Prójimo, Amor al
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El amor al otro, el amor al prójimo, el amor mutuo están muy presentes en la predicación y la práctica de Jesús, como reflejo obligado del verdadero y auténtico amor a Dios. Compendiamos la enseñanza de Jesús sobre este tema en cuatro apartados: 1) Regla de oro (Mt 7, 12; Lc 6, 31). 2) El mandamiento primero y más importante (Mt 22, 36-38; Mc 12, 28-31; Lc 10, 25-28). 3) ¿Quién es mi prójimo? 4) Mandamiento nuevo, «mi» mandamiento (Jn 13, 34; 15, 12, 17).

1) Regla de oro: Desde el siglo XVI se ha llamado, tanto a la formulación mateana como lucana, «la regla de oro». Mateo dice: Todo cuanto querríais que hiciesen con vosotros los demás, hacedlo igualmente vosotros con ellos; pues esta es la ley y los profetas» (7, 12). Y Lucas: «Según querríais que os hiciesen los demás, hacedlo igualmente a ellos» (6, 31). Lucas omite «Porque ésta es la Ley y los profetas», quizás porque sería una adición mateana, o también por tratarse de una máxima que no les decía mucho a los lectores paganos cristianos. El carácter de reciprocidad que encierra esta máxima, recibe en los versículos siguientes (34-34) una carga muy intensa de sentido: «Jesús propone una norma de conducta que transciende la mera reciprocidad: el amor a sí mismo no puede ni debe ser la única y suprema pauta de comportamiento para el discípulo.

La regla de oro, como imperativo moral, se encuentra en muchos pueblos, aparte de Israel: «Lo que no quieras para ti no lo hagas a nadie» (Tob 4, 15). «Por lo que a ti te agrada juzga el gusto de los otros, y se discreto en todo» (Eclo 31, 15). «No hagáis a otros aquello que os irrita cuando os lo hacen otros» (Isócrates, ateniense del siglo IV a. C.). Existió una interpretación del giro «a ti mismo»; en hebreo puede significar también «como tú mismo». Diría, pues: «Ama a tu prójimo, porque el es como tu mismo». No tiene ningún sentido afirmar que la originalidad en los evangelios está en la formulación positiva. La formulación positiva no es en sí misma algo cristiano, al igual que la negativa; todo depende del contexto en que se propone la máxima; además, la Iglesia primitiva aceptó indistintamente ambas formulaciones.

¿Qué sentido tiene la «regla de oro» en el contexto del Sermón de la Montaña?

Las interpretaciones han sido muy variadas: «No se puede interpretar la regla de oro en el sentido de un egoísmo ingenuo o menos ingenuo: lo que quisiera experimentar yo mismo motiva mi acción... ni tampoco como expresión de una moral combativa ni de una mentalidad taliónica que puede volverse contra el semejante. Expresión clásica de esta mentalidad es el epitafio de Apusulema Geria: «lo que cada uno de vosotros desee para mi le sobrevenga en vida o después de la muerte». También la exegesis cristiana tuvo conciencia del problema, y S. Agustín señala que muchos traductores habían intercalado en la regla de oro el vocablo bona, de suerte que el texto quedaba así: «todo lo bueno que queréis que os hagan los hombres...», para que el contenido de la acción recíproca no fuesen cosas indignas, como, por ejemplo, comilonas o francachelas» (Ciud. de Dios, 14, 8. Cit. por U. Luz, El Evangelio según San Mateo (1-7), vol. I, 346, 348).

La expresión «ésta es la Ley y los profetas» define el sentido de la regla de oro y orienta la interpretación. La idea no es que hay que hacer el bien a fin de que nos lo hagan a nosotros, sino que hay que hacer al prójimo lo que se desea o exige para sí mismo. La llamada no versa sólo sobre la calidad de la acción, sino también de la cantidad de lo que hay que hacer. «La regla de oro se radicaliza partiendo del Sermón de la Montaña. Todo lo que el amor y los preceptos de Jesús exigen, todo sin excepción hay que hacerlo a las otras personas. Se trata de una justicia mejor y del precepto de perfección (5, 20, 48) que establece aquel, que enseña a sus discípulos a observar «todo lo que os he mandado» (Mt 28, 20). Mediante la apostilla «esta es la Ley y los profetas», Mateo une también la regla de oro con 5, 17: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los profetas».

2) El mandamiento primero y más importante (Mt 22, 36-38; Mc 12, 28-31; Lc 10, 25-28). Un perito en el estudio de la Ley pregunta a Jesús que, como maestro, dé una respuesta solvente y autorizada sobre algo que preocupaba y se discutía en los ambientes jurídicos de la época: ¿cuál es el mandamiento que comprendía el sentido de la Ley? Existían opiniones que hacían de la observancia del sábado el resumen de la Ley entera. Según la tradición sinagogal la ley comprendía 613 mandamientos positivos, 305 prohibiciones y otras 248 prescripciones. Pero todos tienen la misma importancia y eran igualmente obligatorios; sin embargo, semejante pluralidad de mandamientos y prescripciones reflejaba una ética atomizada y dispersa; se necesitaba una visión sintética que sirviese de fundamento y orientación al israelita.

