COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mt 22, 15-21

Par: Mc 12, 13-17   Lc 20, 20-26

 

1. D/ALGUIEN

Los fariseos presentan a Jesús un problema o, mejor, un dilema aparentemente insoluble. Jesús relativiza el insoluble problema introduciendo a Dios en el horizonte del problema. Pero lo sorprendente de Jesús es que cuando introduce a Dios no lo hace para hablar de Él o porque quiera discurrir sobre Él. Es curioso lo poco que habla de Dios Jesús sea cual sea el evangelio que tomemos. Es como si se hubiera adelantado al problema hermenéutico actual de las mediaciones del lenguaje. Jesús no hace discursos sobre Dios, ni siquiera lo erige en objeto de reflexión. Jesús, sencilla- mente, vive desde Dios, habla con Él, lo presiente y lo siente. Para Jesús, Dios es Alguien y no algo.

Alguien con el que cuenta en cualquiera de los momentos y de los enredos. Alguien con el que se convive.

Nacionalismo, colaboracionismo. ¿Se paga el impuesto al César o no se paga? Un enredo humano, tan real y cruel que causó muchas disensiones y se cobró muchas vidas. Pero, ¿qué pasaría si Dios fuera para nosotros Alguien tan entrañable como lo fue para Jesús? ¿Qué sería de nuestros enredos? Ya sé que en nombre de Dios se mata. Pero también sé que ese dios debe ir con la minúscula de nuestros dioses, hijos del integrismo y de la mentalidad cerrada. Desde el NT sólo sé que Dios va con mayúscula. Imaginemos no que existe Dios sino que Él es Alguien junto a nosotros. A lo mejor resulta que nuestros enredos se relativizan de tal manera que se volatilizan. Y entonces nos topamos con lo que empieza a valer la pena.

A. BENITO
DABAR 1987/51


2. D/ABSOLUTO. PORQUE CREEMOS EN UN SOLO DIOS, CREEMOS QUE NADA NI NADIE MÁS ES DIOS.

-Dad al César lo que es del César.

Una interpretación apresurada y sesgada del evangelio ha simplificado la cuestión, reduciéndola al ámbito de la Iglesia y del Estado, el poder temporal y el espiritual, como si el hombre tuviera que ser el botín de uno de esos dos poderes. Y no es así. La cuestión que los judíos plantean a Jesús es una cuestión política: ¿se puede y se debe pagar el tributo impuesto por los romanos? ¿se puede aceptar el dominio imperialista de Roma? ¿Hay que resignarse en una situación de colonialismo? Jesús no entra en la cuestión teórica, puesto que en la práctica los judíos ya han aceptado el hecho imperialista al aceptar la moneda romana. Por eso Jesús les pide que enseñen una moneda, para que reconozcan que la pregunta está respondida en la praxis.

Si viven sometidos, ese es su problema. Pero no hay ninguna razón para que el hombre se someta a ningún poder. Y así Jesús, respondiendo a lo que no habían preguntado, les ayuda a recobrar la conciencia de la dignidad humana. Si la organización humana necesita la existencia y concentración de poderes, todos los poderes están limitados y no pueden ser absolutos. Y así Jesús sentencia: dad al César lo que es del César. Pero sólo lo que sea del César, no todo lo que el poder pretende con todo su aparato coercitivo.

-Dad a Dios lo que es de Dios.

Esto significa, por de pronto, que no todo es del César, o sea, que el poder del Estado no es absoluto. En el lenguaje político los límites del poder radican en la soberanía popular, en el reconocimiento y declaración de los derechos humanos. En un lenguaje religioso se dice que los poderes del Estado y en general cualquier poder está limitado por la soberanía de Dios, que es quien ha creado al hombre a su imagen y semejanza. Así lo expresa el profeta Isaías en el texto que hemos escuchado: "Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios". La existencia de Dios, el Absoluto, es la negación de cualquiera otro que pueda presentarse como absoluto. Sólo hay un Dios, todo lo demás no es Dios. Ni es Dios la idea que los hombres podamos fabricarnos de Dios, ni siquiera la idea que la Iglesia tiene de Dios. La existencia de Dios aparece, pues, como la condición de posibilidad de la libertad y autonomía de la persona frente a los poderosos y poderes de este mundo, políticos o religiosos. La fe en Dios es la legitimación de toda desobediencia civil y religiosa, de la objeción de conciencia frente a toda imposición. Porque creemos en un solo Dios, creemos que nada ni nadie más es dios.

