31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXVII
CICLO C
18-27

18.

1. «¿Por qué me haces ver desgracias?».

Para el profeta de la primera lectura la situación del mundo ya no puede soportarse más: ¡violencia, ultraje, opresión por todas partes! No comprende que Dios pueda ser aquí un mero espectador. El hombre por sí solo no puede remediar la situación del mundo, Dios debería intervenir o al menos ayudar a mejorar las relaciones sociales. La respuesta de Dios es ciertamente de un tenor claramente veterotestamentario: ten paciencia, pronto llegará la salvación mesiánica: «Ha de llegar sin retrasarse». En lo esencial ésta será también la respuesta neotestamentaria, por ejemplo en el Apocalipsis, donde el hombre ya no puede resistir más en la lucha contra los poderes infernales y diabólicos y grita a Dios: «¡Ven!», y el Señor responde: «Sí, voy a llegar en seguida» (/Ap/22/17-20). Pero hay una diferencia: en la Nueva Alianza el cristiano no solamente espera («espera, porque ha de llegar»), sino que lucha junto con el Cordero y cabalga con él en medio de la batalla (Ap 19,14), donde sucumbir aparentemente con el Cordero puede ser ya una forma de triunfo.

2. «Dios no nos ha dado un espíritu cobarde».

La segunda lectura alude a esto. El elegido debe acordarse del Espíritu que le ha sido, conferido con la imposición de manos. Debe «avivar» en sí el fuego que quizá sólo arde tímidamente, porque es un «Espíritu de energía, amor y buen juicio». En estas tres palabras podemos ver tres realidades que se implican mutuamente: la fuerza se encuentra precisamente en el amor, que no es estático, sino sensato y prudente, para luchar contra los poderes antidivinos; esta fuerza del amor es el arma del cristiano. Esto se inculca una vez más: hay que trabajar por el Evangelio según las fuerzas que nos ha conferido el Espíritu, hay que «permanecer» en el «amor» que se nos ha dado, y todo ello conforme al ejemplo de los santos, que incluso en prisión tuvieron fuerza para sufrir por el Evangelio; éste precisamente puede ser el «buen combate» (2 Tm 4,7), el más fecundo, porque se libra junto con el Cordero.

3. «Prepárame de cenar».

El evangelio lo aclara aún más: creer no es sentarse a esperar hasta que venga el Señor y nos sirva con su gracia, sino que la fe obtiene su inconcebible eficacia (arrancar el árbol de raíz y trasplantarlo al mar) en el servicio al Señor, que se ha convertido en el servidor de todos nosotros y que no puede soportar que nos dejemos servir por él sin hacer nosotros nada (sola fides), sino que considera como algo natural que sirvamos junto con él; y esto significa en realidad que hay que servirle «porque donde estoy yo, allí estará también mi servidor» (Jn 12,26), y esto sin llegar a pensar orgullosamente que mi servicio será sumamente útil para el Señor (sin mí el Señor no podría hacer nada), sino justamente al contrario: en la humildad del que sabe que sin Jesús «no podéis hacer nada» (Jn 15,5). Como él ha hecho ya todo por nosotros, la única manera de valorarnos correctamente a nosotros mismos es la que el propio Señor nos recomendó: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 287 s.


19. 

«¿SIERVOS INÚTILES?»

Cuanto más leemos el evangelio, más claramente vemos que la implantación del Reino proyectada por Jesús no se basaba en mecanismos de poder -«¡Dichosos los pobres...!»-, ni en especiales sabidurías y técnicas: «Te doy gracias, Padre, porque escondiste estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los sencillos». Por el contrario, Jesús había hablado de la necesidad de «cargar con la cruz», de estar dispuestos a «abandonar al padre y a la madre», del bello ejercicio de «devolver bien por mal», de «perdonar setenta veces siete». Es decir, de cosas muy difíciles y complicadas. Tan difíciles, como «trasladar un árbol al mar».

Pues, he ahí lo admirable. Los Apóstoles no protestaron al oír este programa, no se echaron atrás. Al contrario, dijeron la palabra justa: «Señor, aumenta nuestra fe». Como si dijeran: «Nos damos cuenta que Tú inviertes los términos de las cosas, que escribes derecho con líneas torcidas, que exiges cosas que pueden parecer absurdas e inhumanas, que nos propones caminar por otra esfera. Una esfera, en la que nada tienen que ver la suficiencia del poder, ni el ansia de tener, ni el sibaritismo de vivir. Y para ello, lo que necesitamos es fe. Es decir, nos hace falta un talante tan grande de confianza en Ti, que aceptamos tus enfoques, convencidos de que, en esos bellos ideales, aunque parezcan poco «prácticos», está la verdadera vida.

Y esa actitud, le debió de gustar a Jesús. Porque ya, a continuación, les habló amigable y exigentemente, sin miedo a ningún rechazo; «Si tenéis un criado labrador o pastor cuando vuelve del campo, no le decís: «Siéntate, ponte a la mesa», sino más bien: «Prepárame la cena, cíñete y sírveme, que, después, comerás y beberás tú. ¿Deberéis gratitud al criado porque hizo lo que le estaba ordenado?».

Esa es la esfera de la fe, amigos. Ese es el clima del trabajador del Reino. Un clima de trabajo hecho con minucia, con mimo, con delicadeza, con absoluta dedicación. Un clima de entrega, en el que no estemos pensando en pasar factura de lo que hacemos. Un clima, en fin, de «dejarlo todo en manos de la Providencia», que, si «cuida de los pajarillos», no dejará sin recompensa «ni siquiera un vaso de agua».

