Culto
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SUMARIO: 1. Cuestiones introductorias. 1.1. Culto en general. 1.2. Aspectos cúlticos más importantes del judaísmo del tiempo de Jesús. -2. Jesús y el culto en la sinagoga y el templo 2.1. Jesús y el culto de la sinagoga. 2.2. Jesús y la observancia del sábado y otras prácticas religiosas. 2.3. Jesús y el culto del templo. -3. Jesús y el nuevo culto. - 4. La Iglesia primitiva de Jerusalén y el culto. 4.1. La Iglesia de Jerusalén y el culto: a) La fe en el Dios del AT, que ha resucitado a Jesucristo y derramado su Espíritu; b) La iglesia de Jerusalén representada en dos comunidades de lengua distinta. 4.2. Jesucristo y su culto en la Iglesia primitiva.


1. Cuestiones introductorias

1.1. Culto en general

Etimológicamente "culto" se deriva de la forma verbal latina cultum, conocida lingüísticamente como "supino", del verbo cólere, verbo rico en significados ("cultivar", "cuidar", "servir", etc.); por culto se entiende, pues, el servicio prestado por el hombre a fuerzas superiores o a la divinidad en que cree. Según la ciencia de la Religión, culto significa el ejercicio o forma con que el hombre o una comunidad expresa interna o externamente sus relaciones con fuerzas superiores, divinidades o Dios. En el culto adquiere la religión su forma concreta, que tiende a expresarse en un conjunto de normas fijas o ritos. De aquí se desprende la conexión íntima entre culto y rito. El culto abarca y penetra todas las dimensiones del hombre, cuyas acciones cúlticas, por ser él una unidad de cuerpo y alma, adquieren un significado trascendente y simbólico. El culto y sus ritos tienden a la santificación del hombre y la comunidad.

Las acciones cúlticas pueden ser muy diversas, vienen reguladas por la tradición religiosa, escrita u oral, y requieren ser repetidas, resistiéndose al cambio arbitrario. La práctica del culto externo exige lugares sagrados, como templos, y determinados tiempos relevantes, como fiestas, peregrinaciones, etc. Para tomar parte en el culto de forma válida son necesarios un acto de iniciación y la observancia de ciertas normas de pureza cúltica.

1.2. Aspectos cúlticos más importantes del judaísmo del tiempo de Jesús

Después del retorno de los israelitas de Babilonia se reconstruyó el templo de Jerusalén como único centro de culto en Judá en que se ofrecían sacrificios. La organización del culto de la época del "Segundo Templo" (hasta el año 70 d.C.) se remonta en lo esencial a Nehemías (hacia el año 433 a.C.). La política de helenización promovida por Antioco IV Epífanes (169 a.C.) fue un peligro gravísimo para la religión judía, llegando a tal extremo que por tres años quedó suspendido el culto del templo, hasta que Judas Macabeo logró reconquistar la colina del templo y restaurar el culto divino. Jonatán, su hermano, asumió el título de sumo sacerdote y gobernador de Judá (152 a.C.), hecho que fue muy mal visto por algunos grupos religiosos disidentes, como la comunidad religiosa de Qumrán, que se retiró al desierto, rehusando participar en el culto del templo de Jerusalén por considerarlo impuro. Los sucesores de Jonatán detentaron el cargo de sumo sacerdote por 115 años.

En tiempo de Alejandro Janeo (103-76 a.C.), en que los fariseros, partidarios de la interpretación de la Torá escrita a través de la tradición oral de los antepasados (cf. Mc 7,5), se convirtieron en el partido más influyente del sanedrín, se introdujeron normas relativas a la pureza cultual y ritos en el ordenamiento del culto del templo y celebración de las fiestas, que fueron aceptadas tanto por los saduceos, partidarios de la sola Torá escrita, como por los hasmoneos. El rey Herodes (40-4 a.C.), constructor del grandioso templo de Jerusalén que visitaría Jesús, nombraba personalmente a los sumos sacerdotes, pero el influjo de éstos quedó reducido a lo religioso. Los fariseos, por su parte, vigilaban porque el culto del templo se realizase según sus ideas cultuales y se esforzaban para que se observasen en el país las normas de la pureza legal. Con la destrucción del templo en el año 70 d.C. desapareció el culto sacrificial del templo de Jerusalén. La centralización del culto en Jerusalén había traído ya antes de su desaparición como consecuencia que en las sinagogas se implantase un culto sin sacrificio y que otras formas de culto como la plegaria, el ayuno y la limosna se considerasen como sustitutivas del sacrificio del templo. La destrucción del templo en la guerra del año 70 confirmó definitivamente esta práctica.

