20 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXVII
(8-18)

8.

LA LIBERTAD ENCADENADA

-Le preguntaron unos fariseos a Jesús: «¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?». La verdad es que oír plantear las cosas así produce una cierta tristeza. Si el amor, como dice Pablo, «vale más que todas las lenguas de los hombres y de los ángeles», y si «es más importante que entregar nuestro cuerpo a las llamas» o que «repartir nuestros bienes a los pobres», ya comprendéis que emprender la «aventura del amor humano», pensando en las posibilidades de «divorcio», es como iniciar una bella escalada alpinista con el catafalco a cuestas, como emprender el campeonato de vida con muchos «negativos». Debe ser al revés. Quien se acerque al matrimonio deberá recoger en una apretada gavilla todas sus ilusiones, todos sus propósitos de esfuerzo, toda su capacidad de sacrificio, toda su atención. Para poner así las premisas que hagan que «el amor no pase nunca», como dice también Pablo. Y la primera premisa podría ser ésta:

AMAR CONSISTE EN DAR MAS QUE EN RECIBIR.

-La persona que se acerque al matrimonio buscando en la otra persona un «tú» que sea la prolongación del propio «yo», lo que está haciendo es fabricar egoísmo. No dice la verdad al decir «te amo». Lo que dice significa «me amo», ya que no busca la felicidad del «otro» sino su propia felicidad. Deberán tenerlo en cuenta los que se acerquen al matrimonio. Y así, su proyecto de amor deberá consistir en un noble campeonato de generosidades y renuncias personales. Pero sabiendo una cosa. Que, desprendiéndose uno de sus propios caprichos y complacencias en beneficio del «otro», es decir, desprendiéndose de su propio «yo», no se pierde, sino que «se gana». Lo dice el Libro de los Hechos: «Es mejor dar que recibir». Me viene a la memoria ahora aquel poemita de Tagore. Iba pidiendo limosna el mendigo de puerta en puerta cuando vio acercarse la carroza real. «Buena ocasión -pensó- para llenar mis alforjas». Pero ¡ay!, no pudo hacerlo porque fue el rey quien le pidió limosna a él. El entonces, atolondradamente y con cautela, le entregó un granito de trigo. Para no quedarse en la miseria. Pues... he ahí la sorpresa. Cuando llegó a su casa y vació sus alforjas vio que, en el lugar del grano de trigo, había aparecido un grano de oro. Así es el amor, amigos. Los granos de trigo, quitados al propio egoísmo y ofrecidos a la persona amada, se convierten en «oro». Oro de alegría, de paz, de satisfacción. La satisfacción de saber que uno no está solo y que, siendo los dos tan distintos, han aprendido a amar las mismas cosas y a «mirar en la misma dirección», como quería Saint-Exupèry. Y segunda premisa:

POR LA LIBERTAD A LA ESCLAVITUD.

-Porque en el matrimonio ocurre esa dulce paradoja. Resulta que el hombre lo que más anhela y busca es la libertad. Hacer su propio programa, escoger sus entretenimientos, seguir sus gustos y aficiones. Que nadie le imponga otra idea que la que él persigue. Y sin embargo, observad la escena. Oíd lo primero que los novios dicen cuando llegan al altar: «Venimos libremente». Pero, a renglón seguido, añaden: «Yo me entrego a ti y prometo serte fiel... hasta que la muerte nos separe». Ahí lo tenéis: la libertad esclavizada con los lazos del amor. O lo que es lo mismo: «El amor, como altísima vocación». Por eso, cuando a Jesús los fariseos le preguntaron por el divorcio, él se puso a hablarles de su «terquedad y dureza de corazón». ¡Claro! 

ELVIRA-1.Págs. 183 s.


9.

Frase evangélica: «El que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él» 

Tema de predicación: LA NUEVA MORAL

1. La característica más notable de la moral farisaica es el legalismo. En cambio, la moral que propone Jesús es una «moral de actitudes». Para transmitirla a sus discípulos, el evangelio narra dos episodios. El primero es una controversia con los fariseos sobre el divorcio, que favorecía entonces al varón y discriminaba a la mujer, considerada inferior y propiedad del marido. Jesús se sitúa en la perspectiva de Dios y recuerda el designio amoroso divino en el logro de una plenitud humana. El varón y la mujer son personas iguales; se unen en matrimonio por amor, no por otros intereses. Al nivel de proyecto, el matrimonio es indisoluble; en la realidad práctica, debe regularse de algún modo el posible fracaso matrimonial. Lo que debe ser, a veces no puede ser, a causa de la «dureza de corazón».

2. El segundo episodio es un altercado en relación a unos niños llevados a Jesús para que sean bendecidos. En el fondo, los discípulos piensan que los niños, los «menores», no significan nada; el reino de Dios es para adultos, para personas «fuertes», es decir, para los que hacen méritos, realizan obras y piensan ortodoxamente. Jesús, por el contrario, cree que el reino -por ser de los «pequeños», sin pretensiones de dominio- es sencillamente recibido, al ser iniciativa divina. Con la actitud de un niño se recibe el reino después de haber entrado en él. El niño es modelo de los destinatarios del reino, por ser indefenso y débil, sin privilegios y sin méritos.

3. Lo que confiere unidad a los dos pasajes, en el orden de la fe, es la vida cristiana según las exigencias del reino, es decir: confianza, disponibilidad y abandono. Dicho de otro modo, es el seguimiento de Jesús desde el compromiso y la inocencia. El reino se acoge como don gratuito, en actitud de entrega amorosa.

REFLEXIÓN CRISTIANA: 
¿Somos capaces de mantenernos en la vida con firmeza? 
¿Con qué actitudes recibimos el reino de Dios?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 229 s.


10. 

1. Buscar el fundamento

Después de escuchar estas lecturas, no cabe duda de que hoy tenemos que reflexionar sobre el espinoso tema del divorcio, de palpitante actualidad en nuestra sociedad. Quizá alguno esté pensando para sus adentros: Seguramente que no se animará a hablar contra lo dicho por el Evangelio, así que ya sé qué podrá decir.

Otro podrá pensar: Este es un tema que no lo pueden entender los obispos y sacerdotes porque ellos no están casados, y nadie puede hablar desde fuera de algo sobre lo que no tiene experiencia.

Un tercero podrá decir: Este es un caso de conciencia, y cuando llegue el momento, cada uno debe responder. Cada caso es distinto y no se puede dar una respuesta general. Todos los que piensan más o menos así, tienen su parte de razón.

En efecto: desde el momento en que como cristianos vamos a comentar un texto evangélico, no vamos a afirmar lo contrario, a pesar de que se trata de un párrafo un tanto molesto.

