Paralítico
DJN
 

La consulta de las concordancias griegas nos depara una gran sorpresa. Aquel a quien ordinariamente llamamos "el paralítico" (Jn 5, 1-9) nunca es designado así en el texto griego, que le llama "desvalido, impedido, sin fuerzas" (= zerón, en griego, Jn 5, 4), que llevaba treinta y ocho años con su enfermedad o simplemente enfermo (Jn 5, 5-7). Las características de su enfermedad justifican que nosotros la consideremos como parálisis y a él como paralítico. El texto considera como verdadero paralítico al que es llevado ante Jesús en una camilla por cuatro personas (Mc 2, 3. 4. 5. 9. 10, y los par. sinópticos). En las curaciones colectivas también figuran "paralíticos" (Mt 4, 24). También es mencionado aparte y con la misma enfermedad el siervo del centurión (Mt 8, 4).

Existe un denominador común en la curación de esta clase de enfermos. Lo que arranca al hombre de la parálisis en que vive por lo que se refiere a su relación con Dios y con el prójimo, lo que crea y renueva en él la conducta recta es la iniciativa divina, su gracia, aceptada y recibida por el hombre con corazón agradecido y generoso. Precisamente por eso la curación del paralítico presentado en su camilla ante Jesús va precedida del perdón de los pecados. La unión del perdón de los pecados con la curación expresan la misión de Jesús: situar al hombre en la recta relación con Dios, sacándolo de su perturbación anímica y corporal.

En la curación del paralítico al que más directamente nos referimos (Jn 5, 1-9) es Jesús quien tiene que tomar la iniciativa, a diferencia de los curados de otras clases de enfermedades que se acercan por sí o por otros a pedirle a Jesús que les cure. Aquí es Jesús quien tiene que tomar la iniciativa. Y, además, una vez ofrecida la posibilidad de la curación le responde aduciendo excusas.

La lección no puede ser más clara: Es la palabra de Jesús la que da la vida. El judaísmo ha agotado ya todas sus posibilidades, no da más de sí, ha llegado al límite de sus posibilidades y ha caído en una esclerosis total. Sin embargo, se aferra desesperadamente a aquellas posibilidades que aún cree tener y, de un modo especial, a la sacralidad inviolable del sábado, signo y exponente de la alianza eterna de Dios con su pueblo.

En la intención del evangelista parece innegable la intención de contraponer la ineficacia de aquellas aguas de la piscina de Betesda frente al "agua viva". Del análisis del milagro se deduce claramente que su importancia reside en inculcar una enseñanza fundamental sobre la palabra vivificante de Jesús. La palabra de Jesús da la vida. -> Betzada.

Felipe F. Ramos