23 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXXII
(20-23)

 

20. Instituto del Verbp Encarnado

San Juan Crisóstomo

HOMILÍA 71 CONTRA LA VANAGLORIA EN LA LIMOSNA

¿Contra quiénes, pues, daremos primero la batalla? Por que no basta para todos uno solo y mismo discurso. ¿Os parece, pues, que ataquemos primero a los que buscan la vanagloria en la limosna? A mí así me parece, pues amo ardientemente la limosna y me apena verla viciada y que la vanagloria atente contra ella, como una mala nodriza e institutriz contra una imperial doncella. La cría, sí, pero juntamente la prostituye para vergüenza y el castigo. Ella le enseña a despreciar a su padre y a adornarse para agradar a hombres muchas veces abominables y viles. El adorno que le pone no es el que su padre quiere sino el que quieren los extraños, vergonzoso e ignominioso. Ea, pues, volvámonos contra éstos. Supongamos una limosna hecha con generosidad, pero por ostentación ante el vulgo. Esto es ante todo como sacar a la imperial doncella de la cámara paterna. Su padre no quiere que sea vista ni de su mano izquierda, y ella se muestra a los esclavos, a los primeros que topa, a gentes que ni la conocen. Mirad esa ramera y prostituta cómo la conduce al amor de hombres torpes, y como ellos le mandan, así se compone. ¿Queréis ver cómo la vanagloria no hace sólo ramera al alma, sino también loca? Considerad la intención con que obra. Esa alma deja el cielo y corre desalada detrás de esclavos y pordioseros por caminos y encrucijadas y va siguiendo a los mismos que la aborrecen a gentes torpes y deformes, a quienes no quieren ni verla a ella, a quienes más la odian justamente por perecerse de amor por ellos. ¿Puede darse mayor locura que ésta? A nadie, en efecto, aborrece tanto la gente como a quienes ve que necesitan de su gloria. Por lo menos, a éstos gusta de envolver en sus acusaciones. Es como si uno, haciendo bajar del trono imperial a una doncella hija del emperador, la mandara entregarse a hombres sin vergüenza y que por añadidura la aborrecieran. Porque ésos, cuanto más los sigues, más abominan de ti; Dios, empero, cuanto más busques la gloria que de Él viene, más te atrae hacia Sí, más te alaba y mayor recompensa te prepara. Y si quieres comprender, por otro lado, el daño que te acarreas dando por ostentación y vana gloria, considera la tristeza que se apoderará de ti, la pena continua que te atenazará cuando resuene la voz del Cristo y te diga que perdiste toda tu paga. Porque siempre es un mal la vana gloria, pero nunca mayor que cuando busca satisfacerse por medio de la misericordia, que se convierte entonces en la más dura crueldad, sacando a pública plaza las desgracias ajenas y poco menos que insultando a los que están en la miseria. Por que, si es ya un insulto echar en cara los propios beneficios, ¿qué piensas que es pregonarlos entre la gente? Ahora bien, ¿cómo huiremos este mal? Aprendiendo a dar limosna, viendo qué opinión o alabanza hemos de buscar, Porque, dime: ¿quién es, digámoslo así, el verdadero técnico de la limosna? Indudablemente, el que ha inventado la cosa, es decir, Dios es el que mejor la conoce de todos, como que Él la ejercita de modo infinito. Ahora bien, cuando aprendes la lucha, ¿a quién miras o a quiénes quieres mostrar tus ejercicios, al vendedor de verduras o peces o al maestro de gimnasia? Y, sin embargo, vendedores de verduras y pescados hay muchos; el maestro de gimnasia es uno solo. ¿Qué decir, pues, si el maestro te alaba y los otros te desprecian? ¿No es así que tú con tu maestro te reirás de ellos? ¿Qué harás si aprendes el pugilato? ¿No es así que mirarás sólo al que puede enseñártelo? Si te dedicas a la elocuencia, ¿no aceptarás las alabanzas del rétor y despreciarás todas las otras? Pues ya, ¿no es absurdo que en todas las otras artes mires a un solo maestro y aquí hagas todo lo contrario, a pesar de que el daño no es igual? Porque allí, si luchas a gusto de la gente y no a gusto del maestro, el daño no pasa de la palestra; aquí, empero, te haces semejante a Dios en la limosna por toda la vida eterna. Hazte, pues, semejante también a Él en no buscar la ostentación en la limosna. El Señor, en efecto, cuando curaba, mandaba que no se dijera nada a nadie. Mas tú quieres que los hombres te llamen misericordioso. ¿Y qué sacarás de ahí? Provecho ninguno, daño sin límites; Esos mismos a quienes tú llamas para testigos, se convierten en salteadores de tus tesoros del cielo; o, por mejor decir, no son ellos, somos nosotros mismos quienes nos despojamos de nuestros bienes, quienes tiramos lo que allá arriba teníamos depositado. ¡Oh desgracia nueva, oh loca pasión ésta! Donde la polilla no destruye ni el ladrón perfora, la vanagloria desparrama y tira. Ésta es la polilla de los tesoros de allí, éste es el ladrón de nuestras riquezas del cielo, ésta la que nos sustrae aquellos bienes inviolables. Vio el demonio que aquel lugar era inaccesible a salteadores, gusanos y demás malandanzas, y se vale de la vana gloria para sustraernos aquella riqueza.

LA LIMOSNA ES UN MISTERIO O COSA OCULTA

¿Pero tú deseas gloria? Muy bien. ¿Y no te basta la misma del que recibe tu limosna, la gloria de Dios misericordioso, sino que buscas también la de los hombres? Mira no te encuentres con lo contrario. Mira no te condene alguno, no por misericordioso, sino de fastuoso y ambicioso, como quiera que haces trágico espectáculo de las ajenas desdichas. A la verdad, la limosna es un misterio. Cierra, pues, las puertas a fin de que nadie vea lo que no es lícito mostrar. Nuestros misterios, en realidad, eso son principalmente: misericordia y benignidad de Dios, pues por su gran misericordia, cuando aún éramos desobedientes, se compadeció de nosotros. Así, la primera oración, en que rogamos por los energúmenos, está llena de misericordia. La segunda, igualmente, por los penitentes, no otra cosa busca que la infinita misericordia. La tercera, en fin, que es por nosotros mismos, presenta ante Dios a los niños inocentes, a fin de que ellos supliquen a Dios misericordia. Porque, ya que nosotros hemos condenado nuestros propios pecados; por quienes mucho han pecado y deben ser acusados, clamamos a Dios nosotros mismos; pero por nosotros clamen los niños, a los imitadores de cuya sencillez les espera el reino de los cielos. Porque lo que esta figura representa es que quienes son humildes y sencillos como los niños, son los que mejor pueden alcanzar el perdón de los culpables. Y el misterio mismo—la Eucaristía—de cuánta misericordia, de cuánta benignidad esté lleno, sábenlo bien los iniciados.

EXHORTÁCIÓN FINAL: HUYAMOS LA VANAGLORIA PARA ALCANZARLA VERDADERA GLORIA

Pues tú también, según tus fuerzas, cierra las puertas al hacer limosna y sólo la conozca el que la recibe, y, si fuere posible, ni ése. Mas si las abres de par en par, profanas tu misterio. Pues piensa que aun ese mismo cuya gloria buscas, te ha de condenar., Si es amigo tuyo, te condenará secretamente; si es enemigo, te pondrá en solfa delante de los demás y hallarás lo contrario de lo que andabas buscando. Tú deseabas que te llamara misericordioso, y él te llamará vanidoso, amigo de agradar a los hombres y otras cosas peores. Mas si te ocultas, dirá todo lo contrario, que eres caritativo y misericordioso. Porque Dios no consiente que una buena obra quede oculta. Si tú la escondes, Él la manifiesta, y entonces es mayor la admiración y más copioso el provecho. De suerte que, aun para con seguir la gloria, no hay nada tan contrario como la ostentación. Nada tan derechamente se opone a lo mismo que con tanto afán andamos buscando. Porque no sólo no conseguimos opinión de misericordiosos, sino de todo lo contrario. Y por añadidura, nos acarreamos también enorme daño. Por todo ello, pues, apartémonos de la vanagloria y sólo amemos la gloria de Dios. Porque de este modo alcanzaremos la gloria de la tierra y gozaremos de los bienes eternos, por la gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

(San Juan Crisóstomo, Obras de San Juan Crisóstomo, tomo II, B.A.C., Madrid, 1956, 444-449)



VORACIDAD DE ESCRIBAS Y FARISEOS

Ahora saca el Señor a la pública vergüenza la voracidad de escribas y fariseos, y lo malo era que no llenaban sus vientres de los bienes de los ricos, sino de la miseria de las viudas, agravando una pobreza que debieran haber socorrido. Porque no era simplemente que comían, sino que devoraban. Y aun era más grave el modo como ejercían semejante tráfico: Con pretexto -dice- de hacer largas oraciones. Indudablemente, todo el que hace algún mal es digno de castigo; mas el que toma por causa la religión y de ella se vale como capa de su maldad, merece más grave suplicio. Y ¿por qué motivo no los depuso el Señor de su puesto? —Porque el tiempo no lo permitía todavía. De ahí que de momento los deja; pero por sus palabras de condenación previene todo engaño por parte del pueblo, no fuera que, en atención a la dignidad, se dejaran también arrastrar a imitarlos. Como antes había dicho: Cuanto os mandaren hacer, hacedlo, ahora determina qué cosas debían hacerse: aquellas en que ellos no se extraviaban. No fuera que la gente ignorante, fundada en su recomendación, pensara que permitía a escribas y fariseos mandar cuanto quisieran.

NI ENTRAN NI DEJAN ENTRAR

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Porque ni vosotros entráis ni dejáis que entren los que querrían entrar. Ya es culpa no hacer bien a los demás. ¿Qué perdón tendrá, pues, el hacerles daño e impedirles el bien? Mas ¿qué quiere decir a los que querrían entrar? A los que son aptos para ello, Porque cuando tenían que mandar a los otros, hacían las cargas insoportables; mas cuando se trataba de cumplir ellos mismos su deber, era todo lo contrario. No sólo no hacían ellos nada, sino -lo que es maldad mucho mayor- corrompían a los demás. Tales son esos hombres llamados “pestes”, que tienen por oficio la perdición de los demás, diametralmente opuestos a lo que es un maestro. Porque oficio del maestro es salvar lo que pudiera perecer; el del hombre pestilencial, perder aun lo que debía salvarse.

LOS DISCÍPULOS, PEORES QUE EL MAESTRO

Viene seguidamente otra acusación: Porque recorréis el mar y la tierra para hacer un solo prosélito, y, cuando le habéis hallado, le hacéis hijo de la gehenna doblemente que vosotros. Es decir, que ni el haberle ganado a duras penas y con tantos trabajos, hace que le tengáis miramiento. Lo que con dificultad adquirimos, lo tratamos con más miramiento. Mas a vosotros ni eso os hace ser más moderados. De dos cosas les acusa aquí el Señor. La primera, de lo inútiles que son para la salvación de los otros, pues tantos sudores les cuesta atraerse a un solo prosélito. La segunda, cuán perezosos y negligentes son para guardar lo que han ganado; o, por mejor decir, no sólo negligentes, sino traidores, pues lo corrompen y hacen peor por la maldad de su vida. Y es así que cuando el discípulo ve que sus maestros son malos, él se hace peor; pues no se detiene en el límite de la maldad de sus maestros. Si el maestro es virtuoso, el discípulo le imita; pero, si es malo, el discípulo le sobrepasa en maldad por la facilidad misma del mal. Por lo demás, hijo de la gehenna llama el Señor al destinado a ella. Y díceles que el prosélito lo está doblemente que ellos, para infundir miedo al prosélito mismo y herirles a par más vivamente a los maestros, por serlo de maldad. Y no sólo son maestros de maldad, sino que ponen empeño en que sus discípulos sean peores que ellos, empujándolos a mayor maldad que la que ya de suyo tienen ellos.Obra propia y señalada de un alma corrompida.

EL DIEZMO DE LA MENTA Y EL ANIS

Luego los reprende por su insensatez, pues mandaban despreciar los mandamientos mayores. A la verdad, antes había dicho lo contrario, a saber, que ataban fardos pesados e insoportables. Pero también lo otro lo hacían, y en realidad todo lo ordenaban a la corrupción de quienes les obedecían, buscando la perfección más acabada en las minucias y desdeñando lo verdaderamente importante. Porque: Pagáis el diezmo—dice de la menta y el anís y habéis abandonado lo grave de la ley: el juicio, la misericordia y la fidelidad. Había que hacer aquello, pero no omitir esto. Ahora bien, con razón habla así aquí, donde se trata de diezmo y de limosna. Porque ¿qué daño puede haber en dar limosna? Pero no los reprende que guarden la ley, pues tampoco Él mismo dice que no se haya de guardar. De ahí que aquí añadiera: Aquello debía hacerse y no omitirse esto. Cuando trata, en cambio, de lo puro o impuro, ya no añade nada de eso, sino que distingue y muestra que a la pureza interior se sigue necesariamente la exterior. Pero no al revés. Cuando la cuestión era sobre actos, al fin, de caridad, pasa indiferentemente por ellos, tanto por ellos mismos como por no ser aún tiempo de suprimir clara y terminantemente la antigua ley; pero, tratándose de purificaciones corporales, el Señor las rechaza más decididamente. De ahí que en el caso de la limosna de los diezmos diga: Aquello debía hacerse y no omitirse esto. No así en las purificaciones. ¿Pues qué? Limpiáis—dice exterior de la copa y plato, y su interior está lleno de rapiña y de avaricia. Limpia, pues, el interior de la copa y del plato, a fin de también lo exterior quede limpio. El ejemplo lo tomó de cosa corriente y manifiesta: una copa y un plato.

