Iglesia en Mc (Pan, Casa y Palabra)
DJN
 

SUMARIO: Los Doce. Mesías crucificado (evangelio paulino). Misión universal. Herencia de Pedro. - 1. Seguidores de Jesús: pan, casa y palabra, la esencia de la Iglesia: Pedro y los Doce. Los cuatro. Discípulos y mujeres. Experiencia de Casa fraterna. Experiencia de Pan compartido. Autoridad de la palabra. - 2. Seguidores de Jesús: servidores eclesiales. 2.1. Seguimiento y cruz 2.2. Servicio. 2.3. Superación del poder. 2.4. Nota conclusiva. Iglesia de Jesús en un mundo no cristiano. Disputa sobre exorcismos: Juan zebedeo. Comunidad controladora. Apertura mesiánica: ¡no se lo impidáis!


Suele decirse que el evangelio de la Iglesia es Mateo, no sólo porque incluye ese nombre en dos lugares muy significativos (Mt 16, 18 y 18, 17), sino también por la importancia que ha concedido a los temas de la comunidad y misión cristiana. Sin embargo, Marcos contiene también una visión muy significativa de la Iglesia, como indicarán las reflexiones que ahora siguen, centradas de algún modo en estas tres palabras y símbolos fundamentales: la Iglesia se define como Casa de Jesús, donde los hermanos se reúnen en torno al Pan compartido (que culmina en la eucaristía) y escuchan juntos la Palabra (que al final se identifica con el mensaje de la vida de Jesús). Así lo he desarrollado en un amplio libro dedicado al tema (Pan, casa y palabra. La iglesia en Marcos, Sígueme, Salamanca 1998), que ahora resumo y explicito en lo que sigue.

Supongo que Mc es un texto unificador, escrito en torno al año 70 d. de C. (en Siria o Roma); por entonces, los creadores primeros de la Iglesia (Pedro, Pablo, Santiago) han muerto, pero su herencia sigue viva y debe conservarse. La Iglesia de Jesús (o mejor dicho: las Iglesias fundadas por los testigos pascuales: cf. 1 Cor 15, 3-8) corren el riesgo de dividirse y perder su identidad, olvidando las raíces evangélicas de su mensaje y vida. Para evitar esa pérdida y buscando la paz entre ellas, Marcos ha escrito un evangelio donde se recogen varias tendencias eclesiales, desde una perspectiva profunda: el camino de misión y muerte del Mesías. Directamente ha escrito una biografía histórico-teológica de Jesús; indirectamente nos ha ofrecido un tratado eclesial. Sin duda, Marcos sabe más de lo que dice (conoce otras tradiciones, quizá las del llamado documento Q, donde se recogen muchas palabras de Jesús), pero destaca las que a él le interesan, para presentar la identidad de Jesús, como creador pascual de la Iglesia. Ha realizado bien su trabajo, de forma que los evangelistas posteriores (Mt, Lc e incluso Jn) le han seguido y recreado. Estos son los presupuestos de su visión:

• Los Doce. Mc supone que Jesús les confió su tarea, llamándoles incluso apóstoles. Ellos son garantes de la misión eclesial y principio de todos sus ministerios posteriores (cf. Mc 3, 13-19; 6, 6-13; 14, 12-21). Pero su tarea estricta terminó con la cruz, de manera que en la pascua (Mc 16, 1-8) no aparecen ya y en vez de ellos, en el nuevo comienzo galileo, encontramos unas mujeres con discípulos (así, en general) y Pedro.

• Mesías crucificado (evangelio paulino). Marcos asume el proyecto y teología de Pablo (o de los helenistas de Hechos 6-7, en general), tanto en su visión de la Ley judía, que considera superada por Jesús (cf. 7, 13-24), como en su manera de entender la Cruz, a modo de revelación mesiánica y principio de todo ministerio eclesial (cf. 8, 31; 9, 31; 10, 32-34). Frente al riesgo de los llamados hombres divinos (theioi andres), que hablan y actúan con poder externo, buscando su propia gloria (13, 5), eleva Marcos su protesta, llamándoles cristos y profetas falsos (13, 22). La verdadera autoridad de la Iglesia es Jesús Nazareno, el crucificado (cf. Mc 16, 6), no unos ministros sabios o en predicadores poderosos, como aquellos que Pablo criticó en 1 Cor y 2Cor; ellos pueden convertir la Iglesia en lugar donde los más fuertes dominan sobre los débiles.

