LITURGIA
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SUMARIO: I.
Conceptos fundamentales: 1. Noción de liturgia; 2. Liturgia y culto; 3. Liturgia y celebración.—II. La liturgia "obra" de la SS. Trinidad: 1. La presencia y la obra del Padre; 2. La presencia y la obra del Hijo Jesucristo: a) Cristo, acontecimiento salvífico, b) Cristo, Mediador de la liturgia, c) Cristo, objeto del culto litúrgico; 3. La presencia y la obra del Espíritu Santo: a) El don de la Pascua del Señor, b) Liturgia "en el Espíritu Santo"; 4. Síntesis.—III. La SS. Trinidad según la liturgia: 1. Las Liturgias Orientales: a) Fiestas trinitarias, b) Los textos litúrgicos; 2. La Liturgia Romana: a) La celebración eucarística, b) Otras celebraciones, c) La solemnidad de la SS. Trinidad.—IV. Liturgia terrena y liturgia celeste.


I. Conceptos fundamentales

1. NOCIÓN DE LITURGIA: La palabra liturgia (del griego leitourgía, leiton pueblo, popular, y ergon, obra)' se usa hoy para designar la función santificadora y cultual de la Iglesia.

El NT evitó los términos cultuales para designar los ritos propios de los cristianos (salvo en He 13,2), pero los usó en relación con el ministerio apostólico (cf. Rom 11,13), especialmente la predicación del Evangelio (cf. Rom 15,15-16), el obsequio de la fe de los gentiles (cf. Flp 2,17), la ayuda a los hermanos de Jerusalén (cf. Rom 15,25.27; 2 Cor 9,12), etc. El culto nuevo inaugurado por Jesús, y dentro de él todas las mediaciones cultuales como el templo, el sacrificio, el sacerdocio, etc., se realizan en el interior del cuerpo de Cristo resucitado (cf. Jn 2,19-22; Ap 21,22) y de la comunidad de los incorporados a él por el bautismo y la eucaristía (cf. Rom 6,3-11; 1 Cor 10,16-17; 11,27.29; 12,12ss.; etc.).

La liturgia es "el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro" (SC 7). La liturgia no es la única actividad ni abarca toda la vida espiritual (cf. SC 9; 12), pero es "la cumbre hacia la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza" (SC 10; cf. LG 111; PO 5).

Además contribuye de manera decisiva a que "los fieles expresen en su viday manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera iglesia" (SC 2; cf. 26; 41; LG 1; 10; 26; PO 5), la Iglesia que aparece en las celebraciones como "muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4). El centro de la liturgia es el misterio pascual de la gloriosa muerte y resurrección de Jesucristo con la donación del Espíritu Santo (cf. SC 5-7; 47; 61).

2. LITURGIA Y CULTO: El Concilio Vaticano II superó la noción general de culto, usada todavía por Pío XII en la Encíclica Mediator Dei (a. 1947)2, para situar la liturgia en la economía de la salvación y poner de relieve que es obra de todo el pueblo sacerdotal y no sólo de los ministros ordenados, aunque la función de éstos, en cuanto signos vivientes de Cristo Cabeza en la asamblea de los fieles, es esencial para determinadas acciones sacramentales (cf. SC 7; 26-29; LG 10-11; 26; 28 y 29; PO 2; 5; 12). Por consiguiente todos los fieles, en virtud de los sacramentos del bautismo y de la confirmación que los han configurado a Jesucrito y consagrado para el culto verdadero del Padre en el Espíritu Santo (cf. Rom 6,3-6; 8,15.29; Ef 1,13; 1 Pe 2,5-.9-10; Jn 4,23-24; SC 5-6), tienen el derecho y el deber de participar en las acciones litúrgicas de manera activa, consciente, fructuosa, plena, conforme a su edad y condición, etc. (cf. SC 14; 19; 21; 48; etc.).

La liturgia, así entendida, pertenece a la economía de la revelación divina realizada mediante "obras y palabras intrínsecamente unidas" (cf. DV 2; SC7; 24; 33; 59; 60), de manera que es acontecimiento de salvación y presencia de la obra redentora de Cristo "cada vez que se celebra el memorial de su pasión" o cualquier otra acción sacramental. La liturgia es también momento último y síntesis de toda la historia salvífica, reuniendo pasado, presente y futuro, y determinando la actual etapa o tiempo de la iglesia y del Espíritu Santo. Por todo esto la liturgia cristiana es misterio o presencia actual —aquí, ahora, para nosotros— de Cristo y de su obra sacerdotal y redentora; es acción ritual del pueblo adquirido por el Padre y convocado por su Palabra; y es vida o participación existencial en la comunión divina intratrinitaria en virtud del poder del Espíritu Santo que actúa en el interior de los creyentes y en todos los signos de la mediación de la iglesia.

