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HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXIV
DEL TIEMPO ORDINARIO
23-30
23.
La parábola "del juicio final" (Mt 25,31-46)
es una de las más importantes del evangelio. Habla del día final de la historia,
de la sentencia definitiva de Dios sobre los seres humanos.
La solemnidad de la palabra definitiva de Dios al final de la historia humana se
dará en lo más sencillo, en lo más elemental, en lo más pobre. Como sucedió con
Dios que se reveló para nosotros de forma definitiva, el juicio también será la
confirmación del evangelio: Dios presente en los pobres, Jesús identificado para
siempre con ellos.
A la hora del juicio final no importarán las diferencias de razas, naciones o
ideas. No importará lo que se creyó o lo que se dejó de creer con la cabeza o
con la boca, sino lo que se hizo o se dejó de hacer por los demás. Eso unificará
a todos los seres humanos. A los de todos los tiempos. No habrá entonces ropajes
de colores diferentes. Todos estarán desnudos ante Dios con un único equipaje:
Sus obras de justicia.
Hay tres ideas teológicas esenciales a este texto evangélico del juicio final.
La primera es que el sentido de la vida humana es la fraternidad, la unión entre
los seres humanos. Fuimos hechos por Dios para eso: Para que fuéramos hermanos.
Y sobre eso serán juzgadas nuestras vidas. Seremos juzgados por el amor que
hayamos tenido a los demás y por la capacidad que hayamos desarrollado de crear
en el mundo condiciones fraternales de vida.
En segundo lugar, este amor no es una idea abstracta, un buen sentimiento, una
palabra cariñosa. Son obras concretas: Dar de comer, vestir, visitar en la
cárcel... Y hacer todo eso no necesariamente "por amor de Dios". Basta con que
se haga por "amor al ser humano". Si realmente es así, se está haciendo a
plenitud y según la voluntad de Dios.
Y esta es la tercera idea básica: Dios no nos juzgará por lo que le hayamos
hecho "a él". Nadie ama a Dios directamente ni ofende directamente a Dios. Le
amamos y le ofendemos en nuestro hermano (1 Jn 4,19-21). El hombre es el
sacramento de Dios, la necesaria mediación y el único camino para llegar a él.
Nadie será juzgado por su doctrina, por las ideas que tuvo sobre la religión,
por los dogmas en los que creyó. Esas diferencias que existen hoy entre las
distintas religiones y grupos no son fundamentales. Un diálogo profundo y serio
nos haría ver ya ahora lo cerca que a veces podemos estar unos de otros, sin
darnos cuenta. Nadie será juzgado tampoco por los actos de culto dirigidos a
Dios: Oraciones, penitencias, promesas, novenas, jaculatorias, primeros viernes,
escapularios, velas. Eso no contará al final. (Mt 7,21-23) Sólo contarán
entonces los actos de servicio al prójimo, los actos de justicia con el hermano
oprimido y necesitado de nuestra ayuda. Contará el dar de comer, el dar de
beber, el dar vestido... Cosas tan simples y tan básicas, las elementales "obras
de misericordia" salvarán al hombre. Jesús -y esto es esencial a su mensaje-
considerará como hecho a él mismo -y por él a Dios mismo- lo que se haya hecho
por el ser humano.
Hay que evitar la interpretación de este amor y de este servicio en una
dimensión puramente individualista. Nuestro prójimo no es sólo el hombre o la
mujer individuales. Es, y hoy más que nunca, el hombre en la colectividad. Son
las mayorías, la clase social explotada, la raza marginada, el pueblo oprimido.
Ya el papa Pío XII hablaba de una "caridad política". Dar de comer no es dar un
plato de comida, por más que a veces esto sea urgente y necesario. Dar de comer
es posibilitar que los pueblos coman y para esto es necesaria no tanto la
beneficencia, sino la transformación de las estructuras económicas que impiden
que hoy todos puedan comer. Y así podíamos decir de todos los actos de servicio
por los que Dios juzgará a los hombres. Si a Dios le encontramos en nuestro
hermano, el lugar privilegiado para ese encuentro es el hermano empobrecido y
despojado de su misma condición humana por la ambición de otros hombres. Al
final de la historia, Jesús, el pobre, nos juzgará en nombre de todos los
pobres. El sentido último de la historia pasa por ellos. Nuestro compromiso con
ellos determinará nuestra salvación o nuestra condenación definitiva.
