30 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO
1-8

1.

-La mirada puesta en nuestro final

El evangelio de hoy invita a recordar este hecho: nuestra vida es una espera de la llegada del esposo. Y este tener presente que la vida tiene un momento culminante que es la muerte, es algo que hay que recordar de vez en cuando. Y hoy puede ser un buen día. Además, la segunda lectura, de la carta a los tesalonicenses, corresponde a la respuesta de Pablo ante la preocupación de unos cristianos de los inicios, que estaban preocupados por lo que les pasaría a los que habían muerto. Nosotros no tenemos estas preocupaciones, pero quizá nos encontramos en el otro extremo: simplemente, no pensamos nunca en ello. Y esta no presencia de la muerte en nuestras vidas (se ha hablado a menudo de la deshumanización que representa no permitir que la gente muera en casa y recluir a la muerte en la frialdad de los hospitales) no es ciertamente bueno. Para nadie, y menos para los cristianos.

Este recuerdo de la muerte ha de tener un primer objetivo: hacernos caer en la cuenta que más allá de todo mal, más allá de la gran debilidad humana que tan brutalmente evidencia la muerte, está el amor de Dios, que da vida plena. El anhelo de los tesalonicenses de estar con el Señor por siempre, y la sed de Dios que canta el salmo, constituyen el último horizonte de nuestra vida.

-Aceite para iluminar la llegada del esposo

En esta perspectiva adquiere su sentido pleno la advertencia apremiante del evangelio, que es, sobre todo, una advertencia a las cinco vírgenes necias.

Aquel banquete de bodas era un acontecimiento trascendental: para nosotros, es una de las múltiples imágenes que quieren expresar la inexpresable plenitud del Reino de Dios. Y parece mentira que haya gente con tan poco juicio como para dejarse escapar un acontecimiento de esta índole: gente que no lleve el aceite que ha de alumbrar, y que se duerma; gente que no viva en total tensión a la espera de aquel gran momento, el momento de la llegada del esposo para entrar con todos a la sala del banquete.

Jesús nos está preguntando, en definitiva, si creemos o no en él y en su Reino. Si creemos, no seremos tan locos como para no tener toda nuestra vida pendiente de él, de su camino, de su plenitud. Si creemos, toda nuestra vida será un ir llenando de aceite nuestras jarras, para que nuestras lámparas estén siempre a punto para dar la máxima luz posible. ACEITE/VCR: Fijémonos en un detalle. La imagen que aquí utiliza Jesús para hablar de cómo hay que estar a punto no es una imagen negativa que nos invita a no hacer tal o cual cosa ("no pecar" para salvarse), sino activa, una imagen que nos invita a actuar, a hacer: hemos de almacenar aceite, hemos de poner nuestra vida en acción. El domingo próximo se perfilará más el contenido de estas palabras y el día de Cristo Rey se nos dirá qué es el aceite que nos alumbra.

La primera lectura, en un tono sapiencial y amable, nos viene a añadir una consideración a todo lo que dice el evangelio. Nadie puede excusarse de tener el aceite a punto diciendo que no sabía de qué se trataba o diciendo que bien quería tener aceite pero que no ha sabido cómo proporcionárselo: los que "aman" la sabiduría, los que realmente quieren poner en el Evangelio su corazón y su camino, "fácilmente la ven, y la encuentran los que la buscan: ella se anticipa a darse a conocer a los que la desean".

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990/20


2. ACEITE/VIGILANCIA  MU/VICTORIA-RS 

¿A qué conclusiones se llega, después de las lecturas de hoy? En primer lugar, al convencimiento de que la Sabiduría, su esencia, consiste en saber esperar a Dios; saber apropiarse los frutos de la redención. En segundo lugar, que este encuentro con Dios, habitualmente, sucede fuera de los cálculos del hombre, y en tercer lugar, que hay que vigilar sin desmayo. Porque en los momentos trascendentales de la vida, nadie, en absoluto, puede asumir nuestra propia responsabilidad.

Hay que vigilar, estar despierto. Cada uno en su noche, con su luz y su aceite suficiente, tiene que otear y mantenerse alerta.

