Eucaristía

Miguel Rodríguez Ruiz


DJN
 

SUMARIO: 1. Cuestiones introductorias. 1.1. Nombres de la eucaristía con base bíblica. 1.2. La fundamentación de la eucaristía en la última cena y nuevos planteamientos. 1.3. Criterios a tener en cuenta en el estudio bíblico de la eucaristía. - 2. La Eucaristía según los relatos de la Institución (Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 14-20; 1Cor 11, 23-26). 2.1. La última cena y sus desarrollos eucarísticos según los relatos de la institución: a) El relato más antiguo de la Cena del Señor; b) Los relatos de institución de la Eucaristía y las tradiciones de donde proceden; c) Historicidad de la Última Cena; d) Desarrollo de la Última Cena de Jesús y la Eucaristía de la Iglesia primitiva; e) La celebración de la Eucaristía como mandato del Señor. 2.2. Referencia cristológica a la muerte violenta de Jesús y significado sacramental de la última cena: a) La Última Cena y su referencia a la próxima muerte de Jesús; b) La presencia sacramental de Cristo en la Eucaristía. - 3. Las comidas de Jesús durante su ministerio público en su relación con la Última Cena en la noche de su entrega y la Eucaristía a partir de Pascua. 3.1. Las comidas de Jesús de Nazaret como signos de la llegada del reino y de la misericordia de Dios: a) Las comidas de Jesús con pecadores y marginados como signo de la cercanía de Dios al mundo pecador; b) El distintivo de la misión de Jesús. 3.2. Jesús como servidor de sus discípulos en su misión terrenal y, sobre todo, en la última cena: a) Jesús como servidor, sobre todo, en su comida de despedida; b) Jesús sacramentaliza su amor antes de separarse de sus discípulos; c) Las multiplicaciones de los panes como signos de la generosidad y abundancia de la salvación escatológica.


1. Cuestiones introductorias

1.1. Nombres de la eucaristía con base bíblica

En el NT y la literatura patrística más antigua encontramos expresiones que designan de forma muy general a la Eucaristía, tales como "reunirse" (en griego synérjeszai: l Cor 11, 17-18. 33-34), "reunirse en común" (literalmente: "estar o reunirse para lo mismo"; "éinai/synérjeszai epí to autó": He 2, 44; l Cor 11, 20; 13, 23) y "reunión" ("synaxis": 1 Clem 34, 7), mientras que hallamos otras, como "Eucaristía" y "partir el pan" o "partición del pan", que la designan por algún aspecto particular, o sea, el todo por la parte. El nombre de Eucaristía se encuentra bien fundado en los cuatro relatos de la institución, en los que las palabras sacramentales de Jesús van precedidas de una plegaria de "acción de gracias" ("eujaristéin", "dar gracias") y de "bendición" ("eulogéin", "bendecir") (Mt 26, 26-27; Mc 14, 22-23; Lc 22, 17. 19; l Cor 11, 24; cf. 10, 16). La "acción de gracias" y "bendición" es un aspecto importante de la Eucaristía en cuanto "sacrificio de alabanza" (en hebreo, sacrificio "todá"; cf. CateclglCat, núm. 1359-1361). De este aspecto de la Eucaristía se trata en el art. "Sacrificio de la Nueva Alianza". A partir de la primera mitad del siglo II tenderá a hacerse común la palabra "Eucaristía" (Didajé 9, 1; Ignacio, Esmirna, 8, 1; Justino, 1 Apología, 66, 1). En cambio, las expresiones "partir el pan" o "partición del pan", aunque bíblicas, no llegarán a imponerse (Mt 26, 26; Mc 14, 22; Lc 24, 30; He 2, 42. 46; 20, 7. 11; 27, 35; 1 Cor 10, 16; 11, 24). Las locuciones "partir el pan" o "partición del pan" se derivan del gesto del padre de familia, que después de la bendición y acción de gracias comenzaba la comida judía rompiendo el pan único en pedazos, que distribuía entre los comensales. Es éste también el acto más significativo de la cena eucarística o celebración litúrgica de los cristianos, que recordaba el gesto de Jesús en la Ultima Cena y acompañaba las palabras con las que identificaba su cuerpo con el pan, y a la vez subrayaba la unión de todos los participantes (He 2, 46; 1 Cor 10, 16-17).

Otra expresión muy bíblica e importante para nombrar la celebración eucarística de la Iglesia, que en tiempo de P estaba aún unida a la comida en común o ágape fraterno, es la de "Cena del Señor" (1 Cor 11, 20). "Cena del Señor" es traducción de la expresión griega "kyriakón deipnon". "Deipnon" era la comida principal del mundo grecorromano, pero también de los judíos en tiempo de Jesús, que comenzaba al caer la tarde y se prolongaba hasta bien entrada la noche (cf. Jn 13. 30; He 20, 7). El adjetivo "kyriakón" (="concerniente al Señor", "dominical") expresa dos connotaciones principales: por una parte, significa que la celebración eucarística se remonta a la Última Cena que el Señor Jesús celebró con sus discípulos antes de su pasión, por otra, que Cristo, el Señor exaltado a la derecha del Padre y glorificado, está presente en ella como el que convida, y no sólo en el recuerdo de los participantes (Lc 22, 19; 1 Cor 11, 24-25), sino, sobre todo, en los elementos sacramentales de la comida misma, pan y vino consagrados (1 Cor 10, 16-17; 11, 24b. 25b. 27-29). Este nombre ha perdurado en la liturgia romana, pero sólo aplicado a la misa vespertina del Jueves Santo, en el que se conmemora la institución de la Eucaristía. Dado que hasta muy recientemente la Eucaristía sólo se celebraba por la mañana, es lógico que no se la designase con el nombre de "Cena", salvo el día del Jueves Santo, en el que el recuerdo de su institución parecía reclamar de forma excepcional esta expresión, a la vez que la nueva reforma litúrgica la recomendaba.

