DOXOLOGÍA
DC


SUMARIO: I. La doxología en la existencia creada redimida.—II. Vocabulario y dinámicas: 1. El vocabulario doxológico; 2. Las dinámicas: el amor de caridad; 3. Doxología e historia; 4. Analogía y diversidad respecto a la «acción de gracias
».—III. Textos doxológicos.—IV. La alabanza transformativa.


I. La doxológía en la existencia creada redimida

1. Por poco que se preste la debida atención, la Escritura está literalmente impregnada y como atravesada por la dimensión doxológica. Bastará redimir aquí textos como 1 Cor 10, 31: «Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis algo, hacedlo todo para gloria (dóxa) de Dios», para el NT; y como Sal 33 (34), 2: «Bendeciré a Yahvé en todo tiempo, siempre en mi boca su alabanza», para el AT. Así pues, hay que prestar atención al hecho de que el culto terreno (de alabanza, de acción de gracias y de súplica) es como el «gusto previo» (cf. SC 8) del culto eterno, en donde permanecerán para siempre la alabanza y la acción de gracias.

2. Los lugares que hay que considerar para un conocimiento adecuado de la doxología son: a) la Escritura del Antiguo y del Nuevo Testamento en donde ocupan un lugar especial los salmos y los «himnos» bíblicos, y las «doxologías» diseminadas por todas partes, por ejemplo, las que cierran las epístolas apostólicas; b) la sagrada liturgia, en especial las fórmulas clásicas del Gloria Patri y otras similares y en consecuencia la oración personal; tiene una importancia especial la doxología con que termina la plegaria eucarística; c) la gran predicación mistagógica (a bautizados) de los Padres, la homilética, que se cierra invariablemente con la doxología más o menos breve, pero que puede contener fórmulas semejantes y entusiásticas también en el cuerpo del discurso; d) las catequesis de los Padres a los catecúmenos, que se cierran siempre con cláusulas doxológicas; e) las fórmulas conciliares «para gloria y alabanza de la santa, consustancial e indivisa Trinidad», y otras parecidas; O las mismas disposiciones canónicas antiguas, en donde la legislación de la Iglesia se daba siempre «para que en todo sea glorificada la Trinidad», y otras semejantes; g) las obras de los Padres, que tratan a menudo de la alabanza doxológica, como por ejemplo san Agustín en sus Enarrationes in Psalmos; h) las obras de los grandes espirituales (místicos), que intercalan sus consideraciones con la glorificación divina.


II. Vocabulario y dinámicas

1. EL VOCABULARIO DOXOLÓGICO. Tanto la Escritura como los Padres, la liturgia y los autores espirituales reconocen y confiesan que toda expresión de la alabanza al Señor es siempre inadecuada a su inmensidad: «No tiene medida su grandeza» (Sal 144 [145] 3). De todas formas, el autor utiliza todos los recursos de su corazón y de su mente, animados por la voluntad de amor y por la fe en el Señor. Así ocurre con el uso curioso del «alfabeto» para los modernos: la lengua no podrá expresar todo el sentimiento y entonces el autor ofrece al Señor una composición en la que cada versículo (o grupos de versículos ) van siguiendo por orden las letras del alfabeto hebreo (aquí, por ejemplo, el Sal 144 [145], un «himno de alabanza»). Pero sobre todo la Biblia muestra la multiplicación singular de los verbos, de los sustantivos, de los adjetivos y títulos, de los adverbios, que pueden expresar lo más posible la alabanza. Impresionan sobre todo los verbos, en donde prevalecen los verbos del «hablar»: por ejemplo, aclamar, exclamar, proclamar, conclamar; enumerar, contar, describir, ordenar, representar; aceptar, y por consiguiente recordar, hacer memoria, imaginarse; confesar, profesar; alzar himnos, salmodiar, cantar; anunciar, publicar, hacer oír, dar a conocer, revelar, «evangelizar»; evocar, convocar, invocar, provocar, dar voces, gritar; exaltar, magnificar; celebrar; glorificar, conglorificar, dar honor; bendecir; eruptar del corazón; temer, temblar; orar, deprecar; beatificar, alabar, colaudar; cantar, sonar hábilmente, con sabiduría, dulcemente; buscar, rebuscar; hablar, decir, expresar, manifestar; dar comienzo a la alabanza, al canto; gloriarse en el Señor; venir, entrar en la Presencia, pasar sus puertas, sus atrios; ofrecer el «sacrificio de alabanza»; gozar, exultar, alegrarse, jubilar, gritar de gozo, dar palmadas; amar, crear, esperar, tener confianza.

