COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
Hb 04, 12-13

 

1.PD/EFICAZ.

El autor de la carta a los hebreos acaba de contemplar la revelación de Dios a través de los profetas y de su propio Hijo (Heb 2, 1-4). Esta palabra reveladora de Dios es ante todo promesa de salvación y de "reposo" (Heb 3), pero no la realiza sino en la fe de quienes la escuchan. A falta de esta adhesión, se convierte en amenaza y castigo (Heb 4, 2). Los dos versículos de esta lectura son el final de esta meditación.

Los hebreos están acostumbrados a medir la eficacia de la Palabra de Dios (cf. Is 55, 11), que se manifiesta, en primer lugar, en quienes la proclaman: transforma, al precio a veces de una lucha violenta (Jer 20, 7; Ez 3, 26-27), al profeta en un testigo auténtico, incluso en una parábola activa de la Palabra (Is 8, 1-17; Os 1-3; Sal 68/69, 12). Este poder de la Palabra en el profeta se verifica mucho más aún en Jesús, dominado hasta tal punto por la Palabra que en El es su propio comportamiento, signo y salvación para todos los hombres (Heb 1, 1-2).

Mas lo que ha realizado en los profetas y en Jesús, la Palabra lo realiza igualmente en cada cristiano, ayudándole a desentrañar sus intenciones más secretas e impulsándole a tomar partido. En este sentido, la Palabra es juicio, no sólo porque juzga desde el exterior la conducta del hombre, tal como lo haría una norma legislativa, pero con mayor profundidad, puesto que llama al hombre a escoger entre sus deseos y las exigencias de la Palabra.

En este sentido es una espada (Lc 2, 35) que obliga al cristiano a los más radicales desprendimientos.

Eficaz cuando provoca la fe y el juicio de la conciencia, la Palabra lo es no menos cuando acompaña a una función sacramental.

El pan y el vino eucarístico son eficaces porque la Palabra que los acompaña es la Palabra misma de Dios, afilada como una espada para impulsar en cada uno de nosotros la profesión de fe y la decisión selectiva que exige la participación fructuosa en el banquete.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VII
MAROVA MADRID 1969.Pág. 159


2.

Los dos versículos de la segunda lectura son el final de una exhortación que comienza en Heb. 3, 7. En toda ella puede entreverse la situación de dejadez y desinterés en que se encuentran muchos miembros de la comunidad, que están llegando incluso a perder el contacto con Dios. Consciente de esta situación, el autor de Hebreos trata de despertar las conciencias de sus lectores provocándoles a tomar una decisión. Para ello les cita un texto bíblico del AT (Heb. 3, 7-11) donde se expresa la urgencia de estar abiertos a Dios. La expresión "hoy" aparece cinco veces a lo largo de la exhortación. No hay tiempo que perder, no hay que diferir la decisión: hay que tomarla hoy mismo.

En los vs. 12-13 (lectura de hoy) el autor da una nueva razón para urgir la necesidad inmediata de salir del estado de letargo y de tomar una decisión: la Palabra de Dios que ha citado antes (vuélvase a leer Heb. 3, 7-11). es una Palabra absolutamente seria y que sigue teniendo vigencia aunque haya sido pronunciada mucho tiempo atrás; es una Palabra que se cumplirá puntualmente si el hombre se empeña en no escucharla. El tono, como se ve, es conminatorio. Es un nuevo recurso del autor para sacar de su letargo a quienes están dormidos.

DABAR 1976, 55


3.

Una vez el autor ha proclamado y explicado (vv. 1-11) lo que "Dios dice por boca de David" en el Sal 95, 8 y 11 acerca de la promesa de "entrar en su descanso" hace una llamada a los lectores para que no endurezcan el corazón y acojan la palabra de Dios con la obediencia de la fe. Este parece ser el objetivo que pretende con este pequeño himno sobre la palabra de Dios, en el que subraya la eficacia, la penetración y la dignidad de esta palabra.