También es cierto que los sacerdotes no tienen experiencia matrimonial y que en este tema no pueden partir de algo vivido por ellos. El caso es que tampoco Jesús era casado y, sin embargo, se le hizo la consulta y dio la respuesta que conocemos. Con esto parece quedar claro que el problema va más allá de si estoy casado o no.

Finalmente, es muy cierto que cada uno ha de tomar su resolución de acuerdo con su conciencia y según su situación particular. Mas hoy no se trata de eso, sino de buscar un fundamento religioso a la unión matrimonial.

Ahora alguno podrá preguntar: ¿Cómo vamos a encajar este problema que tiene tantos puntos de vista y ángulos diversos desde donde ser mirado? Otro, a su vez, estará inquieto pensando si tenemos nuevos y poderosos argumentos en favor de una postura o de otra. Pues bien, lo único que pretenderemos hacer es comprender lo que Jesús nos ha dicho en el evangelio de hoy. Hasta ahora lo hemos seguido todo el año y siempre hemos descubierto que su palabra nos trajo la paz, la alegría y la libertad interior. Miremos, por lo tanto, con confianza y sin prejuicio alguno este texto que debe tener algo nuevo que decirnos, ya que también él es buena noticia, evangelio, palabra de salvación. Sigamos, por tanto, el texto paso a paso.

Un grupo de fariseos le plantea a Jesús la gran cuestión: «¿Le es lícito al hombre divorciarse de su mujer?» Hay algo que de entrada nos llama la atención en la pregunta: la hacen hombres y para beneficio de los hombres. La mujer parece no contar en el problema. Es que en aquella época era así: el varón tenía derecho a separarse de su mujer y casarse con otra; pero a la mujer no la amparaba la misma ley. El motivo de esta segregación sexual es fácil de descubrir: las leyes habían sido redactadas por hombres y para hombres. Era, por tanto, difícil encontrar una solución por ese camino, ya que los hombres tendían a hacer fácil la ley para ellos mismos, y exigente cuando se refería a las mujeres. En tiempos de Jesús, el tema del divorcio suscitaba muchas discusiones, pero no se ponía en duda su necesidad; la discusión solía estribar en cómo encontrar una fórmula más fácil para divorciarse. Jesús elude la discusión porque, como solemos decir, iba a tomar el toro por las astas. No entrará en el juego de las discusiones rabínicas ni buscará el camino de un egoísmo fácil, defendido por la ley. Es por esto por lo que pregunta a su vez: «¿Qué ha ordenado Moisés?» Aparentemente se remite a Moisés como posible solución del conflicto; pero en tal caso debería admitir el divorcio, ya que la ley mosaica afirmaba que «cuando un hombre se casa con una mujer, si sucede que esta mujer no le resulta agradable, le redactará un acta de divorcio, se la pondrá en la mano y la despedirá de su casa» (Dt 24,1). Pero Jesús quiere llegar más lejos y hacer ver que Moisés tuvo que contemporizar con una costumbre que era muy difícil de erradicar debido a la dureza de corazón de los hebreos. Si, en cambio, queremos llegar al fondo de la cuestión, debemos preguntarnos qué es lo que fue establecido al principio; o dicho de otro modo: cuál es el fundamento religioso del matrimonio. Sea cual fuere el origen social del matrimonio, lo cierto es que la fe le da un sentido muy especial. Es este sentido religioso el que Jesús desea poner de relieve en este texto evangélico.

Y aquí tocamos el nudo de la cuestión. Véamoslo, pues, un poco más detenidamente. Tanto Marcos corno Mateo nos dicen que los mismos apóstoles quedaron sorprendidos por la solución dada por Jesús -no olvidemos que los apóstoles eran casados- y cómo quien siempre aparecía tan condescendiente con los pecadores, podía mostrarse tan duro en este caso concreto. Si no siempre una pareja se lleva bien -pensaban-, ¿por qué, entonces, condenarlos a vivir juntos bajo una ley tan dura si Dios es amor? Mas Jesús no se refiere aquí a ningún caso concreto ni se puso a dar argumentos psicológicos, sociológicos, jurídicos o históricos en favor de una postura o de otra. Sólo quiere que miremos el problema en su totalidad, y que, antes de preguntarnos por la licitud del divorcio, nos preguntemos qué es el matrimonio, qué implica, supone y a qué compromete. Podríamos comparar este texto con otro que también es difícil de digerir. Cuando Jesús afirma que hay que amar a los enemigos, no desconoce que cuando uno tiene un enemigo y lo odia, es muy difícil que después lo pueda amar. Pero sí lamenta que lleguemos a odiar a una persona de esa manera. Si realmente amamos al prójimo como a nosotros mismos, nunca podríamos llegar a odiarlo como a un enemigo mortal. De esta manera, Jesús pone al descubierto que el odio y la enemistad, si bien existen y profusamente, son un absurdo y una aberración humana. Si no ignoramos la realidad del odio y de la guerra, no podemos tampoco compartir el principio de que en ciertas circunstancias el odio sea bueno y la guerra deseable. Es decir, el texto de Jesús afirma lo absoluto del amor al prójimo, lo exigente que es y la entrega que implica. Algo similar sucede con el texto de hoy. Jesús no es tan ingenuo como para ignorar lo difícil de una relación en pareja o el clima insoportable al que llegan ciertos matrimonios; tampoco ignora el sufrimiento al que se ven sometidos los hijos o uno de los esposos, o ambos; ni las aberraciones de todo tipo que a veces se producen en el interior de ciertas familias. Nada de eso ignora, mas precisamente por eso se opone al divorcio, porque el divorcio es la expresión de la desinteligencia de dos, de la falta de comprensión, de amor y de fidelidad. La frase de Jesús apunta a que descubramos que el egoísmo no se erradica del corazón humano por más que una ley, una fórmula o una firma rubriquen cierta relación de pareja. Ni la sola ley hace que dos personas se amen, ni la sola ley puede solucionar la falta de amor o la ruptura del amor.

2. Amar al otro como a uno mismo 

Quizá ahora podamos ver un poco más claras las cosas. Pongamos el siguiente caso: dos personas se casan y se juramentan amarse para siempre; juntan sus vidas para construirlas en común. Al poco tiempo, no logran ponerse de acuerdo y deciden divorciarse. Supongamos incluso que en su país esto es legal y que legalmente pueden casarse de nuevo. Alguien podrá pensar: Al menos pueden ahora rehacer sus vidas...

