Amor
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SUMARIO: 1. El amor en el mensaje y vida de Jesús. — 2. El «mandamiento» del amor. -3. Puesto del amor. — 4. Características del amor. — 5. Fundamento del amor. El amor de Dios. — 6. Tipos de amor. Amor divino y amor humano. - 7. Unión y comunión.


Tratamos aquí del amor en su acepción más primaria y general, o sea, de la relación interhumana que se designa con ese término y es con él comúnmente conocida. Véanse más abajo otros tipos más específicos de amor que de algún modo aparecen derivados de esta primera significación o vinculados con ella en -> amor a Dios; amor a los enemigos; amor a los pecadores.

1. El amor en el mensaje y vida de Jesús

Se puede comenzar por lo más patente: el puesto del amor en la vida y palabras de Jesús para pasar después a consideraciones menos directas, pero fundamentales.

El amor hacia y entre los seres humanos está en el centro de la predicación y vida de Jesús.

De una u otra forma lo encontramos en muchas páginas evangélicas y aun en lo que podemos razonablemente aceptar como mensaje histórico de Jesús de Nazaret. Este amor ha solido, y aun suele, llamarse «amor del prójimo» o «caridad», pero estos términos resultan muy gastados por un uso abusivo y no transmiten hoy en día el real significado del mensaje de Jesús.

Destinatarios del amor de Jesús y de sus actos son, evidentemente, todas las personas que se ponen en contacto con él. De modo particular su amor se dirige a las personas más necesitadas de él por diversas razones: pobres de todo tipo, pecadores, marginados, etc. son amados por Jesús de una forma muy especial.

Ni Jesús ni los Evangelios se detienen a ofrecer una definición o consideración teórica sobre el amor, ni tampoco una explicación detallada de en qué consiste. Los textos parecen apelar a la común experiencia humana de las diversas clases de amor y aceptarla, al menos como punto de partida. Así, por ejemplo, Mc 10,21 dice simplemente que Jesús miró al joven rico «y lo amó» o Mt 5, 46 y Lc 6, 32 hablan de «amar a los que os aman».

Sin entrar ahora en consideraciones más profundas es obvio que toda la actividad de Jesús, aún desde el punto de vista histórico, responde a una actitud y práctica del amor hacia la humanidad. Lo muestra tanto su predicación, que intenta infundir esperanza confianza, mejorar las relaciones interhumanas, etc. como sus actos, los cuales, como por ejemplo las curaciones, pretender también mejorar la situación de los seres humanos. El «pasó haciendo el bien» (evidentemente a hombres y mujeres) de Hch 10,38 es un excelente resumen de esta actividad de Jesús con el amor como centro.

No parece distinguirse mucho de lo que podrían llamarse manifestaciones y realizaciones del amor humano normal, sino coincidir con ellas. Hay alguna excepción, como el amor a los enemigos (cfr. infra), pero lo ordinario es que el amor a que Jesús exhorta y que él mismo pone en práctica sea el amor humano en todas sus manifestaciones y realizaciones, llevadas hasta el extremo y superando todos los obstáculos. Amor puesto en práctica de diversos modos y sin excluir ninguna de las normales manifestaciones humanas del amor con excepción del matrimonio en cuanto a él personalmente.

Es, por tanto, múltiple y variopinto; reviste muchas formas diferentes: amor entre padres e hijos, hermanos, esposos, familia, amigos, parientes, cercanos y lejanos, etc. Algunas de ellas aparecen patentemente en la vida de Jesús, pero otras no, supuesto que su vida está sujeta a las obvias limitaciones de la condición humana, lo que hace que le sea imposible vivir todas las dimensiones concretas del amor. Sin embargo, vive las suficientes, y de forma tal, que es el mejor modelo para la vivencia del amor.

En muchos momentos de la vida de Jesús, sentimientos y acciones humanas como la misericordia, compasión, ternura, cercanía al otro, ayuda de diversos tipos... han de considerarse por sentido común manifestaciones y realizaciones del amor, aunque no se emplee esta terminología. Son acciones de Jesús mismo o de sus seguidores o exhortaciones a ellas.