(San Juan Crisóstomo, Obras de San Juan Crisóstomo, tomo II, B.A.C., Madrid, 1956, 463-467)
-------------------------------------------------------------


San Agustín

LA LIMOSNA VERDADERA

PUREZA EXTERIOR DE LOS FARISEOS.- por el santo evangelio habéis entendido cómo en esto que a los fariseos decía envolvía el Señor Jesús una advertencia para sus discípulos: no fuesen a imaginar se hallaba la santidad en la limpieza del cuerpo. A diario, en efecto, antes de comer se lavaban el cuerpo en agua, como si este lavado pudiera limpiar el corazón manchado. Con este motivo pónelos el Señor al descubierto. Y se lo dice quien los estaba viendo; no era sólo el rostro lo que les veía; tampoco lo interior se le huía. Esto lo echaréis de ver en no haber el fariseo a quien respondió Cristo dicho nada vocalmente; díjolo para sus adentros, mas él lo oyó. Reprendió, pues, entre sí al Señor Cristo de haber entrado en el festín sin lavarse. El se lo pensaba y Jesús se lo escuchaba; por eso le contestaba. ¿Qué le respondió? Mirad; vosotros, los fariseos, limpiáis lo exterior del plato; mas por dentro estáis llenos de hipocresía y rapacidad. ¡Cómo! ¿Aceptar una invitación a comer y tratar sin miramiento a quien le había convidado? No; la corrección fue una delicadeza; ya corregido, le trataría con suavidad en el juicio. ¿Qué otra lección nos dio allí? El bautismo, el cual una sola vez se confiere, purifica por la fe. Ahora bien, la fe se halla dentro de nosotros, no fuera. De ahí que se diga y lea en los Hechos de los Apóstoles: Purificando con la fe sus corazones. Y el apóstol Pedro en su primera Epístola dice: Una semejan —del bautismo— os la dio tomada del arca de Noé, donde ocho personas se salvaron por el agua; y añadió: Lo cual era figura del bautismo de ahora, el cual os hace salvos: no la purificación de las inmundicias de la carne, sino la interrogación de la buena conciencia. Esta interrogación de la buena conciencia teníales a los fariseos muy sin cuidado limpiaban lo exterior, y eran interiormente malvados a remate.

¿PUEDE PURIFICAR LA LIMOSNA SIN LA FE? — ¿Qué les dice después? Sin embargo, dad limosna, y todo será puro para vosotros... Es el panegírico de la limosna, hacedlo vosotros haced la experiencia. Un poco de atención, no obstante. Estas palabras fueronles dichas a los fariseos que constituían entre los judíos un modo de aristocracia o selección. Por aquel entonces, en efecto se daba el nombre de fariseos a los más linajudos y doctos. No habían recibido el lavatorio bautismal de Cristo, ni aún habían creído fuera el Cristo que andaba entre ellos y ellos conocían el Hijo unigénito de Dios. ¿Cómo, pues, les dice: Dad limosna, y todo será puro para vosojtros? Si hubiesen los fariseos escuchado este requerimiento y diesen limosnas, todas las cosas fueran puras ya para ellos, según El se lo decía; ¿tuvieran necesidad de creer en El? Mas si no podían ser purificados sino creyendo en El, que limpia el corazón a virtud de la fe, ¿qué significa eso de Dad limosna, y todo será limpio para vosotros? ¡Atención! Quizá nos lo exponga El mismo.

INSUFICIENCIA DE LA LIMOSNA FARISAICA. —A buen seguro que, oyéndole decir esto, pensaron en las limosnas que hacían. Y ¡cómo las hacían! Diezmaban todos sus bienes, sacaban de todos sus frutos la décima parte, y ésa daban. No es fácil hallar, un cristiano que a tanto llegue. Pues ahí veis; lo hacían los judíos. No sólo diezmaban el trigo, sino el vino y el aceite; no sólo esto diezmaban, sino productos contentibles, porque Dios así lo mandaba: el comino, la ruda, la menta y el eneldo: de todo ello sustraían el décimo para limosnas. Figúrome yo, pues, que se trajeron esto a la memoria, y pensaron hablaba el Señor Cristo sin fundamento. ¡Como si ellos no hicieran limosnas! ¡Si no sabrían ellos muy bien lo que hacían y cómo diezmaban los frutos másj insignificantes y de menos valor para limosna! Y se burlarían a socapa de quien tales cosas les decía, cual si hablase a hombres nada limosneros. Sabiendo esto el Señor, añadió in continenti: Sin embargo, ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, de la ruda y de todas las legumbres! Esto para que sepáis que sé vuestras limosnas. Cierto que para limosnas tenéis estos diezmos, y aun despreciables menudencias de vuestros frutos diezmáis, pero dejáis lo de más peso en la ley, el juicio y la caridad. Fijaos; descuidáis la justicia y la caridad y diezmáis las legumbres. No se hace así la limosna. Es menester hacer esto, les dice, y no dejar aquello. Hacer ¿qué? El juicio y la caridad, el juicio y la misericordia, y no dejar lo demás. Haced aquello, mas anteponed esto.

CUÁL SEA LA VERDADERA LIMOSNA. — Si esto es así, ¿qué significa lo que antes les dijo: Haced limosna, y todo será puro para vosotros? ¿Qué significa: Haced limosna? Haced misericordia. ¿Qué significa: Haced misericordia? Si eres hombre discreto, comienza por ti mismo. ¿Cómo has de ser misericordioso para otro, si eres cruel para ti? Dad limosna, y todo es puro para vosotros; haced la verdadera limosna. ¿Qué cosa es la limosna? Una misericordia. Pues entonces oye la Escritura: Ten misericordia de tu alma para ser grato a Dios. Haz esta limosna; ten misericordia de tu alma, y serás grato a Dios. Tu alma está delante de ti como un mendigo; recógete a tu interior. Tú, que vives mal; tú, que llevas una vida desleal a tu fe, entra en tu conciencia, donde hallarás a tu alma mendicante, desproveída, pobre, arrastrada; y si no la ves necesitada, es que, de puro depauperada, ya no puede decir nada. Si tu alma mendiga, tiene hambre de justicia. Cuando, pues, hallares así tu alma (dentro, en el corazón, tienen asiento estas mendigueces), comienza por darle a ella limosna, dale pan. ¿Qué pan? Si un fariseo le hubiera preguntado, el Señor le hubiera dicho: “Da limosna a tu alma.” Realmente lo dijo, pero no lo entendieron; se lo dijo cuando les refirió las limosnas que hacían, ignoradas, según ellos, de Cristo. Se lo dijo a todos: Sé que las hacéis; diezmáis la menta y el eneldo, el comino y la ruda; pero yo hablo de otras limosnas: el juicio y la caridad, que os tienen sin cuidado. Hazle a tu alma una limosna en juicio y en caridad. ¿Qué significa en juicio? Mira y lo hallarás: Desplácete a ti mismo, falla contra ti. Y en caridad, ¿qué significa? Ama al Señor Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, totalmente; ama a tu prójimo como a ti mismo, y habrás hecho primero misericordia con tu alma dentro de ti. Si esta limosna no haces, ya puedes dar lo que gustes y en la cantidad que gustes; ya puedes sustraer a tus bienes, no digamos la décima parte, sino la ‘mitad; ya puedes dar, de diez partes, nueve, reservándote una sala para ti, porque todo es nada; cuando contigo no lo haces, eres avaro contigo. Si oyeres, y entendieres, y creyeres al Señor, El te diría: Yo soy el pan vivo que bajó del cielo. ¿No fuera justo darle, ante todo, este pan a tu alma y hacerla esta limosna? Si, pues, tienes fe, lo primero que has de hacer es alimentar a tu alma. Cree en Cristo, y lo interior y lo exterior, todo quedará limpio.

(San Agustín, Sermón 106, Obras de San Agustín, tomo X, B.A.C., Madrid, 1965, 392-397)

------------------------------------------------------------


Santo Tomás de Aquino I

LA SIMULACIÓN E HIPOCRESÍA

ARTICULO 1: ¿Es pecado toda simulación?

Sed Contra : está el que la Glosa dice, comentando aquel texto de Is 16,14: Dentro de tres años, etc.: Comparados entre sí estos dos males, es más leve el pecar abiertamente que el simular la santidad. Ahora bien: pecar abiertamente siempre es pecado. Luego la simulación siempre es pecado.

Solución . Hay que decir: Como antes indicamos (q.109 a.3 ad 3), es propio de la virtud de la verdad el que uno se manifieste, por medio de signos exteriores, tal cual es. Pero signos exteriores son no sólo las palabras, sino también las obras. Luego así como se opone a la verdad el que uno diga una cosa y piense otra, que es lo que constituye la mentira, así también se le opone el que uno dé a entender con acciones u otras cosas acerca de su persona lo contrario de lo que hay, que es a lo que propiamente llamamos simulación. Luego la simulación, propiamente hablando, es una mentira ex- presada con hechos o cosas. Ahora bien: lo de menos es el que se mienta con palabras o con otro hecho cualquiera, como antes dijimos (q.110 a.1 ad 2). Luego como toda mentira es pecado, conforme a lo dicho (a.3), síguese el que lo es también toda simulación.

ARTICULO 2: ¿Son una misma cosa la hipocresía y la simulación?

Solución . Hay que decir: Como escribe en ese mismo pasaje San Isidoro, el nombre de hipócrita se toma de los actores, que en el teatro van con el rostro cubierto, maquillándose con diversos colores, que hacen recordar a tal o tal otro personaje, según sea el papel, unas veces de hombre, otras de mujer, que representan. Por lo cual, dice San Agustín, en el libro De serm. Dom. in monte, que lo mismo que los comediantes (hipócritas), en sus diferentes papeles, hacen de lo que no son (porque el que hace de Agamenón no es tal, aunque finge serlo), así también en la iglesia y en la vida humana quien quiere aparentar lo que no es, es un hipócrita: porque finge ser justo, aunque no lo es. Hay que decir, por tanto, que la hipocresía es simulación, pero sólo una clase de simulación: aquella en que una persona finge ser distinta de lo que es, como en el caso del pecador que quiere pasar por justo.

ARTICULO 3: ¿La hipocresía se opone a la virtud de la verdad?

Sed contra : toda simulación, como antes se dijo (a.1), es una mentira. Pero la mentira es lo opuesto a la verdad. Luego también lo es la simulación o hipocresía.

Solución . Hay que decir: Como escribe el Filósofo, en X Metaphys., contrariedad es la oposición en la forma, refiriéndose a la forma por la cual se especifican las cosas. Por consiguiente, se ha de afirmar que la simulación o hipocresía puede oponerse a una virtud de dos modos: primero, directa- mente; segundo, indirectamente. La oposición o contrariedad directa se ha de medir atendiendo a la especie en sí del acto, la que éste recibe de su objeto propio. De ahí el que, por ser la hipocresía cierta especie de simulación mediante la cual se finge tener una dignidad que no se tiene, conforme a lo que acabamos de decir (a.2), de ello se sigue su oposición directa a la verdad, por la que uno se manifiesta de obra y de palabra tal cual es, como se nos dice en IV Ethic. En cambio, la oposición o contrariedad indirecta se la puede evaluar atendiendo a cualquier elemento accidental (por ejemplo, al fin remoto), a alguna de las causas instrumentales del acto o a otras cosas por el estilo

ARTICULO 4: ¿La hipocresía es siempre pecado mortal?

Sed Contra : En cambio está el que la hipocresía consiste en mentir con las obras, por ser cierta clase de simulación. Pero no toda mentira de palabra es pecado mortal. Luego tampoco toda hipocresía. Por otra parte, la intención del hipócrita es el que parezca que es bueno. Pero esto no se opone a la caridad. Luego la hipocresía no es de suyo pecado mortal.

Además, la hipocresía nace de la vanagloria, según dice San Gregorio en XXXI Moral. Pero la vanagloria no siempre es pecado mortal. Luego tampoco la hipocresía.

Solución . Hay que decir: Se dan en la hipocresía dos elementos: falta de santidad y simulación de que se tiene. Ahora bien: si hipócrita se llama al que intenta lo uno y lo otro, a saber: no preocuparse de tener la santidad, sino tan sólo de aparecer como santo, que es el sentido que suele tener esta palabra en la Sagrada Escritura, entonces, sin duda alguna, es pecado mortal: porque nadie es privado totalmente de la santidad a no ser por el pecado mortal.

Si, en cambio, se llama hipócrita a quien intenta simular la santidad que perdió por el pecado mortal, en este caso, a pesar de estar en pecado mortal, de donde proviene el que se vea privado de la santidad, con eso y con todo no siempre su simulación es pecado mortal, sino que es venial a veces. Se discernirá si lo es o no por el fin. Si éste se opone a la caridad de Dios o del prójimo, será pecado mortal: por ejemplo, cuando se simula la santidad para sembrar falsas doctrinas, para conseguir, aun siendo indigno, una dignidad eclesiástica o cualesquiera otros bienes temporales que uno se propone como fin. Pero si el fin intentado no es contrario a la caridad, será entonces pecado venial. Tal es, por ejemplo, el caso en que uno se complace en su misma ficción, y acerca de un hombre así dice el Filósofo, en IV Ethic., que tiene, según parece, más de mentiroso que de malo : pues una misma razón vale para la mentira y la simulación. Acontece , sin embargo, que en ciertos casos la perfección de santidad que alguien simula no es necesaria para su salvación. Tal simulación ni es siempre pecado mortal ni va acompañada de pecado mortal siempre.

(Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, q. 111)

--------------------------------------------------------------------


Santo Tomás de Aquino II

Comentario a la Epístola a los Hebreos 9, 24-28

Lección V

Demuéstrase que la purificación del Nuevo Testamento es de calidad Superior a la que se hacía en el Antiguo.

—“Porque no entró Jesús en el santuario hecho de mano de hombres” . Demuestra que a las cosas celestiales corresponde una purificación con víctimas de superior calidad; ya que el pontífice expiaba un santuario hecho por mano de hombres, mas Cristo “no entró en santuario hecho por mano de hombres, que, por lo que mira a nosotros, era figura del verdadero, sino que entró en el cielo mismo”, que, como va dicho, no lo expió en sí mismo, sino en orden a nosotros, mas no con víctimas carnales, que Cristo no vino a eso (Salmo 39; 50; He. 7; Mt. 28; Hch. 1).

Entonces, ¿a qué? “para presentarse ahora por nosotros en el acatamiento de Dios”. Y habla el Apóstol aludiendo al rito de la antigua ley, según el cual el pontífice que entraba al Sancta Sanctorum poníase de pie ante el propiciatorio para orar por el pueblo; de modo semejante Cristo, en cuanto hombre, entró en el cielo para presentarse a Dios y orar por nuestra salvación; mas no de la misma manera, ya que el sacerdote, por impedírselo el humo, que subía del turíbulo, no veía ni el Sancta ni algún rostro; Cristo, en cambio, preséntase en el acatamiento de Dios, no porque haya ahí rostro corporal o alguna niebla, sino conocimiento manifiesto.

Mas ¿por ventura, estando en la tierra, no podía Cristo presentarse en el acatamiento de Dios, viendo como ve Dios todas las cosas? Respondo: así como San Agustín hablando con Dios dice: conmigo estabas y yo no estaba contigo; quiere decir: que así como Dios está en todas las cosas por esencia, presencia y potencia, pero los malos no están por gracia con Dios; de semejante modo dícese que Cristo entró para presentarse en el acatamiento de Dios; porque, aunque como perfectamente dichoso siempre lo viese con clara visión, con todo, el estado de viador, en cuanto tal, de su cosecha no tiene esto, sino sólo el estado celestial. Por consiguiente, cuando subió bienaventurado por sus cabales en cuerpo y alma, entró para presentarse en el acatamiento de Dios, esto es, entró en el lugar donde se ve a Dios a cara descubierta, y esto “por nosotros”; pues para esto subió, para aparejarnos el camino (Jn. 14; Mi. 12); que a do va la cabeza debe seguir el cuerpo (Mt. 24).

—“Y no para ofrecerse muchas veces a Sí mismo”.

Muestra con eso que la purificación del Nuevo Testamento es más perfecta que la del Viejo; y lo demuestra por dos capítulos:

1) porque aquélla se repetía cada año; ésta, en cambio, una vez;

2) porque aquélla no podía quitar los pecados, y ésta si.

Pero el Apóstol 3 cosas había dicho de Cristo:

a) que es pontífice;

b) ¿qué dignidad tiene el lugar donde entró?;

c) ¿cómo entró?, es a saber, con sangre; 3 cosas ya declaradas;

3) ¿cuándo entró? —que ahora declara— porque así como el pontífice de la Ley sólo una vez al año, lo mismo Cristo.

Acerca de lo cual muestra qué es lo que se hacía en el Antiguo Testamento; segundo, que no era conveniente se hiciese lo mismo en el Nuevo; tercero, qué es lo que se hace en el Nuevo; porque en el Antiguo Testamento el pontífice, aunque no entrase sino una vez al año con todo eso, cada año, por precepto legal, convenía entrase como dice el Levítico: con sangre ajena; mas “Cristo no entró en santuario hecho por mano de hombres, ni para ofrecerse muchas veces a Sí mismo, como entraba el pontífice de año en año en el Sancta Sanctorum con sangre ajena, y no propia”.

—“De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces” . Prueba que no era conveniente se hiciese lo mismo en el Nuevo Testamento por el gravísimo inconveniente que de ahí se seguiría; pues, entrando Cristo como entró por su propia sangre, la secuela obligada era tener que padecer “muchas veces desde el principio de mundo”.

No sucedía lo mismo con las víctimas de la ley vieja, que se ofrecían por los pecados de los hijos de Israel; mas aquel pueblo empezó su vida espiritual cuando fue dada la Ley ; por tanto, no era necesario se ofreciesen desde el principio del mundo. Cristo, en cambio, ofrecióse a Sí mismo por los pecados de todo el mundo, puesto que se hizo propiciación por nuestros pecados y por los de todo el mundo (1 Jn. 2); y así si se ofreciese repetidas veces hubiera sido necesario que náciese y padeciese desde el principio del mundo, lo cual hubiese sido un grandísimo inconveniente. Pero el Apocalipsis parece decir lo contrario: “el Cordero que fue sacrificado desde el principio del mundo” (13, 8). Respondo: verdad es, fue muerto desde el principio del mundo, si lo entendemos de muerte figurada, como en la muerte de Abel.

—“cuando ahora una sola vez se presentó” . Muestra lo que se hace en el Nuevo, y da dos razones, y las explica, de por qué no se multiplican las víctimas en el Nuevo Testamento. Dice, pues: “cuando ahora una sola vez, al cabo de los siglos, se presentó para destrucción del pecado, con el sacrificio de Sí mismo”. (1 Cor. X, 11). Y dice esto por el número de años, que asciende ya a más de un millar desde que lo dijo; pues las edades del mundo tómanse en conformidad con las edades del hombre, que se distinguen principalmente, no según el número de años, sino según el estado de su aprovechamiento; de suerte que la primera edad fue la de antes del diluvio, la cual como infantil no tuvo ni ley escrita ni recompensa de premio o castigo. La siguiente, de Noé a Abraham, y así de las otras, de modo que la última es el estado presente, en pos del cual ya no hay otro estado de salvación, como ni después de la vejez hay otra edad para el hombre. Porque, así como las otras edades del hombre están circunscritas a un cierto número de años, no así la vejez, que empieza a los 60 y puede prolongarse en algunos hasta los 120; de la misma manera, no está determinado qué número de años deba durar este estado del mundo; con todo eso, ya es el fin de los tiempos, pues no queda otro para salvarse. Ahora bien, en este tiempo apareció Cristo una vez sola, y pone dos razones de por qué se ofrecía una sola vez:

1ª) porque en el Antiguo Testamento las víctimas no quitaban los pecados, prerrogativa que es exclusiva de la víctima Cristo;

2ª) porque el sacerdote de la antigua ley no ofrecía su propia sangre, como Cristo. De ahí que diga que “se presentó para destrucción del pecado con el sacrificio de Sí mismo”; por eso aquéllas se repiten, no así ésta (1 P. 3).

—“Y así como está decretado a los hombres el morir una vez”. Da la explicación de las razones precedentes, empezando con la segunda, que explica por semejanza con los otros hombres, pues muestra primero lo que les sucede a los otros, después lo que a Cristo. Ahora bien, en todo hombre hallamos que por fuerza ha de morir y resucitar, no empero para ser limpiado sino juzgado de lo que hizo.

Refiérese a lo primero, al decir: “y así como está decretado a los hombres el morir una vez”. Mas parece que no hay tal, que esté decretado, sino más bien que el hombre con su pecado haya determinado que sea así, pues dice la Sabiduría (1, 13) que “Dios no hizo la muerte ni se complace en la perdición de los vivientes”, sino que “los impíos con sus hechos y palabras llamaron a la muerte, y, reputándola como amiga, vinieron a corromperse hasta hacer pacto con ella”.

Respondo que 3 cosas hay que considerar en la muerte:

a) la causa natural, y en este sentido, por exigirlo así la naturaleza, está determinado que el hombre muera una vez, por ser compuesto de contrarios;

b) el don por el cual concediósele al hombre el beneficio de la justicia original, por cuyo medio el alma sostenía al cuerpo para que morir no pudiese;

c) el merecimiento de la muerte, es a saber, que por el pecado hizo méritos el hombre para perder aquel beneficio, y de este modo incurrió en la muerte. De ahí que diga que los impíos con sus manos, es a saber, tocando la manzana prohibida, señas hiciéronle a la muerte para que viniese. Así que el hombre, por desmerecerlo, es causa de la muerte, más Dios como juez (Ro. 6).

—“Una vez” . Lo cual verdad es por lo que sucede comúnmente, no obstante que algunos resucitaron, pero luego murieron, como Lázaro y el hijo de la viuda;

—“y después el juicio” ; pues, luego de resucitar, no morirán otra vez, sino que luego seguiráse el juicio, siendo como es forzoso que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo para que cada uno reciba el pago debido a las buenas o malas acciones que habrá hecho mientras ha estado revestido de su cuerpo (II Cor. V, 10).

—“Así también Cristo. . .” Muestra cómo lo antedicho, aplicándolo a Cristo, está bien dicho; y conviene con los otros en que “ha sido inmolado una sola vez”, pero difiere

1) en que, por no descender de Adán del modo corriente y común que los demás, sino sólo en tomar cuerpo, no contrajo el pecado original y, por tanto, no salió condenado a pagar las deudas de aquel estado (Gn. 2), mas de su bella gracia, porque quiso, murió (Jn. X). Por eso dice: “ofrecióse en sacrificio porque El mismo lo quiso” (Is. 53; 1 P. 3);

2) porque nuestra muerte es efecto del pecado (Ro.6); mas la de Cristo, destructora del pecado; por lo cual dice: “para agotar los pecados de muchos”, esto es, quitarlos. Mas notemos que no dice: de todos, ya que la muerte de Cristo, aunque suficiente para todos, de hecho no tiene eficacia sino para los elegidos, pues no todos se le someten por la fe y las buenas obras.

—“Y otra vez aparecerá, no para expiar los pecados ajenos” . De la segunda venida dice dos cosas: pone primero la diferencia entre ésta y la primera venida, porque la segunda será sin pecado; que, aunque en la primera no tuvo pecado, mas vino vestido con el gabán de pecador (Ro. 8), asimismo para ser víctima por los pecados del mundo (II Co. V); pero en la segunda no habrá estas cosas; por eso dice que “en la segunda aparecerá sin pecado”. Pone, además, lo característico de la segunda venida: que no aparecerá para ser juzgado, mas para juzgar y dar a cada uno según sus obras; por lo cual dice: aparecerá; y aunque para todos, aun para los mismos verdugos que le traspasaron según la carne, con todo, según la divinidad, sólo para los elegidos que “le esperan con viva fe para darles la salud” (Salmo 30; Fil. 3).

(Santo Tomás de Aquino, Comentario de San Pablo a la Epístola de San Pablo a los Hebreos, c. 9, l . 5, Ed. Tradición, Mexico, 1979, 304-314)

-----------------------------------------------------------------


San Juan Bosco



JUSTICIA Y CARIDAD

I. NATURALEZA DE LAS RIQUEZAS

Dios ha hecho al pobre para que se gane el cielo con la resignación y la paciencia; pero ha hecho al rico para que se salve con la caridad y la limosna.

Por eso pueden considerarse los bienes de fortuna como una llave destinada abrir el cielo o el infierno.

Os digo esto con el fin de que aprendáis a considerar los bienes de la tierra como se merecen. Sólo las buenas obras son las verdaderas riquezas que nos preparan un puesto allá en el cielo No miréis los bienes del mundo a través de gruesas lentes sino a simple vista, porque los anteojos agigantan mucho las cosas, de tal manera que un granito de arena parece una montaña. Todas las cosas del mundo juntas no son nada. Así dice Salomón después de haber gozado de todos los placeres posibles: todo es vanidad y aflicción de espíritu. Estas cosas del mundo las tenemos que dejar. Si las dejamos ahora, el Señor nos recompensará; si no las queremos dejar ahora, debernos dejarlas igualmente en la muerte, pero entonces sin ningún mérito.

Yo rezo todos los días para que las riquezas, que son espinas, se os truequen en obras buenas, o sea, en flores con las que los ángeles tejan una corona que luego os ceñirá la frente por toda la eternidad.

Este ha sido siempre mi empeño: hacer todo lo posible por despegar de las cosas miserables de este mundo el corazón de los amigos y elevarlos a Dios, al Bien eterno. Ya veis, pues, que yo trato de haceros ricos, o mejor, de hacer fructificar las riquezas de la tierra, que se conservan por muy poco tiempo, y cambiarlas en tesoros eternos.

Yo por mi parte quiero morir de tal forma que se diga: Don ha muerto sin una moneda en el bolsillo.

II. PELIGROS DE LAS RIQUEZAS

a) Responsabilidad ante Dios. —He vivido entre los pobres y he tenido que frecuentar a los ricos. En general, he visto que se hace poca limosna y que muchos señores hacen poco buen uso de sus riquezas. Nadie puede imaginarse cuán estrecha cuenta pedirá el Señor de cuanto les ha dado para que se emplee en beneficio de los pobres. Algunos creen lícito el gozar sólo para sí de aquellos bienes de fortuna que el Señor les ha concedido; lícito conservarlos, hacerlos fructificar, emplearlos como les plazca, sin hacer partícipes de ellos en absoluto a los menesterosos. Otros juzgan haber hecho bastante cuando dan alguna monedita o cuando, rara vez y a duras penas, proporcionan un socorro. Esto es un engaño.

