30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXIV
DEL TIEMPO ORDINARIO
23-30

 

23.

La parábola "del juicio final" (Mt 25,31-46) es una de las más importantes del evangelio. Habla del día final de la historia, de la sentencia definitiva de Dios sobre los seres humanos.

La solemnidad de la palabra definitiva de Dios al final de la historia humana se dará en lo más sencillo, en lo más elemental, en lo más pobre. Como sucedió con Dios que se reveló para nosotros de forma definitiva, el juicio también será la confirmación del evangelio: Dios presente en los pobres, Jesús identificado para siempre con ellos.

A la hora del juicio final no importarán las diferencias de razas, naciones o ideas. No importará lo que se creyó o lo que se dejó de creer con la cabeza o con la boca, sino lo que se hizo o se dejó de hacer por los demás. Eso unificará a todos los seres humanos. A los de todos los tiempos. No habrá entonces ropajes de colores diferentes. Todos estarán desnudos ante Dios con un único equipaje: Sus obras de justicia.

Hay tres ideas teológicas esenciales a este texto evangélico del juicio final.

La primera es que el sentido de la vida humana es la fraternidad, la unión entre los seres humanos. Fuimos hechos por Dios para eso: Para que fuéramos hermanos. Y sobre eso serán juzgadas nuestras vidas. Seremos juzgados por el amor que hayamos tenido a los demás y por la capacidad que hayamos desarrollado de crear en el mundo condiciones fraternales de vida.

En segundo lugar, este amor no es una idea abstracta, un buen sentimiento, una palabra cariñosa. Son obras concretas: Dar de comer, vestir, visitar en la cárcel... Y hacer todo eso no necesariamente "por amor de Dios". Basta con que se haga por "amor al ser humano". Si realmente es así, se está haciendo a plenitud y según la voluntad de Dios.

Y esta es la tercera idea básica: Dios no nos juzgará por lo que le hayamos hecho "a él". Nadie ama a Dios directamente ni ofende directamente a Dios. Le amamos y le ofendemos en nuestro hermano (1 Jn 4,19-21). El hombre es el sacramento de Dios, la necesaria mediación y el único camino para llegar a él.

Nadie será juzgado por su doctrina, por las ideas que tuvo sobre la religión, por los dogmas en los que creyó. Esas diferencias que existen hoy entre las distintas religiones y grupos no son fundamentales. Un diálogo profundo y serio nos haría ver ya ahora lo cerca que a veces podemos estar unos de otros, sin darnos cuenta. Nadie será juzgado tampoco por los actos de culto dirigidos a Dios: Oraciones, penitencias, promesas, novenas, jaculatorias, primeros viernes, escapularios, velas. Eso no contará al final. (Mt 7,21-23) Sólo contarán entonces los actos de servicio al prójimo, los actos de justicia con el hermano oprimido y necesitado de nuestra ayuda. Contará el dar de comer, el dar de beber, el dar vestido... Cosas tan simples y tan básicas, las elementales "obras de misericordia" salvarán al hombre. Jesús -y esto es esencial a su mensaje- considerará como hecho a él mismo -y por él a Dios mismo- lo que se haya hecho por el ser humano.

Hay que evitar la interpretación de este amor y de este servicio en una dimensión puramente individualista. Nuestro prójimo no es sólo el hombre o la mujer individuales. Es, y hoy más que nunca, el hombre en la colectividad. Son las mayorías, la clase social explotada, la raza marginada, el pueblo oprimido.

Ya el papa Pío XII hablaba de una "caridad política". Dar de comer no es dar un plato de comida, por más que a veces esto sea urgente y necesario. Dar de comer es posibilitar que los pueblos coman y para esto es necesaria no tanto la beneficencia, sino la transformación de las estructuras económicas que impiden que hoy todos puedan comer. Y así podíamos decir de todos los actos de servicio por los que Dios juzgará a los hombres. Si a Dios le encontramos en nuestro hermano, el lugar privilegiado para ese encuentro es el hermano empobrecido y despojado de su misma condición humana por la ambición de otros hombres. Al final de la historia, Jesús, el pobre, nos juzgará en nombre de todos los pobres. El sentido último de la historia pasa por ellos. Nuestro compromiso con ellos determinará nuestra salvación o nuestra condenación definitiva.

Preguntas pedagógicas

1. ¿Qué hará el Hijo del Hombre en el juicio final?
2. ¿Qué dirá a las ovejas puestas a la derecha?
3. ¿Qué dirá a los cabritos puestos a la izquierda?
4. ¿Sobre qué clase de acciones pe­dirá cuentas a ovejas y cabritos?
5. ¿Nuestra fe tendrá qué ver con nuestro proceder y con las necesidades del prójimo?

Reflexión

¿Nuestra fe celebrada en la Euca­ristía tiene algo qué ver con mi manera de pensar y realizar mi vida personal y social?
¿Con la moralidad de mis actos, con la caridad fraterna?
¿Con la construcción de la socie­dad terrena; es decir, con el desa­rrollo de la economía, la política y la cultura de nuestro tiempo?

La Eucaristía, fuente y cumbre

El Concilio Vaticano II expresa con claridad teológico-pastoral que la liturgia, especialmente la Eucaristía, ha de ser la fuente y cumbre hacia donde tienda toda la vida de la Iglesia.

Es FUENTE porque de ella emanan toda la gracia y orientación de toda la acción proyectiva y futura del hombre individual y grupal; personal y comu­nitaria, familiar y económica, política y cultural.

Es CUMBRE de toda acción del que cree en Jesús Eucaristía, Misterio Eu­carístico Pascual. Hacia ella se orienta toda la vida cristiana; así la acción hu­mana se diviniza y se vuelve ofrenda agradable en la unión al sacrificio de Jesús Eucaristía.

Se que mi salvación no se dará sin tres ingredientes: Oración, Penitencia y Obras de Caridad.


24.

El último Evangelio que la Iglesia nos ofrece para la meditación conecta con la vida diaria del cristiano. Todos llegamos al final de una vida material y al comienzo de una vida definitiva en Dios. ¿Cómo será ese paso, ese encuentro?

La evaluación de lo que hemos hecho en nuestra vida no será, según Dios, en función de la fama, el poder o el dinero que hayamos ganado, sino de la vida entregada en especial a los más pobres y necesitados, de las obras y conductas tenidas con los que en la vida no fueron relevantes.

Curiosamente, el texto no nos habla de los grandes sacrificios y de las grandes renuncias que podemos hacer por amor a Dios, sino de las pequeñas obras que día a día podemos ir haciendo en beneficio de los que más lo necesitan.

Jesús aparece como el referente ante el cual todos seremos juzgados. Es el Señor el juez único de todas las personas y el redentor de todos los seres humanos. No nos habla de una divinidad abstracta y alejada del mundo sino de Dios hecho hombre que se entregó para salvarnos y que se quedó disfrazado de pobre y débil en nuestro mundo.

Este evangelio nos viene a recordar que el seguimiento de Jesús no es algo teórico sino práctico. A .Jesús no se le sigue por la mera lectura de libros o teorías más o menos convenientes. El encuentro con el Señor se da en la vida diaria, en cada rincón del mundo y de nuestro interior.

Hay personas que están sumamente preocupadas de lo que van a llevar en sus manos cuando se presenten ante Dios; son las buenas obras las que quieren determinar el encuentro. Cuanto más buenas obras haga, más cerca estaré de Dios... Y me parece que es justo lo contrario. No me refiero al no hacer obras buenas. Las obras buenas son un distintivo clarísimo del cristiano. La fe y las obras deben ir unidas en una síntesis bien entendida del evangelio... Me refiero a que la vida del cristiano no es un acumular obras buenas para presentarlas al Señor para que Él vea quiénes somos... Las obras del cristiano tienen que ir definidas por un vaciamiento. Me doy a los demás vaciándome de mi mismo, de mis intereses y perspectivas humanas. Sólo así Dios es Dios.

El día en el que muera quiero presentarme ante Dios con las manos vacías (ya Él sabe dónde fue a parar las cosas y carismas que me dio...) y decirle: mira Señor, me diste alegría y la sembré a los demás; inteligencia y la puse al servicio desinteresado de los otros; esperanza y la entregué al que la necesitaba... El repertorio con el que voy ante Dios no es de lo que tengo, de lo bueno que he hecho... Llegaré a Dios vacío, suplicante, mendigo, pobre... y Él será mi única ayuda para siempre...

Siempre me llamó la atención que cuando una persona crece más en santidad, más pobre y débil se encuentra ante Dios.

La venida definitiva de Jesús en los últimos tiempos será ante todo un acto de discernimiento. ¿Qué vamos a heredar?: Un reino preparado para ustedes. ¿Qué condiciones tenemos que reunir para heredar el reino?:

o No darle a las cosas mundanas nuestro corazón.

o Un verdadero amor al prójimo. Si hay verdadero amor siempre se puede ayudar, aunque no tengamos medios económicos...

Tenemos que ser dignos herederos de lo que vamos a heredar: la vida eterna.

Los justos se quedan sorprendidos porque no reconocieron a Jesús en el camino de su vida, y el Señor estaba presente en los más débiles. Los injustos llegaron a ser tales por la omisión, porque no hicieron...

***

1. ¿Qué papel juega la fe y las obras en la vida del cristiano?

2. ¿Se pueden hacer obras sin fe?

3. ¿Por qué Dios se ha quedado en los pobres y débiles y no en los fuertes y poderosos?

4. ¿Qué es la vida eterna?

5. ¿Se puede vivir un cristianismo solamente para esta vida sin darle mayor trascendencia?

MARIO SANTANA BUENO


25.

Por, Neptalí Díaz Villán CSsR.

La historia está en las manos de Dios. No podemos negar que existen guerras, injusticias, corrupción, etc., es decir, que la muerte está en la humanidad. Pablo (1ra lect.) aunque reconoció que la muerte habitaba en el ser humano, según la terminología paulina, por el pecado de Adán, vio que la partida no estaba perdida, pues la historia no se había salido de las manos de Dios. “Porque por cuanto la murete entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Así como por Adán todos mueren, en Cristo todos serán vivificados…”.

Ezequiel 34 (1ra lect.) animó a su pueblo que padecía el exilio forzado en Babilonia, con toda la carga psicológica que vivía. Denunció la negligencia de los pastores que contribuyeron para que Israel viviera esos momentos de crisis y anunció la acción de Dios para salvar a su pueblo, así como hace un pastor con sus ovejas: “las sacaré de los países donde estén, y de todas las naciones extranjeras; las reuniré y las llevaré a su propia tierra...” Las experiencias dolorosas a nivel personal, familiar, o comunitario; en las dimensiones económica, afectiva, física, etc., hace que mucha gente viva su drama, sin esperanza. Pero la historia no se le ha salido de las manos a Dios; cayeron Pinochet, Videla, Somoza y otros tiranos que parecían eternizarse, así como los poderosos imperios de Egipto, Babilonia, Roma y tantos otros. Muchas personas han ganado la partida de su propia vida, han corrido la carrera, como Pablo y han llegado a la meta. Necesitamos trabajar y orar con fe robusta y esperanza firme en el Dios de la vida que resucito a Jesús.

¿Cristo Rey?: Decir que Cristo es Rey es cierto, pero tiene sus riesgos, pues podríamos equipararlo con alguno de los reyes absolutistas que ha tenido la humanidad,  sediento de poder, exigiendo respeto por su linaje y por sus “derechos”, a la espera de que todos le  sirvan.

Jesús nunca se dio asimismo el titulo de rey; se llamó Hijo del Hombre (esto en los cuatro evangelios: Mt 24,27.30.37.44; Lc 9,22.26.44.56; Mc 14,21.41.62; Jn 6,27.54.6), título tomado del capítulo 7 de Daniel, donde es notoria la literatura apocalíptica y su interpretación de la historia: un mundo en manos de fuerzas des integradoras y el Hijo del Hombre, enviado de Dios con potestad para devolver la integración y la armonía con Señor.