¿Cómo no esperar con alegría a Cristo, que venció a la muerte? "Sócrates -escribe Dietrich Bonhoeffer- superó el morir, pero Cristo "venció" a la muerte como último enemigo. Superar el morir cae dentro de las posibilidades humanas; obtener la victoria sobre la muerte, quiere decir resurrección". En efecto, ésta es toda la diferencia, y de este gozo nos habla hoy san Pablo. Este niño indefenso que va a nacer pronto, en las pajas de Belén, trae en sus manos la Esperanza. No una esperanza cualquiera, de matiz humano; no la resignación del estoico, que acepta la finitud, sino la esperanza de las esperanzas: la seguridad de la Vida eterna.

Vigilar, estar atentos. Aquí está el quid de la Sabiduría. Una persona puede ser sabia en este orden de cosas y no brillar precisamente por su listeza. Una persona puede gustar internamente del Señor, adorarle en espíritu y en verdad, y no saber el teorema de Pitágoras. A estas personas, por muchos vaivenes que dé la vida, nunca les falta aceite en la despensa.

Todos hemos conocido personas así, sencillas, sin valores notables, pero tocadas por el ala de la Sabiduría. Personas que a la hora de la muerte -muertes dolorosas, prolongadas- estaban en pie para las bodas. Tenían su lámpara encendida, sobre el celemín, con el brillo limpio de las buenas obras.

Nadie puede recibir al Señor por nosotros. Nadie. Ni nuestros padres, ni nuestros consejeros, ni nuestros amigos más amigos. Nadie. La actitud de las vírgenes prudentes, en la parábola de hoy, parece cruel y egoísta, pero sólo es lógica. Cuando llegue el esposo, no vale volverse a los vecinos, desesperadamente: "Dame un poco de tu fe, de tu justicia, de tu verdad, de tu pobreza, de tu amor". No, no puede ser. Nos lo darían de mil amores, pero es imposible: la lámpara encendida se trata de una cualidad interior, personal, intransferible, que no puede ser compartida. Nadie puede vigilar por otro, y cuando se acerque Dios a medianoche, nadie puede ser nuestro fiador.

Hay que estar vigilantes, porque el Esposo llega de improviso.

Aún tardará en llegar, pensamos; ya tendremos tiempo de avivar la llama. Y gastamos nuestro aceite alegremente, sin preocupaciones.

Nos adormecemos, dejamos de esperar. Y el Reino llega, de pronto. Llega el Esposo, empieza el banquete, se cierran las puertas. El grito de desolación, en estos momentos, es inútil ya: "Señor, Señor, ábrenos". "No os conozco", dirá Jesús. Respuesta terrible, en el Señor de las Misericordias.

Señor, danos la Sabiduría. Danos la Sabiduría eterna, que es tu Hijo, tu Palabra. Haz que esta Sabiduría nos penetre, nos transforme, nos dé el sentido de la vida. Danos el Reino, que es la Sabiduría. Que sepamos vivir, sabiamente, en un clima de espera. Sabiduría, Señor. Que sepamos buscarla, anhelarla, porque en ese instante llamará a la puerta. Aviva nuestra lámpara, Señor, y que esta lámpara ilumine al hombre; que sea faro. No sólo un pasaporte para cruzar tu Puerta.

MARÍA LUISA BREY
VIDA-NUEVA


3. ACONTECIMIENTO/VD 

El Reino es una Fiesta que Dios prepara para la humanidad, y que nos va a pillar a todos por sorpresa: más o menos dormidos.

Cuando el grito de Dios nos sorprenda, ya no habrá tiempo de ayudas mutuas: quien tenga aceite, entrará a la Fiesta; quien tenga la alcuza vacía, verá cerrada la puerta. Por eso, aunque tantas veces os durmáis, estad atentos a la llamada; porque no sabéis el día ni la hora.