A cristianos de tal hechura se podrían dirigir las palabras que San Pedro pronunció en una ocasión contra Simón Mago: “Pecunia tas tecum sit in perditionem”: Tu dinero perezca contigo. Tales cristianos deberían reflexionar que Dios les pedirá cuenta un día de todos los bienes que les ha concedido. Él dirá a cada rico: “Yo te había dado riquezas a fin de que dispusieses de una parte de ellas para mi gloria y para provecho de tu prójimo; tú, en cambio, ¿qué has hecho de ellas? El lujo, las diversiones, los viajes de placer, los banquetes, las fiestas, los saraos: he ahí el uso de tus bienes”.

Alguno dirá: “Yo no malgasto mis bienes; los conservo con cariño, los aumento cada año, compro casas, campos, viñas y otras cosas”. También a éstos dirá el Señor: “Los acumulaste, los acrecentaste, sí, es verdad; pero entre tanto, los pobres sufrían hambre; entre tanto, millares de niños abandonados crecían en la ignorancia de la religión y en el Vicio; entre tanto, las almas redimidas por mi sangre caían en el infierno.- Habéis amado más vuestro dinero que mi gloria; os fueron más queridas vuestras bolsas que las almas de vuestros hermanos. Ahora, con vuestros placeres, con vuestros tesoros, con vuestras riquezas, “id a la perdición”: Pecunia tua tecum sit in perditionein.

b) Responsabilidad ante la sociedad. — ¡Cuántos robos, incendios, desastres…: se lamentan hoy día! Son males y desórdenes muy dolorosos. Pero digámoslo también: de una gran parte de estos males son causa aquellos que, pudiendo, no hacen limosna. Si aquel rico alargase un poco más la mano hacía los Institutos de caridad, si hiciese recoger ¿sus expensas a aquellos jovencitos abandonados, libraría a muchos individuos del peligro de hacerse ladrones y malhechores. Si aquellos señores y señoras, si aquellos que poseen hiciesen limosna, preservarían a muchas personas de la mala vida y ellos serían más amados de los pobres, más respetados sus campos, sus negocios, sus posesiones, y así no se deplorarían tantos delitos.

En cambio, con la avaricia, con el Interés, con la dureza de corazón, mientras dejan crecer a tantos malhechores, se atraen los odios del pueblo, que un día se cebará en ellos, al mismo tiempo que atraen las Iras de Dios, que grita con Jesucristo: Vae vobis divitibus Y con el apóstol Santiago: Agite nunc, divites, plorate ullulantes in miseriis vestris, quae advenient vobis.

Hay tantos pobres niños abandonados que hoy corretean sucios, descalzos, andrajosos por las calles, y que, viviendo de limosna y yendo por la noche a tirarse malamente en ciertas posadas, sin nadie que se tome cuidado - ni de su cuerpo ni de su alma- crecen ignorantes de las cosas de Dios, de la religión y de sus deberes morales; blasfemos, ladrones, impúdicos, engolfados en todos los vicios y capaces de las acciones más depravadas, muchos de: los cuales van después a caer miserablemente en manos de la justicia, que los arrojará a pudrirse en alguna prisión.

Impedid que tantos jóvenes sean el azote de la sociedad. Creedlo de verdad: si no entregáis vuestro óbolo para su educación, vendrán tal vez un día a quitároslo de vuestro mismo bolsillo. Si, en cambio, procuráis venir en su ayuda, cambiará el panorama. Ellos serán los que os bendigan, los que verán en vosotros sus bienhechores, y, si llegara el caso, estarían dispuestos a defenderos y hasta dar su vida por defender la vuestra. Además ellos rezarán siempre por sus bienhechores, y la oración del pobre es siempre escuchada por Dios.

c) Ante la muerte— ¡Qué difícil les es a los ricos despegar el corazón de los bienes de esta tierra y qué dolorosa es para ellos tal separación en punto de muerte!

Visité en cierta ocasión a una señora muy rica que se hallaba gravemente enferma. Después de la confesión me preguntó:

- ¿Entonces me hallo al fin de mi vida?

- Y me miraba con la vista extraviada. Le respondí que sólo Dios conocía el último día, y que nosotros debemos reposar tranquilos en sus brazos, dejando que disponga de nosotros como le agrade.

— ¿Por lo tanto —empezó a exclamar agitada por la fiebre—; por lo tanto, debo dejar este mundo? ¿Las riquezas de mi casa y cuanto poseo me será quitado? La pobrecita no se daba cuenta de lo que decía, y volvía a exclamar:

—Por lo tanto, debo dejar este palacio, estas habitaciones, mi hermosa sala... ¡Y me parecía que me hallaba tan bien en este mundo! ¡Y debo abandonarlo!...

Diciendo esto llamó a algunos criados para que la llevaran a la sala. Era una locura, y, sin embargo, tanto insistió, que creí conveniente se le diera gusto, porque el contrariarla hubiera podido ocasionarle mayor exaltación. Los criados tomaron el lecho y la llevaron a una sala tapizada de mil cosas preciosas. Ella quiso que la colocaran cerca de una mesa cubierta con un preciosísimo tapete de Persia. Y, tomando una punta de éste entre sus manos, lo palpaba, lo alisaba, lo contemplaba con atención, diciendo:

— ¡Qué bello! ¡Qué bonito! ¡Y es la última vez que lo veo! ¡Me costó cuarenta mil liras! ¡Y dejará de ser mío!

Y se volvía en su riquísimo lecho de un lado a otro como diciendo adiós a cada cosa. Y allí, pocos momentos después, expiró.

¡Oh vanidad de las cosas mundanas! Yo pensaba para mi; mis muchachos son más felices que los ricos y potentados de este mundo, porque aguardan la muerte alegres, deseosos más bien de librarse del cuerpo, para ir a gozar del Señor, como se ha visto por aquellos que murieron en el Oratorio; mientras los ricos, aunque no ciertamente malos, no pueden no temer la muerte próxima… nosotros vivamos siempre en el santo temor de Dios, y al fin de la vida afrontaremos intrépidos las agonías de la muerte.

d) Condenación – Yo os digo quien no da lo superfluo, roba al Señor y con San Pablo: Regnum Dei non possi debit.

Se ahorra hoy, se ahorra mañana; a lo ahorrado en los años anteriores, se añade lo del año siguiente, crece en el ánimo el amor al dinero y el espíritu de avaricia; con el aumentar de la fortuna, el corazón se hace cada vez más duro hacia los potecitos, y poco a poco un cristiano es arrastrado al infierno por su propio dinero… considerad que a estos corazones duros dice Jesucristo: “Tu no te ocupas en salvar las almas con los medios que yo mismo te he dado; por tanto, tu dinero sea contigo para tu perdición.

¡Oh, no quisiera yo, por cierto, encontrarme en el lugar de estos cristianos a la hora de la muerte! ¡No quisiera estar en su puesto el día del juicio!

Escuchad la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro: había un rico señor que gastaba sus dineros en espléndidas comidas y hermosos vestidos, y al mismo tiempo un mendigo que le pedía inútilmente con qué calmar su hambre. Después de algún tiempo, ambos murieron. Murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió el rico, y ¿cuál fue su suerte? Oigámosla de boca de Jesucristo mismo: “Murió el rico y fue sepultado en el infierno: Mortuus est dives et sepultus “est in inferno”. ¿Y por qué culpa? ¿Acaso porque blasfemaba? ¿Tal vez porque era deshonesto? ¿Quizá por injusto o ladrón? El Evangelio no dice otra cosa sino que aquel rico gozaba de sus bienes sin dar parte a los necesitados: Induebatur purpura et bysso et epulabatur quotidie splendide.

Esto me lleva, a desearos que muráis pobres y que o des apeguéis totalmente de las cosas de la tierra para que podáis llevaros al cielo el fruto de todas vuestras obras de caridad.

A quien me pidió un consejo para asegurarse la salvación eterna, no dudé en responderle: “Usted, para salvarse, deberá hacerse pobre como Job”. Y aquella persona hacia mucha caridad; pero es que a los señores no hay quien se atreva a decirles la verdad.

Si queréis, pues, evitar -tan grande desgracia, estáis obligados coger el dinero que no aprovecha a nadie y hacer con él lo que manda Jesucristo. ¿Queréis conservarlo? Conservadlo, pues; pero escuchad: el demonio vendrá, y de aquel dinero hará una llave para abriros el infierno.

Tal vez alguno de vosotros dirá: “Estas cosas son muy graves y espantosas”. Tenéis razón. Sin embargo, es necesario recordárselas a ciertos señoras y señores que malgastan el dinero en adquirir y mantener ejemplares de soberbios caballos, que podrían ahorrar sin merma del propio decoro; a ciertos señoras y señores que gastan y tiran el dinero en comidas y cenas, en mobiliario en veladas, en bailes, en teatros, etc., mientras con una vida más cristiana hubieran podido socorrer tantas miserias, en tantas lágrimas y salvar tantas almas. Es necesario hacer resonar en sus oídos las terribles palabras de Jesucristo: “Murió el rico, y fu sepultado en el infierno”

III. FINES Y EMPLEO DE LAS RIQUEZAS

Los cristianos cuerdos no acumulan dinero para un tiempo que pasa como un relámpago; dinero que, al fin y a la postre, se puede llamar dinero de muerte; los cristianos cuerdos, con obras buenas, llevan a la eternidad el dinero de la vida…. ¿Queréis llevar con vosotros vuestro dinero no a la tumba, no a la perdición, no a la eternidad del infierno, sino a la eternidad del infierno, sino a la eternidad del paraíso? Haced limosna a los pobres especialmente cuando se trata de coadyuvar a la salvación de sus almas.

Los pobres sean vuestros depositarios, vuestros banqueros, y la Virgen se hará fiadora de vuestro desembolso. Llevad vuestros intereses al banco de la Virgen, y será grande el fruto que obtendréis.

Con la limosna se contribuye a quitar seres dañosos a la sociedad civil, para hacerlos hombres provechosos a sí mismos, a sus semejantes y a la religión; seres que están en peligro de hacerse el flagelo de la autoridad, infractores de las leyes públicas y de ir a consumir los sudores de otros en las prisiones; y que, por el contrario, se nos pone así en grado de honrar a la humanidad, de trabajar, y con el trabajo ganarse honesto sustento; y esto con decoro de los países en que habitan y con honor de las familias a que pertenecen.

Con las riquezas así empleadas se sirve al Señor, se le da gloria, se favorece la religión, la Salvación de las almas y se sufraga del mejor modo por las almas de los difuntos.

Vosotros diréis: “¿cuándo debemos continuar ayudando a estas obras de beneficencia? ¿Hasta cuándo?” ¡Queridos míos! Mientras haya almas que salvar, mientras la pobre juventud esté rodeada de insidias y de engaños; hasta que se encuentren en las puertas de la eternidad, en el paraíso, donde solamente se encontrarán seguros contra las asechanzas que les tiende el enemigo.

Animémonos, pues, y sigamos el aviso que nos dejó el divino Salvador: “Con vuestros bienes haceos amigos, para que cuando vengáis a menos, al fin de vuestra vida, éstos os reciban en la eterna morada”: Facite vobis amicos de mammona iniquitatis, ut cum defeceritis recipiant vos in aeterna tabernacula. Amigos nuestros serán entonces tantas almas salvadas por nuestro medio; amigos nuestros, los ángeles custodios de esas mismas almas; amigos nuestros, los santos, a quienes habremos procurado compañeros en el cielo; y, lo que más importa, amigo nuestro será Jesucristo, que nos asegura considerar como hecho a sí mismo todo el bien que hagamos al más pequeño de sus discípulos: Amen dico vobis quamdiu fecistis uni ex his frafribus meis minimis, mifli fecistis.



LIMOSNA

A) ES PRECEPTO. PRUEBAS

Soñé una noche que veía a la Virgen, que me reprochaba por mi silencio sobre la obligación de la limosna. Pero insistió especialmente sobre el mal uso de las riquezas. Si superfluum darefur orphanis, decía, major essef numeras electorum; sed mulfi vene fose conservant. Y se lamentaba de que el sacerdote tema explicar desde el púlpito el deber de dar lo superfluo a los pobres, y así el rico acumula el oro en sus arcas.

Creen algunos que el dar limosna es un consejo y no un precepto; así pues, piensan hacer bastante para salvarse no usando mal de sus bienes. Esto es un engaño fatal, que impide tantas obras buenas en el mundo y conduce a muchas almas a la eterna perdición, como le pasó al rico epulón.

Jesucristo ordena la limosna: Quod superest, date eleemosynam: Haced limosna, ¿Y de qué? De lo que sobra a vuestro honesto sustento.

Y no se me diga que esto es consejo y no precepto. Con el Evangelio en la mano, yo os respondo que es de consejo abandonar todo para hacerse voluntariamente pobre, como los religiosos; pero es de precepto hacer limosna de lo superfluo. Quod superest date eleemosynam. Estas palabras no son mías, sino de Jesucristo, que nos ha de juzgar, y ante cuyo tribunal no valdrán pretextos ni excusas.

Que el hacer limosna no esté solamente aconsejado, sino mandado, -lo demuestra el divino Salvador especialmente con el relato de la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro y lo declara con diversos pasajes.