En Jesús el amor es práctico, real, consistente en ayudas concretas materiales o de otro tipo. Así las curaciones mencionadas más arriba han de verse, entre otras cosas, como manifestaciones de amor hacia personas en necesidad o allegados suyos. En algunas ocasiones la puesta en práctica del amor por parte de Jesús coincide con las ordinarias expectativas humanas: así en ciertas curaciones, en la incorporación a la sociedad de los marginados, en la solidaridad con ellos, en la especial atención a los necesitados. Pero en otros casos es de otra forma: de hecho Jesús no soluciona todos los problemas de todos sus contemporáneos en todos los campos posibles. Su amor, siendo práctico, inmediato y real no se identifica con una serie determinada de acciones o actos, no es mágico ni sobrehumano sino pasa por las mediaciones inherentes a la humanidad. Tiene una dimensión hacia arriba que supera las ordinarias expectativas, aunque no las niega ni desprecia.

También es afectivo, de sentimientos variados como amistad, cariño, dolor, pena o de relaciones familiares, tal como aparece en las narraciones evangélicas sobre las relaciones de Jesús con personajes tales como discípulos, Lázaro, Marta y María, Pedro, Santiago y Juan, María su madre y otras muchas personas.

La muerte de Jesús en la cruz es el culmen de esta manifestación del amor hacia los seres humanos. Esta muerte tiene, entre otras causas, la de haber luchado contra todo lo que hace a los seres humanos menos humanos, lo que representa otra prueba de amor hacia ellos.

No es, pues, de extrañar que transmita a cuantos aceptan su mensaje esta misma actitud suya como lo más esencial del mensaje que viene a realizar en su vida y a predicar con su palabra. Es la imitación de Dios y de Jesús su Hijo, que encontramos explícitamente en algunos textos de los Evangelios como Lc 6,36 y su paralelo Mt 5,48, que culminan en la exhortación de Jesús al -> amor a los enemigos o el conocidísimo «amaos unos a otros como yo os he amado» de Jn 13,34-35.

En muchas ocasiones los Evangelios no emplean el vocabulario del amor para hablar de los hechos y palabras de Jesús acerca de este tema, pero su conexión con él es evidente. El caso más claro es la parábola del Buen Samaritano (Lc 10,25-37) que Jesús narra para «explicar» quién es el destinatario del amor, y que, además, ilustra en qué consiste el amor, aunque en la parábola misma no se emplee el término, sino sólo las obras que lo muestran y realizan.

Jesús desarrolla y profundiza una visión en la que el amor tiene el puesto central cuando presenta a Dios como Padre que ama y se preocupa por sus hijos, que son todos los seres humanos. Con toda su vida, no sólo con sus palabras, Jesús muestra este amor de Dios hacia la humanidad, pues es, por así decir, la encarnación del Padre en la humanidad.

Textos como Jn 13, 1, «habiendo amado a los suyos... los amó hasta el fin», son un comentario sintético de esta actitud de Jesús que es su personal realización de la definición de Dios como amor (1 Jn 4,8. 16), como veremos más adelante. Podría decirse que Jesús es la perfecta revelación de Dios en sus relaciones con los seres humanos.

Hay muchos lugares neotestamentarios que desarrollan y explicitan este hecho, pero que muy probablemente no pueden referirse directamente a Jesús, sino son elaboraciones posteriores. Sin embargo, en este punto, como en tantos otros, difícilmente se da razón suficiente de esta elaboración sin referencia alguna a la actividad, mensaje y enseñanza del mismo Jesús. Así, por ejemplo, todo lo referente a la pareja hombre-mujer y su relación de amor en Ef 5, 25 ss. sólo es comprensible si se tiene en cuenta la transformación del concepto y realidad matrimonial que Jesús había comenzado en su tiempo.

Este puesto central y decisivo del amor en el cristianismo aparece a lo largo de todo el Nuevo Testamento como muestran entre otros textos 1 Cor 13 y 1 Juan especialmente.

2. El «mandamiento» del amor

Este amor interhumano de Jesús y al que Jesús llama, evidentemente no está desligado ni es, en el fondo, diferente de la relación con Dios llamada «amor de Dios» como veremos más abajo. Viene a ser su realización concreta.

La formulación más clásica de esta unión entre ambos amores será: primer mandamiento amar a Dios y segundo, semejante al primero, amar al prójimo como a ti mismo (Mc 12,28-34 y par. Mt 22,36-38; Lc 10,27). U otras análogas como la de Jn 13,33-34 como mandamiento nuevo.

Jesús recoge y desarrolla este tema. Evidentemente lo hace conforme a la tradición veterotestamentaria hablando de un segundo mandamiento semejante al primero. Pero es preciso hacerse cargo de qué significa un mandamiento de amar. Es bastante evidente que el amor al otro no es algo que se pueda mandar en sentido estricto o imponer; otra cosa son conductas concretas. En realidad se trata de un don.