El cristiano no puede quedarse satisfecho haciendo «malos remiendos». Ser evangelizador, educador, padre de familia, no son tarea ramplona y «a la que salga». Exigen constancia, corregir lo equivocado, volver a empezar, espíritu perfeccionista. Y no andar, sobre todo, penando: «¿Cuánto cobraré por esto que estoy haciendo?». Gracias a Dios, van siendo muchos los cristianos que, restando horas al recreo o al descanso, andan «metiendo horas» en las tareas del Reino. Conscientes de que «la Iglesia somos todos», se han subido a la barca de Pedro, remo en mano, y ahí van, dando brazadas, en tareas de evangelización, celebración o acción caritativa. Saben ellos que «ser laico» es más que ser «Iglesia discente». Es también ser «Iglesia actuante». Y no por delegación, sino por derecho propio. A las órdenes del patrón, eso sí.

Es bello pensar que todos estos cristianos, al volver a sus casas cada noche, primero «dan de cenar a sus hijos»; después, «cenan ellos»; y después, se van a la cama muertitos de sueño, diciendo esta hermosa oración: «Somos siervos inútiles -¿Inútiles?- Hemos hecho lo que teníamos que hacer».

ELVIRA-1.Págs. 266 s.


20.

Frase evangélica: «Auméntanos la fe»

Tema de predicación: LA FE DE LOS APÓSTOLES

1. Lucas previene a sus lectores contra los fariseos y los ricos y recomienda atender a los pecadores y a los pobres. Para los fariseos, Dios es un amo exigente que se preocupa muy poco de sus esclavos. De ahí que Lucas muestre a los fariseos y ricos como personas incapaces de hacer algo meritorio. En cambio, la fe pura e ingenua de los pecadores y los pobres es confianza incondicional en el Señor.

2. En este pasaje evangélico, Jesús no considera inútil el ministerio de los apóstoles, sino que pone en guardia a sus discípulos frente a la actitud farisaica respecto de los méritos y la recompensa. «Apóstoles» son los enviados y misioneros que creen en la resurrección de Jesús y atraen a los no creyentes a la fe.

3. El cristiano es fariseo cuando se atribuye el mérito de algo que pertenece a Dios; cuando ve las ventajas de su misión como derechos adquiridos; cuando se glorifica a sí mismo y no da gloria al Señor... La fe del discípulo es apertura a Dios por Jesucristo, conversión a las exigencias del reino, aceptación del evangelio, participación en la asamblea de los creyentes, compromiso y testimonio. En resumen, es don de Dios y búsqueda humana; un modo de vida, no un conjunto de verdades.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿En qué ponemos nuestra fe?

¿De qué modo podemos madurarla?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 304


21.

Hab 1, 2-3; 2,2-4: El justo vive de la fe; pero la fe no se alimenta de seguridades, sino de esperanzas. 2 Tim 1, 6-8; 13,14: El testigo servidor del Evangelio soporta la persecución en fidelidad. Lc 17, 5-10: Los discípulos bien preparados

Comienza Lucas este capítulo enumerando una serie de condiciones que deben tener los discípulos de Jesús. Quienes se comprometan con la palabra y la acción de Jesús, primero: han de evitar los escándalos, es decir, el daño espiritual a los pobres que forman parte de la comunidad (17,1-2); segundo: deben vivir la realidad del amor gratuito, el perdón, que se ha de brindar siempre(17, 3-4); tercero: deben confiar totalmente en Dios (17,5-6); cuarto: deben dejar de lado toda ansia de honor al mérito (17, 7-10); quinto: deben aprender a reconocer y agradecer el don del amor (gracia) de Dios (17, 11-19).

Los apóstoles, es decir, aquellos que están equipados para la misión, piden a Jesús: "auméntanos la fe". La fe es un compromiso personal y comunitario con alguien. Ese Alguien es Jesús el Cristo. Pero, ¿cómo aumentar un compromiso?

Jesús responde con lo contrario: no aumentar; basta una fe mínima, pero auténtica; tan pequeñita como la más pequeña de las semillas, pero que es el inicio del Reino: la semilla de mostaza. Pequeña, pero poderosa; capaz de desatar el proceso gigantesco del Reino. La afirmación que sigue es sólo una comparación y una hipérbole: Decir a un árbol que "se arranque de raíz y se plante en el mar" es afirmar que la fe puede alcanzar cosas que parecen imposibles, pero no en el orden de prodigios mágicos y espectaculares, sino en el orden del compromiso, como, por ejemplo, llegar a dar la sangre y la vida por Jesús y por el Evangelio. Esto parece cosa imposible; pero sí lo puede conseguir una fe firme y una total confianza en Dios. Testigo de esto es Pablo, que escribe a Timoteo desde la cárcel, cárcel que él está seguro lo conducirá a la muerte.

A veces pensamos que tener fe es pedir algo a Dios con mucha insistencia y fuerza. La oración de petición es apenas una manifestación de nuestra piedad filial hacia Dios. La fe es mucho más... Es un compromiso de fidelidad con Jesús, compromiso que implica nuestra vida toda y nuestro destino y nos lleva a amar hasta el extremo: "dar la vida". En ese sentido la fe llega a ser poderosa y a tener una fuerza incontrastable.

