Alianza
DJN
 

La Alianza es el centro de gravitación de la historia de la salvación y, por tanto, de toda la Biblia. Todo el pensamiento religioso del A. T. gira en torno a la Alianza, la cual adquiere su plenitud en el N. T. como asunto fundamental en el misterio de Jesucristo. Las relaciones sociopolíticas de los hombres y de los pueblos se regían por alianzas o pactos (heb. berit),previamente establecidos y concordados. Partiendo de este hecho humano, Dios decide establecer con el hombre relaciones íntimas y amistosas que se resuelven en la salvación del hombre. Y todo esto lo quiere llevar a cabo por medio de un pacto bilateral en el que ambas partes contratantes adquieren mutuos compromisos. Dios se compromete a velar por el pueblo, por la subsistencia del pueblo; le ofrece su amor, su gracia y su justicia salvadora. Dios será siempre fiel a estos compromisos. El pueblo, como contrapartida, compromete ante Dios su obediencia, su fe, su amor y su fidelidad. La Alianza se inicia y se proclama solemnemente en el Sinaí.

Tiene como interlocutor humano a Moisés, que acaba de liberar al pueblo de la esclavitud de Egipto. Se sella y se rubrica con la sangre del sacrificio, que Moisés ofrece. Por eso la Alianza debe ser más fuerte que la misma vida, pues la sangre estaba considerada como la sede de la vida (Ex 24). La obediencia del hombre se debe concretar en el cumplimiento de la ley, que allí mismo se promulga. Las consecuencias se sintetizan en esta frase, varias veces repetida en la Biblia: «Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios». Israel pasa a ser el pueblo de Dios, el pueblo consagrado a Dios, un pueblo de sacerdotes para servir y dar culto a Dios. La Alianza se renueva con frecuencia, como el hecho que da sentido a Israel y que debe informar su vida entera. Los profetas ponen de relieve el sentido profundo de la Alianza, insistiendo en el amor de Dios y en su fidelidad como pastor y esposo de Israel. El pueblo y Dios, unidos en matrimonio espiritual, se han ligado con los lazos más fuertes, el amor y la fidelidad. La infidelidad, por parte del pueblo siempre, es un adulterio, una prostitución sagrada y vergonzosa al propio tiempo. Y esta vergüenza se dio muchas veces en el pueblo, que fue impenitente incumplidor de la Ley, que abandonó a su Dios, el Unico y se fue a dar culto a dioses extraños, que no eran nada, porque eran ídolos hechos de leño labrado, piedra esculpida o metal fundido. Por eso los profetas, ante el frecuente fracaso de la Alianza sinaítica, anuncian ya para el futuro, para los tiempos mesiánicos, una nueva Alianza, más interior y espiritual, que va a quedar grabada en el corazón del hombre y que va a ser realizada por los sufrimientos del «Siervo de Yahvé» (es decir, de Jesucristo), que será «Alianza del pueblo y luz de las naciones» (Is 42,6). Esta Alianza nueva -plenitud de la antigua-, realizada por Jesús y rubricada con su propia sangre, está también en el trasfondo de todo el N. T. Los textos de la última cena (Mt 26,26-30; Lc 22, 15-20; Mc 14,22-26; 1 Cor 11,23-25) dejan todo esto bien claro: «Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la Alianza antigua y nueva, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados». Desde ahora, el pueblo de Dios, pueblo cristiano ya, «el nuevo Israel», pasa a ser pueblo sacerdotal, nación consagrada, propiedad absoluta de Dios. En esta Alianza definitiva y nueva lo importante es el amor. Jesús por amor murió, y los cristianos al amor se deben y por el amor deben estar dispuestos a morir. Un amor en el que la infidelidad no puede tener cabida alguna. La palabra hebrea berit (alianza) está traducida en la versión griega de los LXX por diazeke (testamento), interpretando perfectamente la naturaleza de la alianza sinaítica, porque en realidad no se trata de un pacto bilateral, en el que las dos partes se sitúan en el mismo nivel. Allí, en realidad, de lo que se trató fue de la generosidad infinita de Dios, que ofreció al pueblo su ayuda salvadora, aunque, como es natural, exigiendo la correspondencia del amor. La iniciativa y la consumación de la Alianza se debe enteramente a Dios, que ofrece al pueblo el testamento de su gracia redentora. Con más claridad ocurre esto en el N. T. Jesucristo, poco antes de morir por los hombres, nos ofrece su testamento de amor firmado con su propia sangre. Más que de alianza o de pacto, estamos ante un testamento, en el que el Testador lo da todo, pidiéndonos a cambio que le recordemos también con amor -la Eucaristía es el memorial de todo esto-, que vivamos en su amor y que al amor nos entreguemos. Por todas estas razones, la Biblia está dividida en dos bloques, denominados A. y N. T., debido a estos dos grandes acontecimientos, uno realizado por Dios en el Sinaí y otro por Jesús en el Calvario. --> pascua; sacrificio; eucaristía; cena.

E. M. N.