Llamamos "evangelistas" a los autores de los evangelios. Nos referimos, por tanto, a los cuatro clásicos: Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Cuando hablamos de los evangelistas pensamos en ellos. Y, en particular, los distinguimos citando al evangelista Marcos o al evangelio según san Marcos, y lo mismo hacemos con los otros. Además, les concedemos una importancia y un rasgo extraordinarios. Esta denominación habitual necesita hoy una revisión, teniendo en cuenta las consideraciones que hacemos a continuación:
Resulta sorprendente el hecho de que el nombre como tal, "evangelista", nunca aparece en los evangelios, que son nuestro esencial punto de referencia. Si ampliamos nuestra consideración al resto del N. T. la situación mejora, aunque no mucho. Sólo en tres ocasiones aparece el término "evangelista".
La carta a los Efesios habla de los evangelistas a continuación de los apóstoles y profetas (Ef 4, 11). Dirigiéndose a Timoteo, se pone en boca de Pablo que "haga obra de evangelista" (2Tim 4, 5), es decir, que cumpla su ministerio manteniendo la fidelidad al evangelio, como exige Dios de sus colaboradores ('oikonomoús, no evangelistas). Sólo en el libro de los Hechos es aplicado a Felipe (Hch 21, 8), sin duda por haber sido fundador de comunidades cristianas mediante su predicación, roturando campos nuevos como en Samaría y en la zona costera del Mediterráneo (Hch 8). ¡Con cuánta mayor razón podía haber sido llamado evangelista Pablo! Si no es llamado así, probablemente obedezca a que él mismo prefería el título de apóstol, al que ve subordinado el de evangelista.
Ya en el mundo griego la palabra es rara. Entre ellos designaba al anunciador de oráculos. En el N. T. el evangelista no es anunciador de oráculos, sino anunciador de la Buena Noticia del Evangelio. Originariamente la palabra "evangelista" designaba más una actividad que un ministerio. Más aún, parece ser que la palabra era aplicada indistintamente a los apóstoles y a los evangelistas. No había diferencia entre ellos. Todo apóstol era también evangelista. Sin embargo, no todos los evangelistas eran apóstoles. El "apóstol" tenía que haber sido llamado por el Resucitado.
En los tres casos en que el término es utilizado en el N. T., el evangelista es nombrado después de los apóstoles. Ello es debido a la peculiaridad de "la llamada". Los evangelistas son continuadores de la labor de los apóstoles. Además de misioneros son dirigentes de la comunidad. Así lo da a entender la segunda carta a Timoteo (2Tim 4, 2).
En cuanto al concepto, que se impuso muy pronto en la Iglesia, de considerar a los evangelistas como autores de los evangelios, la revisión a la que debe ser sometido, como apuntamos más arriba, obedece a que ninguno de los evangelios ha salido de una única pluma ni de una única vez. En los cuatro se detectan fácilmente vestigios de composición -distintas fases por las que pasaron antes de llegar al estado adulto en que hoy los poseemos- y un crecimiento progresivo que pone de manifiesto la maduración creciente de la fe cristiana y su confrontación con el entorno cultural en el que vivían las comunidades cristianas. Los evangelistas son portavoces de la fe de dichas comunidades y, como tales, revisores y adaptadores de la misma frente a las nuevas circunstancias, favorables o adversas, que iban surgiendo. Los evangelios crecieron constantemente hasta el momento de su fijación definitiva por escrito. -> evangelio; sinóptica c.; evangelizar.
Felipe F. Ramos