CREER EN LA RESURRECCIÓN
 

Yo soy la resurrección y la vida

Monición de entrada: Al decir adiós a N., queridos familiares y amigos, no os resignáis a perderlo para siempre. Y hacéis bien, porque si para todos queremos la vida, la queremos especialmente para nuestros seres amados. Por eso habéis venido aquí a pedir para él (ella) la vida al mismo Dios de la vida. Nos unimos a vuestra oración y celebramos la eucaristía con Cristo que nos dice: <Yo soy la resurrección y la vida».

Oremos:

Oh Dios, gloria de los fieles y vida de los justos,
nosotros, los redimidos por la muerte y resurrección de tu Hijo,
te pedimos que acojas con bondad a tu hijo (hija) N.,
y pues creyó en la futura resurrección,
merezca alcanzar los gozos de la eterna bienaventuranza.
Por nuestro señor Jesucristo...

Introducción a las lecturas: Dios no se hace esperar. Sabe que hemos venido a pedir la vida para N. y nos da su respuesta: «Cristo resucitó de entre los muertos... Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida». El Señor nos va a asegurar: <Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí no morirá..., vivirá para siempre». Ante el Dios de la vida, nosotros respondemos con el deseo de vivir junto a él: «Caminaré en presencia del Señor».

Primera lectura: Cristo resucitó de entre los muertos (1Cor 15,20-23) [RE, Leccionario, 1223].

Salmo responsorial: Caminaré en presencia del Señor (Sal 114) [RE, Textos diversos, 1290].

Evangelio: Yo soy la resurrección y la vida (Jn 11,17-27) [RE, Leccionario, 1250].

Homilía: iQué necesitados nos encontramos, en situaciones como la presente, de escuchar mensajes tan esperanzadores como el del evangelio que acabamos de proclamar!

Al igual que Marta y María, vosotros, familiares de N., lloráis su muerte, lamentáis su pérdida y os sentís desconsolados. Y al igual que en aquella ocasión, aunque ahora desde la fe, recibís la visita del Señor que comparte con vosotros la aflicción y las lágrimas y os dirige las palabras, las únicas palabras que pueden servir de consuelo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá».

Es más, la fe nos conduce a creer que, al igual que entonces, Cristo no se queda en palabras, por muy esperanzadoras que sean. Creemos que las cumple y que, acercándose a nuestro hermano (nuestra hermana) N., lo (la) rescata de la muerte y lo (la) devuelve a la vida plena y definitiva de su reino.

El Señor se porta siempre así con sus amigos, y sus amigos son todas las personas de buena voluntad. San Pablo nos recordaba esta dimensión universal del poder de Cristo para rescatarnos de la muerte y darnos la vida: «Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida».

Para todos, hermanos míos, resultan reconfortantes las palabras del Señor. Pero también a todos nos dirige la pregunta hecha a Marta, tras la afirmación de que él es la resurrección y la vida: «¿Crees esto?». Pregunta fundamental, porque de su respuesta depende que los que decimos que creemos en Cristo encontremos el cumplimiento de su promesa de darnos la vida.

«¿Crees esto?», ¿crees que yo soy la resurrección y la vida? Mirad, no nos vayamos a confundir. Creer que Cristo es la resurrección y la vida no es mirar tan solo al momento final de la muerte. Creer en la resurrección es creer que nuestro Dios es un Dios de vivos y no de muertos. Creer en la resurrección es creer en la vida. Siempre y en todo momento. Es apostar por la vida. Es defender la vida. Es ser un enamorado de la vida y un sembrador de vida. De la vida de verdad, de la auténtica: de la que nos hace a nosotros y a los demás más personas. Y de la de todos: de los niños que tienen derecho a nacer y de los moribundos que tienen derecho a morir dignamente; de los jóvenes que ansían beber la vida, para que puedan conseguirlo sin adulteraciones ni engaños que entrañan muerte, y de los ancianos que se ven arrinconados y necesitan consideración y cariño.

Creer en la resurrección es ponerse del lado de los que malmueren para que puedan vivir; es ayudar a los que sufren cualquiera de los males mortales de nuestra sociedad, para que superen su situación; es reanimar a tantas gentes desilusionadas o sumidas en el fracaso y devolverles las ganas de vivir.

Creer en la resurrección es trabajar por construir el mundo nuevo de concordia y de paz conquistado ya por la resurrección de Cristo, pero que nosotros debemos ir haciendo renacer poco a poco en medio de este nuestro viejo mundo calamitoso.

En el fondo es lo que han intentado los que han partido ya de entre nosotros. Con sus deficiencias y fallos humanos, pero con mil detalles de sacrificio, de preocupación y trabajo en bien de los suyos y de los demás. Esos detalles que, al irse, recordamos con más fuerza.

El que cree de este modo está trabajando ya, día a día, por el cumplimiento de la promesa del Señor: «El que cree en mí vivirá para siempre».

Ahora mismo, queridos amigos, en esta eucaristía, Cristo mantiene su palabra y es la resurrección y la vida. Pedimos y esperamos que nos ayude a creer como él desea que creamos. Y pedimos y esperamos que cumpla su promesa con nuestro hermano (nuestra hermana) N., haciendo realidad lo que hemos expresado en el salmo responsorial: «Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida».

Invitación a la paz: A vosotros, queridos familiares de N., os deseamos la paz en este momento de aflicción. Y todos los aquí presentes nos damos la paz que lleva consigo el hacernos la vida más llevadera y agradable. Daos fraternalmente la paz.

Comunión: Este es Jesucristo, el que nos asegura que es «la resurrección y la vida». Comulgar con él es creer y vivir la resurrección como siembra permanente de vida. Dichosos los llamados a la cena del Señor.

Canto o responsorio: Recogemos en este momento todo el sentir de la eucaristía celebrada: la fe en Cristo, que es la resurrección y la vida. Así lo expresamos con este canto.

Oremos:

Señor Jesucristo, redentor del género humano,
te pedimos que des entrada en tu paraíso
a nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
que acaba de cerrar sus ojos a la luz de este mundo
y los ha abierto para contemplarte a ti, luz verdadera;
líbralo (líbrala), Señor,
de la oscuridad de la muerte
y haz que contigo goce
en el festín de las bodas eternas;
que se alegre en tu reino, su verdadera patria,
donde no hay tristeza ni muerte,
donde todo es vida y alegría sin fin,
y contemple tu rostro glorioso por los siglos de los siglos.

Agradecimiento de la familia: Toda nuestra familia os estamos muy agradecidos por las muestras de condolencia y aprecio que nos habéis manifestado a nosotros y a nuestro querido (nuestra querida) N. De modo especial agradecemos vuestra participación en este funeral que hemos celebrado. De verdad que ha sido un buen apoyo en este momento difícil. Muchas gracias.