Filiación divina de Jesús
DJN
 

SUMARIO: 1. La experiencia religiosa de Jesús. - 2. La reticencia de Jesús. - 3. Explicación de la reticencia de Jesús. - 4. Manifestación paulatina del misterio oculto. - 5. La oración de Jesús manifiesta su identidad.


Nosotros sabemos que Jesús, o mejor, Jesucristo, era Dios. Lo aceptamos así porque ésta es la confesión cristiana de nuestra fe. Y nosotros somos creyentes. Sin embargo, esta convicción creyente de nuestro credo no nos impide preguntarnos si lo sabía Jesús. ¿Supo Jesús que era Dios? ¿Desde cuándo? Los interrogantes abiertos encierran una complejidad inevitable, ya que parecen inseparables del conocimiento de su identidad. Junto a la limitación de sus conocimientos, hemos acentuado la claridad de su conciencia mesiánica.

Algunos pasajes del N. T. lo llaman Dios (Jn 1,1; Rom 9,5; Tit 2,13; Heb 1, 8-9...), pero estos textos no resuelven el problema. Son tardíos y podrían coincidir con la mentalidad judía contemporánea que, cuando hablaba de Dios, se refería al Padre que está en los cielos. Por otra parte, aquel que preguntaba si Jesús era Dios estaría interesándose por saber si Jesús era el Padre del cielo. Lo que sí debemos tener claro desde el primer momento es que el término no puede haber sido aplicado a Jesús durante su vida terrena: Y al salir para ponerse en camino, llegó uno corriendo que, hincando la rodilla, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué he de hacer para conseguir la vida eterna?". Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios" (Mc 10, 17-18).

A partir de la resurrección y teniendo en cuenta la reflexión profunda y constante sobre Jesús, pudo haber sido considerado como Dios. Se había ampliado su concepto. Y podía hablarse de Dios no sólo como el Padre en el cielo, sino también como el Hijo en la tierra.

Lo dicho hasta aquí, a modo de introducción, no responde a lo que pretendíamos que fuese. No se ha abordado directamente el tema. Porque éste se halla centrado en la filiación divina de Jesús y en el momento a partir del cual Jesús tuvo esta conciencia. El punto adecuado de partida para poder responder a los interrogantes planteados y la complejidad de los mismos lo tenemos en la forma o el modo como Jesús se dirigía a Dios en su oración. Nuestra introducción se halla justificada y suficientemente autorizada con el recurso al descubrimiento de J. Jeremías, ampliamente divulgado (J. Jeremías, abba).

La conciencia religiosa del Jesús histórico, conciencia que se expresa en forma totalmente nueva y extraordinaria al llamar abba a Dios, es tan jubilosa que hace partícipes de esta relación a los pecadores y publicanos, a los que autorizaba a repetir tal palabra. Este dato, que nos lleva a la entraña misma de la conciencia histórica de Jesús, puede considerarse como el punto central del mensaje neotestamentario. Un estudio sobre el término "Padre" en las oraciones de Jesús permite concluir que los cinco estratos de la tradición evangélica (Mc. Q. Mt. Lc. Jn) concuerdan en atestiguar que Jesús invocó a Dios como Padre en todas sus plegarias, con la única excepción de Mc 15, 34 (= Mt 27, 46), donde el término Dios se justifica porque es una cita del Sal 22.

Esta tradición constante muestra cómo el uso de la invocación "Padre" estaba sólidamente arraigado en la tradición de las palabras de Jesús. Esto constituye ya una novedad, puesto que dirigirse a Dios como Padre no era una práctica usual en las tradiciones del judaísmo (en todo el A. T. sólo quince veces se invoca a Dios con este término). Pero un hecho todavía más nuevo es el uso del término abba. En los evangelios aparece una sola vez (Mc 14, 36); sin embargo, J. Jeremias muestra, en un atento análisis, que bajo las oscilaciones vocativas: páter, páter mou, ho patér, subyace el término arameo abba.

La invocación "Padre", que se encuentra constantemente en las plegarias de Jesús, se remonta, pues, en todos los casos a abba, como en Mc 14,36. Este uso aparece también en las comunidades no palestinenses (Rom 15, 8; Gal 4, 6). Y esto lleva a descubrir en dicha palabra la ipssisima vox de Jesús. De los datos precedentes se deduce que:

El lenguaje singular de Jesús para dirigirse a Dios le sitúa en el plano de la filiación divina. No tenemos duda alguna sobre ello. Pero, teniendo en cuenta su naturaleza perfectamente humana, la limitación innegable en el campo de sus conocimientos, el despertar de su conciencia mesiánica, resulta inevitable la pregunta sobre el momento a partir del cual Jesús tuvo conciencia de su filiación divina. ¿Cuándo se sintió Hijo de Dios?

