COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA

1 R 17, 10-16

1.

Contexto: Una serie de personajes se dejan sentir en este relato. Unos, de forma directa: Elías y la viuda de Sarepta; otros, entre bastidores: Ajab, rey de Israel, y su esposa Jezabel, fenicia. Importantes social o religiosamente son el rey, la reina y Elías, y sin embargo el relato se centra de forma especial en la pobre viuda, ¿por qué? Del rey Ajab y de su esposa nos habla 1 R. 16, 29-34. Por influjo de Jezabel el rey "hizo lo que el Señor reprueba"; erige un altar a Baal, dios de la fecundidad, de la tierra, en Samaría y le rinde culto. El pueblo, temeroso, sigue a su soberano e invoca a los baales en sus necesidades.

El gran defensor de la fe en el Dios de Israel es el profeta Elías (su ciclo se extiende de I Ry. 17 a II Ry. 2. El autor no pretende hacernos una biografía del profeta). Para Elías sólo el Dios de Israel puede enviar la lluvia a su debido tiempo; si el rey y el pueblo continúan en su actitud idolátrica, la lluvia no caerá. Paradoja evidente: los dioses de la fecundidad son incapaces de enviar la lluvia.

El texto que leemos hoy sirve de prólogo al durísimo encuentro del profeta con el rey y el pueblo (1 Ry. 18-21) a los que quiere encauzar y dirigir. Sólo a Dios se le debe rendir culto y adoración, sólo en la obediencia a la palabra profética será posible la continuidad de la verdadera historia del pueblo.

Los cap. 17 y 18 forman una unidad coherente: comienzo y final de una gran sequía; y rellenando esta etapa de sequía el autor nos narra una serie de milagros de Elías. Su fin es confirmar su palabra profética.

-Texto: es claro y no necesita comentario especial.

Sarepta en una pequeña población situada al sur de Sidón (Fenicia). De este territorio se han importado los baales, pero el dominio de Dios también se extiende. Por pertenecer la viuda al Señor de Israel, se dirige el profeta hacia aquel territorio. La situación económica de la viuda y de su hijo es extrema: se preparan para la última comida antes de esperar la muerte. Así la petición de Elías nos suena a inoportuna y egoísta. ¿Quién puede creer en su palabra? El profeta exige un acto de fe radical en su palabra: "la orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará..., y un acto de caridad extrema; dar lo único que tienen. La reacción humana lógica sería el despedir a Elías con cara destemplada.

La fe de esta mujer y el don de lo poco que tienen obran el milagro: la viuda y su hijo encontrarán el alimento diario a pesar de la gran sequía. Elías es el profeta de Dios, y su palabra se cumple. Esta actitud heroica será recordada por Jesús en Lc. 4, 24.

-Aplicaciones: También en el Evangelio de hoy la actitud de una pobre mujer constituye el centro del relato: es ensalzada porque da todo lo que tiene. La viuda de Sarepta también lo da, y a un prójimo que es además extranjero.

-¿Cuál debe ser nuestra actitud cristiana? La gran sequía del paro se extiende por Europa; en otros continentes, se mueren de hambre; los extranjeros (emigrantes) nos piden un pedazo de pan. ¿Cómo reaccionamos? ¿Dando las migajas que nos sobran? ¡No sé qué nos dirán las dos pobres mujeres de dos relatos bíblicos!.

A. GIL MODREGO
DABAR 1988, 56


 

2.

Ajab, rey de Israel (875-854), se casó con Jezabel, hija de Ittobal, rey de Tiro y Sidón y sacerdote de Astarté (1 Re 16, 31). Y así vino a caer Israel bajo la influencia cultural y religiosa de los fenicios. Ajab, a ruegos de su esposa, levantó un santuario en Samaria dedicado al dios Baal. Y dice nuestro autor, refiriéndose a esta infiltración del paganismo, que Ajab "hizo mal ante los ojos de Yavé mucho más que todos los que fueron reyes antes que él" (17, 30). Pero en aquéllos días, cuando estaba en peligro no sólo la pureza de la fe de Israel, sino también su identidad como pueblo, se alzó la voz de un gran profeta avivando la memoria de la mejor tradición yavista. Es Elías, conocido como "el profeta de fuego y el de la palabra ardiente" (Eclo 48, 1).

Elías anuncia una terrible sequía como castigo por los pecados de Israel, y su palabra se cumple. Entonces Ajab, convencido de que la maldición de Elías alejaba la lluvia de los campos, en vez de apartarse de sus pecados, trata de liquidar al profeta. Pero Elías huye y se esconde en el desierto. Después, cuando se secó el torrente del que bebía, marcha a tierras fenicias y llega a la región de Sarepta o Sarfat, entre Tiro y Sidón.

Libre ya de la jurisdicción del rey Ajab, el fugitivo se atreve a tomar los primeros contactos. Encuentra una viuda que recogía leña y le pide ayuda, le suplica que entre en la ciudad y le traiga un jarro de agua y un trozo de pan. Sólo eso, agua y pan.

Pero eso era todo lo que tenía la viuda para ella y su hijo. ¿Qué hacer? Elías hace una promesa en nombre de Dios, una promesa a cambio de lo que le pide y de todo lo que tiene la viuda.