Si aceptamos para Jesús el titulo de rey, de ninguna manera sería como un rey imperialista sino en tanto que fue dueño de sí mismo, venció en él al odio (Ef 2, 14.16) viviendo para construir un proyecto salvador.

Proyecto que vivió primero él mismo realizando su propio proceso de salvación como ser humano de cara a Dios Padre, y dejando que Dios fuera Dios en él. A partir de su experiencia personal invitó a sus amigos y amigas, discípulos y discípulas, a que vivieran esta misma experiencia, renunciando al espejismo engañoso de pretender ser como dioses (pecado de Adán por el cual entró la muerte), y asumiendo a plenitud la vida humana: que Dios sea Dios y los seres humanos verdaderos hermanos en amor solidario.

Si todos buscamos ser dioses, reyes y señores de los demás, si somos indiferentes al dolor humano, si practicamos o permitimos la injusticia y no vemos a Dios en el otro, especialmente en el necesitado, seremos generadores de muerte.

El juicio que vemos en el evangelio, lo hace solo aquel que sirvió hasta el final: Jesús. En este juicio no se pude comprar a los magistrados para que hagan las leyes a favor de personas influyentes en detrimento de otras, a los abogados para que defiendan causas injustas, ni a los jueces para que dicten sentencias amañadas. No es la justicia ordinaria, es el juicio de Dios, medido con la vara del servicio.

Este evangelio no es para asustarnos con el juicio final, es para tomar conciencia de que nos estamos jugamos la vida y es preciso ser responsables para evitar tanta muerte y por lo tanto la frustración definitiva como individuos y como humanidad. Es una clara invitación a hacer de la humanidad un Reino de Dios y una hermandad entre los seres humanos.

En el tiempo de Jesús las autoridades religiosas, confabuladas con los poderosos, olvidando lo esencial, le daban más importancia a las normas, tradiciones y a la  etiqueta ritualista, que a las quejas del pueblo oprimido bajo la bota romana. Jesús les dijo claramente que no era la pureza de la raza, la religión, las ideologías o las reglas de algunas organizaciones o grupos, lo que salvaba al ser humano, sino una vida solidaria con los hermanos, en especial de los más necesitados: hambrientos, forasteros, desnudos, enfermos y encarcelados. No es que las normas, ritos y tradiciones no sirvan, es que sirven en la medida que nos ayuden a ser mejores seres humanos.

 

Oración de los fieles

A cada petición contestaremos: ‘‘Venga a nosotros tu reino, Señor,”

    Por el Papa, los obispos, sacerdotes y diáconos, religiosos y religiosas, para que cuiden el rebaño a ellos encomendado y busquen a los descarriados.  Roguemos al Señor…

    Por nuestra comunidad, nuestra parroquia y nuestra diócesis, para que Jesucristo sea modelo y ejemplo de nuestra actuación.  Roguemos al Señor…

    Por los pobres y necesitados, para que sepamos descubrir a Cristo Jesús en el rostro de la persona maltratada y necesitada.  Roguemos al Señor…

    Por cada uno de nosotros, para que reconozcamos a Jesucristo como Rey de nuestras vidas y nuestros corazones.  Roguemos al Señor…

    Por nuestros jóvenes, para que de entre ellos surjan las vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal  que necesitan la Iglesia y el mundo de hoy.  Roguemos al Señor…


Exhortación Final

Bendito seas, Padre, porque constituiste a Cristo resucitado
como Señor y Rey de la creación, como juez de vivos y muertos.
Tú eres el Dios santo, tú eres la luz, amor, ternura y misericordia;
y nosotros somos tiniebla, egoísmo, dureza, frialdad y violencia.
No obstante, tú nos quieres a todos tus hijos tal como somos,
Pero nos mandas amarnos unos a otros como Cristo nos amó. 

Nos cuesta mucho, Señor, ver a Jesús en los pobres,
en los marginados, en los rudos, antipáticos y maleducados.
Haznos ver en ellos la cara oculta del Cristo sufriente.
Enciende nuestros corazones con el fuego de tu palabra
y danos tu espíritu de amor que nos transforme por completo
para que, amando a todos, aprobemos tu examen final. 

Amén.

 

 (Tomado de B. Caballero: La Palabra cada Domingo, San Pablo, España, 1993, p. 210)
 


26. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentarios generales

  (EZEQUIEL 34, 11-12. 15-17)

  El Profeta nos promete que en la Era Mesiánica el Hijo de David, el Mesías, será nuestro Rey-Pastor:

— Por culpa de sus jefes, Israel es un rebaño disperso. El Destierro de Babilonia es una calamidad que amenaza la misma supervivencia de Israel. Por eso va a intervenir Yahvé y va a realizar un plan de Redención y Salvación: «Porque así dice el Señor Yahvé: Aquí estoy Yo; Yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él» (11). Y ante todo las rescata de todos los sitios adonde han sido desterradas y dispersadas; las reúne y congrega; las retorna al aprisco y a los pastos de Israel (12-14). Después del Destierro ya no se restauró la Monarquía; el Rey-Pastor será Yahvé.

— Y ahora, desechados y castigados los malos pastores que en vez de ocuparse de las ovejas, egoístas y avaros sólo buscaron las propias conveniencias (1-8), Yahvé mismo se hace Pastor de su pueblo: «Yo mismo apacentaré mis ovejas, Yo mismo las llevaré a reposar. Oráculo de Yahvé» (15).

— Esta maravilla de amor la realizará Dios enviando al Mesías. El Mesías, enviado de Dios, será el nuevo y eterno Rey-Pastor: «Yo suscitaré para ponérselo al frente un solo pastor que las apacentará, mi siervo David; él las apacentará y será su pastor. Yo, Yahvé, seré su Dios y mi siervo David será Rey en medio de ellos» (23). Dios reinará en su pueblo, Dios apacentará su rebaño por medio del Mesías. Jesús, en la parábola del Buen Pastor (Jn 10, 11,8), reivindica para Sí este título y esta función Mesiánica. El es el Buen Pastor: « Yo soy el Buen Pastor...Y habrá un solo rebaño y in sólo pastor» (Jn 10, 14. 15). Es único Pastor de todas; propietario a una con el Padre del rebaño: «Yo a mis ovejas les doy la vida eterna; y no perecerán jamás, ni las arrebatará nadie de mi mano. Mi Padre que me las dio es superior a todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. El Padre y Yo somos una misma cosa» (Jn 10, 29-30). El recuerdo de David, que de pastor es elevado a Rey, permite a los Profetas dibujar esta hermosa estampa del Mesías. hijo de David, Rey-Pastor.

(1 CORINTIOS 15, 20-26. 28)

Jesús es ya Rey-Pastor Entronizado. Lo es desde su Resurrección:

— El dogma de la Resurrección de Cristo ocupa un lugar clave. La predicación, la fe y la redención se apoyan en ella. Con la Resurrección sube Cristo a ocupar su trono regio y quedan todas las cosas sometidas a su poderío (26).

— Y esta Resurrección de Cristo entraña y postula la nuestra. El resucita como primicias. El resucita como Cabeza (20) Los que son de Cristo resucitarán como El (23). La redención quedaría mutilada sin la resurrección. Esta tendrá lugar en la «consumación» (24). Terminado el estadio combativo y militante del Reino Mesiánico, vencidos todos los poderes del mal (24-25), vencido el Pecado y con él, por fin, derrotada la Muerte (26), el Rey-Mesías, cumplido el plan eterno del Padre (27), someterá al Padre el Reino, para que el Padre reine sobre todos y beatifique con su gloria a todos (28). Por Cristo nos salvamos. Por Cristo entramos en el Reino del Padre.

— San Juan, en el Apocalipsis, nos presenta este bellísimo cuadro del Rey-Pastor y de las ovejas que El pastorea. El cuadro es ya ahora rica realidad, bien que encubierta en velos de fe. En el cielo será plena visión y gozo pleno: «Vi una ingente multitud que nadie era capaz de calcular puestos de pie delante del Trono y delante del Cordero. Todos en grandísimo coro aclamaban: ¡La salvación por nuestro Dios y por el Cordero! ... No tendrán ya más hambre ni padecerán ya más sed. Porque el Cordero que está en medio del Trono los pastoreará (Cordero y Pastor) y los conducirá a las fuentes de las aguas» (Ap 7, 10. 17). Son muy expresivos estos binomios a veces antagónicos (Cordero-León), a veces complementarios (Cordero-Pastor), tan del gusto de Juan

(Ap 5, 6; 7, 17).

(MATEO 25, 31-46)

Mateo en este cuadro escatológico nos presenta al Rey-Pastor en su función de Rey-Juez:

— Con la escena aquí descrita se cierra el advenimiento en fe y amor que a lo largo de la etapa peregrinante ha realizado Cristo. Hasta ahora ha sido aceptado y amado por las almas fieles. Ahora se inicia la etapa del reino glorioso y eterno. Cristo hace su epifanía o Parusía de Rey-Juez. El cuadro del Juicio final queda descrito con mano maestra: La gloria del Juez; los ángeles que ejecutan sus órdenes; los hombres que son todos examinados; la sentencia de vida eterna para los buenos, de eterno tormento para los malos.

— El examen se hace sustancialmente sobre la caridad u obras de misericordia (35. 42) realizadas como fruto y exigencia de la fe. En la medida que ganamos en amor crece el Reino de Dios. Por eso cada celebración eucarística es realización y desarrollo del Reino.

— El Juez es Cristo, que se nos presenta, una vez más, como Rey-Pastor. Y su juicio será separar las ovejas de los cabritos. El Buen Pastor entra a todas las ovejas que el Padre le ha confiado, a todas las que en El han creído y le han amado en el aprisco seguro de la vida eterna (34). El juicio del Rey-Pastor será más riguroso contra los que, infieles a su responsabilidad de guiar a las ovejas, las han descarriado: «¡Ay de los pastores de Israel que se apacientan a sí mismos! ¿No deben los pastores apacentar el rebaño? Mas vosotros os habéis tomado la leche, os habéis vestido con la lana, habéis sacrificado las ovejas pingües; no habéis apacentado a mi rebaño» (Ez 34, 2-3). En el Juicio final esos pastores egoístas, avaros, mercenarios, cobardes, aprovechados, son castigados. Han servido al demonio y no a Cristo. Con el demonio sufrirán eternamente (41).

— El catálogo de obras o servicios al prójimo es indicativo, no exhaustivo. En toda necesidad, espiritual, cultural, corporal, de cualquiera de nuestros «hermanos», debemos sentirnos interpelados. Mejor, debemos ver en todo prójimo necesitado a Cristo «Pobre». El mínimo servicio de caridad al prójimo tiene valor de amor y de servicio a Cristo.

El destino escatológico se nos presenta en línea de continuidad con la conducta de acá. Quien vivió en el amor, entrará en el Reino del amor. El de acá fue amor de servicio, en entrega y sacrificio; el de allá será amor de gozo, en eterna y plena visión y fruición de Dios.

Quien, empero, vivió en egoísmo, entrará en el reino del frío y del odio. El infierno es el desamor; es el egoísmo gélido. Y todo a nivel de eternidad. Es decir, sin esperanza, sin término, sin alivio.

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),'Ministros de la Palabra', ciclo 'A', Herder, Barcelona 1979.E


JUAN B LEHMANN V.D.

CRISTO REY

1. Oportuna institución de la fiesta de Cristo Rey. — Es curioso que la Iglesia haya instituido la fiesta de Cristo Rey en una época como la nuestra que ha visto caer las coronas reales, como caen en otoño las hojas de los árboles. Hoy vemos a los católicos agruparse alrededor del altar de Cristo Rey, y celebrar su coronación y su reinado, mientras sobre las coronas de la tierra se forman los juicios más contradictorios.