Puede suceder que, en efecto, sea así. Mas lo que plantea Jesús es otra cosa: ¿Resuelve la ley, soluciona la ley la desavenencia que se ha producido y el fracaso de ese amor? Evidentemente que no lo soluciona, aunque lo ordena a efectos de impedir males mayores. Por lo tanto, quien quiera casarse que no busque primero una ley que le evita la suprema ley del amor total.

Si decimos que al casarse dos personas se comprometen a amarse, tomemos en serio esta palabra «amarse», porque en caso contrario no habrá ley que los salve del fracaso. Para esto es oportuno que recordemos la primera lectura de hoy, tomada del Génesis, parte de la cual cita Jesús.

Es interesante que en un primer momento Dios intenta buscarle al hombre una ayuda adecuada, y para eso hace desfilar en su presencia a numerosos animales a quienes el hombre va poniendo nombre. Esto significa que el hombre tiene poder sobre ellos a tal punto que los puede usar para su sustento. Pero, a pesar de su superioridad, el hombre «no encontraba ninguno como él, que le ayudase», dice el Génesis.

En un segundo momento, y de acuerdo con el viejo mito, Dios sumergió al varón en un profundo sueño -el sueño de su vida- y con un pedazo de su propio costado le forma una mujer, «hueso de sus huesos y carne de su carne».

Dicho de otra manera y sin un lenguaje mítico: en un primer momento el hombre aprende a luchar contra los otros y a dominarlos; desarrolla sus instintos agresivos y se apoya en la fuerza que le permite conseguir el poder sobre los demás. Mas con todo esto no consigue plena satisfacción. Le falta aún lo más importante: tiene que aprender a amar.

Si dominar a los otros es un instinto fácil y que más bien debe ser sujetado que azuzado, el verdadero amor es el fruto de una lucha contra nosotros mismos. Cuesta pensar que el otro en la pareja es uno mismo, es parte de uno; cuesta aplicar en este caso particular el viejo mandamiento: «amarás al otro como a ti mismo»; o, como dice el Génesis: llegarás a ser una sola carne con él.

Jesús dice que Moisés autorizó el divorcio «por la dureza de corazón» de los hebreos: aún no eran capaces de amar a imagen de ese amor divino a cuya semejanza fue creada la pareja humana. Todavía no habían descubierto que la entrega del hombre a la mujer no es un duro yugo ni una ley implacable, sino el descubrimiento de la vida. Tardó Adán en «descubrir» a la mujer, en descubrir al otro como persona; de la misma forma que nosotros, seamos casados o no, tardamos en descubrir la alegría de compartir la existencia del otro, de dejarnos invadir por el otro; y de penetrar en el territorio del otro, no para dominarlo, sino para abrazarnos a él como si fuésemos una sola persona. No podemos comprender la frase de Jesús si comenzamos a acumular argumentos en favor o en contra de] divorcio. Mejor que ni perdamos el tiempo. El eterno e indisoluble amor matrimonial no es más que el cumplimiento perfecto del mandato divino: amar a Dios con todas las fuerzas, y al prójimo como a uno mismo. Casarse es tener la oportunidad de amar a otro como a uno mismo; y este amor va más allá del simple erotismo o de la atracción física. En el amor, el gozo físico es la expresión de una unión de personas que permanece aun en el dolor, o en la ausencia del otro o en un mal momento.

El evangelio de hoy no pretende hacer fisiología ni psicología ni sociología; tampoco es un artículo de un código jurídico. Simplemente nos quiere ayudar a descubrir que más allá de esos puntos de vista, el hombre de fe descubre en la relación matrimonial el perfecto camino de llegar a Dios por el amor al otro.

Cuando el esposo ama a su esposa, ama a Dios en ese amor. Y viceversa. El amor se vuelve, entonces, puro y purifica la relación física de todo afán posesivo. Como bien concluye el capítulo segundo del Génesis: «Estaban los dos desnudos, el hombre y la mujer, pero no se avergonzaban el uno del otro.» El amor es el descubrimiento del otro como persona, y en ese encuentro diáfano y total de dos personas, no hay lugar para la vergüenza. El corazón puro hace puro al ojo, a las manos y a todo el cuerpo.

Y así concluye Jesús: «Que el hombre no separe lo que Dios ha unido.» Es decir: que el egoísmo no destruya lo que con amor hemos construido. Si desde un comienzo aprendemos a amar y a darnos a los demás, si desde un comienzo el hombre mira a la mujer como a ese otro igual a él en dignidad y a quien debe descubrir como parte de sí mismo, si desde un comienzo encaramos la vida matrimonial como un hacer en pareja, si desde el principio el hombre reconoce a la mujer como «mujer», y la mujer al varón como «varón», entonces ¿qué más nos da que sea lícito o no que el hombre se separe de su mujer por cualquier motivo? También lo podemos decir con palabras más vulgares: Cuando dos se casan, se casan para unirse, no para separarse. Por lo tanto, tendamos a que todos nuestros esfuerzos en el matrimonio se orienten a robustecer esa unión. Especular de entrada con la posible separación, es renunciar de antemano a esa maravillosa aventura de probar con la propia vida que el amor es posible.

Hoy Jesús nos trae el punto de vista de la fe sobre la unión matrimonial. Esto no significa que por tener fe todos los problemas se resuelvan por arte de magia. Muy al contrario, la auténtica fe debe movernos a poner en acción todos los medios posibles, a recurrir a la ciencia y a la psicología, a la lectura y a la reflexión personal o en común, para que en la vida matrimonial prime por encima de todas las cosas el mandamiento supremo: el amor total; un amor a la medida del de Cristo, que dio su vida por los que amaba.

Quizá algunos de vosotros estaréis un poco desilusionados y pensaréis: "Al fin y al cabo, no se ha dado ningún argumento para refutar a los divorcistas." Es cierto. Jesús no perdió el tiempo en hacerlo y nos pareció bien no perderlo tampoco ahora. Si alguien quiere lanzarse a esa fascinante aventura de amar -de amar en serio y hasta las últimas consecuencias-, sepa que hoy Jesús lo invita a hacerlo.

Si alguien, en cambio, todavía está en la etapa de poner nombre a los animales y quiere enmascarar su egoísmo con algún buen argumento, sepa que le será fácil encontrarlo, ya que ésa es la especialidad del hombre: engañarse a si mismo. El evangelio de hoy no es más que un dato particular de un principio general: si un hombre o una mujer quiere seguir a Jesucristo, que renuncie cada día a su egoísmo en ese Cristo de carne y hueso que es su pareja.

Si alguien piensa que el camino de la felicidad está por otro lado, que pruebe. Quien tenga confianza en Jesucristo y, por lo tanto, en los demás y en ese hombre o mujer que es su pareja o que puede serlo, que haga su apuesta por un amor íntegro y total.

