho título; quedando claro que tal consideración supuso la donación del "nombre sobre todo nombre" en la exaltación de aquel que se había hecho "obediente hasta la muerte y una muerte de cruz" (Fil 2,8). El uso del apelativo por parte de Saulo tras caer a tierra y escuchar la voz que le decía "Saúl, Saúl" podría representar un paso intermedio entre ambos sentidos (Hech 9,5): no parece que a aquellas alturas de su vida el apelativo "Señor" fuera en labios del perseguidor algo más una forma de dirigirse respetuosamente a alguien; ahora bien, para el lector cristiano, el "Señor" con que Pablo se dirige a aquel que luego se identificará como el "Jesús, a quien tú persigues" (13,5b) es sin duda el Señor resucitado; de hecho, el relato seguirá refiriéndose a él de varios modos mediante este título (9,10a.b.11.13.15.17).

2. El señorío de Cristo en los Evangelios

El sabor confesional del uso de kyrios en relación con Jesucristo no significa que dicho apelativo se halla ausente en nuestros evangelios; todo lo contrario: en ellos, "Señor" es un término más bien frecuente en líneas generales y además bastante usado en relación con Jesús, particularmente en vocativo -Kupie, en griego-, como una forma de dirigirse a él; según ha quedado indicado, dicha forma aparece indistintamente en labios de los discípulos como de quienes no lo son, y, en relación con estos últimos, tanto de judíos como de extranjeros. En tales casos resulta muy difícil determinar cuándo refleja un posible uso en la vida terrena de Jesús, durante la cual se trataría de una forma más o menos solemne de dirigirse al Maestro de Nazaret, a quien se reconocería cierta autoridad, y cuándo en dicho "señor" se halla implicada la confesión de fe de la comunidad después de Pascua. Esta dimensión resulta evidente, por elcontrario, en los casos en que se habla de Jesús llamándolo KvptoS, es decir, reconociéndolo abiertamente como "el Señor"; tales casos son más bien escasos en los Evangelios de Mateo y de Marcos: en cada uno de ellos los encontramos únicamente en dos ocasiones, que son además textos paralelos: se trata en concreto de la escena preparatoria a la entrada de Jesús en Jerusalén (Mc 11,3=Mt 21,3) y de la disputa sobre el Salmo 110 que ambos evangelistas sitúan en los días posteriores a dicha entrada (Mc 12,37=22,43.45); en los dos casos "el Señor" es Jesús, cuyo señorío es reconocido y proclamado por la comunidad. El uso del título en el final largo de Marcos (16,19 y 20) entra dentro de la aplicación del título al resucitado después de Pascua. La luz de la Pascua y el uso pascual del título parece justificar en fin la aplicación a Jesús del texto Is 40,3, que el profeta refería claramente a Dios: para Marcos y para Mateo Jesús es "el Señor" cuyo camino debe preparar el pueblo (Mc 1,3=Mt 3,3). En algunos casos parece lógico reconocer una fusión de los dos planos: el contexto de enseñanza en que sitúa el dicho de Mt 7,21-22 favorece una interpretación del "Señor, Señor" incluido en tal dicho como una forma de reconocimiento de la autoridad magisterial de Jesús; sin embargo, el dicho es en Mateo una advertencia evidente a su propia comunidad cristiana y ello hace difícil no reconocer en el "Señor, Señor" precisamente la confesión de fe de dicha comunidad en el señorío de Cristo. Lo mismo puede decirse del texto sobre la advertencia a mantenerse en vela porque "no sabéis qué día vendrá vuestro Señor" (Mt 24,44); aunque conviene reconocer, que algunos elementos del texto, particularmente la referencia implícita al "día del Señor" y, sobre todo, el paralelismo con la afirmación sobre la venida del Hijo del Hombre (24,39) permiten pensar que Señor tiene aquí valor de título.

Lo tiene también claramente en algunos textos de la obra lucana, tanto del Evangelio (Lc 24,3.34) como, sobre todo, de Hechos de los Apóstoles, donde, en distintas expresiones, "el Señor" se convierte en una de las formas de hablar del Resucitado (cf., p. ej., Hech 9, 10. 11. 15. 17; 22,10; 26,11 -las tres versiones de la conversión de Saulo- 2,36; 4,33; 23,11 y otros muchos textos). Sin embargo, tanto en Hechos (1,21; 20,35) como, sobre todo, en el Evangelio, Lucas se refiere también al Señor para hablar de la actividad terrena de Jesús; en el Evangelio lo hace en dos textos paralelos de los ya citados de Mateo-Marcos -la predicción del hallazgo del pollino para la entrada (Lc 19,31) y la disputa acerca del hijo de David (20,44)- y en otros muchos casos que son exclusivos de Lucas entre los Sinópticos (p. ej., 7,13.19; 10,1.13.39.41; 11,39, etc.). En todos estos casos, el evangelista se hace eco del uso del título "Señor" como una forma más de hablar de Jesús; aunque podría suponerse que para Lucas tal uso suponía aceptar que el título de Jesús le convenía perfectamente ya durante su vida pública. No en vano, el mismo Lucas lo pone en labios de Isabel para hablar del que tenía que nacer (1,43) o en los del ángel de los alrededores de Belén para referirse al recién nacido (2,11).

Con un uso menos rico y abundante que en Mt y Lc, también el Cuarto Evangelio se sitúa en línea con la tradición al aplicar a Jesús el título de xuptioS; Jesús es Señor en cuanto resucitado: así se refiere a él el narrador en dos relatos pascuales; así lo llama la Magdalena, tanto al constatar que su cuerpo no estaba en el sepulcro (20,2; en 20,13 añade el posesivo "mi") como al comunicar a los discípulos que lo ha visto (20,18). Como Señor lo identifican también los discípulos, cuando cuentan a Tomás el día de Pascua la visión que habían tenido poco antes (20,24; cf. 20,20), y más tarde, junto al lago, el discípulo a quien quería Jesús (21,7a.b). Ahora bien, para el Cuarto Evangelista, Jesús es Señor también antes de la Pascua; su consideración de tal la deja caer sin más el evangelista en una de las explicaciones con que regala algunas veces a sus lectores: María, la hermana de Marta y de Lázaro, era "la que ungió al Señor con perfume" (11,2): en este caso nos encontramos evidentemente con una aplicación retrospectiva al Jesús de antes de Pascua de un título que la comunidad le aplica normalmente tras la resurrección; pero, lo mismo que el "mi Señor" de la Magdalena o el "Señor mío" de Tomás, el evangelista marca de este modo de forma indirecta la identidad del Jesús terreno y del Señor exaltado: el Jesús a quien contemplan ahora como Señor glorioso es el mismo con quien ellos habían convivido antes de Pascua y cuya autoridad reconocían llamándolo respetuosamente "señor". -> resurrección; Cristo; Jesuscristo.

J. M. Díaz Rodelas