¿Intentará la Iglesia con esta festividad protestar aunque indirectamente contra los acontecimientos de estos últimos años? ¿No habrá más bien cometido un error, al intentar defender ideas arcaicas y teorías ya en desuso?

Toda injusticia será siempre calificada por la Iglesia como merece. Pero, en cambio, los asuntos meramente profanos y políticos, serán por ésta apreciados conforme a las palabras de Cristo en el Evangelio: "Mi reino no es de este mundo". Si, a pesar de eso, nos presenta hoy a la persona de Cristo en figura de Rey —hoy no tan simpática—, al hacerlo se coloca por encima de todas las corrientes contemporáneas, como representante de lo sobrenatural, actuando como siempre oportunamente. Seguramente no todos aprueban sus ideas, ni menos lo que llaman sus exigencias, tachándolas de inoportunas. Aun se avendrían a tolerar la figura de la corona, aceptándola hasta con respeto, si no fuera ésta el símbolo de ideas, doctrinas e imposiciones que la moderna humanidad en manera alguna tolera.

La Fiesta de Cristo rey, sin embargo, no es una fiesta cualquiera. Es preciso que los cristianos la comprendan. Las fiestas no son tan sólo bellas flores con que la Iglesia adorna sus altares. La festividad de Cristo Rey no es, como tal vez opinan algunos, una piedra preciosa más en la brillante corona de fiestas del año litúrgico. La significación de la fiesta de Cristo Rey es más profunda. Las fiestas son solemnes llamamientos. Las fiestas nuevas son llamamientos insistentes hechos por la Iglesia en la época crítica en que los pueblos procuran librarse de determinadas leyes y exigencias consideradas como inoportunas y anticuadas. Así las fiestas de la Iglesia Católica se convierten en historia, historia viva, semejantes a las cruzadas, a los concilios, a las canonizaciones, a las fundaciones de Órdenes. Con la introducción de una nueva fiesta en el ciclo de las ya existentes se sabe que la Iglesia quiere actuar eficazmente sobre las costumbres y sobre los destinos de la humanidad.

Eso acontece con la fiesta de Cristo Rey. La Iglesia proclama nuevamente la soberanía de Cristo y de su reino. Nuestro corazón debe henchirse de confianza, al ver a la esposa de Cristo, expuesta a los asaltos de las fuerzas del abismo, rodeada de ejércitos de enemigos, y oírla a pesar de todo pregonar a la faz del mundo con intrépida valentía, que Cristo es ayer, hoy y siempre.

2. Intrépida afirmación de Cristo ante Pilato. — La proclamación de esta festividad ante la humanidad entera, nos recuerda la escena de Nuestro Señor en el Evangelio de hoy. El gobernador romano le pregunta si es rey. Jesús, a quien millares de personas en el desierto quisieron elevar al trono; Jesús, a quien toda la nación hubiera rendido jubiloso homenaje, si en ello hubiera Cristo consentido; Jesús, el que siempre había despreciado y apartado de sí las dignidades y riquezas, asegura ahora formalmente que la corona le pertenece. Reducido al más vil estado de abatimiento y dolor, abandonado por sus más caros amigos, a punto de recibir la ignominiosa sentencia de muerte, se yergue ante el representante del poder imperial, que no puede disimular su sorpresa, para afirmar resueltamente: "Así es como dices: ¡yo soy rey!"

Esta declaración hecha en el momento más solemne de su vida, es digna de todo respeto. Al nombre de Jesús se dobla toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los infiernos. Ardiendo en amor de Cristo el mártir le consagra su sangre, el sabio escritor su pluma, la doncella su pureza. Cristo es Señor del Universo.

Y cambiaron los tiempos de entonces, aquellos en que el cristiano no podía presentarse en la plaza, ni comparecer en los espectáculos, ni ser admitido en los convites; aquellos en que todo se hallaba manchado por la idolatría y profanado por usos paganos. Cambiaron los tiempos de entonces. Pero han vuelto por desgracia.

3. Rebelión del mundo contra la realeza de Cristo. — El mundo moderno rechaza, sí, el incienso ofrecido a los dioses, pero admite y quiere que sean reconocidos los principios paganos. Quiere que le acompañemos en el abuso de la libertad, y en la disolución. Pretende que aprobemos su teatro, su cine, sus diversiones; que convengamos en que no hubo desorden alguno en el paraíso, y en que no existe lo que nosotros llamamos ley de la concupiscencia. ¡Y cuántos católicos de nuestros días se doblegan ante estos dogmas de la impiedad!

a) ¡Libertad! "Libertad" es el lema del neopaganismo, que por libertad entiende verse libre de todo compromiso de naturaleza religiosa. Las tipografías del mundo entero se encargan de propagar y enaltecer ese lema pagano. Los estantes de las bibliotecas se curvan con el peso de los escritos que pregonan esa libertad; la gran prensa sin corazón es la mayor propagandista de estos "principios modernos"; innumerables revistas ilustradas son los apóstoles de estas nuevas doctrinas. Con el señuelo de "libertad" es atraída y cautivada la juventud, quien ensalza con delirante entusiasmo esa gran conquista moderna, que como fuego fatuo la fascina y la arrastra hacia el abismo.

b) Ciencia moderna. La ciencia moderna procura también deshacerse de Dios. La economía mundial prescinde de él. La política internacional no le conoce. El arte vaga por caminos de completa independencia. Los legisladores apartan lo más posible el recuerdo del santo nombre de Dios, por inoportuno e indeseable. La misma familia ve derribados los más sanos principios de pureza y honestidad, y las sagradas leyes de la naturaleza son vergonzosa y criminalmente violadas.

4. La Iglesia acepta la lucha. — Y en medio de esta general apostasía la Iglesia anuncia y proclama la realeza de Cristo. Era de esperar que esta proclamación provocase la risa y el escarnio de los enemigos, risa y escarnio que muy pronto se convertirán en odio, odio infernal con todos los malignos intentos y planes diabólicos de destrucción y de exterminio. Y la Iglesia acepta la lucha, lucha de paloma contra garras y pico de águila, y con firmeza se alza para seguir proclamando ante el mundo moderno "supercivilizado": "¡Cristo es Rey, sí; también el vuestro!" ¡Oh cuan bella aparece la Iglesia enamorada de Cristo! ¡Cuan bella en su admirable intrepidez y santo orgullo! Ese orgullo, ese amor y esa intrepidez es lo que el mundo necesita. Era necesario que resonara esa voz en medio de la confusión ensordecedora de Belial. Era preciso que los amigos de Cristo cobrasen ánimo; que la Iglesia los arrastrara entusiasmados al bando de Cristo, para reñir las batallas contra el espíritu maligno, contra los ejércitos del espíritu de las tinieblas. ¡Cristo es Rey! Le debéis honrar y obedecer. ¡Cristo es Rey! Fe, obediencia y castidad es lo que os pide.

¿Será pura ilusión la realeza de Cristo sobre el mundo? No han faltado quienes en esta proclamación de la Iglesia han visto un acto de desesperación, el último parpadeo vacilante de la luz de su multisecular existencia. ¡No; la Iglesia no muere! Inútil es alzarse contra este dogma. Hay artículos de fe difíciles, incomprensibles; pero éste es clarísimo, evidente. Los mismos enemigos de la Iglesia se ven obligados a rendirse ante las lecciones que les da la historia.

a) Contra el imperio romano pagano. El imperio romano, dominador del orbe, se levantó contra un puñado de débiles criaturas, indefensas doncellas y caducos ancianos. Mas éstos poseían la verdad cuando al caer bañados en su propia sangre enrojeciendo la arena del anfiteatro, exclamaban, despidiéndose de la vida: Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat! ¡Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera!

b) Contra las sectas. Desde los primeros siglos se formaron sectas de formidable poderío en el seno de la misma Iglesia, sectas que perturbaban y amenazaban acabar con su existencia. Ciencia, política, poder, masas sugestionadas, todo se aunaba para combatir a la Iglesia. El águila abría sus alas gigantescas precipitándose sobre la paloma. ¡Y Cristo venció! Herida de muerte se hallaba la paloma, cuando el occidente estaba en llamas, y la cristiandad a punto de desmoronarse. Sangrando por mil heridas, mientras los enemigos daban ya por cierta la victoria, lanzó la Iglesia grito angustioso, poniendo en Cristo su esperanza y proclamando su reino indefectible. Y esto la salvó.

c) Contra el neopaganismo. Nuevamente envuelven al mundo las tinieblas, y por entre la oscuridad se oye el batir de las fatídicas alas. Mas la Iglesia, segura con la experiencia de los siglos pasados, al verse protegida por el Espíritu Santo, que jamás la abandona, se alza contra el espíritu infernal proclamando el lema de los cristianos: Cristo es Rey.

Dios permite las terribles acometidas de los espíritus de las tinieblas, y aun les concede treguas tanto a ellos como a sus mensajeros.

Se les diría que les cede la delantera, a semejanza de poderoso gigante que de buen grado permite adelantarse al enano que se le viene encima con gesto amenazador. Los cobardes e insensatos se ponen de parte del enano, cuyas gracias se disputan. Ya el Salmista preguntaba a los poderosos de la tierra: "¿Por qué causa se han embravecido las naciones, y los pueblos maquinan vanos proyectos?" Y el mismo Salmista daba la respuesta: "Aquel que reside en los cielos se burlará de ellos; se mofará de ellos el Señor." (Salmo 2, 1 y 4.)

Muy desigual es la lucha entre el cristianismo y el neopaganismo, siendo éste el que lleva la peor parte, puesto que con la Iglesia está el Hijo de Dios vivo.

No obra ésta imprudente ni neciamente al no prestar homenaje a la cultura moderna, y mucho menos al no someterse a ella con humilde obediencia. Hasta los mismos mundanos se cansarán bien pronto de esa falsa cultura. El corazón humano no puede por mucho tiempo verse privado de los bienes sobrenaturales. El Hijo de Dios se ofrece todos los días en millones de altares a su Padre celestial, y a millones de corazones confirma en la fe y en su amor para el combate decisivo.

La fiesta de Cristo Rey tiene su razón de ser, y debemos y queremos los cristianos solemnizarla de todo corazón. Convirtámosla en nuestra fiesta proclamando a Jesús por nuestro Rey. ¡Cuántos católicos hay débiles y vacilantes! No queramos formar en sus filas. ¡Vemos tantos reveses, tantas caídas, tantas infidelidades! Muchos hay que claman por la reforma de las costumbres, y carecen ellos mismos de la suficiente energía para combatir sus propios vicios y guardar la castidad propia de su estado. Muchos hay entre los soldados de Cristo, que no agradan a su jefe, por tener un espíritu rebelde y poco mortificado.

Procuremos ser verdaderos soldados de Cristo. Asimilemos cada vez más el espíritu de la Iglesia, espíritu combativo contra el mal, comenzando por nosotros mismos. Y una vez que nos hayamos vencido, entremos valerosos y denodados a formar en las filas de los que pelean por el reino de Cristo en el hogar, en la familia, en la parroquia, en la diócesis y en la sociedad.

¡Sea, pues, Cristo nuestro Rey y nuestro Soberano, y seamos nosotros sus fieles y devotos súbditos para que "vean los hombres nuestras buenas obras, y glorifiquen al Padre que está en los cielos!"

(Tomado de “Salió el Sembrador…Tomo IV,” Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1947, Pág. 352 y ss.)



ROYO MARIN O.P.

La realeza de Cristo

348. Santo Tomás no dedica en la Suma Teológica una cuestión especial a la realeza de Cristo, pero alude expresamente a ella en la cuestión de la exaltación a la diestra del Padre—que acabamos de examinar—y en la siguiente, que trata de la potestad judicial de Cristo, que es una consecuencia y derivación de su potestad regia, como dice el propio Santo Tomás. Vamos a recoger, en primer lugar, los textos a que acabamos de aludir, y a continuación haremos un breve estudio sistemático de la realeza de Cristo, que ha adquirido en nuestros días palpitante actualidad con motivo de la institución de la fiesta litúrgica de Cristo Rey.

