Parábolas extravagantes
DJN
 

SUMARIO: 1. Salario igual para un trabajo desigual. - 2. El hijo pródigo. - 3. El deudor despiadado. - 4. El banquete mesiánico. - 5 Los invitados y el Invitante.


Se llaman así porque no se desarrollan partiendo simplemente de lo observado en la naturaleza o en las relaciones humanas. En ellas se introducen rasgos tan inverosímiles que van directamente en contra de la evidencia obtenida por la observación. Contradicen la costumbre y las leyes conocidas en las relaciones interhumanas. Son las parábolas-metáforas. Se caracterizan por lo contrario a la naturalidad e incluso a la evidencia: son insólitas, sorprendentes, extravagantes. Provocan un shock, pero por lo insólito de lo que cuentan.

La cosecha no es sólo abundante, sino tan exagerada que resulta inverosímil, extravagante (Mc 4, 9); los invitados en segundo y en tercer lugar a la boda, una vez que fallaron los invitados en primer lugar, son aquellos a los que nadie invita. La inverosimilitud de la historieta es tan grande que sitúa al oyente-lector ante un rechazo inevitable de la tilda verosimilitud imaginable de lo narrado (Lc 14, 21). El salario íntegro pagado a los obreros enviados a última hora a la viña, y además comenzando precisamente por ellos, ya hace sospechar algo absolutamente fuera de lo normal (Mt 20, 8). La clave principal para llegar a descubrir el significado de la parábola aparece cuando el realismo comienza a fallar.

En mayor o menor grado esta extravagancia aparece en todas las parábolas. Crossan y Ricoeur, principalmente, acentúan el aspecto paradójico de las parábolas, una "absurdidad" bajo la cual se esconde una verdad profunda. Su mensaje fundamental es que las cosas no son como parecen; es necesario llegar a descubrir la imagen verdadera de la realidad que se oculta bajo descripciones aparentemente fáciles de comprender. La parábola del buen samaritano no se detiene en la enseñanza de su acción caritativa. Va mucho más allá. Pretende romper los esquemas habituales del etiquetamiento entre buenos y malos. Resulta que aquellos que eran considerados como "malos, impíos y apóstatas" son los buenos, según la historieta narrada.

En las parábolas-metáforas, "la intriga se instala al principio sin sorpresa: todos los días el patrono sale a contratar a losparados para que cuiden de su cosecha (Mt 10, 1-16); todos los días explota un conflicto entre un padre y un hijo (Lc 15, 11-32); todos los días un propietario tiene problemas con sus colonos (Mc 12, 1-11). Pero de pronto, en vez del escenario clásico que pronostica el oyente, hay una iniciativa que rompe el desarrollo previsto: el padre, el patrono, el propietario hacen lo contrario de lo que se esperaba de ellos. La justicia pediría que los obreros de la última hora fueran pagados por una hora de trabajo solamente. El derecho exigiría que el hijo pródigo encontrase cerradas las puertas de la casa paterna. La prudencia aconsejaría que el propietario no enviase a su hijo a los colonos rebeldes, después de haber visto maltratados a sus criados. Pero ocurre todo lo contrario.

Se comprende que, si la parábola del primer tipo tiene mucho que ver con la comparación, adhiriéndose como ella a la fuerza de la evidencia, la parábola del tipo "insólito" tiene que relacionarse con la metáfora. No se alimenta de la sabiduría de las naciones, sino que apunta hacia la "extravagancia". Lo mismo que la metáfora, intriga. Lo mismo que la metáfora, impresiona al lector con una diferencia; pero esa diferencia se da en el interior mismo del relato mediante una intriga que comienza normalmente, pero que luego se sale del camino trillado. Esta parábola del segundo tipo no actúa como una comparación desarrollada; sino como una metáfora prolongada en un relato.

1. Salario igual para un trabajo desigual

Los obreros que comienzan a trabajar a distintas horas del día no simbolizan ni los distintos períodos de la historia de Israel, ni las diferentes edades en que cada persona atiende la invitación a formar parte del Reino. Pretende únicamente poner de relieve la diferencia en el trabajo. Precisamente por eso resulta completamente ilegítimo concluir que los últimos merecieron la misma recompensa que los primeros, por su mayor aplicación y rendimiento en el trabajo. Esta interpretación destruiría la intención primera de la enseñanza parabólica (Mt 20, 1-16).