Tienen una nota específica los «imperativos hímnicos» con que el pueblo es llamado a la alabanza, así como los ángeles del cielo; en primera persona son «exhortativos hímnicos», en tercera son «imperativos hímnicos».

2. LAS DINÁMICAS: EL AMOR DE CARIDAD. a) La alabanza doxológica es movimiento por el que se ama al Señor por él mismo, «a tí, porque eres tú», de manera desinteresada. Más allá de uno mismo, de la situación, de la necesidad, de la recompensa, de la espera, del prójimo, de toda criatura. Es anhelo por el Señor, «por él solo», hacia la comunión inefable. La alabanza expresa de la forma más completa y perfecta dicho amor.

b) Así, pues, la alabanza asume como único objeto digno a la persona divina, amada y alabada por ella misma. El Nombre divino indecible, revelado a Moisés en la zarza ardiendo (Ex 3, 14), YHWH, no pronunciado, traducido sin excepciones por los Setenta con ho Kyrios, vulgata Dominus, «el Señor», es el centro en torno al cual gira toda la operación doxológica. Pues bien, típicamente, lúcidamente, la alabanza se refiere al Señor en este orden coherente:

—Él, interpelado directamente como «tú» o indirectamente como «él»; de hecho, la alabanza podría reducirse en el fondo sólo a este «tú-él», y consumarse en él con un cumplimiento total;

—los títulos con los que se engrandece al Señor: grande, magnífico, bueno, inefable, misericordioso, omnipotente, y otros muchos;

—sus obras poderosas, prodigiosas, maravillosas —los mirabilia Dei—, obras permanentes, ininterrumpidas, que llevan a su cumplimiento el designio divino desde la creación, a través de la historia y de la providencia, hasta la escatología. Esto puede verse, en el AT, en los «himnos», que son los salmos del género literario de «himnos de alabanza», «salmos de la realeza divina», «cánticos de Sión»; pero también en las «acciones de gracias». Y en el NT, con la típica «lectura Omega», es decir, la que parte del cumplimiento para remontarse al Alfa de la creación, que tiene como epicentro la alabanza al Padre, que resucitó al Hijo para dar su Espíritu; un típico ejemplo de esto es el «himno de bendición» de Ef 1, 3-14. Pero la característica de la alabanza es que, a diferencia de las «acciones de gracia», las obras no se refieren «a nosotros», aunque nos afecten, sino que se contemplan en sí mismas, de forma «desinteresada». De aquí se derivan grandes consecuencias teológicas y espirituales.

c) El sujeto de la alabanza es «el orante», la comunidad o un miembro de ella, en el intercambio típico de las funciones orantes que se advierte ya en la Escritura: la comunidad puede ser «nosotros» o «yo», indiferentemente, y así el fiel orante puede ser «yo» o «nosotros», y no puede cantar himnos más que en nombre de la comunidad. Así pues, el «orante» procede a una operación sumamente compleja, que se llama «alabanza doxológica». Si tomamos como ejemplo por un lado un salmo-«himno» de alabanza (v. gr. los Salmos 144 [145] 148), y por otra el prefacio de la IV Plegaria eucarística, se tiene una serie de movimientos paralelos, alternados, implicados entre sí, a veces sin un orden «lógico». Los principales de ellos son:

—la contemplación y la celebración del Señor, en el NT y en la liturgia obviamente Dios Padre, en sí mismo y en sus títulos apofáticos («indecibles») y catafáticos («evidentes, pronunciables»); y luego de sus obras, tal como se describieron anteriormente;

—la contemplación de Él en su globalidad llevó a la memoria anamnética perenne y renovada, «presente» y que «hace presente» esta realidad;

—viene siempre la sorpresa, con la admiración renovada día tras día por los mirabilia realizados y que se realizan «hoy, aquí, para nosotros»;

—esto provoca el gozo y el entusiasmo, que quiere expresarse en fórmulas;

—se expresa la oración desinteresada: sólo la alabanza; el yo humano (comunidad, fieles), se hace «portavoz» de toda la creación inanimada y animada, pero irracional;