A semejanza de otros lugares del A.T., se personifica en éste la palabra de Dios (cfr. Is 55, 10; Sab 18, 14). Pero iríamos demasiado lejos si entendiéramos que el autor se refiere al Logos (o Palabra) según aparece en el evangelio de Juan. Se trata únicamente de la palabra que sale de la boca de Dios, que habló antes de muchas formas por los profetas y últimamente nos habla por boca de su Hijo (Heb 1, 1s.). Por otra parte, no hay que olvidar que el sujeto de esta palabra es el mismo Dios vivo. De ahí su eficacia, su penetración y el fruto que produce. No se trata de una palabra muerta, sino viva y vivificante (cfr. Dt 32, 47; Jn 6, 63 y 68, Hech 7, 38; 1Pe 1, 23). Tampoco es palabra vana o vacía, sino llena de fuerza como una semilla: Dios hace lo que dice. Por eso compromete al hombre y lo lleva a la decisión. Esta palabra es penetrante y llega a lo más profundo del hombre, requiriendo toda nuestra responsabilidad.

La fuerza de penetración de esta palabra se debe a que es la palabra de "Aquel a cuyos ojos todo está descubierto". Por eso es también la palabra tan certera como justa, la sentencia del verdadero juez. El que la escucha y la practica se salva; el que la rechaza ya está condenado. Sin embargo, todavía ha de llegar el día en que este juicio se manifieste y se ejecute plenamente la sentencia.

EUCARISTÍA 1982, 46


4.

En un canto de elogio se describe el penetrante poder de la palabra de Dios, del cual el autor ya había hablado en la explicación del Sal 95, 7-11, que dirige a los destinatarios de la carta como una exhortación.

En conexión con distintos lugares del AT (Is 55, 10s.; Jr 23, 29; Sab 18, 14), se personifica la palabra de Dios y se le atribuyen propiedades divinas. Como palabra del Dios vivo, no es un mero eco vacío, sino algo viviente, que crea vida (cf. Dt 32, 47; Jn 6, 63. 68; Hch 7, 38; 1 Pe 1, 23). Está llena de fuerza y realiza lo que dice. No es inerte, sino que obliga al hombre a tomar partido, porque la posición frente a la palabra de Dios acerca del destino del hombre es algo definitivamente decisorio. Penetra hasta las más hondas profundidades del alma y hasta las mas ocultas partes del cuerpo, o sea, todo nuestro ser.

Discierne y juzga los más escondidos pensamientos y deseos del corazón; nada puede escaparse de las pretensiones de la palabra de Dios.

De la palabra de Dios, el autor asciende hasta Dios mismo. Todo es clarividente a sus ojos, no hay velo que le oculte cosa alguna. Todo se halla presente ante aquel que ha de pasar cuentas a los hombres.

EUCARISTÍA 1988, 48


5.

Desde 3,7 la exhortación que el autor hace a los lectores es una confrontación con el /sal/095/7-11. La paráfrasis y actualización del salmo a la situación cristiana da lugar a una reflexión profunda sobre la palabra de Dios. La palabra de Dios es la acción misma de Dios que se manifiesta y juzga. Es la palabra de un Dios que se pone personal e históricamente frente al hombre y le presenta de forma explícita algunas exigencias y le pide el compromiso constante como respuesta.

Las propiedades y efectos de la palabra de Dios vienen articuladas en cinco afirmaciones: es "viva" porque proviene del Dios vivo, tiene vida en sí misma y puede comunicarse; es "eficaz", creadora, hace cuanto se propone; es "tajante", nada puede resistir a su poder; es "penetrante", todo está descubierto ante ella; "juzga", valora pensamientos y acciones, llama a la decisión y a la conversión, no deja neutral a nadie.

Las reflexiones de la carta a los Hebreos sirven para clarificar a los cristianos de la segunda generación como en Cristo se ha realizado la salvación y liberación del mal y del pecado. La palabra no es simplemente el órgano de transmisión de un determinado contenido doctrinal. Detrás de la exigencia de esta palabra que escuchan hay una llamada a la decisión y compromiso total. No ofrece una revelación definitiva, indica un camino, propone el seguimiento de Cristo. La meta que ha alcanzado Cristo sólo se puede alcanzar en unión con él.