El "plus" existente en el subconsciente de Jesús desde que Dios se expresó en su Palabra y ésta hizo su aparición en nuestra historia en un hombre como nosotros, afloró plenamente a su conciencia cuando el cielo se abrió, descendió sobre él el Espíritu, en forma de paloma, y percibió la palabra reveladora que le consideraba y presentaba como el Hijo predilecto en quien el Padre tiene sus complacencias (Mc 1, 10-11: la teofanía que tuvo lugar en el bautismo de Jesús).

1. La experiencia religiosa de Jesús

Fue en ese momento, el de su bautismo, con la escenificación apuntada, cuando Jesús descubrió a Dios como Padre. Esto es lo que intentamos exponer en el título del presente apartado. El punto de partida de nuestra exposición es un artículo fundamental de la fe cristiana: la humanidad de Jesús, "nacido de una mujer" (Gal 4, 4); "probado en todo igual que nosotros, menos en el pecado" (Heb 4, 15); "apareciendo en su porte externo como un hombre cualquiera" (Fil 2, 7).

Desde esta consideración esencial de la figura de Jesús se nos ofrece una vía nueva -nueva por lo poco que ha sido utilizada- para la comprensión de su persona. Vamos a prescindir ahora del culto que le tributamos y de la adoración que le rendimos por su igualdad con Dios... Nos acercaremos a él, a su persona, a su yo, intentando descubrir su inquietud religiosa que le integró en el grupo de los que acudieron al reclamo penitencial suscitado por la voz del Bautista. Jesús, en cuanto hombre religioso, tuvo en aquella ocasión una experiencia singular indescriptible. Todos tenemos experiencias religiosas más o menos intensas, íntimas y profundas, pero la suya fue única.

La experiencia de la paternidad divina domina todo el ministerio público de Jesús. En él la lex vivendi (la ley determinante de su vida) se antepuso a la lex docendi (la ley y voz de su magisterio y enseñanza). La experiencia de su inserción en el misterio de la paternidad divina se inicia en este momento. Antes de él sólo tenemos base para las conjeturas (excepto el dato ofrecido por Lc 2, 49 sobre Jesús adolescente, que pertenece al terreno de la reflexión teológica posterior). Aquí, en el Jordán, con ocasión de su bautismo, Jesús tuvo la experiencia de ser el Hijo predilecto de Dios. El evangelista se encarga de subrayar que la visión y la audición la tuvo únicamente Jesús. Nadie más. Se supone, pues, que el relato, en última instancia, pertenece al campo de los secretos que Jesús confió a sus discípulos.

La importancia excepcional de dicha experiencia nos obliga a realizar el esfuerzo preciso para la comprensión de la misma:

a) La escena del bautismo de Jesús es la coronación de la acción escatológica de Dios, iniciada con el Bautista y llevada a su culminación con Jesús. De ahí que la primitiva comunidad cristiana llamase a Juan el precursor. Lo que distingue a Jesús de la predicación del Bautista es que el consumador divino es también el hombre Jesús.

Lo que da a Jesús su sentido y dimensión únicos es la presencia y la acción de Dios en él. El cielo ha roto su silencio, el Espíritu ha vuelto a moverse sobre las aguas y la voz de Dios se ha dejado oír de nuevo. Ha tenido lugar la revelación que la voz del cielo le ha dirigido presentándolo como el Hijo del Padre. Se ha producido la invasión del Espíritu que penetró sus interioridades más profundas. Ha tenido lugar el descubrimiento, la toma de conciencia o el afloramiento al campo de la misma de su peculiarísima relación con el Padre. Los únicos protagonistas de la escena son el Padre y el Hijo. Lo único interesante es lo que ocurre entre ellos. Lo verdaderamente decisivo es el misterio invisible, hecho visible en Jesús desde su nueva relación descubierta, y que sigue siendo invisible para los demás hombres.

b) Aquí y ahora comienza algo nuevo; se inicia una nueva filiación entre los hombres a partir de la que se ha hecho realidad en Jesús; entra en el campo de la experiencia la posibilidad de descubrir al Padre de nuestro Señor Jesucristo a través de la acción del Espíritu.

