Fariseo y publicano (parábola del)
DJN
 

SUMARIO: 1. Los actores. -2. La oración del fariseo. -3. La oración del publicano. -4. Declaración de Cristo. - 5. La conclusión de v. 14b.


La parábola del fariseo y publicano -una narración ejemplar- pone también de relieve el rechazo de los dirigentes religiosos de Israel y la acogida de los pecadores, aunque desde una perspectiva peculiar: el hombre no puede hablar de derechos ante Dios. La misericordia divina se derrama generosamente sobre la reconocida miseria humana. Como ocurrió en el caso del hijo pródigo. Pero en la parábola del fariseo y el publicano esta verdad aparece todavía con mayor claridad.

1. Los actores

Representan las dos clases de personas más contrarias y opuestas del judaísmo del tiempo de Cristo.

2. La oración del fariseo

- El fariseo hace una oración que en sí considerada nada tiene de reprochable. Se ha querido ver a veces una manifestación de soberbia en el hecho de que ore de pie, sin fundamento alguno: los judíos oraban de pie, y también el publicano ora de esa forma. Su oración es una oración de acción de gracias, no una interesada oración de petición, por los beneficios que él ha recibido: un singular conocimiento de la ley que le permite cumplirla hasta en sus mínimos detalles. Lo único reprochable sería la complacencia en sí mismo con que la hace y un cierto aire de desprecio hacia los no tan favorecidos como él.

- Añade, a la exclusión de pecado, méritos especiales derivados del ayuno y de los diezmos. El ayuno era obligatorio solamente una vez al año, el día de la expiación (Lev 16,22s). Él, como los fariseos más celosos, ayunaban dos veces por semana. Y el ayuno suponía sacrificio: no se podía comer ni beber durante el día. El se consideraba hombre justo que no necesitaba de purificación, pero era miembro de un pueblo pecador y lo ofrecía para expiar los pecados del mismo y evitar la ira de Dios sobre él. Pagaba, además, el diezmo de cuanto compraba. Esta prescrito el pago del diezmo del trigo, del aceite y del vino a los productores de estos frutos. Pero los fariseos, por si éstos no lo habían pagado, ofrecían el diezmo de su compra para tener seguridad de no haber infringido la ley ni siquiera inconscientemente. Pagaban, además, el diezmo de las legumbres y hortalizas. Cristo los acusará de preocuparse de pagar el diezmo hasta de la menta, el aneto y el comino -plantas insignificantes- y descuidar lo que es más importante en la Ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto es lo que hay que practicar, les dice, sin descuidar aquello (Mt 23,23).

- Jesucristo no hace una caricatura del fariseísmo, sino que presenta la realidad. Oraciones similares encontramos en los escritos judíos. El Talmud recoge una oración del rabino Nejunya ben Hakana del s. 1, solamente unos años después de Cristo: «Te doy gracias, Señor Dios mío, porque me has dado parte entre aquellos que se sientan en la casa de la enseñanza y no entre los que se sientan en los rincones de las calles; pues yo me pongo en camino pronto y ellos se ponen en camino pronto: yo me encamino pronto a las obras de la ley y ellos se encaminan pronto a cosas vanas. Yo me fatigo y ellos se fatigan: yo me fatigo y recibo la recompensa, y ellos se fatigan y no reciben. Yo corro y ellos corren: yo corro hacia la vida del mundo futuro y ellos corren a la fosa de la perdición» (Ber. 28b).

- El publicano entra en el Templo, pero se queda casi a la puerta. No se atreve a levantar los ojos al cielo, ni alza los brazos en actitud de oración, como hacían los judíos. El no tiene, como el fariseo, méritos en los que poder confiar. Ni, como éste, puede establecer comparación con otros más pecadores.

- Su situación, respecto a la justificación por las obras que profesan los judíos, era realmente desesperada, personalmente y en relación a su familia. Para poder acceder a la justificación, tendría que renunciar a su profesión pecadora y devolver cuanto había robado más una quinta parte de ello. A él no le queda más que una solución: abandonarse a Dios y esperar de él su misericordia. Esa es su actitud. Y su oración recuerda el Sal 50,13: «No me rechaces lejos de tu rostro», es decir: ten compasión de mí que soy pecador. El v. 19 dirá después: «Dios quiere el sacrificio de un espíritu contrito, un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias».

4. Declaración de Cristo

«Os digo que éste (el publicano) bajó a su casa justificado y aquél (el fariseo) no» (v. 14a). El juicio de Jesús está en abierta oposición con lo que pensaba el fariseo.

- El fariseo no salió justificado. ¿Qué había de malo en su actitud? Algo muy grave. Su autosuficiencia ante Dios. Creía que le bastaban sus obras para obtener la salvación, que Dios era deudor de ellas, que la justificación le era debida en estricta justicia (doctrina de la justificación por las obras de la Ley que impugnará vigorosamente el apóstol San Pablo, sobre todo en Rom y Gál). No tiene conciencia de que él, como todo hombre, es pecador y que no puede obtener por sí mismo el don sobrenatural de la gracia. Lo que critica Cristo no es al fariseo como persona, sino que desenmascara una doctrina que no reconoce la gratuidad plena y absoluta de la salvación.

- El publicano, por el contrario, salió justificado. No había puesto su confianza en las obras, como el fariseo, sino que se abandona en las manos de Dios e implora su misericordia, reconociéndose pecador. Procede conforme a la doctrina de Cristo de la justificación por la fe, independientemente de las sobras de la Ley. Sólo Dios puede salvarnos. El es la causa agente de nuestra justificación, la gracia santificante su causa formal y la pasión de Cristo la causa meritoria. Nuestra colaboración es la fe, mera condición, ante la cual Dios, y solamente él, justifica.

- Conviene advertir que «la «justificación» no debe considerarse aquí en el sentido técnico que el apóstol San Pablo da a este término. El publicano experimentó el agrado y la benevolencia divina; Dios se complació en él; utilizó el medio adecuado para entrar en el ámbito de la justicia divina, que es su gracia, reconociéndose pecador y acogiéndose a su misericordia. El fariseo pensaba erróneamente haber adquirido todo esto por su propio esfuerzo, sin necesidad de que Dios viniese en su auxilio para introducirle en el mundo de la vida inextinguible» (F. FERNÁNDEZ RAMOS, El Reino en parábolas, Univ. Pontif. Salamanca 1996, 258).

5. La conclusión de v. 14b

«Porque todo el que se ensalza será humillado y todo el que se humilla será ensalzado». Con el v. 9 y 14b, principio y fin del relato, adiciones del evangelista a la parábola original de Cristo, Lucas ha llevado a cabo una derivación de la misma al campo moral: recomendación de la humildad y condena de la soberbia. En realidad, los fariseos eran orgullosos, consecuencia apenas inevitable de quien confía en sus obras y se siente superior a los demás. Los publicanos, en cambio, eran humillados y despreciados y las personas que se juzgaban decentes evitaban el trato con ellos. Por lo demás, la recomendación de la humildad y la condena de la soberbia aparecen con frecuencia en labios de Cristo (Mt 11,29; 23,12; Lc 14,11). -> parábolas; oración.

Gabriel Pérez