EUCARISTÍA 1987/49


3.

El impuesto al César recordaba a los judíos que eran un pueblo dominado por los extranjeros, por los paganos. Y esto era una afrenta al Pueblo de Dios. Frente a la cuestión del impuesto se adoptaron en Israel diversas actitudes: Mientras los saduceos (los colaboracionistas de aquellos tiempos) no tenían inconveniente en pagar y someterse a un poder que los privilegiaba, los fariseos lo hacían de mala gana y los zelotes se negaban en absoluto. Estos últimos, nacionalistas exaltados, habían hecho de ello una cuestión de conciencia. Creían que pagar al César era tanto como negar que Dios es el único Señor de Israel.

La pregunta era comprometedora en extremo y estaba formulada con la peor intención. Ponía a Jesús entre la espada y la pared, entre los saduceos y los zelotes, entre el César y el pueblo, entre la autoridad de Dios y el poder temporal.

Evidentemente no hay que suponer que Jesús no llevaba consigo ni siquiera un denario (una moneda de plata equivalente a unos diez duros), menos aún que no lo hubiera visto nunca. Si les pide que le enseñen un denario es sólo para poner en evidencia su hipocresía y su mala intención. Pues si llevan dinero del César, si lo utilizan corrientemente en la vida, es claro que reconocen de hecho su autoridad. Y si es así, ¿por qué han de negarse a pagar sus impuestos? Era un principio generalmente admitido por todos que el poder político se extendía tanto como el curso de la moneda. Según este principio, diríamos hoy que no es posible aceptar los dólares americanos sin reconocer de hecho su autoridad. Aunque Jesús no dice expresamente qué es del César y qué es de Dios, es claro que no todo es del César. Y en este sentido Jesús pone coto a cualquier absolutismo y recorta la autoridad del estado. Por otra parte Jesús critica también cualquier concepción teocrática que identifique los intereses y los derechos de una nación con la misma voluntad de Dios. Pone también límites a cualquier clericalismo. Digamos que la respuesta de Jesús condena por igual la deificación del estado y la suplantación de Dios por los que dicen representarlo.

EUCA 1987/49


4.

Los evangelios de hoy y del próximo domingo son dos escenas de controversia, en las que los fariseos buscan el modo de comprometer a Jesús en sus palabras, con el fin de hallar un motivo para acusarlo. El episodio de hoy gira en torno al tributo al César, el del próximo domingo sobre el mandamiento más importante de la Ley, y entre ambos se encuentra la pregunta de los saduceos sobre la resurrección de los muertos.

El censo de la población y el impuesto personal -que todos, excepto los niños y ancianos, estaban obligados a pagar- eran los signos más claros de la dominación romana sobre Palestina. Los partidarios de Herodes aceptaban esta situación. En el extremo contrario, los zelotas, por motivos religiosos, se negaban a pagar el impuesto y practicaban una resistencia activa: su único rey era Yahvé, y el dominio del emperador era para ellos intolerable. Los fariseos, por su parte, estaban especialmente preocupados por la observancia de la Ley y, mientras el poder romano no se enfrentase directamente con ella, solían aceptarlo.

La pregunta, por tanto, estaba puesta para que -tanto si respondía de modo afirmativo como negativo- Jesús quedase malparado ante las masas populares simpatizantes de los zelotas o ante el poder romano.

Las primeras palabras que se le dirigen serían un magnífico elogio de Jesús si hubiesen sido dichas con sinceridad. La mayor alabanza que podía hacerse de un maestro consistía en decir que era veraz y fiel en la interpretación de la Ley y que se comportaba libremente en su trato con las personas. Jesús se da cuenta inmediatamente de que, aparentando interés por una cuestión actual, lo que pretenden es hacerle caer en una trampa. Así, después de ponerlos en evidencia -"¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis?"-, hace que los mismos que han formulado la pregunta queden implicados en la respuesta.

Efectivamente, los que en la vida cotidiana admiten la moneda acuñada por el César, reconocen de este modo su soberanía sobre ellos y legitiman así los impuestos que pagan.

La respuesta de Jesús concentra su fuerza en la segunda parte: "a Dios lo que es de Dios", recordando en primer lugar que el centro de su misión es la predicación del Reino. Conceder a Dios lo que es de Dios supone darle la primacía y colocar al César en su justo lugar. Con esta respuesta, Jesús se distancia tanto de los zelotas, que querían una sociedad teocrática, como del emperador romano, que divinizaba su poder y su persona, excediéndose en sus atribuciones.

