DJN-A2

Aire ->Viento, espíritu

Alabanza

Dios se revela por sus obras como digno de alabanza. Quiere, además, ser alabado. El hombre, por tanto, debe alabar a Dios. La alabanza es agradecimiento y bendición con manifestación de gozo y de alegría (Lc 17,15-18). Se centra en la proclamación exultante de las grandezas de Dios (Mt 9,31; Lc 2,38). En el A. T. son famosos los salmos de alabanza. En el N. T., los himnos del Magnificat (Lc 1,45-55) y del Benedictus (Lc 1,68-79). La alabanza se hace también cantada (Mt 26,30; Lc 2,13. 20; 19,37; 24,53). En los evangelios, la alabanza es esencialmente cristiana, está suscitada por la manifestación del poder y de la divinidad de Jesucristo: alabanza de los ángeles y de los pastores (Lc 2,13-20), de las multitudes después de las obras milagrosas de Jesús (Mc 7,36ss; Lc 18,43; 19,37), de los apóstoles en el templo (Lc 24,53), el hosanna del Domingo de Ramos (Mt 21,16). La alabanza se dirige incluso al mismo Jesús en persona (Mt 21,9). La alabanza, finalmente, debe ser hecha con espíritu filial, a imitación de como El la dirigía al Padre (Mt 11,25; Lc 10,21). La vida del hombre, máxime la del cristiano, debe ser una continua "alabanza de la gloria de la gracia" de Dios. ->oración; magnificat; benedictus.

E. M. N.

Albergue

En griego "pandojeion": receptáculo, depósito, posada; o "katalyma": lugar de parada, posada, venta, albergue. Los albergues solían consistir en un patio cerrado con departamentos para hombres y animales que van de camino. También se pueden cobijar en ellos enfermos y heridos (Lc 10,34: pandojeion). Los evangelistas se refieren al albergue (katalyma), donde José y María no encuentran alojamiento en Belén (Lc 2,7) y donde Jesús celebró la cena pascual (Lc 22,11; Mc 14,14). -> infancia; Belén.

E. M. N.

Aldea

En tiempo de Jesús las aldeas eran poblaciones de rango inferior al de las ciudades, de las que dependen administrativamente. Tenían, como es lógico, más bajo nivel cultural. Jesús gustaba de ejercer su ministerio apostólico en ellas (Mc 1,38). ->ciudad; instituciones; contexto.

E. M. N.

Alegría

La vida del cristiano debe estar inmersa en alegría, debe ser un puro gozo. La salud mesiánica, que Jesús trajo al mundo, ha de ser causa de constante alegría. Los ángeles anuncian a los pastores la noticia que debe llenarles de alegría (Lc 2,10). Los magos se llenan de alegría al ver la estrella anunciadora (Mt 2,10). Jesús nos manda que nos alegremos y nos regocijemos (Mt 5,12; Lc 6,23). La palabra de Dios debe recibirse con alegría (Mt 13,20; Mc 4,16), como se alegra el que encuentra un tesoro (Mt 13,44). Los discípulos volvían llenos de alegría por los éxitos de su apostolado (Lc 10,17), pero más bien deben alegrarse porque su nombre está escrito en los cielos (Lc 10,20). El mismo Dios se alegra por un pecador que se arrepiente (Lc 15,10), como se alegra la mujer que encuentra la moneda perdida (Lc 15,9), o el pastor que recobra la oveja extraviada (Lc 15,6), o el padre que recupera al hijo perdido (Lc 15,32). Así el cristiano debe alegrarse, como el novio y los amigos del novio (Jn 3,29), como el sembrador y el segador al recoger la cosecha (Jn 4,36), como Abrahán al ver el día de Jesús (Jn 8,56). Porque este gozo es el mismo de Jesucristo, un gozo colmado, infinito, imperecedero (Jn 15,11), que nada ni nadie le puede quitar (Jn 16,22). Así lo garantiza la oración de Jesús para que los suyos tengan la alegría colmada (Jn 17,13). La fe, además, nos garantiza que todo está dirigido por la amorosa providencia de Dios, y como tal debe ser aceptado. No hay, pues, ningún motivo serio para perder la alegría. San Pablo dice que hay que alegrarse y volverse a alegrar (Flp 4,4); que hay que estar siempre alegres (2 Cor 6,10), porque el fruto del Espíritu es amor, alegría y paz (Gál 5,22), y porque debemos vivir alegres en la esperanza de los bienes futuros (Rom 12,12). -> gozo; bienaventuranzas.