• Misión universal. Marcos mantiene una dura polémica contra escribas judíos y parientes de Jesús que quieren cerrar su evangelio en la casa o familia judía (cf. 3, 20-35). Por razones comprensibles, Marcos no cita a Santiago, hermano del Señor, dirigente de la Iglesia de Jerusalén: el mismo Jesús pascual pide a las mujeres de la tumba vacía que dejen Jerusalén (la ciudad e Iglesia de Santiago) y que vayan a Galilea «para decir a los discípulos y a Pedro» que ha resucitado y comenzar desde allí la tarea universal del evangelio. Con estos discípulos (que no son ya los Doce en cuanto tales) se siente vinculado Marcos, que «sabe» que Jesús ha querido extender su mensaje a todos los pueblos, desde Galilea, superando un mesianismo nacionalista judío, simbolizado en Jerusalén y centrado en la identidad del viejo pueblo de la alianza, representado por Santiago (cf. 13, 13; 14, 9).

• Herencia de Pedro. Parece claro que Marcos ha optado por el tipo de misión Pablo, como principio y centro de la Iglesia (en contra de Santiago y de sus seguidores en la comunidad de Jerusalén), pero no lo puede decir de un modo externo, al contar la biografía de Jesús, pues Pablo no fue históricamente su discípulo. Pues bien, al lado o en el lugar de ese Pablo ausente, ha colocado a Pedro como portador del testimonio cristiano. Marcos conoce y destaca los riesgos y miedos del Pedro histórico (y pascual) ante el crucificado, presentándole como demonio o tentador eclesial (cf. 8, 31-38; 14, 29. 32-42. 66-72), que sólo llora con arrepentimiento al final (cf. 14, 72). Pero él sabe y dice también que ese Pedro se ha convertido, pudiendo iniciar el auténtico camino (cf. 16, 7) como garante de pascua (icontempla a Jesús!), en el comienzo de la Iglesia, a partir del testimonio y llamada de las mujeres de la tumba vacía, que son signo y germen de la comunidad cristiana (cf. 16, 1-8). Así vincula Marcos el testimonio de Pablo con la herencia y recuerdo de Pedro, pudiendo así escribir un auténtico evangelio.

Esta tensa pero necesaria vinculación de Pedro y Pablo, que Marcos supone y despliega en su evangelio (y que aparece también en otros textos del Nuevo Testamento como Hech 15 y Gal 1-2), constituye la base de la Iglesia cristiana. De esa manera, al vincular la teología de Pablo con la tradición de Pedro y con la vida y pascua de Jesús (a partir del testimonio de las mujeres), Marcos ha escrito el evangelio más significativo de la Iglesia, el libro que está en el centro del Nuevo Testamento y de todo el cristianismo. Centrando su evangelio en la vida y pascua de Jesús, Mc ha elaborado un texto que pueden aceptar (casi) todos los grupos eclesiales, es decir, todos los que aceptan como base de su vida la acción y mensaje de Jesús resucitado, en una Iglesia que acoge a los excluidos y ratifica la autoridad mesiánica del crucificado. De esa forma ha vinculado la herencia de Pablo y Pedro, aunque ha corrido el riesgo de olvidar la herencia judeo-cristiana de Santiago (que reaparecerá de otra manera en Mateo, cuyo evangelio puede interpretarse, de algún modo como corrección y nueva redacción de Mc).

1. Seguidores de Jesús: pan, casa y palabra, la esencia de la Iglesia

Marcos ha presentado a Jesús como aquel que bautiza a los humanos con el Espíritu Santo (les introduce en el misterio de Dios; cf. Mc 1, 8) porque tiene autoridad (=exousia) para expulsar demonios (Mc 1, 27). Pues bien, Jesús ha llamado a unos discípulos (seguidores), para que estén con él y realicen su misma tarea; por eso les ha dado su autoridad (=Espíritu), de modo que ellos también pueden expulsar demonios y curar a los enfermos (Mc 3, 13; 6, 12). El origen de la autoridad cristiana está por tanto en la llamada (Jesús convoca a los discípulos), el seguimiento (ellos lo dejan todo y van con él) y la acción mesiánica: ellos deben actuar como pescadores (=liberadores) de humanos (cf. 1, 16-20), ofreciendo a los humanos la libertad del reino. A esos tres elementos, que definen toda la primera parte de Mc (de 1, 1 a 8, 26), debemos añadir el cuarto, que es el argumento de toda la segunda parte del evangelio (de 8, 27 a 16, 8): la entrega de la vida, el misterio de la Cruz.

Los discípulos deben asumir el camino de entrega de Jesús: son autoridad porque toman la cruz y van tras él, perdiendo (regalando) la vida a favor de los otros (8, 34-36). No hay seguimiento de Jesús ni autoridad cristiana sin donación persona, como indica de forma ejemplar la narración de Mc: su evangelio es un manual para seguidores mesiánicos, es decir, para personas que quieren descubrir y asumir el sentido de la entrega de la vida a favor de los demás, un manual de Iglesia donde se recoge y expande el seguimiento de Jesús hasta la muerte. Mc no es la biografía de un vencedor sino de un perdedor mesiánico, es decir, del mensajero escatológico, que viene de Dios y desborda los modelos de vida del sistema social y religioso de este mundo.