La originalidad del pensamiento de Jesús está precisamente en la diversidad del trabajo realizado al que ha sido retribuido con la misma medida. Justamente en esta "extravagancia se halla la peculiaridad de su pensamiento. Una diferencia radical frente a la enseñanza de la parábola de rabí Zeira, en la que el dueño, el señor, invita a uno de los obreros a pasear largo rato con él. Después le paga lo mismo que a los demás, porque en el tiempo que estuvo en el tajo se aplicó con tanta intensidad al trabajo que, en poco tiempo, hizo tanto o mayor trabajo que el que más tiempo había estado trabajando. Esta parábola, tan parecida a la de Jesús en una primera lectura, es totalmente contraria a ella. El centro de gravedad de la parábola de Jesús está precisamente en acentuar la diferencia fundamental en cuanto al trabajo realizado.

Las parábolas extravagantes tienen la finalidad de poner de relieve el cambio radical en la jerarquía humanamente establecida de valores. Él habla de un vuelco total en dicha jerarquía de valores. Y este cambio de 180 grados lo ha producido la presencia del Reino. La mezcla de lo real y de lo inverosímil hace surgir la sorpresa, el desconcierto e, incluso, la repulsa. Todo ello se halla provocado por dos concepciones distintas de la realidad. Una de ellas regida por la justicia retributiva, que da a cada uno según sus prestaciones. La otra cuenta con una nueva valoración, que es la gratuidad del amor. Ambas concepciones se enfrentan y autoexcluyen. Esta mezcla de lo verosímil con lo inverosímil hace pensar en la implicación que se da en los cuentos de hadas entre lo real y lo maravilloso. Pero aquí el papel de lo maravilloso está ocupado por la presencia del Reino. Es él el que produce la nueva jerarquía de valores. Solamente desde la fe que exige puede ser aceptado este cambio en la jerarquía de valores.

Como el dueño de la viña es Dios, la parábola pone todo su acento en la liberalidad soberana de su actuación independiente. Actuación divina que, juzgada con criterio humano, resulta incomprensible, pero lógica. ¿Quién puede pedirle cuentas de su conducta? El hombre es siervo (Lc 17, 7-10). No puede presentarse ante el Señor aduciendo pretendidos derechos. La recompensa que Dios otorga al hombre será siempre pura gracia. Cierto que el apóstol Pablo, al final de su vida, espera la corona de justicia (2Tim 4, 7). Pero este premio tiene su último fundamento en la gracia, previamente concedida por el Señor.

Esta última afirmación es la revelación de Dios. Pero, ¿quién ha sido el revelador? ¿Quién ha proclamado y realizado esta nueva jerarquía de valores? El Hijo ha revelado al Padre y el Padre se ha revelado en el Hijo. De este modo la extravagancia de la parábola se convierte en una escenificación, en un audiovisual, en el que se manifiestan ambas revelaciones.

2. El hijo pródigo

Esta parábola extravagante (Lc 15, 11-32) ya ha sido desarrollada como voz aparte (-> hijo pródigo). Aquí acentuaremos el aspecto que nos conviene subrayar. La extravagancia podríamos formularla así: El hijo malo es el bueno y el hijo bueno es el malo.

El pensamiento fundamental de la parábola es el amor de Dios para con los pecadores. El hermano que se niega a recibir a su hermano retrata la fidelidad desenfocada de aquellos puritanos que criticaban la compañía de Cristo con los pecadores. Se niegan a entender los planes de la salvación de Dios, colocándose así contra Dios mismo. La segunda parte de la parábola se dirige a ellos.

Estamos hablando de los fariseos. Mientras la parábola-metáfora refería el comportamiento del hijo pródigo y la conducta de Dios con él, estuvieron plenamente de acuerdo. Ellos pensaban que todo aquel que confiesa su pecado y apela a la misericordia de Dios es escuchado. La oración del publicano (Lc 18, 13) nos ofrece un ejemplo de esta mentalidad. El hijo menor queda inscrito dentro de los cánones de una piedad de arrepentimiento, que no podía menos de obtener la aprobación de los fariseos. Gracias a esta conversión, deja su papel de figura negativa para convertirse en una figura de identificación. Desde entonces, el oyente se prepara para desear un feliz resultado en la confrontación con el padre.