1.2. La fundamentación de la eucaristía en la última cena y nuevos planteamientos

Al estudiar la Eucaristía y su relación con Jesús de Nazaret trataremos de poner de relieve cómo las celebraciones de las primeras comunidades cristianas, según los testimonios del NT, se entroncan histórica y teológicamente con la Ultima Cena de Jesús con los doce en el cenáculo de Jerusalén. Esta afirmación no admite atenuación alguna, como sería la de intentar buscar el origen primero de la Eucaristía no en la Ultima Cena, sino en las comidas que celebraba Jesús de Nazaret durante su ministerio público con sus discípulos o seguidores, bien como invitado en casa de personas importantes preocupadas por la pureza legal, como era el caso de los fariseos (Lc 7, 36-50; 14, 1. 7-14), y de los considerados impuros, como los pecadores y publicanos (Mt 9, 9-13; Mc 2, 13-13; Lc 5, 27-32; 19, 5-10), o como anfitrión, cual le describen los relatos de las multiplicaciones milagrosas de los panes y los peces (Mt 14, 13-21; Mc 6, 30-44; Lc 9, 10-17; Jn 6, 1-14; Mt 15, 32-39; Mc 8, 1-10), haciendo caso omiso de la Última Cena, que celebró con los doce la víspera de ser entregado. Naturalmente confluyen en la Eucaristía también aspectos de las comidas que celebrara Jesús con sus discípulos y las multitudes que le acompañaban en Galilea así como de las comidas pascuales en que se manifiesta como Resucitado (Lc 24, 13-35; Jn 21, 12-14), pero es la Última Cena el origen de su institución, al que se remiten en primer lugar todos los relatos de la institución del NT.

El exegeta protestante H. Lietzmann afirmó ya en 1926 que no sólo existía en la Iglesia primitiva el modelo -por así decir, canónico- de la Eucaristía jerosolimitana que hacía referencia a la Última Cena y muerte del Señor y de la que proceden tanto la tradición paulino-lucana (1 Cor 11, 23-26; Lc 22, 19-20) como la marquino-mateana (Mc 14, 22-24; Mt 26, 26-28), sino otros modelos como el que él cree ver reflejado en Mt 26, 29; Mc 14, 25; Lc 22, 15-18, en la liturgia de Serapión (siglo IV en Egipto) y en la Didajé 9, 1-10, 7 (tal vez hacia el año 100 d. C., en Siria-Palestina), en donde no se mencionan las palabras de la consagración y se invierte el orden de los elementos eucarísticos -primero el cáliz, luego el pan- así como en las expresiones de Lc 24, 30. 35; He 2, 42. 46; 20, 7. 11; 27, 35, que podrían insinuar una Eucaristía bajo una sola especie: el modelo de la Eucaristía bajo una sola especie se derivaría de las comidas de Jesús con sus seguidores durante el ministerio público en Galilea y no haría referencia a la muerte del Señor. La hipótesis, según la cual habría existido una forma de Eucaristía sin referencia a la Ultima Cena y muerte de Jesús y con un orden a la inversa (p. ej. Did 9, 1-10, 7) no tiene apenas fundamento histórico, ya que la interpretación del texto de la Did. 9, 1-10, 7 es sumamente controvertida aún hoy día entre los especialistas, sin que se haya llegado a una solución comúnmente aceptable; la apelación a la liturgia de Serapión no convence, debido a su fecha relativamente tardía. Por lo que se refiere a los textos lucanos que hablan sólo de la Eucaristía bajo la especie del pan, no está claro si se trata de una sinécdoque, con la que se nombra el todo por la parte (así muy probablemente en He 2, 42. 46; 20, 7. 11; cf. Lc 22, 14-20) o de una comida sin Eucaristía (Lc 24, 30. 35; He 27, 35). Respecto a Mc 14, 25 y par. no hay razón para distinguir dos relatos de la Última Cena: el primero sacrificial, que refiere las palabras del cáliz de la alianza; el segundo (Mc 14, 22. 25, sin la acción sacramental y palabras sobre el cáliz); no se excluyen la perspectiva sacrificial y escatológica, sino que se complementan. Por tanto las conclusiones de Lietzmann carecen de fundamento histórico sólido.

Autores más recientes, sobre todo protestantes, llevados por la euforia del "Jesús histórico" y un cierto ecumenismo fácil, tratan de explicar la Eucaristía de la Iglesia a través de la comensalidad del "Jesús histórico" o incluso reinterpretan la Ultima Cena como una comida de hermandad, subrayando la importancia del cáliz que pasa de mano en mano (Mc 14, 23b) y quitando importancia a las palabras consecratorias de Jesús; de esta forma se quisiera convertir la Eucaristía en algo no exclusivo, sino hacerla abierta a todos los simpatizantes de Jesús de Nazaret (así B. Kollmann 1990; Klaus Berger 1995). Uno de los últimos intentos por querer demostrar que en la Iglesia primitiva habría existido un pluralismo en el modo de entender la Eucaristía, si bien conflictivo, es el del exegeta anglicano B. Chilton (Feast of Meanings, 1994), que ha tratado de determinar, mediante el método sociológico, las sucesivas transformaciones que habrían experimentado la práctica y teología de la Eucaristía desde sus orígenes, que él ve en las comidas que Jesús celebrara con sus seguidores en Galilea, hasta las teologías eucarísticas del EvJn y Ap, pasando por la interpretaciones de Pedro y Santiago, a quien se habría opuesto enérgicamente Pablo (Gal 2), hasta que se impuso la síntesis de Eucaristía que se refleja en los sinópticos, que no modificará más tarde esencialmente el EvJn. Especialmente, los capítulos de esta monografía dedicados a la Ultima Cena así como a las concepciones cristolológicas y reinterpretaciones de la Ultima Cena de Pedro y Santiago no convencen al lector crítico, ya que no tiene en cuenta estudios serios de los últimos treinta años acerca de los relatos de la institución de la Cena del Señor.