Y si algún día ese amor desaparece, la unión se rompe y la pareja entra por la variable de la incomprensión, de la incomunicación, de la soledad o del egoísmo, quizá ese día tendrá que asumir la responsabilidad de separarse de ese ser con quien no supo o no pudo hacer un proyecto común. Y también ese día deberá preguntarse si no vale la pena hacer lo imposible por evitar un fracaso en el amor, amor que es el ideal de toda pareja y la fuente de la felicidad.

Comprendamos que el evangelio de hoy no pretende establecer un artículo jurídico ni ordenar la sociedad para cada caso particular. El texto de hoy es también "evangelio", vale decir, buena noticia de felicidad y salvación.

No nos impone un yugo, sino que pretende liberarnos del egoísmo, causa de todos nuestros males.

Hoy se nos anuncia que la felicidad es posible, porque el amor es posible.

Hoy se nos anuncia que la mujer merece respeto, un total respeto; por eso el amor es posible.

Hoy se nos anuncia que Dios es amor, y que a imagen de ese amor fuimos creados varón y mujer. Cuando una pareja se ama, allí está Dios, y esa pareja es la imagen y semejanza de Dios.

Esta es la buena noticia que hoy se nos ha anunciado. Quien quiera amar, lo entenderá... 

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B, 3
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 299 ss.


11.

Damos comienzo hoy a la lectura de la carta a los Hebreos, que durará siete semanas. Es una carta centrada en la figura de Cristo Jesús, nuestro verdadero Sacerdote y Mediador, que ha querido pertenecer a nuestra familia humana, pero que en su Pascua ha sido glorificado por Dios por encima de todos y de todo. Se puede expresar brevemente esta nuestra fe, o utilizar esta motivación para invitar a la comunión: Jesús, nuestro Maestro y Sacerdote, que quiere ser también nuestro alimento de vida eterna... Pero tal vez sea mejor afrontar el difícil tema del evangelio y del Génesis.

UN TEMA DIFÍCIL Y ACTUAL

La Palabra de Dios ilumina todos los aspectos de nuestra existencia. No sólo lo referente a la oración o a las virtudes personales, sino también las dimensiones sociales, profesionales, familiares. Lo que se nos propone hoy es el tema siempre actual del amor y de la fidelidad matrimonial.

Un tema que puede resultar difícil de tratar, dada la situación de deterioro e inestabilidad cada vez mayor en la vida matrimonial. Un tema que el sacerdote -célibe él- tiene que tratar con exquisito respeto a los problemas que experimentan los matrimonios de hoy, también los cristianos. Pero sin rehuirlo por difícil. Hoy sería una de esas ocasiones en que el que predica -preferentemente desde su sede presidencial-lo haga con el libro del Leccionario en la mano (hay liturgias orientales que le dicen al sacerdote que predique "con el Leccionario sobre las rodillas"), y repitiendo las frases centrales directamente del libro. Para recordarse a sí mismo y manifestar a los oyentes que no está trasmitiendo opiniones personales, sino el plan de Dios.

SERÁN LOS DOS UNA SOLA CARNE

En la primera lectura hemos escuchado cómo creó Dios a la mujer. El relato tiene un lenguaje poético, popular, entrañable, pero que expresa convicciones profundas que siguen en pie:

- que Dios es quien ha ideado la atracción de los sexos; que el amor es cosa de Dios: "no está bien que el hombre esté solo... ";

- que Adán no quedó satisfecho con ser el señor de los animales: "no encontraba ninguno como él que le ayudase"; .

- y sí quedó entusiasmado con la mujer, de la misma naturaleza que él, con el mismo origen divino, "hueso de mis huesos y carne de mi carne";

-que los dos están destinados en el plan de Dios a unirse y ser "una sola carne", en plan de igualdad, complementarios el uno de la otra, llamados a engendrar nueva vida, el mayor milagro que puede pasar en la creación y la mejor manera de colaborar con el Dios de la vida y del amor. Jesús, en el evangelio, aparece bendiciendo y abrazando a los niños: "dejad que los niños se acerquen a mí".

QUE NO LO SEPARE EL HOMBRE

Ante la pregunta sobre el divorcio, Jesús apela a la voluntad original de Dios respecto al matrimonio: lo que Dios ha unido, lo que desde el principio ha sido el plan de Dios, no puede depender de las evoluciones sociales o de los intereses o de la veleidad de unas personas. Según el Deuteronomio, el marido, en determinadas circunstancias, podía repudiar a su mujer. La mujer no parece tener ese "privilegio" (mientras que Jesús sí contempla, aunque para condenarla igualmente, la misma posibilidad por parte de ella). La voluntad de Dios había sido la igualdad y dignidad de la mujer y la estabilidad de la familia.

Nuestra opinión y nuestra práctica respecto a la fidelidad matrimonial y al divorcio, no depende de unas estadísticas, o de unas costumbres más o menos aplaudidas por los medios de comunicación, ni de unas leyes civiles que pueden despenalizar o facilitar situaciones que la ley de Dios no aprueba (divorcio, aborto). La indisolubilidad matrimonial no la ha decidido la Iglesia (como, por ejemplo, el celibato de los sacerdotes en la Iglesia latina), sino Dios.

Eso sí, con todo el respeto a la conciencia y a las circunstancias de cada pareja, que pueden ser en verdad difíciles. Muchos matrimonios andan a la deriva o se han roto, en parte debido a la poca madurez y preparación que algunas parejas llevan al matrimonio, y que provoca que la Iglesia, en ocasiones, declare la "nulidad de ese matrimonio" por sus defectos de raíz (que no es lo mismo que conceder el divorcio). La dificultad en aceptar esta doctrina puede deberse también a la sensibilidad que nos transmite nuestra sociedad de consumo: "usar y tirar", cambio de sensaciones, búsqueda de nuevas satisfacciones. Esto hace que se deteriore notablemente la capacidad del amor total, de la entrega gratuita y estable, del compromiso de por vida, y esto tanto en la vida matrimonial como en la de los religiosos y sacerdotes.

Nuestra postura ante este tema debe ser la de Cristo. Esta es una de las ocasiones en que notamos que ser cristiano es exigente y que nos pide renuncias, porque nos propone valores superiores al mero hecho de satisfacer nuestros gustos. El amor matrimonial es presentado en la Biblia como un signo sacramental muy expresivo del amor de Dios a la humanidad y de Cristo a su Iglesia.

J. ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 2000 12 12


12.