J. ROCA
MISA DOMINICAL 1981/19


5.

JC no se mete en si el César tiene derecho a gobernar, sino que reconoce que, como demuestra la moneda, en realidad gobierna, y por tanto exige tributos. Pero añade a este reconocimiento la afirmación de que hay que pagar a Dios lo que es de Dios: y ningún israelita se atrevería nunca a afirmar (y a lo largo del evangelio la cosa queda clara) que haya algún dominio humano que quede fuera del poder de Dios. La respuesta, pues, no es ninguna teoría política, ni establece una división de competencias entre el César y Dios, ni responde lo que hay que hacer en caso de contraposición entre las exigencias del César y las de Dios. Si se mira el conjunto del evangelio, se ve como JC presta una atención muy limitada a dar respuestas a las concretas cuestiones de la realidad temporal, anunciando, siempre que se plantea una cuestión de este tipo, que lo que cuenta es la fidelidad a Dios, y que todo el interés debe estar centrado en el Reino de Dios que viene y que es superior a cualquier poder humano. En este sentido, aquí se podría recordar la afirmación -Mt 6. 24- de que nadie puede servir a dos señores (Cf. "Comentario Bíblico San Jerónimo, vol III, pág. 259).

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1978/19


6. 

Algún historiador ha dicho de etapas recientes de nuestra Iglesia que estaba más interesada en conquistar el Estado que la sociedad. Imponerse desde poderes similares a los del César o usar su brazo secular no es el estilo de Jesús. Si los modos de los poderes de este mundo nos cautivan, esa seducción es peor que una persecución. No se puede convertir al Dios de Jesús en César de este mundo. Él se negó a ello.

No falta quienes deducen de este pasaje que es preciso que cada uno ocupe su sitio, que la Iglesia vuelva al puro campo religioso: al culto litúrgico. A Dios lo que es de Dios y al poder político todo lo demás. Pero la acción de Jesús no fue ésta. Además de no ser ni siquiera sacerdote judío, cambió el vocabulario dándoles a las palabras culto, sacrificio, templo, etc., un sentido nuevo. No se trata de la religión, se trata de Jesús.

Usar a Dios como elemento integrador de una comunidad o como bandera de lucha parece tan viejo como la religión misma. La frase: "Dios está de nuestra parte" viene a significar: "nosotros tenemos la razón". También en nuestros días, a pesar de la secularización, se sigue repitiendo, ya sea con motivo de una guerra o de un partido de fútbol. Defender a Dios ha sido el eslogan de todas las inquisiciones y cruzadas de todos los tiempos. En realidad, eran y son muy otros los intereses defendidos. LA CAUSA DE JESÚS NO ES LA DE LA RELIGIÓN SINO LA DE LOS POBRES.

EUCARISTÍA 1990/48


7.

Este pasaje pertenece al relato de las "tentaciones" a las que escribas, fariseos y saduceos someten a Cristo. Los partidarios de Herodes formulan el primer ataque con la esperanza de que Jesús pronunciará alguna palabra que pueda ser atentatoria contra el César.

a) A la pregunta de los herodianos: "¿está permitido pagar el impuesto al César?", que no posee ningún derecho divino a reinar sobre el pueblo porque no es de la raza de David, Cristo responde con un argumento "ad hominem": puesto que los fariseos y sus discípulos aceptan la autoridad y los beneficios del imperio romano, que soporten también las prescripciones y las exigencias.

Lejos de pronunciarse sobre la legitimidad del poder, Jesús se limita a precisar que ha sido aceptado y, por consiguiente, merece obediencia.

Como los inquisidores se encuentran de esta forma no sólo reducidos al silencio, sino confirmados además en su celo pro-romano, Cristo añade: "y dad a Dios lo que es de Dios". La obediencia cívica no constituye un obstáculo para los deberes para con Dios. La enseñanza es doble: la autoridad civil tiene derecho a la obediencia, sobre todo de parte de quienes se aprovechan de las ventajas que lleva consigo (Rm 13. 1-8; Tt 3. 1-3; 1 P 2. 13-14).

