Autoridad
DJN
 

En los pueblos extrabíblicos la autoridad del gobernante era prácticamente ilimitada. En Israel la autoridad del rey estaba subordinada a la de Dios (Os 8,14; 13,11); incluso en decisiones importantes debía contar previamente con el consejo del pueblo (1 Re 11,17; 23,1-3). El A. T. establece el principio de que toda autoridad proviene de Dios, porque Dios mismo es el que elige expresamente rey (1 Sam 8,22; 10,24). Eso implica que una subversión, un atentado contra el rey, lo es contra el mismo Dios (Ex 22,28; Eclo 10,5). En el N. T. rigen prácticamente los mismos principios. Oponerse a la autoridad constituida es oponerse a Dios, pues hombre de gobierno es como un ministro de Dios. Esto comporta, al propio tiempo, que la autoridad no puede abusar nunca de su poder. La autoridad tiene siempre un modelo al que imitar: Jesucristo, que vino a servir, nunca a ser servido (Mc 10,45). El gobernante se debe a los gobernados, nunca al revés. La autoridad está limitada y regida por el orden jurídico, político, social y moral. El gobernante goza de una autoridad delegada (Jn 19,11) al servicio del pueblo donde de verdad reside el poder. La autoridad, por tanto, debe rechazar de plano la tentación de despotismo o abuso arbitrario, parcial y caprichoso del poder que ostenta (Mc 10,42; Lc 22,25). El que manda debe ser como el que sirve (Lc 22,26). El que quiera ser grande y sobresalir por encima de todos, debe hacerse servidor de todos (Mc 10,43ss). Si estos principios valen para toda autoridad, civil o religiosa, deben aplicarse de una manera especial para esta última, para los presbíteros, que deben apacentar el rebaño que Dios les ha confiado, no por la fuerza, ni por sórdido lucro, como dominadores o tiranos, sino con prontitud generosa y como servidores del rebaño al que apacientan (1 Pe 5,1-4). El usurpador del poder de la autoridad divina es el diablo (Lc 4,6; 22,53). Jesucristo es el que de verdad tiene toda la autoridad de Dios, que ejerce en régimen de libertad plena (Mt 21,23-27; Mc 11,27-3 Lc 20,1-8). Una autoridad que delega en plenitud en sus discípulos (Mt 10,1) y que ellos deben ejercer como un servicio a todos los hombres (Mt 20,25-28; Mc 10,42-45; Lc 22,24-27). Pero Jesucristo no vino a derrocar la autoridad civil. Pablo dice que hay que obedecer a la autoridad establecida: "Todos han de estar sometidos a las autoridades superiores, pues no hay autoridad sino bajo de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas, de suerte que quien resiste a la autoridad, resiste a la autoridad de Dios, y los que la resisten, se atraen sobre sí la condenación" (Rom 13,1-2). El cristiano goza de plena libertad y no debe someterse al yugo de la esclavitud y de la servidumbre (Gál 5,1), pero esto no le da pie para resistir sin más y para oponerse a la autoridad política. Esta libertad le exige la total sumisión a la voluntad divina (Rom 6,18-22; Gál 5,13). --> instituciones.

E. M. N.