En los relatos anteriores a la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, Mateo y Marcos nos presentan, entre otras, tres actitudes concretas que nos ayudan en gran manera a ahondar en el sentido del seguimiento que nos pide Jesús a los que queramos ser sus discípulos, y que leemos en tres domingos sucesivos del ciclo B (27, 28 y 29 ordinarios): sexualidad humana responsable, desprendimiento de toda riqueza y espíritu de servicio. De alguna manera responden a las tentaciones que superó Jesús y que debemos ir superando sus seguidores. Lucas parece que se centra más en el peligro de las riquezas. De esta forma, el seguimiento se hace concreto. ¿Qué significa vivir el seguimiento en el matrimonio o en la virginidad, en el uso de las riquezas, en una situación de autoridad? Son tres cuestiones de una gran actualidad y a las que la iglesia primitiva daba mucha importancia. Veremos la primera: la sexualidad humana en el matrimonio y en la virginidad.

1. Sexualidad humana

Desde siempre, al llegar a cierta edad, los chicos y las chicas, los hombres y las mujeres, se atraen y se emparejan. Se atraen porque los hombres y las mujeres estamos hechos de tal forma que nos atraemos. Y se atraen en concreto este muchacho y esta muchacha, este hombre y esta mujer, porque encuentran entre sí unos lazos indefinibles que les hacen sentirse como hechos el uno para la otra. Es lo que llamamos enamoramiento.

Junto a esto, y también desde el principio, los hombres y las mujeres que se atraen y se emparejan sienten dentro de sí mismos como una llamada a mantenerse siempre juntos. No por un mandato exterior, sino porque experimentan que en esa unión estable podrán realizarse más plenamente como personas. Es verdad que esa atracción mutua tendrán que alimentarla constantemente, para que sea cada día más verdadera y profunda y lograr algún día ser "dos en uno". Realizar este camino hacia la unidad es motivo de gozo.

Y creó Dios al hombre a su imagen: a imagen de Dios lo creó: hombre y mujer los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad los peces del mar, las aves del cielo, los vivientes que se mueven sobre la tierra. (Gén 1,27-28)

El Señor Dios se dijo: --No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude. Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo, y se los presentó al hombre para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le pusiera. Así el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no se encontraba ninguno como él que le ayudase. Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió. Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo una mujer, y se la presentó al hombre. Y el hombre dijo: --¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Su nombre será mujer, porque ha salido del hombre. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los de una sola carne. (Gén 2,18-24)

En estos dos textos bíblicos se encierra una reflexión sobre el hecho universal de la atracción recíproca del hombre y la mujer. El autor busca la explicación de este fenómeno natural remontándose a los orígenes, ya que para el semita el origen es lo que explica el sentido y realidad de un ser. Y lo expresa poéticamente, como hacemos siempre que las palabras son incapaces de reflejar toda la hondura de lo que queremos decir.

Son varias las enseñanzas que encierran en sus líneas: la mujer es una compañera que Dios da al hombre, un ser semejante a él, de su misma naturaleza y con la que puede dialogar y multiplicarse; están hechos el uno para la otra, en total igualdad -con sentido de complementariedad-; ambos son imagen de Dios y representantes suyos en el dominio de la creación.

El creador se ha servido de la sexualidad como medio para sacar constantemente a los hombres de sí mismos hacia la relación con los demás. La relación más universal y conocida, pero no única, es la de hombre y mujer. La sexualidad sirve al desarrollo de los seres humanos llamándolos a una constante creatividad, a la apertura total al ser, a la realización de todas las capacidades personales, a la expresión y al descubrimiento del yo más auténtico. La sexualidad para un cristiano es lo mismo que amor humano -semejante al de Jesús (Jn 13,34)-, expresado a través de las distintas formas de manifestarse el hombre y la mujer. Porque el amor no existe en abstracto, sino "encarnado" en hombres y mujeres; es "sexuado".

La procreación es un aspecto de esta llamada a la creatividad, pero no la única razón de la expresión sexual. La invitación de Jesús a la virginidad "por amor al reino" es muy significativa y digna de tenerse en cuenta para enjuiciar acertadamente el significado de la sexualidad humana. Los valores trascendentes deben pesar de manera decisiva.

El comportamiento sexual -como todo en la persona humana- no tiene un significado objetivo y absoluto; depende de las intenciones o madurez de las personas implicadas. Lo cual no quiere decir que la moral sexual sea subjetiva, relativa y mudable conforme a los gustos del individuo. Ni el rigorismo del pasado, que veía pecado mortal hasta en los actos inmaduros del adolescente -masturbación-; ni el laxismo actual, en el que todo lo que apetece es bueno. Modernamente la valoración moral del comportamiento sexual carga el acento sobre la actitud de la persona más que en la acción concreta. Es decir, tiene en cuenta toda la vida de relación de la persona o personas. Desde el concilio Vaticano II se tiende a considerar la moralidad como una vocación, un estilo de vida, una respuesta total a la invitación de Dios vivida desde las profundidades del ser de la persona.

Podemos afirmar razonablemente que el comportamiento sexual es sano y moral si promueve unos valores y en la medida en que los promueve, aunque la última norma de esa moralidad será siempre la propia conciencia bien formada.

Esos valores pueden ser: la autoliberación personal, en cuanto la expresión sexual está al servicio de la plenitud de la persona; enriquecimiento del otro, al que ayuda a que aflore lo mejor que hay en él; honradez, evitando toda simulación o traición a la mutua confianza que debe regir cualquier expresión sexual; fidelidad al mantenimiento de unas relaciones estables, intentando que sean cada vez más ricas y profundas; responsabilidad social, que les una con la comunidad en que viven; servicio a la vida y gozo...

2. Unos fariseos le preguntan a Jesús sobre el divorcio MA/DIVORCIO  Las discusiones en torno al divorcio son tan antiguas como el hombre. Es posible que todos nos hayamos preguntado alguna vez: ¿qué pensar y qué hacer ante tantos matrimonios en situaciones difíciles e insolubles, o ante la actitud tan superficial de tantas parejas en el momento de casarse, o ante el ambiente más o menos pro-divorcista que se va abriendo paso...? Si queremos conformarnos con lo que hace la mayoría, es fácil que nos equivoquemos. Vivimos en una sociedad en la que todo es válido, y cuando hay problemas coloca parches. Parches en ocasiones necesarios, como puede ser a veces el divorcio; lo que hace legítima una ley civil que lo regule. ¿Qué queda de un matrimonio cuando falta el amor entre los cónyuges? Pocas veces nuestra sociedad profundiza para solucionar los problemas desde sus raíces. ¿No debería preocuparse más el cine y la televisión, por ejemplo, de presentar el amor entre hombre y mujer de una forma auténtica y no como relación de placer entre dos "objetos"?