En el Nuevo Testamento hay otras formas de expresar esta unión y aun identificación (cfr. vg. 1 Jn) que, de algún modo se derivan del mensaje de Jesús, pero son elaboraciones teológicas posteriores.

Sin embargo, también sobre este punto estos desarrollos sólo se explican satisfactoriamente si tienen su origen en algo que Jesús mismo puso en marcha.

Dada la peculiar naturaleza del amor es relativamente claro que presentarlo como un mandamiento o mandato no puede tomarse sin más al pie de la letra, como si el amor a los demás fuese algo que puede ponerse en práctica por puro esfuerzo de buena voluntad. De ahí que se apele a otras motivaciones más hondas para llamar al amor como aparece claramente en 1 Jn 4,7-5,1.

El amor es, pues, mucho más que una consecuencia ética de la fe en Cristo y aun que la realización de sus palabras o el «método» para adquirir la garantía de salvarse cumpliendo de forma eminente la voluntad de Dios. Es la forma de unirse con Dios y comenzar a vivir ya la misma salvación (cfr. infra).

De ahí que textos del Nuevo Testamento hablen, en una u otra forma, del amor como un don que Dios/ Espíritu da. De ellos el más explícito es Gal 5,22 donde el amor aparece como primer fruto del Espíritu. Ello es más que decir que, para amar de la forma que Dios quiere, nos hace falta su ayuda. Eso es demasiado evidente. Es insinuar que la relación con Dios que el amor establece es imposible si no es por gracia/don suya.

3. Puesto del amor

El puesto central del amor en la visión religiosa y predicación de Jesús aparece quizás de la forma más clara en Mt 25, 31-46, donde la ayuda real a los demás, en definitiva, la puesta en práctica del amor, es el criterio único para determinar la aceptación definitiva por el Señor, con aparente independencia, en este texto, de todo lo demás.

En realidad este texto nos da algunas claves importantes para comprender la concepción del amor en el mensaje de Jesús. Amar al otro ser humano es amar al mismo Señor y Dios; hacer algo por él es hacérselo a Él mismo. En esto se halla la razón fundamental de la no distinción real entre el amor a Dios y el amor al prójimo. La presencia del Señor en el ser humano une ambos amores en uno solo.

La preocupación por el otro, la justicia respecto a él, la no opresión... ya había sido uno de los temas clave de la predicación profética (cfr. vg. Am 5,18-24; ls 1,14-17; Jr 9,2-5; Ez 18,5-9; Mal 3,5...) así como en la sapiencial (cfr. vg. Prov 14,21; Eclo 25,1, Sab 2,10-12...) como una de sus principales preocupaciones. Una auténtica relación con Dios no se mide por el culto sino por la relación hacia los demás. El ser humano llega a Dios por medio de los demás.

Jesús retorna esta concepción y hace de ella el elemento decisivo en su concepción de las relaciones de los seres humanos con Dios corno actitud y práctica.

De tal manera es importante el amor que no dice Jesús que haya que amar al otro por Dios. Es la mera relación hacia los demás seres humanos lo que realmente cuenta. Quizás tal sea el sentido de la sorprendida pregunta en el citado pasaje de Mt 25: «Señor, ¿cuándo te dimos de comer, de beber, etc.». La actitud y práctica de los «benditos» no era, por así decir, consciente de la transcendencia que tenía para su relación con Dios; amaban y eso era todo; lo había hecho simplemente por el prójimo. Las consecuencias de este planteamiento son enormemente importantes, como puede colegirse con toda facilidad.