Ha venido Jesús como mesías y, sin embargo (por eso), mientras ofrece los dones de Dios a los hombres y mujeres del entorno (salud, libertad, pan compartido, casa), va siendo rechazado por el sistema social del judaísmo del templo (y del imperio romano), de manera que debe morir crucificado. Este es el argumento narrativo y teológico del evangelio: cómo el hombre Jesús ha sido y sigue siendo por la pascua mesías de Dos y autoridad suprema; cómo sus discípulos pueden seguirle, en experiencia de resurrección, iniciando de esa forma el camino de la Iglesia. Por eso, la autoridad de los cristianos se inscribe y funda en el proceso de pasión del Cristo (cf. 8, 31; 9, 31; 10, 32-34): sólo pueden anunciar el evangelio y crear comunidad mesiánica aquellos que han hecho el camino de la Cruz, superando su escándalo y abandonando las falsas seguridades del mesianismo triunfador nacionalista, según ley; es claro que ellos tienen que dejar Jerusalén, con sus ideales de poder sacral, para reiniciar el camino en Galilea (cf. 16, 1-8). Desde ese fondo se entienden las diversas figuras eclesiales, simbolizadas (anunciadas) en los protagonistas de la trama evangélica. Ellos, los compañeros de Jesús son espejo de todos los ministros de la iglesia:

Pedro y los Doce. Son signo del mensaje israelita de Jesús (3, 13-19; 6, 6-12). Le acompañan en fracción del pan (6, 30-44; 8, 1-10) y cena (14, 22-26). Pero abandonan a Jesús que promete precederles de nuevo en Galilea (14, 28), donde volverán, pero ya no como Doce, sino como discípulos, con Pedro (16, 6-7). Ese retorno de los discípulos constituye el argumento no escrito de Mc; en su mismo fracaso (le han abandonado en su muerte), los Doce y el resto de los discípulos siguen siendo principio de la Iglesia.

Los cuatro. Entre los Doce destacan cuatro (dos parejas de hermanos: Pedro y Andrés, Santiago y Juan). Ellos aparecen al principio y fin del relato (cf. 1, 16-20; 13, 3-12) como testigos de la universalidad (cuatro puntos cardinales, cuatro tiempos...) del mensaje evangélico y del camino de la Iglesia. Son pescadores de Jesús, mediadores de su venida escatológica: han escuchado su mensaje, son garantes de la misión eclesial. Entre ellos destacan tres (Pedro, Santiago y Juan) que le acompañan en casa de Jairo y en la Transfiguración (5, 37; 9, 2).

Discípulos y mujeres. Aparecen con Pedro, al final del evangelio (16, 1-8). Las mujeres son discípulos, igual que los varones y aún más, pues le han seguido y servido sin abandonarle en el momento de su muerte (cf. 15, 40-51. 47); lógicamente, Jesús les encomienda la misión pascual de Galilea, que deben iniciar con Pedro y los otros discípulos (16, 1-8). Ciertamente, el texto dice que tuvieron miedo, que no fueron; pero es evidente que la palabra y mandato de Jesús se ha cumplido a través de ellas. Marcos sabe que la Iglesia se funda en aquellos (varones y/o mujeres) que han culminado el camino de la Cruz, pudiendo iniciar de nuevo la misión de reino desde Galilea.

Marcos escribe su evangelio para destacar la autoridad del crucificado, como una proclama de libertad que se dirige a los excluidos del sistema, como principio y signo de misión eclesial. Lo que sucedió en tiempos de Jesús le preocupa en cuanto influye en su Iglesia, porque el camino sigue abierto y es ahora cuando los discípulos deben (=nosotros debemos) responder a la invitación mesiánica que él nos ha dirigido. Mc ha escrito un evangelio interactivo, que presenta nuestra opción (nuestra historia) presentando la de Pedro y los discípulos primeros. Tanto Pedro como las mujeres tienen que dejar Jerusalén e «ir a Galilea», para contemplar a Jesús resucitado, asumiendo la misión universal del evangelio. Marcos sabe que la Iglesia ha corrido el riesgo de cerrarse en los límites de una comunidad judeocristiana, vinculada a la estructura vieja de la ley israelita. Por eso quiere que el evangelio empiece a proclamarse y expandirse en todo el mundo (cf. 13, 10; 14, 9).