1.3. Criterios a tener en cuenta en el estudio bíblico de la eucaristía

El lector crítico interesado en la reconstrucción verosímil del proceso que dio origen a la Eucaristía, punto culminante de la vida eclesial cristiana, debe tener en cuenta los siguientes criterios: 1. Es un error partir de una imagen hipotética de un Jesús ficticio o de gusto personal, sin tomar en serio los testimonios del NT, cuando se quiere emitir un juicio sobre un dicho o hecho de Jesús. 2. El único punto de partida seguro para un estudio fiable de Jesús de Nazaret son los testimonios de los evangelios y demás libros del NT, otras fuentes como el EvTomás son controvertidas entre los especialistas y no cambian substancialmente la imagen de Jesús de Nazaret que nos aportan los evangelios canónicos y el NT. 3. El punto de partida para el estudio bíblico de la Eucaristía lo constituyen los relatos de la Ultima Cena así como los demás testimonios acerca de la Eucaristía en sus contextos literarios respectivos, detrás de los cuales están la experiencia y testimonio de los primeros discípulos; otros cauces para llegar a Jesús de Nazaret no existen o son ilusorios. 4. La elaboración de formas, supuestamente "más originales y primitivas", de la celebración de la Cena del Señor por medio del "método de las formas y de la tradición" -cuya limitación no hay que perder de vista-, no conducirá más que a resultados hipotéticos y más o menos probables. Aunque sea posible descubrir como auténticas palabras o hechos de Jesús por el "método de las formas" o de la "historia de la tradición", es, sin embargo, imposible recuperar el contexto significativo e interpretativo en que sucedieron, prescindiendo del NT. Sólo los evangelios y Pablo en sus narraciones o relatos de la Eucaristía nos interpretan auténticamente los hechos y dichos de Jesús en la Ultima Cena. 5. Con estas observaciones no se quiere dar a entender que el investigador bíblico, en un segundo estadio, no deba tratar de reconstruir de forma razonable y verosímil los hechos y dichos históricos de Jesús y comprender cada vez mejor su significado inagotable; esta función de la exégesis bíblica corresponde a la de la teología católica de hacer la verdad más inteligible y razonable, sin tratar de convertirla en algo puramente racional, lo que sería caer en el racionalismo. 6. El lector cristiano, sobre todo católico, dispone de otros criterios decisivos, como el magisterio infalible de la Iglesia respecto a la Eucaristía así como la práctica litúrgica de la Iglesia y la práctica personal eucarística; la exégesis está obligada también a reconocer sus límites.

2. La Eucaristía según los relatos de la Institución (Mt 26, 26-29; Mc 14, 22-25; Lc 22, 14-20; 1Cor 11, 23-26)

2.1. La última cena y sus desarrollos eucarísticos según los relatos de la institución

a) El relato más antiguo de la Cena del Señor. Aunque los cuatro relatos difieran unos de otros en detalles, coinciden, sin embargo, en lo esencial. El relato más antiguo es el de P en 1 Cor 11, 23-26 (cf. también 10, 16). La primera carta a los Corintios fue escrita en Efeso, al final del año 53 o del 54 d. C., o sea, 23 ó 24 años aproximadamente después de Pascua. La tradición referente a la Eucaristía afirma P haberla recibido del Señor a través de los apóstoles o comunidades cristianas ya existentes (11, 23); no es, pues, ningún invento de P, lo cual es aún más evidente, si se tiene en cuenta que P tiene que habérselas en las dos cartas a los Corintios con una iglesia rebelde y sumamente crítica, algunos de cuyos miembros no están dispuestos a obedecer al Apóstol. Podemos sostener con fundamento que Saulo tuvo ocasión de conocer la tradición de la Eucaristía, incluso de la boca de Pedro, después de su conversión y bautismo (aproximadamente entre los años 33 y 36) y de participar en ella en Damasco (He 9, 25; 2Cor 11, 33; Gál 1, 17), ciertamente en Jerusalén (He 9, 27-29; Gál 1, 18) y Antioquía (He 11, 25-26; 13, 1-3). La Eucaristía no se basa en un mito sino en una acción histórica de Jesús de Nazaret. El exegeta protestante W. Marxsen afirma al respecto que la forma más primitiva de la tradición paulina (1 Cor 11, 23-25) está tan cerca de la Última Cena de Jesús y la tradición de la iglesia de Jerusalén que no hubo tiempo para que se formase una leyenda piadosa cultual en torno al origen de la Eucaristía; él cree que 1 Cor 11, 23-25 es un testimonio fidedigno y auténtico de la Ultima Cena (W. MARXSEN: EvTh 12 (1952/53) 303).