—la alabanza es gracia divina, que atrae conscientemente, que «hace subir» a la comunión con el Objeto divino alabado, porque el yo humano casi se pierde frente al tú divino en los límites de su propia creaturalidad, pero sabe que ha llegado a la unión dada por Dios; en cuanto a la gracia de la alabanza, cf. sólo el Sal 50 (51), 17: «Señor, abres mis labios y entonces mi boca proclamará tu alabanza»; y la introducción al «Santo, Santo, Santo», en donde generalmente, ya desde el siglo IV, la Iglesia orante pide verse asociada a la alabanza de los querubines y serafines que «contemplan el Rostro» (cf. Mt 18, 10: «continuamente») y dan alabanza eterna (cf. Ap 4, 8).

De este modo, la alabanza doxológica, que sin embargo supone siempre tanto la «súplica», que contempla la propia miseria y pide al Señor el socorro necesario que sólo él puede dar, como la «acción de gracias», que exalta las obras buenas recibidas y las anuncia y pide que prosigan, está en la cima absoluta del culto de los fieles a su Señor. Esto se ve en los profetas, en los libros sapienciales, lógicamente en los salmos; pero hay además algunos textos de intensa calidad doxológica, como el Trisagion de Is 6, 3 para los serafines y elde Ez 3, 12 para los querubines; aquí se encuentra la plegaria en su pureza absoluta de glorificación al Señor. Ap 4,6 recoge estos dos textos, los funde y los presenta como el tipo de la plegaria eterna con la que se asociarán los fieles, guiados en el Espíritu Santo por el Cordero resucitado (cf. Ap 7; 14, 1-5; 15, 1-4).

La caridad divina derramada sobre los hombres de un modo tan abundante tiene sustancialmente en la alabanza su equivalente humano. Aquí está el «signo» unitivo que es la doxología.

3. DOXOLOGÍA E HISTORIA. Si se dice que la doxología, como característica principal eucológica, es «desinteresada», es decir, que no contempla ante todo por su propia índole la «historia de la salvación» como beneficio inmediato «para nosotros los hombres y para nuestra salvación», esto no significa ni mucho menos que esté fuera de la historia concreta. Todo lo contrario. Porque:

a) la alabanza está antes de la historia, por así decirlo. Busca como Objeto Divino al Sujeto principal, al verdadero protagonista de la historia, para quien el orante «existe». La alabanza se sitúa teológicamente antes, en cuanto que tiende directamente a la persona amada y glorificada, Dios, su persona, sus títulos, sus obras; éstas, de suyo, son siempre y de todos modos obras «históricas» de la concreción más real;

b) la historia «está después», siempre teológicamente, en el sentido de que la alabanza la anticipa y en cierto sentido «la hace». El alabante se dirige a Dios en la historia que fluye y que, glorificando al Señor, está allí, valorándola como si esta historia comenzase con la alabanza. De hecho, la dimensión laudativa del pueblo de Dios, al menos cuando era consciente y participada, es un impulso poderoso y una «lectura» intensa de la historia.

4. ANALOGÍA Y DIVERSIDAD RESPECTO A LA «ACCIÓN DE GRACIAS». Entre la doxología y la «acción de gracias» hay que señalar algunas analogías y diferencias radicales.

a) La «acción de gracias», dimensión «eucarística», usa también y con frecuencia el mismo vocabulario de la alabanza, como se vio anteriormente. En especial, el verbo hebreo berek, de donde berakah (griego, eulogéó, de donde eulogía; latín, benedicere, de donde benedictio). Tiene una doble dirección, según el contenido: si es oración «desinteresada», doxológica, es «alabanza»; si es oración de algún modo «interesada», es «acción de gracias».

b) Así pues, la diversidad radical está en el hecho de que la «acción de gracias» es oración al Señor «por» los beneficios recibidos por el orante, por el pueblo. No es «dar gracias»; no existe en la Biblia un término para decir «gracias». Porque este «agradecimiento», si bien se ve, es un «rito de despedida»: dado el beneficio, el agraciado «da gracias» y se va. La «acción de gracias» es más bien: 1) contemplación del Señor con sus títulos maravillosos; 2) especialmente en sus obras siempre maravillosas, que son contempladas, celebradas, ensalzadas y dadas a conocer, como únicas y que sólo puede hacer el Señor, frente a lo humanamente inesperado; 3) pero precisamente las obras divinas de la salvación sirven tanto al Señor como al agraciado, como medio indispensable para establecer o restablecer una «relación» que no puede disolverse (por tanto, no es una «despedida») de tal categoría que, dentro de la divina alianza, lleve al orante cada vez mejor a la divina presencia, a querer gozar de esta Presencia, a no separarse de ella; 4) por eso la «acción de gracias» termina ordinariamente con la súplica (que es siempre «epiclética», es decir, invoca la presencia divina) de permanecer siempre gozando de las obras «continuas», de los beneficios genersosos dados por el Señor. Así, de suyo, mientras que la alabanza es plegaria «pura», la acción de gracias contiene elementos de la alabanza y de la súplica.