En ese sentido quiero destacar el carácter interactivo (dialogal) del evangelio. No es un libro para entender y discutir, sino para descubrir a Jesús y caminar con él, iniciando con los demás cristianos una marcha de Reino. Fueron ellos, los discípulos antiguos, somos nosotros, lectores modernos, quienes debemos asumir e interpretar con nuestra vida el evangelio ¿Cómo realizar esa tarea y camino de Jesús? Ciertamente, debemos anunciar el reino (1, 14) y expulsar demonios, curando a los enfermos (3, 14-15; 6, 12-13), como hizo Jesús, para fundar con él la nueva comunidad mesiánica centrada, como he dicho ya, en la casa, el pan y la palabra, desde Galilea. Es bueno que no aparezca la palabra Iglesia, tomada en sí misma, podría parecernos suficiente, separándonos de los elementos esenciales del proyecto y camino de Jesús con sus discípulos, a lo largo de su vida histórica. Por eso, debemos volver a Galilea, reiniciando allí camino que nos permita comprender el sentido (autoridad) de esos tres grandes signos eclesiales:

Experiencia de Casa fraterna (cf. Mc 3, 20-35). Los escribas de Jerusalén le juzgan endemoniado porque acoge a los posesos; sus parientes de la Iglesia judeocristiana le declaran loco. Jesús responde acogiendo en su corro (igualdad fraterna, círculo de comunicación) a los que cumplen la voluntad de Dios, haciéndolos su madre, hermana y hermano. Esta es su autoridad: ofrece familia a quienes carecen de familia, a los expulsados del sistema sacra) y social israelita. Los judíos de aquel tiempo constituían una casa honorable de hijos de Abraham y de cumplidores de la Ley; ellos se definen a sí mismos como casa de Israel, centrada en los grandes valores de la identidad genealógica (origen común) y la pureza común, lograda por el cumplimiento de la Ley. Pues bien, superando ese nivel de casa nacional, Jesús ha querido ofrecer espacio de vida y casa de fraternidad a todos los necesitados, sin más condición que la escucha de la palabra y el amor mutuo. Construir sobre el mundo una casa de fraternidad, abierta desde los excluidos y pobres, desde los enfermos e impuros, a todos los humanos, superando así las limitaciones de ley nacional: esta es la primera tarea de la Iglesia en Marcos.

Experiencia de Pan compartido. Conforme a la ley del jubileo y a toda su legislación nacional, el judaísmo se constituye como pueblo de hermanos que comparten el buen pan (bien purificado), con manos limpias, en comunidad de mesa. Pues bien, superando el límite de pureza israelita, Jesús quiere que sus discípulos se definan y vinculen en torno a un pan y unos peces que comparten con todos los necesitados. Por eso ha comenzado enviando a sus discípulos sin dinero ni provisiones, para anunciar con libertad el reino, diciéndoles que acepten el pan de aquellos que quieran recibirles; ellos ofrecen curación y evangelio, fraternidad creadora; así pueden acogen el pan de aquellos que quieran recibirles (cf. Mc 6, 6-13). Pero luego, cuando esos mismos discípulos tienen pan y peces, les pide que los compartan con los necesitados del entorno, que vienen sin comida (cf. 6, 30-44; 8, 1-8). Ellos, los discípulos, querían dominar la tierra, con un poder sagrado. Jesús empieza poniéndoles en manos de los demás (han de ir a sus casas sin provisiones, sin seguridades). Después les hace servidores de una mesa que debe abrirse para todos los que vienen y buscan. Esta es su autoridad, esta la esencia de la Iglesia: repartir el pan con los necesitados israelitas (primera multiplicación: Mc 6) y con los no israelitas (segunda multiplicación: Mc 8), sin miedo a que falte lo necesario, sin cálculos o compra-ventas de tipo monetario. Por eso, cuando van de misión al otro lado del mar, ellos llevan un sólo pan en la barca de la Iglesia (cf. 8, 14-21): es el pan de Jesús, la verdadera eucaristía de la vida compartida, de la presencia mesiánica, que no debe estropearse con la mala levadura de los fariseos (pureza y separación nacional israelita) y de Herodes (el pan de la imposición política). El Pan de Jesús, que es pan multiplicado (para todos) y eucarístico (es signo y presencia de su entrega en favor de los demás) constituye la esencia y tesoro de la barca eclesial; es suficiente para llegar al fin del mundo.

Autoridad de la palabra. «Salió el sembrador a sembrar... La semilla es la Palabra» (4, 3. 14). Esta es su misión básica de Jesús, la tarea que ofrece a los discípulos: extender la Palabra, anunciar el evangelio a todas las naciones: ellos buscaban dinero y poder, honor y gloria, para dominar sobre la tierra; pues bien, Jesús les hace sembradores del Mensaje de Dios (evangelio) para todos los pueblos (cf. 13, 10; 14, 9). Así se define la autoridad de los discípulos de Jesús, el tesoro de vida de la Iglesia: la palabra que ellos anuncian y comparten, en gesto misionero, en todos los pueblos de la tierra. Ciertamente, Israel tenía una Palabra, centrada en la Alianza y en la Ley; pero era una Palabra que se limitaba, por ahora, a la nación israelita, pues trataba de lo puro y de lo impuro y se encontraba vinculada a las peculiaridades religiosas y sociales del pequeño pueblo de Abraham y de Moisés. Pues bien, Jesús ha ofrecido a sus discípulos la Palabra del Reino de Dios, que se identifica con su propia Vida, con su entrega en favor de los demás. Por eso, en la segunda parte del evangelio, de Mc 8, 27 en adelante, la verdadera Palabra del mensaje se condensa y encarna en la misma entrega pascual de Jesús, como ratifica el mensaje de la tumba vacía (Mc 16, 1-8).

