COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Si 35, 15b-17. 20-22a

 

1. D/JUSTICIA D/PARCIAL

Textos como el que vemos hoy en la primera lectura le levantan a uno el ánimo. En medio de un mundo tan lleno de negocios poco claros, de "gangsters" de profesión y de vocación, de vampiros humanos que se alimentan con la sangre de sus hermanos, es un respiro leer unas palabras que dan un poco de luz, que rompen una lanza por la verdad en un mundo de engaño y mentira: "los gritos del pobre atraviesan las nubes".

El mismo texto que estamos comentando nos indica que el Señor Dios "no es parcial contra el pobre" en realidad habría que completar diciendo que no sólo no es parcial contra el pobre, sino que es parcial a su favor. O, al menos, al ponerse de su parte, parece parcial en su favor; en realidad se trata de la suprema justicia; una justicia que es victoria y salvación para el pobre.

Normalmente -lo sabemos todos- el rico ofrece a Dios ricos sacrificios, ricos dones: joyas, mantos bordados de oro, suntuosos templos; es un intento infantil de querer sobornar a Dios. Acostumbrados a sobornar a los hombres, a quienes se ve, piensan que igual se puede hacer con Dios a quien, encima, no se le ve, está lejos y apenas se puede temer de sus influencias. El pobre, sin embargo, ofrece a Dios sus lágrimas, su hambre, su enfermedad, sus gritos y quejidos. Dios, claro, atenderá al pobre. Y esa será su parcialidad, esa será su justicia.

Es evidente que si queremos estar en la órbita de Dios, si queremos obrar de acuerdo con Él, si queremos hacerle presente entre los hombres, tenemos que obrar según su misma "parcialidad", según su misma justicia. Es decir, que no podemos estar de parte de los ricos como no lo está Dios. Sin apaños, sin componendas, sin retorcidas justificaciones. No a los ricos. Y ponernos de parte de los pobres. De los pobres de cualquier clase, tipo o condición: pobres para comer, para tener cultura, para vivir en libertad, para que se les respeten sus derechos, para llevar una vida digna; estar de parte, en definitiva, de todos aquellos de quienes no se les puede llamar personas sin que eso sea una ironía. Porque hombres hay muchos, pero personas pocas; hombres tratados como cosas o como animales por otros hombres, sí; llamarles personas es un sueño. Pero tenemos que lograr que todos vivan como tales; aunque algunos se opongan a ello: porque acaparan los sueldos que deberían repartirse entre otros hombres; porque acumulan las tierras que deberían trabajar entre muchas familias; porque hacen de los centros de cultura cotos privados a los que sólo pueden acceder los privilegiados; porque tiran el pan que otros hace tiempo que no prueban; porque quieren imponer sus opiniones a toda costa y para que nadie les moleste encarcelan, exilian o asesinan a quienes piensan de forma distinta. Por todo esto -y muchas cosas más-, algunos se oponen a que todos los hombres vivan como personas. Pero eso no es la justicia de Dios.

No puede caber ninguna duda sobre cuál debe ser nuestra postura como cristianos, como discípulos de Jesús, cuyo Padre, juez justo, hace justicia a los gritos del pobre que atraviesan las nubes. Lo demás es engañarse.

Afortunadamente la Iglesia, a todos los niveles, está dando señales, cada día más claras -más irreversibles, más imparables- de estar dándose cuenta de esto. La opción de la Iglesia por los pobres es una realidad cada día más palpable. Las comunidades de base; la inmensa mayoría de los documentos de las iglesias latinoamericanas -el recordado y querido arzobispo Romero, muerto única y exclusivamente por esta opción-; no pocos de los discursos de Juan Pablo II en el Brasil; en todas partes vamos encontrando hecho realidad este redescubrimiento de los cristianos del siglo XX.

Dios ha estado de parte del pobre. Los cristianos de hoy parece que volvemos a darnos cuenta de esto. Ojalá ya no lo olvidemos nunca.

DABAR 1988/54


2.  FE/COMPROMISO

"El Señor es un Dios justo; escucha las súplicas del oprimido".

La justicia del Señor no es la frialdad imparcial de un juez árbitro que pretende situarse por encima del bien y del mal y de las pasiones que hacen tambalearse a los mortales. El Señor es "partidista": hace suya la causa de los pobres, los oprimidos, los huérfanos, las viudas. Porque toda esta gente tiene razón: si Dios es tan Padre de unos como de otros, la situación discriminada de unos de sus hijos reclama justicia. De ahí que Jesús tenga también unas determinadas preferencias y explique la parábola de hoy "por algunos que, teniéndose por justos, despreciaban a los demás".