Preguntas pedagógicas
1. ¿Qué hará el Hijo del Hombre en el juicio final?
2. ¿Qué dirá a las ovejas puestas a la derecha?
3. ¿Qué dirá a los cabritos puestos a la izquierda?
4. ¿Sobre qué clase de acciones pedirá cuentas a ovejas y cabritos?
5. ¿Nuestra fe tendrá qué ver con nuestro proceder y con las necesidades del
prójimo?
Reflexión
¿Nuestra fe celebrada en la Eucaristía tiene algo qué ver con mi manera de
pensar y realizar mi vida personal y social?
¿Con la moralidad de mis actos, con la caridad fraterna?
¿Con la construcción de la sociedad terrena; es decir, con el desarrollo de la
economía, la política y la cultura de nuestro tiempo?
La Eucaristía, fuente y cumbre
El Concilio Vaticano II expresa con claridad teológico-pastoral que la liturgia,
especialmente la Eucaristía, ha de ser la fuente y cumbre hacia donde tienda
toda la vida de la Iglesia.
Es FUENTE porque de ella emanan toda la gracia y orientación de toda la acción
proyectiva y futura del hombre individual y grupal; personal y comunitaria,
familiar y económica, política y cultural.
Es CUMBRE de toda acción del que cree en Jesús Eucaristía, Misterio Eucarístico
Pascual. Hacia ella se orienta toda la vida cristiana; así la acción humana se
diviniza y se vuelve ofrenda agradable en la unión al sacrificio de Jesús
Eucaristía.
Se que mi salvación no se dará sin tres ingredientes: Oración, Penitencia y
Obras de Caridad.
24.
El último Evangelio que la Iglesia nos ofrece para la meditación conecta con la vida diaria del cristiano. Todos llegamos al final de una vida material y al comienzo de una vida definitiva en Dios. ¿Cómo será ese paso, ese encuentro?
La evaluación de lo que hemos hecho en nuestra vida no será, según Dios, en función de la fama, el poder o el dinero que hayamos ganado, sino de la vida entregada en especial a los más pobres y necesitados, de las obras y conductas tenidas con los que en la vida no fueron relevantes.
Curiosamente, el texto no nos habla de los grandes sacrificios y de las grandes renuncias que podemos hacer por amor a Dios, sino de las pequeñas obras que día a día podemos ir haciendo en beneficio de los que más lo necesitan.
Jesús aparece como el referente ante el cual todos seremos juzgados. Es el Señor el juez único de todas las personas y el redentor de todos los seres humanos. No nos habla de una divinidad abstracta y alejada del mundo sino de Dios hecho hombre que se entregó para salvarnos y que se quedó disfrazado de pobre y débil en nuestro mundo.
Este evangelio nos viene a recordar que el seguimiento de Jesús no es algo teórico sino práctico. A .Jesús no se le sigue por la mera lectura de libros o teorías más o menos convenientes. El encuentro con el Señor se da en la vida diaria, en cada rincón del mundo y de nuestro interior.
Hay personas que están sumamente preocupadas de lo que van a llevar en sus manos cuando se presenten ante Dios; son las buenas obras las que quieren determinar el encuentro. Cuanto más buenas obras haga, más cerca estaré de Dios... Y me parece que es justo lo contrario. No me refiero al no hacer obras buenas. Las obras buenas son un distintivo clarísimo del cristiano. La fe y las obras deben ir unidas en una síntesis bien entendida del evangelio... Me refiero a que la vida del cristiano no es un acumular obras buenas para presentarlas al Señor para que Él vea quiénes somos... Las obras del cristiano tienen que ir definidas por un vaciamiento. Me doy a los demás vaciándome de mi mismo, de mis intereses y perspectivas humanas. Sólo así Dios es Dios.