La repulsa abierta llegó en el momento de la segunda parte de la historia. La "extravagancia" se puso de relieve al contar la reacción del hijo mayor. El, representante de la mentalidad farisea, constata: el banquete festivo iba en contra de la pureza defendida por los fariseos en cuanto a la comunión en la mesa (Lc 7, 36-50: Simeón el fariseo y la mujer pecadora), la comunión de mesa de Jesús con los pecadores estaba en contra del articulo más fundamental del fariseismo; en el banquete organizado por el padre para celebrar la alegría del encuentro descubre el hijo mayor de la parábola y el fariseismo una extravagancia inaceptable.

La segunda parte de la parábola se dirige al hermano mayor y, por el principio de elevación, al fariseismo. Y en ella se acentúa que, en las relaciones del hombre con Dios, no vale argumentar a base de pretendidos derechos. Toda la base de la argumentación en este terreno es la bondad infinita del Padre, que no encuentra fronteras cuando el hombre, por muy pecador que sea, quiere volver a la casa paterna. Porque, lejos de ella, se le hace imposible vivir.

La parábola-metáfora es una invitación al cambio de mentalidad y de los valores establecidos. Jesús afirma que la acogida de los pecadores no suprime el derecho de los justos. Pero, ¿en nombre de qué invita Jesús a cambiar? ¿En nombre de quién derriba la imagen farisaica de Dios? Jesús sabe que está participando de un acontecimiento urgente: Dios estácerca. Su Reino ha llegado. Y esta llegada debe producir un cambio radical en la jerarquía de la valoración humana tanto de las cosas como de las mentalidades y actitudes. El Padre y el Hijo piensan de igual modo; el uno revela al otro y es revelado por él.

3. El deudor despiadado

La parábola del deudor despiadado (Mt 18, 23-35) afirma y escenifica la ley del amor personificándola en el Acreedor magnánimo; condena y escenifica la ley de la venganza en el acreedor mezquino, pequeño, ruin y despiadado. El centro de gravedad de la parábola, el tertium comparationis, está en el perdón sin medida impuesto al hombre frente a su prójimo. Debe quedar abolida para siempre la ley de la venganza sin medida, que fue la ley sagrada de la antigüedad (Gen 4, 15. 24).

La parábola es un drama en cuatro actos: deuda, misericordia, crueldad, justicia. La deuda es destacada como el punto de partida: un hombre debía diez mil talentos. Una suma exorbitante. Traducida a nuestra moneda de cambio o a una orientación próxima a la misma, la suma en cuestión equivaldría a sesenta millones de jornadas de trabajo. Superaba la suma de los impuestos que, en aquella época, pagaban Siria, Fenicia, Judea y Samaria. ¿Cómo puede un "siervo" endeudarse hasta esos extremos? La extravagancia, la absurdidad, el aspecto hiperbólico-paradójico de la parábola-metáfora la coloca el Parabolista al principio y con absoluta claridad. Quiere que, desde el principio, el lector se vea incluido en ella participando en la orientación, desorientación y reorganización propias de este género literario, en expresión de P. Ricoeur.

El Parabolista pretende que el lector piense en la cifra más elevada que pudiera imaginarse cualquier miembro del auditorio de Jesús. Y esta cantidad tan fabulosa quiere poner de relieve una verdad fundamental en la enseñanza parabólica: la imposibilidad absoluta de aquel siervo para pagarla deuda.

Una vez que ha sido constatada la deuda impagable entra en acción todo el mecanismo de la parábola. De forma inimaginable el Acreedor le perdona toda la deuda. Sin embargo, el deudor perdonado se convierte en acreedor despiadado frente a un compañero suyo que le debía una deuda relativamente importante pero, en todo caso ridícula en comparación con la que a él le había sido perdonada. Se niega a hacer con su deudor lo que su Acreedor había hecho con él. Aquella actitud despiadada indignó a sus compañeros que se lo contaron al rey. Entonces el rey lo llama, lo recrimina, le retira el perdón y le aplica la justicia.