Jesús experimenta a Dios como Padre. Momentáneamente al menos dicha experiencia significa la constitución de Jesús en un estado nuevo, en una nueva relación. Es algo personal, vivencial, existencial. No pertenece al campo académico, ni a Jesús se le encomienda traducir su visión y audición a fórmulas religiosas doctrinales. Lo verdaderamente importante a partir de ahora no será tanto lo que Jesús diga cuanto lo que Jesús es. Aunque, precisamente a partir de ahora, ambas cosas serán inseparables.

c) Todas las civilizaciones, culturas y religiones trasladan a sus dioses el nombre o nombres significativos de lo que esperan de ellos, bien sea partiendo de su experiencia o de sus deseos y necesidades. En el cristianismo el nombre divino en el que se concentran todas las esperanzas es Dios Padre. Al llamar a Dios Padre, Jesús lo presenta como una convicción y experiencia transformantes del sentido y del valor de la vida, creadoras de una paz y de una alegría nuevas, generadoras de hombres nuevos (al estilo de san Pablo en quien comenzó a "vivir" Cristo); como la suprema realidad en su vida, que se halla dominada y como determinada por la voluntad del Padre; el sentimiento profundo de ver la propia vida construida y construyéndose sobre la voluntad del Padre como sobre una roca inconmovible... Todo ello fue fruto de la experiencia de Dios como Padre.

2. La reticencia de Jesús

Llama poderosamente la atención que la experiencia habida por Jesús sobre el poder transformante de la vida no se convirtiese en el lugar común, en centro de gravedad, en el tema obsesivo de su predicación. Hay que hablar, más bien, de una reticencia de Jesús en relación con la utilización del nombre del Padre para presentar a Dios. Ofrecemos a continuación la estadística completa sobre el uso de Padre en el N. T., que hemos tomado de Manson:

Designación de Dios como Padre en los evangelios; cuatro veces en Marcos; ocho o nueve en Q (la fuente común de Mateo y Lucas); veintitrés en M (textos específicos de Mateo); seis en L (fuente propia de Lucas) y ciento nueve en Juan. En el resto del N. T. la estadística nos da el siguiente resultado: tres veces en Hechos; treinta y nueve en las cartas paulinas; tres en las cartas pastorales; dos en Hebreos; tres en la carta de Santiago; tres en la primera de Pedro; una en la segunda de Pedro; dieciséis en la primera y segunda de Juan; una en Judas y cuatro en el Apocalipsis.

Antes de seguir adelante debemos justificar la desproporción de Mateo y Juan en relación con los demás bloques:

a) El número tan desproporcionado en Mateo -31 veces entre Mt (el evangelio) y M (los textos específicos de Mateo, que son 23)- obedece a dos razones. La primera surgió de la necesidad de la adaptación-inculturación. En Mateo la palabra Padre aparece frecuentemente calificada con "celeste, celestial o que está en los cielos". Evidentemente, dicho calificativo es semítico. Ahora bien, este calificativo se introdujo en el judaísmo entre los años 50-80 y adquirió en él carta de naturaleza. La necesidad de adaptación a los destinatarios primeros del evangelio hizo que dicho calificativo fuese canonizado también en el cristianismo palestinense. Falta, por el contrario, en el étnico-cristianismo, en el evangelio de Juan y en el evangelio copto de Tomás. Sin embargo, sobrevivió en el judaísmo.

La segunda obedeció a la exigencia catequética. Y que esto fue así no es difícil demostrarlo si tenemos en cuenta que la palabra aparece preferentemente en los discursos o sistematizaciones de Mateo: en el sermón de la Montaña, en el cap. 6, sobre la contraposición de la devoción cristiana frente a la farisea la emplea nueve veces; cuatro veces en 10, 17-39, el discurso de misión, en lo relativo a las persecuciones; cuatro veces en 18, 10-35, el discurso sobre la verdadera fraternidad, y dentro de las amonestaciones. Este hecho demuestra, al tratarse de sistematizaciones o composiciones propias de Mateo, que la palabra pudo haber estado en otros contextos o haber sido introducido en éstos.