b) Los relatos de institución de la Eucaristía y las tradiciones de donde proceden. Los evangelistas redactan sus respectivos evangelios más tarde que P: Mc alrededor del año 70, Mt y Lc entre los años 75 y 90; Jn hacia el año 95. Los evangelistas tampoco inventan sino que trasmiten tradiciones, cuyo contexto originario, sobre todo en Mt y Mc, parece haber sido la liturgia eucarística antes de que las introdujeran en sus evangelios, como manifiesta el estilo litúrgico, solemne, reducido a los elementos esenciales, algo estereotipado. Los relatos de la institución de la Eucaristía de los sinópticos aparecen en su lugar actual como piezas intercaladas en el contexto general del relato de la Pasión. Es, pues, muy probable que tanto P como los evangelistas sinópticos hayan tomado de la liturgia eclesial los relatos de la institución de la Eucaristía, lo cual refuerza aún más su valor histórico, sin que haya que excluir otros canales, como el de tradiciones orales extralitúrgicas, pues Pablo se informaría en sus visitas a Pedro en Jerusalén sobre este tema. El relato de la Ultima Cena según Mc es el más antiguo de los sinópticos, siendo el de Mt una elaboración del de Mc, con pocas variantes, mientras que Lc presenta una forma mixta entre la versión de Mc y una tradición afín a la de 1Cor 11, 23b-25. Las tradiciones de las que dependen los relatos de Mc/Mt y P/Lc, que llamamos respectivamente tradición marquina (=M) y antioquena (=A), no dependen la una de la otra, sino que se remontan a la tradición jerosolimitana, más antigua, de la Ultima Cena. Habría que distinguir, además, dentro de la iglesia de Jerusalén entre la rama de lengua aramea (M) y griega en torno a Esteban (A). Respecto a las palabras de la institución de la Eucaristía, la tradición (=A) parece haber conservado mejor las palabras de Jesús y el desarrollo de la Ultima Cena que la tradición M: el estilo de las palabras de la institución de A es menos estereotipado que en M; la mención "después de cenar" de A ha sido suprimida en M, aunque "por muchos" de M es ciertamente la expresión original de Jesús, mientras que "por vosotros" es una adaptación griega de A. Algunos exegetas (Schürmann; Merklein; Klauck; Léon-Dufour; Gnilka) dan preferencia a la versión A por haber trasmitido más fielmente las palabras de Jesús. Otros exegetas, en cambio, (Jeremias; Kásemann; Benoit; Dupont; Lohse, Sóding) se inclinan por M. Según éstos últimos el texto de M sería el más antiguo por razón de los semitismos y rezaría así: "Esto es mi cuerpo; esta es la sangre de la alianza que se derrama por muchos"; según los primeros, en cambio, el texto más primitivo y original sería el de la tradición A, que reconstruiríamos así: "Esto es mi cuerpo que se entrega por los muchos; este cáliz es la nueva alianza en mi sangre". De todas formas, las transformaciones de la tradición en los cuatro relatos no han sido sustanciales ni afectan al contenido doctrinal y las adiciones redaccionales de los evangelistas y P son escasas. Además de los temas de la entrega en forma sacramental de Jesús a sus discípulos, referencia a su muerte próxima y alianza, hay que subrayar en los cuatro relatos la perspectiva escatológica (Mt 26, 29; Mc 14, 25; Lc 22, 18; 1 Cor 11, 26), aunque el tema escatológico de 1 Cor 11, 26 ciertamente se derive de una tradición distinta de la de los sinópticos y se refiera directamente a la celebración eucarística de la comunidad pospascual, mientras que la espera escatológica del Reino en los sinópticos refleja la situación de Jesús en la Última Cena. En todos los relatos se expresa el valor infinito e inapreciable de la muerte de Jesús, que abre la puerta a la realización del Reino pleno y definitivo.

c) Historicidad de la Última Cena. Los cuatro relatos coinciden en que la institución de la Eucaristía tuvo lugar la noche en que Jesús iba a ser entregado, concretamente en la Ultima Cena que celebró con los doce la noche antes de su muerte. Según los sinópticos la institución de la Eucaristía tuvo lugar al anochecer del día de la preparación de la Pascua judía en el trascurso de la cena pascual judía (Mt 26, 17-25; Mc 14, 12-21; Lc 22, 7-14). Una cuestión sin resolver, que no podemos tratar aquí, es si la Ultima Cena fue una cena pascual, como parecen afirmar los sinópticos, o simplemente una comida de despedida, como parece afirmar el EvJn; los argumentos en uno y otro sentido parecen contrarrestarse. Desde el punto cristológico sacramental la discusión no tiene mayor importancia, ya que si el EvJn no parece considerar como cena pascual la cena de despedida de Jesús, le presenta como el cordero pascual, que murió en la hora en que los corderos pascuales eran sacrificados en el templo (cf. Jn 19, 14; cf. también 1, 29. 36; también tal vez 19, 36).

En los relatos de la Cena hay detalles que confirman la historicidad de las acciones significativas de la Última Cena: la única copa, la fracción del pan, la bendición, el contexto de la pasión, las palabras de Jesús y los gestos que las acompañan (H. Schürmann). En la tradición más primitiva de la Última Cena aparecían ya unidos el motivo sacrificial de la muerte de Jesús como expiación y el de la alianza. Es improbable que la tradición más primitiva incluyera sólo, sin interpretación de la muerte de Jesús, las palabras escuetas: "Esto es mi cuerpo" y "Esta es mi sangre". Lo más probable es, pues, que ya Jesús mismo en la Ultima Cena interpretase su muerte salvíficamente, con los motivos de alianza y expiación. Sin estos motivos quedaría aislado y sin explicación el dicho que casi todos los exegetas atribuyen a Jesús como auténtico: "En verdad os digo que no beberé ya más del fruto de la vid hasta el día aquel en que lo beba nuevo (aclaración de Mt: con vosotros) en el reino de Dios" (Mc 14, 25). Por encima de su muerte ya cercana y más allá de ella reafirma y promete Jesús la próxima venida y plena realización del Reino. Su muerte no significa la aniquilación del mensajero y mensaje del Reino; al contrario, su muerte simboliza su total entrega a Dios por los discípulos con los que sella Jesús en la Cena una nueva alianza, instituyendo un nuevo orden, escatológico, de salvación, que tendrá su realización plena más allá de la muerte. Las apariciones del Resucitado después de Pascua corroborarán la promesa de Jesús en Mc 14, 25.