El seguimiento de Jesús implica apuntarse a un ideal de plenitud humana, como veremos también ahora en la cuestión del matrimonio. Pero esto no significa que debamos imponerlo a los demás, imposibilitando o negando el derecho que tiene toda sociedad aconfesional a elaborar una ley civil sobre la disolución del matrimonio civil. El matrimonio canónico es una cuestión que afecta únicamente a los cristianos, y que tendremos que resolver los creyentes en el seno de la iglesia, tratando de ahondar en el pensamiento de Jesús.

El texto del Deuteronomio (24,1-4), que regulaba la ruptura del compromiso matrimonial, había estado expuesto a diversas interpretaciones. En tiempos de Jesús la discusión sobre él estaba polarizada por dos escuelas: la representada por el rabino laxista Hillel, que lo admitía "por cualquier motivo" (Mateo): era suficiente para despedir a la mujer, dándole "el acta de repudio", el que se le hubiera ahumado y quemado un poco la comida, no llevar el tradicional velo calado sobre la cara, entretenerse en la calle a hablar con todos, ponerse a hilar en la vía pública, o simplemente haber encontrado otra que le gustara más...; y la del rigorista Shammai, que únicamente lo aceptaba en caso de adulterio. En todo caso, el divorcio era concedido por la legislación en vigor con mucha facilidad. La iniciativa, salvo raras excepciones, la tomaba el hombre, con grave perjuicio para la mujer, que llegaba a niveles increíbles de degradación y envilecimiento. El hombre es el sujeto; se repudia a la mujer, que es el "objeto". La única restricción, en la práctica, era el dinero. El hombre, además de conceder a la mujer el acta de repudio -con la que conservaba su honra y libertad-, estaba obligado a darle una suma de dinero ya estipulada en el contrato matrimonial para si surgía este caso. Si no podía hacerlo, y para resarcirse del inconveniente de tener que soportarla, se le permitía llevar a casa a otra mujer. De esta forma se dieron casos de poligamia. Solamente la comunidad de Qumrán se oponía a esta última práctica.

La pregunta de los fariseos es desleal; no van a Jesús con ánimo de recibir una enseñanza ni de progresar en el conocimiento de la voluntad de Dios, sino "para ponerlo a prueba". Ellos ya tienen su respuesta, que les basta. Posiblemente también intuyen que la respuesta de Jesús no será cómoda. Pretenden envolverlo en las disputas de escuelas, que habían desembocado en una casuística vergonzosa; enfrentarlo y enemistarlo con la ley mosaica, el poderío de los hillelistas y el ambiente mayoritario, siempre a favor de la ley del mínimo esfuerzo, si no defendía sus posiciones. ¿Y enfrentarlo con el rey Herodes, como había hecho Juan Bautista, por el repudio de su mujer legítima? Marcos omite lo que resalta Mateo: "por cualquier motivo". Según éste, los fariseos dan por supuesta la posibilidad del divorcio, y encuadran la pregunta dentro del ambiente judío que se vivía. Marcos prescinde -por no interesar a sus destinatarios: las comunidades cristianas de origen pagano que vivían en Roma y alrededores- de las disputas judías de escuelas; quiere dejar clara la absoluta indisolubilidad del matrimonio. Ambos pretenden poner de relieve la necesidad que tiene la comunidad de Jesús de superar la mentalidad legalista, característica de los fariseos, y que la había llevado ya a separarse de las prácticas judías y paganas en este tema.

En Marcos, Jesús responde con otra pregunta, como primer paso hacia su planteamiento diverso de la cuestión: "¿Qué os ha mandado Moisés?" En Mateo, la pregunta sobre Moisés se la hacen los fariseos. En los dos, Jesús evade la trampa que quieren tenderle y, como hace siempre en las discusiones en que intentan mezclarle, pone al descubierto la voluntad más genuina de Dios frente a su complicada y absurda casuística. La permisión de Moisés, que ellos interpretaban como una conquista y signo de la benevolencia divina hacia ellos, es en realidad un testimonio inquietante para su tozudez o terquedad, al mostrarse incapaces de vivir el amor en la relación hombre-mujer. Pero el período de permisión había terminado con Jesús. Se entiende que para aquellos que quisieran seguirle.

3. El matrimonio cristiano

El matrimonio en la Biblia es el signo del amor de Dios a su pueblo, de Cristo a su iglesia.

Ante la pregunta que le han hecho los fariseos, Jesús aborda el fondo de la cuestión; restituye el matrimonio a su primitiva indisolubilidad. ¿Cuál es el ideal al que debe apuntar la vida matrimonial, el fundamento de una vida en pareja? Jesús no se limita a responderles qué pueden y qué no; se coloca en el plano de la dignidad de la persona y de la seriedad del amor remontándose a los orígenes, a la voluntad del Creador. Para él, lo que Dios hizo y dijo al principio vale para siempre, nunca puede ser derogado ni cambiado por un precepto adicional. Las palabras del Génesis expresan de manera auténtica, íntegra y perfecta el deseo de Dios de que el hombre y la mujer vivan formando una comunidad de vida, indisoluble por su misma naturaleza y meta de una plenitud humana; una comunidad en la que cada uno se entregue incondicionalmente al otro. No es el hombre el que asume en propiedad a la mujer, sino que uno y otra deben ayudarse a construirse mutuamente como personas. Las prescripciones mosaicas fueron inspiradas por la mediocridad humana, pero el proyecto primordial de Dios era más amplio y generoso.

El autor inspirado del libro del Génesis no es un soñador. Está atacando las normas de su tiempo -no podemos olvidar que fue escrito en la época de Moisés-, acentuando la unión de por vida de un hombre y una mujer, unidos ambos en íntima amistad entre ellos y con Dios. Es notable constatar que en un tiempo y ambiente en que la mujer era considerada generalmente como inferior y sometida al varón, la Biblia nos dé a conocer su igualdad con el hombre, como una compañera semejante a él, creada también "a imagen y semejanza de Dios" (Gén 1,27).

"Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne". La atracción mutua de hombre y mujer, el ansia de complemento personal, es tan intenso que supera los vínculos de la sangre. Se deja a la familia para buscar la nueva unidad de vida con el otro consorte. Una vida que les lleve a ser "una sola carne". Darme, en hebreo, significa el hombre en su totalidad. La unión matrimonial implica la donación completa de una persona a otra, de la que el acto sexual es la expresión sensible. Reducir la unidad conyugal a la unión física es vaciarla de contenido, es prostituirla. El designio de Dios es que cada uno de los cónyuges se realice como persona en el encuentro y la comunión profunda con el otro; encuentro y comunión de cuerpo y espíritu. ¿No será una forma de adulterio cualquier rotura de esa comunión plena de vida?