El crecimiento de la palabra Padre supone la preocupación catequética por insertarla reiteradas veces en la predicación de Jesús para que fuese asimilada personalmente por los creyentes. De este modo la paternidad de Dios se convirtió en el centro de gravedad del mensaje cristiano. A ello contribuyó particularmente Mateo. El fundamento para ello lo constituyó la oración, en especial la del Padrenuestro.

b) El cuarto evangelio llegó a la cumbre convirtiendo al "Padre" en el nombre natural de Dios. La estadística nos hace descubrir la verdad de esta afirmación. Las cien veces que llama Padre a Dios y las nueve en las que se dirige a él en la oración llamándolo con este nombre nos excusan de todo comentario. Unicamente, a modo de confirmación, añadir que en la primera y en la segunda carta de Juan - dentro del mundo joánico, por tanto - se repite esta designación 16 veces (frente a este número, las 41 veces que aparece en el epistolario paulino resultan una insignificancia).

¿Sobre quién puede recaer la responsabilidad honorífica de haber hecho proliferar de tal manera dicha designación? Aquí, como en otras cuestiones específicas del mundo joánico, intervinieron decisivamente dos factores. El primero de ellos nos lo ofrece el libro del Apocalipsis -seguimos moviéndonos en el mundo joánico- que pone en labios de Cristo resucitado esta terminología: "...como yo recibí (el poder) de mi Padre..." (Apoc 2, 28). -"...confesaré su nombre delante de mi Padre y delante de los ángeles" (Apoc 3, 5)-. "le haré sentarse en mi trono... y me senté con mi Padre en su trono" (Apoc 3,21).

Los tres textos se hallan dentro del epistolario apocalíptico y se refieren al premio que Cristo otorgará a aquellos que le son fieles. Por otra parte, no puede desoírse en estas palabras del Resucitado el eco de la predicación de Jesús. El premio, concedido por Cristo, se halla en estrecha relación con el Padre: el creyente, que ha sido fiel, se verá recompensado por Cristo, lo mismo y del mismo modo que él lo fue por el Padre.

El segundo factor tiene mayor calado porque debe apoyar la debilidad del anterior. En realidad, sigue abierto el interrogante: ¿a través de quién llegaron al Vidente estas palabras del Resucitado? En última instancia, los protagonistas o responsables de esta proliferación fueron los profetas cristianos. Era ellos los que hablaban en nombre del Señor exaltado. Ellos fueron los que influyeron decisivamente en la introducción de Dios como Padre en la transmisión de las palabras de Jesús. Y lo hicieron, naturalmente, no por iniciativa propia, sino bajo el impulso del Espíritu Santo Paráclito, una de cuyas misiones más importantes es guiar a los discípulos de Jesús a "la verdad completa" (Jn 16, 13). Ahora bien, la verdad completa sobre Dios se sintetiza en que es Padre, con todas las implicaciones positivas que tiene la palabra y con la eliminación de todas las limitaciones más o menos graves inherentes a la paternidad humana.

c) Colocados aparte los evangelios de Mateo y de Juan, el resto de los testigos del N. T., en particular Marcos y Q, expresan la reticencia de Jesús a la que hemos aludido. Las dos fuentes que acabamos de mencionar, Mc y Q, coinciden en que "Mi Padre", "mi Padre" o "vuestro Padre" sólo es utilizada por Jesús o en su oración personal o en su conversación con los discípulos. Y ello tiene lugar después de la confesión de Pedro en Cesares de Filipo.

El examen de Mateo nos lleva a la misma conclusión. Y la proliferación de la palabra en su evangelio -aparte de las razones ya aducidas- está en que Mateo, siguiendo su interés por destacar esta designación de Dios, la utiliza frecuentemente donde el relato paralelo de Lucas emplea otra expresión. Ejemplos: "el Altísimo" (Lc 6, 35) se convierte en el paralelo de Mateo en "vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5, 45); "Dios" (Lc 12, 6) se convierte en el paralelo de Mateo en "vuestro Padre" (Mt 10, 29); "los ángeles de Dios" (Lc 12, 2) lo traduce Mateo por "vuestro Padre en el cielo" (Mt 10, 32).

d) Marcos y Lucas pueden convertirse en controladores de Mateo en esta cuestión. Así ocurre en el caso de Mt 13, 43, que habla del "reino de mi Padre" y en Mt 26, 29, que habla de beber mi cáliz en el "reino de mi Padre". En Marcos el texto paralelo del segundo citado se habla del "reino de Dios" (Mc 14, 25). Y esto nos obliga a suponer que tanto el segundo texto como el primero de los mencionados últimamente por Mateo, por razón de su semejanza, son modificación editorial de Mateo, que sustituye el "reino de Dios" por el "reino de mi Padre".