III. Textos doxológicos

1. EN EL NUEVO TESTAMENTO. a) Se muestra frecuentemente a Cristo mientras «alaba» al Padre. Su existencia entre los hombres es una inmensa continua doxología al Padre, como es también ofrenda total de sí mismo al Padre en el Espíritu (cf. Heb 9, 14), y naturalmente una continua «acción de gracias» y súplica epiclética por el Espíritu. Bastará citar aquí el texto explícito del «júbilo mesiánico» o «comma johanneum» en la doble redacción sinóptica: Mt 11, 25-30; Lc 10, 21-24, que añade: «en aquel momento exultó de gozo en el Espíritu Santo» (v. 2la). El verbo principal es exomologéomai (exomologoúmai, en el griego de la koiné), es decir, confesar, profesar, celebrar, alabar, exaltar, en las dos redacciones.

Por otra parte, y de forma coextensiva, el fin del Padre respecto al Hijo y su encarnación histórica es la glorificación, la superexaltación (hyperpsóó) del mismo, como puede verse en el «himno de los Filipenses (Flp 2, 6-11; aquí, 9); He 2, 32-33 («exaltado a la diestra»: verbo hypsóó); Heb 1, 1-4 (el Nombre tan distinto de los ángeles heredado por él); Apocalipsis, passim. Es la petición expresa de la Gloria en la «oración sacerdotal» (Jn 17, 1-26, especialmente v.l; es teología joánica común).

b) La Iglesia terrena está totalmente impregnada de la doxología que, de suyo, según la «ley económica» del culto del NT, se dirige siempre y sólo «al Padre mediante el Hijo, sumo sacerdote, en la presencia operante del Espíritu Santo». Ejemplos típicos son, en este caso, el Magnificatde la virgen María (Lc 1, 46ss) y el Benedictus de Zacarías (Lc 1, 68-79), pronunciados «en el Espíritu Santo». Sin embargo, el NT alaba y magnifica también al Señor Jesús, ya en su vida histórica (por ejemplo, en la entrada mesiánica en Jerusalén con el «¡Hosanna!») y luego en numerosas fórmulas doxológicas dispersas por los textos.

c) También la Iglesia celestial. Esto puede verse en el «himno angélico» de Lc 2, 4 y sobre todo en las liturgias angélicas, cósmicas, eternas del Apocalipsis, sobre todo cc. 4-5.

2. EN EL ANTIGUO TESTAMENTO, además de algunos textos antes citados, se pueden indicar grandes doxologías, como el «canto de los tres jóvenes» (Dan 3, 51-56) y el «Benedicite» (Dan 3, 57-90: ambos textos sólo en los Setenta y la forma de «bendición» (eulogía, berakah). También el «salmo» que constituye Is 12, 1-6 (que cierra el «libro del Emmanuel»: Is 6, 1-12, 6).

3. ALGUNOS TEXTOS DOXOLÓGICOS. Recordamos además algunas formas doxológicas, como las que cierran los «5 libros» del salterio: Sal 40 (41), 14; 71 (72), 18-19; 88 (89), 53; 105 (106), 1. Los salmos 144 (145) - 149 se consideran como la «gran doxología» del salterio; el salmo 150 finalmente es la «doxología de las doxologías» con que se cierra magníficamente el salterio.

En el NT hay abundantes ejemplos: Rom 11, 33-36, 16, 25-27; 2 Cor 13, 13; Ef 3, 14-19.20-21; 6, 23-24; 1 Tim 6, 15-16, Heb 13, 20-21; 1 Pe 1, 3-4; 2 Pe 1, 2; 3, 18; Jds 24-25; y en general las cláusulas con que terminan las epístolas (como se ha recordado). El Apocalipsis abunda en doxologías, que aparecen en los momentos decisivos.