«Se dice que Cristo está sentado a la diestra del Padre, en cuanto reina junto con el Padre y de El tiene el poder judicial; como el ministro que se sienta a la derecha del rey le asiste en el reinar y en el juzgar».

«El poder judicial es consiguiente a la dignidad regia, según leemos en los Proverbios: «El rey, sentado en el tribunal, con su mirar disipa el mal» (Prov 20,8). Cristo obtuvo la dignidad regia sin merecimientos, pues le compete en cuanto es el Unigénito de Dios. Por eso dice San Lucas: «Le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin» (Le 1,32-33) 2.

«Ya hemos dicho que el poder judicial es consiguiente a la dignidad real. Pero, aunque Cristo fue constituido rey por Dios, no quiso, sin embargo, mientras vivió en la tierra, administrar temporalmente un reino terreno. Por eso dijo El mismo: «Mi reino no es de este mundo» (lo 18,36). E igualmente no quiso ejercer su poder judicial sobre las cosas temporales (cf. Lc 12,13-14), ya que vino al mundo a elevar los hombres a las cosas divinas» 3.

Vamos a ofrecer ahora una breve síntesis de la doctrina teológica sobre la realeza de Cristo, siguiendo las directrices de la magnífica encíclica de Pío XI Quas primas, a ella dedicada 4.

Conclusión 1º Cristo-hombre es Rey de la humanidad no sólo en sentido metafórico, sino también en sentido estricto, literal y propio.

349. He aquí las pruebas de la conclusión en sus dos partes:

1. ° en sentido metafórico. Escuchemos a Pío XI : 5

«Ha sido costumbre muy generalizada ya desde antiguo llamar Rey a Jesucristo en sentido metafórico, por el supremo grado de excelencia que posee, y que le levanta sobre toda la creación» [4].

En este sentido se dice que Cristo reina:

a) Sobre las inteligencias de los hombres, en cuanto que El es la suprema Verdad, de la que se derivan todas las demás verdades.

b) Sobre las voluntades, en cuanto que enciende en ellas los más altos propósitos.

c) Sobre los corazones, arrastrándolos a su amor con su inefable caridad y misericordia.

2. ° en sentido estricto, literal y propio.

«Sin embargo, es evidente que también en sentido propio hay que atribuir a Jesucristo-hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo como hombre se puede afirmar de Cristo que recibió del Padre la potestad, el poder y el reino (Dan 7,13-14), ya que como Verbo de Dios, identificado substancialmente con el Padre, posee necesariamente en común con el Padre todas las cosas y, por tanto, también el mismo poder supremo y absoluto sobre toda la creación» [4],

Consta, en efecto, en multitud de textos de la Sagrada Escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Citamos tan sólo unos pocos: «Vi venir en las nubes del cielo a un como hijo de hombre, que se llegó al anciano de muchos años y fue presentado a éste. Fuele dado el señorío, la gloria y el imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron, y su dominio es dominio eterno, que no acabará nunca, y su imperio, imperio que nunca desaparecerá» (Dan 7,13-14).

«Y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin» (Le 1,32-33).

«Le dijo entonces Pilato: ¿Luego tú eres rey? Respondió Jesús: Tú lo has dicho» (lo 18,37).

«Tiene sobre su manto y sobre su muslo escrito su nombre: Rey de reyes y Señor de los que dominan» (Apoc 19,16).

Los Santos Padres tienen textos hermosísimos sobre la realeza de Cristo y la santa Iglesia veneró siempre a su divino Fundador como Rey supremo de cielos y tierra, y ha instituido en nuestros días la fiesta litúrgica de Cristo Rey, que se celebra anualmente el último domingo de octubre.

Conclusión 2.a El fundamento de la realeza de Cristo-hombre es la unión hipostática de su naturaleza humana con la persona del Verbo divino.

350. Es evidente que Cristo, en cuanto Verbo de Dios, es el Creador y Conservador de todo cuanto existe, y tiene, por lo mismo, pleno y absoluto dominio sobre toda la creación universal. Y en cuanto hombre participa plenamente de esta potestad natural del Hijo de Dios en virtud de la unión hipostática de su naturaleza humana con la persona misma del Verbo. Lo afirma expresamente Pío XI: «La autoridad de Cristo se funda en la admirable unión hipostática. De donde se sigue que Cristo no sólo debe ser adorado como Dios por los ángeles y por los hombres, sino que, además, los ángeles y los hombres deben sumisión y obediencia a Cristo en cuanto hombre; en una palabra, por el solo hecho de la unión hipostática, Cristo tiene potestad sobre la creación universal» [6].

Conclusión 3 º Cristo-hombre es Rey del universo también por derecho de conquista.

351. Aunque Cristo-hombre no poseyera la potestad regia universal por su unión personal con el Verbo, tendría derecho a ella por derecho de conquista, esto es, por haber redimido al mundo con su pasión y muerte en la cruz. Escuchemos a Pío XI:

«Por otra parte, ¿hay realidad más dulce y consoladora para el hombre que el pensamiento de que Cristo reina sobre nosotros, no sólo por un derecho de naturaleza, sino además por un derecho de conquista adquirido, esto es, el derecho de la redención? Ojalá los hombres olvidadizos recordasen el gran precio con que nos ha rescatado nuestro Salvador: Habéis sido rescatados..., no con plata y oro corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de cordero sin defecto ni mancha (1 Petr 1,18-19). No somos ya nuestros, porque Cristo nos ha comprado a precio grande (1 Cor 6,20). Nuestros mismos cuerpos son miembros de Cristo (1 Cor 6,15)» [6].

Conclusión 4 º Lo es también por ser cabeza de la Iglesia, por la plenitud de su gracia y por derecho de herencia.

352. A estas dos razones que Pío XI recoge en su encíclica —unión hipostática y redención—Santo Tomás añade otras dos: por ser cabeza de todos los hombres y por la plenitud de su gracia, a las que puede añadirse todavía el derecho de herencia. He aquí los textos:

a) Por ser cabeza de la iglesia.

«Ya queda dicho que Cristo, aun en la naturaleza humana, es cabeza de toda la Iglesia y que «Dios puso todas las cosas bajo sus pies» (Ps 8,8). Por tanto, a El pertenece, aun en cuanto hombre, tener poder judicial» 6.

Ahora bien: el poder judicial es una consecuencia o propiedad del poder real, como dice el propio Santo Tomás y es cosa evidente7. Luego la realeza de Cristo sobre los hombres es una consecuencia de su gracia capital, o sea, del hecho de ser cabeza de la Iglesia.

b) Por la plenitud de su gracia.

«La potestad judicial—y, por lo mismo, la potestad regia—compete a Cristo hombre: a) por razón de su persona divina; b) por la dignidad de cabeza; y c) por la plenitud de su gracia. También la obtuvo por sus propios merecimientos», o sea, por derecho de conquista o de redención 8.

c) Por derecho de herencia

Puede invocarse también el derecho de herencia como título de Cristo-hombre para la potestad real. Dice San Pablo que Dios «nos habló en estos últimos tiempos por su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas» (Hebr 1,2). Ahora bien: el heredero goza de todos los derechos y prerrogativas que poseía el padre; luego Cristo-hombre ha heredado del Padre su potestad real.

1 III 58,1.
2 III 59,3 object.i.
3 III 59,4 ad i.
4 Lleva la fecha del 11 de diciembre de 1925; cf. AAS 17 (1925) 593-610. Puede verse en Doctrina Pontificia vol.2 (Documentos políticos), BAG (Madrid 1958) p.493-517.
5 Nos referimos siempre a la encíclica Ojias primas. Para no multiplicar las llamadas al pie de página, indicaremos entre corchetes, al final de cada texto, el número marginal que dicha encíclica tiene en la edición de la BAC que hemos citado en la nota anterior, y de la que tomamos todas las citas.
6 HI 59,2.
7 Cf. III 59,3 objet.i; 59,4 ad r.
8 III 59,3.

(Jesucristo y la vida Cristiana, BAC Madrid, 1961, pag 370 y ss)


 

SAN JUAN CRISOSTOMO

  Imitemos el Ejemplo de Cristo,

que perdonó a quienes le crucificaron.

Teniendo delante tales ejemplos, no os diré que muramos por nuestros enemigos. Eso debiéramos también hacer; pero ya que somos demasiados débiles, me contento por ahora con deciros que por lo menos no envidiemos a nuestros amigos ni seamos ingratos con nuestros bienhechores. No os digo de momento que hagamos bien a quienes no hacen mal. También eso lo deseo; mas ya que somos demasiados toscos, por lo meno no tomemos venganza. Porque ¿es acaso nuestra religión pura comedia e hipocresía? Entonces, ¿por qué nos ponemos en posición diametralmente contraria a lo que se nos manda en ella? No sin razón están escritos los hechos del Señor, y particularmente cuando hizo al tiempo mimo de su pasión, hechos bastantes de suyo para haberse atraído a sus mismos verdugos. No. Sin han quedado escritos, es para que imitemos su bondad, para que emulemos su misericordia. Él derribó por tierra a los que fueron a prenderle y, sin embargo, duró la oreja del criado del pontífice y hablo modestamente con la chusma. Y estando levantado en la cruz ¡qué maravillas obró! Desvió los rayos del sol, hizo que se quebraran las rocas y que salieran los muertos de su sepulcro. Durante su juicio mismo, aterró por sueños nocturnos a la mujer del juez y mostró en todo el proceso una mansedumbre capaz de conmover, no menos que sus milagros, a sus mismo enemigos. En la cruz mismo grito: Padre, perdónales este pecado. Después de sepultado, ¡cuánto no hizo por la salvación de ellos! Y después de resucitado, ¿no llamó antes que a nadie a los judíos? ¿No les concedió perdón de sus pecados? ¿No les ofreció bienes infinitos? ¿ Qué maravillas mayor que éstas? Los mismos que le crucificaron, los que respiraban sangre, después de crucificarle, vinieron a ser hijos de Dios. ¿Qué amor comparar con este amor? Escondámonos al oír esto, pues tan lejos estamos de Aquel a quien tenemos mandamiento de imitar. Reconozcamos por lo menos la distancia y condenémonos por lo menos a nosotros mismos, pues hacemos la guerra a los mismos por quienes Cristo dio su vida y no queremos reconciliarnos con aquellos por cuya reconciliación no vaciló Él en derramar su sangre. ¿O es que reconciliaros es también un gasto, una pérdida de dinero, que es lo que pretextáis cuando se os habla de la limosna?

(homilía 79 sobre San Mateo)


 

LEONARDO CASTELLANI

Cristo Rey

—Entonces, ¿te afirmas en que eres Rey?

—Sí lo soy, — respondió Jesús tranquilamente; y añadió después, mirándolo cara a cara: — Yo para eso nací y para eso vine al mundo, para dar testimonio de la Verdad. Todo el que es de la Verdad oye mi voz.

Dijo Pilatos:

—¿Qué es la Verdad?

Y sin esperar respuesta, salió a los judíos y les dijo:

—Yo no le veo culpa. Pero ellos gritaron:

—Todo el que se hace Rey, es enemigo del César. Si lo sueltas a éste, vas en contra del César.

He aquí solemnemente afirmada por Cristo su reyecía, al fin de su carrera, delante de un tribunal, a riesgo y costa de su vida; y a esto le llama El dar testimonio de la Verdad, y afirma que su Vida no tiene otro objeto que éste. Y le costó la vida, salieron con la suya los que dijeron: "No queremos a éste por Rey, no tenemos más Rey que el César"; pero en lo alto de la Cruz donde murió este Rey rechazado, había un letrero en tres lenguas, hebrea, griega y latina, que decía: Jesús Nazareno Rey de los Judíos"; y hoy día, en todas las iglesias del mundo y en todas las lenguas conocidas, a 2.000 años de distancia de aquella afirmación formidable: "Yo soy Rey", miles y miles de seres humanos proclaman junto con nosotros su fe en el Reino de Cristo y la obediencia de sus corazones1a su Corazón Divino.