Pero esta llamada del Señor, este grito que nos sorprende en la noche, no es solamente válido para el momento de la última llamada. Muchas veces sacude Dios nuestra modorra y encuentra a unos preparados, con aceite en las alcuzas, y a otros encuentra impreparados. "Sucede como en los días de Noé: la gente comía, bebía, se casaba, gozaba y sufría; y de pronto el diluvio arrasó a todos, salvo a los que entraron en el arca". Así sucede cada vez que Dios grita: Están dos hombres en el campo" cuando les llega el síntoma del cáncer: uno se desespera y otro afronta la enfermedad con la paz. "Están dos mujeres moliendo juntas" cuando les llega un hijo subnormal; una reniega de la vida y otra lo acoge como un don de Dios. Están dos padres de familia en la oficina cuando les llega la peste de un hijo drogata; uno se tira de los pelos: ¿Qué quieren estos jóvenes?" ¿Qué más podía haber hecho por él? ¡Lo tiene todo: dinero, coche, buen colegio, trabajo en perspectiva...!; se desespera, pierde el sentido de la vida y se derrumba en la depresión. El otro escucha en el acontecimiento una llamada: "No sólo de dinero, coche y colegios buenos se alimenta un hijo, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"; y se convierte a la fe bendiciendo a Dios que le despertó de su sueño burgués con tan estridente grito; pone a Dios al centro de su vida, renuncia a la fiebre de poseer, y su vida, su matrimonio y su familia, se rehacen.

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO A
DESCLÉE DE BROUWER/BILBAO 1989.Pág. 173


4. 

Decir vigilancia significa tener el sentido de la espera. Espera de Alguien, más que de algo.

Los cristianos expresaban su fe en la "primera venida" de Jesús (encarnación). Pero testimoniaban también la fe en la espera de la "segunda venida". Se trata entonces de la parusía. Una palabra que significa, literalmente, presencia, o también venida (o sea: hacerse presente). Pero el vocablo se usa habitualmente para indicar el retorno de Jesús al final de los tiempos.

Entre la primera y la segunda venida se coloca el tiempo presente. El tiempo de la espera. El tiempo de la Iglesia.

Sin embargo, no pocos fanáticos tendían a acortar este tiempo intermedio, hasta casi anularlo.

Aparecía así el fenómeno preocupante de un pulular de impostores que, aprovechando la emotividad popular, predicaban la inminencia del fin. Era la corriente llamada "apocalíptica", que tenía un indudable gancho entre la gente. (...). Jesús declara que él no ha venido a suministrar precisiones acerca del "cuándo". El cristiano no tiene necesidad de conocer la hora exacta. Puede ser antes de lo que uno espera. Pero también más tarde de lo que se cree. Jesús, más que establecer un plazo, exhorta a la vigilancia. "Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora".

La vigilancia viene motivada por la incertidumbre acerca de la fecha de la llegada del Señor.

El creyente no es alguien que viaja con el calendario en la mano. Como mucho lleva en la mano una brújula.

Cristo da la dirección del camino. No nos ofrece la descripción anticipada de lo que sucederá a lo largo del viaje.

Su palabra -ésa que no pasa- no es una llave mágica para resolver los enigmas de la historia, los enigmas de la crónica cotidiana. Es luz que permite captar el significado de los eventos. El cristiano, efectivamente, no es alguien que ya sabe todo de antemano.

La culpa del cristiano no es la de no estar informado. Sino la de no estar preparado. De no saberse orientar, aclarar en medio de los enredos de la historia y de la crónica de cada día.

En cierto sentido el cristiano "sabe". Pero no sabe "cuándo" ni "cómo". Entonces, en lugar de la curiosidad, la vigilancia. Jesús dice: "Velad. No os dejéis coger de improviso". (...) Pero existe también otra perspectiva en la parábola. Hay que evitar dos posturas extremas. Puede haber quien confunda espera vigilante con estar esperando pasivamente, inerte, olvidando el presente, es más, vaciando de valor el presente. Así se rechaza la historia. Se substrae uno de las obligaciones terrenas considerándolas indignas del cielo. La vida se convierte en una aburrida sala de espera...