La secularización radical de finales de la década de los sesenta propuso un cristianismo no religioso y una fe sin ritos, con el fin de superar la dicotomía entre culto y existencia en el mundo y liberar a la vida cristiana de supuestas estructuras religiosas añadidas al mensaje de Jesús'. Pero el retorno de lo religioso y el fracaso mismo de la reducción del evangelio a pura liberación humana, social y política, han contribuido a equilibrar los aspectos y a comprender el significado del culto y de sus formas en el ámbito histórico salvífico de la revelación bíblica y de la realización en la liturgia. El culto "en el Espíritu y en la verdad" (cf. Jn 4,23-24) implica al hombre con toda su existencia, para hacer de ésta una ofrenda grata a Dios (cf. Rom 12,1-2; 1 Pe 2,5) a semejanza de Jesús, el Siervo obediente al Padre que se entrega en favor de los demás (cf. Mt 20,28; Lc 22,27; Flp 2,7-8; Heb 9,14; 10,4-10).

En este sentido el culto cristiano es esencialmente interior, pero no en oposición a la expresión y a las formas externas de realización, requeridas por la corporeidad humana, sino en el sentido de que ha de estar siempre informado por las actitudes de la fe, la adoración, la conversión, la acción de gracias, la confianza filial, etc. dones del Espíritu (cf. Rom 8,15-16.26; Gál 5,22-23; Ef 5,18-19; etc.). La liturgia es este culto integral que responde a la automanifestación de Dios en la vida de los hombres y configura a éstos a Cristo mediante diversas mediaciones simbólicas, generadoras de la fe y del amor fraterno, en la presencia del Espíritu que hace posible el culto que el Padre quiere y que Cristo su Hijo ha inaugurado en sí mismo como Sumo Sacerdote y Mediador. Por todo esto la liturgia transciende la dimensión religiosa de todas las formas históricas de culto en orden a la santificación de los hombres y la perfecta glorificación de Dios, y puede ser calificada de culto trinitario y filial, culto cristológico y verdadero, culto espiritual, culto eclesial-sacramental y culto nuevo y escatológico.

3. LITURGIA Y CELEBRACIÓN: Pero la liturgia, en cuanto función santificadora y cultual de la Iglesia, tiene su realización en la celebración. No es exactamente lo mismo liturgia que celebración. Esta última es el momento expresivo, simbólico, ritual-sacramental, estético y festivo en el que se evoca y se hace eficazmente presente la salvación realizada por Dios en Jesucristo con el poder del Espíritu Santo. La celebración es la liturgia en acto, el acontecimiento salvífico dentro de las coordenadas del tiempo y del lugar que actualiza el misterio de salvación para cada comunidad y aun para cada hombre que participa en la acción sagrada.

Esta importante categoría litúrgica tiene connotaciones teológicas, pero se basa fundamentalmente en los aspectos antropológicos de la liturgia cristiana. En este sentido es un modo de relación interpersonal y de encuentro, de expresión religiosa y de comunicación integral —mediante la palabra y el lenguaje de los símbolos y de los gestos—, una especie de juego y una fiesta, que impregna personas, lugar, tiempo, imágenes, objetos, etc.


II. La liturgia "obra" de toda la SS. Trinidad

La liturgia, enmarcada en la historia de la salvación y como momento último y síntesis de toda la economía salvífica según el Vaticano II, es siempre y a todas luces don divino a la Iglesia y obra de toda la SS. Trinidad en la existencia de los hombres. Mientras el culto religioso era expresión del deseo, ciertamente sublime, del hombre por acercarse a Dios e invocarlo eficazmente, la liturgia cristiana forma parte de la automanifestación del Padre y de su amor infinito hacia el hombre, por Jesucristo en el Espíritu [supra 1,2]. La dimensión trinitaria de la liturgia constituye el principio teológico fundamental de su naturaleza, y la primera ley de toda celebración. La asamblea litúrgica, manifestación de la Iglesia icono de la SS. Trinidad, vive y expresa en la celebración su experiencia de la vida trinitaria'. Cada uno de los fieles participa también de la comunión interpersonal del Padre y del Hijo por la presencia del don del Espíritu, "una persona en muchas personas".

La liturgia en cuanto santificación del hombre y culto a Dios es una realidad dinámica que se enmarca en el cuadro de la divina economía revelada en la biblia según la fórmula paulina adoptada por numerosas liturgias para los saludos y el comienzo de la plegaria eucarística: "La gracia (cháris) del Señor Jesucristo, el amor (agápé) de Dios y la comunión (koinónía) del Espíritu Santo (están) con todos vosotros" (2 Cor 13,13), y según el no menos famoso axioma patrístico: "Todo don viene del Padre, por el Hijo y Señor nuestro Jesucristo, en la unidad del Espíritu Santo, y en el mismo Espíritu, por Jesucristo retorna de nuevo al Padre"'°. En efecto, la salvación viene toda del Padre (cf. 1 Tim 1,2; 2,4; Ef 1,9; etc.), es efectuada totalmente por el Hijo (cf. Jn 1,18; 3,17; 5,19.21; etc.) y es toda ella realizada en los hombres por el Espíritu Santo (cf. 1 Cor 6,11; 12,13; Rom 8; etc.).