Estos tres elementos o tesoros: Palabra y Pan (encuentro persona y comida compartida) definen y expresan el sentido de la Iglesia, entendida como Casa de Dios, para todas las naciones. Tenían los judíos un templo, que era en principio bueno, pero lo habían "malformado" o pervertido, como sabía ya el profeta Jeremías (cf. Jer 7, 11), haciéndolo cueva de bandidos. Pues bien, Jesús quiere convertirlo de nuevo en casa de oración para todas las naciones (Mc 11, 17; cf. Is 56, 7). Esto es la Iglesia: verdadero Templo de Dios, Casa del cuerpo resucitado de Jesús, que se abre en forma misionera, a todos los hombres y mujeres de la tierra, como sabe el relato de la unción de Betania (cf. Mc 14, 3-9). Marcos no ha elaborado una eclesiología de tipo teórico (no ha tratado de los principios de la vinculación universal de los hombres en torno a unas ideas); ni se ha detenido a organizar la Iglesia en forma estructural, con sus diversos rangos y jerarquías. El ha hecho algo mucho más importante: ha mostrado el surgimiento y sentido de la Iglesia, en el camino de entrega y pascua de Jesús; ha mostrado las claves de esa Iglesia, como Casa-familia, donde todos los hermanos comparten la Palabra de la vida (que es el mensaje de Dios, su voluntad salvadora de amor) y el Pan de la fraternidad.

La Iglesia nace de Jesús: ella es la casa que Jesús ha construido con la entrega de su vida, la casa de la pascua, abierta en misión universal de amor a todos los humanos. Los discípulos querían ser (hacerse) grandes en el Reino de Jesús, para dominar a los demás, dentro de un mundo bien jerarquizado (cf. Mc 10, 42); querían ser gobernadores y primeros, identificando así la Iglesia con un imperio de este mundo, conforme al modelo romano o judío. Jesús, en cambio, les enseña a servir, sembrando palabra y compartiendo pan, en diálogo fraterno; Jesús les enseña, sobre todo, a dar la vida por los demás, creando de esa forma comunión de amor universal. Por eso, el evangelio puede interpretarse como manual de autoridad mesiánica para mensajeros y portadores del reino.

2. Seguidores de Jesús: servidores eciesiales

Lo que a Mc le preocupa no es la organización exterior de los ministerios de la Iglesia (monárquicos o colegiales, en la línea de obispos y presbíteros futuros), sino el mensaje que transmiten y la vida que suscitan. A su juicio, es secundario que los ministros de la Iglesia de Jesús sean itinerantes (apóstoles y/o profetas) o sedentarios (dirigentes de una comunidad), con tal de que estén al servicio del Reino, es decir, de la liberación de los excluidos, dando así testimonio de Jesús. La autoridad de la Iglesia es básicamente testimonial: se identifica con la vida del creyente, varón y mujer, que sigue a Jesús y sirve a los demás, ofreciendo su propia existencia, es decir, ofreciéndose a sí mismo, en experiencia de contemplación compartida. De esa forma, Jesús muestra el fracaso de los esquemas y proyectos anteriores de poder, ligados al «sistema» religioso y político de Israel y Roma, mostrando el sentido y poder de la Iglesia, como experiencia y camino de entrega de la vida. Así lo enuncian los tres anuncios pascuales donde recibe su sentido el camino de la Iglesia:

2.1. Seguimiento y cruz (8, 31-9, 1)

Jesús presenta su programa de entrega mesiánica y Pedro le corrige, pues quiere trazar otro modelo de Reino, en línea de poder. Jesús insiste: la autoridad cristiana se identifica con su pasión y muerte (entrega de la vida) por el Reino. Sólo tiene autoridad quien está dispuesto a perderla (a perderse a sí mismo), regalando su vida a los demás, en gesto generoso, abierto al pan compartido, a la comunidad de casa y mesa. Sólo una Iglesia de fieles que superan el ansia de poder, convirtiendo su vida en signo y principio de amor en favor de los demás, será propia de Jesús.

2.2. Servicio (9, 33-37)

Jesús ha presentado nuevamente su autoridad y los discípulos se oponen, buscando la manera de obtener los primeros puestos, convirtiendo así la religión (la Iglesia) en lugar para medrar, adquiriendo poder (honor o prestigio) sobre los demás. Jesús insiste: «quien quiera ser mayor ha de hacerse servidor de todos». Marcos sabe que la Iglesia ha sido de hecho lugar de disputas en torno al poder: han surgido divisiones sobre primacías, muchos quieren mandar y someter a los demás. Pues bien, para oponerse a ese proceso, Jesús coloca en medio a un niño, diciendo que es centro de su Reino y destinatario del servicio eclesial. De esa forma interpreta la autoridad como abajamiento y ayuda ofrecida a los otros (cf. 10, 13-16).