Pero puede haber también quien olvida la cita, pierde el sentido de la espera y tiende a absolutizar el presente, eternizándolo.

Se sitúa, se instala, se cierra a toda perspectiva del más allá. Hace todo como si nunca hubiera que partir. Y entonces la vida está determinada únicamente por la preocupación de amontonar, gozar, situarse. (...).

El pecado está precisamente en no caer en la cuenta, en vivir inconscientemente, en despreocuparse de todo, en no sospechar, en vivir como si... O sea, en eludir la cuestión fundamental, porque se está sumergido en las preocupaciones terrenas. El esposo puede retrasarse.

Pero por ninguna parte aparece que haya mandado decir que ya no llegará...

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO A
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1986.Pág 232


5. ALEGORIA/PARABOLA: UNA PARÁBOLA TRAZA SU CAMINO SIN PREOCUPARSE DE LOS ELEMENTOS QUE NO CASAN. TIEMPO/VIGILANCIA SENTIDO EVANGÉLICO DEL TIEMPO:EL ACEITE PARA MAÑANA SE COMPRA HOY.

Extrañas bodas. La cosa iba bien: ¡diez doncellas de honor! Podemos imaginar sus vestidos alegres, sus sonrisas, el novio algo serio, la novia radiante.

Una palabra dura viene a dashacer los sueños: cinco de aquellas muchachas eran "necias". El proyector quedará fijo sobre ellas e irá detallando con crueldad su falta de sentido común. Inútil hacer preguntas sobre las cinco "sensatas" que se niegan brutalmente a compartir su aceite; no es ése el problema. Una parábola traza su camino sin preocuparse de los elementos que no casan.

Intentemos así ir directamente a la lección de ese aceite que escasea. ¿Qué "falta" corre el peligro de hacer de nosotros unos hombres necios? El necio de la parábola es el cristiano que había partido bien, pero que no se ha fijado en las distancias, que cae de nuevo enseguida en su vida vulgar, poco evangélica. Las cinco necias representan los alientos cortos, la gente desarmada ante las esperas y la duración del tiempo. Corren el peligro de verse asustadas ante el grito repentino: "¡Que llega el novio! Salid a recibirlo". Uno piensa, sin embargo, en ese encuentro final. Se sabe que para que tenga éxito hay que encontrar ya a Jesús aquí abajo, en la oración, en la eucaristía, en el evangelio, en los sacramentos del hermano (Mt 25. 40). Pero todas esas cosas cuestan, y se dan largas sin fin: "Mañana empezaré en serio". ¡Se cree uno dueño del tiempo! Incluso cuando durante un retiro, bajo el choc de un acontecimiento o de un testimonio desconcertante, tenemos un fuerte encuentro con JC, no escuchamos bastante su advertencia urgente y casi ansiosa, ya que nos conoce muy bien: "¡Vigilad! ¡Vigilad! Que no sabéis el día ni la hora".

¿Hay que pensar entonces tan sólo en esa hora? No, estar dispuesto ante el gran grito es vivir lo más intensamente posible lo que uno está viviendo. La "espiritualidad del presente", o sea, el buen uso de la vida cotidiana, nos convierte en los mejores candidatos para el encuentro. Sentido evangélico del tiempo: el aceite para mañana se compra hoy. Con todo el coraje que se necesita para vivir a pleno tiempo el evangelio, sea cual fuere la duración de ciertos períodos difíciles.

Si no... Hay que llegar hasta el fondo de estas bodas tristes, aplastar las narices contra el portón cerrado, escuchar las palabras más duras todavía que aplastan toda esperanza: "No os conozco". El último día, Jesús no podrá reconocer más que a "los suyos", a los que hayan intentado ser una luz de evangelio sin cansancio, reponiendo constantemente su provisión de aceite.

Si este tremendo "no os conozco" nos impresiona tal como Jesús quiere que nos impresione, reflexionemos sobre los dos comportamientos: el de las sensatas y el de las necias. ¿Dónde está nuestra lámpara?

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 60


6. 