E. M. N.

Alejandro

Hermano de Rufo e hijo de Simón de Cirene, el que ayudó a llevar la cruz a Jesús (Mc 15,21).

E. M. N.

Alfarero

La alfarería o el arte de fabricar vasijas de barro, amasado con las manos o con los pies, modelado en el torno o en la rueda y cocido en el horno, es una de las formas más antiguas de fabricar objetos. No hay duda de que los hebreos usaron vasijas y recipientes de barro tanto en su marcha por el desierto como durante su estancia sedentaria en Palestina.

Ya el libro del Génesis presenta a Dios, de un modo plástico y catequético, modelando al ser humano de un trozo de arcilla (2,7). Igualmente los profetas y sabios hacen del alfarero la imagen de la soberanía divina sobre las criaturas (Is 29,16; 45,9; 64,7; Jer 18,2-7; Si 33,13). En los monumentos egipcios, lo mismo que en muchos textos bíblicos, se describen minuciosamente la técnica y procedimiento empleados en el arte de la alfarería (Jer 18,1-4; Si 38,29; Sap 15,7). Célebre es la interpretación paulina, apoyada en la metáfora del alfarero y la vasija de barro: «¿quién eres tú para pedir cuentas a Dios?» (Rom 9,20-21).

Según el primer libro de Crónicas 4,23 había en Jerusalén un establecimiento real de alfareros, de cuyo emplazamiento y de los cascotes de arcilla arrojados allí, tal vez recibió el nombre de Campo del Alfarero. El Campo del Alfarero, en el valle de Hinnon, al sur de la piscina de Siloé, habría cambiado el nombre, según la explicación cristiana, por el de Haceldama (Campo de Sangre), porque los sacerdotes judíos lo compraron con las monedas de la traición de Judas, que, por ser precio de sangre, no podían ingresar en el tesoro del Templo (Jer 19,2s; Mt 27,7,10).

Carlos de Villapadierna

Alfeo

Se le nombra como padre de Leví, el recaudador de tributos (Mc 2,14) y como padre de Santiago, uno de los Doce apóstoles (Mt 10,3; Mc 3,18; Lc 6,15; He 1,13). ¿De quién se trata? Algunos comentaristas, más bien antiguos, lo identificaron con Clopás, ¿marido? de María, una de las mujeres que estaba al pie de la cruz en la crucifixión de Jesús (Jn 19,25). A Clopás lo han identificado con Cleopás, contracción del nombre griego Kleopatros, uno de los discípulos de Emaús (Lc 24,18). Pero aunque suelen traducirse por Cleofás, es probable que sean dos personas diferentes. Sin embargo, es «filológicamente imposible», según los comentaristas, que Cleofás y Alfeo sean el mismo nombre.