Por encima del clamor de la batalla en que se destrozan los humanos, en medio de la confusión y de las nubes de mentiras y engaños en que vivimos, oprimidos los corazones por las tribulaciones del mundo y las tribulaciones propias, la Iglesia Católica, imperecedero Reino de Cristo, está de pie para dar como su Divino Maestro testimonio de Verdad y para defender esa Verdad por encima de todo. Por encima del tumulto y de la polvareda, con los ojos fijos en la Cruz, firme en su experiencia de veinte siglos, segura de su porvenir profetizado, lista para soportar la prueba y la lucha en la esperanza cierta del triunfo, la Iglesia, con su sola presencia y con su silencio mismo, está diciendo a todos los Caifás, Herodes y Pilatos del mundo que aquella palabra de su divino Fundador no ha sido vana.

El Mundo Moderno, que renegó la reyecía de su Rey Eterno y Señor Universal, como consecuencia directa y demostrable de ello se ve ahora empantanado en un atolladero y castigado por los tres primeros caballos del Apocalipsis; y entonces le echa la culpa a Cristo. Acabo de oír por Radio Excelsior (Sección Amena) una poesía de un tal Alejandro Flores, aunque mediocre, bastante vistosa, llamada Oración de este Siglo a Cristo, en que expresa justamente esto: se queja de la guerra, se espanta de la crisis (racionamiento de nafta), dice que Cristo es impotente, que su sueño de paz y de amor ha fracasado, y le pide que vuelva de nuevo al mundo, pero no a ser crucificado.

El pobre miope no ve que Cristo está volviendo en estos momentos al mundo, pero está volviendo como Rey (¿o qué se ha pensado él que es un Rey?); está volviendo de Ezrah, donde pisó el lagar El solo con los vestidos salpicados de rojo, como lo pintaron los profetas, y tiene en la mano el bieldo y la segur para limpiar su heredad y para podar su viña. ¿O se ha pensado él que Jesucristo es una reina de juegos florales?

Y ésta es la respuesta a los que hoy día se escandalizan de la impotencia del Cristianismo y de la gran desolación espiritual y material que reina en la tierra. Creen que la guerra actual es una gran desobediencia a Cristo, y en consecuencia dudan de que Cristo sea realmente Rey, como dudó Pilatos, viéndole atado e impotente. Pero la guerra actual no es una gran desobediencia a Cristo: es la consecuencia de una gran desobediencia, es el castigo de una gran desobediencia y — consolémonos — es la preparación de una gran obediencia y de una gran restauración del Reino de Cristo. Porque se me subleven una parte de mis súbditos, Yo no dejo de ser Rey mientras conserve el poder de castigarlos, dice Cristo. En la última parábola que San Lucas cuenta, antes de la Pasión, está prenunciado eso: "Semejante es el Reino de los cielos a un Rey que fue a hacerse cargo de un Reino que le tocaba por herencia. Y algunos de sus vasallos le mandaron embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. Y cuando se hizo cargo del Reino, mandó que le trajeran aquellos sublevados y les dieran muerte en su presencia". Eso contó N. S. Jesucristo hablando de sí mismo, y cuando lo contó, no se parecía mucho a esos Cristos melosos, de melena rubia, de sonrisita triste y de ojos acaramelados que algunos pintan. Es un Rey de paz, es un Rey de amor, de verdad, de mansedumbre, de dulzura para los que le quieren; pero es Rey verdadero para todos, aunque no le quieran, ¡y tanto peor para el que no le quiera! Los hombres y los pueblos podrán rechazar la llamada amorosa del Corazón de Cristo y escupir contra el cielo; pero no pueden cambiar la naturaleza de las cosas. El hombre es un ser dependiente, y si no depende de quien debe, dependerá de quien no debe; si no quiere por dueño a Cristo, tendrá el demonio por dueño. "No podéis servir a Dios y a las riquezas", dijo Cristo, y el mundo moderno es el ejemplo lamentable: no quiso reconocer a Dios como dueño, y cayó bajo el dominio de Plutón, el demonio de las riquezas.

(¿Cristo vuelve o no vuelve?, Ed Paucis Pango, Buenos Aires, 1951, Pág 167 y ss.)


 

 Dr. Isidro Gomá y Tomás 

180 - El Juicio Final Mt, 25, 31-46

Explicación . — A la reiterada exhortación a la vigilancia, por la proximidad del juicio, añade Jesús, como conclusión del magnífico discurso, la grandiosa descripción del juicio final. Oportunísimo es este cuadro final de la enseñanza pública de nuestro Señor; ya porque convergiendo a él todas las enseñanzas del sermón escatológico, las conveniencias oratorias demandaban la descripción de un cuadro plástico que fijara la doctrina en el espíritu de sus discípulos; ya para que en las horas de humillación que se le acercaban levantasen su mente, recordando la majestad futura del Juzgador de todos los hombres.

Forma del juicio: Los Elegidos (31-36) . — Jesús había anunciado la venida del Hijo del hombre, entre espasmos del mundo en este mismo discurso (24, 30: núm. 174). Ahora va a describir la forma con que aparecerá: Y cuando viniere el Hijo del hombre con su majestad... Cristo hará el juicio de la humanidad como Hijo del hombre, es decir, como Dios-Hombre. El Padre le dio esta potestad como tal (loh. 5, 27); y vendrá en su majestad, en su gloria, en magnífica y terrible manifestación de su poder. Formarán su corte todos los ángeles del cielo: así conviene a la majestad del Rey de la gloria; así lo reclama su cualidad de testigos de los hombres a quienes ministraron: Y todos los ángeles con él. Los jueces pronuncian sentados sus sentencias; Cristo aparecerá sentado en gloriosísimo trono, quizás sobre una nube resplandeciente (Act. 1, 9,11): Se sentará entonces, por contraposición a su actual humildad, en el trono de su majestad.

Magnífico y terrible es el aspecto del tribunal; no lo es menos la magnitud de la asamblea que ante él se congrega: Y serán todas las gentes reunidas ante él, todas las generaciones, razas, pueblos que fueron, de cualquier religión. Durante el curso de los siglos vivieron buenos y malos mezclados; quizás no había manera de distinguirlos: ahora el Sumo Juez los separa: Y separará a los unos de los otros. Como Dios que es, con imperio sobre todo ser, los separa con la facilidad con que un pastor divide las ovejas del rebaño cabrío: Como el pastor separa las ovejas de los cabritos, sin error, sin vacilación. Las ovejas son símbolo de los buenos, por su mansedumbre; los cabritos lo son de los malos, por su carácter arisco; sobre el macho cabrío confesaba el gran sacerdote todos los pecados del pueblo de Israel (Lev. 16. 20 sigs.). Por ello son colocadas las ovejas a la diestra, lugar de honor, y a la izquierda los del ganado cabrío: Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a la izquierda.

El Hijo del hombre es Rey supremo de los hombres: al rey corresponde la suprema potestad judicial: Cristo Rey-Mesías, juzgará a la humanidad en cualidad de tal: Entonces dirá el rey a los que estarán a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, llenos de bienes de gracia y gloria por la sobre-eminencia de la bendición divina: como hijos de Dios por la redención de Cristo, y como tales herederos de Dios y coherederos de Cristo (Rom. 8, 17), recibid en herencia, como cosa propia, el reino magnífico que al crear el mundo dispuso el Padre para quienes desde la eternidad predestinó: Poseed el reino que os está preparado desde que se hizo el mundo.

Y da Jesús la razón de la magnificencia del premio: son las buenas obras que practicaron los buenos: Porque tuve hambre, y me disteis de comer: tuve sed, y me disteis de beber, lo que en una tierra árida como la Palestina es muy de agradecer: era huésped, y me hospedasteis, recibiéndome en vuestra casa como individuo de vuestra familia: desnudo, mal vestido, y me cubristeis: enfermo, y me visitasteis: estaba en la cárcel, y vinisteis a verme. Pone Jesús estas obras de misericordia por vía de ejemplo, no porque ellas basten para alcanzar el cielo; pero ordinariamente no se producen si no hay gran amor de Dios y del prójimo, que son los fundamentos de la vida cristiana, a más de que nada recomendó tanto Jesús como la caridad con el prójimo.

El porque de la sentencia feliz (37-40). — En el humilde concepto que suelen los buenos tener de sí, se pasmarán de la desproporción entre sus obras, en apariencia sencillas, y la estupenda grandeza del premio: Entonces le responderán los justos, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer: o sediento, y te dimos de beber? Y ¿cuándo te vimos huésped, y te hospedamos? o ¿desnudo, y te vestimos? O ¿cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y te fuimos a ver? ¿Tendrán lugar estos razonamientos entre el divino Juez y los elegidos? No es de creer: todo ello no es más que una manera sensible de ilustrar a sus discípulos sobre la forma del juicio. Hay quienes admiten que Cristo pronunciará sólo la sentencia en alta voz; ni esto admite Santo Tomás. Más bien parece que una especie de instinto divino ilustrará a los elegidos interiormente para que conozcan la razón del felicísimo fallo.

Y manifestando Jesús su pensamiento, que no es otro que la solidaridad indestructible que hay entre la caridad de Dios y la del prójimo, les hace ver el sumo valor que tienen las buenas obras, aunque sean hechas en favor de los desconocidos, de los pobres y abyectos ante los hombres, a los cuales llama con el dulce nombre de "hermano", como sean hechas en su nombre y por su amor: Y respondiendo el rey, les dirá. En verdad os digo, que siempre que lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mi lo hicisteis.

La Sentencia de los malos (41-46) . — Es tan terrible como dulce es la de los buenos. Entonces dirá también a los que estarán a la izquierda: Apartaos de mi; he aquí la pena de daño, la privación de la visión y compañía de Dios, y con ella, la privación de todo Bien, porque no hay bien alguno fuera del Sumo Bien. Luego les maldice, o les declara malditos; y como la palabra de Dios es eficacísima, con la maldición de Cristo serán cargados los réprobos con toda suerte de males. Añade la pena de sentido: Al fuego eterno, fuego verdadero, aunque de distinta naturaleza del nuestro, que está aparejado para el diablo y para sus ángeles. Dios no hizo el fuego para los hombres; éstos lo han hecho suyo, siguiendo al demonio, para quien se creó. Nótese la contraposición de las dos sentencias: Venid — Apartaos; Benditos — Malditos: Poseed el reino — Al fuego eterno; Preparado por el Padre — Aparejado para el diablo.

Y prosigue Jesús razonando su sentencia: Porque tuve hambre, y no me disteis de comer: tuve sed, y no me disteis de beber: era huésped y no me hospedasteis: desnudo, y no me cubristeis: enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Repróchales a los malos su falta de caridad con el prójimo; y si no la tuvieron con sus hermanos, que se ven, ¿cuánto menos la tendrían para Dios, que no se ve? Por esto reputa Cristo como tenida para sí la dureza que tuvieron para sus hermanos.

Como suelen los delincuentes, tratan de negar su culpa los réprobos: Entonces ellos también le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o huésped, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel., y no te servimos? Pero Jesús les reduce fácilmente al silencio con la misma razón, aunque en sentido contrario, de la solidaridad de la caridad: Entonces les responderá, diciendo: En verdad os digo, que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos pequeñitos, ni a mi lo hicisteis.

Promulgada la sentencia y alegadas las razones de ella, el Juez divino manda sin demora su ejecución: E irán éstos al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna. No sólo el fuego es eterno, sino el suplicio, como será eterna la vida bienaventurada.

