Pecado
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SUMARIO: Jesús y los pecadores. - Jesús y el pecado. - El pecado y la muerte de Jesús. - Triunfo sobre el pecado. Liberación del pecado.


No encontramos en las palabras de Jesús una definición abstracta ni nueva del pecado. En ellas se presuponen las concepciones y tradiciones veterotestamentarias y hasta las religiosas más generales, al menos en ciertos aspectos. Es preciso partir de tales conceptos o vivencias, que, evidentemente, eran conocidas y aceptadas por Jesús y sus oyentes en mayor o menor grado. Es cierto, sin embargo, que los cambios en este punto derivados de la actividad y predicación de Jesús son francamente grandes.

Se supone la existencia de pecadores y, por tanto, del pecado como transgresión, individual o colectiva de la alianza, de las normas y leyes y como falta ética especialmente en relación con otros, así como, metafóricamente, como ofensa a Dios, deuda que se tiene respecto a Él, alejamiento del Señor o cerrazón ante El centrándose en uno mismo. También existe el pecado como ambiente negativo que envuelve y condiciona a los seres humanos en este mundo, del cual los pecados concretos son realización y manifestación. A veces este aspecto se personaliza y aparecen los demonios o Satán, pero noes una presentación tan importante. Los seres humanos son pecadores cuando hacen el mal, especialmente en sus relaciones con los otros, pero también de una forma más radical, cuando se comparan con la grandeza de Dios, como por ejemplo Pedro al confesarse pecador ante el poder de Jesús (cfr. Lc 5, 8). No hay, en cambio, prácticamente nada sobre el pecado en cuanto falta ritual o impureza, que tanto espacio ocupa en ciertas tradiciones del Antiguo Testamento.

Jesús y los pecadores

El rasgo principal en la vida y actividad de Jesús en lo referente al campo del pecado es más bien su contacto con los pecadores. No hace muchas declaraciones teóricas sobre el pecado, ni siquiera lleva a cabo una lucha con la realidad abstracta del pecado, pero tiene relación con los seres humanos inmersos o participantes en el mundo del pecado, es decir, con los pecadores (amor a los pecadores), lo que nos permite ver su actitud ante tal realidad. Uno de los rasgos más propios del Reino de Dios es el de la acogida a quienes más lo necesitan, de los cuales los primeros son los pecadores.

Jesús caracteriza su misión con la famosa frase de no haber venido a llamar a los justos sino a los pecadores (Mc 2, 17 y par.). Es más que una declaración teórica por importante que sea. A lo largo de toda la vida pública de Jesús aparece de forma muy acusada su cercanía y aceptación de pecadores de todo tipo: personas concretas como Zaqueo (Lc 19, 1-10) o la pecadora (Mc 14, 3-9 y par.) o grupos más grandes que se acercan a él confiados en que los va a aceptar (Mc 2, 15 y par.; Lc 13, 2; 15, 1 ss). Hasta tal punto es notable esta actitud de Jesús, la cual contrasta fuertemente con la normal de los hombres piadosos en su tiempo, que sus enemigos lo describen como «amigo de pecadores» (Mt. 11, 19; Lc 7, 34) y dicen como reproche hacia él que come con ellos (Mc 2, 16 y par. Cfr. Lc 5, 30), es decir, acoge y acepta a gente pecadora.

Escenificación emblemática de la actitud de Dios respecto al pecador, la cual Jesús hace presente, es la llamada «parábola del hijo pródigo» o, mejor, «de los dos hijos» (Lc 15, 11-31) donde el padre/Dios acoge sin reservas a quien se ha alejado física o internamente de él. Sólo es necesario que los interesados se abran, en la medida que puedan, a la acción divina.

Pero los pecadores somos todos en mayor o menor medida. Jesús enseña en su oración más propia que todos han de pedir que se les perdonen sus deudas y todos necesitan, por tanto, de la misericordia de Dios de la que Jesús es eminente mensajero.