SILENCIO-D/ATEISMO: "No ceja hasta que Dios les atiende, y el juez justo le hace justicia". El silencio de Dios ante el dolor y la injusticia es una de las grandes fuentes de ateísmo. La primera lectura podría concluir así: "Dios no atiende, no se apresura a salir en defensa de los pobres; ¡señal de que no existe!" Pero los profetas no se cansan de proclamarle protector de huérfanos, viudas y extranjeros (los pobres no tienen en quién confiar y a quien, por la misma razón, nadie hace justicia). Y Jesús no sólo proclama bienaventurados a los pobres sino que se sitúa a su lado y comparte su suerte: "se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos" (Flp 2. 7), sufrió la injusticia y la marginación hasta ser condenado por la justicia humana, política y religiosa, y ejecutado en nombre de Dios y del César. Solamente cuando los creyentes, como personas y como comunidad, hagamos nuestra la causa de todos los pobres y oprimidos de la tierra, nuestros hermanos podrán "ver" cómo Dios se ocupa de veras de los pobres y está a su lado.

MISA DOMINICAL 1980/20


3. JUSTICIA/CULTO:

El culto como deber hacia Dios, la justicia y caridad como deber hacia el prójimo constituyen el mensaje central de Ben Sira en los caps. 34. 18-35. 26. Relato que deberíamos leer con detención por la gran riqueza de pensamiento que encierra. Culto sin justicia y caridad de nada sirve (34. 18-35. 10).

Mensaje muy importante que repiten hasta la saciedad los profetas y del que se hace eco el gran sabio que escribió el Eclesiástico: "Sacrificios de posesiones injustas son impuros...; el pan de la limosna es vida del pobre...; mata a su prójimo quien le quita el sustento..." (34. 20-22).

Dios está comprometido en la existencia de un mundo bueno. Este compromiso se hizo patente por primera vez en su acto creador: "Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno" (/Gn/01/31).

Pero entre la bondad inicial de la creación y el estado de esperanza actual ha sucedido una quiebra humana que ha desbaratado todo.

Y esta quiebra, continuamente reiterada, ha obligado a Dios a ejercer el papel de juez. Es un imperativo de su compromiso en favor de la existencia de un mundo bueno. Dada la injusticia humana, Dios asume la defensa de quien no tiene otra cosa que ofrecer que sus lágrimas, sus gritos y su sed de justicia. Si alguna parcialidad siente Dios, es a favor del oprimido e indefenso. Parece parcialidad, pero es la suprema justicia, que es victoria y salvación.

A. Gil Modrego
DABAR 1986/53

(Cf. notas de Alonso Schökel L., Proverbios y Eclesiástico, en los Libros Sagrados. Ed. Cristiandad, Madrid, 1968).


4.FE/DOLOR  ORA/SUFRIMIENTO

-La fe frente al dolor: La primera lectura de hoy nos propone estas preguntas. Pero también es cierto que nos da respuestas, aunque no siempre nos satisfagan, puesto que contradicen muchas de nuestras elementales experiencias: "El Señor es un Dios justo... los gritos del pobre atraviesan las nubes, y hasta alcanzar a Dios no descansa: no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia".

Si se contempla la historia judeo-cristiana de la fe desde el punto de vista del dominio del sufrimiento, encontramos ejemplos de muy diferente enfrentamiento a él. Jeremías se queja de que Dios le haya seducido y de que él se dejara seducir hasta el punto de convertirse día y noche en el hazmerreír de las gentes; para todo el mundo es un baldón. En su supremo dolor, Job reta a Dios a un ajuste de cuentas; en su sufrimiento, blasfema de la madre que le dio la vida y jura contra el día de su nacimiento.

Junto a las denuncias y exigencias de pasar cuentas, encontramos lamentaciones y súplicas del salmista orante: "Ayúdanos, Dios de salvación, por honor a la majestad de tu nombre". Utilizando una especie de ardid, los orantes de los salmos suplican verse liberados de sus sufrimientos: no tanto a causa de ellos mismos, sino a causa del honor de su nombre debe apartarles Dios del dolor, para que los enemigos de Israel no puedan gritarles sarcásticamente: "¿Dónde está vuestro Dios?". No obstante, el Dios de Israel no parece dedicarse a una rápida liberación respecto al dolor. Precisamente el conocido cantar de añoranza y lamentación del tiempo del exilio comienza por una súplica en el abandono: "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué te hallas lejos de mis súplicas y lamentos? Te llamo de día y no me escuchas; te llamo de noche y no recibo respuesta".

Jesús de Nazaret -así lo cuentan sus amigos- pronunció este salmo en la angustia de la muerte. Pero ningún Dios vino en su ayuda; murió como todos mueren: solo. Y muchos otros después de Jesús también llamaron a Dios en su dolor con esa u otras oraciones: en las cruces y en las cárceles, hace más de tres mil años y en nuestros días, en el banco de tortura y en la tragedia aérea, en los matrimonios rotos y en las camas de los hospitales. Mientras tanto, el cielo sigue mudo, de la misma manera que lo estaba sobre Jeremías o Jesús de Nazaret.