Así hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonare cada uno a su hermano de todo corazón. La parábola-metáfora describe la relación del hombre con Dios y de los hombres entre sí. La deuda de diez mil talentos, impagable en todo caso, significa la situación del hombre pecador, a quien Dios perdona por pura gracia. El padre del hijo pródigo siempre reacciona del mismo modo ante la confesión sincera de quien quiere volver a la casa paterna: he pecado... ¡Basta con eso!

La actitud del deudor despiadado retrata la ruindad del corazón humano. Unos a otros nos debemos cien denarios. Una ridiculez en comparación con aquello que nos ha sido perdonado. Y, demasiadas veces, agarramos por el cuello a nuestro deudor, al que nos ha dicho una verdad que nos molesta, al que no se somete a nuestros criterios, al que nos ha faltado... y queremos ahogarlo llevando nuestro odio más allá de la muerte.

En contra de lo que habitualmente afirmamos, la paciencia divina no es infinita. No lo es ante aquellos que no la comprenden y establecen una medida para sus deudores distinta e incluso contraria a la que Dios utiliza con ellos. En todo caso, la parábola se convierte en una amonestación a no abusar de la misericordia y de la gracia de Dios.

Dios abre la gracia de su perdón de una manera insospechada para el hombre. Pero retira esta ola de indulgencia jubilar ante los corazones ruines que niegan el perdón al prójimo, al hermano. ¿Y en el día del juicio? Si el deudor perdonado perdona a su vez a sus hermanos, será tratado con misericordia; si el deudor perdonado se cierra en sí mismo y se convierte en acreedor despiadado, entonces se ha ganado a pulso la aplicación de la justicia.

Mediante el recurso a esta parábola emotiva, emocionante y, al mismo tiempo, severamenrte crítica e inquietante, Jesús ha abierto para nosotros el corazón infinitamente amoroso de Dios. Nos ha revelado la gratuidad absoluta de su gracia y de su perdón. ¿Podemos afirmar que Jesús se convirtió en cadena transmisora de lo que él personalmente había experimentado en su conocimiento vivencial de la paternidad divina? Jesús nos revela aquello que el Padre le había revelado. Sólo cuando comprendemos la inseparabilidad de estos dos protagonistas, que constituyen el último punto referencial de nuestra vida, se nos impone la consideración de la figura de Jesús como el reflejo del Padre. Sólo entonces podemos descubrir que detrás del hombre Jesús de Nazaret existe una realidad que se hizo presente en él para que nos la hiciese llegar hasta nosotros.

El apóstol Pablo lo descubrió cuando cayó en la cuenta de que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo y que a nosotros nos ha concedido el ministerio de la reconciliación (2Cor 5, 18). La extravagancia de la parábola que hemos expuesto convierte en evidentes unas realidades que, juzgadas aplicándolas el baremo humano, son inverosímiles, "extravagantes", para no cambiar el término. Y esta extravagancia sólo puede ser superada prestando mucha atención al Revelador que nos habla y cuyo lenguaje únicamente podemos entender si estamos atentos a la inspiración del Espíritu de la verdad que todo lo escudriña, hasta las profundidades de Dios. Y las del hombre, por supuesto.

4. El banquete mesiánico

Incluimos esta parábola dentro de la Nueva Jerarquía de Valores, por las múltiples inverosimilitudes o extravagancias que contiene. La invitación de un rey al banquete de bodas de su hijo, según la versión de Mateo (22, 1-14), o del hombre que preparó una gran cena, según la versión de Lucas (14, 16), es una prueba de su magnanimidad. Resulta inverosímil el rechazo unánime por parte de los invitados; las excusas que presentan para no asistir al banquete; la insistencia en la invitación; el comportamiento violento y cruel frente a los enviados del rey para recordarlos la fecha de la boda; el cambio de invitados, que son buscados por todas partes, incluso entre aquellos a los que nadie invitaría a un banquete, como son los pobres, los lisiados, los ciegos y los cojos; la posibilidad de otros comensales con tal de llenar la sala del banquete; la reacción violenta del rey, que monta en cólera y manda los ejércitos para que destruyan la ciudad; la expulsión del que había acudido al banquete sin el "traje de boda".