Evidentemente esta aceptación de la persona no incluye la aprobación de su modo de vida y proceder. Jesús se acerca a los pecadores, y deja que se acerquen a él, para que se conviertan y cambien de conducta (->arrepentimiento, conversión, penitencia), para que entren en el Reino que anuncia y realiza.

El perdón de los pecados es uno de los rasgos típicos de la actividad de Jesús que aparece de diversos modos en literalmente docenas de textos evangélicos, especialmente sinópticos con esa formulación (cfr. vg. Mt 6, 12; Mc 5, 1. 9. 10; Lc 5, 20. 21. 23. 24; 7, 47...). No es tanto un perdón jurídico como un hacer desaparecer el pecado o pecados de los seres humanos y hasta algunas de sus consecuencias. Por ello a veces va unido a la curación de alguna enfermedad (cfr. vg. Mc 2, 1-12 y par Mt 9, 1-8; Lc 5, 17-26), la cual era para los contemporáneos un signo del pecado (cfr. Jn 9, 2).

El perdonar pecados es claro atributo de Dios, contra quien va dirigido en último término el pecado, como resulta evidente ya en el Antiguo Testamento y se repite en el Nuevo. Jesús enseña en el Padre Nuestro a pedir perdón de las deudas (pecados) al Padre.

Pero es también acción propia de Jesús, de tal forma que sus adversarios u otras personas se escandalizan (Mc 5, Iss. y par.) y Jesús muestra que tal perdón estambién prerrogativa suya. Es, pues, uno de los indicios más fuertes de la condición divina de Jesús, tal como la presentan los Evangelios.

Este perdón es iniciativa de Jesús y del todo gratuito. La única condición es ponerse en contacto, establecer una relación con El, y abrirse a su acción por la fe/confianza. Viene a equivaler a tener conciencia de la propia condición pecadora, necesitada de perdón, reconocerse como uno realmente es ante Dios, o sea, pecador. Lo que impide el perdón es precisamente lo contrario: la cerrazón al don, el sentirse autosuficiente y confiado en uno mismo, por tanto, sin caer en la cuenta del propio pecado y, consiguientemente sin abrirse al perdón. Ejemplos típicos de ambas actitudes son respectivamente el fariseo y el publicano de la parábola de Lc 18, 9ss.

Jesús y el pecado

De Jesús vale, realmente, el corriente dicho de «condenar el pecado y no condenar al pecador», como queda expuesto más arriba. Su actitud y actividad revela una concepción más honda del pecado que tradiciones neotestamentarias como la paulina y la joánica desarrollarán.

Para conocer lo que Jesús entiende como pecado hay que fijarse más en su actitud y actividad a lo largo de su ministerio que en declaraciones teóricas directas, las cuales, como hemos dicho, apenas existen. Toda la existencia humana de Jesús es una lucha contra lo deshumanizador y deshumanizante, contra el alejamiento de Dios y de los otros, contra el pecado y los pecados en suma.

El enfrentamiento y lucha de Jesús con el mal, con lo negativo, es uno de los rasgos más característicos de su actividad terrena y postpascual. En realidad, tal como se colectiva. También la ignorancia, la inconsciencia, la ceguera... que provocan lo negativo y lo malo.

Esta es un interpretación de las actitudes de Jesús contra la injusticia, la dominación, la marginación, la religión opresora y que infunde miedo... El Reino, efectivamente, se opone a todo ello.

La forma en que Jesús lucha con el pecado no es sólo su condena ni siquiera su perdón. Trata de infundir actitudes y vivencias positivas: amor, esperanza, confianza, apertura al futuro, a Dios y a los demás; de crear en los seres humanos una actitud abierta y lejana al egocentrismo destructor. Para lo cual es condición imprescindible que los seres humanos se abran libremente al ofrecimiento que Jesús hace de una nueva existencia ante Dios, uno mismo, los demás y el mundo.