La mutua atracción de los sexos buscando la unión plena es un hecho que el hombre de la Biblia ve y constata; y su reflexión teológica le lleva a esta conclusión: si el hombre y la mujer tienden a ser una sola carne es porque al principio eran ya una sola carne. De ahí la narración poética de la creación de la mujer de una costilla del varón (Gén 2,21-23).

"Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre". Jesús propone el ideal del matrimonio humano según el plan inicial de Dios. La opción por el amor que lo fundamenta debe ser definitiva. Estas palabras de Jesús, tan duras aparentemente, son en el fondo un alegre anuncio: el hombre y la mujer tienen la posibilidad real de crecer indefinidamente en el amor, a pesar de la fragilidad y debilidad humanas. Es Dios el que realiza la unión, siempre que esa unión reúna las condiciones necesarias para que exista un verdadero amor. Ninguna autoridad humana tiene poder para separarlos. El hombre y la mujer se hallan en las mismas condiciones: ni uno ni otra pueden romper el compromiso, entre otras razones porque lo que desean es seguir creciendo en el amor que les ha unido.

Jesús no se detiene en problemas de leyes; anuncia la posibilidad de una unión de amor entre hombre y mujer fecunda y para siempre. Más que discutir sobre leyes, nos ofrece el ideal de una realidad a construir. Nos traza el camino de la felicidad humana y nos revela que las relaciones conyugales y familiares son una fuente inagotable de creación y de gozo.

Sus palabras debemos entenderlas a la luz de toda su doctrina evangélica sobre el amor: total, gratuito, fiel, eterno, único camino de la vida auténticamente humana. En el anhelo profundo del amor palpita el deseo de ser eterno, de crear una fidelidad que invente el futuro, de exigir un compromiso, de aspirar a un descubrimiento sin fin. Por su naturaleza, el amor matrimonial tiende a desarrollarse sin cesar y a renovarse indefinidamente; nunca a prolongar de mala gana el pasado.

El verdadero sentido de la indisolubilidad no es prohibir una separación; su valor es plenamente positivo: los esposos nunca acabarán de conocerse y de amarse. Conocimiento y amor que son como la base de la creación de una persona, de una pareja, de una familia, de una obra. Y una persona es inagotable, tiene mucho más porvenir que presente o pasado, y podrá desplegarse eternamente sin agotar sus recursos. Casarse es vivir juntos ese desarrollo indefinido, es ayudarse a inventarse sin cesar.

Cuando una persona empieza a ser amada, comienza a cambiar, a descubrirse como tal. A través del mutuo amor, los esposos van experimentando que son capaces de crearse, que cada uno es capaz de transformar al otro, que el tiempo corre de una forma distinta desde que se han unido. La mayor desgracia de los esposos es buscar en la superficie lo que tienen que encontrar dentro, en la profundidad de sí mismos.

Jesús nos presenta su ideal matrimonial como el único que realiza verdaderamente el proyecto de Dios sobre los hombres. Ideal difícil, como todos los ideales que nos ha presentado: el amor a los enemigos, perdonar siempre, venderlo todo y darlo a los pobres, dar la vida... Pero todos sabemos -intuimos- que la sociedad que realizase todos estos ideales sería, de verdad, la sociedad de Dios: el mejor mundo para los hombres. Si esto es así, ¿cómo no seguir anunciando estos ideales y luchando por realizarlos? El mejor modo que tiene una pareja para hacer realidad esta utopía matrimonial es planificar seriamente el noviazgo. Jesús, que vivió en sí mismo el amor hasta la muerte, no podía responder de otro modo: hay que amar siempre, crecer continuamente en el amor.

Estas palabras de Jesús están en la base de la posición tradicional de la iglesia, que defiende el matrimonio estable e indisoluble y rechaza el divorcio. Palabras que tienen aplicación para los cristianos y por las que deberían dejarse guiar todos los que desean alcanzar una cierta plenitud humana. Jamás estas palabras deben imponerse a nadie. A la larga, sólo las mayores exigencias y compromisos pueden saciar al ser humano.

De todo lo expuesto se deduce que la indisolubilidad no es una cuestión de ley, sino un programa de vida. No viene impuesta por la autoridad civil o religiosa, sino que es la consecuencia de un verdadero amor, base del matrimonio. La garantía de la indisolubilidad jurídica puede adormecer a los esposos. Cuando deberían estar trabajando toda su vida por crecer en el amor y unidad, se confían en el vínculo y cada uno se encierra en sus cosas. Lo que mata a un hogar no son las discusiones, ni las dificultades, ni la falta de dinero..., aunque todo influye. Es la rutina que se cuela entre los esposos cuando ya no tienen nada que decirse, cuando no se miran, cuando ni siquiera discuten...

Por otra parte, ¿podemos decir que Dios ha unido a dos personas sin amor, que sólo se "gustaban"? ¿Podrá ser declarado indisoluble un matrimonio en el que los contrayentes, carentes de la mínima madurez, se comprometen a la ligera? Es verdad que no debería romperse un matrimonio mientras exista. Pero también debemos reconocer que, con frecuencia, ese matrimonio no ha existido nunca o, por las causas que sea, se ha roto. La falta de amor entre los esposos, debidamente comprobada y experimentada, ¿debe desligarlos? Creo que sí. Mateo dice que "no habla de prostitución" (también en Mt 5,32), dando a entender que en tal caso la separación era posible (aunque hay quienes sostienen que esa frase es una interpolación o que se refiere a uniones ilegales: entre familiares...).

Actualmente, ante las graves crisis que se plantean en numerosos matrimonios, es necesario buscar las razones que llevarían a una separación como mal menor. La prohibición absoluta de separación en caso de un matrimonio válidamente contraído es rechazada por las iglesias ortodoxas y reformadas, y por muchos católicos, amparados en la excepción de Mateo y porque un ideal no puede imponerse a todos. Sin embargo, una interpretación superficial del matrimonio ha llevado a la sociedad actual prácticamente a su destrucción. La iglesia y la sociedad deben buscar caminos, evitando los dos extremos; pero dejando claro el ideal a que debe tender todo matrimonio por su propio bien y el de los hijos.