4. EN LA LITURGIA. Procedentes de los Padres que releen la Escritura, las liturgias de Occidente y de Oriente son ricas en fórmulas doxológicas:

a) Liturgia romana. Bastará citar aquí dos aspectos de la doxología litúrgica, la que concluye las «oraciones presidenciales y la que termina la gran Plegaria eucarística. La primera sigue el tipo: «Por nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos». La segunda, más elaborada, suena así: «Por él (Cristo), con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, (pertenece) todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos». Es la antigua «fórmula económica» en la que la glorificación «mediante Cristo en el Espíritu Santo» se dirige al Padre, en el cual y con el cual se le tributa también al Hijo y al Espíritu; la «monarquía» del Padre es comprensiva, en la unidad del Dios Único, del Padre y del Hijo.

A partir de san Basilio (De Spiritu Sancto), más acentuada aún por la discusión arriana, la fórmula «al Padre mediante el Hijo en el Espíritu Santo» se convierte en «al Padre y (kat) al Hijo y (kai) al Espíritu Santo», poniendo así a las personas divinas en el mismo plano y acentuando la unidad de la divinidad, lo cual no dejó de suscitar el contraste con los tradicionalistas de la época. Acentuando también la unidad divina contra los arrianos, las liturgias occidentales y orientales tributaron también la glorificación sólo a Cristo.

De todas formas, la fórmula litúrgica tipo sigue siendo el «Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo». de uso más común, sobre todo en la liturgia de las Horas.

b) Liturgias orientales. Son en general más numerosas y articuladas. Como es sabido, las familias orientales, que son de dos derivaciones según su origen histórico, alejandrina y antioquena, se dividen en tres tipos en cuanto a la anáfora eucarística: alejandrino, antioqueno y siro-oriental. Recogeremos aquí por orden un ejemplo de doxología que concluye la anáfora eucarística de los tres tipos, según los ritos:

tipo alejandrino: 1) Rito copto: Anáfora de san Marcos griega: «Para que sea santificado el santísimo y precioso y glorificado Nombre tuyo (Padre), con Jesucristo y con el Espíritu Santo, aquí y en el universo entero, como era y es y será siempre de generación en generación y por los infinitos siglos de los siglos. Amén». 2) Rito etiópico: Anáfora de nuestros Padres los santos Apóstoles..«Por la gracia y la misericordia del Unigénito Hijo tuyo, nuestro Dios y Señor y nuestro Salvador Jesucristo, en el cual a ti (Padre) con él y con el Espíritu Santo sea gloria y poder ahora y en los siglos de los siglos. Amén».

tipo antioqueno: 1) rito bizantino: Anáfora de san Juan Crisóstomo y anáfora de san Basilio: «Y concédenos que con una sola boca y un solo corazón glorifiquemos y alabemos el venerable y magnífico nombre tuyo, Padre Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y en los siglos de los siglos». Anáfora de Santiago griega: «Por la gracia y las misericordias y el amor a los hombres de tu Cristo, con el cual tú (Padre) eres bendecido y glorificado con su Santísimo y Bueno y Vivificante Espíritu, ahora y siempre y en los siglos de los siglos. Amén». 2) Rito siro-antioqueno (jacobita): Anáfora de los doce apóstoles: «Para que en esto como en todo sea glorificado tu Nombre (Padre), con el Nombre de Jesucristo y de tu Santo Espíritu, como era en el principio y ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén». 3) Rito siromaronita: Anáfora de la santa iglesia romana: «Mediante tu Hijo unigénito, nuestro Señor Jesucristo, con el cual tú (Padre) eres bendito y glorioso en la unidad del Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos. Amén. Como es, como era y será en los siglos de los siglos. Amén». 4) Rito armeno: Anáfora de san Atanasio alejandrino: «Con el cual (Cristo Señor), a tí, Padre omnipotente, junto con tu Espíritu Vivificante y Liberador, te pertenece la gloria y el poder y el honor, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén».

tipo sirio-oriental (nestoriano-caldeo): Rito siro-oriental: Anáfora de los apóstoles Mar Addai y Mar Mari: «Y por toda tu Economía grande y terrible con nosotros, te (Padre) damos gracias y alabamos sin fin en tu Iglesia redimida por la sangre preciosa de tu Cristo, con la boca abierta y con el rostro libre, tributando el himno, el honor, la confesión y la adoración a tu (Padre) Nombre vivo, santo y vivificante, ahora y siempre y en los siglos de los siglos. Amén».