Siempre que el NT quiere llevar a sus oyentes y lectores a que reflexionen en la Venida del Hijo del hombre, utiliza un doble registro temporal: contempla a la vez el futuro y el presente.

"Entonces aparecerá en el cielo...": es el futuro. "Velad... no sabéis... entended... estad preparados": es el momento actual (24. 30/42-44). Y es que se trata de convencer a los cristianos de que la futura venida compromete su vida actual, que es hoy cuando se preparan para los cambios de mañana, que la actualidad prepara el futuro.

Por eso, la tradición cristiana, en su preocupación por decir todo el valor del presente, recordando además el realismo sacramental que evoca un texto como éste: "Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo" (/Ap/03/20), esta tradición habla de la venida actual del Hijo del hombre, que "viene" constantemente, cada día, manteniendo y desarrollando la relación de amistad que le une a toda la comunidad y a cada fiel en particular.

La lectura de los textos de este domingo requiere esta doble atención. Jesús vendrá: mantengamos los ojos fijos en esta venida, sin dormirnos; pero Jesús "viene" hoy: estemos preparados para acogerlo.

Teniendo presente la actualidad cotidiana del encuentro de Jesús con sus fieles es como podemos ver en la 1a.lectura una reflexión acerca de las condiciones de este misterioso encuentro. El lenguaje es el propio de la meditación y descubrimiento de la Sabiduría. Este descubrimiento es el fruto de una necesaria búsqueda que ilustra ya el "buscad y hallaréis" de Lc 11. 9; pero la necesidad de tal búsqueda no puede hacer olvidar que la Sabiduría, lo mismo que Jesús, es quien tiene la iniciativa; nada se realiza antes de que "llegue el Esposo".

¿En qué condiciones se puede emprender un proceso que permita salir al encuentro de la Sabiduría? En primer lugar, se necesita el "juicio", esa aptitud para reconocer el verdadero valor de las cosas, para discernir las que son conformes a la Sabiduría y las que le son opuestas. Las personas dotadas de este "juicio" son "dignas" (v. 16) de la Sabiduría, sobre todo si a su "juicio", añaden su "amor".

Porque lo que acabamos de decir, la experiencia que hemos descrito no se refiere más que a los que "aman" la Sabiduría, y la aman con un amor capaz de provocar el "ansia", de cautivar "los pensamientos" -"no pensar más que en ella" (v. 15 s)...-, de estimular los "deseos" (v. 13).

DESEO/BUSQUEDA BUSQUEDA/DESEO: Pero el último secreto de este proceso y de su maravilloso logro -"hallar la Sabiduría, contemplarla resplandeciente, inalterable"-, este último secreto reside en el propio comportamiento de la Sabiduría. Aunque hace falta que el creyente la busque para poder encontrarla, es ella la que "se deja contemplar fácilmente por los que la aman", Se necesita el "amor" para estimular los deseos y provocar la búsqueda, pero la Sabiduría "se anticipa a los deseos" y es "la primera en mostrarse". Se adelanta al buscador mañanero que, desde los primeros pasos de la búsqueda, la ve "aparecer sonriente" y "venir a su encuentro", "saliendo al encuentro de los que son dignos de ella" (v. 16); a no ser que este solícito buscador no la haya encontrada ya "sentada a su puerta", dispuesta a encontrársele lo más pronto posible.

BUSQUEDA/ENCUENTRO: Descripción maravillosa del encuentro del hombre y de Dios, cuya profundidad es sólo comparable a su sencillez. Maravillosa descripción de ese patético proceso, constantemente renovado, del hombre que busca a Aquel que le ha encontrado ya, del hombre que encuentra a Aquel que no cesa de buscarle.

También en el evangelio se trata de encontrar a alguien. Ese alguien es el "esposo", el Esposo mesiánico, "el Hijo del hombre que viene al fin de los tiempos sobre las nubes del cielo, con gran poder y gloria, enviando a sus ángeles con una trompeta sonora, para reunir a sus elegidos' (24. 30 s).

