COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
2 Ts 3, 7-12

 

1.

Acaba la Carta a los Tesalonicenses, la segunda. En ella, Pablo -muy probable autor de este escrito- llama la atención sobre un hecho curioso. Parece que algunos tesalonicenses, debido a la espera de la parusía inminente, a la vista de que el mundo iba a durar poco, tal como pensaban, descuidaban las ocupaciones humanas normales, sobre todo el trabajo y vivían a costa de los demás.

En este párrafo Pablo les dice que esta actitud no está justificada. No refuta el convencimiento de los tesalonicenses, aunque parece también que en esta época el propio Pablo ya no pensaba que el Señor Jesús iba a venir rápidamente. De todas formas, ya ha dicho algo de ello en el capítulo anterior de la carta. Lo principal es decir que hay que trabajar. Se pone él mismo de ejemplo y dice luego algo de tanto sentido común como el que no trabaja que no coma (v. 10).

En términos más generales se puede decir que el cristianismo, con toda su carga real de espiritualidad, no debe ser obstáculo para una actividad humana productiva. Lo cual no siempre se ha entendido así, particularmente entre países católicos, y en España de modo especial. Los que se ocupan del Espíritu y de sus cosas, no se preocupan de producir lo necesario para vivir. Y viven a costa de los demás, de los más "imperfectos", que sí trabajan y producen. Hay en este terreno no pocos engaños y autoengaños que todos conocemos. Vivir recibiendo de los otros porque uno está muy ocupado en algo más elevado que el vulgar quehacer cotidiano puede ser auténtico y aceptable. Pero también encubre otras actitudes tan poco de recibo como las de los tesalonicenses, aunque por otros motivos. La teología del trabajo, la construcción del Reino con el quehacer humano normal, es algo que también ha de entrar en nuestras consideraciones.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1989/56


2.

A los ojos de Pablo ha llegado la noticia de que existen en la comunidad cristianos que viven en el ocio y no quieren trabajar.

Dos son las características de estos individuos: por un lado, se ocupan en no hacer nada y, por eso, se meten en todo. No se entregan a un trabajo que les centre en algo y puedan dejar de zascandilear sin otra misión que transmitir chismes. Por otro lado, turban la tranquilidad de los demás. Y su peligrosa ocupación pone a la comunidad en trance de perder la paz y la armonía.

A estos cristianos presenta el apóstol su propio ejemplo. Aunque tenía derecho a ser sostenido por la comunidad en su labor misionera, no aceptó el pan de balde. Trabajó día y noche, a fin de no ser una carga para nadie.

Y añade, además, un mandato que puede poner remedio a la situación creada por estos ociosos: que trabajen, así no vivirán inquietos. Y que lo hagan con tranquilidad, y así evitarán perturbar a los demás.

EUCARISTÍA 1989/53


3.

Teniendo en cuenta su contexto, también se descubre en esta lectura un mensaje escatológico. En efecto, Pablo se enfrenta aquí a unos cristianos de Tesalónica que, apoyados en una falsa interpretación de la inminente venida del Señor, abandonaban la paciencia y el trabajo y eran una carga para los demás miembros de la comunidad. Por lo tanto, ilumina las tareas de esta vida a la luz de la venida del Señor. Pablo recuerda a este grupo de ociosos lo que les ha enseñado antes y el ejemplo que les ha dado: que es menester trabajar para comer. El mismo, no obstante tener derecho a vivir de la comunidad a la que sirve predicando el Evangelio, no lo ha querido y ha preferido siempre vivir del trabajo de sus manos para no ser gravoso a nadie (cfr. 1 Tes 2, 9).

El Apóstol de las Gentes no juzgó que su trabajo de tejedor fuera un medio de penetración en ciertos ambientes, sino que pensó que debía trabajar para sustentarse y conservar su independencia necesaria para predicar con mayor fidelidad el Evangelio. Por eso predicó siempre con oportunidad y sin ella, porque no le pagaba nadie por sus sermones. Si ya es cuestionable que los que sirven al Evangelio dependan de la comunidad cristiana, mucho más lo es que esta dependencia económica vincula a la Iglesia a otras instituciones de este mundo que no regalan nada y están dispuestas siempre a pasar su factura.

Todos deben trabajar y dejarse de fantasías, nada puede justificar el ocio del que se ocupa únicamente en no hacer nada.

Agudamente distingue Pablo y contrapone aquella inquietud típica de los que se muestran muy ocupados para dar la sensación de que hacen algo y la serenidad de los que trabajan en serio con paciencia y con esperanza. Pero Pablo tampoco absolutiza el trabajo. Sólo Jesús es el Señor, el que ha de venir.

EUCARISTÍA 1986/54

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