Lecciones morales. A) v. 31. — Cuando viniere el Hijo del hombre con su majestad... — ¿Quién es capaz de ponderar la majestad de Cristo en el último juicio? El es el Hijo del hombre, es decir, el Hombre por antonomasia, el tipo supremo del hombre, el hombre máximo que trasciende sobre todo hombre. Es el Hombre, porque se hizo hombre para centrar á los hombres y llevarlos a Dios. ¡Ay, en estos momentos del juicio, los que no se han dejado llevar a Dios por el Hombre-Dios! Vino al mundo en la benignísima forma de un hombre semejante en todo a los demás, excepto el pecado. Pero su obra de Redentor está acabada; ahora es ya Juez: Juez universal, que viene con toda la majestad del Hombre a quien dio Dios el señorío sobre toda criatura; Juez inexorable, que fallará en estricta justicia; Juez supremo, del que no hay apelación. Ningún genio, en la literatura universal, ha sido capaz de crear un hombre como este Hombre; un juicio como este juicio; un espectáculo semejante a éste; una epopeya tan grandiosa como la epopeya cuyo héroe es Cristo Juzgador del mundo.

B) v. 32. — Y separará a los unos de los otros... — Los buenos, representados por las ovejas, dóciles a la ley y fecundas en buenas obras, de los malos, representados por los machos de cabrío, infecundos, lascivos y montaraces. Será el día de la gran clasificación de la humanidad, en solos dos bandos, los del bien y los del mal, los bienaventurados y los precitos. Grano y paja; cizaña y trigo: y nada más. Se habrá acabado la historia, y las luchas y los afanes de la vida. Se terminó lo pasajero para dar lugar a lo eterno. Ni habrá ya bien ni mal en el sentido moral; porque no habrá ya juego de la libertad, que quedará fija para siempre, en la posesión del Sumo Bien o en la desesperación del sumo mal. Digámosle a Jesús, con la Iglesia, en la "Secuencia" de Difuntos: "Sepárame de los machos de cabrío: sitúame a tu diestra."

C) v- 35- — Tuve hambre, y me disteis de comer... — He aquí el premio de las obras de misericordia. El bien que hacemos a nuestros hermanos, si se lo hacemos por Dios, es de tal trascendencia que los lleva a la posesión del reino del Padre, que es la misma visión personal de Dios. El mundo no ha sabido comprender esta profunda relación que hay entre la misericordia cristiana y nuestros destinos eternos. Como si Dios se empeñara en hacérsela conocer, condena a la inquietud, a los odios sociales, a las guerras fratricidas, al retroceso, a aquellos pueblos cristianos que no ponen como base social de su existencia: la ley de la caridad mutua de los hombres. El egoísmo y la dureza, como destruyen la vida social del hombre, así preparan la catástrofe definitiva de la condenación en el orden individual. En verdad que la misericordia para con el prójimo puede decirse que es el gran factor de la felicidad en el tiempo y en la eternidad.

D ) v. 37. — ¿Cuándo te vimos hambriento, Y te dimos de comer...? — Dirán esto los justos, dice Rábano Mauro, no porque desconfíen de la palabra de Dios, sino como espantados de la magnitud del premio que merecieron sus obras, pequeñas en la apariencia. Es lo que dice el Apóstol: "No hay comparación entre los trabajos de este tiempo y la gloria venidera que se manifestará en nosotros" (Rom. 8, 18). Sólo la generosidad y munificencia de nuestro Padre que está en los cielos es la llave para explicar este misterio de una pequeña semilla que sembramos en la tierra al hacer una buena obra, que se convierte en el árbol que da los frutos dulcísimos y eternos de la gloria.

E ) v. 41. — Aportaos de mí... — Jamas promulgación de ninguna sentencia habrá tenido la amplitud, terribilidad, la eficacia de estas palabras de Jesucristo Juez. Será la escisión de Dios de toda criatura humana prevaricadora sin arrepentimiento; una verdadera vivisección de cosa tan fuerte y vivaz como es el alma humana de Quien es la vida esencial. Es el Padre que desconoce v desposee a sus malos hijos. Es el Criador que repudia a su criatura. Es el Redentor que arroja de sí a quienes han hollado su sangre. Es el Salvador, que pierde « para siempre a quienes no han querido su salvación. Es Dios infinito, infinitamente ultrajado, que castiga infinitamente a quienes le agraviaron y no quisieron lanzarse en los senos infinitos de su misericordia infinita. Este "apartaos" importa un inmenso desamparo. "No nos desampares. Señor, Dios nuestro" [Ps. 37. 22].

F ) v. 46. — Irán éstos al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna. — ¡Suplicio eterno, vida eterna! Debieran bastar estas palabras para regular toda nuestra vida. Porque el término de nuestra vida es la eterna vida; y si no lo logramos, será fatalmente la eterna muerte. No una muerte que importe negación de vida; sino una vida que será una continua muerte, porque será el desgarro eterno de quien debiera ser nuestra vida, y el tormento eterno capaz de causar toda muerte. Así como la eterna vida es la unión eterna a quien es la Vida esencial, con el eterno goce que importa el estar anegado en la fuente de toda vida. Vivamos en el tiempo en forma que podamos vivir eternamente.

(Tomado de “El Evangelio Explicado” Vol. IV, Ed Casulleras 1949, Barcelona, Pág. 151 y ss)


 

JUAN PABLO II

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

DURANTE LA MISA DE CANONIZACIÓN DE DOCE BEATOS:

CIRILO BERTRÁN Y OCHO COMPAÑEROS,

INOCENCIO DE LA INMACULADA,

BENITO MENNI,

TOMÁS DE CORI

Domingo de Cristo Rey, 21 de noviembre de 1999

. "Se sentará en el trono de su gloria" (Mt 25, 31).

La solemnidad litúrgica de hoy se centra en Cristo, Rey del universo, Pantocrátor, como resplandece en el ábside de las antiguas basílicas cristianas. Contemplamos esa majestuosa imagen en este último domingo del año litúrgico.

La realeza de Jesucristo es, según los criterios del mundo, paradójica: es el triunfo del amor, que se realiza en el misterio de la encarnación, pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios. Esta realeza salvífica se revela plenamente en el sacrificio de la cruz, acto supremo de misericordia, en el que se lleva a cabo al mismo tiempo la salvación del mundo y su juicio.

Todo cristiano participa en la realeza de Cristo. En el bautismo, junto con la gracia interior, recibe el impulso a hacer de su existencia un don gratuito y generoso a Dios y a sus hermanos. Esto se manifiesta con gran elocuencia en el testimonio de los santos y las santas, que son modelos de humanidad renovada por el amor divino. Entre ellos, a partir de hoy incluimos con alegría a Cirilo Bertrán y sus ocho compañeros, a Inocencio de la Inmaculada, a Benito Menni y a Tomás de Cori.

2. "Cristo tiene que reinar" hemos escuchado de san Pablo en la segunda lectura. El reinado de Cristo se va construyendo ya en esta tierra mediante el servicio al prójimo, luchando contra el mal, el sufrimiento y las miserias humanas hasta aniquilar la muerte. La fe en Cristo resucitado hace posible el compromiso y la entrega de tantos hombres y mujeres en la transformación del mundo, para devolverlo al Padre: “Así Dios será todo para todos".

Este mismo compromiso es el que animó al hermano Cirilo Bertrán y a sus siete compañeros, Hermanos de las Escuelas Cristianas del Colegio "Nuestra Señora de Covadonga", que habiendo nacido en tierras españolas y uno de ellos en Argentina, coronaron sus vidas con el martirio en Turón (Asturias) en 1934, junto con el padre pasionista Inocencio de la Inmaculada. No temiendo derramar su sangre por Cristo, vencieron a la muerte y participan ahora de la gloria en el reino de Dios. Por eso, hoy tengo la alegría de inscribirlos en el catálogo de los santos, proponiéndolos a la Iglesia universal como modelos de vida cristiana e intercesores nuestros ante Dios.

Al grupo de los mártires de Turón se añade el hermano Jaime Hilario, de la misma Congregación religiosa, y que fue asesinado en Tarragona tres años más tarde. Perdonando a los que lo iban a matar, exclamó: “Amigos, morir por Cristo es reinar".

Todos ellos, como cuentan los testigos, se prepararon a la muerte como habían vivido: con la oración perseverante, en espíritu de fraternidad, sin disimular su condición de religiosos, con la firmeza propia de quien se sabe ciudadano del cielo. No son héroes de una guerra humana en la que no participaron, sino que fueron educadores de la juventud. Por su condición de consagrados y maestros afrontaron su trágico destino como auténtico testimonio de fe, dando con su martirio la última lección de su vida. Que su ejemplo y su intercesión lleguen a toda la familia lasaliana y a la Iglesia entera.

3. "Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, (...) porque estuve enfermo y me visitasteis" (Mt 25, 34. 36). Estas palabras del evangelio proclamado hoy le serán sin duda familiares a Benito Menni, sacerdote de la orden de San Juan de Dios. Su dedicación a los enfermos, vivida según el carisma hospitalario, guió su existencia.

Su espiritualidad surge de la propia experiencia del amor que Dios le tiene. Gran devoto del Corazón de Jesús, Rey de cielos y tierra, y de la Virgen María, encuentra en ellos la fuerza para su dedicación caritativa a los demás, sobre todo a los que sufren: ancianos, niños escrofulosos y poliomielíticos y enfermos mentales. Su servicio a la orden y a la sociedad lo realizó con humildad desde la hospitalidad, con una integridad intachable, que lo convierte en modelo para muchos. Promovió diversas iniciativas, orientando a algunas jóvenes que formarían el primer núcleo del nuevo instituto religioso, fundando en Ciempozuelos (Madrid): las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús. Su espíritu de oración lo llevó a profundizar en el misterio pascual de Cristo, fuente de comprensión del sufrimiento humano y camino para la resurrección. En este día de Cristo Rey, san Benito Menni ilumina con el ejemplo de su vida a quienes quieren seguir las huellas del Maestro por los caminos de la acogida y la hospitalidad.

4. "Yo mismo en persona buscaré a mis ovejas y las cuidaré" (Ez 34, 11). Tomás de Cori, sacerdote de la orden de los Frailes Menores, fue imagen viva del buen Pastor. Como guía amoroso, supo conducir a los hermanos encomendados a su cuidado hacia las verdes praderas de la fe, animado siempre por el ideal franciscano.

En el convento mostraba su espíritu de caridad, siempre disponible para cualquier tarea, incluidas las más humildes. Vivió la realeza del amor y del servicio, según la lógica de Cristo que, como canta la liturgia de hoy, "se ofreció a sí mismo como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumando el misterio de la redención humana" (Prefacio de Jesucristo, Rey del universo).

Como auténtico discípulo del Poverello de Asís, santo Tomás de Cori fue obediente a Cristo, Rey del universo. Meditó y encarnó en su existencia la exigencia evangélica de la pobreza y la entrega de sí a Dios y al prójimo. De este modo, toda su vida aparece como signo del Evangelio y testimonio del amor del Padre celestial, revelado en Cristo y operante en el Espíritu Santo, para la salvación del hombre.

5. Demos gracias a Dios que, a lo largo de los senderos del tiempo, no deja de suscitar luminosos testigos de su reino de justicia y paz. Los doce nuevos santos, a los que hoy tengo la alegría de proponer a la veneración del pueblo de Dios, nos indican el camino que debemos recorrer para llegar preparados al gran jubileo del año 2000. En efecto, no es difícil reconocer en su ejemplaridad algunos elementos que caracterizan el acontecimiento jubilar. Pienso, en particular, en el martirio y en la caridad (cf. Incarnationis mysterium, 12-13). Más en general, esta celebración nos recuerda el gran misterio de la comunión de los santos, fundamento del otro elemento característico del jubileo, que es la indulgencia (cf. ib., 9-10).

Los santos nos señalan el camino del reino de los cielos, el camino del Evangelio aceptado radicalmente. Al mismo tiempo, sostienen nuestra serena certeza de que toda realidad creada encuentra en Cristo su cumplimiento y que, gracias a él, el universo será entregado a Dios Padre plenamente renovado y reconciliado en el amor.