Lo específico del relato evangélico no está en las ideas que transmite sobre el amor a Dios y el amor al prójimo, más o menos conocidas en el Antiguo Testamento y en el judaísmo, sino en la unión de ambos mandamientos en un solo mandamiento principal que sobresale por encima de todos los demás. «El hecho de que Mateo, siguiendo a Marcos, coloque el sumario en labios de Jesús, mientras que Lucas lo pone en labios de un doctor de la Ley, en la introducción a la parábola del buen samaritano, demuestra que las Iglesias del siglo 1 no consideraban este resumen de la Ley como un hallazgo original de Jesús, sino como una síntesis fiel de la ley dada a Israel» (P. BONNARD, Evangelio según San Mateo, p. 487). La distinta presentación de los tres evangelistas nos ayuda a comprender mejor la elaboración personal de cada uno en función de la finalidad teológica, catequética y pastoral que intenta. Así: Mateo y Lucas presentan la pregunta como una trampa; en ambos evangelistas Jesús es preguntado como «maestro». La unión entre los dos mandamientos está más elaborada en Mateo que en Marcos y Lucas. Aquí, como en otros muchos pasajes, la pregunta a Jesús es eco de las cuestiones capitales planteadas a la Iglesia de Mateo por sus adversarios de la sinagoga judía hacia los años 90».

El texto original hebreo de Dt 6, 5 tiene solamente tres elementos: «corazón, alma, fuerza». Mateo cambia «corazón» por «mente». En Marcos y Lucas, que tienen los cuatro elementos, hay distinto orden. Estos cuatro aspectos de la personalidad humana deben entenderse en un sentido vétero testamentario: «kardía» (=corazón) expresa la sede de los impulsos primarios y de las reacciones emocionales de la persona; «psyche» (=alma) es el principio de la vitalidad y de la conciencia; «ischys» (=fuerza) es la vehemencia de los impulsos instintivos; «dianoia» (=mente) se refiere al conjunto de cualidades especulativas y organizadoras de la existencia. La conjunción de estos cuatro aspectos define, en síntesis, la totalidad de la persona (J. A. FITZMYER, El Evangelio según Lucas, III, 272-273). No podemos subscribir la afirmación de P. Bonnard: «Dada la antropología global presupuesta en este texto, hubiera bastado una sola de dichas menciones, la del corazón, por ejemplo, para indicar que el amor debe comprometerse con hombre entero, lo demás son retóricas» (Ob. Cit., p. 489). Los calificativos encierran siempre una carga de sentido propia y específica que enriquece y agranda el contenido de la expresión. Ser el primer mandamiento significa que es el que da sentido a todo lo demás. Toda la ley y los profetas se comprendían en él.

Esta originalidad de la síntesis de la ley no consiste sólo en simplificar la casuística judía, ni en unir las dos partes de la síntesis para hacer un mandamiento único, lo que ciertamente es capital, sino en «radicalizar la ley», «excluyendo toda obediencia legal que no sea una sumisión total a Dios y al servicio del prójimo». En el mensaje de Jesús el amor al prójimo, junto con el amor a Dios, aparece como la suma de toda la ley. Sólo Mateo añade: «De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas». La pregunta surge espontánea: ¿Amor a Dios y amor al prójimo son idénticos? Ciertamente son idénticos en cuanto representan la misma exigencia, pero no son la misma cosa, porque eso sería suprimir la inamovible frontera que separa a Dios y al hombre. «Lo mismo que el amor de Dios no desaparece sin más en el amor al prójimo, Jesús tampoco quita al amor del prójimo su cara a cara humano, transformándolo en un medio para realizar el amor de Dios. Un amor que en este sentido no ama al otro por si mismo sino por Dios no es verdadero amor. La unidad indisoluble en la que Jesús los une encuentra manifiestamente su fundamento y su sentido, no en la igualdad de los que son objeto del amor, sino en la naturaleza del amor mismo» (G. BORNKAMM, Jesús de Nazaret, 116s). En este sentido, el amor del prójimo es la prueba del amor de Dios. La cuestión decisiva es, pues, el prójimo.

3) ¿Quién es mi prójimo? La «regla de oro» podría ser entendida en sentido filantrópico, y así se hace en la ética humanística de Aristóteles a Kant. Pero la parábola del Buen Samaritano excluye esta interpretación (Lc 10, 29-37). ¿Quién es el prójimo? Jesús no responde con una clasificación sistemática de las varias categorías de hombres: —prójimo, el igual a otro hombre, pero prójimo no indica relación genérica, sino particular; —prójimo, igual a «amigo», pero amigo tiene una dimensión afectiva más acentuada que «prójimo»; —prójimo, igual a «connacional», pero este es un término con demasiado sabor político y racial. Hay que volver al antiguo y auténtico valor del vocablo, evitando traducciones nuevas; a la determinación originariamente local (=vecino), se añade plásticamente también el componente del encuentro, «la actualidad de lo que el evangelio pide».