4. Características del amor

Amor universal, no restringido a un grupo determinado de personas, por ejemplo el propio pueblo o a aquellos que son amigos o nos hacen beneficios. Cualquiera puede ser el «prójimo» al que se ama, como aparece en la mencionada parábola del «Buen Samaritano» (Lc 10,25-37). Este rasgo cual aparece con claridad en la exhortación al amor a los enemigos. Es bastante claro, con todo, que esta universalidad se refiere más bien a la actitud de apertura hacia los demás y de no limitación «a priori» respecto a ellos. No es tanto un sentimiento afectivo hacia todo el resto de los seres humanos, que evidentemente es inviable y psicológicamente imposible. La dimensión universal del amor se puede concretar en ayudas prácticas que son realizables respecto a cualesquiera otras personas sin implicaciones afectivas hacia ellas. Pero aun en este último caso una realización práctica universal tampoco es posible; y pretenderla muchas veces no pasa de ser mera retórica De hecho el mismo Jesús tampoco puede poner en práctica su amor hacia los demás de la misma forma y hasta hace diferencias entre quienes son más amigos suyos y quienes no lo son tanto, al menos en la común acepción de ese concepto. El que se formule este amor al otro como «amor al prójimo» podría indicar este matiz. «Prójimo» en efecto es el cercano, el próximo, la persona con quien alguien se pone en contacto inmediato, no una generalidad que puede resultar poco significativa y con poca dimensión real. Ahora bien cualquiera puede ser prójimo o convertirse en tal, como muestra la aludida parábola del Buen Samaritano. El que se formule este amor al otro como "amor al prójimo" podría indicar este matiz. "Prójimo", en efecto, es el cercano, el próximo, la persona con quien alguien se pone en contacto inmediato, no una generalidad que puede resultar poco significativa y con poca dimensión real. No hay condicionamientos especiales, sino sólo la concreta forma de ser humana, que forzosamente ha de tener como objeto o término del amor a alguien también concreto y real.

Amor efectivo y práctico, no meramente retórico. Incluye actos concretos de ayuda, no sólo palabras. El Buen Samaritano hace actos bien determinados, incluido el aspecto económico, aunque no se limite a esto sólo. Algo semejante ocurre con el ya citado pasaje de Mt 25: el amor se realiza en las actividades concretas comunes, pero importantes y reales.

Amor afectivo también. No se excluyen los normales sentimientos y emociones normalmente vinculados al amor. No se trata de un amor «inhumano» o deshumanizado. De ahí que asimismo entren en el concepto los amores en que ese aspecto, a veces mezclado con otros como la atracción sexual, está presente de forma espontánea y aun instintiva.

Amor que puede resultar costoso y llevar a sacrificios personales, como es patente en el caso de Jesús. No es exacto -pese a la extendida creencia en este sentido- que el amor sea más valioso o mejor cuanto más trabajo, esfuerzo o renuncia implica. Pero son elementos comprobatorios de si el supuesto amor es real o ilusorio.

5. Fundamento del amor. El amor de Dios

Desde un punto más profundo, si se quiere expresar de esa manera, hemos de preguntarnos por el fundamento de este puesto central del amor en el mensaje de Jesús. En efecto, el amor predicado por Jesús no es sentimentalismo alguno como tampoco un intento de fomentar las relaciones entre los seres humanos que se consideran mejores, más positivas. Es algo más que pura filantropía, aunque ésta sea algo decididamente bueno.

La idea central es que Jesús predica y realiza el amor tal como está dicho, porque ve en él una realización, reproducción y consecuencia de la relación de Dios hacia los seres humanos y, en último término, de lo que el mismo Dios es, entendido y expresado al modo humano.

De diversas formas ya en muchos pasajes del Antiguo Testamento aparece Dios en una relación con el género humano en el acto mismo de crearlo tal como lo hace (Gn 1,26-27), con su «amigo» Abraham (Is 41,8), con el pueblo de Israel como colectividad (Dt 4,7; 7,7-8; Os 11,1-9; Sal 132 13-17; 136), el judío (Sal 103,13), sobre todo con el justo (Sal 37,28; 146,8) y con el pequeño (Sal 113,7-9), pero también con los no judíos (Jon, 4,10ss) y que, sintéticamente, podríamos llamar amor. Los modos en que se muestra en los diversos textos son muy diferentes y quizás en algunos a primera vista no aparezca a primera vista que se trata de amor verdadero, sino bondad, misericordia y cosas parecidas, pero en el fondo se trata de lo que conocemos como amor.

En último término puede decirse que el amor de Dios es la fuente del amor entre los seres humanos que Jesús enseña. Una formulación sintética y sencilla de esta afirmación la encontramos en 1 Jn 4,9-11: «en esto se manifestó el amor de Dios hacia nosotros: en que envío a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de El. En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó... si Dios nos amó de este modo, también nosotros debemos amarnos unos a otros». La formulación quizás más decisiva es la de este mismo escrito (1 Jn 4,8.16): «Dios es amor». Desde ahí todo fluye.