El Evangelio continúa con una breve parábola, que repite de nuevo el cuadro de una hacienda con un amo y patrón, cuyo trabajador regresa de las labores del campo y, al llegar a la casa, debe primero preparar la cena para su señor, y después de haber comido el amo, sí puede sentarse y alimentarse él como sirviente, sin esperar por ello gestos de gratitud de parte de su patrón. El sirviente, simplemente, ha cumplido con su deber. Esta parábola nos retrata, por una parte, la actitud despótica de una autoridad vertical, que no considera el aspecto humano del trabajador, sino que sólo le interesa su rendimiento como máquina de producción. Esta realidad la vivían las primitivas comunidades cristianas, que escribieron este relato, y también la vivieron Jesús y sus discípulos. Realidad que hoy día se perpetúa entre nosotros, no sólo a escala nacional, sino mundial. Es la deshumanización del sistema neo-liberal que se va implantando en todo el mundo y al que, como forma extrema que es del capitalismo, sólo le interesa el lucro y el crecimiento de ganancias de los poderosos (aumento de las cifras macroeconómicas), aun a costa de la marginación y exclusión (desempleo) de un número cada vez mayor de personas. A ese sistema no le importa la vida y la subsistencia de los pobres.

Pero sin mirar tanto la actitud del patrón, fijémonos en la actitud del servidor, en quien se centra la parábola y su enseñanza. El Señor Jesús pide a su servidor, a su discípulo, despojarse de toda ansia de ser reconocido y honrado por su fidelidad y su trabajo en la tarea del Reino. Su apostolado ha de ser labor gratuita, y no debe alegar mérito alguno, porque "eso era lo que tenía que hacer". La más peligrosa tentación de la vida cristiana es la vanidad de creerse santo, o por lo menos el mejor; de creer estar más allá del bien y del mal o «haber llegado» a la madurez y creer justo el reconocimiento a los méritos propios. El discípulo de Jesús, el verdadero cristiano, sabe que su crecimiento en el camino del Reino es obra del Espíritu y que nada puede por sí mismo si no está adherido por la fe a su divino Maestro.

Para la conversión personal

-El justo vivirá por la fe... ¿Puedo decir yo lo mismo de mí mismo? ¿Es la fe el principio que realmente orienta mi vida? ¿Soy en verdad una persona "de fe"?

-¿He hecho lo que tenía que hacer? ¿O creo que se me debe agradecer lo que he hecho? ¿Tengo simplicidad de corazón, o necesito continuamente estar recibiendo alabanzas o gratitud de los demás?

Para la reunión de comunidad o grupo bíblico

-Si el justo vivirá por la fe... analicemos: qué porcentaje de nuestra propia vida estamos conduciéndola así por motivos de fe, de forma que si perdiéramos la fe inmediatamente nos conduciríamos de otro modo? Si ese porcentaje es pequeño, significa que no es muy cierto en mi vida que el justo viva por la fe.

-En qué situaciones del mundo de hoy el cristiano consecuente debería ir a contracorriente, fiado en su fe y no en lo que es usual en la sociedad actual?

Para la oración de los fieles

-Para que sea la fe el principio que organice, anime e impulse nuestra vida, roguemos al Señor.

-Para que vivamos nuestro cristianismo como un seguimiento de Jesús: creer como él, afrontar la vida y la historia como él, ser en verdad discípulos suyos...

-Para que demos nuestra contribución al Reino de Dios con entusiasmo, con pasión y, a la vez, con cimplicidad y humildad, consicientes de que ese trabajoes simplemente "lo que debemos hacer"...

-Para que el Señor nos dé la humildad de los que "hacen lo que deben" sin sentirse importantes ni dignos de agradecimiento...

-Para que sean muchos los jóvenes que, con simplicidad y humildad, se sientan llamados a un servicio total y desinteresado...

Oración comunitaria

Dios, Padre Nuestro, que en Jesús nos has mostrado el camino heróico del servicio y la entrega sin ostentación ni exigencias; haz que nosotros, con motivos mucho mayores, seamos humildes, sencillos y fraternales, sin reclamar nunca honores, reconocimientos ni agradecimientos. Por Jesucristo Nuestro Señor.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


22.

Jesús es un buen maestro. Nos va enseñando, domingo tras domingo, sus caminos, con los diversos aspectos de la vida que hemos de tener en cuenta sus seguidores. Después de las difíciles lecciones de los domingos anteriores sobre el uso de las riquezas, hoy nos habla de otras actitudes tan poco populares como la fe, la paciencia, la humildad, la sencillez y la confianza en Dios.

UN PROFETA SE ESCANDALIZA Y PROTESTA

Tenía cierta razón Habacuc al escandalizarse por el mal que veía en el mundo y la aparente pasividad de Dios. En la historia de aquellos momentos sólo se veían violencias y catástrofes. Unas veces, por culpa humana. Otras, por imprevistos de la naturaleza. ¿Qué hace Dios, que no evita este mal? ¿No se acuerda de su pueblo? ¿"Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches"?

La queja sigue sonando, porque también ahora se acumulan las noticias catastróficas y tristes, y los opresores parecen seguir campando a sus anchas, como en tiempos de Habacuc. Dios se muestra como ausente. Y nos puede desconcertar su respuesta al profeta, porque parece recomendar sólo paciencia. "La visión espera su momento: si tarda, espera, porque ha de llegar", "se acerca y no fallará". Lo que pasa es que Dios no dice cuándo. Y, como respeta la libertad de las personas -de las buenas y de las malas- el justo tendrá que esperar y respetar los ritmos de la historia y los planes de salvación de Dios, aunque no los entienda del todo. Se le pide una actitud de confianza.

