REFLEXIONES


1. A-DEO/A-H.

La 1a. lectura puede servir muy expresivamente para exponer cómo hay que concretar este amor a los hombres, que es la real manifestación del amor a Dios.

Una posibilidad sería advertir de los peligros de separar uno y otro amor. Si el amor a Dios se separa del amor a los hombres, es comedia, trampa. Porque Dios está presente en el hombre. No se puede amar a Dios si no se ama al hombre. Y aquí será útil poner ejemplos concretos: ¿cómo podemos comulgar con el Cuerpo de JC si no sabemos comulgar con las preocupaciones, necesidades, dolores y alegría de los hombres?; ¿cómo podemos pedir el perdón de Dios si no sabemos perdonar a los hermanos?; ¿cómo nos atrevemos a decir que amamos totalmente a Dios si somos tan raquíticos, tan egoístas y mezquinos en nuestra estimación hacia los que nos rodean? Pero también habrá que decir que -para los cristianos- separar el amor al hombre del amor a Dios lleva a quedarnos en la pequeña medida de nuestro amor. JC nos pide no un amor "humanista" -sensato, correcto, te doy lo que me das- sino que nos invita a un salto: amar sin condiciones, sin cálculos de respuestas, hasta dar la vida, como Él lo hizo. Creer que amando al hombre es como amamos a Dios no significa que no amemos a X o Z por sí mismos, pero sí significa que queremos ir más lejos y descubrir en cada hombre y en cada mujer -en cada niño, en cada viejo- el misterio de un Dios allí presente y que pide más de lo que espontáneamente -sentimentalmente, ideológicamente- nos saldría.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1978/19


2. H/TEMPLO:

EL VERDADERO TEMPLO DE DIOS ES EL HOMBRE
EL VERDADERO CULTO ES EL SERVICIO DEL HOMBRE

Para los judíos, como para la mayor parte de los cristianos actuales, el primer mandamiento era muy superior al segundo. Tenían en su más alto grado el sentido de la trascendencia de Dios, de sus derechos, de su inalienable singularidad.

Lo que les escandalizaba de Jesús era que ponía a la ley de Dios, a la voluntad de Dios, a los derechos de Dios por detrás del servicio al hombre. Jesús traspasa la ley de Dios por amor al prójimo. Los hombres más piadosos, los más religiosos del mundo, condenaron a Cristo, no porque negase el primer mandamiento, sino por la manera con que lo cumplía: ¡al servicio del hombre! (Cfr. Ch. Duquoc, Cristología, Salamanca l969, 150-152).

Si Cristo hubiese sido un hombre religioso en el sentido con que se entiende esta palabra en la piedad cristiana de la actualidad: adorar a Dios y compadecer a los hermanos, no habría suscitado ninguna oposición. Lo que agitó los espíritus fue su asimilación, su identificación de las dos cosas, su afirmación de que había que destruir el templo, terminar con el culto, abandonar la ley, porque el verdadero templo de Dios es el hombre, el verdadero culto es el servicio a los hombres, la verdadera ley ordena que nos amemos los unos a los otros, y el primer mandamiento tiene que cumplirse en el segundo.

Es verdad que el instinto religioso del hombre natural era demasiado fuerte para que pudiera aceptar de golpe semejante revolución.

Los cristianos se preocuparon enseguida de poner a Dios en su sitio, en el primer lugar, de edificar templos, de reinventar cultos, de ponerse apasionadamente al servicio de Dios y de su ley, como el sacerdote y el levita de la parábola... ¡dejando desdeñosamente al hombre herido en la cuneta!

Louis Evely
El ateísmo de los cristianos
Verbo Divino 1970, p. 20 s


3.

COMO A Tl MISMO

La mayor parte de los cristianos saben muy bien que el amor al prójimo es fundamental en el cristianismo. Pero la mayor parte también ha olvidado en la praxis lo que posiblemente recita de memoria sin titubear. Pues Jesús no se limitó a mandarnos amar al prójimo, sino que dijo: amarás al prójimo como a ti mismo. El olvido de esta cláusula ha desvirtuado la práctica de la limosna y desnaturaliza el amor cristiano y la caridad.

Uno no puede menos de recordar, a este propósito, el gesto profético del alcalde mejicano. Recién terminadas unas viviendas sociales, al visitarlas, decidió condenar al promotor, al arquitecto y al aparejador a habitar durante un año en dichas viviendas para que aprendieran a no construir semejantes chapuzas para los económicamente débiles.

Como el alcalde charro, habría que tomar decisiones así con tantos y tantos que, llamándose cristianos, en vez de ajustarse a la medida evangélica (como a ti mismo) usan y abusan de la ley del embudo. Deciden, por ejemplo, el salario de sus subalternos, que, por lo visto, no son iguales a él. Tratan a sus clientes o colaboradores, como si se tratase de seres inferiores o de otra especie. Cualquier nimiedad (un cargo, un nombramiento, un uniforme, un título, un tratamiento, una insignia, una buena remuneración...) les parece una razón para destruir e ignorar la igualdad radical que va implícita en el mandamiento de Jesús, en el mandamiento principal. Porque el principal mandamiento no es hacer caridad, ni dar limosnas, sino amar al prójimo como a uno mismo. Lo principal del mandamiento es, pues, el "como a uno mismo", de suerte que la omisión del "como" descalifica cualquier otra praxis que quiera camuflarse como caridad cristiana.

Y así no es de extrañar que resulte oscura, si no ambigua la presencia cristiana en la sociedad. Pues si con lo principal, que es amar al prójimo como a uno mismo, se ha jugado con tan poca seriedad y respeto, ¿qué tiene de extraño que se manipule todo lo demás, que sólo es secundario?

El principal mandamiento es un alegato, ineludible, en favor de la igualdad de todos los hombres y en contra de todo tipo de discriminación, acepción de personas, estratificación y jerarquización, cuando llevan consigo la reducción del prójimo a otro menos que yo, en vez de a otro igual que yo.

EUCARISTÍA 1981/50


4.

Señor, tú me complicas seriamente la vida.
Tu mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas
hubiera sido fácil de seguir,
sin tener que dar cuenta a nadie, sino a ti

Pero lo has unido al segundo
y nos has mandado amar al prójimo,
amar al otro, a todos los otros,
amarlos siempre
y amarlos como a nosotros mismos.
Y eso no es fácil, Señor.

Es difícil amar al prójimo que veo,
más difícil es amar a los que no veo,
comprometerme con ellos y por ellos,
luchar contra las estructuras hostiles,
empeñarme en la imposible igualdad.

Hubiera sido más fácil dar limosnas,
desprenderme de lo que me sobra,
regalar lo que tengo a medio uso,
prescindir de ciertas cosas superfluas,
repartir aguinaldos,
hacer beneficencia.

Pero nos mandas amar.
Y pones por medida amar como a nosotros mismos.
Y eso ya es demasiado para mi egoísmo.
¿Cómo cobrar todos los mismo o parecido?
¿Cómo disponer de viviendas dignas para todos?
¿Cómo acabar con las clases y las desigualdades?

Pero quiero seguirte, Señor,
y estoy dispuesto al amor,
dispuesto a amar a los demás como a mí mismo,
dispuesto a luchar por la igualdad,
dispuesto, al menos, a luchar contra las desigualdades.

Todos iguales, Señor, todos iguales,
porque todos somos hermanos,
porque todos somos tus hijos,
porque todos hemos recibido de ti lo mismo.

EUCARISTÍA 1990/49