Que san Cirilo Bertrán y sus ocho compañeros, san Inocencio de la Inmaculada, san Benito Menni y santo Tomás de Cori nos ayuden también a nosotros a recorrer este camino de perfección espiritual. Nos sostenga y proteja siempre María, Reina de todos los santos, a quien precisamente hoy contemplamos en su presentación en el Templo. Ojalá que, siguiendo su ejemplo, también nosotros colaboremos fielmente en el misterio de la redención. Amén.


 

Ejemplos Predicables

Mártires Cristeros de México

PEDRO DE JESÚS MALDONADO LUCERO

Nació en la ciudad de Chihuahua, Chih. (Arquidiócesis de Chihuahua), el 15 de junio de 1892. Párroco de Santa Isabel, Chih. Su propósito de seminarista: « He pensado tener mi corazón siempre en el cielo, en el sagrario » se convirtió en el ideal de su vida y fuente de toda su actividad sacerdotal. Sacerdote enamorado de Jesús Sacramentado, fue un continuo adorador y fundador de muchos turnos de adoración nocturna entre los feligreses a él confiados. El 10 de febrero de 1937, miércoles de ceniza, celebró la Eucaristía, impartió la ceniza y se dedicó a confesar. De pronto se presentó un grupo de hombres armados para apresarlo. El Padre Pedro tomó un relicario con hostias consagradas y siguió a sus perseguidores. Al llegar a la presidencia municipal, políticos y policías le insultaron y le golpearon. Un pistoletazo dado en la frente le fracturó el cráneo y le hizo saltar el ojo izquierdo. El sacerdote bañado en sangre, cayó casi inconsciente; el relicario se abrió y se cayeron las hostias. Uno de los verdugos las recogió y con cinismo se las dio al sacerdote diciéndole: « Cómete esto ». Por manos de su verdugo se cumplió su anhelo de recibir a Jesús Sacramentado antes de morir. En estado agónico fue trasladado a un hospital público de Chihuahua y al día siguiente, 11 de febrero de 1937, aniversario de su ordenación sacerdotal, consumió su glorioso sacrificio el sacerdote mártir.

MANUEL MORALES

Nació en Mesillas, Zac., perteneciente a la parroquia de Sombrerete, Zac. (Arquidiócesis de Durango), el día 8 de febrero de 1898. Cristiano de una pieza, esposo fiel, padre cariñoso con sus tres pequeños hijos, trabajador cumplido, laico comprometido en el apostolado de su parroquia y de intensa vida espiritual alimentada con la Eucaristía. Miembro de la Acción Católica de la Juventud Mexicana y presidente de la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa, asociación que por medios pacíficos trataba de obtener la derogación de las leyes impías. El día 15 de agosto de 1926, al conocer la prisión del Sr. Cura Batis se movilizó para ir a pedir la libertad de su párroco. Apenas había reunido un grupo de jóvenes para deliberar, cuando la tropa se presentó y el jefe gritó: « ¡Manuel Morales!». Manuel dio un paso adelante y con mucho garbo se presentó: «Yo soy. A sus órdenes». Lo insultaron y comenzaron a golpearlo con saña. Junto con el Sr. Cura fue conducido fuera de la ciudad, y al escuchar que su párroco pedía que le perdonaran la vida en atención a su familia, lleno de valor y de fe le dijo: «Señor Cura, yo muero, pero Dios no muere. El cuidará de mi esposa y de mis hijos». Luego se irguió y exclamó: « ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!». Y el testimonio de su vida quedó firmado con su sangre de mártir.

JUSTINO ORONA MADRIGAL

Nació en Atoyac, Jal. (Diócesis de Ciudad Guzmán), el 14 de abril de 1877. Párroco de Cuquío, Jal. (Arquidiócesis de Guadalajara). Fundador de la Congregación religiosa de las Hermanas Clarisas del Sagrado Corazón. Su vida estuvo marcada por la cruz pero siempre se conservó amable y generoso. En cierta ocasión escribió: «Los que siguen el camino del dolor con fidelidad, pueden subir al cielo con seguridad». Cuando arreció la persecución, permaneció entre sus feligreses diciendo: «Yo entre los míos vivo o muero». Una noche, después de planear con su vicario y compañero de martirio, el padre Atilano Cruz, su especial actividad pastoral, ejercida en medio de incontables peligros, ambos sacerdotes se recogieron para descansar en una casa de rancho de “Las Cruces” cercano a Cuquío. En la madrugada del 1° de julio de 1928 las fuerzas federales y el presidente municipal de Cuquío irrumpieron violentamente en el rancho y golpearon la puerta donde dormían el párroco y su vicario. El Sr. Cura Orona abrió y con fuerte voz saludó a los verdugos: « ¡Viva Cristo Rey!» La respuesta fue una lluvia de balas.

SABAS REYES SALAZAR

Nació en Cocula, Jal. (Arquidiócesis de Guadalajara), el 5 de diciembre de 1883. Vicario de Tototlán, Jal. (Diócesis de San Juan de los Lagos). Sencillo y fervoroso, tenía especial devoción a la Santísima Trinidad. También invocaba frecuentemente a las ánimas del purgatorio. Procuró mucho la formación de los niños jóvenes, tanto en la catequesis como en la enseñanza de ciencias, oficios y artes, especialmente en la música. Cumplido y abnegado en su ministerio. Exigía mucho respeto en todo lo referente al culto y le gustaba que con prontitud se cumpliera cualquier deber. Cuando, por el peligro que había para los sacerdotes, le aconsejaban que saliera de Tototlán, él replicaba: «A mí aquí me dejaron y aquí espero, a ver qué dispone Dios». En la Semana Santa de 1927 llegaron las tropas federales y los agraristas buscando al Sr. Cura Francisco Vizcarra y a sus ministros. Sólo encontraron al padre Reyes y en él concentraron todo su odio. Lo tomaron preso, lo ataron fuertemente a una columna del templo parroquial, lo torturaron tres días por medio del hambre y la sed y con sadismo incalificable, le quemaron las manos porque estaban consagradas. El 13 de abril de 1927, Miércoles Santo, fue conducido al cementerio. Lo remataron a balazos, pero antes de morir, más con el alma que con la voz, pudo gritar el sacerdote mártir: « ¡Viva Cristo Rey!».

(Tomado de www.vatican.va)

¡He aquí mi Rey!

— En junio de 1848 agonizaba en París el célebre escritor Chateaubriand, autor de "El Genio del Cristianismo". Unos pocos amigos rezaban en silencio junto a su lecho; oyóse de pronto el estampido de un cañón que anunciaba la próxima caída de la monarquía de Luis Felipe y el advenimiento de la República. El moribundo abrió los ojos semiapagados y con un hilo de voz preguntó:

— ¿Qué sucede?

—Cambian el jefe del gobierno, se le respondió.

— ¿Sí? —dijo el enfermo; —dadme mi Crucifijo. No bien lo tuvo en sus manos: "¡Desgraciados, exclamó; cada momento cambian de gobierno...; no quieren comprender que sólo Jesús los puede salvar. ¡He aquí mi Rey! Dulce me fue vivir por El; ¡será mi gloria morir con El!"

(Tomado de Salió el sembrador…Tomo VII, Ed. Guadalupe, pág.454)


 

CATECISMO

V El Juicio final

1038 La resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los pecadores" (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será "la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá "en su gloria acompañado de todos sus ángeles,... Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda... E irán estos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna." (Mt 25, 31. 32. 46).

1039 Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios (cf. Jn 12, 49). El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena:

Todo el mal que hacen los malos se registra -y ellos no lo saben. El día en que "Dios no se callará" (Sal 50, 3)... Se volverá hacia los malos: "Yo había colocado sobre la tierra, dirá El, a mis pobrecitos para vosotros. Yo, su cabeza, gobernaba en el cielo a la derecha de mi Padre -pero en la tierra mis miembros tenían hambre. Si hubierais dado a mis miembros algo, eso habría subido hasta la cabeza. Cuando coloqué a mis pequeñuelos en la tierra, los constituí comisionados vuestros para llevar vuestras buenas obras a mi tesoro: como no habéis depositado nada en sus manos, no poseéis nada en Mí" (San Agustín, serm. 18, 4, 4).

1040 El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo El decidirá su advenimiento. Entonces, El pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que Su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).

1041 El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la "bienaventurada esperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que "vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído" (2 Ts 1, 10).

VI La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva

1042 Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado:

La Iglesia ... sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo...cuando llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo (LG 48).

1043 La Sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta renovación misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1, 10).

1044 En este "universo nuevo" (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá su morada entre los hombres. "Y enjugará toda lágrima de su ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4;cf. 21, 27).

1045 Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era "como el sacramento" (LG 1). Los que estén unidos a Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2), "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9). Ya no será herida por el pecado, las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.

1046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre:

Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios ... en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción ... Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo (Rm 8, 19-23).

1047 Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, "a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos", participando en su glorificación en Jesucristo resucitado (San Ireneo, haer. 5, 32, 1).

1048 "Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres"(GS 39, 1).

1049 "No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios" (GS 39, 2).

1050 "Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los encontramos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal" (GS 39, 3; cf. LG 2). Dios será entonces "todo en todos" (1 Co 15, 22), en la vida eterna:

La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a su misericordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna (San Cirilo de Jerusalén, catech. ill. 18, 29).


27. Fray Nelson Domingo 20 de Noviembre de 2005
Temas de las lecturas: La esperanza mesiánica * La resurrección en Cristo * El juicio final .

1. Cristo Pastor, Cristo Juez
1.1 La imagen del pastor nos parece acogedora y amorosa; la imagen del juez nos parece severa y casi amenazante. Uno de los propósitos de la celebración de hoy es que sepamos complementar una imagen con la otra: nuestro benigno pastor será también nuestro juez; nuestro juez insobornable es hoy nuestro pastor. Así nos lo enseña Ezequiel.

1.2 El Dios que busca a las ovejas es el mismo que juzga a las ovejas. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que el amor incondicional e inagotable nos conduce a un terreno en el que no vale disculpa alguna. Precisamente porque Dios nos ha amado sin medida nos ha quitado toda posibilidad de engañarnos. No hay excusas para el que se sabe amado, radicalmente amado, gratuitamente amado, infinitamente amado. El amor total elimina al engaño. El amor total hace brotar la verdad total.

2. La consumación de la historia
2.1 San Pablo nos ofrece otra perspectiva sobre el misterio magnífico que hoy celebramos. El reiando de Cristo paracerá en plenitud sólo al final. Nuestra historia, pues, tiene una dirección. No es el monótono repetirse que parecía amenazarnos desde los estribillos del Eclesiastés: "Nada nuevo bajo el sol" (Qo 1,9). Cristo le da la dirección, el sentido a la historia. Él es el sentido de la historia y sin él la historia humana, individual o colectiva, es sólo una sucesión de deseos que no satisfacen.

2.2 Pablo nos presenta al universo sometido a Cristo. La consumación consiste en eso: el sometimiento a Jesucristo. Entonces es posible apresurar la consumación. No es una fecha exterior al mundo que aciga sobre el mundo porque "estaba escrita" en algún lugar. Es a la vez algo inconcebible y algo concebido; algo que viene de la más abosulta trascendencia y que sin embargo se despliega desde las entrañas de nuestra historia. Apresuramos la consumación cuando apresuramos el reinado de Jesucristo.

3. Los criterios de juicio
3.1 La historia humana, llegada a su consumación, tendrá que comparecer ante Cristo. La palabra del Señor decreta el destino eterno, pero no lo crea. El juicio sucede en la historia, aunque se decreta sólo a su término. Sucede en la historia porque ya sabemos de qué y por qué somos juzgados. El bien negado es un mal futuro. Todos los bienes que negamos son los males que nos acusan.