Es hermano, hermana y madre de Jesús " el que hace la voluntad de mi Padre" (Mt 12, 40) o "el que hace la voluntad de Dios" (Mc 3,35). A las pretensiones de los Zebedeos responde Jesús; sentarse a la derecha o a la izquierda "es para aquellos para quienes está dispuesto (Mc 10, 40: estamos ante un "pasivo divino" y, por lo tanto, la explicación del texto nos obligaría a introducir el nombre de Dios: "para quienes está preparado por Dios").

3. Explicación de la reticencia de Jesús

De la consideración estadística de la palabra Padre en el N. T. se deduce claramente una conclusión: la frecuencia con que Dios es presentado como Padre en el pensamiento y en la fe cristiana de los orígenes se debe a los otros escritos del N. T. no a los evangelios sinópticos. Esto nos obliga a abrir el interrogante siguiente: ¿cuáles son las causas de la proliferación del término en Mateo y en Juan (incluidas las cartas joánicas? Creemos que existen otras causas además de las ya mencionadas más arriba. El interrogante puede ser contestado desde dos hipótesis:

a) Que se trate de una adición debida a la pluma de los autores de dichos documentos que introdujeron la palabra como algo ajeno o extraño a la enseñanza de Jesús. Pensamos que esta hipótesis-explicación es inaceptable porque, según la totalidad de los escritos del N. T., la paternidad divina pertenece a la enseñanza genuina de Jesús.

b) La segunda posibilidad cuenta con el esfuerzo de dichos autores en orden a poner de relieve la esencia del evangelio. Ellos explicitan, desarrollan, amplían y profundizan una doctrina fundamental que, en otros documentos, se halla apenas apuntada.

La proliferación por parte de unos y la reticencia por parte de los otros crea una tensión que podemos formular así: Mateo y Juan proclaman que la paternidad divina es una de las claves fundamentales del evangelio; la reticencia por parte de Jesús, que hacen presumir las fuentes más antiguas, Mc y Q, nos obliga a concluir que Jesús no habló de Dios como Padre tan frecuentemente como a veces pensamos; lo hizo con gran sobriedad; al final de su ministerio y en la enseñanza confidencial a sus discípulos.

c) La reticencia de Jesús está justificada teniendo en cuenta la profundidad única de su experiencia después de haber sido bautizado por Juan. Jesús no predicó en público la paternidad divina. Esta enseñanza la reservó a aquellos que, de alguna manera estaban capacitados para captar-la y aceptarla. A ellos se lo explicó no con argumentos doctrinales sino hablándoles de Dios Padre como la realidad suprema de su vida captada en su experiencia íntima y única. Y, además, ampliando su experiencia personal, por deseo expreso de Dios, a todos los que tienen el corazón abierto, a los "pequeñuelos-discípulos", para disfrutar de la misma revelación de Dios. Así nos lo hace patente la exclamación jubilosa de Jesús (Mt 11, 25-27 y par.). La confesión de Cesarea de Filipo (Mt 16, 13ss) podría haber sido la mejor ocasión o el momento más indicado para dicha exclamación jubilosa, una vez que los discípulos, personificados en las palabras de Pedro, han comenzado a entrar en el campo de la revelación que les llegaba a través de Jesús.

d) La experiencia personal de Jesús al comienzo de su ministerio (Mc 1, 10-11) ha sido comparada con la tenida por los profetas del A. T. La comparación es interesante, sobre todo, para poner de relieve la superioridad del Profeta (de Jesús) sobre los profetas:

1°) Los profetas reciben de Dios un mensaje y una misión. Jesús recibe la certeza de ser el Hijo de Dios.

2°) Los profetas del A. T., en especial Juan, como el último y el más grande de todos, representaban y clausuraban el orden o mundo antiguo de las relaciones entre Dios y el hombre y de los hombres entre sí. Jesús inicia un nuevo orden de cosas.

3°) En la parábola de los viñadores existe una clara diferencia entre los siervos, es decir, los profetas y el Hijo (Mc 12, 1-11). El dueño de la viña espera que respetarán a su Hijo. De este modo el Parabolista presenta a Jesús en una categoría superior a la de los mensajeros.