Pero esta obediencia no puede ser un obstáculo a la obediencia que se debe a Dios. b) Intercalando este episodio a continuación de la parábola del festín, Mateo introduce una interpretación suplementaria (Mt 22. 1-14). La parábola del festín subraya la negativa con que muchos responden al llamamiento de Dios; al relatar a continuación el triple enfrentamiento de los herodianos, de los saduceos y de los fariseos, el evangelista caracteriza las tres actitudes de rechazo que la Iglesia-asamblea puede encontrar. Algunos están de tal forma ligados a un "César" que les es imposible reconocer al Señor; otros no pueden admitir un más allá para la vida presente; otros, finalmente, se envuelven, al igual que los fariseos, en una intransigencia de tal calibre y en una pureza tal que no pueden significar a la Iglesia de "todo el que llega". Mateo prepara así el capítulo 23 de su evangelio, en el que Cristo maldice a esos oponentes, y el cap. 24, en el que Jesús anuncia la nueva asamblea y la "bendición" de los nuevos congregados (Mt 23. 34), opuesta a la "maldición" de quienes han rechazado la invitación (Mt 23.), y la nomenclatura de los congregados (Mt 25.).

No existe, pues, una verdadera oposición, basada en el Evangelio, entre lo que es del César y lo que es de Dios. En efecto, el Reino de Dios no se sitúa fuera de los reinos terrestres, puesto que éstos son asumidos por Dios en JC. Querer dar a Dios lo que le es debido implica, pues, que se dé al César lo que le pertenece. El Reino de Dios no es de este mundo en el sentido de que no es uno más de los reinos de acá abajo; pero sí está en el mundo en el sentido de que es extensible a todas las realezas terrestres. Por tanto, no se puede ser cristiano auténtico al margen de las realidades.

La Iglesia no tiene, pues, por qué disputar a las realezas terrestres un espacio que tiene reservado para ella: ocupa ya todo el espacio del mundo, puesto que significa de manera visible la humanidad reconciliada con Dios. Por otra parte, tampoco tiene por qué ejercer su dominio sobre el mundo profano y secularizado.

Y no será transformando a este último en cristiandad, sino enviándole sus miembros, como se hará extensible a él y significará para él su salvación final en JC.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VII
MAROVA MADRID 1969.Pág.186 s.


8.

La respuesta de Jesús es del todo inesperada y coge de sorpresa a sus interlocutores. Es una respuesta que se sustrae a la lógica de tomar partido. No es una respuesta evasiva. Evita el dilema, mas no por miedo a comprometerse. Lleva el razonamiento a mayor profundidad, al centro inspirador, a saber, la justa concepción de la dependencia de Dios y, por tanto, la justa libertad frente al estado.

Evidentemente, con su respuesta Jesús no coloca a Dios y al César en el mismo plano. En las palabras "Dad al César lo que es del César, pero a Dios lo que es de Dios", el acento me parece que cae en la segunda parte. La preocupación de Cristo es ante todo salvaguardar en toda situación política los derechos de Dios.

También están los derechos del estado; pero cuando el estado permanece en su sitio, estos derechos se truecan en deberes de conciencia. Sin embargo, hay que apresurarse a añadir que el estado no puede erigirse en valor absoluto; ningún poder político: romano o no, cristiano o no, puede arrogarse derechos que competen sólo a Dios, ni puede absorber el corazón entero del hombre, ni reemplazar su conciencia ("pero a Dios lo que es de Dios").

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MATEO
EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág. 231


9.

Censo o contribución por cabeza que, como súbditos del imperio romano, tenían que pagar todos los judíos una vez entrados en la adolescencia y hasta los sesenta o sesenta y cinco años. Para la conciencia nacional judía, fogueada por el movimiento zelota, este censo era absolutamente intolerable. De ahí el carácter de trampa en que se quiere atrapar a Jesús: o afirma en público el derecho del César y pierde el afecto de un pueblo resignado a los hechos pero simpatizante con los zelotas, o lo niega, lo que en aquellas circunstancias significa una incitación a la resistencia, que era inmediatamente sofocada por constituir un delito de rebeldía contra Roma.

Partidarios de Herodes (herodianos): su táctica política habitual era el servilismo sin condiciones a las órdenes de Roma. Sin llegar a este servilismo, los fariseos no extremistas eran también partidarios del poder constituido, siempre que éste no se enfrentase con la Ley de Dios. Tanto unos como otros tienen ya hecha su propia opción y no pretenden cuestionarla: son partidarios del statu quo, impuestos al César incluidos.

DABAR 1978/56