No endurezcáis vuestros corazones. No os volváis atrás ante las exigencias que la situación actual impone para edificar la salvación y llegar a la paz y a la justicia. Ante la palabra de Dios no hay posibilidad de huida, aunque se pueden tomar dos actitudes: abrirse totalmente al Dios hecho hombre o esconderse en el pequeño mundo de la comodidad traicionando la fe y a Dios, que en Cristo ha dado sentido y esperanza al mundo y que se puede hacer realidad con nuestra participación y colaboración.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 19


6.

Dos versículos nada más, pero que constituyen el himno más maravilloso al poder penetrante de la Palabra de Dios.

Se describe la palabra como algo vivo que tiene el poder de penetrar en los reductos más íntimos de nuestro ser espiritual dejando desnuda nuestra alma y juzgando todos los secretos de nuestra vida.

La palabra de Dios no sólo es evangelio, buena nueva, alegre noticia: Dios nos ama y nos salva por pura gracia, por pura generosidad. También es juicio crítico, de juez, ante todo aquel que voluntariamente se resiste, porque su eficacia no es mágica, depende de la aceptación por la fe; pero -para bien o para mal- nunca vuelve a Dios vacía.

Debo ponerme cada día frente a la Palabra de Dios como frente a un espejo y dejar que esa Palabra de Dios desenmascare mis intenciones secretas y mis escapatorias.

Este es el juicio que produce la Palabra de Dios; es un diálogo, una tensión dialéctica entre nuestros pensamientos, emociones, sentimientos, acciones y la Palabra de Dios, la cual nos juzga y ante la cual somos juzgados.


7.

La palabra de Dios viva y eficaz (Heb 4, 12-13)

Siempre existe el peligro de acostumbrarse a la palabra como a un concepto. Ahora bien, la palabra de Dios es esencialmente acto y vida. El autor de la carta lo expresa utilizando una vehemente comparación, la de la espada que ejecuta. Los profetas nos han habituado a esa eficaz actividad de la palabra (Is 55, 11). Ella es una fuerza para la salvación. La intervención de la palabra está siempre cerca de nosotros, no se deja engañar por apariencias, lo deja todo desnudo. Se invita, pues, al cristiano a situarse en una actitud de lealtad ante la palabra. Por eso, la celebración de la Palabra de Dios para nosotros es juicio, pero también gracia para construir con justicia y fortaleza. Tendremos que rendirle cuentas.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 136


8./Hb/04/01-16

La cabeza inclinada de Jesús en la cruz y el reposo de su sepulcro están llenos del mismo misterio de su vida y su sufrimiento. El descanso de Jesús es el final de un dolor terrible, el final de la persecución, del intento de aniquilar al que anunciaba la vida, la libertad, el amor, Dios. Jesús aprendió en la pasión hasta dónde puede llegar la cruel mezquindad de los hombres, de aquellos que él exhortaba a acoger y amar tal como son, sufrimiento terrible porque no tiene otra explicación que la inexplicable vileza de los hombres. Allí descansó Jesús de otro dolor, del dolor interior del hombre que desea la vida y la perfección totales y constata día tras día la limitación de su naturaleza humana hasta experimentar la pérdida total de la muerte. En el sepulcro deja Jesús de ser «tentado en todo como nosotros» (4,15), la prueba del odio y del abandono de los hombres, la prueba de la misma difícil existencia humana.

Sin embargo, no es éste el único sentido de su descanso. La paz del sepulcro es paradójicamente signo de victoria. El amor a Dios y a los hombres, la libertad y la fidelidad que llevaron a Jesús a la cruz constituyeron allí mismo su «perfección» (2,10; 5,8). Colgó en la cruz su debilidad (2 Cor 13,4), pero también su victoria y la grandeza auténtica del Hijo (Heb 5,7-10). Jesús, finalmente, "descansó de su obra" (4,10) con el descanso pleno del amor llevado hasta el fin; es el "todo se ha acabado" (Jn 19,30), que equivale a "todo se ha conseguido".

REPOSO/DESCANSO D/DESCANSO-DEL-H: El descanso del sepulcro encierra un último misterio: Jesucristo «ha entrado en el descanso de Dios» (Heb 4,3); ésta es una entrañable cualificación del Dios salvador: Dios es el descanso del hombre. Existe el reposo del hombre cansado deshecho por el prometeico deseo de la vida, la felicidad y el Absoluto, el reposo de un anhelo infinito nunca satisfecho; este reposo es Dios mismo. El sepulcro de Jesús revela la eterna paz de su resurrección en el Espíritu de Dios.