4°) Uno de los aspectos más impactantes de Jesús ante sus contemporáneos fue la autoridad con que hablaba (Mc 1, 22. 27...). El no se limitaba a utilizar la fórmula clásica profética: "Así habla Yahvé". Jesús afirmaba: "Así hablo yo"; "en verdad" (expresión en la que aquel que la utiliza compromete su autoridad al máximo; expresión que únicamente en el evangelio de Juan aparece duplicada "amen, amen", al iniciar una frase) os digo, pero yo os digo!!!" (ahí están las célebres antítesis de Mateo en las que, a lo afirmado por los "antiguos" contrapone de forma contundente su enseñanza, Mt 5, 21 ss). Esta seguridad de Jesús se basa en su experiencia espiritual única (Manson).

La peculiaridad del lenguaje de Jesús no sólo supera la autoridad de los rabinos, de los escribas, repetidores de las palabras de la Escritura, sino que en ellas se trasluce el poder divino (= exousía) de la persona que las pronuncia. Un poder capaz de vencer al mal y al Maligno en virtud de la presencia de Dios en El, a quien hace presente entre nosotros (J. Delorme). La eficacia de su palabra operante es un signo de la presencia escatológica del reino de Dios y de la extraordinaria categoría de Cristo que anticipa la presencia del reino escatológico. Según nuestro modo común de hablar la palabra de Jesús es una palabra sacramental: anuncia una realidad y, al mismo tiempo, la hace presente o, dicho de otro modo, presencializa aquello que anuncia.

5°) La autoridad de los profetas era delegada, condicionada por el tiempo y el lugar; la del Hijo es absoluta, trasciende el tiempo y el lugar, es permanente. porque de esta misma manera tomó el Espíritu posesión de él. Esto no significa que Jesús recibiese un mensaje espiritual que debía transmitir, como los profetas, sino que en él, en su interior, surtió la fuente misma de toda inspiración divina.

4. Manifestación paulatina del misterio oculto

No hemos llegado a descubrir la causa última de esta actitud silenciosa de Jesús ante su experiencia maravillosa de la paternidad divina. En su predicación le ocurrió a Jesús como a Pablo al anunciar el evangelio en Corinto: Se presentó en Corinto con extremada debilidad, con temor y temblor, sin recurrir a argumentos persuasivos desde la evidencia lógica, con espíritu y firmeza, consciente de anunciar una sabiduría que solamente pueden entender los perfectos, la sabiduría misteriosa y santificadora de Dios... (1 Cor 2, 3-8).

La experiencia de Jesús y la de Pablo nos resulta más comprensible si partimos de la nuestra como elemental punto de referencia. Las experiencias personales íntimas y profundas raras veces son manifestadas al exterior y, cuando lo hacemos, recurrimos al círculo limitado de nuestra máxima confianza. Buscamos la protección de nuestro secreto que no queremos que sea un "secreto a voces". Desde esta experiencia personal intentemos comprender la de Jesús.

a) Su experiencia del cielo abierto sobre él, del Espíritu que le poseía, y de la palabra que grababa en su interior la entidad de su filiación única no era fácilmente expresable. La imaginería utilizada nos habla claramente de la dificultad para expresar la experiencia habida: apertura del cielo, venida del Espíritu, palabra reveladora. ¿Son tres realidades distintas o, más bien, tres imágenes de la misma realidad? Cuando lo sagrado invade el campo personal levanta como un seto vivo en torno al "lugar" ocupado; lo rodea de un silencio religioso al par que deja oír la voz sin que se hayan movido siquiera los labios para pronunciarla. Cuando los pensamientos son demasiado profundos difícilmente se encuentran las palabras apropiadas que puedan hacer de vehículo adecuado de las mismas. Dichas palabras solamente deben ser pronunciadas ante aquellos que están dispuestos a quitarse las sandalias de los pies porque se han dado cuenta de que están en el Sinaí, en el monte sagrado de la revelación, en el lugar mismo en el que Dios se manifiesta y se comunica (Ex 3, 5).

Es posible acomodar aquí otras palabras de Jesús: "No deis las cosas santas a los perros ni arrojéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen con las patas y revolviéndose os destrocen" (Mt 7, 8).