- “Es más fácil, ha dicho, que un camello pase por el ojo de uña aguja que un rico se salve”, si pone su corazón en las riquezas y no se acuerda de los pobres. Estos ricos, si se quiere, no pecarán contra la justicia, pero pecarán contra la caridad; y ¿que qué mas da el irse al infierno por haber faltado a la justicia o por haber faltado a la caridad? Ya en la antigua ley había dicho Dios: “No faltarán pobres en la tierra en que habitas; por eso te mando que abras la mano al pobre y al necesitado”: Idcirco ego praecipio tibi ut apenas manum team fratri tao egeno. Y el divino Salvador, al hablar de la limosna, usa el imperativo, diciendo: Quod superest date eleemosynam. Y para no dejar ninguna duda en esta materia, declaró que el día del juicio llamará al reino eterno a aquellos que durante la vida hayan hecho obras de caridad y mandará al infierno a aquellos que hayan rehusado hacerlas.

En otro lugar declara: “No el que dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que haya hecho la voluntad de mi Padre”, que no se contenta con palabras, sino que quiere buenas obras.

San Juan Apóstol dice que la misma fe no nos alcanza la salvación si no va unida con las obras, y afirma que “la fe sin obras es una fe muerta”: Fides sine operibus mortua est.

¿Qué más se necesita para hacer entender que Dios quiere a toda costa que el rico haga la caridad y se muestre misericordioso para con los pobres?

B) CANTIDAD y MEDIOS

Según esta doctrina—alguno preguntará—, ¿qué parte de lo que sobra, de lo superfluo, deberá cada uno dar de limosna para buenas obras?

Para mí tengo que la cuestión está ya resuelta por las palabras del Evangelio, que no pueden ser más sencillas ni más claras: Quod superest date eleemosynam: Lo que os sobra, dadlo en limosna .

Hay quien dice que un quinto (de lo superfluo); quién, un cuarto, y quiénes, otra cantidad

Yo no puedo dar otra respuesta sino la del mismo Salvador: “Dad lo superfluo”. El no ha querido fijar límites, y yo no tengo el atrevimiento de cambiar su doctrina. Yo solamente os digo que el Señor, por temor de que los cristianos no comprendieran bien estas palabras y no las quisiesen dar gran importancia, añadió que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico se salvé, sí no hace buen uso de las riquezas dando lo superfluo a los pobres.

Pero me diréis vosotros: “¡Qué entiende usted por superfluo?” Escuchad: Todos los bienes temporales, todas las riquezas, nos han sido dadas por Dios, y al dárnoslas nos ha otorgado la libertad de escoger todo lo que es necesario para nosotros, no más. Pero Dios, que es Señor de nuestra persona, de nuestras propiedades y de todo nuestro dinero, nos pide severa cuenta de todas las cosas que no nos son necesarias, si nosotros no las damos según su mandamiento.

Si uno tiene mil francos de renta y puede vivir decorosa mente con ochocientos, los doscientos restantes caen bajo las palabras: Date eleemosynam.

Yo no deseó meteros escrúpulos y enseñar que no sea lícito vivir según vuestro estado, según vuestra condición que una mujer, que una señora esté obligada despojarse de todos los adornos conformes con su estado; si no lo permiten las conveniencias sociales, téngalos pero debo decirle que no está obligada a vivir a la última moda, a correr detrás de las vanidades del mundo; y si está obligada a observar si tiene algo superfluo en los muebles de casa, en su persona, en relaciones sociales, y, silo halla, está obligada, repito, a disponer de eso en favor de la religión y en provecho de su prójimo.

Quiero, sobre todo, inculcaros que no dejáis entrar en vuestro corazón la gran plaga, el gran flagelo del lujo, ni en grande ni en pequeño. Entonces sí estaréis en disposición de contribuir también materialmente a las obras de beneficencia.

Porque, si no tiene dinero, se pueden dar objetos de vestuario, se pueden dar comestibles, se puede instar a otros a que lo hagan. Si no se posee absolutamente nada, está la obra de las obras: la oración.

Pero por pobre que uno sea, si quiere, estará siempre en disposición de concurrir, aun materialmente, a una obra de caridad, muy pobre era aquella viuda de que habla el Evangelio; no tenía más que unos céntimos, dos monedas; no obstante, quiso también ella concurrir con los ricos al decoro del templo, y recibió el elogio de Jesucristo.

Por lo demás, os he de decir que hay muchos que, cuando se les invita a hacer una obra buena, a vestir a un pobre huérfano, a socorrer a una familia pobre, a adornar una iglesia, cantan sus miserias; pero cuando se trata de una comida, de una partida, de un viaje de recreo, de una fiesta, de un baile, de una tertulia, ¡oh!, entonces no hay pobreza. Entonces, si no hay dinero, se busca; entonces se encuentra el modo de quedar bien y se aparenta un lujo superior a la propia condición.

Hace poco tiempo, un individuo dio en Turín un sarao. Quien me lo contó me dijo que la fiesta había resultado estupenda, magnífica, regia. “¿Cuánto habrá costado?”, pregunté yo. “Setenta mil liras”, me respondí. ¡Setenta mil liras en una diversión! ¡Oh ceguedad humana! Con setenta mil liras se habría podido recoger a setenta niños y hacerlos estudiar, y acaso dárselos a la Iglesia; setenta sacerdotes que con el auxilio divino habrían ganado con el tiempo millares de almas para Dios. Y tened en cuenta que aquel señor, pocas semanas antes, había rechazado una súplica insistente que se le había hecho para que pagara por tres meses la pensión de un pobre niño, que rogaba se le recibiera en un instituto, ciertamente que Dios pedirá cuenta de esa diversión; más entre tanto, ved cómo se obra hoy para inhabilitarse para las obras de beneficencia.

Hay otros que siempre tienen miedo de que les falte la tierra bajo los pies; ven siempre el presente y el futuro con los colores más tétricos. Estos son de aquellos que según la expresión del Señor, están siempre preguntándose asustados: ¿Qué comeremos mañana?¿Qué beberemos?¿Con qué nos vestiremos? Y con esa preocupación reúnen siempre, atesoran continuamente, todo lo conservan, y mientras tanto viene la muerte sin que hayan hecho el bien, y dejan sus bienes a la ambición de sus parientes, que en breve los consumirán o los gastarán en abogados y procuradores. No los imitemos.

Otros me objetarán:

- pero mi casa es pobre; tengo necesidad de renovar el mobiliario, ya demasiado viejo y pasado del estilo que hoy se usa.

- si me lo permitís, entro en vuestra casa. Veo allá un mueble muy rico, aquí una mesa con un riquísimo servicio; en otro lugar, un tapete todavía en muy buen estado. ¿No se podría omitir el cambio de estos objetos y, e lugar de adornar las paredes, el suelo, cubrir a tantos pobres niños que sufren, y que , sin embargo, son miembros de Jesucristo y templos del Espíritu Santo? Veo doquiera resplandecer plata y oro y adornos tachonados de brillantes.

- pero son un recuerdo…

- ¿esperáis a los que los ladrones vengan a robarlos? Vosotros ni los usáis ni os son necesarios. Tomad estos objetos, vendedlos y dad el precio a los pobres: los dais a Jesucristo y conquistáis una corona en el cielo. De esta manera no desequilibráis vuestra hacienda ni os priváis de lo necesario.

- ¿y aquella cajita tan bien cerrada?

- no es nada.

- ¿no es nada? Dejádmela ver.

- Hela aquí. Son unos mil napoleones de oro; los guardo porque puede venir una enfermedad. Además, tengo un vecino que me molestas, y quisiera comprarle la casa; así quedaría muy mejorada la mía…

- ¡He aquí lo superfluo!, os digo yo.

Entrad en vuestras casas, y encontraréis alguna cosa superflua en los adornos, en los muebles, en la mesa, en los viajes, en los gastos y en la conservación del dinero y de otras cosas que no os son necesarias.

En todo esto podéis encontrar lo superfluo, que ha de destinarse a beneficio de los pobres.

C) BENEFICIOS QUE REPORTA

1. Beneficios temporales.- pero vosotros diréis: “¿Qué recompensa tendremos nosotros por todo esto?” y es justa esta pregunta, porque es razonable y siempre se la propone el hombre antes de emprender una buena obra.

Es recompensa el placer que uno experimenta en su corazón al hacer una obra buena y haberse ganado el corazón de la persona socorrida. Cierto día vino a yerme un ardiente democrático que, encontrándose en grandes estrecheces, me pidió que le diese al menos la pequeña cantidad de tres francos para comprarse una camisa, pues la que tenía estaba rota, y me aseguró que pronto volvería a devolverme el dinero. Saqué mi cartera, pero estaba casi vacía. Vueltos mis ojos hacia la cama, vi una hermosa y limpia camisa que me habían regalado y puesto allí para que me cambiara.

—He aquí—le dije—: Aurum et argentúm non est mihi; quod autem habeo tibi do.

Me miró con aire de estupor y me dijo:

— ¿Y usted?

—No se preocupe por esto. La Providencia, que hoy provee a usted, mañana sabrá proveerme a mí.

Conmovido ante tal acto, se arrojó a mis pies bañado en lágrimas y exclamando: -

— ¡Oh, cuánto bien puede hacer un sacerdote! -

Fijaos: aquel hombre se hizo un gran amigo de los sacerdotes. En este mundo tenemos que conquistarnos los corazones de los hombres.

Pero hay más Dios es infinitamente rico y de generosidad infinita. Como rico, puede daros abundante galardón por todo lo hecho por su amor; como padre de generosidad infinita, paga con buena y abundante medida cualquier cosa aun pequeña que hagamos por su amor. No daréis, dice el Evangelio, un vaso de agua fresca en mi nombre a uno de mis pequeños, o sea a un menesteroso, sin que tenga su recompensa.

Todos tenemos necesidad de recibir limosna de Dios. Necesitamos que el Señor nos dé la salud del cuerpo, tanto la nuestra como la de nuestros familiares; necesitamos que Dios fertilice los campos, que haga prosperar nuestros negocios...

Ahora bien, escuchad de labios del mismo Jesucristo el medio más eficaz para obtener esta limosna de Dios: Date et dabitur vobis: Haced limosna a otros, y Dios os la hará a vosotros.

Por eso demos mucho si queremos obtener mucho.

En otro lugar, el mismo Cristo promete el ciento por uno a cuanto se da por amor suyo: Centuplum accipiet in tempore hoc.

Este céntuplo, Dios lo da no sólo en bienes espirituales sino también, como explican los Santos Padres, en bienes temporales.

Porque Dios, Padre de bondad, conociendo que nuestro espíritu está pronto, pero que la carne es muy débil, quiere que nuestra caridad tenga el céntuplo aun en la vida presente.

De cuántos modos nos da el Señor en esta tierra el céntuplo de las buenas obras!

¿Quién de vosotros no daría gustosamente, si en este momento viniese uno diciendo: “El que quiera poner dinero al interés del ciento por uno, venga aquí”? Yo creo que ninguno se privaría de dar su óbolo. Pues yo conozco un banco de garantías tales, que hacen imposible cualquier bancarrota, y que produce un interés no digo de un cinco, diez, treinta o cincuenta por ciento, sino del ciento por uno.

¿Quién es este admirable banquero? Es Dios, Padre del cielo y de la tierra, que ha prometido dar ahora, nunc, en este tiempo, in tempore hoc, el ciento por uno al que emplea sus bienes para mayor gloria de Dios y beneficio de los pobres. El que deje por mí sus bienes, recibirá el ciento por uno en esta vida, y después la vida eterna.

Recibirá el céntuplo en las bendiciones que Dios concederá a su persona, a sus bienes, a sus trabajos, a sus negocios; el céntuplo en la paz del corazón, en las gracias espirituales durante la vida y en la hora de la muerte.

El céntuplo da el Señor en esta tierra, ya conservando la vida de un hijo, ya haciendo fructificar los campos; con la paz y concordia de la familia; con la salud de los parientes y de los amigos, librándolos de graves enfermedades, en las que se debería, emplear parte o la casi totalidad del dinero para pagar médicos y medicinas; evitando tal vez litigios, que terminarían en la ruina material de la familia; con el respeto del hijo hacia sus padres y el afecto de los padres hacia sus hijos; defendiendo de ciertas desgracias y en otras mil circunstancias en que encuentra el Señor ocasión de bendecir y dar el céntuplo en la vida presente

Os hago también notar cómo en este tiempo, en que tanto se hace sentir la falta de medios materiales para educar en la fe y buenas costumbres a los niños pobres y abandonados, la Santísima Virgen se ha constituido personalmente su protectora, y por consiguiente, favorece a sus bienhechores y bienhechoras con gracias extraordinarias, tanto espirituales como temporales.

Yo mismo, y conmigo todos los salesianos, somos testigos de que muchos bienhechores nuestros que poseían escasos ‘bienes de fortuna, favorecidos por Dios, los han visto aumentar gradualmente desde el momento en que comenzaron a ser generosos con nuestros huerfanitos.

Por este motivo, y satisfechos de la experiencia hecha, varios de ellos, quién de una manera, quién de otra, me dijeron varias veces estas o semejantes frases; “No tiene usted que darme las gracias cuando hago algún donativo para sus huerfanitos; yo soy el que tengo que darle las gracias cuando me pide la limosna, pues desde que he empezado a socorrer sus obras, mis bienes se han triplicado”. Otro señor, el comendador D. Antonio Cotta, venía a menudo él mismo a traer sus donativos y me decía; “Cuanto más dinero destino a sus obras, tanto más me prosperan mis negocios. Yo experimento prácticamente que el Señor me da aun en la vida presente el céntuplo de cuanto yo doy por amor suyo”.

