HAS REVELADO ESTAS COSAS A LA GENTE SENCILLA

Para gente sencilla y buena


Monición de entrada:
«Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». Con estas palabras del evangelio que luego proclamaremos, os saludamos a vosotros, familiares que sufrís la pena por la muerte del querido (de la querida) N., y a todos los que habéis venido a acompañarles.

El primer consuelo es ya la presencia de tanta gente que demuestra su aprecio por una persona buena como N. A ello se añade el aprecio de Dios, un Dios que se manifiesta y revela a través de la gente sencilla, según el propio evangelio.

Todo esto merece ser celebrado en un contexto tan apropiado como la eucaristía, que es acción de gracias y es garantía de que estas vidas no se pierden, sino que el Señor las guarda para la vida eterna.

Oremos:

Te encomendamos, Señor,
a nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
a quien en esta vida mortal
rodeaste con amor infinito;
concédele ahora que, libre de todos los males,
participe en el descanso eterno.
Y, ya que este primer mundo acabó para él (ella),
admítelo (admítela) en tu paraíso,
donde no hay llanto ni luto ni dolor,
sino paz y alegría eternas.
Por nuestro Señor Jesucristo...

Introducción a las lecturas: Dios no se fija en las apariencias. Para él, lo que no se nota, lo que no se ve es eterno. Al mensaje de san Pablo responderemos que efectivamente lo que importa es la actitud interior, la que nos mueve a «caminar en presencia del Señor». El evangelio es un canto de Cristo al Padre por haber revelado los misterios de la vida a la gente sencilla y buena; y es también una invitación a acudir a él si nos sentimos agobiados.

Primera lectura: Lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno (2Cor 4,14–5,1) [RE, Leccionario, 1224-1225].

Salmo responsorial: Caminaré en presencia del Señor (Sal 114) [RE, Textos diversos, 1290].

Evangelio: Has revelado estas cosas a la gente sencilla (Mt 11,25-30) [RE, Leccionario, 1234].

Homilía: No lo dudamos un momento. Cuando elegíamos las lecturas para esta celebración, estaba claro: el evangelio tiene que ser el del Señor dando gracias al Padre «porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor».

No podía ser de otro modo, ya que precisamente se trataba y se trata de dar gracias al Padre por una de esas personas buenas, que han sabido descubrir el misterio de la existencia y lo han sabido manifestar a través de su vida sencilla.

Ellos no ocupan las primeras páginas de los medios de comunicación. Eso «no se lleva», «no vende». Sin embargo, la Historia se escribe con sus páginas sencillas, porque ellos la empujan hacia adelante con más fuerza que nadie. Mientras otros se empeñan en presentar el atractivo del relumbrón y del éxito fácil, ellos se han decidido por lo cotidiano, lo entrañable y lo familiar. Pero saben aderezarlo con la amistad y el cariño, saben adornarlo con mil detalles de buen gusto, saben saborearlo a pequeños sorbos, con gratitud y deleite, y saben profundizarlo con su religiosidad, para que Dios le dé un valor eterno.

Ellos no hacen ostentación de títulos pomposos, pero han alcanzado una sabiduría profunda, y desde el silencio imparten la enseñanza más válida: la de la honradez a carta cabal, la de la solidaridad sin condiciones, la de la generosidad de dar sin pedir nada a cambio, la de saber descubrir los auténticos valores que llenan una vida —amistad, convivencia, respeto, criterio claro, concordia pacífica, religiosidad...—. Poseen un quinto sentido para esclarecer las causas desde la justicia y apaciguar conflictos. Irradian equilibrio, serenidad, esperanza, alegría, paz. Se está bien a su lado. Y todo sin aspavientos ni alharacas, con la sencillez de sus vidas sencillas, pero con la bondad de su buen corazón. Son «buena gente» y algo más: son «gente mejor».