Jesús se sale del círculo cerrado de la clasificación sistemática y acude a otro criterio mucho más práctico y certero: el escrito pregunta ¿quién es mi prójimo, es decir, el más cercano a mi? Jesús invierte la pregunta: ¿quién de los tres es el más cercano, el prójimo del desgraciado, del menesteroso? ¿De quién soy prójimo? El que se encuentra por casualidad más cercano a quien sufre tiene que realizar con éllos deberes de «Prójimo». Tres hombres se acercan... ¿quién ejerce su deber de prójimo? El samaritano que es extranjero. ¿Y por qué precisamente él? Porque «a su vista se enterneció». El corazón tiene la última palabra. El samaritano hace con sencillez lo que exigen las circunstancias y se preocupa del futuro inmediato del agredido; hace lo que debe y puede. ¿Quién es el prójimo del menesteroso? El que practica la ayuda, la acogida, la misericordia con él. Del relato del Buen Samaritano resulta claro que determinar a priori quien es el prójimo no es posible, pero se manifiesta de cuando en cuando y con la necesaria claridad en la vida concreta y diaria. Además, el relato golpea todavía más directamente la persona misma del interlocutor, que finalmente es exhortado a hacer como el samaritano: «Anda y haz tú lo mismo». Quién sea el «prójimo» no se puede definir, pero que sí se puede hacer es serlo.

4) Mandamiento nuevo, «mi mandamiento» (Jn 13, 34; 15, 12, 17). Para Juan el «agape», el amor es la piedra angular del reino de Cristo que se va realizando en la actual crisis del mundo (3, 16). Juan habla siempre con expresiones nuevas del Padre hacia el Hijo. Apenas cita el amor del Hijo hacia el Padre (14, 31), pero subraya cálidamente el amor del Hijo hacia aquellos que el Padre le ha dado como «amigos». A través del Hijo el amor divino llega a la humanidad (17, 23ss; 14, 21). El amor (agape) joánico es amor descendente: destaca el carácter divino del amor en la vida de Cristo y en la de sus seguidores. El amor fraterno cierra el círculo de las relaciones entre el Padre, el Hijo y sus seguidores. Se establece entre ellos una comunión que no es de este mundo, una comunión que tiene como fundamento el amor de Dios como ley intrínseca y de permanencia de este amor. Por eso, Juan insiste más que en el amor a Dios y a Cristo (5, 52; 8. 42; 14, 28) en el amor a los hermanos, que tiene en Cristo su modelo y su fuente. Al hablar del amor como mandamiento nuevo para todos los que Jesús ha elegido (13, 1; 15, 16) y como la señal por la que habrán de distinguirse de los demás (v. 35), el evangelista demuestra simplícitamente su presentación de la última Cena en perspectiva de alianza. Pero el amor es algo más que un mandamiento, es un don que procede del Padre por Jesús y es otorgado a los que creen en él. En 15, 9 se dice: «Igual que mi Padre me amo os he amado yo»; en 13, 34 y 15, 12 la expresión «igual que os he amado» subraya el hecho de que Jesús es la fuente del amor mutuo entre los cristianos. En este clima debe explicarse la novedad del mandamiento del amor: se relaciona realmente con el terna de la alianza que se desarrolla en la Ultima Cena. «El mandamiento» de Juan 13, 34 es la estipulación básica de la «nueva alianza» de Lc 22, 20. Ambas expresiones reflejan la primitiva idea cristiana de que en Jesús y en sus seguidores se cumplió el ideal de Jeremías (31, 31-34). Debe advertirse que el horizonte del amor fraterno queda reducido a los cristianos. El «otro» al que ha de amar el cristiano es descrito correctamente en 1 Jn 3, 14 como «nuestro hermano», es decir, los que pertenecen a nuestra misma comunidad (cfr el uso de hermanos en Jn 21, 23) (R. E. BROWN, El Evangelio según Juan, XIII-XXI, 855 ss). Para otros comentarios, sin embargo, el horizonte se amplía a todos los hombres: «el precepto del amor fraterno significaría una restricción radical si el evangelio de Juan excluyera al mundo del amor de Dios» (K. WENGST, Interpretación del evangelio de Juan, p. 136), pero no es éste el caso». «Este amor supone un desafío al mundo, igual que Jesús significa un desafío al mundo, y lleva a los hombres a decidirse por la luz. De este modo mientras en el mundo esté presente el amor cristiano, el mundo no dejará de encontrarse ante Jesús» (E. BROWN, ob. cit. p. 858). Idéntica explicación puede darse a 15, 12, 17 que esta relacionado con 13, 34 del que podría ser un duplicado. ->amor; agape.

BIBL. — QUELLE. STAUFFER; «Amare», en G. KITTEL, Lessico del Nuevo Testamento, Vol. 1, Brescia, 1965,58-46; J. FICHTNERGREVEN, «Próssimo», en KITTEL, Léxico..., Vol X, Brescia, 1975, 369-727; G. SCHNEIDER, «Amor, «amar», en H. BALZ, DENT. Diccionario exegético del Nuevo Testamento, Salamanca, 1996, 23-36; K. HAACKER, «Prójimo», en H. BALZ, DENT, Vol. II, Salamanca, 1996, 1004-1009.

Carlos de Villapadierna