Si queremos que prosperen nuestros intereses.., materiales, procuremos sobre todo hacer que prosperen los intereses de Dios y promovamos el bien espiritual y moral de nuestro prójimo por medio de la limosna.

Si queréis obtener más fácilmente cualquier gracia, haced vosotros la gracia, o sea la limosna, a los otros antes que la Virgen o el Señor os la hagan a vosotros.

2. Beneficios espirituales. —Pero nosotros, como cristianos, debemos obrar por motivos más elevados.

La limosna, nos dice Dios en el libro de Tobías, libra de la muerte, purifica el alma de pecados, hace hallar misericordia en la presencia de Dios y nos conduce a la vida eterna: Eleemosyna est quae a morte liberat, purgat peccata, facit invenire misericordiam et vitam aeternam.

—La limosna libra de la muerte. Esto puede entenderse de tres maneras: libra de la muerte del alma, u obteniéndonos la gracia de no caer en pecado mortal o la gracia del arrepentimientos, si hemos pecado, y de confesarnos con las debidas disposiciones, alcanzando así el perdón. Libra de la muerte eterna, en cuanto que nos obtiene el don de la perseverancia final. Libra también de la muerte corporal, no ya en sentido absoluto, como si nos hiciera inmortales, sino relativamente, alejando de nosotros ciertos males que nos acarrearían más pronto la muerte, obteniendo la curación de enfermedades, aun graves e incurables. La Sagrada Escritura nos cita a cierta Tabita resucitada por San Pedro a causa de sus limosnas.

—La limosna borra los pecados en esta vida y en la otra.

Una persona que dé limosna por amor de Dios y del prójimo, ejercita un acto de caridad. Ahora bien: un acto de caridad perfecta hacia Dios borra del a no solamente los pecados veniales, sino también los mortales, con tal de que vaya acompañado del deseo, de confesarlos cuando se presente la ocasión. Los expía además, obteniendo más fácilmente el perdón de Dios y disponiendo mejor el alma a recibir en mayor abundancia las gracias de los sacramentos de la confesión y comunión. Y no sólo en ésta, sino también en la otra vida, porque la limosna, especialmente cuando se hace con algún sacrificio satisface por los pecados cometidos, nos libra de la pena que por causa de los mismos deberemos sufrir en este o en el otro mundo e impide que caigamos o permanezcamos por mucho tiempo en el purgatorio.

Finalmente, la limosna hace hallar misericordia y la vida eterna. ¡Ay de nosotros si el Señor nos tratara con todo rigor de justicia! Tenemos, por lo tanto, absoluta necesidad de que Dios use de su misericordia para con nosotros, de su piedad y de su compasión. Y Él usará de esta compasión de esta misericordia y de esta piedad para con nosotros si nosotros hemos usado de ella para con los otros por medio de nuestras limosnas Jesucristo nos lo prometió: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”. Y, por el contrario, ha amenazado por boca del, apóstol Santiago un juicio sin misericordia a aquel que no hubiera tenido misericordia: Iudicium sine misericordia ei qui non facif misericordiam.

También hace hallar la vida eterna. El divino Redentor nos lo asegura cuando, hablando del juicio universal, nos dice las palabras con que decretará el premio a los elegidos y el castigo a los réprobos: “Venid, benditos de mi Padre...”, puesto que en la persona de los pobres yo tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui peregrino, y me hospedasteis; estuve desnudo, y me vestisteis; enfermo y encarcelado, y me visitasteis.

Sí: Eleemosyna a morte liberat. purgat peccata, ef facif in venire misericordiam et vitam aeternam.

Entre las grandes recompensas está también ésta: que el divino Salvador considera hecha a sí mismo toda caridad hecha a los infelices. Si viésemos al Salvador caminar mendigo por nuestras plazas, llamar a la puerta de nuestras casas, ¿habría algún cristiano que no le ofreciese generosamente hasta el último céntimo de su bolsa? Pues en la persona de los pobres, de los más abandonados, está representado el Salvador.

Todo aquello, dice ¿lo, que hagáis a los más abyectos, lo hacéis a mí mismo. Por tanto, no son pobres niños quienes piden caridad, sino que es Jesús en la persona de sus pobrecitos.

Así vosotros obtendréis las bendiciones de Dios.

No lo dudéis: Dad mucho a los pobres, si queréis llegar a ser ricos Dad mucho a los pobres en la tierra, y el Señor os hará ricos un día en el paraíso. “Quien protege a los pobres será largamente recompensado por Dios ante su divino tribunal.

Cuando entréis en el cielo, el Señor os mostrará las almas que con vuestras limosnas habéis contribuido a salvar. Entonces experimentaréis la verdad de aquellas palabras: Animam salvasti, tuam praedestinasti .

Termino recordándoos, una vez más, las bellas promesas que Dios hace a quien se muestra caritativo, a quien usa cristiana mente de sus bienes, a quien promueve y sostiene las obras de beneficencia. Dad y se os dará, dice el Señor. ¿Y qué os dará? El céntuplo en este- mundo y la vida eterna en el otro: Centuplum in tempore hoc et in saeculo futuro vitam aeternam.

Reavivemos nuestra fe y estudiamos el modo de proporcionarnos tan grandes bienes

(San Juan Bosco, Biografía y Escritos, B.A.C., Madrid, 1955, p. 735-749)

------------------------------------------------------------------


Manuel de Tuya


Censura a los fariseos. 12,38-40 (Mt 23,6-8; Lc 21,1-4)

Cf. Comentario a Mt 23,6-8.

La dura censura de Cristo contra los fariseos ha sido recogida por Mt en su capítulo 23. La inserción aquí de la ostentación de los «escribas», casi todos fariseos, tiene probablemente una finalidad por contraste, evocada por el episodio siguiente de la pobre viuda, frente a su inmensa ostentación de ser siempre los primeros en toda la vida social. Mientras buscaban que recayese sobre ellos el prestigio religioso de la Ley, sin lo cual, para ellos, nada valía (Jn 7,49), no tenían inconveniente en «simular largas oraciones», para ser tenidos por ejemplares, y «en devorar las casas de las viudas». Ya los profetas censuraban la indefensión de estas gentes. Este tema es el que le va a hacer presentar lo que significa la ofrenda de una pobre viuda, frente a toda la ostentación y latrocinio farisaicos.



El óbolo de la viuda. 12,41-44 (Lc 21,1-4)

El gazofilacio, o tesoro del templo, estaba situado en el atrio de las mujeres. Probablemente había varias cámaras para la custodia de estos tesoros. En la parte anterior, según la Mishna, había trece cepos, en forma de trompetas, de abertura muy grande en el exterior, por donde se echaban las ofrendas.

Cristo está «sentado frente al tesoro». Observaba cómo las gentes iban depositando sus diversas ofrendas. Algunos echaban «mucho». Pero una pobre viuda echó dos «leptos». Marcos lo interpreta diciendo que hacen un «quadrans». Probablemente lo dice para los lectores gentiles, aunque convenía esta precisión para todos, ya que el «lepton» no era una moneda que todos conociesen. Valía la dieciseisava parte de un denario. No sólo era una insignificancia, puesto que el «denario» venía a ser considerado como el sueldo diario de un trabajador (Mt 20,2), sino que, mientras los demás echaron de lo que les sobraba, ésta echó, «de su miseria, cuanto tenía: todo su sustento».

La lección era clara. Lo que pesa en la ofrenda al templo, a Dios, no es lo material, sino lo espiritual del que lo ofrece. Por eso «esta viuda ha echado más que todos cuantos echan en el tesoro». Una cosa es el amor, y otra la ostentación.

(Profesores de Salamanca, Manuel de Tuya, Biblia Comentada, B.A.C., Madrid, 1964, p. 710-711)

-----------------------------------------------------------------


Dr. D. Isidro Gomá



DISCURSO DE JESUS CONTRA LOS FARISEOS: SU AMBICIÓN E HIPOCRESÍA: MT. 23, 1-12 (Mc. 12, 38-39; Lc. 20, 45-46)

Explicación. — Triunfante Jesús de toda serie de sus soberbios enemigos, y confundida la impostura de unos hombres que, so capa de religión, oprimían y explotaban al pueblo, mientras vivían ellos en el fausto y molicie, arremete con brío contra todos ellos, denunciando al pueblo su hipocresía y ambición, y fulminando contra ellos terribles anatemas, en un discurso que sólo Mateo nos ha conservado y del que tienen breves reminiscencias los otros dos sinópticos, Lucas (11- 39-52) tiene una serie de reproches dirigidos por el Señor contra los fariseos, semejantes a los de este discurso: lo que prueba que el Señor condenaría sus principios y conducta más de una vez. En esta primera parte del discurso, Mateo describe la

HIPOCRECÍA Y AMBICIÓN DE LOS FARISEOS. — Las turbas, que en número extraordinario habían confluido al Templo con ocasión de fiestas de la Pascua, habían sido testigos de la petulancia y perversidad de los fariseos, de la humillación que Jesús les había causado, de la sabiduría invencible del Señor; los ánimos estaban preparados para oír la tremenda requisitoria; al pueblo, pues, y a los discípulos dirige la palabra el Maestro: Entonces Jesús habló a la multitud y a sus discípulos, diciendo en sus instrucciones... Empieza Jesús reconociendo la autoridad de los escribas y fariseos: ellos eran los sucesores de Moisés en la interpretación y aplicación de la ley: Sobre la cátedra de Moisés sentáronse los escribas y los fariseos: la metáfora está tomada de la antigua costumbre de sentarse sobre un lugar elevado los que ejercen un magisterio. La consecuencia es obvia: si su autoridad es legítima, deben observarse sus prescripciones: Guardad, pues, y haced todo lo que os dijeren; referíanse las leyes que del Sinedrio emanaban al culto externo de Dios, sacrificios, purificaciones, días festivos, tributos, etc. Jesús, por lo mismo, mientras oficialmente perdura la Sinagoga, quiere que el pueblo se atenga a su autoridad.

Pero otra cosa es si se trata de la conducta personal de los legisladores: ellos no cumplen según la ley, de la que son custodios e intérpretes; hay, por lo mismo, que atender a la ley, pero no imitar sus obras: Mas no hagáis según sus obras: porque dicen, y no hacen. A esta aserción general añade Jesús la prueba, expresiva de todo un sistema jurídico: Pues atan cargas pesadas e insoportables, a la manera como se atan muchos objetos en haces; uno a uno son los objetos llevaderos, pero el haz es pesadísimo: Y las ponen sobre los hombros de los hombres: eran las mil prescripciones de detalle, con las que querían asegurar el respeto a la ley, ya de sí pesada (Act. 15, 10), pero que en junto resultaban intolerables. Contrastaba con este rigor la relajación de los fariseos y escribas legisladores, que rehuían en absoluto el cumplimiento de las leyes que promulgaban: Mas ni aun con su dedo las quieren mover: eran inexorables con los demás.

A la relajación y dureza, añaden los escribas la ambición e hipocresía: Y hacen todas sus obras por ser vistos de los hombres: y así, prueba de su vana ostentación, ensanchan sus filacterias, gustan andar con largos hábitos y extienden sus franjas. Eran las filacterias unas membranas o pergaminos en que se inscribían estas cuatro secciones de la ley mosaica: (Ex. 13, 19; 13, 11-16; Deut. 6, 4-9; 11, 13-21: encerradas en pequeñas cajas de piel negra, se ataban, por medio de cintas, especialmente en las horas de oración, en la frente y en el brazo izquierdo: así creían cumplir el precepto de Deuteronomio (6, 8): «Las atarás (las palabras de Dios) como por señal en tu mano, y estarán y se moverán entre tus Ojos»: para ostentación de su piedad, los fariseos las llevaban muy grandes. Lo mismo hacían con las franjas o fimbrias, y vistiendo túnica hasta los pies, señal de cierta preeminencia y majestad.

A esta ostentación religiosa añadían los fariseos la ambición descocada de toda suerte de preeminencias: Y quieren los primeros puestos en los convites, y en las sinagogas las primeras sillas, colocándose en las asambleas en los lugares más honoríficos y vistosos: Y los saludos en la plaza, recibiendo públicas y exageradas manifestaciones de respeto: Y que los hombres los llamen Rabbi: era una denominación reciente en tiempo del Señor, equivalente a «mi maestro»: la vanidad del fariseo se nutría de todas estas futilidades.

A la hipocresía y ambición de los fariseos opone Jesús la insistente recomendación de la sinceridad y de la humildad. Mas vosotros no queráis ser llamados Rabbi: no que no deba haber dignatarios y titulares del magisterio, sino que no debe ponerse el afecto en los títulos por vanagloria. La razón es, porque pequeña es la sabiduría y la dignidad magistral de los hombres delante del único Maestro que posee todos los tesoros de la ciencia de Dios, que es Dios mismo, o su Cristo, porque uno solo es vuestro Maestro, ante quien, como hermanos, todos somos iguales: Y vosotros todos sois hermanos.

Como a los doctores se les llamaba también con frecuencia «padre», y de esta paternidad espiritual estaban ufanos los fariseos, recomiéndales que no les imiten en esto tampoco: Y a nadie llaméis padre vuestro sobre la tierra. Y da una razón semejante a la anterior: Porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos, de quien viene toda paternidad, natural y sobrenatural en el orden del cuerpo y del espíritu, porque toda filiación intelectual de El trae origen.