3.2 Las palabras de Cristo en ese día serán: "¡Vengan!" ó "¡Apártense!". Mas, si lo pensamos bien, esas palabras no son otra cosa que un espejo de las obras de unos y otros. Los que se acercaron a Cristo escucharán que Cristo les dice que se acerquen; los que se apartaron de Cristo escucharán que Crsto les dice que se aparten. El gran juicio es sólo un espejo ampliado de la vida que llevamos.

3.3 Cristo está oculto en los pobres. O dicho de otro modo: la pobreza es el ámbito en que Cristo se revela. No es nuevo esto para quien haya leído el Evangelio. En la pobreza se revela la gracia porque pobreza significa: límite de nuestras fuerzas y, por tanto, límite de nuestras pretensiones. La pobreza no es una decoración o un capricho de Cristo; es la condición única en que podemos descubrir un amor que existe donde nosotros no podemos dominarlo. Un amor que es nuestro dueño.


28. Comentario: P. Antoni Pou OSB (Monje de Montserrat, Cataluña, España)

«Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis»

Hoy, Jesús nos habla del juicio definitivo. Y con esa ilustración metafórica de ovejas y cabras, nos hace ver que se tratará de un juicio de amor. «Seremos examinados sobre el amor», nos dice san Juan de la Cruz.

Como dice otro místico, san Ignacio de Loyola en su meditación Contemplación para alcanzar amor, hay que poner el amor más en las obras que en las palabras. Y el Evangelio de hoy es muy ilustrativo. Cada obra de caridad que hacemos, la hacemos al mismo Cristo: «Porque tuve hambre, y me disteis de comer; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; en la cárcel, y vinisteis a verme» (Mt 25,34-36). Más todavía: «Cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40).

Este pasaje evangélico, que nos hace tocar con los pies en el suelo, pone la fiesta del juicio de Cristo Rey en su sitio. La realeza de Cristo es una cosa bien distinta de la prepotencia, es simplemente la realidad fundamental de la existencia: el amor tendrá la última palabra.

Jesús nos muestra que el sentido de la realeza -o potestad- es el servicio a los demás. Él afirmó de sí mismo que era Maestro y Señor (cf. Jn 13,13), y también que era Rey (cf. Jn 18,37), pero ejerció su maestrazgo lavando los pies a los discípulos (cf. Jn 13,4 ss.), y reinó dando su vida. Jesucristo reina, primero, desde una humilde cuna (¡un pesebre!) y, después, desde un trono muy incómodo, es decir, la Cruz.

Encima de la cruz estaba el cartel que rezaba «Jesús Nazareno, Rey de los judíos» (Jn 19,19): lo que la apariencia negaba era confirmado por la realidad profunda del misterio de Dios, ya que Jesús reina en su Cruz y nos juzga en su amor. «Seremos examinados sobre el amor».


29.«Vendrá a juzgar a todos», recuerda el predicador del Papa. Meditación sobre el Evangelio del domingo del padre Cantalamessa

CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 18 de noviembre de 2005 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap --predicador de la Casa Pontificia-- al Evangelio del próximo domingo, día de Cristo Rey (Mateo 25,31-46).

* * *

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme"».

Hemos llegado al último domingo del año litúrgico, en el que celebramos la fiesta de Cristo Rey. El Evangelio nos hace asistir al último acto de la historia: el juicio universal. ¡Qué diferencia hay entre esta escena y la de Cristo ante los jueces en su Pasión! Entonces, todos estaban sentados y Él de pie, encadenado; ahora todos están de pie y Él está sentado en el trono. Los hombres y la historia juzgan a Cristo: en ese día, Cristo juzgará a los hombres y a la historia. Ante Él se decide quién permanece en pie y quién cae. Esta es la fe inmutable de la Iglesia que en su Credo proclama: «De nuevo vendrá con gloria para juzgar vivos y muertos, y su reino no tendrá fin».

El Evangelio de hoy nos dice también cómo tendrá lugar el juicio: «tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber...». ¿Qué pasará, por tanto, con quienes no sólo no han dado de comer a quien tenía hambre, sino que además les han quitado la comida; no sólo no han acogido al forastero, sino que han provocado el que se convierta en forastero? Esto no afecta sólo a unos cuantos criminales. Es posible que se instaure un ambiente general de impunidad, en el que se echan carreras para violar la ley, para corromper o dejarse corromper, con la justificación de que lo hacen todos. Pero, la ley nunca ha sido abolida. De repente, llega un día en el que uno comienza una investigación y sucede una hecatombe, como la que tuvo lugar en Italia con «Manos Limpias» [escándalos de corrupción de la administración pública italiana en los años noventa, ndt.] .

Pero, ¿no es ésta la situación en la que vivimos en cierto sentido todos, investigados e investigadores, frente a la ley de Dios? Se violan tranquilamente los mandamientos, uno tras otro, incluido el que dice «no matarás» (por no hablar del que dice «no cometerás adulterio»), con el pretexto de que de todos modos lo hacen todos, que la cultura, el progreso, e incluso la ley humana, ya lo permiten. Pero Dios no ha pensado nunca en abolir ni los mandamientos ni el Evangelio, y este sentido general de seguridad no es más que un engaño fatal.

Desde hace unos años, se ha restaurado el fresco del juicio universal de Miguel Ángel. Pero hay otro juicio universal que hay que restaurar: no está pintado en paredes de ladrillo, sino en el corazón de los cristianos. Ha quedado totalmente descolorido y está convirtiéndose en ruinas.

«El más allá, y con él el juicio, se ha convertido en una broma, en algo tan incierto que uno se divierte pensando que había una época en la que esta idea transformaba toda la existencia humana» (Sören Kierkegaard). Alguno podría tratar de consolarse, diciendo que, después de todo, el día del juicio está muy lejos, quizá faltan millones de años. Pero Jesús, desde el Evangelio, responde: «¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma» (Lucas 12, 20).

El tema del juicio se entrecruza, en la liturgia de hoy, con el de Jesús buen pastor. En el salmo responsorial se dice: « El Señor es mi Pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar» (Sal 22,1-2). El sentido está claro: ahora Cristo se nos revela como buen pastor; un día se verá obligado a ser nuestro juez. Ahora es el tiempo de la misericordia, entonces será el tiempo de la justicia. A nosotros nos toca escoger, mientras estamos a tiempo.

[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por Zenit]


30.  Predicador del Papa: el Juicio Final responde a la sed de justicia
Meditación sobre el Evangelio del próximo domingo
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 21 de noviembre de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap. - predicador de la Casa Pontificia -, a la liturgia del domingo próximo, 23 de noviembre, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.
 
 "Serán congregadas ante él todas las naciones"
 
El Evangelio del último domingo del año litúrgico, solemnidad de Cristo Rey, nos hace asistir al acto concluyente de la historia humana : el juicio universal: "Cuando el Hijo del hombre venga en u gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas ante él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a la derecha y los cabritos a su izquierda".

El primer mensaje contenido en este evangelio no el la forma o el resultado del juicio, sino el hecho de que habrá un juicio, que el mundo no viene de la casualidad y no acabará por casualidad. Ha comenzado con una palabra: "Que exista la luz... hagamos al hombre" y terminará con una palabra: "Venid, benditos... Apartaos de mí, malditos". En su principio y en su final está la decisión de una mente inteligente y de una voluntad soberana.

Este comienzo de milenio se caracteriza por una encendida discusión sobre creacionismo y evolucionismo. Reducida a lo esencial, la disputa opone a quienes, aludiendo --no siempre con razón-- a Darwin, creen que el mundo es fruto de una evolución ciega, dominada por la selección de las especies, y aquellos que, aun admitiendo una evolución, ven la obra de Dios en el mismo proceso evolutivo.

Hace unos días tuvo lugar en el Vaticano una sesión plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias, con el tema "Miradas científicas en torno a la evolución del universo y de la vida", con la participación de los más importantes científicos de todo el mundo, creyentes y no creyentes, muchos de ellos premio Nobel. En el programa sobre el evangelio que presento en RaiUno, entrevisté a uno de los científicos presentes, el profesor Francis Collins, jefe del grupo de investigación que ha llevado al descubrimiento del genoma humano. Le pregunté: "Si la evolución es cierta, ¿queda aún espacio para Dios?". He aquí su respuesta:

"Darwin tenía razón en formular su teoría según la cual descendemos de un antepasado común y ha habido cambios graduales en el trascurso de largos periodos de tiempo, pero este es el aspecto mecánico de cómo la vida ha llegado al punto de formar este fantástico panorama de diversidad. No responde a la pregunta sobre el por qué existe la vida. Hay aspectos de la humanidad que no son fácilmente explicables, como nuestro sentido moral, el conocimiento del bien y del mal que a veces nos induce a realizar sacrificios que no están dictados por las leyes de la evolución, que nos sugieren preservarnos a nosotros mismos a toda costa. ¿Esta no es quizás una prueba que nos indica que Dios existe?".

Le pregunté también al profesor Collins si antes había creído en Dios o en Jesucristo. Me respondió: "Hasta los veinticinco años fui ateo, no tenía una preparación religiosa, era un científico que reducía casi todo a ecuaciones y leyes de la física. Pero como médico empecé a mirar a la gente que tenía que afrontar el problema de la vida y de la muerte, y esto me hizo pensar que mi ateísmo no era una idea enraizada. Empecé a leer textos sobre las argumentaciones racionales de la fe que no conocía. En primer lugar, llegué a la convicción de que el ateísmo era la alternativa menos aceptable, y poco a poco llegué a la conclusión de que debe existir un Dios que ha creado todo esto, pero no sabía cómo era este Dios. Esto me movió a llevar a cabo una búsqueda para descubrir cuál era la naturaleza de Dios, y la encontré en la Biblia y en la persona de Jesús. Tras dos años de búsqueda me di cuenta de que no era razonable oponer resistencia, y me he convertido en un seguidor de Jesús".

Un gran autor del evolucionismo ateo de nuestros días es el inglés Richard Dawkins, autor del libro "God Delusion", La desilusión de Dios . Está promoviendo una campaña publicitaria que propone colocar en los autobuses de las ciudades inglesas esta inscripción: "Dios, probablemente, no existe: deja de angustiarte y disfruta de la vida" ("There's probably no God. Now stop worrying and enjoy life"). "Probablemente": por tanto, ¡no se excluye del todo que pueda existir! Pero si Dios no existe el creyente no ha perdido casi nada, si en cambio existe, el no creyente lo ha perdido todo.

Yo me pongo en el lugar del padre que tiene un hijo discapacitado, autista o gravemente enfermo, de un inmigrante huido del hambre o de los horrores de la guerra, de un obrero que se ha quedado sin trabajo, o de un campesino expulsado de su tierra... Me pregunto cómo reaccionaría a ese anuncio: "Dios no existe: deja de angustiarte y disfruta de la vida".

La existencia del mal y de la injusticia en el mundo es ciertamente un misterio y un escándalo, pero sin fe en un juicio final, resultaría infinitamente más absurda y trágica. En tantos milenios de vida sobre la tierra, el hombre se ha hecho a todo; se ha adaptado a todos los climas, inmunizado contra toda enfermedad. A una cosa no se ha hecho nunca: a la injusticia. Sigue sintiéndola como intolerable. Y a esta sed de justicia responderá el juicio universal.

Éste no será sólo querido por Dios, sino, paradójicamente, también por los hombres, también por los impíos. "En el día del juicio universal, no será sólo el Juez el que bajará del cielo, escribió el poeta Claudel, sino que toda la tierra se precipitará a su encuentro".

La fiesta de Cristo Rey, con el evangelio del juicio final, responde a la más universal de las esperanzas humanas. Nos asegura que la injusticia y el mal no tendrán la última palabra, y al mismo tiempo nos exhorta a vivir de forma que el juicio no sea para nosotros de condena sino de salvación, y podamos ser de aquellos a quienes Cristo dirá: "Venid, benditos de mi Padre, entrad en posesión del reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo".

Traducción del italiano por Inma Álvarez