1. LA PRESENCIA Y LA OBRA DEL PADRE: En la liturgia Dios es siempre "el Padre de nuestro Señor Jesucristo" (cf. 2 Cor 1,3; Ef 1,3), de manera que toda oración litúrgica está dirigida siempre a él, como establecieron los antiguos concilios norteafricanos: ut nemo in precibus vel Patrem pro Filio, vel Fi lium pro Patre nominet; et cum altari assistitur, semper ad Patrem dirigatur oratio". El Padre es el autor de todo don,la fuente y la plenitud de toda gracia, de manera que toda invocación y toda súplica se dirigen a él, pero también es el término de toda alabanza y de toda acción de gracias. En este sentido la liturgia es expresión de la "teología", según la primitiva taxis patrística y litúrgica, es decir, la confesión de las maravillas obradas por Dios Padre en la historia salvífica y, por consiguiente, en la liturgia y en la vida de los hombres.

En este sentido la concepción teológica de Dios y de su relación con el hombre y con el mundo que tiene la liturgia, se inspira constantemente en la biblia, pero atribuyendo al Padre toda la revelación "en hechos y palabras" realizada tanto en el AT como en el NT, es decir, como principio del orden de la creación y del orden de la redención'. La misma estructura de las oraciones litúrgicas refleja esta realidad.

Antes se ha hablado de los fines de la liturgia cristiana [supra I,1]. Y en efecto, "en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su señor y por él tributa culto al Padre eterno" (SC 7). La liturgia tiene un carácter teocéntric;.o, de manera que no sólo la dimensión antropológica —el hombre creado a imagen de Dios y restablecido en su dignidad por Jesucristo—, sino también la dimensión cósmica —los cielos y la tierra y todas las criaturas—, están orientadas a reconocer la absoluta soberanía del Padre y su infinito amor al hombre y a toda la creación (cf. Jn 3,16; 1 Jn 4,9; Rom 8,15-39). Finalmente todo será recapitulado en Cristoy presentado como una oblación al Padre (cf. 1 Cor 8,6; 15,28; Ef 1,10).

2. LA PRESENCIA Y LA OBRA DEL HIJO JESUCRISTO: La manifestación divina trinitaria en la liturgia alcanza su culminación en la referencia a la obra del Hijo y Señor nuestro Jesucristo, de manera análoga a como ocurre en la irrupción del Verbo encarnado en la historia salvífica. El símbolo de la fe, la plegaria eucarística y las grandes fórmulas eucológicas desarrollan ampliamente la "cristología", es decir, la presencia entre los hombres del Hijo único y amado del Padre, revelador del misterio de su relación filial y donante del Espíritu Santo, el don de la pascua del Señor, para que los hombres podamos ser hijos de Dios.

a) Cristo, acontecimiento salvífico en la liturgia: También en este aspecto la liturgia se guía directamente por la S. Escritura. Cristo es la manifestación visible del Padre (cf. Jn 1,18; 14,8-9; 2 Cor 4, 4.6; Col 1,15; 2 Tim 1,9-10; Tit 3,4; Heb 1,2-3), y así lo considera la liturgia que lee algunos de estos textos en la solemnidad del nacimiento del Señor y sintetiza esta convicción en el prefacio I de este tiempo: ut dum vissibiliter Deum cognoscimus, per hunc in invissibilium amorem rapiamur". Los signos de la liturgia son ahora el nuevo ámbito externo e histórico de la manifestación visible del Hijo encarnado del Padre, después de la glorificación pascual: "Lo que fue visible de nuestro Redentor ha pasado a sus sacramentos.

En efecto, el Hijo encarnado del Padre, "cuya humanidad, unida a la persona del Verbo, fue 'el sacramento de nuestra salvación" (SC 5), una vez resucitado de entre los muertos fue constituido "Señor y Mesías" (He 2,36; Rom 1,4), "Espíritu vivificante" (1 Cor 15,45), para comunicar más eficazmente la vida divina. Se trata de la doctrina de la presencia de Cristo en la acción litúrgica, en diferentes modos y grados para llevar a cabo la obra de la salvación (cf. SC 7). Esta presencia, cuyo "ámbito" interno es el Espíritu Santo, confiere a la liturgia toda su eficacia salvífica (ibid.).

Desde esta doctrina se puede hablar de Cristo como "sacramento del encuentro con Dios" y de los sacramentos como "actos de salvación personal de Cristo que se hace presente en un acto simbólico eclesial"'8. En definitiva, no existe otro acontecimiento salvífico, otro nombre en el que podamos alcanzar la salvación (cf. He 4,12; Rom 10,13), "otro sacramento que Cristo".

b) Cristo, Mediador de la liturgia: Pero el Cristo glorioso, "sentado a la derecha del Padre" (cf. Mc 16,19; Heb 7,55), es el Mediador único entre Dios y los hombres (cf. 1 Tim 2,5; Heb 12,24), el Sumo Sacerdote del santuario celeste (cf. Heb 8,1-2; etc.), el intercesor permanente ante el Padre (cf. Rom 8,34; 1 Jn 2,1; Heb 7,25) para que envíe el Espíritu sobre la iglesia (cf. Jn 14,16). Cristo, camino único para llegar al Padre (cf. Jn 14,6; Ef 2,18), "asocia siempre consigo a su amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre eterno" (SC 7; cf. 83-84). Por eso san Pablo exhortaba a la comunidad cristiana a cantar a Dios y a darle gracias "en el nombre del Señor Jesucristo" y "por mediación de él" (Col 3,16-17; cf. Ef 5,19-20), como él mismo hacía (cf. 1 Cor 1,4-9; 2 Cor 1,3-5; Gal 1,3-5; Ef 1,3ss.; etc.).