Y no se hallaría fuera de lugar la sentencia de Platón: "Descubrir al hacedor y padre de este mundo es una ardua tarea; y cuando lo habéis encontrado es imposible hablar de él ante el pueblo" (Timaeus, 28c).

b) De la exclamación jubilosa de Jesús (Mt 11, 27 y par.) se deducen dos consecuencias: la primera es que aquel que experimenta la comunión con Dios en cuanto Padre disfruta de una realidad sublime, insuperable, inefable; de la visión conjunta de lo divino y de lo humano. La expresión de Jesús lo dice así: "Todo me ha sido concedido por mi Padre".

La segunda conclusión se deduce de las palabras finales de la exclamación jubilosa: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar". Jesús exterioriza la convicción y la pretensión de estar en una peculiar relación con Dios. Afirma, además, que también otros pueden ser guiados a participar en una relación semejante. El pretende que los hombres entren en una relación con Dios Padre semejante a la que él mantiene. A través del Hijo los hombres pueden llegar al conocimiento del Padre, es decir, a la plena comunión con él.

El Padre es la realidad suprema en la vida de Jesús. Esto sólo podía ser perceptible a aquellos que tienen el corazón abierto a Dios. Ellos pueden experimentar y ver a Dios Padre que se manifiesta en las palabras de Jesús (Jn 14, 8-11: el Padre está en él y él en el Padre. Ver a uno es ver al otro). Por medio de Él, Dios Padre se acerca, se hace cercano a los hombres y éstos pueden ver en el rostro (en la persona) de Cristo el conocimiento de la gloria de Dios (2Cor 4, 6).

Todo lo demás revelado por Jesús acerca de Dios cede en importancia ante la revelación del Padre en el Hijo. Y su gran importancia y profundidad no están en la presentación nueva y original de una doctrina sobre la paternidad de Dios, sino en la realidad singularísima que subyace bajo esta experiencia. Nuestra experiencia personal que, bajo la acción del Espíritu, nos estimula e impulsa a llamar Padre a Dios puede ser un punto nuevo de referencia y de partida para intentar comprender la de Jesús en su bautismo.

5. La oración de Jesús manifiesta su identidad

Uno de los atractivos mayores de Jesús es que se deja sorprender frecuente

mente por sus discípulos orando. Jesús fue una persona orante. En este punto nos interesa descubrir el tratamiento que daba a Dios cuando se dirigía a él. Le llamaba Padre. La rúbrica que garantiza nuestra afirmación nos la ofrece, una vez más, la estadística. Sus resultados más equilibrados nos obligan a dividirlos en dos bloques

a) En el evangelio de Marcos, Jesús, en Getsemaní, inicia su oración con la exclamación Abba, a la que se yuxtapone la traducción de Padre (Mc 14, 36). Es el único pasaje donde, dentro de los evangelios, se nos conserva este título original arameo. La fuente Q que, como es sabido, es utilizada independientemente por Mateo y por Lucas, pone en labios de Jesús el nombre de Padre en tres ocasiones. A propósito del Padrenuestro (Mt 6, 9; Lc 11, 2). La versión lucana, que es probablemente la más original, utiliza la palabra Padre de forma absoluta, sin la adición "nuestro" propio de Mateo. Las otras dos veces se encuentran en lo que comúnmente es conocido como la exclamación jubilosa: "Yo te alabo, Padre... Sí, Padre..." (Mt 11, 252-27; Lc 10, 21-22). El texto de Mateo la utiliza en la oración de Getsemaní, añadiendo su particular relación con él: "Padre mío" (Mt 20, 42). La versión de Lucas nos la ofrece en tres pasajes: a propósito de la oración de Getsemaní, coincidiendo con Marcos y Mateo (Lc 22, 42) y otras dos veces: cuando ya está en la cruz para pedir perdón "porque no saben lo que hacen" y "para abandonarse en los brazos del "Padre" (Lc 23, 34. 46). En la tradición sinóptica la oración de Jesús se halla más personalizada, menos teologizada. Y esto nos permite descubrir de forma más cercana la conciencia orante de Jesús. Los diversos estratos de la tradición legitiman nuestra conclusión de que Jesús se dirigió siempre a Dios como "mi Padre". Muy probablemente utilizó siempre la palabra aramea Abba. Es cierto, como ya afirmamos que, entre los evangelistas, el único que la utiliza es Marcos. Pero, junto a este reconocimiento, hay que añadir dos observaciones importantes: la Iglesia original se dirigió a Dios llamándolo Abba (Gal 4, 6; Rom 8, 15). En segundo lugar, el respeto que tenía hacia esta palabra aramea, que transcribió yuxtaponiéndola la traducción de "Padre", en comunidades de lengua griega, hace presuponer que fue utilizada por Jesús.