La mención de las irregularidades o extravagancias citadas hablan por sí solas de que la historia narrada no presenta un acontecimiento normal. A ningún lector puede evocarle algo parecido que él haya conocido. La imaginería no está tomada ni de la observación de lo que ocurre en el mundo conocido de la naturaleza ni de la conducta que regula las relaciones humanas. La parábola se sale de estos ámbitos con toda intención. De este modo obliga al lector a buscar la finalidad singular del Parabolista. ¿Cuál es en cada caso?...

Para Lucas, el Invitador, el Anfitrión, es Jesús. La invitación, como es lógico, se dirigió al pueblo de Israel. La reacción de los primeros invitados es la que tuvo el antiguo pueblo de Dios ante la predicación-llamada de Jesús. El rechazo y las disculpas reflejan la situación real vivida por Jesús ante su palabra e invitación. La no aceptación del enviado de Dios se convierte dentro de la parábola en la amenaza de un juicio negativo por la decisión tomada.

El evangelista Mateo ha alegorizado la parábola hasta tal extremo que hoy nos parece, más bien, una alegoría que una parábola. Ha hecho de ella una síntesis de la historia de Israel. Dios es el rey que invita. Y lo hace con insistencia. Por tres veces se repite que "todo está preparado" (Mt 22, 4; dos veces, y 8). Los siervos enviados son los profetas, que corrieron distinta suerte: unos fueron desoídos y algunos hasta sufrieron la muerte.

Mediante la presentación de la cena como banquete mesiánico Mateo reviste la parábola con el ropaje estrictamente escatológico. La clave para su interpretación es la escatología. La ira del rey, que manda sus ejércitos para que destruyan la ciudad, es una adición propia de Mateo. Se refiere a la destrucción de Jerusalén por Roma el año 70, interpretada como un castigo infligido al pueblo rebelde, particularmente a los dirigentes judíos. Los otros dos rasgos de Mateo: el del "traje de boda" y la conclusión, "muchos son los llamados y pocos los escogidos" fueron, respectivamente, una parábola independiente y unas palabras pronunciadas por Jesús, ciertamente, pero fuera de este contexto. Ambas han sido colocadas como pertenecientes a la parábola del banquete mesiánico por Mateo con la finalidad de acentuar más fuertemente la finalidad que se ha propuesto en la parábola original de Jesús.

El substrato más adecuado de esta parábola, particularmente en lo referente al "traje de boda" —nos referimos, naturalmente, a la versión de Mateo— sería el A. T. Un buen comentario tenemos en las palabras siguientes de Isaías que llegan a nosotros de forma casi inevitable: Y yo me gozaré en Yahvé, y mi alma saltará de júbilo en mi Dios, porque me vistió con vestiduras de salud y me envolvió en manto de justicia, como esposo que se ciñe la frente con diadema y como esposa que se adorna con sus joyas (Is 61, 10). Tengamos en cuenta que este capítulo de Isaías es utilizado frecuentemente por Jesús (Mt 5, 35; 11, 5). Dios viste a los redimidos con el traje de boda de la salud. Esta línea continúan algunos textos del Apocalipsis y otros de la literatura apocalíptica, como el libro etiópico de Henoc que habla del vestido de gloria con el que son vestidos los justos y los elegidos.

En los textos citados y en los aludidos, el traje de boda, el vestido blanco y limpio, significa la justicia de Dios participada por el hombre, la gracia santificante. Llevar este traje de boda es la garantía de nuestra pertenencia a la comunidad de los redimidos y de los elegidos.

No podemos salir de esta parábola sin poner claramente de relieve que, en la versión de Mateo, el Invitante, el Anfitrion es Dios mismo. Esta frase, a propósito de la versión lucana de la parábola sonó así: el Invitante, el Anfitrión, es Jesús. No queremos situarnos en el ámbito de la contradicción para obligarnos a optar por uno o por el otro. Las hemos yuxtapuesto al final con toda la idea de resaltar la validez de ambas. En la de Mateo el pensamiento. dentro del contexto en el que nos estamos moviendo, podría formularse así: Dios es revelado por Jesús La versión lucana justificaría la acentuación del otro aspecto de la revelación: Jesús es revelado por Dios. Una vez más hemos armonizado lo que en los dos artículos precedentes hemos desarrollado con la amplitud requerida. En éste, nuestra intención ha sido ofrecer dicha armonía de forma "escenificada", en las parábolas que acentúan el pensamiento de la revelación destacando un aspecto o el otro.