La patrística está llena de testimonios bellísimos de plegarias dirigidas al Padre por medio de Jesucristo, que concluyen con doxologías, y afirmaciones como ésta: "Cristo ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros. Ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza y es invocado por nosotros como Dios nuestro"20. Pero basta remitir a las plegarias eucarísticas de las diversas familias litúrgicas de Oriente y de Occidente. Un ejemplo característico es la I plegaria eucarística del Misal Romano: Te igitur, clementissime Pater, per Iesum Christum Filium tuum..., que termina con la doble doxología: Per quem haec omnia... Per ipsum et cum ipso et in ipso... . Lo mismo ocurre en la eucología menor de la Liturgia Romana, cuyas oraciones expresan siempre en la conclusión la mediación sacerdotal de jesucristo: per Christum Dominum nostrum en la forma breve, o per Dominum nostrum lesum Christum Filium tuum... en la larga.

En el siglo IV, en la lucha contra el arrianismo, se quiebra la primitiva táxis de la oración dirigida al Padre por medio de Jesucristo [supra II,1] y se empiezan a dirigir algunas oraciones a Cristo. En el ámbito de la Liturgia Romana esta orientación encontró fuerte resistencia, salvo en épocas de decadencia litúrgica y de predominio del devocionalismo. Incluso la primitiva doxología final Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto, en la que se confiesa la igualdad sustancial de las divinas personas en razón de la naturaleza, sonabaasí: Gloria Patri per Filium in Spiritu Sancto .

La plegaria litúrgica, por tanto, expresa la centralidad del misterio pascual de Cristo en la liturgia, y hace memoria de toda la obra redentora a la vez que ésta se hace presente en la acción sagrada. Pero, sobre todo, la liturgia indica la glorificación de Cristo junto al Padre para derramar sobre los redimidos el Espíritu Santo y ejercer el sacerdocio sumo y eterno. El sacerdocio de Cristo se hace visible en las celebraciones litúrgicas y anima el ministerio de la Iglesia, la esposa asociada a su Señor para rendir el culto verdadero al Padre en el Espíritu Santo e invocar continuamente al "que ha de venir": Marana tha (cf. 1 Cor 16,22; Ap 22,17.20).

c) Cristo, objeto del culto litúrgico: Junto a la plegaria litúrgica orientada al Padre por medio de Jesucristo, la iglesia nunca ha dejado de dirigirse a su Señor, alentada por el Espíritu Santo, para darle gloria e invocarle. La adoración y la veneración hacia Cristo ha encontrado en la liturgia su cauce más nítido en la celebración de las Horas y, de modo particular, en las composiciones poéticas del Antifonario y de la Himnología, sin olvidar la interpretación cristológica de los salmos. Si el Padre lo glorificó (cf. Jn 8,54; 12,28; 13,32; 17,1; He 2,36; Flp 2,9-11; etc.), es obvio que la Iglesia también lo haga. Esta tradición se remonta al mismo NT, en el que se encuentran fragmentos de himnos cristológicos de singular belleza (cf. Flp 2,6-11; Col 1,15-20; 1 Tim 3,16; 1 Pe 2,21-25; Ap 5,9-14; etc.).

El Ordinario de la Misa del Misal Romano contiene las invocaciones dirigidas a Cristo, Kyrie eléison, Christe eléison, resto de las antiguas letanías, así como el canto del Benedictus en la doxología angélica y el Agnus Dei durante la fracción del Pan. Además están las aclamaciones Gloria tibi, Domine y Laus tibi, Christe al que es la Palabra eterna del Padre, etc..

3. LA PRESENCIA Y LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO EN LA LITURGIA: Jesucristo ocupa, como puede verse, un puesto verdaderamente sobresaliente en la liturgia, especialmente romana. Algunos autores ortodoxos han reprochado a la teología católica un "cristomonismo" con detrimento de la pneumatología. Lo cierto es que, aparte los acentos propios de cada tradición teológica, la teología occidental en general no ha tenido demasiado en cuenta a la liturgia como locus theologicus, salvo con fines apologéticos en muchos casos. De haberlo hecho, se habría procurado una visión más completa y más coherente de la presencia y de la misión del Espíritu Santo en el misterio de la SS. Trinidad y en la economía de la salvación. Es cierto también que la tradición litúrgica latina — occidental en general y no sólo romana— no tiene la riqueza pneumatológica de la tradición griega y oriental — especialmente siríaca—, pero también es cierto que se ha hecho un esfuerzo muy notable en las últimas décadas para poner de manifiesto la pneumatología de la liturgia.

a) El don de la Pascua del Señor: El Espíritu Santo es el don del Padre, entregado a su Hijo jesucristo como respuesta amorosa en el misterio pascual, para derramarlo abundantementé sobre la humanidad redimida (cf. Jn 7,37-39; 19,30.34; He 2,33). "Don de Dios" (Jn 4,10; He 11,15), prometido para los tiempos mesiánicos (cf. Is 32,15; 44,3; Ez 36,26-27; 37,14; Jl 3,1-2; Zac 12,10), que reposa sobre Jesús (cf. Jn 1,32-34; Lc 3,21-22) y lo guía en su misión (cf. Lc 4,1.14-15.18-19; etc.) hasta su ofrecimiento en la cruz (cf. Heb 9,14), es también el don que el Mediador único del culto verdadero [supra I,2.b] entrega a la Iglesia para que ésta realice, a su vez, su misión (cf. Jn 20,21-23; He 2,1-4.33; 8,14-17; 10,44-48; 19,1-8).