Pero he aquí que este esposo se hace esperar: "tarda" (v. 5). Según algunos comentaristas rabínicos el Cristo-Mesías debía permanecer momentáneamente oculto, antes de mostrarse a los hombres. "Cuando venga, nadie sabrá de dónde es", refiere el evangelio de Jn (7. 27). La gente, desde luego, se apresurará a asegurar: Está aquí, está allí. "Está en el desierto... está en el interior de la casa"; no hay que "creer nada" (24. 26): ¡tan fácil es la creación imaginaria de falsos mesías! Esa tardanza que no deja de prolongarse acaba por desalentar a los fieles. Es de noche... Pero hay que permanecer siempre alerta, preparados para la llegada del Esposo, incluso en medio de la noche. No es posible imaginar tanta perseverancia sin una energía interior que es precisamente el objeto de la anécdota evangélica. La condición necesaria para una espera reflexiva, previsora, del Esposo es, dice la parábola con su lenguaje de imágenes, el aceite; el aceite en las lámparas; el aceite en reserva; el aceite en cantidad suficiente para evitar que las lámparas se apaguen; el aceite que se consigue con trabajo...

El encuentro del Esposo, ese encuentro dichoso que lleva a "entrar con él en la sala de bodas", depende de la prudencia previsora de los fieles, de la aplicación con que se haya provisto uno del aceite necesario. Hay que observar que depende también, si no más, del Esposo. Él es el que "viene"; y porque a él es a quien pertenece la disposición de las actuaciones, porque es él el que "viene", el que "tarda", el que "llega", con el que se "entra en la sala de bodas", él quien responde: "No os conozco"... un esposo invocado de pronto con el título de "¡Señor, Señor!"..., por ser él de quien todo depende, los discípulos deben "esperar".

El verbo "esperar" expresa la pasividad. ¿Presenta la parábola esa pasividad como la cima de la vida cristiana? Desde luego que la vida cristiana depende del querer de Alguien que "tarda" lo que él quiere, que "viene" cuando quiere y que "abre la puerta" a quien quiere. Esta dependencia es dolorosa: "El esposo tarda... la noche... No sabéis ni el día ni la hora".

Pero esta dependencia expresa la actividad, la aplicación, la "vigilancia". Hay que ser "previsores", llevar "alcuzas de aceite para las lámparas". En otras palabras, hay que "velar", y "velar" es todo lo contrario de dormirse en medio de la imprevisión. Velar, sin embargo, no es vivir febril, obsesionadamente; es practicar las ocupaciones necesarias y los quehaceres diarios. Es incluso cuando hace falta, "adormecerse y dormirse"; así lo hacen las "cinco doncellas sensatas" que, seguras de sus cuidadosos preparativos, "velan"... durmiendo. El cumplimiento de esas necesidades diarias o del necesario descanso se realiza de una manera peculiar que define una sola palabra, cuyos matices toca a cada uno descubrir: "Velad".

Una última reflexión. Ya sean "necias" o "sensatas", "previsoras" o "fatuas", a las diez doncellas se las denomina con un término que la tradición ha guardado cuidadosamente; se hablaba entonces de la parábola de las "diez vírgenes". A decir verdad, el término griego "parthenos" no tiene necesariamente la precisión de su traducción castellana habitual; puede designar a cualquier persona joven del sexo femenino. Así se explica la traducción literal de las "diez jóvenes". (...) Lo esencial sigue siendo eso: la prudencia previsora que se concreta en la vigilancia: "Velad". Abrid las puertas a la Sabiduría para que un día el Esposo nos abra las puertas y nos introduzca con él en la sala de bodas.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MATEO
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 280


7.

En esta parábola nos ofrece Jesús la misma enseñanza que otra que precede inmediatamente (24. 45-51). Los obreros sorprendidos en su trabajo por el capataz son ahora sustituidos por las doncellas amigas de la novia, que esperan de un momento a otro la llegada del novio. En ambas parábolas se hace una llamada a la vigilancia ante la venida imprevisible del Señor.

En la celebración de una boda revestía especial solemnidad el cortejo que se formaba cuando el novio conducía a su casa a la novia. Esta le esperaba en la de sus padres con las amigas.