d) Desarrollo de la Última Cena de Jesús y la Eucaristía de la Iglesia primitiva. Las palabras sacramentales sobre el pan fueron pronunciadas por Jesús al principio de la comida, mientras que las palabras sobre el cáliz tuvieron lugar al final de la misma. Según el rito judío tomaba el padre de familia el pan, que tenía forma de torta, y pronunciaba la bendición sobre él: "Bendito seas tú, Señor, Dios nuestro, Rey del mundo, que sacas el pan de la tierra". A lo que los comensales respondían con un "amén". El padre de familia rompía el pan y daba a cada uno de los comensales un trozo, que lo tomaban al mismo tiempo, dándose así por comenzada la comida. Acabada la comida, tomaba el padre de familia la copa de vino, la llamada "copa de bendición", que era exactamente la tercera y última copa de la cena, la levantaba y pronunciaba sobre ella la acción de gracias: "Bendito seas tú, Señor, Dios nuestro, Rey del mundo, que mantienes a todo el mundo con tu bondad, favor y misericordia". Los comensales respondían con un "amén" y bebían luego todos la tercera copa. Precisamente la acción que daba comienzo a la cena pascual judía y la que la concluía, las escogió Jesús para pronunciar las palabras sacramentales sobre los elementos eucarísticos del pan y el vino con los que se identificaba él en persona y a los que conferían eficacia sacramental. La expresión "después de cenar" de los relatos paulino y lucano indican que las palabras y acciones sacramentales sobre el pan y el vino originariamente se encontraban separadas, como en la comida judía (1 Cor 11, 25a; Lc 22, 20a; cf. también 1 Cor 10, 16: el cáliz de bendición es la copa final con que se concluía la comida). Probablemente en los años siguientes a Pascua en Jerusalén, Damasco y Antioquía las acciones sacramentales sobre el pan y la copa tenían lugar, como en la Ultima Cena, al principio y al final de la comida eucarística respectivamente. La mayoría de los exegetas opinan que en Corinto las palabras y gestos de la institución de la Eucaristía sobre el pan y el vino no estaban ya separados, como en la Ultima Cena, sino que habían sido extraídos de su marco original y combinados y que formaban una unidad netamente eucarística, aunque la precedía aún el ágape fraterno (cf. 1, 20-22. 33-34). Más tarde la Eucaristía se independizaría completamente del ágape, —a no muy tardar también en Corinto, como ya parece insinuar P (11, 22). La ayuda a los más necesitados se habría seguido realizando, p. ej., por medio de colectas, cuya práctica no era desconocida en Corinto (1 Cor 16, 1-2), si bien las mencionadas por P se hacían para ayudar a la iglesia de Jerusalén. Los sinópticos muestran claramente que la celebración propiamente eucarística estaba separada, ya en su tiempo, de la comida en común o ágape.

e) La celebración de la Eucaristía como mandato del Señor. La Iglesia apostólica intuyó muy pronto que las dos acciones sacramentales sobre el pan y el vino constituían la esencia de la Última Cena o Cena del Señor. Lc y P mencionan el mandato de repetir la Cena del Señor, mientras que lo omiten Mt y Mc: P lo trae a continuación de las palabras sobre el pan eucarístico y el cáliz respectivamente: "Haced esto en memoria mía" (1 Cor 11, 24b); "hacedlo, cada vez que lo bebáis, en memoria mía" (11, 25b). Lc lo menciona sólo después de las palabras sobre el pan (Lc 22, 19c) y se encuentra en el llamado relato largo de la Eucaristía de Lc 22, 15-20, que hoy se considera generalmente como el original, a diferencia del corto (22, 15-19a). Según las palabras de P la celebración de la Eucaristía tiene que continuar en la Iglesia hasta la venida del Señor (11, 26). Dada la trascendencia de la celebración eucarística en la que el Señor se hace presente, a la vez que es él quien invita, y en la que la Iglesia entera se concentra y reafirma en la unidad (1 Cor 10, 16-17), es lógico que sólo el ministro que ha recibido la ordenación sacerdotal sea el designado para presidir en la persona de Cristo (in persona Christi) la Eucaristía y pronunciar las palabras de la consagración. No es posible fundamentar aquí bíblicamente con más detalle el ministerio sacerdotal: cf. el art. "Sacramentos" derivados de Jesús.

2.2. Referencia cristológica a la muerte violenta de Jesús y significado sacramental de la última cena

a) La Última Cena y su referencia a la próxima muerte de Jesús. Los relatos de la institución de la Eucaristía enmarcan la Última Cena en el contexto de la Pasión de Jesús. Según P aquélla tuvo lugar "la noche en que iba a ser entregado" (1 Cor 11, 23a) y según Lc 22, 15: "antes de padecer", que equivale a decir: "antes de morir (cf. Lc 24, 26. 46; He 1, 3; 3, 18; 17, 3; cf. también 26, 23). También el contexto literario de la narración de la Pasión en que Mt y Mc colocan la Ultima Cena, las palabras sobre el cáliz (Mt 26, 28; Mc 14. 24) así como el dicho de Jesús de que no volverá a beber del fruto de la vid hasta que lo haga en el Reino de su Padre o de Dios (Mt 26, 29; Mc 14, 25; Lc 22, 16) hacen referencia a su muerte próxima. La trayectoria de la vida de Jesús así como la acción simbólica de la purificación del templo, sin excluir su especial conocimiento divino, apuntan hacia el hecho de que Jesús en la Última Cena contó realmente con la cercanía de su muerte. Su muerte fue una consecuencia de entrega completa al Reino. Jesús no tuvo sólo una "preexistencia", sino que su vida entera fue una "pro-existencia" (="existencia para...": así el exegeta católico H. Schürmann), es decir, su vida fue un vivir exclusivamente para el Padre y los hombres. Así se comprende que su muerte no fuera algo casual sino que aconteció por voluntad del Padre (Mt 16, 21; Mt 20, 28; Mt 26, 24. 54; Mc 8, 31; 9, 12; 10, 45; Lc 9, 22; 17, 25; 22, 37; 24, 7. 26). Si el lector comprende que la existencia de Jesús estuvo volcada plenamente en su amor al Padre y en la salvación de los hombres, comprenderá que Jesús tenía que morir de forma violenta por razón de su amor infinito al Padre y a los hombres, dada su oposición frontal al odio del mundo. No era ciertamente su muerte lo que Dios Padre quería directamente de él, sino su amor total, lo cual no era posible sin la entrega de su vida humana, dada la condición pecadora del mundo.