2.3. Superación del poder (10, 35-45)

Marcos sigue insistiendo en las divisiones eclesiales que han surgido por deseo de poder. Primero fue Pedro (8, 32), luego los discípulos en general (9, 33). Ahora son los zebedeos quienes quieren «controlar» la Iglesia sentándose a los lados del trono de Jesús (10, 35-37). Marcos sabe que estos (los zebedeos) han sido ya martirizados (10, 39), de manera que puede ponerlos como paradigma de una comunidad amenazada por el deseo de mando. Ellos pertenecen al pasado, pero su figura se eleva allá al principio como advertencia para quienes desean controlar a los demás. Frente a ellos eleva Marcos la palabra clara: «Quien quiera ser grande sea esclavo de todos» (cf. 10, 42-44).

De esta forma viene a expresarse el sentido de la Iglesia, la suprema autoridad del evangelio de Jesús, Hijo del humano «que no ha venido a que le sirvan, sino a servir y dar la vida por todos» (10, 45). El sistema imperial de Roma se construye elevando y honrando a los «mejores». En contra de eso, el discipulado de Jesús no se puede organizar como sistema, desde poderes y honores, como quería Pedro y pretenden los zebedeos. Precisamente estos tres personajes venerados de la tradición (Pedro, Juan, Santiago Zebedeo), a quienes podemos comparar con las columnas eclesiales de Gal 2, 9, representan para Marcos un gran riesgo: la Iglesia podría buscar el poder, no el servicio mesiánico. Mc quiere que la Iglesia supere ese riesgo: el tipo externo de autoridad que debe haber en ella le parece secundario; lo que importa es que no sea de imposición y dictadura sobre los demás, sino expresión de gratuidad y servicio. De esa forma, el conjunto de la Iglesia debe ponerse al servicio del Pan compartido, construyendo una Casa donde encuentren lugar los expulsados del sistema, es decir, los cojos-mancos-ciegos, los publicanos y leprosos, todos aquellos a los que el orden de pureza israelita había expulsado de su seno. Lógicamente, la Palabra central de esta Iglesia será la Palabra de la Cruz, es decir, de la entrega poderosa de la vida al servicio de los demás.

Este camino eclesial de Jesús se opone, según eso, al esquema de poder del mundo (a una organización piramidal de méritos y honores). Por eso, Mc ha destacado, en la línea de san Pablo y volviendo a la historia de Jesús, peligro de una religión convertida en campo de seguridad y poder para sus ministros o para aquellos que quieran hacerse grandes en el mundo. Por eso ha escrito un evangelio donde la autoridad mesiánica se define como antipoder y se expresa en la entrega de Jesús en favor de los demás (en el camino de la Cruz) y en el valor supremo de los niños: ellos, los que no tienen poder, los despreciados del mundo, son los más importantes en la Iglesia (9, 33-37; 10, 13-16).

Lógicamente, en una Iglesia como la de Mc no hay lugar para un tipo de presbíteros (para un senado de personas importantes), en la línea de aquellos que aparecen en las tradiciones de un judaísmo nacional, ni para fariseos (observantes, separados), escribas de la ley o sacerdotes jerárquicos del templo de Jerusalén, pues todos los discípulos son madres, hermanos y hermanas (cf. 3, 31-35; 10, 28-30). Mc sabe sin duda que en la Iglesia hay «carismas» o servicios, pero no los legaliza ni instituye en clave de autoridad. Su evangelio no culmina con el establecimiento de la jerarquía, sino con la llamada pascual, aparentemente frustrada, pero en el fondo triunfadora: las mujeres y discípulos con Pedro deben abandonar Jerusalén (lugar de poder sagrado y autoridad sacerdotal que lleva a la muerte: todo acaba allí en una tumba) y volver a Galilea, para contemplar de verdad a Jesús resucitado (fallí le veréis!) e iniciar desde allí misión definitiva del Pan, Casa y Palabra compartida (cf. 16, 1-8). Este es el comienzo y principio de la Iglesia: la experiencia pascual. Todos los cristianos deben ir a Galilea, encontrando allí a Jesús resucitado, para iniciar con él un camino de misión y salvación universal.

Suele decirse que el evangelio de Mc es como una pescadilla que se muerde la cola: allí donde parece que todo ha terminado (la Cruz) empieza todo de nuevo. Los mismos discípulos que parecían fracasados, reanimados ya por las mujeres de la tumba vacía y reunidos en torno a Pedro, deben iniciar desde Galilea el mismo camino mesiánico de Jesús, sabiendo que él, su Maestro y Mesías, Hijo de Dios, está resucitado. Así pueden construir la verdadera Casa de la fraternidad, compartiendo el mismo Pan de la vida, pan de eucaristía, en torno al Mensaje de Jesús, que es la Palabra de la Pascua; de esa forma, a través de su muerte y de su pascua, Jesús-Mesías ha venido a convertirse en principio y sentido de la vida de la Iglesia.