El pecado y la muerte de Jesús

El momento de la vida de Jesús donde, quizás, aparezca más claramente el pecado es, precisamente, su muerte.

De nuevo es la teología de Pablo la que presenta más claramente la conexión entre la muerte de Jesús y el pecado en el mundo (->Muerte). Pero el Apóstol parece hacerlo a partir de los datos históricos que luego aparecen sin grandes variaciones en las narraciones de la Pasión en los Evangelios y que él conocería por la tradición presinóptica y primitiva en general. En esta tradición aparece la fórmula «muerte por los pecados» (cfr. 1 Cor 15, 3; Gal 1, 4) o una muy cercana «entregar su vida como rescate» (Mc 10, 45) y «para el perdón de los pecados» en la fórmula de institución de la Eucaristía según Mt 26, 28.

No es preciso entender esos textos en sentido sacrificial, y mucho menos en el sacrificial expiatorio. Algo así como que la muerte de Jesús es un sacrificio que ofrece al Padre en nombre de los seres humanos para conseguir el perdón. Pese a la extendida y secular opinión ésta es sólo una forma -desacertadísima, por la concepción subyacente de Dios Padre, del todo contraria al concepto que de Dios tiene y predica Jesús, el «padre del hijo pródigo»- de explicar la relación de la muerte de Jesús con el pecado.

La muerte de Jesús está causada por los pecados del mundo, por el pecado humano. El enfrentamiento de Jesús con la realidad del pecado humano, que tiene fuerza real, se salda con su muerte, victoria provisoria y aparente del pecado.

Pero, evidentemente no se trata de nada mágico, de una fuerza de pecado actuando con independencia de las acciones de los hombres.

El pecado humano que produce la muerte de Jesús se muestra, entre otras cosas, en la errónea idea de las autoridades judías de que Jesús atenta contra la religión y el pueblo de Israel, en la obcecación, adhesión y, fidelidad a lo antiguo y conocido que tienen, sin admitir la novedad de Jesús; pero también aparece y actúa en la cobardía y abandono de los discípulos, en la indiferencia de Pilato, la traición de Judas, el egoísmo de los habitantes de Jerusalén que defienden su vida basada en el Templo, etc. Estas actitudes, -o muchas de ellas- del tramo final de la vida de Jesús se han ido preparando a lo largo de la vida pública en su enfrentamiento con todas las estructuras negativas de su ambiente, representantes en su momento histórico, de la situación humana. Todas ellas, y los hechos a que dan lugar, son manifestaciones de la realidad del pecado humano y de cómo atañe a Jesús.

En formulaciones de teología paulina que amplían y desarrollan una tradición anterior mucho menos explícita, hemos de hablar de cómo el pecado afecta personalmente a Jesús que no había cometido pecado; «al que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros» (2 Cor 5, 21). Es el punto más bajo del vaciamiento de Jesús, participando en la situación humana hasta en sus puntos más negativos, para superarla desde dentro.

Triunfo sobre el pecado. Liberación del pecado

Como ha quedado dicho más arriba, la finalidad de toda la relación de Jesús con el pecado y los pecadores es lograr que el primero desaparezca y los segundos dejen de serlo.

En realidad se trata de algo más profundo que el perdón, aun cuando éste ya contenga en sí algo del triunfo sobre el mal. Pero esta victoria va más allá.

En cuanto a su persona, la resurrección (-->Resurrección, Ascensión) de Jesús supone la victoria sobre todo el poder del pecado que había llevado a Cristo a la muerte. Ya en su vida mortal Jesús es presentado por el Cuarto Evangelio desafiando a que le acusen de pecado (Jn 8, 46) y, en términos generales, los Sinópticos muestran que aun sus propios enemigos no pueden achacarle pecado alguno.