Tampoco quiere que los doctores de la nueva Ley se llamen jefes espirituales, guías, maestros de maestros, como los doctores-cumbres de las dos grandes facciones o partidos doctrinales, Hillel y Schammai, en tiempo de Jesús: Ni os llaméis maestros. La razón e que es único maestro que ilumina las almas, camino, verdad y vida de las inteligencias, por el magisterio externo y por el interno de la gracia: Porque uno es vuestro Maestro, el Cristo.

Por fin, el discípulo de Jesús debe obrar inversamente conducta de los fariseos: éstos quieren elevarse sobre los demás; aquéllos aun ejerciendo autoridad o magisterio sobre los otros, reputarse siervos de los demás: El que es mayor entre vosotros, será vuestro siervo. De ello da Jesús una razón, que es al propio tiempo un estímulo para los humildes, una amenaza para los ambiciosos y vanos: Porque el que se ensalzare, será humillado: y el que se humillare, será ensalzado: el camino de la gloria es la humildad; el orgullo lleva a la ruina. Jesús nos dio el ejemplo de lo primero; en los fariseos vemos la realización de lo segundo.

Lecciones morales — A) y. 2. — Sobre la cátedra de Moisés sentáronse los escribas y los fariseos. — Siéntanse sobre la cátedra de Moisés, dice Orígenes, los que se glorían de profesar su ley e interpretarla: los que no se apartan de la letra se llaman escribas; y fariseos los que añaden algo más, profesando mayor perfección que los otros. No eran malos porque se sentaran en la cátedra de Moisés, antes era ello un ministerio necesario para la custodia de la ley y régimen del pueblo. Lo malo era que con su modo de obrar profanaban la santidad de su cátedra. Porque, dice el Crisóstomo, debe atenderse cómo alguien se sienta en su cátedra: porque no es la cátedra la que hace el sacerdote, sino el sacerdote la cátedra; no es el lugar el que santifica al hombre, sino el hombre al lugar; por lo mismo, el mal sacerdote deriva del sacerdocio, no la dignidad, sino el crimen. ¡Tremenda responsabilidad la que importa el lugar que ocupamos, si es elevado y santo! Sacerdotes, padres, maestros, gobernantes, publicistas, debieran pesar el valor de estas palabras de Jesús: «Sobre la cátedra...»

B) v. 3. — No hagáis según sus obras... — Nada hay más miserable, dice Orígenes, que aquel doctor cuyos discípulos se salvan cuando no le siguen, se pierden cuando le imitan. Lo cual demuestra que se halla, en el orden de la vida, en el polo opuesto de la verdad. ¿Qué importa para él que enseñe la verdad, si con su vida la desmiente? No sola la verdad es la que salva, sino la verdad que informa todos los actos de la vida. Si por desdicha nuestra nos hallamos sometidos a un magisterio tal, dice el Crisóstomo, hagámoslo como acostumbramos con los frutos buenos de la tierra: cogemos los frutos y dejamos la tierra; así debemos cosechar la buena doctrina que nos da el doctor de mala vida, y dejar de lado sus perversos ejemplos.

C) v. 5. —Y hacen todas sus obras por ser visto de los hombres... — De las entrañas mismas de todas las cosas nace lo que las destruye: de la madera, el gusano; del vestido, la polilla, dice el Crisóstomo. Así se empeña el diablo en corromper y destruir el ministerio de los sacerdotes, que están puestos para la edificación del pueblo, en forma que el mismo bien lleve en sus entrañas el mal. Quitad del clero este vicio, de la ostentación y vanagloria, y fácilmente se remediará todo lo demás. Atenuado este concepto del santo Obispo de Constantinopla, diremos que, gracias a Dios, no es la vanidad lo que esterilice la acción sacerdotal de nuestros días: pero sí que los ministros de Dios deben cuanto puedan rectificar su intención e informarla del sentido y del espíritu de Jesús, para que sus obras tengan la eficacia que de ellas puede esperarse en el Señor.

D) v. 8. — Vosotros no queráis ser llamados Rabí... — A fin de que, dice el Crisóstomo, no nos levantemos con una gloria que es de sólo Dios. Porque si la gloria de adoctrinar a los hombres fuese de los doctores, dondequiera que hubiese doctores, habría quienes aprendiesen la doctrina. Pero ahora no sucede así, sino que muchos se quedan sin aprender. Y es que Dios es el que da la inteligencia, no el doctor, que no hace más que ejercitarla en los que le oyen. Y siendo muy glorioso el oficio de doctor, esta consideración le da su legítimo valor, inferior al que nosotros juzgamos. Dios es siempre quien da el incremento.

E) v. 9 - Y a nadie llaméis padre vuestro sobre la tierra... — Se entiende, atribuyéndole en absoluto la paternidad sobre nosotros. Tenemos padres según el cuerpo y según el espíritu; pero unos y otros no ejercen más que un ministerio de paternidad en nombre del Padre de nuestros cuerpos y de nuestras almas que está en los cielos, y «de quien viene toda paternidad en los Cielos y en la tierra» (Eph. 3, 15). Dios es vida esencial, de quien procede toda vida; así es también Padre de quien procede toda filiación, porque de El arranca toda paternidad. Agradezcamos a nuestros padres, del cuerpo y del espíritu, cuantos beneficios de ellos recibimos, pero acostumbrémonos a referirlos al « Padre de las luces, Dios, de quien viene toda óptima dádiva y todo don perfecto» (Iac. 1, 17).

F) v. 11. — El que es mayor entre vosotros, será vuestro siervo. — No sólo no quiere el Señor, dice el Crisóstomo, que ambicionemos los lugares de preeminencia, sino que nos manda tener tendencia a lo contrario. Es la única manera de refrenar este afán de subir, que es innato en el hombre. Como al caballo se le hace tascar el freno y se le tira de las riendas para que no se desboque, así hemos de hacerlo con las fuerzas bajas de nuestra vida.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p.394-398)

----------------------------------------------------------------


EJEMPLOS PREDICABLES



Piense el rico que no es el dueño, sino el guardador y administrador de lo que atesoró

Llegó cierta vez un pobre viajero al palacio de un Príncipe y rogó a éste que le diese cobijo por aquella noche. Y el Príncipe, que por azar cruzaba el umbral de la puerta, exclamó, oyendo las razones del caminante: “¡Válgame Dios, que no es esta casa una hospedería!”. Respondióle impasible el forastero: “Si me dais licencia de que os haga tres preguntas, proseguiré mi camino sin importunaros lo menos del mundo”: “Vengan acá las preguntas y terminemos pronto el negocio”, contestó el Príncipe. “¿Quién moró antes que vos en este palacio?”, fueron las palabras del viajero: “mi padre”, respondía el Príncipe. “¿y antes de vuestro Padre?”; “mi abuelo”, contestóle el noble Señor. “¿y después de vos, quien habitará en él?”; el Príncipe guardó silencio. El viajero proseguía: “cada uno vive aquí un poco de tiempo, y al cabo de unos años deja el sitio para que otro que le va a la zaga; no sois en vuestro palacio más que unos huéspedes, conforme vais entrando y saliendo de él con presteza. Cosa poco discreta y harto vana es gozarse en adornarlo y aderezarlo, tan a fuerza de dinero, si tenéis que dejarlo un día no muy lejano. Más os valdría dar tanta riqueza a los pobres, vuestros hermanos, y andar con ánimo humilde y compasivo, que sería ésta manera de adornar y aderezar un pulido y luciente castillo donde moraréis toda la Eternidad”. Estas palabras ablandaron el corazón de aquel Príncipe y regaló muy ricamente al peregrino en el palacio y colmóle de presentes. Desde aquel instante fue aquel noble señor muy hombre de bien y amigo de socorrer a los menesterosos. En este mundo, el hombre es tan sólo el administrador y usufructuario de los bienes terrenos.

II. Un rico y poderoso director de prósperas industrias, muy compasivo y liberal, paseaba una vez con sus hijos, muchachos de corta edad a quienes había recogido en la escuela. Acertó a pasar por el mismo camino que ellos iban, un rapazuelo roto y astroso, con un cesto casi desfondado en una mano, y que no quitaba ojo del suelo avizorando los trozos de carbón que, caídos de los carros que por allí pasaron, escombraban el pavimento de tanto en tanto. Así que distinguía un trozo, lo guardaba con presteza en el cesto. Como en aquella hora del anochecer era muy vivo el frío, dijo el bueno del rico pobrete: “se te deben helar los dedos, infeliz, según los tienes de fríos”, cogiéndole la mano y calentándola entre las suyas. El muchacho respondíale: “estoy aterido. Pero más lo están mi madre y mis hermanitos en nuestra casa, que ni cristales tiene. Para que puedan calentarse, ando recogiendo los trozos de carbón que a lo mejor caen de los carros”. El fabricante quiso saber dónde vivía, y se dirigió, acompañado de sus hijos, a la casa del pobre; consoló con muy buenas palabras a la desamparada viuda, y sin andar escaso en donativos que aliviasen tanta tribulación, le dijo emplearía toda su diligencia en procurarle el auxilio de las asociaciones de San Vicente de Paúl. Saliendo ya de la casa, observaban los muchachos al padre: “Padre, estas gentes no se nos parecen en nada”. Y el padre les respondió: “pues no somos ni mejores ni perores, la diferencia estriba tan solo en las haciendas. Es por lo que debemos estar tan sobremanera agradecidos a Dios, y de puro reconocidos no abandonar a los menesterosos en su acosadora necesidad”. No es la riqueza que nos hará mejores, sino el buen uso que hagamos de ella.

(Spirago, Francisco, Catecismo en ejemplos, tomo II, Ed. Políglota, Barcelona, 363)



La generosidad será recompensada por Dios

Cierta vez celebraba Napoleón I una gran parada militar. Ente los soldados que iban desfilando se percató el Emperador de uno cuyo rostro le era familiar. Napoleón quiso saber en qué batallas se había encontrado aquel valiente, ya anciano (se llamaba Noel). Mandó parar aquella compañía y que el veterano fuese llamado. Ya en esto, le fue preguntado en cuantas batallas tomara parte y decía: “¿Estuviste en Wagram, en Marengo, en Austerlitz, en Jena? A cada hombre respondía el soldado: “allí estuve”. Como a pesar de haber luchado en tantas batallas aquel hombre no era más que soldado raso, Napoleón le nombró capitán y le colgó sobre el pecho el distintivo de la Legión de Honor. La alegría del viejo soldado no es para describirla. De manera semejante procederá el Padre Eterno el día de la gran parada del Juicio Final. Aquellos que aliviaron las necesidades de sus semejantes, los que estuvieron en todas las batallas de la generosidad y del noble desprendimiento (juntas de beneficencia, instituciones de caridad, etc.) serán distinguidos por el Juez Supremo de manera especialísima.

El avaro es codicioso hasta la hora de la muerte. Un hombre muy tacaño se estaba muriendo. Sus deudos enviaron a buscar a un sacerdote. Llegó el buen religioso y dióse toda la pena que una pueda imaginar para convertir el hombre moribundo, pero todo fue en vano. Le habló de la infinita de la infinita misericordia de Dios, de la muerte de Jesucristo en la cruz, del Juicio Final, del Cielo, del Infierno, pero el avaro no se conmovía. Al fin le dio a besar un crucifijo de plata. Los ojos del moribundo se encendieron de nuevo y una animación especial se reflejó en toda su cara. El sacerdote comenzaba a creer que sus afanes iban a ser coronados por un éxito lisonjero; hubo unos instantes de silencio, y luego se oyó que el moribundo decía: “Padre, ¿qué cuesta ese crucifijo?” Aquí se ve claramente la verdad de aquella sentencia: “Moriréis tal como vivisteis”.

(Spirago, Francisco, Catecismo en ejemplos, tomo III, Ed. Políglota, Barcelona, 244)


21.

En estos tres domingos, Jesús nos ha hecho una gran catequesis o enseñanza para poder seguirle y ser de verdad de verdad, cristianos. Nos ha enseñado que el medio privilegiado para escuchar a Dios y hablar con Dios y así llegar a Dios, son esas tres fortalezas o fuerzas, que se nos han dado en germen cuan­do recibimos el sacramento del Bautismo: La fe, la esperanza y la caridad. De­bemos, pues, profundizar estas enseñanzas para ir avanzando en nuestra ma­durez y transformación cristianas, so pena de quedarnos fosilizados y servir nada más, que como pieza de museo arqueológico.

En este tercer milenio el Papa insiste en que: "es hora de la nueva evangelización". Todo ha de mirar a que la Buena Noticia de Jesucristo llegue al corazón de las personas y transforme nuestro, mundo. Por ello todos los sacerdotes y párrocos deben pro­fundizar y explicar sin prisas, al menos, estas catequesis de los domingos, que la Iglesia nos propone durante el año litúrgico, para que lleguen al corazón de las personas y hacer que dejen atrás un cristianismo de pobres costumbres religiosas y de tradiciones de familia, de tribu y de regionalismos.

Hemos de dejar hacer homilías como telegramas, que es propio del mundo del comercio y finanzas y escribir cartas de amor, que nunca se saben cuando acaban. Pero para ello hay que poner “corazón”, no dinero, tanto quien habla como el que escucha; como los novios

El objetivo es lograr un cris­tianismo más auténtico, liberador y transformador de nuestras vidas en estos años. Pero, no basta solo la predicación bien preparada del sacerdote y si lo descuida, vosotros de manera educada se lo debéis recordar, sino también se necesita vuestra colaboración, trabajando vosotros, solos o en grupo, en vuestras casas o en las salas de la parroquia, esa la Palabra de Dios del domingo correspondiente, para que la homilía caiga en tierra ya algo preparada y sea como un eco en la homilía que escuchamos.