En efecto, los apóstoles son guiados también por el Espíritu y bajo su impulso dan testimonio de Jesús y desempeñan su tarea (cf. He 4,8.33; 6,5.8.10; 7,55; 9,17.22; 11,24; 13,9; etc.). El Espíritu, después de la resurrección de Jesús (cf. Rom 1.3-4), es enviado a los creyentes para renovarlos y regenerarlos (cf. Tit 3,5; Jn 3,4-6), asimilarlos al Hijo de Dios y hacerlos partícipes de la filiación divina (cf. Rom 8,14-16; Gál 4,6), hacerlos templos vivientes de Dios (cf. 1 Cor 6,19; Ef 2,20-22), orar en su interior (cf. Rom 8,26-27), cantar y celebrar al Padre (cf. Ef 5,18-20; Col 3,16-17), confesar a Jesús como Señor (cf. 1 Cor 12,3b; Flp 2,11) e invocarle en la espera de su retorno (cf. 1 Cor 11,26; 16,122; Ap 22,17.20).

En este sentido la liturgia, en íntima conexión con la revelación bíblica, es donación continua del Espíritu Santo que Cristo, presente en las acciones litúrgicas, sigue comunicando a los creyentes. El Espíritu Santo es el Espíritu del Padre y del Hijo que, derramado sobre toda la Iglesia e infundido en los fieles, realiza la comunión en la vida divina e inicia el retorno de todos los dones hacia el que es su fuente y su término.

b) Liturgia "en el Espíritu Santo": Esta expresión quiere decir, en primer lugar, que en la liturgia cristiana se realiza "la adoración en el Espíritu y en la verdad" (Jn 4,23-24), pero quiere decir también que no hay liturgia sin el Espíritu Santo. La liturgia pone de manifiesto esta realidad mediante la fórmula in unitate Spiritus Sancti, que cierra las oraciones. La expresión permite subrayar tanto la unidad substancial de las divinas personas como la unidad de la iglesia que arranca del misterio trinitario y es realizada por el Espíritu Santo".

Por este motivo la oración litúrgica es siempre oración eclesial "en el Espíritu Santo", de manera que el "nosotros" que aparece como sujeto de la plegaria y aun de toda la celebración, es siempre la Iglesia "congregada por el Espíritu Santo". "La unidad de la Iglesia orante es realizada por el Espíritu Santo, que es el mismo en Cristo, en la totalidad de la Iglesia y en cada uno de los bautizados... No puede darse oración cristiana sin la acción del Espíritu Santo, el cual realizando la unidad de la Iglesia, nos lleva al Padre por medio del Hijo".

El mismo Espíritu, en orden a la unidad y a la comunión, habilita a los creyentes para recibir la Palabra divina y acogerla en sus corazones. Por la acción del Espíritu, que acompaña siempre a la Palabra (cf. Gén 1,2-3; Sal 33,6; etc.) y va recordando y guiando hacia la verdad plena (cf. Jn 14,15-17.26; 15,26-27; 16,13-15), "la Palabra de Dios se convierte en fundamento de la acción litúrgica y en norma y ayuda de toda la vida"333. ,:

Por eso la acción ritual que sigue a la liturgia de la Palabra, arranca de la petición al Padre, por medio de Jesucristo, para que venga en ayuda del ministerio eclesial y envíe su Espíritu Santo sobre los elementos sacramentales y sobre quienes van a servirse de ellos con alguna finalidad santificadora. El ejemplo más patente de lo que es la epíclesis lo constituyen las dos invocaciones que tienen lugar en la plegaria eucarística: "epíclesis consecratoria" y "epíclesis eclesial"34. Invocaciones análogas se encuentran en todas las demás fórmulas de consagración, dedicación o bendición, tanto de personas —las ordenaciones, la bendición del abad, la consagración de vírgenes— como de elementos naturales —el agua para el bautismo, el aceite para el crisma y la unción de enfermos, etc.—, lugares —la iglesia, el altar, etc.— y los objetos para la liturgia o para la vida humana.

4. SÍNTESIS: En suma, el Espíritu Santo hace posible con su acción invisible que los actos sacramentales de la iglesia realicen lo que significan, conduciendo la obra de Cristo a su plenitud según el designio eterno del Padre. Por esto la acción del Espíritu en la liturgia, como todas las obras ad extra de la SS. Trinidad, pertenece por entero e igualmente a las tres divinas personas. La presencia y la acción del Espíritu Santo en los nuevos magnalia Dei realizados en la liturgia se insertan en la divina economía de la salvación descendente-ascendente o, si se prefiere, cristológico-trinitaria y eclesiológica. La atribución de "obras" al Padre, al Hijo Jesucristo, y al Espíritu Santo en las diferentes etapas de la historia salvífica,no sólo no disminuye sino que pone de manifiesto la íntima conexión entre las divinas personas.