Su muerte nos trae la pena enorme de desprendernos de algo valiosísimo, pero a la vez nos queda como un regusto especial que sabe a bienaventuranza de santos y de cielo. Por eso los despedimos apenados, sí, pero celebramos su vida, porque ha merecido la pena y porque Dios se manifiesta grande y bueno en la pequeñez y en la bondad de estos hijos. Y celebramos la resurrección, por la que Dios no permite que se deshagan en la nada tantas cosas buenas realizadas, ni que queden atrapadas en la muerte personas tan bondadosas. Dios culmina la obra llevada a cabo a través de sus vidas, con la plenitud de la vida eterna.

Amigos, al celebrar hoy la vida y la vida tras la muerte de nuestro hermano (nuestra hermana) N., estamos celebrando las maravillas de Dios con el triunfo de lo pequeño y débil sobre lo ostentoso y soberbio. Estamos celebrando que el Señor pone al fin a cada cual en su sitio: la verdad como verdad y la mentira como mentira; el bien como bien y el mal como mal; el amor como amor y el egoísmo como egoísmo.

Y celebramos que lo pequeño, repetido día a día, hace posible que la sociedad mejore, que el mundo se transforme y que la humanidad camine en esperanza. Sin olvidar que muchas veces han dejado en el empeño jirones de sí mismos y han derramado sudor y lágrimas. Han sido como las violetas del campo que a veces ni se ven, y que, al pisarlas, exhalan su fragancia. San Pablo lo expresaba así: «No nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve. Lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno».

Hermanos y amigos, el ejemplo de estas personas nos debe estimular a vivir de manera semejante, a desmontar muchos de nuestros esquemas, a dejarnos de tantas complicaciones y a seguir por su senda de sencillez y naturalidad.

Damos gracias a Dios, sí, y lo hacemos celebrando la eucaristía, que es la «acción de gracias» primordial. Agradecemos a Dios el regalo que nos ha hecho con la vida de N. Le agradecemos que se manifieste grande en los humildes, y lo expresamos como lo cantó María en su himno: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha mirado lahumillación de su esclava... porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí... derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes». Y agradecemos la presencia de Cristo, que, en su misterio pascual, renueva la victoria de lo pequeño sobre lo poderoso y de la vida sobre la muerte.

Invitación a la paz: Que nuestro saludo de paz lleve incluido el propósito de parecernos a las personas de bien que irradian concordia y amistad. «Como hijos de Dios, intercambiad ahora un signo de comunión fraterna».

Comunión: Jesús eligió los signos más sencillos para comunicarnos su mensaje: la vid y los sarmientos, la tierra sembrada, el grano de trigo, el pan y el vino... El pan y el vino: darnos a nosotros mismos con lo mejor que llevamos dentro. Como Cristo en la comunión. Dichosos los llamados a la cena del Señor.

Canto o responsorio: Antes de despedirnos, vamos a cantar la grandeza de Dios manifestada en lo sencillo, y la maravilla de Dios que se manifiesta en la resurrección de Cristo.

Oremos:

A tus manos, Padre de bondad,
encomendamos a nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
con la firme esperanza
de que resucitará en el último día,
con todos los que han muerto en Cristo.
Te damos gracias
por todos los dones con que lo (la) enriqueciste
a lo largo de su vida;
en ellos reconocemos un signo de tu amor
y de la comunión de los santos.

Dios de misericordia,
acoge las oraciones que te presentamos
por este hermano nuestro (esta hermana nuestra) que acaba de dejarnos
y ábrele las puertas de tu mansión.
Y a sus familiares y amigos,
y a todos nosotros,
los que hemos quedado en este mundo,
concédenos saber consolarnos con palabras de fe,
hasta que también nos llegue el momento
de volver a reunirnos con él (ella), junto a ti,
en el gozo de tu reino eterno.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Agradecimiento de la familia: Toda esta celebración ha sido una hermosa acción de gracias. Y así queremos concluirla: dando gracias a Dios por el regalo de la persona y vida de N., y dándoos gracias a todos vosotros porque lo (la) habéis rodeado a él (ella) con vuestra estima y nos habéis acompañado a nosotros con vuestra amistad. Gracias.