Tenemos un sacerdote fiel que ha llegado al descanso de Dios. Si oyerais su voz no endurezcáis vuestro corazón. Entremos en su descanso, manteniendo la confesión y el esfuerzo de nuestra fe, sintiendo deshacerse así la oposición del pecado y viviendo en la reconfortante comunión con Dios.

Acerquémonos a la cabeza inclinada de Jesús; en él hallaremos la misericordia, la gracia, la vida.

G. MORA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 170 s.


9./Hb/04/01-13:

Continuando el comentario del salmo 95, el autor de la carta se fija en el segundo de sus temas principales: el descanso de Dios. El sentido inicial de la expresión se refería al descanso material prometido por Dios al pueblo de Israel después de la peregrinación por el desierto (Dt 11,8-9; 12,9). Pero el autor fiel a su nueva comprensión cristiana, ve en perspectiva el mismo descanso de Dios al terminar la creación (Gn 2,2) «evangelizado» (4,2), es decir, prometido y ofrecido al pueblo; «entrar en el descanso de Dios» es, en último término, entablar una relación íntima con la infinitud del Dios viviente. No se trata, dice Heb, del efímero reposo de los que entraron con Josué en la tierra de Canaán (4,8-9): es el reposo definitivo de la comunión con Dios, de la participación en el don escatológico de Jesucristo.

La evocación del auténtico descanso en Dios, al que estamos llamados todos los hombres, da al autor luz para reinterpretar la exhortación del salmo: no endurezcáis los corazones por la incredulidad, porque nosotros los que creemos entramos en el reposo.

Esto corrige una idea muy extendida, pero inexacta. Cuando Heb habla de reposo no habla de un "descanso" futuro, sino de la comunión vivificadora con Dios, por eso no se trata de que los creyentes entrarán en ella, sino, exactamente, de que el que cree participa ya de esta comunión, entra ya en ella. Toda la visión del Antiguo Testamento está renovada por la auténtica conciencia escatológica cristiana. Quien cree viva y plenamente en el Dios viviente, entra ya ahora en el descanso de la nueva vida, en la activa paz del amor a Dios y a los hombres, que inicia ya ahora un reposo sin fin. La exhortación adquiere mayor intensidad: apresurémonos a entrar (v 11); no nos quedemos rezagados (1) por nuestra incredulidad. No sólo por la negativa a creer, sino también por la indiferencia frente a la constante «evangelización» de la vida de Dios.

El comentario del salmo 95 acaba con una frase sorprendente sobre la palabra de Dios: «es más tajante que una espada de dos filos» (12-13). En su largo comentario al salmo, Heb ha puesto de relieve no sólo su aspecto de anuncio gozoso (el hoy del descanso de Dios), sino también su aspecto «crítico» (la advertencia sobre la incredulidad, la amenaza de la perdición). El mensaje de Jesucristo, de su camino a través de los sufrimientos y la muerte, pone de manifiesto lo que hay de más íntimo en el hombre, el núcleo personal donde el hombre, todo hombre, decide de sí mismo ante Dios, allí donde se toma su decisión de fe o de incredulidad sin tercer camino posible.

G. MORA
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 554 s.


10.

Una de las finalidades principales de la carta a los Hebreos es el reavivamiento de la fe y la esperanza de los creyentes a los que se dirige. La exhortación a mantenerse firmes en la profesión de la fe incluso en medio de las dificultades culmina con este himno a la palabra de Dios viva y eficaz.

Para el autor de Hebreos, mantenerse en la fe hasta el fin quiere decir creer en esta palabra de Dios que anuncia la salvación y que crea la vida nueva en cada cristiano: por eso es viva y eficaz. Y a la vez que anuncia la salvación, también juzga a cada persona sobre todo por lo que se refiere a la decisión personal de fe o de incredulidad, de aceptación o de rechazo de la palabra. A cada uno se le pedirán cuentas de su actitud de fe o de incredulidad en la palabra de Dios, palabra que -de acuerdo con los versículos iniciales del escrito- es el mismo Hijo a través del que Dios nos ha hablado de manera definitiva.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 13