La "economía" del Espíritu y su manifestación en la liturgia no significa disociación respecto de la "economía" de Cristo, sino continuidad, perfeccionamiento y consumación de ésta. Y, a la vez, la "economía" del Espíritu es la "economía" del Padre que envía al Espíritu escuchando la epíclesis permanente del Hijo Jesucristo (cf. Jn 14,15) en la invocación de la iglesia. Por otra parte la acción del Espíritu en la liturgia glorifica al Hijo Jesucristo (cf. Jn 16,14; 17,10) y, por su medio, el Padre es también glorificado (cf. Jn 17,1.4). La liturgia se hace eco continuamente de esta especie de perikhóresis manifestada en la economía salvífica sacramental: el Hijo está en el centro para revelar la caridad infinita del Padre y transmitir el don del Espíritu a los hombres en los sacramentos de la Iglesia, singularmente en la eucaristía; el Hijo sigue estando en el centro para que la conciencia filial y la alegría de los nuevos hijos de Dios se transforme en alabanza bajo la acción del mismo Espíritu, y por Cristo, con él y en él, se efectúe la acción de gracias al Padre.


III. La SS. Trinidad en la liturgia

La liturgia es verdadero locus theologicus del misterio trinitario desde el punto de vista de la experiencia cristiana y eclesial de la presencia y de la "obra" de las tres divinas personas en la economía salvífica. Pero la liturgia es también locus theologttus en un sentido más estricto, es decir, en cuanto en ella se expresa y se confiesa, mediante el lenguaje de la celebración, la fe de la iglesia "en la Trinidad santa y eterna y en su unidad indivisible". No es exagerado decir que todos los elementos de la liturgia, es decir, lecturas y salmos, textos eucológicos, himnos, antífonas, gestos y ritos, e incluso algunas estructuras o leyes internas de la celebración de los sacramentos, de la Liturgia de las Horas y del Año litúrgico, ponen de manifiesto la "inspiración" trinitaria que los preside e impregna.

Dada la limitación del artículo, sólo es posible hacer una breve reseña de la expresión teológico-litúrgica del misterio trinitario, aunque puede considerarse también como tal todo el apartado precedente, si bien desde la perspectiva antes indicada. Ahora bien, se impone una distinción y un tratamiento separado de la teología litúrgica trinitaria de expresión griega —las Liturgias Orientales—, y de la de expresión latina —singularmente la Liturgia Romana

1. LAS LITURGIAS ORIENTALES: La expresión litúrgica de la fe trinitaria tiene características propias en el Oriente cristiano, que tienen origen tanto en la sensibilidad espiritual como en la historia misma de las controversias teológicas de los primeros siglos.

a) Fiestas trinitarias: En Oriente no existe una fiesta de la SS. Trinidad, y sin embargo toda la liturgia es un maravilloso icono del misterio trinitario. De entre las numerosas fiestas mayores del calendario anual, emergen tres de especial densidad en este sentido. La primera es la santa Teofanía de N. S. Jesucristo, la heorté ton phótón (la fiesta de las luces) -6 de enero—, en la que tanto el leccionario, centrado en Tit 2,11-14; 3,4-7 y en Mt 3,13-17, como el tropario principal de la fiesta se refieren a la manifestación de la SS. Trinidad sobre la humanidad de Jesucristo: la voz del Padre que proclama la identidad del Hijo, el descenso "corporal" y la permanencia del Espíritu sobre éste, la aceptación obediente del Amado (agapétós) del Padre. La fiesta culmina con la bendición de las aguas en la qud se recita el gran Poema de san Sofronió de Jerusalén

La segunda gran fiesta (epifanía)' trinitaria es la santa Transfiguración (metamórphósis) de N S. Dios y Salvado Jesucristo -6 de agosto—, entre la fiesta de Moisés y la fiesta de la Santa Cruz. Los textos principales son 2 Pez 1,10-19 y Mt 17,1-9. Como en el Jordán, se produce la manifestación plena de la SS. Trinidad: el Padre envía el Espíritu, simbolizado en la nube de gloria, sobre el Hijo y lo transfigura; el Espíritu anticipa la glorificación pascual y divina del Hijo; el Hijo acepta la voluntad del Padre e inicia su misión hacia la muerte y la resurrección. Los discípulos, aterrorizados, son llamados á "escuchar" y seguir en la obediencia ! Profeta (nuevo Elías) y Mediador (nuevo Moisés) de la salvación, con vistas a su propia "divinización" (theíósis) escatológica.