Jesús en cuanto Revelador e Hijo es la perfecta revelación/realización de esa forma de ser de Dios. Lo es en su solidaridad con los seres humanos y su participación en el destino de la humanidad. Amar es, evidentemente, imitar a Cristo y, en definitiva, a Dios en cuanto ello nos es posible desde nuestra limitada condición, es realizar, en la medida de nuestra posibilidades, el plan de Dios y ser, hasta cierto punto, como Él es. Naturalmente se espera del ser humano una respuesta en la misma línea del amor: «amarás al Señor tu Dios...» (Dt 6,5; 10,12). Pero esa respuesta incluye de manera fundamental, en el Antiguo Testamento, el amor hacia el hermano israelita (Lv 19,18) y, en el Nuevo, hacia todos, al menos en potencia y como actitud básica.

6. Tipos de amor. Amor divino y amor humano

Después de lo anterior es relativamente claro que desde la perspectiva de Jesús, no es demasiado oportuno hacer muchas distinciones entre diferentes tipos de amor. Ello aparece, entre otros lugares, en la consciente cercanía entre los dos «mandamientos» de amar a Dios y al prójimo que aparecen en los Evangelios (Mc 12 30-31 y par. Mt 22,36-37 y Lc 10,27) o en el texto ya citado de Mt 25,31-46, donde el amor real hacia los demás parece substituir algo insubstituible: el amor hacia Dios.

Resulta importante esta cierta identificación. Es claro que los términos del amor son, a primera vista diferentes Dios y los seres humanos. Pero hay que tener en cuenta que el amor directo a Dios es una actitud interna, sentida, real sin duda, pero cuya realización práctica puede ser y de hecho es muy diversa y, a menudo, poco controlable; es un amor que puede caer en la ilusión o en la retórica. La forma concreta por excelencia de realizar la relación con Dios es la que pasa por los demás. Ya los profetas habían caído en la cuenta de este punto: la verdadera religión no consiste tanto en el culto dirigido directamente a Dios sino en la preocupación y realización de las relaciones positivas con los hermanos (cfr. más arriba). Jesús insiste en ese aspecto, especialmente en su actividad, dirigida a pasar haciendo el bien a los demás y realizar de este modo lo que Dios quiere de él. Si la afirmación de la completa identidad de ambos amores resulta excesiva, al menos ha de afirmarse que ambos son absolutamente inseparables siempre desde la perspectiva de Jesús y que no puede concebirse uno sin el otro, so pena de caer en el autoengaño. De nuevo es la 1 Juan quien pone de manifiesto este punto: «si alguien dice 'amo a Dios' y no ama a su hermano, es un mentiroso. Porque quien no ama a su hermano, al que ve continuamente, no puede amar a Dios a quien nunca ve» (1 Jn 4,20).

Es claro, por otra parte, que las afirmaciones de 1 Juan, aunque no proceden directamente de labios de Jesús -bien pocos son, por otra parte, los dicho que podemos saber con certeza pronunciados por el mismo Jesús- son fiel reflejo de su mensaje. Todo lo cual no elimina los distintos matices que las vivencias y prácticas de este amor tienen, según se dirijan directamente a uno u otro término.

7. Unión y comunión

Vivir el amor al que Jesús llama no es simplemente cumplir un mandato por medio del cual se adquieran méritos que logren la salvación ante Dios. Es mucho más que esa concepción, la cual, por otra parte, es profundamente poco cristiana.

El amor, en su forma máxima establece unión y comunión entre los que se aman. Ahora bien, siendo verdad lo dicho de la unidad entre amor a los demás y amor a Dios, significa que cuando se establece comunión y unión con los seres humanos, se está estableciendo unión y comunión con Dios. En lo cual, finalmente, consiste la salvación. Tal puede ser la consecuencia vivencial del repetidamente citado Mt 25,31-46. La metáfora de ir hacia el Hijo el hombre, entrar en el Reino o vida eterna que se encuentran en ese texto significan finalmente unión definitiva y total con Dios y Cristo, salvación plena en suma. A ella se ha llegado por el amor hacia los hermanos. Unirse con ellos ha sido unirse con Dios. «Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud... Dios es amor y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4,12. 16). «Permanecer en Dios» en su auténtico y más profundo sentido es otra forma de hablar de la salvación. -> agape; amor a Dios; enemigos; pecadores; comunión; eucaristía.

BIBL. - SALVADOR VERGÉS, Dios es amor. Salamanca, Secretariado Trinitario 1982.

Federico Pastor