2. Jesús y el culto en la sinagoga y el templo

2.1. Jesús y el culto de la sinagoga

Los evangelios presentan a Jesús en las sinagogas de la Galilea anunciando los sábados su mensaje de la cercanía del reino (cf. Mc 1,15 y 21-22; Lc 4,31-37.44) y confirmándolo con milagros (v.23-27). Según Lc proclama Jesús en la sinagoga de Nazaret en sábado que en su misión se está realizando ya la salvación mesiánica profetizada por Isaías (4,16-28). Jesús acepta el marco de la sinagoga como lugar para presentar su mensaje, que se distingue radicalmente de la casuística de los escribas y fariseos (cf. Mc 1,22). A Jesús no le presentan, en cambio, los evangelios rezando o recitando plegarias en las sinagogas; las sinagogas son sólo para él un lugar más para predicar y hacer milagros en días de sábado, lo cual molesta a los judíos practicantes de la Ley, sobre todo, a los fariseos (Mt 12,9-14; Mc 3,1-6; Lc 6,6-11).

2.2. Jesús y la observancia del sábado y otras prácticas religiosas

Después del retorno de Babilonia el sábado fue observado escrupulosamente por los judíos como día de descanso en honor de Dios, lo que les distinguía ostensiblemente del mundo pagano, no judío. Jesús corrige las exageraciones de las normas cultuales que se habían introducido con respecto al sábado, obrando curaciones en sábado, permitiendo a sus discípulos cortar espigas, desgranarlas y comerlas (Mt 12,1-8; Mc 2,23-28; Lc 6,1-5) y defendiéndoles por comer sin lavarse las manos, criticando la tradición oral de los fariseos (Mt 15,1-10; Mc 7,1-23). Más aún, Jesús llega a afirmar algo inaudito para todo judío piadoso: "El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado" (Mc 2,27). Para Jesús la salvación del hombre, aún en día de sábado, está por encima de la observancia del sábado mismo, es decir, la práctica de la misericordia, incluso en sábado, responde a la voluntad de Dios.

Jesús no se atiene a las normas del ayuno (Mt 9,14-17; Mc 2,18-22; Lc 5,33-39) y pureza cultual, al juntarse con publicanos y pecadores (Mt 9,9-13; Mc 2,13-17; Lc 5,27-32), al dejar que le toquen mujeres (Mt 9,20-22; Mc 5,25-34; Lc 8,43-48; 7,37-50) y tocando a muertos (Mt 9,25; Mc 5,41; Lc 8,54; 7,14).

Jesús parece respetar las normas levíticas relativas a los sacrificios, por lo menos al inicio de su vida pública, al pedir al leproso que "se muestre al sacerdote y presente la ofrenda que ordenó Moisés" (Mc 1,44; cf. Mt 8,4; Lc 5,14). No da tampoco la impresión de que rechace los sacrificios del templo, pero al dar preferencia a la reconciliación con el hermano y exigir que se interrumpa la acción sacrificial para ir a pedir perdón al hermano ofendido, da a entender que hay algo superior a los sacrificios, lo cual implica su relativización (Mt 5,23-24). Si Jesús perdona los pecados fuera del templo, lo cual, en opinión de los escribas, constituye una auténtica blasfemia (Mc 2,6-9), significa que los sacrificios del templo no son el único medio para expiar o perdonar los pecados, lo cual conllevará después de Pascua el que la comunidad primitiva no tome ya parte en el culto del templo y considere abolidos los sacrificios de expiación del templo, incluido el rito de la gran expiación del Yom-Kippur, de cuyo cese es una prueba el que a la muerte de Jesús "el velo del santuario se rasgue en dos de arriba a abajo" (Mt 27,51; Mc 15,38; Lc 23,45) o que Jesús, según Jn 19,14.30.36, muera como el cordero pascual que reemplaza los sacrificios judíos. Así se comprende que Jesús o, más probablemente, la primera comunidad de Jerusalén pudiera afirmar: "Aquí hay algo mayor que el templo" (Mt 12,6). Ya el mismo bautismo de Juan el Bautista hacía competencia a los sacrificios del templo y había suscitado las suspicacias de las autoridades religiosas judías (Mc 1,4; Jn 1,25; cf. también Mc 11,29-33). Los sacrificios del templo tocaban a su fin.

