SAN
AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA
2 Tim 4,6-8.16-18: No
seas soberbio nunca, alaba siempre al Señor
Él te
corona de misericordia y compasión (Sal 102,4). Quizá habías comenzado ya a mostrarte
arrogante, tras haber oído: te corona. «Por
tanto, soy alguien grande; luego luché». ¿Con qué fuerzas? Con las tuyas
propias, pero que te fueron dadas por Dios. Que luchas, está claro; también lo
está que serás coronado, si vences. Pero considera quién ha vencido antes y
quién hace que tú venzas en segundo lugar. Yo -dice- he vencido al mundo; alegraos (Jn 16,33). Del hecho de que él haya
vencido al mundo, ¿por qué hemos de alegrarnos? ¿Acaso lo hemos vencido
nosotros? Alegrémonos en verdad, porque también nosotros lo hemos vencido.
Aunque en nosotros fuimos vencidos por el mundo, en Cristo, le hemos vencido a
él. Por tanto, él te corona, porque corona sus dones, no tus méritos.
Dice el Apóstol: He trabajado más que ellos; pero considera lo que añade: Mas
no yo, sino la gracia de Dios conmigo (1 Cor 15,10). Pasados los trabajos,
espera la corona. Éstas son sus palabras: He
combatido el buen combate, he concluido la carrera, he mantenido la fe;
por lo demás, me queda la corona de justicia, con que en aquel día me
pagará el Señor juez justo (2 Tim 4,7.8). ¿Por qué? Porque he combatido el combate, porque he concluido la carrera, porque
he mantenido la
fe. ¿A qué se debe el que hayas combatido y conservado la fe? Mas
no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Por tanto, aun el ser coronado es
obra de la misericordia de Dios.
No seas soberbio nunca, alaba siempre al Señor; no
olvides nunca sus dones. Don suyo es el haber sido llamado cuando eras pecador e
impío, para ser justificado. Don suyo es el haber sido levantado y dirigido
para que no volvieras a caer. Don suyo es el que, después de haberte otorgado
las fuerzas, perseveres hasta el fin. Don suyo es el que también resucite esta
carne, que te oprime, y el que no perezca ni uno solo de tus cabellos. Don suyo
es el ser coronado una vez resucitado. Don suyo es el que alabes a Dios por
siempre sin intermisión. No olvides todos estos dones suyos, si quieres que tu
alma bendiga al Señor, que te corona de
misericordia y compasión.
Y ¿qué haré una vez que haya sido
coronado? Cuando luchaba recibía ayuda; concluido el combate, seré coronado;
entonces no quedará sugestión o corrupción alguna con qué luchar. En esta
vida luchamos sin cesar contra esta corrupción; pero ¿qué está escrito? Por último será destruida la muerte. Cuando ella haya sido
aniquilada, no temerás enemigo alguno pues la
muerte ha sido absorbida por la victoria (1 Cor 15,26-54). Entonces tendrá
lugar la victoria; entonces tendrá lugar la corona. Tras el certamen, vendrá
la corona; y tras la corona ¿qué haré? Él
colma de bienes tu anhelo. Al presente oyes hablar de un bien y lo deseas y
suspiras por él. Y es tal la avidez del bien que te engañas en la elección y
a veces hasta pecas. Así te conviertes en reo, por no escuchar el santo consejo
de Dios que te indica qué elegir y qué despreciar; porque tal vez descuidas
aprender, a pesar de haberte engañado en la elección del bien. Siempre que
pecas buscas un bien aparente, deseas un rehacerte que es sólo aparente. Lo que
buscas es ciertamente un bien, mas se convertirá en un mal para ti, si
abandonas al que hizo todos los bienes.
Busca tu bien particular, ¡oh alma! Para
cada ser existe un bien distinto; todas las criaturas tienen cierto bien
particular, el bien de su integridad y el de la perfección de su naturaleza. Lo
que importa es saber qué es lo que necesita cada cosa imperfecta para alcanzar
su perfección. Busca tu bien particular. Nadie
es bueno sino sólo Dios (Mt 19,17). Tu bien es el sumo bien. ¿Qué le
falta a aquel cuyo bien particular es el bien supremo? Hay también bienes
inferiores, que son bienes para otras categorías de seres. ¿Cuál es,
hermanos, el bien de las bestias, sino el llenar el vientre, no carecer de nada,
dormir, retozar, vivir, gozar de salud, engendrar? Éste es su bien; y Dios
creador de todo le ha asignado y concedido hasta cierto límite una medida de
ese bien suyo. ¿Ése es el bien que buscas tú? Dios te lo da también; pero no
busques sólo ése. Siendo coheredero de Cristo, ¿te alegras de
¿Qué hemos de decir, pues? Nos falla la
voz, pero no el afecto. Recordemos aquel comentario reciente del salmo: ya que
no podemos explicarlo, saltemos de júbilo.
Dios es el Bien. ¿Quién dirá qué bien? Ved que no podemos expresarlo, y no
se nos permite callar. Por tanto, si no podemos decirlo, y el gozo no nos
permite callar, ni hablemos, ni callemos. ¿Qué hemos de hacer si no hablamos
ni callamos? Demos gritos de júbilo. Demos gritos de júbilo a Dios, nuestro
Salvador. Que toda la tierra dé gritos de júbilo a Dios. ¿Qué significa el
dar gritos de júbilo? Emitid la voz inefable de vuestros gozos y eructad hacia
él vuestra alegría. ¿Cómo será el eructar que siga al gran banquete, si
tanto afecta a nuestra alma tras nuestras pequeñas refecciones? ¿Qué sucederá
cuando se cumpla, tras la liberación de toda corrupción, lo que dice este
salmo: Él colma de bienes tu anhelo?
Comentario al salmo 102, 7-8 (Sigue)