Lo cual no significa que no tenga que luchar contra el mal y hacer lo posible por mejorar este mundo. La respuesta de hoy no se puede considerar completa: en otras ocasiones, por los profetas, Dios urge a una acción en contra de la injusticia. Pero confiando en él, no en nuestras fuerzas. No con la violencia, sino con el esfuerzo y el trabajo. Esa es la característica del creyente: "el justo vivirá por su fe". Mientras que "el injusto tiene el alma hinchada", porque no cuenta con Dios en su visión de la vida. Como hicieron los israelitas en el desierto, de los que habla el salmo, cuando creyeron que Dios les había abandonado: "no endurezcáis el corazón, como vuestros padres que me pusieron a prueba, aunque habían visto mis obras".

NO PASAR FACTURA POR EL BIEN QUE HACEMOS

La misma confianza en los planes y los ritmos de Dios nos pide Jesús en el evangelio: no debemos pedirle cuentas o exigirle derechos, sino seguir nuestro camino con humildad y con confianza de hijos. El pasaje de hoy es desconcertante. Parece como si Jesús defendiera una actitud tiránica del amo con su empleado. Cuando éste vuelve del trabajo del campo, todavía le exige que le prepare y le sirva la cena. Jesús no está hablando de las relaciones laborales ni alabando al que explota al trabajador. Lo que le interesa subrayar es la actitud de sus discípulos ante Dios, que no tiene que ser como la de los fariseos, autosuficientes, que se presentan ante Dios como exigiendo el premio. Sino la humildad de los que, después de haber trabajado, no se dan importancia y son capaces de decir: "somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer".

Eso, tanto en relación a Dios como en nuestro trabajo comunitario, eclesial o familiar. La tendencia espontánea es pasar factura por todo lo que hacemos. Jesús, por el contrario, nos dice que no nos presentemos ante Dios ni ante los demás con una lista de derechos y méritos, sino con humildad y sencillez. ¿Llevan acaso los padres contabilidad de sus servicios que realizan en la familia? ¿o el amigo de sus favores al amigo? Los cristianos hacemos el bien gratuitamente, sin darnos importancia, con amor de hijos y hermanos: "hemos hecho lo que teníamos que hacer".

AUMÉNTANOS LA FE

Se nos invita, por tanto, a purificar las intenciones y la motivación de nuestro trabajo. Nos va bien recordarlo al iniciar una nueva etapa en las actividades, a principios de septiembre. Eso sí: tendremos que pedir con voz bastante fuerte a Dios que nos aumente la fe. Como lo hicieron los apóstoles a Jesús, después de haber escuchado -un poco asustados- lo que en domingos pasados hemos escuchado también nosotros sobre las exigencias de Jesús. Ser cristiano supone opciones nada fáciles. Sin fe, nos cansaremos pronto de seguir ese camino. Sin los ojos de la fe, no veremos que las riquezas no son importantes, o que hay que saber renunciar a cosas secundarias para conseguir las principales, o que nuestra vida de entrega a Dios y al prójimo debe ser gratuita y desinteresada. Sin fe, no podemos seguir a Cristo. El nos dijo: "sin mí no podéis hacer nada". Necesitamos fe para seguir amando, para seguir trabajando, para seguir viviendo en cristiano. "Señor, auméntanos la fe".

Tenemos un hermoso ejemplo de estas actitudes cristianas en la Virgen María, que es la que mejor aprendió las lecciones del Maestro. Su prima Isabel la alabó: "dichosa tú, porque has creído". Y ella, María, desde la sencillez de su humildad, se mostró agradecida y disponible ante Dios: "hágase en mí según tu palabra", "proclama mi alma la grandeza de Dios", "porque ha mirado la humildad de su sierva".

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1998/13 7-8


23.

- ¿Seguir a Jesús por la recompensa?

Una antigua poesía, atribuida a santa Teresa de Jesús (aunque quizás no sea suya) empieza así:

No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido...

Y la autora continúa explicando que su amor a Dios y su seguimiento de Jesús no tienen su razón de ser en la espera de una recompensa, ni por miedo a un castigo, sino porque le sale del corazón. Santa Teresa de Jesús (o quien sea el autor de la poesía) se sentía profundamente, totalmente, atraída por Jesús, y no podía imaginar nada mejor que seguirle. Es como lo que dijo Pedro en la sinagoga de Cafarnaún, cuando todos empezaban a abandonar a Jesús. "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna". El evangelio de hoy nos invita a pensar un poco en los motivos por los que seguimos a Jesús. Es esta historia de los criados que siempre deben realizar su trabajo y que, cuando lo han terminado, no tienen por qué esperar una recompensa especial: al fin y al cabo, han hecho lo que tenían que hacer.

Cierto que lo que decía santa Teresa o lo que decía san Pedro anima y estimula más que la historia de los criados, pero en el fondo se nos dice lo mismo. Se nos dice que seguir a Jesús, amar a Jesús, querer vivir según el Evangelio, no es algo que debamos hacer en espera de recompensas o por temor a castigos, sino porque nos sale del corazón.