El día en el que muera quiero presentarme ante Dios con las manos vacías (ya Él sabe dónde fue a parar las cosas y carismas que me dio...) y decirle: mira Señor, me diste alegría y la sembré a los demás; inteligencia y la puse al servicio desinteresado de los otros; esperanza y la entregué al que la necesitaba... El repertorio con el que voy ante Dios no es de lo que tengo, de lo bueno que he hecho... Llegaré a Dios vacío, suplicante, mendigo, pobre... y Él será mi única ayuda para siempre...
Siempre me llamó la atención que cuando una persona crece más en santidad, más pobre y débil se encuentra ante Dios.
¿Ayudas desinteresadamente a los demás?
¿Haces obras buenas para acumular méritos ante Dios? ¿Tiene esto algún sentido?
La venida definitiva de Jesús en los últimos tiempos será ante todo un
acto de discernimiento. ¿Qué vamos a heredar?: Un reino preparado para ustedes. ¿Qué condiciones tenemos que reunir para heredar el reino?:o No darle a las cosas mundanas nuestro corazón.
o Un verdadero amor al prójimo. Si hay verdadero amor siempre se puede ayudar, aunque no tengamos medios económicos...
Tenemos que ser dignos herederos de lo que vamos a heredar: la vida eterna.
Los justos se quedan sorprendidos porque no reconocieron a Jesús en el camino de su vida, y el Señor estaba presente en los más débiles. Los injustos llegaron a ser tales por la omisión, porque no hicieron...
***
1. ¿Qué papel juega la fe y las obras en la vida del cristiano?
2. ¿Se pueden hacer obras sin fe?
3. ¿Por qué Dios se ha quedado en los pobres y débiles y no en los fuertes y poderosos?
4. ¿Qué es la vida eterna?
5. ¿Se puede vivir un cristianismo solamente para esta vida sin darle mayor trascendencia?
MARIO SANTANA BUENO
25.
Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.
La historia está en las manos de Dios. No podemos negar que existen guerras, injusticias, corrupción, etc., es decir, que la muerte está en la humanidad. Pablo (1ra lect.) aunque reconoció que la muerte habitaba en el ser humano, según la terminología paulina, por el pecado de Adán, vio que la partida no estaba perdida, pues la historia no se había salido de las manos de Dios. “Porque por cuanto la murete entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Así como por Adán todos mueren, en Cristo todos serán vivificados…”.
Ezequiel 34 (1ra lect.) animó a su pueblo que padecía el exilio forzado en Babilonia, con toda la carga psicológica que vivía. Denunció la negligencia de los pastores que contribuyeron para que Israel viviera esos momentos de crisis y anunció la acción de Dios para salvar a su pueblo, así como hace un pastor con sus ovejas: “las sacaré de los países donde estén, y de todas las naciones extranjeras; las reuniré y las llevaré a su propia tierra...” Las experiencias dolorosas a nivel personal, familiar, o comunitario; en las dimensiones económica, afectiva, física, etc., hace que mucha gente viva su drama, sin esperanza. Pero la historia no se le ha salido de las manos a Dios; cayeron Pinochet, Videla, Somoza y otros tiranos que parecían eternizarse, así como los poderosos imperios de Egipto, Babilonia, Roma y tantos otros. Muchas personas han ganado la partida de su propia vida, han corrido la carrera, como Pablo y han llegado a la meta. Necesitamos trabajar y orar con fe robusta y esperanza firme en el Dios de la vida que resucito a Jesús.
¿Cristo Rey?: Decir que Cristo es Rey es cierto, pero tiene sus riesgos, pues podríamos equipararlo con alguno de los reyes absolutistas que ha tenido la humanidad, sediento de poder, exigiendo respeto por su linaje y por sus “derechos”, a la espera de que todos le sirvan.
Jesús nunca se dio asimismo el titulo de rey; se llamó Hijo del Hombre (esto en los cuatro evangelios: Mt 24,27.30.37.44; Lc 9,22.26.44.56; Mc 14,21.41.62; Jn 6,27.54.6), título tomado del capítulo 7 de Daniel, donde es notoria la literatura apocalíptica y su interpretación de la historia: un mundo en manos de fuerzas des integradoras y el Hijo del Hombre, enviado de Dios con potestad para devolver la integración y la armonía con Señor.