b) La presencia sacramental de Cristo en la Eucaristía. Las palabras de la institución de la Eucaristía coinciden en lo esencial a pesar de las pequeñas diferencias: por una parte, Jesús identifica su cuerpo y sangre con el pan y cáliz eucarísticos, por otra, afirma que su cuerpo y sangre se entrega o derrama por los hombres, sea que como en P y Lc la expresión "por vosotros" se refiera más directamente a la comunidad que celebra la Eucaristía (1Cor 11, 24b; Lc 22, 20c) o como en Mt y Mc fa expresión "por muchos" vaya más allá del recinto en que se celebra la Eucaristía (26, 28b; Mc 14, 23c). Las palabras sobre el pan y el vino se han de entender en el sentido de que la persona de Jesús está y se da enteramente respectivamente tanto bajo la especie del pan como del vino (DH 1729).

Tampoco se han de entender en el sentido de que las palabras consecratorias significan en primer lugar o, menos aún, sólo la unión de los discípulos que participan de la comunión; si Jesús no está realmente presente bajo las especies de pan y vino, no hay tampoco verdadera unión sacramental. La situación tan trascendental del momento exige que Jesús no hable en parábolas o metáforas: las últimas palabras de despedida, antes de morir, no pueden convertirse en un acertijo (cf. Jn 16, 29).

La expresión "por muchos" equivale en la mentalidad semítica a "por todos", es decir, "a un número incontable de personas", supuesta naturalmente, la fe. El demostrativo "esto" o "éste" traduce el pronombre griego neutro "túto". La palabra eficaz de Jesús opera una transformación en los elementos de pan y vino al referirse a ellos con el pronombre "esto" ("tuto') e identificarlos con su cuerpo y sangre. Si lo traducimos por el pronombre español "esto", significa que lo que los sentidos perciben como pan o vino se ha convertido por la palabra eficaz de Jesús en el "cuerpo" y "sangre" de Cristo, es decir, en su persona real y concreta; si, en cambio, lo traducimos por "éste" o "ésta", se da a entender que lo que era "realidad última" del pan -en el lenguaje teológico tradicional "substancia"- ha dejado de serlo por haberse convertido en el "cuerpo" y "sangre" de Cristo. En el fondo no hay diferencia alguna real. Las palabras sobre el pan traducidas al español adquieren la siguiente forma: "Esto o éste es mi cuerpo", (Mt 26, 26; Mc 14, 22), a lo que añade Lc 22, 19b: "que se entrega por vosotros", mientras que la adición paulina es concisa: "el" (cuerpo que se entrega: aclaración para hacer más inteligible la expresión de P) "por vosotros" (1 Cor 11, 24).

La traducción de las palabras sobre el cáliz es algo más complicada, ya que éstas son más ricas en matices teológicos: "Esta es mi sangre de la alianza, que se derrama por muchos" (Mt/Mc), a lo que añade Mt: "para el perdón de los pecados". La fórmula de Pablo/Lc es la siguiente: "Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre", a lo que añade Lc: "que se derrama por vosotros", que está inspirada en la de Mt/Mc. El verbo "es" no se debe entender como una pura comparación o símil, sino que significa que el pan y el vino se han convertido realmente en el cuerpo y sangre de Jesús. Conviene saber que la frase de Jesús en arameo carecía de un verbo correspondiente al español "es" (griego "estira'), pero esto no afecta al sentido. Los exegetas observan que la tradición es M y A, de las que dependen respectivamente los relatos de Mt/Mc y Lc/1 Cor, denotan ya un gran interés sacramental respecto a los elementos de pan y vino consagrados; se podría hablar de una concentración sacramental, sobre todo en Mt/Mc, mientras que en Lc/1 Cor 11, 24-25 aparece más acentuado el aspecto sacrificial de la entrega de Jesús a la muerte. O sea, la fe de la Iglesia primitiva, ya antes de P, tomó en serio las palabras de Jesús que se identificaba sacramentalmente con el pan y vino consagrados. P no rechaza el sacramentalismo de los corintios (cf. 10, 3-4. 16-17), sino que lo corrige, haciendo expresa referencia a la cruz y poniendo en guardia contra la falsa confianza. En Jn 6, 51-63 se encuentran muy marcados los aspectos eucarísticos de la presencia real y sacrificio.

En esta línea continuará Ignacio de Antioquía. Al identificar el pan y el vino con su cuerpo y sangre Jesús se entrega en persona, con su existencia concreta, y se dona a sus discípulos en la Última Cena como el que se está entregando a la muerte en la Cruz. El cristiano corre el peligro de olvidar como los corintios la actitud de entrega de sí mismo a Dios y los hermanos.

En las celebraciones eucarísticas después de Pascua Jesús se ofrecerá al Padre por sus discípulos como el crucificado, resucitado y exaltado a la derecha de Dios. Su nueva condición "pneumática", es decir, espiritual divina, hará posible que Jesús esté presente sacramentalmente bajo las especies eucarísticas. Jesús no habla en la Última Cena en el lenguaje metafórico de las parábolas de los evangelios y en las imágenes del EvJn, p. ej., "Yo soy el pan de vida" o "Yo soy la luz del mundo", sino en sentido literal y real: en el pan y vino consagrados se entrega Jesús con su persona y realidad concretas. Si toda su vida fue una entrega total al Padre y a los hombres, ahora con su muerte la entrega llega a su culmen (Jn 13, 1). La imagen del Siervo de Yahvé que sufre la muerte vicaria ("por muchos": cf. Is 53, 4-12) tiene su pleno cumplimiento en Jesús (Rom 5, 19).