La mujer acepta, hace la apuesta y arriesga todo lo que tiene; cree en la palabra de Dios y recibe al profeta que la anuncia. Dios premia la hospitalidad de esta pobre viuda y manifiesta que es el único Dios que puede salvar precisamente en el país de donde había salido el paganismo que imperaba en Israel. Siglos más tarde, Jesús recordará con amor el gesto de esta mujer extranjera que fue preferida por Dios por encima de todas las viudas de Israel (Lc 4, 25 s).

EUCARISTÍA 1982, 51


 

3.

Durante la crisis del siglo sexto a. C., la figura de Elías se presenta como la de un enviado de Dios para amonestar al pueblo. En el capítulo 17, Elías aparece sin ser presentado. No se siente seguro en su propia patria y ha de huir. Nadie de su pueblo le ayuda pero una mujer pagana, viuda y pobre, comparte con él lo que le queda. El relato intenta subrayar que Dios está presente en la historia humana. Dios puede salvar en las ocasiones más difíciles por medio de instrumentos débiles y inadecuados. Cuando Israel no responde, Yahvé acude a los paganos.

Los relatos sobre Elías quieren estimular la conciencia de los que viven en un momento de crisis. Tras la figura del profeta se esconde Dios. Hay también otra intención: afirmar que Dios actúa en la historia.

El hombre de hoy ve el mundo desde una perspectiva distinta. Ve en el mundo, de manera clara, no la huella de Dios, sino la impronta del hombre. Los éxitos de la técnica le fascinan. Ante el fracaso no se siente llamado a orar y pedir la ayuda de Dios, sino a redoblar su compromiso y esfuerzo.

La naturaleza, como ambiente en el que se siente la experiencia de Dios, ha pasado a segundo plano. Hay que buscar nuevos caminos para descubrir a Dios. Esta problemática teológica no es algo pasajero, sino fruto de la actitud fundamental del pensamiento moderno. Hay que profundizar en la acción de Dios en la historia. Se habla de ausencia de Dios. La fe de Israel se tomó en serio la afirmación de la presencia de Dios en la historia.

No explica nada desde lo humano. Todo lo ve relacionado con Dios. Los antepasados fueron ingenuos al interpretar los acontecimientos, pero fundamentalmente tenían ya la convicción que aún hoy constituye la fe de los cristianos: Dios es el Señor de la historia. Pero Dios permanece en el misterio y con frecuencia es difícil descubrir sus huellas porque no está solo al hacer la historia. Hay otros factores: la libertad del hombre y el poder del mal que esconden los rasgos de Dios, pero no por eso deja de actuar en la historia.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 21


 

4. /1R/16/29-34  /1R/17/01-16

En la historia del libro de los Reyes el reinado de Acab representa un paso adelante en la perversión de los soberanos que acumulaban la indignación del Señor sobre el pueblo de Israel.

Aunque la realeza de Israel del Norte tenía su origen en la oposición al reinado paganizante de Salomón, no tiene nada de sorprendente que, en un momento dado, suba a Israel la dinastía de Omrí, más paganizante todavía que Salomón. A pesar de cierta impopularidad, el reino de Salomón, organizado sobre modelos de inspiración fenicia y egipcia, había sido políticamente esplendoroso. También el reinado de la dinastía de Omrí, inspirado en modelos fenicios, fue políticamente esplendoroso, pero en este caso la paganización llevada a cabo por la reina fenicia Jezabel fue del todo activa y descarada.

Los profetas de Yahvé fueron las primeras víctimas: Jezabel necesitaba profetas cortesanos complacientes del todo, y sólo podía encontrarlos entre los fieles de Baal. Los profetas de Yahvé, en cambio incorruptibles le eran incómodos tanto por la fidelidad a su Dios como por su respeto a los derechos del pueblo. Un culto espléndido a Baal y a Astarté prestigiaban al Estado, aunque fuera acompañado de una vida y un gobierno sin escrúpulos, y la superstición pagana esperaba de este culto la fertilidad de la tierra y toda clase de prosperidades. Por esto Jezabel se propone exterminar los profetas de Yahvé y crea un profetismo de Baal, a sueldo del Estado.

Frente a este poder, Elías se levanta él solo, humanamente indefenso, pero con toda la fuerza de la palabra de Dios y de la fe. Los episodios de su vida, adornados por la leyenda popular, están llenos de sentido. En lugar de la prosperidad que Baal había de dar, el profeta hace caer sobre el país una sequía terrible. El rey lo persigue pidiendo a los reyes vecinos su extradición. Elías, que en otra ocasión se defenderá haciendo caer fuego del cielo (2 Re 1,9-14), ahora no tiene otra defensa que esconderse y hacerse alimentar por los cuervos o por una viuda. Para los narradores bíblicos está claro que en este duelo entre un profeta desamparado y un rey poderoso triunfará el profeta, pero esto será después de que hayan hecho con él todo lo que han querido. Así lo decía Jesús cuando veía en los sufrimientos de Elías un anuncio de los de Juan Bautista y de sí mismo (Mt 17, 11-13). Esta es también la condición de los cristianos frente a los poderes paganos de todos los tiempos.

G. CAMPS
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 699 s.