La tercera y más grande fiesta trinitaria es la Pentécosté, unida indisolublemente a la Pascua y "sello" de la Cincuentena pascual. En ella culmina la revelación de las tres divinas personas y se inaugura la "economía" eclesial de la vida en Cristo y de la transformación de todo lo creado. Las lecturas bíblica de la misa son He 2,1-11 y Jn 7,37-518,12, aunque en los maitines se lee Jn 20, 19-23. Pentecostés es la fiesta integral de la SS. Trinidad, celebración del cumplimiento de la promesa hecha por el Hijo de enviar, de junto al Padre, al "otro Consolador" (paráclétos). En esto se distingue de Occidente, que tuvo que recurrir al domingo octava de Pentecostés para dedicarlo al misterio trinitario. No obstante la Liturgia Bizantina ha hecho del "lunes de Pentecostés" el día del Espíritu Santo con el recuerdo del acontecimiento narrado en He 2,1-11.

b) Los textos litúrgicos: Por otra parte la teología en Oriente ha aceptado el riesgo de manifestarse en los himnos, plegarias y aclamaciones litúrgicas, convirtiendo estos elementos en vehículo del kérygma, de la catequesis vital, de la apología y de la mystagogía. El resultado es una masa inabarcable de documentación litúrgica.

No obstante, emergen algunas notas muy definidas que permiten hacerse una idea de la riqueza y de los acentos de la visión teológico-litúrgica del misterio trinitario en Oriente: 1. Los textos litúrgicos subrayan más la Trinidad y la distinción de personas que la unidad de Dios; 2. La mención de las personas se hace mediante trazos propios de cada una y por el papel particular que desempeña en la economía salvífica (cf. Jn 15,26); 3. En numerosos textos litúrgicos la Trinidad es considerada como un solo sujeto, del que proceden las energías divinas que en otros textos se atribuyen separadamente, poniéndose de manifiesto de este modo la unidad dinámica que brota de la unión en la esencia idéntica en las tres personas; 4. Las expresiones litúrgicas referentes acada persona, se sitúan siempre en el conjunto del misterio trinitario (según el principio del todo en cada parte), excluyendo toda forma de monismo centrado sobre una sola de las personas de la Trinidad; 5. La triadología litúrgica se apoya siempre en lá triadología del AT y en las doxologías del NT, además de en la enseñanza de los SS. Padres y de los Concilios ecuménicos; 6. En las fórmulas litúrgicas aparece un elemento "catafático" (positivo), basado en la revelación y en la iluminación del Espíritu Santo, que no elimina el elemento "apofático" (negativo), mucho más rico y por el cual el misterio trinitario aparece inaccesible e impenetrable a la inteligencia humana y a la especulación racional y filosófica; 7. A pesar de todo, los textos litúrgicos trinitarios poseen un carácter dinámico abierto a nuevas formulaciones.

2. LA LITURGIA ROMANA: En representación de las Liturgias Occidentales nos centramos en la Liturgia Romana renovada, aunque de manera muy sucinta.

a) La celebración eucarística: Como prototipo de toda celebración, el actual Ordinario de la Misa refleja el dinamismo trinitario del que se ha hablado antes [supra II,Introd.]. En efecto, la celebración eucarística es, ante todo, una hierofanía del misterio divino, un espacio de encuentro con Dios en Jesucristo, el momento de la comunión (koinónía) con el misterio salvífico anunciado en la liturgia de la Palabra de Dios —según el sistema de lecturas que va del AT y del Nuevo a Cristo y de éste a la iglesia—, evocado por la plegaria sacerdotal de la Iglesia, y realizado en la acción sacramental cuyo núcleo es la epíclesis del Espíritu del Padre, para la "gloria" de su nombre.

La celebración es siempre y en su totalidad, eucharistía al Padre, anámnésis del Hijo, epíclésis del Espíritu, koinónía de la iglesia y doxología en honor de toda la SS. Trinidad, además de homologésis de la fe, etc., aun cuando cada uno de los aspectos se concentre y se exprese principalmente en la plegaria eucarística y en otros momentos de la celebración, como la invocación trinitaria inicial, los saludos litúrgicos, la conclusión de las oraciones, el sanctus, la oración dominical, la bendición final, etc. Capítulo propio, desde el punto de vista trinitario, es también el himno Gloria in excelsis Deo, el canto al Padre y al Cordero que termina con una doxología que menciona al Espíritu Santo.

b) Otras celebraciones: La expresión trinitaria de la liturgia se encuentra también en el Año Litúrgico, en el que no es dificil descubrir la acentuación de la referencia a cada una de las divinas personas en los dos grandes ciclos, el de la Manifestación del Señor (Adviento y Navidad-Epifanía) y el de la Pascua (Cuaresma, Triduo pascual y Cincuentena-Pentecostés): el primero destacando la misión del Hijo Jesucristo, y el segundo la misión del Espíritu Santo

En la Liturgia de las Horas, además de la orientación trinitaria de la plegaria litúrgica, cabe señalar el sentido cristológico de los salmos —la voz de Cristo que alaba al Padre en el Espíritu Santo—, la alabanza y las preces dirigidas al mismo Cristo, y la asistencia especial del Espíritu. De manera particular las tres horas Tercia, Sexta y Nona han sido consagradas desde el principio a la SS. Trinidad. En la Liturgia de las Horas se encuentran numerosos himnos trinitarios y no sólo para la solemnidad de la SS. Trinidad sino para el oficio ordinario. Entre estos himnos sobresalen O lux beata Trinitas, Nunc sancte nobis Spiritus, Aeterna lux divinitas, O sacrosancta Trinitas, Rerum creator optime, etc., además del Te Deum.