3. Las comidas de Jesús durante su ministerio público en su relación con la Última Cena en la noche de su entrega y la Eucaristía a partir de Pascua

3.1. Las comidas de Jesús de Nazaret como signos de la llegada del reino y de la misericordia de Dios

a) Las comidas de Jesús con pecadores y marginados como signo de la cercanía de Dios al mundo pecador. La Ultima Cena de Jesús y su celebración por parte de los cristianos después de Pascua retoman los motivos de las comidas de Jesús durante su ministerio público en Galilea. Jesús no sólo proclamó con palabras la cercanía del Reino en cuanto invitación a todos los hombres, sin distinción, a participar en él y, de manera especial, a los pobres y marginados, sino que lo demostró con sus acciones milagrosas, bien curando a enfermos y liberando a los posesos del poder del demonio o participando en las comidas con publicanos y pecadores y dando de comer a las muchedumbres hambrientas que le seguían. Mc hace seguir a la curación del paralítico, al que a la vez cura y perdona los pecados (2, 1-12), la llamada de Leví y el banquete en su casa, en el que participan no sólo Jesús y sus discípulos, sino también publicanos y pecadores (2, 13-17; cf. Mt 9, 9-13; Lc 5, 27-32). Las palabras con que Jesús responde a sus críticos preocupados por la normas judías de la pureza legal, que debía tener en cuenta todo judío piadoso y observante y Jesús contravenía, al reunirse con publicanos y pecadores o dejarse tocar por mujeres (Lc 7, 39), tienen un carácter programático, sobre todo, si se tiene en cuenta que se encuentran casi al principio del evangelio de Mc: "No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores" (2, 17).

b) El distintivo de la misión de Jesús. Jesús no gozaba de buena fama entre los judíos observantes de su tiempo; su reproche de que era un "comilón y borracho" no es una creación de los evangelistas, sino que reflejan un hecho históricamente cierto de que sus enemigos le consideraban como tal, ya que es inverosímil que los discípulos de Jesús hubieran inventado una afrenta tal contra su maestro. El reproche contra Jesús y su comparación con el modo distinto de comportarse Juan el Bautista se encuentran en Mt y Lc, que lo han tomado de la antiquísima colección de dichos sobre el ministerio galilaico de Jesús: "Ha venido el hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: Este es un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores" (Mt 11, 19; Lc 7, 34). Es evidente que el que Jesús se deje invitar a banquetes, y precisamente por gentes de mala reputación, es algo que le distingue llamativamente del asceta "Juan, el Bautista, que ni comía ni bebía" (Mt 11, 18/Lc 7, 33). El reino de Dios, que Jesús anuncia, tiene una faceta humana, que le es esencial: Dios se acerca a los hombres, más aún, sobre todo, a los más pecadores que no rechazan su invitación y los acoge misericordiosamente en su compañía. El hecho de participar en comidas con pecadores y publicanos es un rasgo característico de la misión de Jesús y significa que Dios por su medio acepta a los marginados y más despreciables de la sociedad.

c) Las multiplicaciones de los panes como signos de la generosidad y abundancia de la salvación escatológica. En las multiplicaciones milagrosas de los panes y los peces en Galilea es Jesús quien convida a las muchedumbres y sacia su hambre. En el mundo helenista y romano del tiempo de Jesús los reyes y personas importantes mostraban su generosidad con las gentes de una ciudad organizando comidas a veces gigantescas al aire libre; como prueba de agradecimiento recibían de la ciudad el título honorífico de bienhechor. Las multiplicaciones milagrosas de los panes son acciones simbólicas con las que Jesús aludía a la venida próxima del Reino y manifestaba su poder y misericordia para con los que le seguían, reflejo del poder y misericordia de Dios (Mc 6, 34-43; cf. Mt 14, 13-21; Lc 9, 10-17; Jn 6, 1-14; Mc 8, 1-10; cf. Mt 15, 32-39). Por medio de las acciones de Jesús realiza Dios la salvación, ya que Jesús es su enviado y actúa en lugar de Dios; sus acciones tienen, por tanto, una eficacia salvífico-sacramental.

d) Las comidas de Jesús con toda clase de gente como signo del amor universal que reclama la venida del reino. La comunicación humana y participación en banquetes y comidas compartidas a que Jesús asiste son algo tan esencial a su manera de concebir el Reino que éste viene descrito por él con imágenes (Mt 8, 11-12) y parábolas (Mt 22, 1-14/Lc 14, 15-24; Lc 15, 23-31) que nos lo presentan como un banquete al que todos los hombres están invitados, si bien son precisamente los de peor reputación como los publicanos, las prostitutas (Mt 21, 31) y los marginados de la sociedad así como los pobres, inválidos, los ciegos y cojos (14, 21) los que aceptan la invitación. Dios les acoge por medio de Jesús, y su acogida significa que el reino anunciado por él ha comenzado a realizarse ya, lo cual es una anticipación de su realización definitiva en plenitud. Su realización actual está aún en ciernes, que Jesús compara al minúsculo grano de mostaza (Mt 13, 31-32; Mc 4, 30-32; Lc 13, 18-19), y consiste en que el participante, especialmente por medio de los banquetes y comidas en que Jesús está presente, recibe ya el perdón de los pecados (Lc 19, 9-10) y goza de su compañía y benevolencia, que alcanzará su plenitud cuando tenga lugar el convite escatológico junto con los antiguos patriarcas (Mt 8, 11; 13, 29). Una señal de que el reino de Dios está próximo es la acogida de sus mensajeros en un pueblo o ciudad y su participación en la mesa común: "Quedaos en la casa, comiendo y bebiendo lo que tengan. Si llegáis a un pueblo y os reciben bien, comed lo que os sirvan... y decidles: El reino de Dios está cerca de vosotros" (Lcl0, 7-9). La mesa compartida es un indicio de que el Reino está cerca de los que se reparten el pan.

