Sarmientos (vosotros los)
DJN
 

Los sarmientos son el centro de mayor interés en la parábola-alegoría de la vid (Jn 15,1-17). El objetivo de la vid es que los sarmientos estén cargados de racimos, que den mucho fruto. Para que así sea, la vid debe estar bien cuidada. La savia de la cepa, que da vida a los sarmientos, tiene que estar bien aprovechada.

Todos los sarmientos arrancan de la cepa, están insertos en ella, sin ella no existirían. Pero algunos se secan; a ésos hay que cortarlos y quemarlos. A los que están vivos, hay que podarlos y limpiarlos, con el fin de que la savia, que reciben de la cepa, se concentre en los puntos aptos para que broten con fuerza los racimos y no se pierda en floración vana. Lo que importa es que haya una buena vendimia.

El mismo Jesucristo da las claves para interpretar la parábola-alegoría. «Yo soy la vid... vosotros sois los sarmientos». Con el 'yo soy', Jesús evoca su condición divina, pues Dios, Yavé, es el «YO SOY».

Jesús es la cepa, los discípulos son los sarmientos: El «yo soy» y el «vosotros sois» indican la clara distinción entre uno y otros. Nunca dice «nosotros somos», igual que cuando dice «mi Padre» y «vuestro Padre», jamás dice «nuestro Padre».

Los discípulos, los cristianos, tienen que estar unidos a Cristo. Hay dos modalidades de unión.

Una modalidad es estar unidos sólo por la fe y el bautismo, sin producir obras de amor. En este caso la fe está muerta, pues cuando está viva se expresa en actos de amor (Gal 5,6), el sarmiento se ha secado, por las venas del alma del cristiano no corre la savia sobrenatural; estamos ante un cadáver espiritual, cuyo destino es el fuego consumidor, lo que hace una referencia al juicio divino, aunque puede tratarse únicamente de un castigo medicinal para hacer entrar al castigado por los caminos del amor.

Otra modalidad de unión es la que se realiza a través de la fe y de la caridad. El sarmiento está vivo, el cristiano practica obras de amor, cumple el mandamiento del Señor: «Este es su mandamiento, que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros como él nos mandó» (1 Jn 3,23). Para dar fruto hacen falta ambas cosas: «Mándales permanecer en él, no por la fe sola, sino principalmente por la caridad, puesto que por la fe son muchos los que en él permanecen, los cuales, con todo, no dan fruto alguno. Cristo trataba de aquella permanencia en sí mismo que produce frutos, lo cual es imposible sin caridad. A veces vemos en la vid muchos sarmientos secos, muertos, infructuosos, porque no participan de la savia de la raíz. Estos son los que sólo por la fe se adhieren a Cristo. Son sarmientos, permanecen en la vid, pero están muertos y secos, porque no chupan del humor de la gracia de Cristo, la cual no puede participarse sin la caridad que es vida del alma» (J. MALDONADO, Comentario al Evangelio de San Juan, BAO, Madrid, 1954, pag.821-22).

Al que está así unido vitalmente a Cristo también hay que podarle y limpiarle, como se poda y limpia al sarmiento, para que dé mucho fruto, es decir, para que crezca en la fe y en el amor que ya tiene.

¿En qué consiste la poda? La poda es siempre dolorosa, pues consiste en cortar partes vivas del sarmiento. En la vida del cristiano se trata de las pruebas que hay que superar con firmeza y de los sufrimientos y tribulaciones que hay que soportar con paciencia y constancia. La prueba y el dolor sirven para robustecer la vida espiritual (Rom 5,3). Las penalidades, sufridas con fe y con amor, producen ubérrimos e incalculables frutos de gloria (2 Cor 4,17).

¿Y en qué consiste la limpieza? En desechar todo egoísmo y toda afición al dinero y al poder, pues el amor al dinero es el origen de todos los males (1 Tim 6,10) y el poder es una fuerza diabólica corruptora. Ambas cosas encadenan al hombre, le esclavizan, ahogan sus sentimientos más nobles, acaban por asfixiar su fe en Dios y su amor a los hombres.

El cristiano unido a Cristo por la fe y el amor vive la misma vida de Cristo, es una misma cosa con él, está cristificado, permanece en Cristo y Cristo en él. Esta es la fórmula de la reciproca inmanencia: «permaneced unidos a mí como yo lo estoy con vosotros» (Jn 15,4). El verbo permanecer, que indica inquebrantable unión que debe reinar entre Jesucristo y los cristianos, es muy propia de los escritos joánicos. Aparece cuarenta veces en el evangelio y veintitrés en la primera carta. Entre todos los textos, quizá el más significativo es Jn 6,50: «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él».

La mutua inmanencia se alimenta y se alimenta en la Eucaristía, el pan del cielo que hay que comer con fe en Cristo (Jn 6,29). Sin esta unión no se puede hacer nada en el orden sobrenatural, en referencia a la vida eterna. «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,52), pero con esta unión se puede hacer todo, se da mucho fruto (15,5), se consigue todo lo que se pida al Padre (15,7) y el Padre es glorificado (15,8).

Los cristianos son todos uno en el Uno, distintos, y al mismo tiempo, idénticos en Cristo.

Cristo es la cepa y es también la vid, es decir, la totalidad de la cepa y los sarmientos. Los sarmientos son todos uno en la cepa. Con esta metáfora, San Juan describe lo que es la Iglesia de Jesucristo. Cristo es la vid verdadera que suplanta a la otra vid infiel que: era Israel. El, y los cristianos en él y con él, son el nuevo Israel de Dios, la Iglesia (Gal 6,16).

En esta vid no hay distinción ni privilegio alguno entre los sarmientos que son todos iguales. La distinción, la preferencia y la superioridad consiste en dar más o menos fruto. Por todos corre la misma savia sobrenatural: El que más fe y más amor tenga, más unido está a Jesucristo y vive con mayor intensidad su vida divina. ->vid; sufrimientos; fe; caridad.

Evaristo Martín Nieto