- Seguir a Jesús porque nos sale del corazón

Imaginemos al samaritano que unos domingos atrás, a mediados de julio, también salía en el evangelio. El samaritano se encuentra con aquel hombre por los suelos, molido a palos por los ladrones. Malo, si el samaritano hubiese pensado: "Personalmente, preferiría continuar mi ruta y abandonar a este desgraciado, que ni me importa y además me molesta habérmelo encontrado. Pero como sé que Dios quiere que ayude a los desgraciados, me pararé para ayudarlo y así Dios me lo recompensará en el cielo" ¿Verdad que no nos podemos imaginar a ese samaritano reflexionando así? ¿Verdad que nos damos cuenta de que, más bien, debía detenerse sin pensárselo dos veces, porque no podía pasar de largo delante de alguien que sufre? ¿Verdad que vemos claro que aquel samaritano se detuvo por su nobleza de corazón, es decir, porque era feliz ayudando al prójimo? ¿Y nosotros, qué? Imaginémonos en la piel del samaritano. Nosotros, ¿ayudamos al prójimo, nos preocupamos por los pobres, hacemos cuanto podemos al servicio del bienestar de todos, amamos a Jesús, dedicamos tiempo a la oración, participamos de la Eucaristía? ¿Lo hacemos, todo esto? Seguramente que si. Pero, ¿por qué lo hacemos? ¿Porque nos sale del corazón, porque vemos que vale la pena, porque somos felices haciéndolo aunque a veces nos cueste, o bien por pura obligación, porque nos lo ha mandado Jesús? Mal iríamos, si lo hiciésemos sólo por obligación, porque Dios nos lo manda. Mal iríamos, porque eso querría decir que nuestro corazón no es cristiano. De hecho, si miramos a nuestro alrededor, nos encontramos con gente que no es cristiana, pero que tiene un corazón cristiano, abierto a los demás, abierto a la búsqueda del bien y del amor. Y en cambio, hay quien se confiesa cristiano pero su corazón es un corazón seco y cerrado, que hace las cosas sólo por la recompensa del cielo: que practica una especie de "capitalismo espiritual", que busca acumular méritos para pasar delante de los demás de cara a Dios. Ya lo hemos dicho: mal va quien actúa así, porque su corazón no se parece en nada al corazón de Jesús. Jesús amaba al Padre porque esto le hacia feliz, y amaba a los demás porque esto le hacia feliz, aunque a veces fuese difícil; aunque esta manera de actuar lo condujese hasta la cruz.

- La fe: enganchar nuestro corazón al de Jesús

Hoy, en el evangelio, antes de la historia sobre el criado que vuelve del campo y debe servir a la mesa, hemos escuchado el diálogo entre Jesús y sus apóstoles. Los apóstoles decían a Jesús: "Auméntanos la fe". Y Jesús les respondía que la fe era la cosa más grande y más fuerte, que la fe lo transformaba todo, que la fe era capaz de cambiar nuestra vida.

Esto es la fe: cambiar nuestro corazón, enganchar nuestro corazón al de Jesús, fiarnos totalmente de él, y aprender a vivir y a sentir y a pensar tal como él vivía y sentía y pensaba. Pidámosle hoy, cuando recibamos su Cuerpo y su Sangre, que transforme nuestro corazón y nos dé un corazón igual al suyo.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998/13 11-12


24. 3 de octubre de 2004

EL JUSTO VIVE DE ACUERDO CON LA FE

1. "¡Auméntanos la fe!" Lucas 17,5. Mateo ofrece un contexto diferente del de Lucas. Es éste: "Mi hijo es lunático y está muy mal. Muchas veces cae en el fuego, o en el agua. Lo presenté a tus discípulos y no han podido curarlo". -Los discípulos preguntaron a Jesús aparte: -"¿Por qué nosotros no hemos podido curarlo?" -"Por vuestra poca fe, porque si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a este monte: Vete de aquí allá, y se trasladaría; nada os sería imposible. Mas esta clase de demonios no puede ser lanzada sino por la oración y el ayuno" (Mt 17,15). Según las leyes de la física es imposible que la montaña se mueva de su sitio y se presente a nuestro lado, como cita Mateo y que la morera se lance al mar, como dice Lucas, pero esto prueba que, aunque Jesús habla hiperbólicamente, está aludiendo al surrealismo del Reino de Dios, que nos regala la visión de otras posibilidades reales, superiores a las apariencias del orden natural, que dejan vislumbrar una eficacia de una vida enteramente nueva, ajena al resultado de causas naturales.

2. Si conjugamos el relato de Mateo con el de Lucas, comprenderemos mejor la petición de los Apóstoles: "¡Auméntanos la fe!". En el mismo episodio contado por Marcos, también le preguntan los discípulos por qué ellos no han podido lanzar al demonio. Jesús contesta: "Esta clase sólo se lanza con oración y el ayuno" (Mc 9,29).

3. Cuando dice Jesús, fe como un grano de mostaza, quiere decir que si tienen fe, aunque sea pequeña como el grano de mostaza, la más pequeña de las semillas, pero viva, confiada y humilde, pueden conseguir maravillas. Podemos tener una gran fachada o apariencia de fe, vacía, muerta, incapaz de germinar. O podemos tener la fe de la higuera estéril, con mucho follaje, pero sin fruto.

4. El llorado Don Marcelo González, Cardenal Primado de Toledo, dijo que Europa era un árbol semiseco. Para hacer retoñar a este árbol, como brotó el tronco de Jesé (Is 11,1), es necesario e imprescindible que comencemos cultivando con intensidad nuestra débil y pobre fe, que es donde los discípulos de Jesús fracasaron. No hay otra solución y ésta además, infalible, prometida y garantizada por el Señor. Entonces, cuando tuvierais esa fe y confianza vivas, nos dice Mateo: "como un grano de mostaza, diríais a este monte, vete de aquí allá, y se trasladaría" (Mt 17,20).

