CELEBRAR LA SALVACIÓN


Por quien frecuentaba las celebraciones litúrgicas


Monición de entrada:
Hermanos: nuestra comunidad parroquial se reúne hoy en el recuerdo y en la oración por un hermano muy querido (una hermana muy querida), el bueno (la buena) de N. Asiduamente formaba parte de nuestra asamblea, participando de nuestras celebraciones. La vida litúrgica ha sido la fuente de su religiosidad. La eucaristía, el alimento de su vida cristiana. Nos resulta extraño echar una mirada a la iglesia y no verlo (verla) en su lugar de siempre. Pero, por la fe, lo (la) sentimos presente, unido al Señor, cuya salvación sigue celebrando en la gran liturgia del cielo.

Unidos en el dolor a sus familiares queridos que lloran su muerte, nos unimos también en la esperanza de la salvación que celebramos en la eucaristía.

Oremos:

Te encomendamos, Señor,
a nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
a quien en esta vida mortal
rodeaste con tu amor infinito;
concédele ahora que, libre de todos los males,
participe en el descanso eterno.
Y ya que este primer mundo acabó para él (ella),
admítelo (admítela) en tu paraíso,
donde no hay llanto ni luto ni dolor,
sino paz y alegría eternas.
Por nuestro Señor Jesucristo...

Introducción a las lecturas: La vida de un cristiano, que por el bautismo quedó incorporado a Cristo, debe ir estrechamente unida al Señor. Esa advertencia de san Pablo queda recogida en el salmo responsorial que ora con quien busca a Dios continuamente. Y se completa con la aseveración del evangelio: «El que coma de este pan vivirá para siempre».

Primera lectura: Incorporados a Cristo por el bautismo (Rom 6,3-9) [RE, Leccionario, 1217-1218].

Salmo responsorial: Mi alma está sedienta de Dios (Sal 62) [RE, Leccionario, 1210].

Evangelio: El que come este pan tiene vida eterna (Jn 6,51-58) [RE, Leccionario, 1249].

Homilía: Queridos hermanos: despedirnos de N. es despedirnos de alguien de la familia. Siempre presente, siempre atento (atenta), siempre entusiasta, siempre gozoso (gozosa) de celebrar los tiempos litúrgicos, la misa dominical e incluso diaria, las fiestas religiosas, los acontecimientos parroquiales. De la familia.

Precisamente por eso, entendemos y compartimos la pena que sentís vosotros, sus familiares cercanos (esposa, esposo, hijos...) que recibís también la condolencia de amigos y convecinos. Nos va a dar mucha pena el mirar hacia el lugar que solía ocupar y no encontrar a N. entre los asistentes. Lo (la) vamos a echar mucho en falta en el discurrir de la parroquia. A vosotros, querida familia, os pasa lo mismo, pero en grado muchísimo mayor. iQué vacío tan enorme deja una persona buena! Seguro que hasta los más jóvenes de casa, o quienes bromeaban un poco con su imperturbable religiosidad, van a guardar el recuerdo imborrable de una persona íntegra y bondadosa.

Pero, a la vez, y también precisamente por eso, sentimos una mezcla de paz y de orgullo, al decir adiós a personas de tal categoría: por su fe admirable, por su exigencia de vida —aun con sus fallos humanos, naturalmente—, por su comprensión, por su capacidad de amar y por su gusto por las cosas bien hechas.

Si a ese reconocimiento humano añadimos la fe, entonces nuestros sentimientos se convierten en celebración. Una celebración que culmina todas las celebraciones que estos cristianos vivieron.

«El bautismo nos incorpora a Cristo —decía san Pablo— para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Porque si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya».

Pues bien: un cristiano de fe y de vivencia religiosa auténtica debe hacer de su vida una permanente celebración de su bautismo. Incorporado a la muerte de Cristo, intenta morir cada día a sus propias deficiencias, y se esfuerza por vencer las consecuencias del pecado en el mundo: el mal, el sufrimiento, la miseria... Trabajan y rezan, ayudan y oran, con la perspectiva de que la vida tiene una dimensión trascendente, la de ir construyendo el reino de Dios, la de hacer resplandecer la resurrección de Cristo.

Un cristiano, creyente de verdad, vive la liturgia con la fe de que se actualiza el misterio de la redención. Para él y para el mundo. Cree que allí se celebra la salvación de Dios. Cree que allí tienen cabida los problemas de sus hermanos los hombres. Pide e intenta que las celebraciones lo sean para todos: navidad para todos, resurrección para todos, fiesta del amor de Dios para todos. Participa en la eucaristía, sabiendo que es pan de alimento para su vida cristiana, pan de garantía para la vida eterna y pan de amor para comulgar en amor con los demás. Pide perdón a Dios y a los hermanos, porque se reconoce pecador, porque le duele haber hecho sufrir, y porque sabe que nadie es capaz de salvarse a sí mismo, sino que es Dios el que salva, porque su bondad es infinita.

Cuando, a un cristiano de este estilo le llega la muerte, le lloramos con mucha pena, por supuesto, pero no nos quedamos ahí, sino que celebramos su vida de fe y de testimonio cristiano. Damos gracias a Dios porque pone ante nuestros ojos personas que saben dar a la existencia humana un horizonte de altura espiritual y de valores eternos. Pedimos que aprendamos a vivir nosotros esos valores cristianos. Y ofrecemos en la eucaristía el sacrificio del Señor con su misterio pascual. ¡Cuántas veces participó nuestro hermano (nuestra hermana)! Que cumpla el Señor su afirmación del evangelio: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre».

Y que nuestra madre, la Virgen (citar la advocación mariana del pueblo o ciudad, o por la que profesó especial devoción) de la que fue fiel devoto (devota), le tienda su mano y lo (la) lleve hasta su hijo Jesucristo para que goce de su reino.

Invitación a la paz: Que el Señor os conceda, queridos familiares, la paz que dejan como estela las personas de bien. Y que todos, hermanos, aportemos a nuestro alrededor el bien de la paz. Daos fraternalmente la paz.

Comunión: Cada vez que comemos este pan, celebramos la muerte del Señor hasta que vuelva. Este es el pan vivo bajado del cielo. Este es el Cordero de Dios...

Canción o responsorio: Con el entusiasmo con el que N. participaba en los funerales de sus hermanos de comunidad parroquial, vamos a cantar ahora nuestra fe en la resurrección de Cristo, de la que confiamos esté ya gozando.

Oremos:

Dueño de la vida y Señor de los que han muerto,
acuérdate de nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
que, mientras vivió en este mundo,
fue bautizado (bautizada) en tu muerte
y asociado (asociada) a tu resurrección
y que ahora, confiando en ti,
ha salido ya de este mundo;
concédele resucitar a tu vida nueva,
y colócalo (colócala) a tu derecha,
para que, junto a ti, tenga su morada
entre los santos y elegidos
y con ellos alabe tu bondad
por los siglos de los siglos.
Amén.

Agradecimiento de la familia: Sabíamos que nuestro querido (nuestra querida) N. era querido y apreciado (querida y apreciada) por mucha gente y que en la parroquia gozaba de estima y afecto. Pero la realidad nos ha desbordado. Sobre todo, la participación ferviente en esta eucaristía seguro que le habrá encantado a él (ella) tanto como nos ha emocionado a nosotros. Nos gustaría guardar el testimonio de su fe en nuestro mejor recuerdo. Ojalá haya muchas personas que sean y seamos capaces de seguirlo. De verdad, muchas gracias.