b) El cuarto evangelio nos ofrece algunas particularidades dignas de ser tenidas en cuenta. El Logos-Palabra en la carne se manifiesta como el orante obediente. Los textos son los siguientes: "Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que siempre me escuchas, pero por la muchedumbre que me rodea lo digo, para que crean que tú me has enviado" (Jn 11, 41 b-42). Ante el sepulcro de Lázaro Jesús dirige al Padre una acción de gracias. En ella destacan los aspectos siguientes: el fundamento de la oración, que pone de relieve su unidad con el Padre que le ha enviado y que justifica su confianza en ser escuchado; el aspecto o estilo misionero expresado en la frase "para que crean que tú me has enviado", que tiene la finalidad de suscitar la fe por razón de su misión. Es un aspecto muy singular, pero es el reflejo de toda la finalidad de su vida: "...si alguno me ama, mi Padre le honrará. Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Mas para eso he venido yo a esta hora! Padre, glorifica tu nombre" (Jn 12, 26b-27). Es la versión joánica de la escena de Getsemaní. En el texto hemos recogido una afirmación a la que sigue la oración en su doble vertiente de alocución y respuesta. En ella se refleja la tremenda tensión anímica del orante. También aquí, como en el texto citado anteriormente, la oración no tiene la finalidad independiente de afirmar una comunión pasiva entre el Padre y el Hijo. Su intención apunta también al cumplimiento de la misión recibida por el enviado del Padre. Así lo demuestran sus mismas palabras: "Esta voz (la aprobación del Padre) no se ha dejado oír por mí, sino por "vosotros" (Jn 12, 30).

En la oración sacerdotal de Jesús, que es propiamente hablando el testamento de Jesús en forma oracional, la palabra Padre, explícita o implícitamente, aparece como la tónica dominante. En ella confluyen el pensamiento de la revelación que él ha llevado a cabo en nombre del Padre y su glorificación (Jn 17,1.2.4.5.6. 7. 8. 9. 11. 14. 22. 24). La consumación de Jesús, su entrega total, el cumplimiento de su "hora" lleva a los discípulos a una relación inmediata con el Padre, que se traduce en la audición de la oración. Pero esta nueva relación permanece inseparablemente unida a la fe en el Hijo. La oración en nombre del Hijo es el nuevo modo de orar, que debe realizarse en unión con él. Dicha unión concede al creyente el acceso inmediato a Dios.

"...lo que pidiereis en mi nombre, eso haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo" (Jn 14, 13). -"...para que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo dé" (Jn 15, 16b-). "Cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo dará. Aquel día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo pediré al Padre por vosotros, pues el mismo Padre os ama..." (Jn 16, 26-27). La unión con el Hijo lleva implícita la audición de la oración. Incluso él mismo no considera necesaria su intercesión... Las palabras dirigidas a la Samaritana (Jn 4, 21-26: en ellas aparece tres veces la palabra Padre) sobre los verdaderos adoradores que adorarán al Padre en espíritu y en verdad coinciden con las de despedida (Jn 17); contienen una promesa, demuestran el valor absoluto del Padre en relación con la oración, tratan de la adoración en el Espíritu.

En el cuarto evangelio la oración es fruto de la obra salvífica ya terminada.

A modo de conclusión digamos que la palabra Padre ha sido recogida en las cinco fuentes. Todos coinciden en que Jesús se dirige a Dios llamándolo Padre. Jesús, en su oración a Dios, siempre lo llama Padre. El texto de Mc 15, 34 en el que Jesús exclama "Dios mío, Dios mío", no es una excepción, ya que Jesús está recitando el Sal 22, 1. --> hijo de Dios; hijo del Hombre; revelación; abba.

 

BIBL. - J. JEREMÍAS, Abba, "Studien zur neutestamentlichen Theologie und Zeitgeschichte", Góttingen, 1964; T. W. MANSON. The Teaching of jesús, Cambridge University Press,1967; J. CABA, De los evangelios al jesús histórico, BAC, 1971; J. DELORME, De los evangelios a jesús, Bilbao, 1973; W. G. KüMMEL, Der persónliche Anspruch jesús und der Christusglaube der Urgemeinde, Marburgo, 1965, en Gesammelte Aufsi3tze.

Felipe F Ramos