 

Vuestro trabajo, pues, consiste en leer y pensar al menos, el Evangelio, que estamos proclaman­do este año, que es el de San Marcos. Estamos en el capítulo 12. Claro, yo supongo que tenéis al menos, la Biblia en casa.

Si no fuera así preguntad a vuestro párroco cuál es la traducción que más os conviene, para comprarla cuanto antes.

Recordemos, pues, brevemente el contenido de esta triple catequesis de estos tres domingos sobre las virtudes teologales: la fe, la caridad y hoy sobre la esperanza.

Primero fe o confianza en la persona de Jesucristo y su Palabra, como la del ciego Barti­meo, que sin ver dio un salto en el vacío, con la confianza que llegaría hasta los pies de Jesús. Fue lo primero que vio en su vida: el rostro de Jesús y tanto le conoció, que su fe en Cristo y su confianza le hicieron seguirle, subiendo hacia Jerusalén, hacia la cruz del Gólgota, hacia el sacrificio y hacia la Pascua y la Resurrección.

***  Para querer y más adelante amar a una persona, antes hay que conocerla. ¿Lees la Biblia o al menos los Evangelios una vez a la semana para conocer más a Jesús, entrar un poco más en el misterio de su divinidad y de su humani­dad y desarrollar de ese modo, esa fuerza que se te dio en el bautismo y que llamamos fe?

Fe no es conocer simplemente cosas, eso es cultura.
Fe es comprometerme con las cosas que sé y que conozco. La fe es, pues, una manera de vivir la vida, dándole un sentido. Por qué vivo, para que vivo, qué es vivir.

A medida que se conoce a una persona, se la desprecia cada vez más o cada vez se la quiere más y se la ama mejor. Si tu fe es grande y tu confianza crece, comenzarás a amar con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente con todo tu ser a la persona conocida. Y tu amor llegará a ser tan grande, que ya no será amor simplemente humano, sino amor divino, que llamamos "cari­dad".

Caridad es el amor que Dios nos tiene, que es un amor, es un darse sin esperar nada en retorno. Es un amar a fondo perdido y entonces seremos ca­paces de hacer realidad lo que Santa Teresa de Jesús decía, mirando a Cristo crucificado:
No me mueve, mi Dios, para quererte, -el cielo que me tienes prometido, -ni me mueve el infierno tan temido –para dejar por eso de ofenderte.  -Tú me mueves, Señor, muéveme el verte  -clavo en una cruz y escarnecido;  -muéveme el ver tu cuerpo tan herido, -muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor y en tal manera,  -que aunque no hubiera cielo, yo te amara  -y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar, porque te quiera,  -pues, aunque lo que espero no espera­ra,  -lo mismo que te quiero te quisiera".

Es decir: te quiero, porque te quiero.

Este era el mandamiento primero, por el que le preguntaba a Jesús aquel escriba. Y le contestó, haciéndolo no solo primero, sino mandamiento mayor. Se puede ser primero y ser pequeño, enano. Este es Mandamiento MAYOR

Esta es, pues, la fuerza de la caridad, que nos hace amar a Dios y todas las cosas de Dios, sus criaturas, empezando por la más querida por El: el hombre, el propio ser humano, nuestro prójimo; el que está cerca y también y sobre todo, al que nosotros nos acercamos, nos aproximamos, porque nos necesita. Ese es el verdadero pró­jimo o próximo, al que yo me aproximo, porque veo me necesita

Naturalmente, este amor a Dios, nos hace esperar, que un día podremos alcan­zarle; hacer realidad todos nuestros sueños e ilusiones, que el mismo Dios nos ha despertado: llegar a los esponsales del Cordero, como dice el libro del Apocalipsis.

Y hoy se nos hace la catequesis sobre la tercera fuerza, que nos ponen en co­municación y diálogo con Dios: la Esperanza.

Ya la primera lectura, tomada del 1er libro de los Reyes (17, 10-16) nos pone en situación de esperanza: Elías, muerto de sed y de hambre, pide a una viuda, pobre, pobrísima, a las puertas de la ciudad de Sarepta, que le dé un poco de agua y algo de pan. Solo tenía un bocado de pan para ella y su hijo y después esperar la muerte. Lo dio todo al profeta para que él no muriera! Ella se quedo solo con la esperanza, que Dios no la abandonaría, conforme a las palabras del mismo profeta Elías.

Jesús estaba sentado en un banco de piedra del templo de Jerusalén, en frente del arca de las limosnas y de las ofrendas. Observaba a la gente que iba echando dinero. Los ricos al echar sus monedas, sonaba un buen rato el agu­do y armonioso sonido de sus piezas de oro y de plata. Se iban orgullosos y ufanos, dejando de trasfondo la música del sonoro metal plata y oro; a la vez, con la cabeza alta, se iban diciendo: qué bueno que soy, qué generoso! Cuánto me debe Dios. Dejaban algo de metal y se llenaban de orgullo.

Se acercó con sigilo, y hasta con algo de miedo y de vergüenza, una pobre viuda, toda ella vestida de negro y dejó caer dos piececitas de nada. Y al caer en el fondo del arca, tan llena de oro y plata, no se sitió ni el más leve sonido. Y discretamente iba dejando aquel lugar de su vergüenza.

Jesús llamó rápido la atención de sus discípulos y les dijo: "Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie, porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir".

Lección magistral para acabar esta catequesis sobre la fe, la caridad y la espe­ranza. Esta viuda, quería a Dios más que a todo, más que a su propia vida, por eso dio todo lo que le quedaba para vivir, porque esperó, que vaciando su corazón de las cosas, aun necesarias, Dios llenaría ese vació, que en su corazón había hecho. Se quedó sin cosas. Esperó y se llenó de Dios.          

Mientras des solo el tiempo que te sobra, las monedas que te sobran y te mo­lestan por su peso en el monedero, mientras des las sobras de todo lo de tu vida, no puedes esperar nada que pueda llenar ni tu vida, ni los amores de tu co­razón. Podrás esperar que te toque la bonoloto, pero no podrás esperar, por­que esperanza divina no tienes, que Dios llene tu corazón, para celebrar esas bodas eternas del cordero de Dios que quita el pecado y nos devuelve nuestra belleza y resplandor primeros.

Y que en esta Eucaristía intentemos dar un nuevo paso en esa experiencia excepcional, que esperamos se haga cada vez más pronto realidad, porque ya no serán mensajeros, sino que será el Señor el mismo para decirnos: te quiero.

Hoy con esperanza y nostalgia le decimos nos sane de nuestro amor herido:


                   ¡Ay!, ¿quién podrá sanarme?
                   Acaba de entregarte ya de vero;
                   no quieras enviarme
                   de hoy más, ya mensajero
                   que no saben decirme lo que quiero!
                                        
                                    Amen

                                                                                        Edu, escolapio

 


 22. JOSÉ ANTONIO PAGOLA - SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).

ECLESALIA, 08/11/06.- La escena es conmovedora. Una pobre viuda se acerca calladamente a uno de los trece cepillos colocados en el recinto del templo, no lejos del patio de las mujeres. Muchos ricos están depositando cantidades importantes. Casi avergonzada, ella echa sus dos moneditas de cobre, las más pequeñas que circulan en Jerusalén.

Su gesto no ha sido observado por nadie. Pero, en frente de los cepillos, está Jesús viéndolo todo. Conmovido, llama a sus discípulos. Quiere enseñarles algo que sólo se puede aprender de la gente pobre y sencilla. De nadie más.

La viuda ha dado una cantidad insignificante y miserable, como es ella misma. Su sacrificio no se notará en ninguna parte; no transformará la historia. La economía del templo se sostiene con la contribución de los ricos y poderosos. El gesto de esta mujer no servirá prácticamente para nada.

Jesús lo ve de otra manera: «Esta pobre viuda ha echado más que nadie». Su generosidad es más grande y auténtica. «Los demás han echado lo que les sobra», pero esta mujer que pasa necesidad, «ha echado todo lo que tiene para vivir».

Si es así, esta viuda vive, probablemente, mendigando a la entrada del templo. No tiene marido. No posee nada. Sólo un corazón grande y una confianza total en Dios. Si sabe dar todo lo que tiene, es porque «pasa necesidad» y puede comprender las necesidades de otros pobres a los que se ayuda desde el templo.

En las sociedades del bienestar se nos está olvidando lo que es la «compasión». No sabemos lo que es «padecer con» el que sufre. Cada uno se preocupa de sus cosas. Los demás quedan fuera de nuestro horizonte. Cuando uno se ha instalado en su cómodo mundo de bienestar, es difícil «sentir» el sufrimiento de los otros. Cada vez se entienden menos los problemas de los demás.

Sin embargo, como necesitamos alimentar dentro de nosotros la ilusión de que todavía somos humanos y tenemos corazón, damos «lo que nos sobra». No es por solidaridad. Sencillamente ya no lo necesitamos para seguir disfrutando de nuestro bienestar. Sólo los pobres son capaces de hacer lo que la mayoría estamos olvidando: dar algo más que las sobras.


23. Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. -predicador de la Casa Pontificia- a la liturgia del domingo, XXXII Domingo del tiempo ordinario (B)
1 R 17, 10-16; Hebreos 9, 24-28; Marcos 12, 38-44

Un día, estando frente al arca del tesoro del templo, Jesús observa a los que allí echan limosnas. Se fija en una viuda pobre que deposita allí todo cuanto tiene: dos moneditas, o sea, la cuarta parte de un as. Entonces, se vuelve a sus discípulos y dice: «Os digo en verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba; ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir».

Podemos llamar a este domingo el «domingo de las viudas». También en la primera lectura se relata a historia de una viuda: la viuda de Sarepta que se priva de todo cuanto tiene (un puñado de harina y algo de aceite) para dar de comer al profeta Elías.

Es una buena ocasión para dedicar nuestra atención a las viudas y, naturalmente, también a los viudos de hoy. Si la Biblia habla con tanta frecuencia de las viudas y jamás de los viudos es porque en la sociedad antigua la mujer que se quedaba sola está en mucha mayor desventaja que el hombre que se queda solo. Actualmente no existe gran diferencia entre ambos; es más, dicen que la mujer que se queda sola se las arregla, en general, mejor que el hombre en la misma situación.

Desearía, en esta ocasión, aludir a un tema que interesa vitalmente no sólo a los viudos y viudas, sino a todos los casados, y que es particularmente actual en este mes de difuntos. La muerte del cónyuge, que marca el final legal de un matrimonio, ¿indica también el final total de toda comunión? ¿Queda algo en el cielo del vínculo que unió tan estrechamente a dos personas en la tierra, o en cambio todo se olvidará al cruzar el umbral de la vida eterna?

Un día algunos saduceos presentaron a Jesús el caso límite de una mujer que había sido sucesivamente esposa de siete hermanos, y le preguntaron de quién sería mujer tras la resurrección de los muertos. Jesús respondió: «Cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas maridos, sino que serán como ángeles en los cielos» (Marcos 12, 25). Interpretando de manera errónea esta frase de Cristo, algunos han sostenido que el matrimonio no tiene ninguna continuidad en el cielo. Pero con esta frase Jesús rechaza la idea caricaturesca que los saduceos presentan del más allá, como si fuera una sencilla continuación de las relaciones terrenas entre los cónyuges; no excluye que ellos puedan reencontrar, en Dios, el vínculo que les unió en la tierra.

De acuerdo con esta perspectiva, el matrimonio no termina del todo con la muerte, sino que es transfigurado, espiritualizado, sustraído a todos aquellos límites que marcan la vida en la tierra, como, por lo demás, no se olvidan los vínculos existentes entre padres e hijos, o entre amigos. En un prefacio de difuntos, la liturgia proclama: «La vida no termina, sino que se transforma». También el matrimonio, que es parte de la vida, es transfigurado, no suprimido.

Pero ¿qué decir a quienes tuvieron una experiencia negativa, de incomprensión y de sufrimiento, en el matrimonio terreno? ¿No es para ellos motivo de temor, en vez de consuelo, la idea de que el vínculo no se rompa ni con la muerte? No, porque en el paso del tiempo a la eternidad el bien permanece, el mal cae. El amor que les unió, tal vez hasta por poco tiempo, permanece; los defectos, las incomprensiones, los sufrimientos que se infligieron recíprocamente caen. Es más, este sufrimiento, aceptado con fe, se convertirá en gloria. Muchísimos cónyuges experimentarán sólo cuando se reúnan «en Dios» el amor verdadero entre sí y, con él, el gozo y la plenitud de la unión que no disfrutaron en la tierra. En Dios todo se entenderá, todo se excusará, todo se perdonará.

Se dirá: ¿y los que estuvieron legítimamente casados con varias personas? ¿Por ejemplo los viudos y las viudas que se vuelven a casar? (Fue el caso presentado a Jesús de los siete hermanos que habían tenido, sucesivamente, por esposa a la misma mujer). También para ellos debemos repetir lo mismo: lo que hubo de amor y donación auténtica con cada uno de los esposos o de las esposas que se tuvieron, siendo objetivamente un «bien» y viniendo de Dios, no se suprimirá. Allá arriba ya no habrá rivalidad en el amor o celos. Estas cosas no pertenecen al amor verdadero, sino a la limitación intrínseca de la criatura.