5. ¿Y los que no tienen fe? Unos no creen en Dios. Para ellos Dios no existe. Es una situación lamentabilísima. Se anuncia ya la clonación humana y la ciencia pretende con ello suplantar a Dios Creador. Para ellos, el cuento: Un grupo de científicos desafía a Dios: Ya no te necesitamos. Vamos a hacer un hombre nosotros solos. Dios acepta el reto, según el relato del Génesis: cogen un puñado de barro y… Interviene Dios: - “Ese es mi barro… tenéis que hacerlo con vuestro barro…”. Cicerón, el gran orador romano, antes de Cristo, se preguntaba: ¿Quién es tan necio que mirando al cielo no sienta que Dios existe? “¿Quién se atreverá a afirmar, podemos decir hoy, ante la contemplación de tantas galaxias y miríadas de soles y estrellas recorriendo con vértigo sus rutas, no hay una inteligencia suprema y sapientísima que ha trazado sus çorbitas y sus rutas? Por eso los verdaderos sabios, dirán, como Pateur: “Porque he estudiado mucho, tengo la fe de un bretón; si hubiera estudiado más tendría la fe de una bretona”. Newton: El maravilloso sistema solar no es obra de una necesidad necesidad, sino de un Ser poderoso y sapientísimo. De una manera semejante se manifiesta Einstein. Que caigan de rodillas, pues, y pidan el don gratuito y magnífico de la fe.

6. En el evangelio de Lucas, el de hoy, la súplica de fe de los Apóstoles tiene este contexto: "Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si peca contra tí siete veces al día, y siete veces viene a tí diciendo: Me arrepiento, le perdonarás". Es tan difícil este perdón que los apóstoles suplican: "Auméntanos la fe". Es decir: danos capacidad de aceptar en nuestra vida las debilidades de nuestros hermanos, como ellos tienen que aceptar las nuestras.

7 La fe es la capacidad de aceptar en nuestra vida el misterio de Dios que se revela en Cristo y de vivir con coherencia. La fe renovada en cada Eucaristía, que acepta que unas palabras misteriosas traigan sobre el altar el Cuerpo roto de Cristo muerto y resucitado y su Sangre derramada, que gotea sobre toda la tierra para salvarla. La fe renovada y actuada en el sacramento de la reconciliación que, otras palabras pronunciadas por un hombre consagrado por la Iglesia perdone los pecados y cambie al hombre que venía vestido de harapos, con vestidos más blancos que la nieve. La fe viva, como un grano de mostaza, criatura viva, es más poderosa que todas las realidades físicas: el árbol, la montaña. La fe llega hasta el fondo de Dios y de los hombres. Es una obra de Dios en nosotros, que va creciendo y desarrollándose según el ritmo de las pruebas que Dios envía o permite para depurar la misma fe y en la medida que avanzamos en el conocimiento de las cosas de Dios o en su contemplación por medio de la oración. Creer es apoyarse en solo Dios Viviente y Verdadero, Roca inquebrantable, sin murmurar cuando tarda en cumplirse la promesa, como en el caso de Habacuc, que ve injusto que el pueblo infiel triunfe sobre Israel, que aunque ha pecado es mejor que aquél, aceptando con paciencia las dificultades y las pruebas, sin buscar el consuelo en los ídolos como apoyo en la soledad de la prueba, siendo fuertes con la fortaleza de Dios. La fe es apoyarse en Jesús, aceptar la cruz como camino de resurrección. Y cumplir los mandamientos.

8. Los Apóstoles piden aumento de fe. Se les concederá en Pentecostés. Abraham fue el hombre prototipo de fe, pero no siempre fué perfecto en la fe; la fe, como el grano de mostaza, se desarrolla y crece. La fe de Abraham culmina en la obediencia a Yahve, que le manda sacrificar a su hijo, como si viera la Patria y al hijo resucitado. Hoy Habacuc, ante las desgracias, violencias y catástrofes, guerras y rivalidades en su pueblo, cuando Dios parece que está ausente, recibe la respuesta. Dice el profeta: "¿Hasta cuando, Señor, clamaré sin que me escuches? ¿Te gritaré por todas parte violencia contra tu pueblo, sin que me salves?. -<Mi palabra no fallará, a su tiempo verás la salvación. Si tarda, espera, ten paciencia, mi salvación llegará sin retrasarse>" Habacuc 1, 2.

9. Y con la fe, la humildad: "siervos inútiles somos". Habacuc dice, "el injusto tiene el alma hinchada". Es la autosuficiencia. El orgullo, la soberbia, en sus múltiples manifestaciones. La del que cree estar en posesión de la verdad. La del fariseo, no soy como los demás...(Lc 18,11) La del que cree que no necesita a Dios, que se basta él solo. Y ante los hombres, sobrepasarlos a todos. A veces observo en la cola del autobús, la maña, destreza, agilidad y reflejos que demuestran algunos para subir primero que todos. Es un ejemplo de lo que ocurre en la vida social. Quienes tienen esos reflejos pasan delante, y no suelen ser los más capacitados. Son los más listos, no los más inteligentes y, sobre todo, los más ambiciosos y soberbios, y no los más humildes. "El justo vive de la fe", es decir, de acuerdo con la fe, consecuente en sus actos y en su obrar con lo que cree. El Profeta contrapone la soberbia a la fe.