2.4. Nota conclusiva. Iglesia de Jesús en un mundo no cristiano. Disputa sobre exorcismos

Sólo desde la contemplación pascual (viendo a Jesús en Galilea) puede entenderse la autoridad de la Iglesia, abierta en gesto liberador a todos los necesitados, como expresa el relato del exorcista no comunitario (9, 38-40), con el que queremos culminar esta visión de la comunidad cristiana en Mc. Jesús había concedido a sus discípulos la autoridad más alta: pueden expulsar demonios (3, 15). Lógicamente, ellos la ejercen de un modo visible: no se definen y distinguen por teorías, ni por formas de oración particular (propia de ellos), sino por el gesto poderoso de sus exorcismos. Aunque nos pueda parecer extraño, los primeros cristianos, según Mc, son unos exorcistas, personas que tienen la autoridad de Jesús para liberar a endemoniados y oprimidos. Pues bien, esa función liberadora ha sido combatida por los representantes del sistema social y religioso, que quiere controlarlo todo, para su propio beneficio: los "buenos escribas" de Jerusalén, con el libro de la Ley en la mano, rechazan los exorcismos de Jesús y de sus discípulos, suponiendo que ellos son delegados del Diablo: liberan a unos pobres posesos, para oprimir mejor a todos los demás israelitas, apartándoles de la Ley de Moisés (cf. 3, 22-30). En contra de eso, otros judíos han admirado a Jesús exorcista y a sus discípulos. Más aún, hay personas que se sienten atraídas por la autoridad liberadora de Jesús y quieren ejercer su ministerio mesiánico, realizando exorcismos en su nombre, pero sin formar parte del grupo oficial de sus discípulos. Contra ellas reacciona Juan Zebedeo: Juan le dijo: Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos impedido, porque no era de los nuestros. Pero Jesús dijo: No se lo impidáis, pues nadie que haga un milagro en mi Nombre podrá después hablar mal de mí. Quien no está contra nosotros está con nosotros (Mc 9, 38-40).

Jesús había sido profeta y sabio, sanador y amigo de marginados, gran exorcista. Su Iglesia no ha empezado a presentarse como institución sacramental, ni como rabinato de buenos escribas o sociedad de creyentes dogmáticos, sino como movimiento de liberados exorcistas, que en un momento determinado han querido organizarse de forma exclusivista, como portadores de un carisma especial y distinto sobre el mundo. Lógicamente, en el momento en que ellos se han hecho grupo exclusivista, portadores de un tipo de autoridad especial, han podido surgir y han surgido conflictos de competencia, no sólo con otros grupos eclesiales, sino con grupos o personas que se vinculan a Jesús pero no forman parte de la comunidad oficial de sus discípulos, como indica nuestro texto.

Es posible que el texto citado conserve un recuerdo de Juan Zebedeo y de su conducta en el tiempo de Jesús. Pero es más probable que refleje disputas eclesiales, personificándolas en Juan, a quien Hechos presenta "controlando" con Pedro el Espíritu cristiano en Samaria (cf. Hech 8, 14); aquí realiza una función semejante. Esta es la pregunta ¿quién posee verdadera autoridad: Jesús o el Diablo, la jerarquía judía o los cristianos? ¿quién puede asumir y realizar la tarea mesiánica: sólo la Iglesia establecida o también los exorcistas libres? Jesús exorcista había sido rechazado por los escribas de Israel (cf. Mc. 3, 22). Pues bien, su discípulo Juan, se atreve a rechazar a otros exorcistas (que apelan al nombre de Jesús), introduciendo en la Iglesia un control social semejante a los escribas, que tomaban la liberación de Jesús como opresora (Mc 3, 20. 30).

Juan Zebedeo (9, 38) aparece así como aviso para posibles cristianos posteriores, deseosos de tener una autoridad de control sobre la Iglesia: es representante de una Iglesia instituida que se sienta dueña o, al menos, administradora del poder mesiánico de Jesús a quien presenta como maestro (Didaskale). Pedro había aparecido antes como Satanás, tentando a Jesús (8, 33). Ahora es Juan (deseoso de poder, cf. 10, 35-45) quien intenta controlar los exorcismos de Jesús, desde una comunidad constituida como instancia de poder: «Hemos visto a uno expulsando demonios en tu nombre y se lo hemos impedido...». Actúa como en su propio nombre, sin haber consultado a Jesús, notificándole lo hecho: hemos impedido actuar al exorcista no comunitario ¿Qué medios han utilizado? ¿cómo se ha defendido el exorcista no comunitario? El texto no lo dice, pero es claro que han empleado violencia física o moral (verbal) y han conseguido lo que pretendían: han acallado al disidente. Juan y su grupo se han vuelto instancia de poder.