5. Los invitados y el Invitante

Bajo el mismo título incluimos dos parábolas (Lc 14, 7-14. 16-24). En un primer acercamiento a ellas recibimos la impresión de hallarnos ante dos ejemplos de la enseñanza sapiencial de Jesús. En ellas, particularmente en la primera (no elegir los primeros puestos cuando uno es invitado a un banquete), tendríamos una normaelemental de educación. Aspecto que difícilmente justificaría su presencia en el evangelio, puesto que no se refiere a la conducta moral, sino a la actuación cívica. El texto bíblico la llama parábola (= parabolé). Y, aunque ya en el A. T. se aconseja no ocupar los primeros puestos, allí se hacía en el plano de la exhortación moral, mientras que en la parábola de Jesús adquiere los rasgos de la llegada del Reino: quien quiera entrar en él ha de hacerse pequeño, no tener pretensiones de ser justo.

La segunda tiene en sí misma un claro aspecto de parábola, aunque no sea llamada así. Jesús, que es el Invitante, se convierte en invitado a un banquete. Y aprovecha la conducta que observaban los comensales invitados al mismo banquete al que él asistía para elevarla a nivel de principio estableciendo una relación con el Reino. Si su forma de proceder es grosera, inaceptable como norma de conducta cívica, la misma actitud frente al Reino es causa suficiente para ser excluido de él.

La actitud anormal, "extravagante", recomendada por Jesús se observa fácilmente si tenemos en cuenta que la actuación normal de los hombres marcha por caminos opuestos: nadie pretende ser el último y, menos aún, a nadie se le ocurre invitar a un banquete a los pobres, a los lisiados y a los ciegos. La presencia del Reino establece una nueva jerarquía de valores.

A la hora de la entrada en el banquete mesiánico se producirá un cambio radical. Dios exaltará a los que se han humillado. Frente al orgullo y el interés personal, Jesús proclama que la humildad es uno de los valores importantes del Reino. Los primeros, los escribas y fariseos, los de la estricta observancia, no ocuparán los primeros puestos en el banquete mesiánico. Será una gran decepción porque se creían en perfecto derecho para ello.

La segunda parábola no es un canto a los pobres ni a su situación "social". En ella se aborda el tema de la retribución. Se condena el cálculo egoísta de la conducta humana. En la nueva jerarquía de valores establecida por la presencia del Reino queda excluido el principio general del baremo humano, do ut des, te doy para recibir, al darte te estoy pasando ya la factura, mi generosidad es un pagaré... Esta es la mentalidad que pretende eliminar la descripción parabólica de los invitados, que reaparece en la parábola del banquete mesiánico: los pobres y los lisiados, los ciegos y los cojos no podrán compensarte de la atención que has tenido con ellos. Tu "factura" no la pagarán ellos, sino el Padre celestial. Lo que está en juego, lo que la extravagancia pretende poner de relieve es el mandamiento del amor (Lc 6, 27-38).

Tanto el Padre como el Hijo, tanto Dios como Jesús, coinciden en establecer el baremo conforme al cual serán retribuidos aquellos que pretenden participar en el Reino, en la Vida. ¿Quién es el que habla, Dios, Jesús, los dos o el uno por el otro? Es que el uno revela al otro. --> parábolas; antítesis.

BIBL. — F. F. RAMOS, El Reino en Parábolas, Sala-manca, 1996; W. HARNISCH, Las Parábolas de Jesús, Sígueme, 1989; J. SCHLOSSER, El Dios de Jesús, Sígueme, 1995; G. BORNKAMM, Jesús de Nazaret, Sígueme, 1975; G. HAUFE, Parabolé, en "Exegetisches Wórterbuch zum Neuen Testament".

Felipe E Ramos