Cuando el novio llegaba con sus amigos se formaba un solo cortejo, marchaban a la casa del novio y comenzaba la fiesta. Las diez doncellas de la parábola son las amigas de la novia.

Representan aquí a los fieles que esperan la venida del Señor. El novio es el Señor. La vigilancia de la fe está simbolizada por las lámparas que brillan en medio de la noche y que es preciso mantener despabiladas. Este simbolismo ha pasado a la liturgia de la Iglesia, por ejemplo, en las velas del bautismo, de la primera comunión y de los moribundos. No es normal que un novio se retrase y haga esperar a su novia hasta avanzada la noche. Es evidente que el autor piensa en Jesús, que retarda su venida más de lo que esperaban los cristianos. Una larga espera produce cansancio y aburrimiento, se corre peligro de que le entre a uno el sueño y se halle dormido en el momento preciso. Esto es lo que les pasa a la doncellas imprudentes, a las necias.

Cuando llega el momento decisivo de recibir al novio y entrar con él en la fiesta, las doncellas prudentes no ayudan a sus compañeras que se habían dormido. No se trata de una falta de caridad justamente cuando ésta parece más necesaria. El autor quiere decirnos que nadie puede vigilar por otro y asumir la responsabilidad de los otros en los momentos importantes. Cada uno ha de cuidar su propia lámpara. Cuando llegue la hora del juicio, no será posible el intercambio de los bienes espirituales; cada uno será juzgado según sus obras. Sólo los que permanezcan vigilantes entrarán en las bodas eternas. Debemos cuidarnos mucho de no llegar tarde a la última cita, a la decisiva. Pues, cuando llegue la hora, sólo se salvarán los que estén preparados.

Si no conocemos el día ni la hora, será necesario vigilar cada momento. El cristiano es un hombre despierto. Vivir despiertos es no hacerse el dormido ante las necesidades del prójimo. El que no ama al prójimo no espera, no tiene nada que esperar cuando el Señor vuelva. Pues seremos juzgados sobre el amor.

EUCARISTÍA 1987/52


8. VIDA ETERNA. ENTRE ESTA Y LA OTRA VIDA HAY CIERTAMENTE UNA RUPTURA PERO HAY TAMBIÉN UNA CONTINUIDAD. FE/TIBIEZA MAS QUE POR LAS OBJECIONES EXTERNAS LA FE ENTRA EN CRISIS POR LA TIBIEZA DE LA VIDA CRISTIANA. VCR/COCHE. ACERTADA COMPARACIÓN DEL PAPA LUCIANI.

-Escatología.

Un reciente artículo de Julian Marías planteaba atinadamente, aunque con una exageración típica de ciertos miembros de la aristocracia intelectual, esta cuestión. Había un cristianismo -de los últimos siglos, pero aún presente aunque sea criticado- que veía LA OTRA VIDA COMO LA ÚNICA VERDADERA y por tanto predicaba un, por otra parte imposible, desinterés por esta vida. A aquella visión ha seguido otra que acentúa tanto el interés cristiano por esta vida que SE DESENTIENDE DE LA OTRA (no la niega, pero casi la coloca entre paréntesis). Marías decía, y creo que con razón, que la visión auténticamente cristiana es la que ve LA UNIÓN DE UNA Y OTRA VIDA, es decir, que ya ahora comienza la otra vida -la vida en plenitud y para siempre en la comunión con Dios-; y también que la otra vida es continuación y plenitud de la vida actual. Afirmaba que a los cristianos nos queda mucho camino para descubrir qué significa la afirmación de la vida eterna, no como simple consuelo, no como algo que se cree pero que nada nos dice para ahora, sino como una afirmación de fe basada en la resurrección de JC que modifica -ya ahora- aquello que vivimos.