Comunidad controladora. El evangelio quiere abrir un espacio de libertad y así lo sabe el exorcista no comunitario que expulsa demonios en nombre de Jesús (9, 38), realizando lo que Jesús había encargado a sus discípulos (cf. 3, 15; 6, 7. 13), a quienes llamó para acompañarle en el camino mesiánico, al servicio del reino (cf. 1, 18; 2, 14-15; 3, 7; 8, 34; 10, 21; 15, 41 etc). Pero lo que Juan Zebedeo pretende no es que los discípulos sigan a Jesús, sino que le sigan a él y a sus compañeros. Así establece una distinción entre esta voluntad de Jesús (el exorcista no comunitario expulsa demonios en su Nombre) y una posible Iglesia de tipo impositivo, que quiere monopolizar a Jesús, como si los exorcismos no valieran por sí mismos (como gestos de liberación), sino a través del visto bueno y la autorización de esa Iglesia establecida. Juan reasume así (desde una perspectiva eclesial) el argumento de los escribas judíos de Mc 3, 21-30: para ser positivos, los exorcismos han de hallarse al servicio del nuevo sistema eclesial (como antes al servicio del judaísmo).

Apertura mesiánica: ¡no se lo impidáis...! (9, 39) Frente al control del grupo eleva Jesús su libertad de reino, abriendo un camino de evangelio (Iglesia) fuera de la cerca zebedea. Mc se identifica críticamente con la Iglesia de Juan (y de Pedro) que debe reiniciar su camino en Galilea (cf. 16, 7-8); por eso, en nombre de Jesús, pide a esa Iglesia que no cierre el evangelio, que acepte como cristianos (seguidores de Jesús) a otros exorcistas y grupos mesiánicos.

Jesús funda su respuesta en dos razones. Una cristológica: «nadie que haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí» (9, 39); la acción precede a la palabra, sobre los gestos de Jesús y no sobre signos de poder grupal se decide evangelio; la autoridad cristiana se expresa por los exorcismos. Otra eclesial: Jesús se incluye en la comunidad de Juan Zebedeo, pues dice «quien no está contra nosotros está en favor nuestro», incluyendo en ese nosotros a Juan (10, 40); pero no la entiende como instancia de poder o control social, no la opone al exorcista ajeno, sino que reconoce el valor liberador de ese exorcista, sin integrarlo en su grupo, al servicio del reino. De esa forma ha combatido Jesús el riesgo de una Iglesia que actúa como métodos de imposición. Los cristianos zebedeos habían empezado a emplear la violencia, para introducir en su grupo a los demás o acallarles como intrusos. Pues bien, por su misma dinámica evangélica, Jesús se lo ha impedido: la Iglesia no es un monopolio donde se utiliza su Nombre o acción para dominar o expulsar a los demás, sino grupo de gratuidad, no exclusivo (no celoso ni envidioso), para liberación de los posesos. La autoridad del exorcista no puede cerrarse al servicio de ningún sistema, ni siquiera de la Iglesia: vale por sus frutos. Así puede aparecer como amenaza para la comunidad establecida.

A Jesús no le importa el prodigio exterior en sí mismo, ni siquiera el triunfo de la Iglesia, sino la libertad (liberación) de los humanos: le interesa una Iglesia que sea Casa abierta para todos los oprimidos del mundo; quiere que sus discípulos puedan ofrecer y compartir el pan, de manera que todos los hombres del mundo puedan acercarse a la Casa de la Iglesia, escuchando la palabra de liberación del evangelio. Jesús y sus verdaderos seguidores han buscado un modelo alternativo de sociedad donde quepan (encuentren un lugar para vivir y una esperanza para actuar) los antiguos posesos. Juan Zebedeo había querido introducir su control en la Iglesia, poniendo la «buena» institución de Jesús (su Nombre) por encima de la libertad de los oprimidos; así la interpreta como un buen sistema (con copy right o patente) al lado de otros sistemas de poder social y/o religioso, iniciando un camino que puede llevar a la inquisición. Pues bien, Jesús reacciona con nitidez: lo que importa no es la organización ministerial, pues ella puede convertirse en medio de imposición del grupo y en rechazo de los otros; esa respuesta (no se lo impidáis) es un recordatorio permanente de libertad para la Iglesia.

BIBL. - Este trabajo resume un libro del autor: Pan, Casa y Palabra. La Iglesia en Marcos, Sígueme, Salamanca 1998. Cf. además: J. D. KINGSBURY, Conflicto en Marcos. jesús, autoridades, discípulos, El Almendro, Córdoba 1991; J. MATEOS, Los Doce y otros seguidores de Jesús en Marcos, Cristiandad, Madrid 1982; X. PIKAZA, El evangelio de Marcos, EVD, Estella 1996.

X. Pikaza