Pablo reconoce claramente que Jesús no tiene relación alguna personal con el pecado (cfr. 2 Cor 5, 21). Lo cual ya supone un primer triunfo sobre el poder del pecado. Pero, en todo caso, las consecuencias reales del pecado le han afectado hasta llevarle a la muerte. La resurrección simboliza pues el pleno triunfo personal sobre esos poderes. La existencia del Resucitado está por encima de la esfera de influencia del pecado y de su inseparable compañera la muerte (cfr. Rm 6, 910), lo que no ocurría, en el sentido expuesto más arriba, con su vida mortal prepascual.

Veíamos antes que, durante esta su vida, Jesús perdona los pecados de los otros, lo que también supone un otro cierto triunfo sobre la realidad del pecado en beneficio real del pecador y del mundo en que este pecado domina.

Efectivamente, el Reino de Dios incluye una victoria ya ahora sobre el pecado y una integración de los pecadores dentro del mismo.

Pero hay todavía otra victoria más total y definitiva o, si se quiere expresar así, una realización absoluta de la salvación, que implica la superación integral del pecado, lo cual es más que un mero perdón. Es nuevamente la teología paulina la que más ha desarrollado este aspecto (-->redención, salvación).

Pese a lo extendido de esta idea, no es tan claro que la fórmula «muerte por los pecados» signifique que Dios perdona los pecados por la muerte de Cristo. Pero sí es cierto que la misma muerte de Cristo representa una cierta superación del pecado o pecados que han sido su causa. Porque en la misma cruz comienza a aparece la tremenda realidad del pecado que, por su misma esencia, es deicida (Kásemann). Esta revelación del auténtico rostro del pecado hace que el creyente en Cristo comience a rechazarlo y quiera alejarse de él.

Pero es la Resurrección de Jesús lo que lleva a cabo la auténtica y definitiva superación del pecado y la consecuente liberación del mismo. En efecto la Resurrección de Jesucristo no es un suceso que sólo le afecte a Él personalmente, sino tiene efectos en todos los que están unidos a él por la fe y el bautismo y aun de alguna otra manera (cfr. 1 Cor 15, 12-28). La Resurrección es la irrupción definitiva y total de la Vida de Dios en el mundo y, por tanto, la desaparición del pecado como fuerza decisiva en la historia y realidad humanas. Por el acontecimiento pascual, Muerte y Resurrección de Jesucristo, el ser humano ha quedado liberado del pecado y su fuerza ha sido vencida. De hecho quien está unido al Señor Resucitado ya no está en el pecado (1 Cor. 15, 17).

Es obvio que no se trata de que los seres humanos sean «impecables», que no puedan volver a pecar. Pero sí de que han recibido la fuerza para superar el pecado en sí mismos y en el mundo gracias a su Señor, que el pecado no es la última palabra, sino la vida de Dios. En paralelo con la suerte del Muerto y Resucitado, también el ser humano puede acabar viviendo en una vida enteramente para Dios y alejada del pecado. Ello es más que una perfección puramente ética o moral, que una impecabilidad de este tipo. Es la apertura real hacia la comunión y unión con Dios. Apertura escatológica, ya comenzada en la realidad presente pero todavía no llegada a su desarrollo total.

De otra manera: la revelación del amor de Dios hacia el ser humano pecador real se ha manifestado de forma total en la vida, muerte y resurrección de Cristo, posibilitando la respuesta humana en la misma línea y, por tanto, el alejamiento del pecado, que ha quedado vencido para siempre. En los planes divinos, esta revelación/realización del amor se ha hecho, paradójicamente, por la asunción por parte del Hijo de los aspectos más negativos del ser humano, pecado incluido, tal como veíamos más arriba. Pero todo ello estaba previsto para llegar a la destrucción de tales aspectos no de forma mágica sino, por así decir, «humano-divina».

BIBL. - FEDERICO PASTOR RAMOS, La salvación del hombre en la muerte y resurrección de Cristo Estella Verbo Divino 1991; XAVIER THEVENOT, El pecado hoy, Estella Verbo Divino 1989; MARCIANO VIDAL, Pecado estructural y responsabilidad personal Madrid, SM 1991.

Federico Pastor