Me parece que esto puede situarnos ante estos domingos, cuyo centro es aquello que los teólogos llaman la escatología. Porque no se trata de lanzar una predicación dedicada sólo a la muerte y a lo que la sigue (aquello de las postrimerías del hombre), pero también de hablar de ello. Quizá lo que convendrá presentar estos días es que el cristiano, porque cree en la vida eterna, vive ya ahora en camino hacia ella, descubre su presencia, no sólo como un preparar "una buena muerte" sino mucho más como UN CRECER SIEMPRE HACIA UNA PLENITUD, que -como gracia del Padre- esperamos.

Evidentemente, esta predicación debe enraizarse profundamente en LA PASCUA. Como Jesús fue resucitado por el Padre, también nosotros participaremos en su resurrección. Y como los primeros cristianos -como vemos en los evangelios- vieron en la vida de Jesús de Nazaret una anticipación del JC resucitado, también así hemos de ver nuestra vida, la vida de los hombres. Entre ésta y la otra vida hay, ciertamente, una ruptura, pero hay también una continuidad.

-Aceite para las lámparas.

"Velad, porque no sabéis el día ni la hora". Me parece que sería una interpretación reduccionista entenderlo como una simple preparación para la hora de la muerte. Es más pronto, creo, una exhortación a ESTAR SIEMPRE PREPARADOS PORQUE CADA DÍA ES EL DÍA DEL SEÑOR, cada hora es la hora del Señor. ¿No será éste el mensaje del Adviento? Dios vino, vendrá, pero viene también ahora.

Ello no significa que uno pueda dormirse, entibiarse. Precisamente -hablando ayer con un grupo de jóvenes cristianos- me decían que ya había pasado para ellos la época en que su fe -su vida cristiana- podía entrar en crisis por las objeciones "externas" (la crítica marxista, freudiana, científica, anarquista...), ni por las crisis provocadas por los aspectos negativos de la Iglesia y de los cristianos. Decían que ahora veían que LA CRISIS FUNDAMENTAL VENIA POR LA TIBIEZA -el "resfriarse", decían- fruto de la falta de vida cristiana (una vida cristiana que incluía desde la oración, o el leer el Evangelio, o el celebrar la fe, hasta el saber trabajar en la sociedad, el superar las tentaciones del dinero, de la comodidad, de la pereza).

Pienso que éste es el sentido de la parábola. Es preciso velar para tener siempre aceite para la lámpara de nuestra vida cristiana. ES ABSURDO PENSAR QUE NUESTRAS DÉBILES LAMPARILLAS SE MANTENDRÁN SIEMPRE SI NO SON ALIMENTADAS. Necesitamos -todos- el aceite de la comunión con Dios, de la comunión con los hermanos. Es decir, de la exigencia de amar cada vez más. Y ello requiere una vigilancia nada fácil. Pienso ahora que el Papa Luciani, con su estilo característico, lo compararía al necesario mantenimiento de un coche: es preciso gasolina, aceite, revisar el motor, evitar velocidades excesivas, etc. Es verdad que un coche no se tiene para eso -lo más importante en la vida cristiana no es rezar, evitar peligros, alimentarla con reflexión y lecturas...-; el coche se tiene para ir de un lugar a otro -lo que importa en la vida cristiana es crecer en el amor, en la verdad, en la justicia, en la comunión con Dios y los hermanos-; pero igual que el coche no nos servirá si no se cuida debidamente, tampoco creceremos en la vida cristiana si nos olvidamos del aceite de la oración, del evangelio, si no la limpiamos del pecado. En una palabra, si nos instalamos en la tibieza. No vale dormirse, es preciso velar siempre.

-Las lámparas son para iluminar.

Quizá para evitar que la homilía suene a los oyentes como una simple exhortación a mantener un mínimo de vitalidad cristiana, convendrá insistir en el símbolo de la parábola: DIOS NOS INVITA A UNA GRAN FIESTA Y PARA HALLAR EL CAMINO -nosotros y ayudar a los demás a encontrarlo- es preciso que tengamos bien encendidas nuestras lámparas. Las lámparas son para dar luz. Es decir, es necesario vivir la fe, practicar el amor, de modo que ayude a los demás, que sea CONTAGIOSA. No nos preparamos a "morir bien" sino que somos constructores del Reino ahora y siempre.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1978/20