10. "Escucharemos tu voz, Señor. "No endurezcáis vuestro corazón" Salmo 94.

11. "Vive con fe y amor cristiano, toma parte en los duros trabajos del evangelio, ten ante tí el ejemplo que yo te he dado y mis palabras sensatas" dice hoy Pablo a Timoteo Timoteo 1,6.

12. Prosigamos en la fe la celebración del Sacramento de la fe, pidiendo, como los apóstoles: ¡Señor, auméntanos la fe!.

J. MARTI BALLESTER


25. COMENTARIO 1

«Los apóstoles le pidieron al Señor: -Auméntanos la fe. El Señor contestó: -Si tuvierais una fe como un grano de mostaza, le diríais a esa morera: 'Arráncate y tírate al mar', y os obedecería» (Lc 17,5-6).

Fe como un grano de mostaza, pequeña semilla del tama­ño de una cabeza de alfiler. Con tan mínima cantidad de fe bastaría para hacer lo imposible: arrancar de cuajo con una orden una morera y plantarla en el mar. Un mínimo de fe es suficiente para poner a disposición del discípulo la potencia de Dios.

Mateo, en su evangelio, lo pone más difícil todavía: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, le diríais a aquella montaña que viniera aquí, y vendría» (Mt 17,20). Algunos comentaristas dicen que Jesús se refería al monte santo de Jerusalén, donde se encontraba el templo con su sistema reli­gioso reaccionario, inamovible, legalista, opresor del pueblo, en connivencia con los poderes políticos. Con un mínimo de fe bastaría, según Jesús, para trasladar ese monte, para cam­biar ese sistema.

Miro a mi alrededor, a los cristianos, y pienso que algo no funciona. Tantos cristianos, tantos católicos, tantos colegios religiosos... Y me pregunto: ¿Cuántos creyentes? ¿Tie­nen fe los cristianos, los sacerdotes y religiosos, los obispos? ¿Tenemos fe? ¿O tenemos una serie de creencias, un largo y complicado credo a recitar de memoria que en poco atañe a la vida? Un credo denso e ininteligible en muchos de sus artículos, con un lenguaje perteneciente al pasado: 'Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, no creado, engendrado, de la misma naturaleza que el Padre...'

Las palabras de Jesús siguen resonando: « Si tuvierais fe como un grano de mostaza... » O lo que es igual: si siguierais mi camino, si vivierais según el evangelio, tendríais la fuerza de Dios para cambiar el sistema mundano.

Sigo mirando a mi alrededor, y veo una Iglesia apegada a sus privilegios, que se codea con los poderes fácticos, que depende económicamente del Estado, capaz de echarle un pul­so al poder político y vencer, identificada con la derecha o el centro, defensora a ultranza de su estatuto de religión prio­ritaria.

Me vuelvo al evangelio y releo sus páginas: «Vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, que Dios será tu rique­za, y anda, sígueme a mí» (Lc 18,22). «Las zorras tienen ma­drigueras y los pájaros nidos, pero este hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Lc 9,58). «No andéis agobiados pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir» (Lc 12,22). «Los reyes de las naciones las dominan y los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores. Pero vosotros nada de eso; al contrario, el más grande entre vos­otros iguálese al más joven y el que dirige al que sirve» (Lc 22,25-26).

Pobres, libres, sin seguridades, sin poder, como Jesús. Sólo tiene fe quien se adhiere a este estilo de vida evangélico. Quien no, tiene creencias que para casi nada sirven. Y así no se puede cambiar el sistema.


26. COMENTARIO 2

DON Y RESPONSABILIDAD

La fe es don de Dios, pero también es tarea; es un regalo de vida y de libertad que está permanentemente ofrecido a todo el que lo quiera aceptar. Pero hay que ir a buscarlo allí donde está el Dios de la libertad y vida, y para ello hay que abandonar a los dioses del miedo y la esclavitud. Esa es nuestra responsabi­lidad.


PELIGRO DE ESCANDALO

La parábola del rico y el pobre Lázaro, que comentábamos el domingo pasado, constituye la denuncia de una doctrina escandalosa (escandalizar no es «asombrar», sino poner a uno en peligro de hacer las cosas mal) que llevaba a la gente sencilla a considerar que nada se podía hacer para vencer el sufrimiento y la injusticia, puesto que, según ellos, las cosas eran como eran porque así lo quería Dios; ya se encargaría el Señor de compensar en la otra vida a los que lo pasaran mal en ésta. Esta enseñanza provocaba escándalo porque lle­vaba a la gente a adoptar una actitud contraria a la voluntad de Dios, cómplice, conformista y resignada ante la injusticia. Jesús se lamenta ante sus discípulos por la facilidad con que prende esta doctrina en la gente sencilla. «Es inevitable que sucedan esos escándalos...», al mismo tiempo, lanza una seria advertencia contra los que la enseñan: «... pero ¡ay del que los provoca! Más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar antes que escanda­lizar a uno de estos pequeños. Andaos con cuidado» (Lc 17,1-3a). Jesús dirige este aviso a sus discípulos, en especial a los de origen judío, quienes, dominados durante mucho tiempo por las doctrinas fariseas, eran más propensos a per­mitir que las mismas influyeran en su manera de pensar, actuar y hablar.


AUMENTANOS LA FE

Los apóstoles le pidieron al Señor:

Auméntanos la fe.