Como se ve, está siempre presente el cuidado escrupuloso por concentrar la alabanza en el Padre, y con él, en el Hijo y en el Espíritu, sin dirigir como tres alabanzas a tres personas separadas. El monoteísmo estricto es una regla en toda la Iglesia.


IV. La alabanza transformativa

Existe un capítulo poco conocido, que recorre toda la Escritura y que está bajo la ley evangélica y salvífica: « Donde está tu tesoro, allí está tu corazón» (Mt 6, 21, en el contexto del «sermón de la montaña»). San Agustín argumenta: «Conservad más bien el amor a Dios, para que, como Dios es eterno, también vosotros viváis eternamente, ya que cada uno es como su amor. ¿Amas la tierra? ¡Serás tierra! ¿Amas a Dios? ¡Qué digo! ¡Serás Dios!... Escuchemos la Escritura (y cita a Jn 10, 34; Sal 81, 6: «dioses sois») (Expos. in ep. b. Joannis, Tract. 2, sobre 1 Jn 2, 17). Lo mismo ocurre con la alabanza. En la gran bendición de Ef 1, 3-14, los vv. finales 12-14 proclaman: «(Dios) que lo hace todo según el consejo de su voluntad, para que nosotros ...seamos alabanza de su gloria... Habéis sido selladoscon el Espíritu Santo de la promesa, el cual es prenda de nuestra herencia, para el rescate de la posesión que él se adquirió para alabanza de su gloria». El término «alabanza» es epainos (de ainé8, alabar, de donde áinesis, alabanza). El texto traza una «teología de la historia»: la redención, decretada ab aeterno, lleva al bautismo y por tanto al Sello, al Espíritu, que transforma a los «sellados» por él «en alabanza» al Padre mediante el redentor Jesucristo. Ya en Flp 1, 11 el Apóstol había recordado que el conportamiento santo en el Espíritu lleva a los «frutos de la justicia» mediante Cristo, «para la gloria y alabanza (épainos)» de Dios. Se pueden encontrar huellas de esta teología recorriendo textos como Ex 15,1-18: «Fuerza mía y Canto mío es el Señor» (c. 2); Dt 10, 20-21: «Él es tu Alabanza y tu Dios» (v. 21); motivo repetido en el salterio: Sal 117 (118) 14; 21 (22) 4; presente ampliamente en los profetas: Is 12, 2 (Setenta); Jer 13, 11; 17, 14; 33, 9; Sof 3, 19-20 (dos veces los israelitas puestos por Dios como «Nombre y Alabanza»).

Así pues, el destino del pueblo de Dios es ser «pueblo de la alabanza», ser transformado en «alabanza al Señor». Su tarea, designada eternamente y para toda la eternidad, es dejarse atraer y llevar a la comunión con el Señor alabado y glorificado, ser transformados en su misma Vida divina, es decir, también en este sentido, «ser divinizados». La nota que resalta aquí es la alabanza transformativa. Lo mismo que en el Cantar el Esposo exalta a la Esposa que todavía no está preparada para la unión nupcial, también la Esposa, que se deja encontrar y transformar, pasa a alabaral Esposo. Es que en la alabanza más propiamente el «tú» humano se deja encontrar por el «Tú» divino, que acude siempre para establecer la unión nupcial consumada. Parafraseando al Apóstol, que afirma que el amor divino nos hace ante todo verdaderos hijos de Dios, para manifestarse luego al final y transformarnos hasta el punto de poder contemplarlo «tal como es», «ya que seremos semejantes a él» (1 Jn 3, 1-2), puede decirse que «sólo el semejante contempla al Semejante» y que «sólo el semejante alaba al Semejante».

El pueblo de Dios necesita una nueva y profunda mistagogia de esta dimensión doxológica que afecta a toda la vida de fe y de oración, cuya base debe ser la oración de cada día, la liturgia de las Horas, «Horas laudativas» por excelencia. El pueblo tiene que prepararse a la alabanza eterna ya desde ahora. Con la conciencia de que la alabanza se hace siempre en el Espíritu Santo y se celebra eternamente por Cristo Sumo Sacerdote, a cuyo culto al Padre se asocian los santos, los ángeles, los fieles, la Ecclesia laudan.

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Tommaso Federici