2.3. Jesús y el culto del templo

Jesús participó de niño con sus padres cada año en las peregrinaciones al templo de Jerusalén con ocasión de la pascua (Lc 2,42). De sus subidas a Jerusalén durante el ministerio público los sinópticos mencionan sólo la última en la que, muy probablemente según éstos a causa de la purificación del templo, en que expulsa a los vendedores (Mt 21,12-17; Mc 11,15-18; Lc 19,45-48; Jn 2,13-22), fue condenado a muerte (cf. Mc 10,32 y par.), mientras que según el EvJn viaja con más frecuencia a Jerusalén (Jn 2,13; 5,1; 7,10; 10,22-23; 12,12), apareciendo el templo como el lugar en que se revela como Hijo de Dios (Jn 7,14; 8,20; 10,24-39; 18,20) y en cuyos alrededores realiza algunos de sus milagros más llamativos (Jn 5,14; 9,1-41) Mt 8,1-4; Mc 1,40-45; Lc 5,12-16). El templo es en los últimos días, según los sinópticos, el lugar en que Jesús enseña (Mc 11,27-13,1 y par.).

Jesús no abogó en sus discursos por la supresión del culto del templo de Jerusalén. Aunque la actitud de Jesús respecto al culto del templo es al principio de su ministerio público en Galilea más favorable que al final de su vida (Mc 1,44 y par.; Mt 5,23-24; Lc 17,14), Jesús no aparece nunca tomando parte en los sacrificios del templo. Más aún, su anuncio de la llegada próxima del reino tiende a relativizar el culto del templo. La escena de los recaudadores del tributo del templo tiene lugar en Cafarnaúm, probablemente hacia el final de ministerio en Galilea, cuando las relaciones de Jesús con los representantes del judaísmo en Galilea se habían hecho ya bastante tensas: Jesús como Hijo de Dios no necesitaría pagar la didracma al templo, pero para no escandalizar, paga el impuesto por él y Pedro (Mt 17,24-27). Su mensaje acerca del reino de Dios, según el cual Dios es Padre, es incompatible con el pago del tributo. En la escena del óbolo de la viuda Jesús alaba sólo la generosidad de la mujer y no se expresa respecto a la conveniencia de contribuir al sostenimiento del culto del templo, por tanto, de los sacrificios (Mc 12,41-44; Lc 21,1-4). Resulta extraño que Mt, que escribe para una iglesia en que los judeocristianos parecen gozar de cierta preponderancia, haya eliminado el relato de la viuda; tal vez porque es crítico respecto al templo (cf. Mt 12,6; 17,24-27). La aceptación o tolerancia del culto del templo llega a su término con la expulsión de los vendedores del templo (Mt 21,12-17; Mc 11,15-19; Lc 19,45-48; Jn 2,13-22). Jesús realiza una acción simbólica que significa la abolición del culto: echar fuera del templo a los vendedores con sus ovejas y bueyes así como volcar las mesas de los cambistas y esparcer por el suelo las monedas implicaba el rechazo de los impuestos y limosnas para los sacrificios; su acción simbólica significaba que el culto del templo con sus sacrificios expiatorios había llegado a su fin y que, por otra parte, dada la espera inminente del reino de Dios los sacrificios ya no tenían sentido. Como la acción simbólica de Jesús con su llamada a la conversión había fracasado, su condena a muerte no se podía hacer esperar. A la vista de esta situación se comprende que Jesús pronunciase su sentencia contra el templo, al declarar que no quedaría piedra sobre piedra (Mc 13,1ss). El dicho de Jesús acerca de la destrucción del templo aparece en varias formas en el NT (Mt 24,1-2; Mc 13,1-2; Lc 21,5-6; Mt 26,61; Mc 14,58; Jn 2,19-20; He 6,14). Este dicho no es una creación de la comunidad, porque circulaba ya antes de que Mc escribiera su evangelio hacia el 70, cuando tuvo lugar la destrucción del templo. La comunidad primitiva de Jerusalén vio en la muerte propiciatoria de Jesús el sustituto de los sacrificios del templo de Jerusalén.