3.2. Jesús como servidor de sus discípulos en su misión terrenal y, sobre todo, en la última cena

a) Jesús como servidor, sobre todo, en su comida de despedida. Jesús aparece en los evangelios no sólo participando en los banquetes de los publicanos y pecadores que le invitan a comer en sus casas (Mc 2, 13-17; Lc 19, 1-10), como invitado por fariseos (Lc 7, 36-50; 14, 1) o invitando, a su vez, como rey generoso al convite de bodas del Reino a todos los hombres (Mt 22, 1-14; Lc 14, 15-24), sino que aparece sirviendo y llega incluso a designarse como el esclavo que sirve a sus discípulos: "Yo estoy en medio de vosotros como uno que sirve (Lc 22, 27). Muestra su amor sin límites hacia sus discípulos, lavándoles los pies en la Última Cena como señal de su entrega a la muerte por ellos (cf. Jn 13, 1-20). Esta actitud de Jesús corresponde a su misión: "El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45). El esclavo en la sociedad de entonces tenía que estar pendiente casi exclusivamente de la voluntad y mandatos de su señor. Jesús exige de sus discípulos total disponibilidad, pero no pide más de lo que practica él mismo con respecto al Padre: "Así también vosotros, cuando hayáis hecho lo que se os haya ordenado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer" (Lc 17, 10). Toda la vida terrenal de Jesús es "proexistencia", es decir, una existencia orientada total y radicalmente hacia el Padre y la salvación de los hombres. La expresión proexistencia, que ha sido acuñada por el exegeta católico H. Schürmann y hace recordar la palabra preexistencia, ha tenido aceptación entre los exegetas católicos y su concepto es, a mi parecer, afín al de oblación u ofrenda de sí mismo al Padre por los demás hombres. Toda su vida es ofrenda de sí mismo (Jn 17, 19). Jn ha expresado certeramente este rasgo esencial de la existencia de Jesús, al explicar el porqué de la expulsión de los vendedores del templo: "El celo de tu casa me devora" (Jn 2, 17). Esa tensión permanente por anunciar y realizar el reino, aunque sea de modo incipiente, le acarreará la muerte violenta. Su último intento de llamar a la conversión, como es la expulsión de los vendedores del templo, es, muy probablemente, la causa de que se decida matarle.

b) Jesús sacramentaliza su amor antes de separarse de sus discípulos. El anuncio profético referente al banquete escatológico en el que Jesús va a participar muy pronto, que reproducen los tres sinópticos en el relato de la Ultima Cena, es con toda probabilidad un dicho auténtico de Jesús, que relaciona los banquetes de su vida pública con la Ultima Cena y el banquete escatológico del reino: "Os digo que a partir de ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día aquel en que lo beba con vosotros nuevo en el reino de mi Padre (Mt 26, 29; Mc 14, 25; Lc 22, 18). Lc ha subrayado aún más la relación entre la última cena pascual con sus discípulos y la cena escatológica: "Con deseo he deseado comer esta pascua con vosotros antes de padecer. Porque os digo que no la comeré hasta que tenga su realización en el reino de Dios" (Lc 22, 15-16). A continuación toma el cáliz y manda distribuirle entre los discípulos (v. 17), pronunciando el anuncio profético antes mencionado (v. 18). Jesús anuncia a sus discípulos que a partir de este momento no va a celebrar más comidas con sus discípulos; su muerte próxima va a poner término a las comidas con sus discípulos en la tierra. Jesús pensó en el futuro de sus discípulos después de su muerte. Jesús instituye un modo de perpetuar las comidas con sus discípulos a un nivel superior, sacramental, al dar su cuerpo y sangre en la Eucaristía bajo la forma de pan y vino; su entrega bajo las especies de pan y de vino a los discípulos anticipa su entrega en la muerte redentora. El amor de Jesús encarnado en la entrega del pan y vino eucarísticos es el mismo amor que se entrega a la muerte propiciatoria "por los muchos" (cf. Jn 13, 1 y Mt 26, 28b; Mc 14, 24b; Lc 22, 19b. 20b; 1 Cor 11, 24b). Así como los demás sacramentos tienen su origen el día de pascua de resurrección, así también la Eucaristía, el vino nuevo (Mc 14, 25): la presencia nueva de Jesús, "pneumática", que traspasa paredes (Jn 20, 19. 26; cf. también Lc 24, 36) hace posible que el pan y vino consagrados se conviertan en su cuerpo y sangre, de tal modo que con Pablo podamos hablar de "alimento y bebida espiritual" (en griego pneumatikón, es decir, "transformado por Espíritu Santo") (1 Cor 10, 3-4). El anuncio profético de Jesús de que participaría en el banquete escatológico con sus discípulos después de su muerte se comienza a realizar con su resurrección, a lo cual aluden algunas de las apariciones en que Jesús se manifiesta por medio de una comida (Lc 24, 30-31; Jn 21, 12-13). Después de Pascua "la partición del pan", o sea, la celebración de la Eucaristía, junto con la enseñanza de los apóstoles, la unión fraterna y las oraciones serán los rasgos principales de la vida litúrgica de la comunidad de Jerusalén (He 2, 42. 46). Cf. Diccionario de San Pablo, Monte Carmelo, Burgos, Eucaristía, págs. 498-517.

Miguel Rodríguez Ruiz