¿Qué pasa, pues, con la oración del sufrimiento? Los hombre sufren y mueren como todos los que sufren y mueren: unos rezando y otros sin hacerlo. ¿Es esto todo? ¿Es vano el clamor? ¿Está sordo Dios a las llamadas y lamentos? ¿Quizá es impotente? ¿Acaso no puede remediar o evitar el dolor? ¿O, por el contrario, no quiere hacerlo? ¿Tal vez se goza del dolor humano? ¿Es por casualidad el dolor para Dios como la vara del maestro castigador o una prueba de amor oculta para los justos? ¿Quién es Dios propiamente? -Dios no es un verdugo; ama la vida: Las preguntas sobre el sufrimiento ponen a Dios mismo en cuestión. ¿Quién es Dios propiamente? No sabemos; nadie lo sabe. Sólo sabemos una cosa: los cristianos creemos que Jesús, el Cristo, nos introduce en el misterio de Dios. Por ese JC también sabemos que Dios no es un verdugo, que no crea el sufrimiento y que no lo desea. Dios permite que el dolor exista, pero al mismo tiempo se pone de parte de aquéllos que lo soportan y también de los que luchan contra él. Tampoco -según sabemos- se dedica Dios a transformar el dolor en gozo ni a convertir las penas en fabulosa alegría.

Dios busca la vida y la ama y la apoya en su orientación al triunfo. En la persona de Jesús, su muerte y su resurrección son la forma en que Dios se enfrenta al dolor: en la disposición y el coraje del hombre por vencerlo y, cuando es preciso, llevarlo sobre los propios hombros. Entonces, Dios está presente y se hace partícipe.

¿Podremos, pues, prestar confianza a la promesa de la lectura: "Los gritos del pobre atraviesan las nubes, y hasta alcanzar a Dios no descansa"? Sin duda que podremos. Sin ninguna duda podremos ver activo el Espíritu de Dios en aquéllos que alivian el dolor de los pobres.

EUCARISTÍA 1986/50


5. D/NEUTRAL.

La justicia humana es siempre aproximativa y no escapa nunca a cierta parcialidad. Sólo Dios es justo sin parcialidad. Ese alto concepto de la justicia de Dios que no admite sobornos ni conoce la acepción de personas, ni acepta sacrificios y plegarias en favor de la injusticia, se encuentra abundantemente expresado en toda la Biblia.

Sin embargo la imparcialidad de Dios no puede entenderse como si tratara igualmente a ricos y pobres, a opresores y oprimidos.

Precisamente porque es un Dios justo e imparcial, está con los pobres, con los débiles y necesitados (cf. Dt 15.9; Pr 17. 15).

Dios oye el clamor de los pobres y oprimidos (Sal 12. 6), como oyó a Israel durante la esclavitud en Egipto y lo liberó (cf. Ex 2.23ss). El tema de la sangre derramada que clama al cielo y de la justa indignación de Dios y sus profetas es frecuente en la Biblia (cf. Gn 4.10; 2 R 9.7; Sal 79.10; Pr 6.17; Mt 23. 35; Lc 11.50s; Ap 19.2).

El anuncio del Evangelio a los pobres estaba ya profetizado por Isaías como una señal de los tiempos mesiánicos (Is 61.1). Y Jesús, solidario con los pobres desde el establo de Belén hasta el despojo de la cruz, llama bienaventurados a los pobres, a los hambrientos, a los que sufren, a los perseguidos por amor a la justicia...

En un mundo injusto, la imparcialidad de la Iglesia y de los cristianos sólo tiene sentido si es una opción en favor de los pobres oprimidos.

EUCARISTÍA 1989/49


6.

Este fragmento del libro del Eclesiástico se halla en un contexto que habla del culto y su relación con la vida. Siempre es una tentación del creyente pensar que Dios escucha más si el culto es más esplendoroso. El autor recuerda unas verdades que están en el origen de la fe judaica, son la experiencia del Éxodo: Dios escucha el grito de los oprimidos y se pone a su lado para defenderlos.

Como dice el Deuteronomio (10, 17), con una formulación solemne, el Dios único que está por encima de todo no hace acepción de personas, no se deja seducir por los regalos. Si lo hiciera, es evidente que lo tendrían mejor parado los ricos y los poderosos. Pero, al contrario, Dios escucha a los oprimidos, a los huérfanos y a las viudas, que son el "modelo" del pobre afligido que no tiene quien le defienda.

A Dios le llega el grito de auxilio de los justos (de los que se mantienen fieles a la alianza) y de los afligidos. Su grito "atraviesa las nubes", es decir, llega hasta el mismo Dios, sin intermediarios.

La esperanza del pobre desvalido está puesta totalmente en el Altísimo, en aquel que puede intervenir -¡e intervendrá!- en favor suyo. Cuando Jesús anuncia el Reino de Dios con palabras y signos, está haciendo presente la intervención del Dios que ha escuchado las súplicas de los oprimidos y los gritos de los pobres.

El Salmo expresa la confianza en este Dios que escucha y se hace cercano a los que actúan según su voluntad y a los que se hallan desamparados por los hombres.

JOSEP M. GRANÉ
MISA DOMINICAL 1992/13