3. Jesús y el nuevo culto

El culto de Jesús al Padre no aparece desligado de la religiosidad judía, cuya creencia central está resumida en la oración que cada día recitaba todo judío: "Escucha, Israel: el Señor, Dios nuestro, es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas" (Mc 12,29-30; cf. también Mt 22,37; Lc 10,27). El querer y obrar de Jesús se rigen exclusivamente por la voluntad de Dios (Mt 3,15; 4,4.7.10; 6,10; Mc 14,36), que se manifiesta en el AT y que no cumplen los escribas y fariseos (Mt 5,17-20), que la han desfigurado con sus minuciosos preceptos y falsa religiosidad, desbancando la misericordia (Lc 11, 39.41-44; cf. Mt 23,6.23.25.27). Por otra parte, la actitud religiosa de Jesús no proviene sólo de una interpretación más profunda y consecuente del AT, sino que dimana, en primer lugar, de su experiencia incomparable de la llegada del reino de Dios en su persona y obra, que se expresa en su manera singular de dirigirse al Padre en las horas de retiro solitario (Mt 14,23; 26,36-44; Mc 1,35; 6,46; 14,32; Lc 5,16; 6,12; 9,18.28-29; etc.), en que invoca al Padre confiadamente con la expresión aramea "abbá" (Mc 14,36; cf. también Mt 11,26; Lc 10,21Q [colección de los dichos de Mt/Lc]: "Sí, Padre [en arameo, probablemente abbá, algo así como papá], pues tal ha sido tu beneplácito"), con que los niños llamaban a sus "papás". No se han encontrado testimonios escritos del tiempo de Jesús de que algún judío, a excepción de los cristianos (Gál 4,6), siguiendo el ejemplo de Jesús, se dirigieran a Dios Padre con esta invocación. Con esa actitud de Jesús son incompatibles las viejas formas religiosas de la tradición judía, que no admiten ya arreglo con ocasión de la proximidad del reino (Mc 2,21-22). Esto no significa que se cree un dualismo entre el AT y la actitud religiosa de Jesús, sino que la voluntad de Dios había sido oscurecida por la tradición judía; esa voluntad de Dios aparece nítida en la enseñanza y actitud religiosa de Jesús (Mc 10,5-9), pero, a la vez, tiene lugar algo absolutamente nuevo, ya que Jesús es el Hijo y revelador del Padre.

4. La Iglesia primitiva de Jerusalén y el culto

4.1. La Iglesia de Jerusalén y el culto

En este apartado nos limitaremos a exponer brevemente cómo entendió la iglesia de Jerusalén la actitud de Jesús respecto al culto del templo y prácticas religiosas del Judaísmo contemporáneo a la luz de los eventos de su muerte y resurrección y en qué formas cultuales cristalizó la nueva fe pospascual.

a) La fe en el Dios del AT, que ha resucitado a Jesucristo y derramado su Espíritu. La iglesia primitiva siguió fiel a la fe del AT del único Dios, creador del cielo y tierra, que anunció por medio de los profetas la salvación a todos los hombres. Antes de la destrucción del templo en la guerra del 70 existían corrientes muy opuestas dentro del Judaísmo, que no llegaron, sin embargo, a excomulgarse mutuamente (cf. He 23,68). La situación cambió después de la guerra del 70, cuando los fariseos se convirtieron en los únicos dirigentes religiosos. No fueron los judeocristianos los que se autoexpulsaron del Judaísmo, sino las autoridades religiosas judías, que hacia el final del siglo 1 excomulgaron oficialmente a todos los demás grupos considerados heterodoxos, incluidos los cristianos (Jn 9,22; 12,42; 16,2). El elemento nuevo del movimiento judeocristiano fue su fe en que Dios había actuado salvífica y escatológicamente, es decir, de modo definitivo, en la persona de Jesús de Nazaret y su obra, especialmente en su ministerio público, muerte y resurrección, enviando su Espíritu. Contemplada la obra de Jesús, es decir, su predicación y modo de actuar, a la luz de su muerte y resurrección, el culto del templo con sus sacrificios y prácticas rituales no tenía ya sentido. La primera comunidad va al templo después de Pascua no para ofrecer sacrificios, sino para orar (He 2,46; 3,1) o predicar (5,20.42). Se respeta el templo como lugar de oración, pero su culto carece de importancia para los cristianos. El nuevo culto de la Iglesia primitiva tiene lugar en las casas, fuera del templo, en las que se celebra "la fracción del pan" o Eucaristía y se dedican a la oración (He 2,42.46; 4,24-30).