Carlos de Villapadierna

Alimento

El hombre tiene la obligación de conservar su vida. Para eso ha de alimentarse. Dios crea al hombre, lo constituye señor de la creación y le impone el deber de cultivar la tierra y arrancar de ella su sustento (Gen 1,299ss). Los animales y las plantas serán su alimento cotidiano. El hombre debe evitar en la comida el exceso y la glotonería, pues eso es un peligro para su vida (Prov 23,20ss; Eclo 31,12-31; 37,27-31). Y debe recordar en todo instante que cualquier alimento es un don de Dios (Ecl 2,24). Pero por encima del alimento material, los israelitas debían comprender que hay otro alimento superior, que Dios mismo les alimenta con su palabra. El maná, caído del cielo, era un alimento directamente proporcionado por Dios (Ex 16,4-15); alimentaba el cuerpo, pero sobre todo sostenía la fe, para que el pueblo aprendiera a esperar su subsistencia y su persistencia de la palabra "que sale de la boca de Dios" (Dt 8,3). Y aunque en el A. T. había alimentos impuros, que no podían comerse, pues "a un pueblo santo, alimento santo" (Dt 14,21), en el N. T. esas prohibiciones, ordenadas incluso por motivos de salud, ya no existen. Los hijos de Dios pueden comer de todo, con la condición de que siempre se acuerden de que todo pertenece a Jesucristo, como Jesús pertenece a Dios. Jesús tenía por alimento hacer siempre la voluntad de su Padre (Jn 4,34); se privó de alimento durante cuarenta días y cuarenta noches (Mt 4,1-4), pero eso no significaba desprecio a la comida, pues él come como sus discípulos (Jn 4,31), asiste a los banquetes cuando le invitan (Mt 11,19), aunque esto le ocasionará las críticas de los fariseos, que le echaban en cara que comía con los pecadores públicos (Mc 2,16), que comía y bebía con los borrachos (Mt 24,49), incluso que él mismo era un borracho (Lc 7,34); multiplica los panes para que nadie pase hambre (Mt 15,32), dice a sus discípulos que coman lo que les den (Lc 18,10). Pero dice también que el hombre no debe estar excesivamente preocupado por lo que va a comer (Mt 6,25); que debe tener confianza en Dios, pues si Dios alimenta a las aves del cielo, mucho más lo hará con él (Mt 6,26). El hombre debe preocuparse ante todo de buscar el reino de Dios (Mt 6,35), no el alimento perecedero (Jn 6,27). Más importante es "el pan del cielo que baja del cielo y da la vida al mundo" (Jn 6,32), que es El mismo, que se ofrece como alimento en la Eucaristía y en sus palabras, que dan la vida eterna. -> cena.

E. M. N.

Alma

La palabra «alma» se deriva del latín «anima» y esta del griego «psyche», que a su vez traduce el vocablo hebreo «nefesh». Una palabra polisémica. Por eso, las traducciones al castellano son muy variadas: vida, hombre, persona, fuerza vital. Originariamente «alma» significa «garganta», «cuello», pasando luego a significar «aliento», «soplo», «respiro». El alma convierte al hombre en un ser que respira, es decir, que vive. De aquí las diversas acepciones con que se emplea:

1. Designa la vida física con las variadas connotaciones de conservación, de entrega, de riesgo e incluso de inmolación, a imitación de Jesús (Mt 2,20; Lc 21,19; Mc 10,45; Mt 20,28; Jn 13,37s; 15,13). Ejemplos típicos que conviene citar: «Porque quien deseare poner a salvo su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará. Pues ¿qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? Porque ¿qué puede dar un hombre a cambio de su vida? (Mc 8,35-37). Este también es el sentido de otros textos que con frecuencia se traducen por «alma», en lugar de «vida.

2. Por metonimia sirve para designar al «hombre», «al yo», «a la persona». Y esto, tanto en singular como en plural (Mc 3,4 y par.; Lc 6,9). 3) El alma aparece como «sede y portadora de la vida espiritual» con connotaciones ultraterrenas, aunque pueda traducirse por «vida» (Mt 10,28 a. b; Mc 8,35. 36. 37). Con la expresión «soma» y «psyche» (Mt 10,28) se indica al hombre entero, pero no sólo en cuanto a la existencia terrena y limitada, sino también con respecto a la vida integral y genuina dada por Dios. Así también en el evangelio de Juan (10,11. 15. 17; 15,13 (se refiere a Jesús); 13,37s (se refiere a Pedro). Este carácter polisémico de la palabra «alma» ha impulsado a la antropología empírica y a la teología a sustituirla por «hombre» o «persona».

Carlos de Villapadierna

Altar

El altar es, en todas las religiones, el lugar del sacrificio ofrecido a la divinidad. Es, por tanto, centro del culto. Era generalmente una plancha de piedra con cuatro cuernos, uno en cada esquina, que gozaban de una santidad especial y del privilegio de protección sagrada (Ex 27,2; 29,12; 1 Re 1,50). En el A. T., Dios se hacía presente en el altar (Ex 24,6). En el N. T., Jesús es, a la vez, sacerdote que ofrece, víctima ofrecida y altar de ofrecimiento (Jn 17,19). Su cuerpo es el nuevo templo, en el que sólo hay un altar, que es El mismo (Jn 2,21). El altar es santo en razón de lo que significa. Por eso, jurar por el altar es lo mismo que jurar por lo que hay en él (Mt 23,19). Nadie debe acercarse al altar con el corazón airado; la participación en el sacrificio -en la Eucaristía- tiene que hacerse en perfecta armonía con el prójimo, en caridad fraterna (Mt 5,23ss). Vale más reconciliarse con el hermano que acercarse al altar a ofrecer el sacrificio o a participar en él. -> culto; templo; sacrificio.