Sobre la expresión trinitaria en los sacramentos véanse los artículos dedicados a cada uno.

c) La fiesta de la SS. Trinidad: Celebrada paulatinamente desde el s. VIII con carácter devocional y monástico, hasta 1334 no fue introducida en el Calendario Romano universal, y en la actualidad se ha beneficiado ampliamente de la reforma litúrgica promovida por el Vaticano II. En efecto, no es justo considerarla como una "fiesta de ideas" —salvo que se consideren de igual modo las fiestas del Oriente cristiano y aun algunas latinas como Navidad y la Ascensión del Señor, fuertemente "teológicas"—, sino como la síntesis del misterio celebrado durante toda la Cincuentena pascual y en la culminación del domingo de Pentecostés. Los textos litúrgicos de la fiesta son, en primer lugar, las nueve lecturas del Leccionario de la Misa repartidas en los tres ciclos, en las que sobresalen los evangelios que hablan de la misión del Hijo Un 3,16-18, ciclo A), de la misión del Espíritu Un 16,12-15, ciclo' C) y del bautismo en el nombre de las' divinas personas (Mt 28,16-20, ciclo` B). A estas lecturas hay que añadir 12 Cor 2,1-16 (con la Carta 1 de san Ata nasio a Serapión) del Officium lectionisty los restantes textos bíblicos de las lecturas breves y responsorios de la Liturgia de las Horas, referidos todos a la revelación del misterio de la salvación.

Por su parte los textos eucológicos, renovados sobre todo en el Misal, giran en torno al prefacio De SS. Trinitate procedente del Sacramentario Gelasiano, para proponer ante todo la confesión de fe y el reconocimiento del misterio trinitarios'. Las antífonas del Oficio, tomadas del Breviarium precedente, insisten más en los aspectos de la adoración y de la alabanza divina. No son elucubraciones teológicas lo que proponen los textos de la fiesta, sino vivencias profundas unidas a formulaciones centradas casi exclusivamente en la unidad divina esencial y en la trinidad de personas, sin olvidar la presencia de éstas en la vida de los creyentes y la respuesta de la fe y de la adoración. La fiesta, por otra parte, llega fácilmente al pueblo cristiano, lo que prueba que responde a la experiencia espiritual de la relación de los creyentes con el Dios revelado por Jesucristo y comunicado en el don del Espíritu Santo.


IV. Liturgia terrena y liturgia celeste

En la liturgia "preguntamos y tomamos parte en la liturgia celestial" en la que Cristo, sentado a la derecha del Padre, actúa como Pontífice y Mediador del santuario verdadero (cf. Heb 5-9; SC 8; LG 50) y realiza la permanente epíclesis del Espíritu Santo sobre su Iglesia, en diálogo con ésta (cf. Jn 14,16-17; Ap 22,17.20). Esta dimensión de la liturgia cristiana se olvida o se silencia con demasiada frecuencia. Ysin embargo constituye la fuente de la synergía de la Iglesia y del Espíritu, a través de la cual el Padre y el Hijo actúan juntos (cf. Jn 5,17).

Liturgia celeste y liturgia terrena son dos niveles del mismo misterio, como un icono, pero no porque uno sea el nivel superior y e'l otro el inferior, sino porque uno está dentro del otro. La liturgia celeste tiene como Pontífice al Verbo encarnado y glorificado (cf. Heb 8,lss.; etc.), a quien asisten como ministros los ángeles y todas la potencias del cielo (cf. Heb 1,13-14; 12,22; Ap 5,11; etc.). Esta liturgia fue introducida "en este exilio terreno" por Cristo, al tomar la naturaleza humana, y en ella participa ahora la iglesia asociada a la alabanza ante el trono de Dios y del Cordero (cf. SC 83; 85; LG 50). La liturgia terrena contribuye de este modo a presentar a la iglesia como una realidad "humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles... presente en el mundo y sin embargo peregrina" (SC 2).

Por otra parte la liturgia celeste es la liturgia eterna (cf. Is 6,1-3; Ez 10,lss.; Ap 4,8), mientras que la liturgia terrena lleva la "apariencia de este mundo que pasa" (cf. 1 Cor 7,31). Entre la liturgia celeste y la liturgia terrena existe un flujo-reflujo de vida que pasa por el Cristo glorioso, Señor del tiempo y de la eternidad (cf. Heb 13,8; Ap 1,8.17-18), y llega a toda la Iglesia, a los hombres y al universo para rescatarlos de la muerte e introducirlos en la gloria y en el amor fontal del Padre (cf. Ef 1,3-14; Col 1,16), es decir, en la situación de los cielos nuevos y de la tierra nueva (cf. Rom 8,19-23; 1 Cor 15,51-57; Flp 3,20-21; Ap 21,lss.). La "admirable conversión" eucarística de los dones del pan y del vino preludian ya la transformación gloriosa de todo lo creado

[ - Adoración; Amor;; Arrianismo; Bautismo; Comunidad; Comunión; Confirmación; Concilios; Doxología; Epíclesis; Espíritu Santo; Eucaristía; Experiencia; Fe; Hijo; Historia; Icono; Iglesia; Jesucristo; Misión, misiones; Misterio; Naturaleza; Oración; Padre; Sacerdocio; Salvación; Teología y economía; Trinidad; Vaticano II; Vida cristiana.]

Julián López Martín