b) La iglesia de Jerusalén representada en dos comunidades de lengua distinta. La comunidad de lengua aramea se constituye en Pascua o Pentecostés -hacia el año 30 d.C.- alrededor de Pedro y los doce apóstoles (He 1,13-14.26; 2,1-20). Las apariciones del Resucitado a Pedro y los doce, la aparación a más de 500 hermanos y hermanas, sin duda en Jerusalén, quizá en la explanada del templo -la única comunidad numerosa en ese tiempo-, las apariciones a Santiago, el pariente del Señor, anteriormente opuesto a su misión (cf. Mc 3,21.31-35; Jn 7,3-10), y a todos los apóstoles (1 Cor 15,5-7) así como la actividad carismática de Pedro y otros discípulos (He 3,1-10; 5,12) fueron el detonante que provocó de manera sorprendente la expansión y desarrollo de la comunidad de los seguidores de Jesús de Nazaret. Poco después de estos primeros acontecimientos -tal vez, hacia el año 33 d.C.- se debió de constituir también el grupo de los judeocristianos de lengua griega o helenistas, cuyo portavoz más importante es el protomártir Esteban. Desde su origen la Iglesia habla, pues, dos lenguas, arameo y griego. En estas lenguas respectivamente celebraban las comunidades aramea y griega sus reuniones y eucaristías. Una y otra no participaban en los cultos sacrificiales del templo, por lo menos en la primera etapa de la Iglesia de Jerusalén bajo el gobierno de Pedro (hasta el año 42 probablemente). Los judeocristianos de lengua aramea, sin embargo, no llegaron a una rechazo del templo y de las leyes cultuales tan radical y atrevido como los helenistas del grupo del diácono Esteban, por lo cual éstos fueron perseguidos y tuvieron que abandonar Jerusalén (cf. He 6,1-8,4). Después de la huida de Pedro, pasó Santiago, el primo del Señor, a dirigir la iglesia de Jerusalén (Gál 1,19; 2,9; He 12,17, 15,13-29; 21,18-25); el que defendiese en el concilio de Jerusalén que no se obligara a los cristianogentiles a circuncidarse (He 15, 19.28-29; Gál 2,1-10), no impidió que se acentuase la observancia estricta y exclusivista de la ley judía, que hacía imposible a los no judíos participar en las comidas y Eucaristía (cf. Gál 2,12). No es del todo claro hasta qué punto algunos judeocristianos, "celadores de la ley" aceptaban el culto del templo y participaban en él (He 21,20-26). La iglesia de Jerusalén pierde su importancia a raíz del martirio de Santiago (año 62) y desaparece con ocasión de su probable traslado a Pella (hacia el año 64) y a consecuencia de la guerra judía del año 70. A partir de esa fecha el templo y la observancia de la Ley carecen de relevancia para la Iglesia en general.

4.2. Jesucristo y su culto en la Iglesia primitiva

El culto de la iglesia de Jerusalén se caracteriza por su carácter escatológico: los cristianos viven la última etapa de la salvación en que Dios ha enviado a su Hijo y en Pascua (Jn 20,22) o Pentecostés les concede su mayor don posible, el Espíritu Santo (He 2,1-21.33), realizándose así la profecía de Joel 3 y Juan Bautista (Lc 3,16; He 1,5). El bautismo en el nombre de Jesús (He 2,38; 8, 16; 10,48; 19,5) es el medio ordinario para recibir el Espíritu Santo. El don del Espíritu se manifiesta mediante el hablar en lenguas (He 2,3-4.11; 10,44-48) y la profecía (11,27-28; cf. 15,32: Judas y Silas, miembros, enviados de la iglesia de Jerusalén, son llamados profetas. La Eucaristía, celebración de la Cena del Señor se celebraba "con júbilo y sencillez de corazón" (2,46). Durante ella se exclamaba en arameo "maraná tha" (1 Cor 16,22: "¡Ven, Señor nuestro!") o "amén", "aleluya" (Ap 19,1.3.4.6: "¡Alabad a Yahvé!) y "hosanna" (="¡ayuda, [Señor]!).

La celebración de la Cena del Señor es el culto propiciatorio "para el perdón de los pecados", como aclara Mt 26,28, aunque ese significado ya está implícito en los otros relatos de la Última cena, incluso ya en la raíz del gesto de entregarse a la muerte violenta por sus discípulos y en las palabras sobre el pan y copa eucarísticos (Mc 14,22-24 y par.; 1Cor 11,23-26). La referencia de la Cena del Señor a su muerte propiciatoria "por los muchos" (Mt 26,28; Mc 14,24) hacía superfluos los sacrificios expiatorios del templo.

Digno de tenerse en cuenta es que Jesús sea invocado con el grito "maraná tha" con el título "Señor nuestro". La comunidad judeocristiana de habla griega, de actitud más radical contra el templo, empleará en vez de la palabra aramea "mara" (=Señor), la griega "Kyrios": Jesús, el "Kyrios" resucitado, es el templo en que Dios habita y está presente (cf. Mt 12,6; 26,61-65; Mc 14,58; He 6,14; 7,48-50). En el EvJn es el cuerpo de Jesús el verdadero templo (2,19-22), en que Dios es adorado "en Espíritu y Verdad" (4,23). —> templo; eucaristía; sacrificio.

Miguel Rodríguez Ruiz