E. M. N.

Altísimo

En el A. T. se emplea como el nombre propio de Dios, "el Altísimo", para indicar que es superior a todos, el Supremo, el Unico. Con este mismo sentido aparece en los evangelios (Mc 5,7; Lc 1,32. 35. 76; 6,35; 8,28). Yahvé.

E. M. N.

Amén

Es una palabra hebrea que significa «sí, ciertamente, verdaderamente, con toda seguridad», y que ha pasado al griego, al latín y al castellano sin ser traducida. Decir «amén» es aceptar, ratificar lo que se acaba de proclamar o de decir. La raíz hebrea indica firmeza, solidez, seguridad. En el A. T. aparece incluso como nombre propio de Dios. Dios es «el Amén», porque es el Dios de la firmeza, de la verdad, de la fidelidad, siempre el mismo, el inmutable (cf. Is 65,16). Jesús es el amén del Padre (Ap 3,14), porque a través de El, el Padre realiza en plenitud la verdad y la fidelidad de sus promesas y manifiesta que en El no hay sí y no, sino únicamente sí (2 Cor 1,19). Jesús acostumbraba a prolongar sus declaraciones solemnes con un «amén», para indicar que sus palabras eran verdaderas, que antes que ellas dejen de cumplirse, pasarán el cielo y la tierra (cf. Mt 5,18; 18,3; Lc 24,53). San Juan emplea un «amén» redoblado para dar todavía más firmeza a sus palabras (Jn 1,51; 3,5; 5,19). En la liturgia cristiana el «amén» se emplea como una aclamación, con la que la asamblea se une al que preside la oración como adhesión total a cuanto se acaba de decir (cf. 1 Cor 14,16). -> verdad.

E. M. N.

Amistad

«Un amigo fiel es apoyo seguro; el que lo encuentra, encuentra un tesoro. Un amigo no se paga con nada... Un amigo fiel es bálsamo de vida» (Eclo 6,14-16). La Biblia ensalza sobremanera al amigo fiel, que es «como otro tú» (Eclo 6,11). Dice que la amistad buena debe ser bien cuidada (Eclo 6,17). Pero hay también amistades vanas, de pura conveniencia. Los ricos tienen muchos amigos, y los pobres, pocos (Prov 14,20). El hombre, pues, debe ser cauto al elegir las amistades, pues las hay que arrastran al mal (Dt 13,7; Eclo 12,14). El modelo de amistad se encuentra en la Alianza generosa, llena de fidelidad y amor, que Dios selló con sus amigos, Abrahán, Moisés, y con el pueblo elegido. Dios nos demostró su amistad enviando a la tierra al Hijo amado (Tit 3,4). Jesús, en una de sus parábolas, describió a su Padre como un amigo paciente, que aguanta a un amigo importuno e impertinente, al que termina por concederle lo que pide (Lc 11,5-8). Al fin de cuentas, ¿la amistad no es un servicio? No sólo ensalzó la amistad, sino que El mismo la cultivó: amó al joven rico (Mc 10,21); era amigo íntimo de -> Lázaro y de sus hermanas (-> Marta) (Jn 11,3ss); compartió su vida ministerial con un grupo de amigos (Mc 3,14), a los que dice: «Vosotros sois mis amigos» (Jn 15,14). La amistad, que El proclama, debe ser tan fuerte, que hay que estar dispuesto incluso a dar la vida por el amigo (Jn 15,13). Con el amigo fiel hasta se debe pensar en voz alta, y, desde luego, no debe mediar secreto alguno. Jesús les cuenta todo lo que sabe, les revela los secretos del Padre (Jn 15,16), porque ellos le han demostrado su fidelidad en las pruebas dolorosas (Lc 22,28). Dentro del grupo, Jesús tuvo una amistad especial con tres: Pedro, Santiago y Juan (Mt 17,1-13; 26,36-40; Mc 5,37; 9,2; Lc 9,28-36), y una amistad especialísima con Juan, su amigo más íntimo, el predilecto, el más querido (Jn 13,23). -> discípulo amado; discípulo amado y Pedro; amigos.

E. M. N.