Si aceptamos para Jesús el titulo de rey, de ninguna manera sería como un rey imperialista sino en tanto que fue dueño de sí mismo, venció en él al odio (Ef 2, 14.16) viviendo para construir un proyecto salvador.
Proyecto que vivió primero él mismo realizando su propio proceso de salvación como ser humano de cara a Dios Padre, y dejando que Dios fuera Dios en él. A partir de su experiencia personal invitó a sus amigos y amigas, discípulos y discípulas, a que vivieran esta misma experiencia, renunciando al espejismo engañoso de pretender ser como dioses (pecado de Adán por el cual entró la muerte), y asumiendo a plenitud la vida humana: que Dios sea Dios y los seres humanos verdaderos hermanos en amor solidario.
Si todos buscamos ser dioses, reyes y señores de los demás, si somos indiferentes al dolor humano, si practicamos o permitimos la injusticia y no vemos a Dios en el otro, especialmente en el necesitado, seremos generadores de muerte.
El juicio que vemos en el evangelio, lo hace solo aquel que sirvió hasta el final: Jesús. En este juicio no se pude comprar a los magistrados para que hagan las leyes a favor de personas influyentes en detrimento de otras, a los abogados para que defiendan causas injustas, ni a los jueces para que dicten sentencias amañadas. No es la justicia ordinaria, es el juicio de Dios, medido con la vara del servicio.
Este evangelio no es para asustarnos con el juicio final, es para tomar conciencia de que nos estamos jugamos la vida y es preciso ser responsables para evitar tanta muerte y por lo tanto la frustración definitiva como individuos y como humanidad. Es una clara invitación a hacer de la humanidad un Reino de Dios y una hermandad entre los seres humanos.
En el tiempo de Jesús las autoridades religiosas, confabuladas con los poderosos, olvidando lo esencial, le daban más importancia a las normas, tradiciones y a la etiqueta ritualista, que a las quejas del pueblo oprimido bajo la bota romana. Jesús les dijo claramente que no era la pureza de la raza, la religión, las ideologías o las reglas de algunas organizaciones o grupos, lo que salvaba al ser humano, sino una vida solidaria con los hermanos, en especial de los más necesitados: hambrientos, forasteros, desnudos, enfermos y encarcelados. No es que las normas, ritos y tradiciones no sirvan, es que sirven en la medida que nos ayuden a ser mejores seres humanos.
Oración de los fieles
A cada petición contestaremos: ‘‘Venga a nosotros tu reino, Señor,”
— Por el Papa, los obispos, sacerdotes y diáconos, religiosos y religiosas, para que cuiden el rebaño a ellos encomendado y busquen a los descarriados. Roguemos al Señor…
— Por nuestra comunidad, nuestra parroquia y nuestra diócesis, para que Jesucristo sea modelo y ejemplo de nuestra actuación. Roguemos al Señor…
— Por los pobres y necesitados, para que sepamos descubrir a Cristo Jesús en el rostro de la persona maltratada y necesitada. Roguemos al Señor…
— Por cada uno de nosotros, para que reconozcamos a Jesucristo como Rey de nuestras vidas y nuestros corazones. Roguemos al Señor…
— Por nuestros jóvenes, para que de entre ellos surjan las vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal que necesitan la Iglesia y el mundo de hoy. Roguemos al Señor…
Exhortación Final
Bendito seas,
Padre, porque constituiste a Cristo resucitado
como Señor y Rey de la creación, como juez de vivos y muertos.
Tú eres el Dios santo, tú eres la luz, amor, ternura y misericordia;
y nosotros somos tiniebla, egoísmo, dureza, frialdad y violencia.
No obstante, tú nos quieres a todos tus hijos tal como somos,
Pero nos mandas amarnos unos a otros como Cristo nos amó.
Nos cuesta
mucho, Señor, ver a Jesús en los pobres,
en los marginados, en los rudos, antipáticos y maleducados.
Haznos ver en ellos la cara oculta del Cristo sufriente.
Enciende nuestros corazones con el fuego de tu palabra
y danos tu espíritu de amor que nos transforme por completo
para que, amando a todos, aprobemos tu examen final.
Amén.
(Tomado de B.
Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 210)
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