El único medio eficaz de evitar ese peligro es la fe, que, ya lo sabemos, no es sólo aceptar una serie de verdades teó­ricas, sino ponerse de parte de Jesús en su conflicto con la injusticia del mundo, el pecado, y en la tarea de realizar el proyecto que los evangelios llaman el reino de Dios: convertir este mundo en un mundo de hermanos.

Esta fe es don gratuito de Dios, que permanentemente ofrece al hombre su vida, que, aceptada por éste, se convierte en capacidad de amor y de entrega. Pero, por otro lado, la aceptación de este don tiene que ser una decisión personal, libre y responsable. Dentro de este segundo aspecto se incluye, como condición previa, el romper con todo -ideas y compor­tamientos- cuanto sea incompatible con un Dios que quiere ser Padre de todos aquellos que estén dispuestos a vivir como hermanos.

Este compromiso asusta, sobre todo a quienes no están acostumbrados al ejercicio de la libertad, y lo mismo que al encontrarse frente a una situación de injusticia lo más fácil es descargar en Dios nuestra responsabilidad (Dios lo ha he­cho así; nosotros sólo podemos acatar su voluntad), de la misma manera, al saber que Dios quiere que el hombre sea libre también delante de El, el miedo se apodera de los que aún no han dejado de ser esclavos y, aferrándose a un Dios que sólo exige sumisión y obediencia, prefieren seguir siendo un pobre siervo.


POBRES SIERVOS

Pero suponed que un siervo vuestro... ¿Tenéis que estar agradecidos al siervo porque hace lo que se le manda? Pues vosotros lo mismo: cuando hayáis hecho todo lo que os han mandado, decid: «Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer».


Jesús ve este miedo en la petición de los discípulos. Por eso su respuesta resulta dura: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza... » Y sus palabras sólo se pue­den entender como un reproche en el contexto del evangelio. No es posible que Jesús, a los mismos que les había dicho: «Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; así ten­dréis una gran recompensa y seréis hijos del Altísimo... » (Lc 6,35), les diga ahora: «Cuando hayáis hecho todo lo que os han mandado, decid: "Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer"».

A los discípulos les resultaba difícil confiar que pudiera cambiar el mundo y ser desarraigada la injusticia de la socie­dad humana, les costaba trabajo creer que la fuerza del amor pudiera acabar de raíz con el sufrimiento del pobre Lázaro; era más fácil esperar a la otra vida... Por eso, al escuchar la parábola, le piden a Jesús: «Auméntanos la fe». Pero Jesús no se la podía aumentar: eran ellos los que debían dar los pasos necesarios para llegar a ella. Su fe no era ni siquiera «como un grano de mostaza»; porque aún no habían puesto la condición previa a la fe, no habían roto con sus antiguas ideas sobre Dios y sobre el mundo, todavía no se habían atrevido a aceptar que Dios es Padre y no amo. Estaban todavía en la tierra de la esclavitud y tenían miedo de ponerse en camino en busca de la tierra prometida. Como el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo (Lc 15,25-32; véase comentario núm. 13), no se atrevían a ser hijos, no se atrevían a ser libres... Así no podían ser agentes de liberación.


27. COMENTARIO 3

La adhesión a Jesús ha de ayudar al discípulo a superar la moral farisea que lleva al hombre a considerarse "siervo", como se sentían los fariseos y los discípulos en la medida en que participaban de su mentalidad legalista; el discípulo está llamado a superar el estatuto de siervo al que pertenecía y mantener con Jesús y con Dios una nueva relación. Quien da su adhesión a Jesús ya no es siervo, sino amigo; más aún, Jesús ha venido para hacernos hijos de Dios, para que todos seamos hermanos. Para ello hay que estar dispuestos a amar sin medida, dejando atrás la vieja meta que nos lleva a limitarnos a "cumplir lo mandado".

Y es precisamente la conciencia de ser hijos o hermanos la que nos hará vivir en plenitud en aquellos momentos en los que Dios parece ocultarse y contemplar impasible la violencia en el mundo, las luchas, las contiendas, las catástrofes, como dice la lectura del profeta Habacuc (1, 2-3; 2, 2-4), cuando parece que en la pugna entre el malvado y el inocente triunfa el culpable, saliendo derrotado el "honrado" y sus "derechos". Pero Dios no está ausente ni es impasible ante el sufrimiento de sus hijos que pretenden hacer cumplir su designio sobre la humanidad . Está ahí para tomar la iniciativa, para hacer que "fracase el ánimo ambicioso y viva, por su fe, el justo". El hombre dominado por la codicia y la ambición, que se hincha con su arrogancia y con sus éxitos, no triunfará, ya que no es recto. Sin embargo, el justo e inocente, que no recurre a la fuerza, porque se fía de Dios, salvará la vida. "Aunque se lance el pérfido, un tipo fanfarrón, nada conseguirá; aunque ensanche las fauces como el abismo y sea insaciable como la muerte; aunque arramble con todos los pueblos y se adueñe de todas las naciones, todos ellos entonarán contra él coplas y sátiras y epigramas" (Hab 2, 5-6).

La adhesión a Jesús -o lo que es igual, nuestra fe en él- tiene que llevarnos, como dice la segunda carta a Timoteo (1, 6-14) "a no avergonzarnos de dar testimonio de nuestro Señor" y a "tomar parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios". El duro trabajo de la evangelización exige en el evangelizador un valor a toda prueba, "un espíritu de energía, amor y buen juicio". Y todo ello para guardar el "precioso depósito" del Evangelio "con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros" y de este modo cambiar el sistema.

  1. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica). 
  2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

  3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).