Sólo la presencia de un verdadero amor es lo que determina si una unión ha nacido de Dios o si no es más que un malentendido, al que es preciso poner remedio. Los intereses, los contratos, las declaraciones, las promesas y Dios mismo son incapaces de unir a dos personas que no se aman. La indisolubilidad, más que una ley divina o humana, es una responsabilidad personal. Si no hay unidad de amor y de vida, es inútil plantear la legalidad de la separación o del divorcio porque, con o sin ley que lo autorice, ya existe. El problema para el cristiano -y creo que para todos los hombres- no es de leyes, sino de vida. El problema no es prohibir la separación, sino construir la unidad. Son los esposos cristianos quienes tienen que anunciar al mundo -nunca con manifestaciones e imposiciones, sino con su modo de vivir el matrimonio- que el pensamiento de Jesús no es una utopía irrealizable, sino el camino de la verdadera realización humana. Aunque para llegar a ella haya niveles diversos, y no se pueda ni rebajar su propuesta ni olvidar los problemas concretos, imponiendo por ley algo que es de tan libre aceptación como todo el evangelio.

4. La virginidad o celibato cristiano VIRGINIDAD CELIBATO

La respuesta tajante de Jesús causó sorpresa en los discípulos. El hombre que despide a su mujer no anula por ello su matrimonio; si vuelve a casarse, comete adulterio. Mateo sólo habla del hombre, conforme a la ley judía, que le daba la iniciativa casi en exclusiva; Marcos también lo plantea desde el punto de vista de la mujer al tener en cuenta el derecho grecorromano.

La réplica de los discípulos -"si ésa es la situación del hombre con la mujer, no trae cuenta casarse" (Mt 19,10)- va a dar lugar en el texto paralelo de Mateo a que Jesús hable de otro camino para la sexualidad humana: la virginidad o celibato. Pero él les dijo: --No todos pueden con eso, sólo los que han recibido ese don. Hay eunucos que salieron así del vientre de su madre, a otros los hicieron los hombres, y hay quienes se hacen eunucos por el reino de los cielos. El que pueda con esto, que lo haga. (Mt 19,1 1-12)

Un tema difícil en aquellos tiempos, en que el matrimonio era obligatorio para todo judío que no fuera impotente, basados en el "creced y multiplicaos" (Gén 1,28).

Los discípulos han entendido la absoluta indisolubilidad del matrimonio. Su sorpresa es comprensible: por una parte, el matrimonio es prácticamente obligatorio; por otra, es irrealizable sin la permisión del divorcio. Y es que no sólo la virginidad es la respuesta a una vocación: también el matrimonio cristiano exige penetrar en la lógica de la fe.

El celibato y la virginidad consagrada están atravesando una grave crisis, no sólo de parte de la sociedad, sino también en el interior mismo de la comunidad eclesial. Incluso se manipulan los descubrimientos de la psicología profunda para insinuar que una vida de castidad perfecta constituye como una disminución de la personalidad, impide el desarrollo integral y hace casi imposible una plena humanización. Y les es fácil componer una lista de defectos: abundantes egoísmos, desequilibrios, dureza de corazón, inmadurez, autoritarismo, angustias... Aunque tengamos que reconocer que no les faltan ejemplos en que apoyarse, es justo constatar las ventajas que puede proporcionar al hombre que dedica su vida totalmente a la construcción del reino.

Es un tema relatado sólo en Mateo e íntimamente ligado al anterior, al completar el sentido que para Jesús tiene la sexualidad humana: no es el matrimonio el único camino para su desarrollo. Lo expone metafóricamente.

El rabinismo conocía dos grupos de "eunucos": "los que salieron así del vientre de su madre" y "los que hicieron los hombres" como castigos penales o pasionales. Jesús añade un tercer grupo: los que voluntariamente "se hacen eunucos por el reino de los cielos".

Orígenes y algunos otros entendieron esta tercera clase en el mismo sentido real que las otras dos y llegaron, para poder pertenecer a este tercer grupo, a la mutilación física. Pero la idea de Jesús no iba por ahí. No es lo físico lo que importa, ya que a nada conduce; la única razón que propone Jesús para abstenerse del matrimonio es la dedicación voluntaria de la vida a trabajar por el reino de Dios, por la nueva sociedad que él vino a comenzar, libre de las ataduras lógicas del casado. El celibato lleva a la entrega a un ideal, a una misión, a una obra, de por vida.

Es posible que Jesús, al presentarnos el ideal del celibato, esté intentando darles -y darnos- a conocer las razones de su propia elección y responder a los que le acusaban de no tener familia.

Tanto el matrimonio cristiano como el celibato son un camino de exigencia al servicio del reino, como toda realidad humana. El reino de Dios -la verdad, la justicia, la libertad, el amor...- ha de estar por encima de todo lo demás; debe ser la razón fundamental de nuestra vida, de tal forma que para hacerlo realidad entre nosotros no sólo es necesario construir matrimonios indisolubles, sino también renunciar a él. Jesús, al colocar el celibato junto al matrimonio, relativiza el segundo y nos recuerda su provisionalidad -en el cielo no habrá matrimonios (Mt 22, 30)-, el matrimonio no es ni la única ni la definitiva realización del amor humano. Lo único absoluto y definitivo es el reino, es Dios. Al relativizar el matrimonio, en un mundo que lo consideraba como único camino, Jesús no lo vacía de contenido ni lo disminuye en su realidad humana; simplemente lo coloca en su justo lugar.

Toca a todos los cristianos, y hombres de buena voluntad, trabajar por construir el reino. El que optó por el matrimonio debe ocuparse de contentar a su marido o mujer, y puede estar dividido. El que permanece célibe está en situación ventajosa para poderse dedicar exclusivamente a la edificación del reino, como fue el caso de Jesús. Ser profeta y constructor del reino, transmitir sin rebajas todo el mensaje evangélico, es una aventura difícil, para cuya realización se requiere estar libre de preocupaciones familiares. ¿Para qué el celibato, si nos limitamos a ser "funcionarios parroquiales"? Esta es la razón verdadera del celibato y no una depreciación de la vida matrimonial.

La virginidad es una característica de los últimos días, ya que la vida futura resucitada excluirá el matrimonio al ser innecesaria la procreación. Es un estado extraordinario que no se puede pedir a todos. Es objeto de una llamada de Dios y ha de vivirse por amor a los valores del reino. Cuando se vive con una dedicación total, se convierte en signo de los tiempos escatológicos.

No todos son capaces de entender la virginidad. Nuestra sociedad moderna parece que se ríe de ella. Es natural: vive en un ambiente que la considera absurda e imposible. Quizá sólo sean capaces de entenderla aquellos a quienes se ha concedido este don del Espíritu.

Por esta razón, Jesús no empleó muchas palabras para explicarla. Se trata de algo que sobrepasa los caminos ordinarios de lo razonable y que sólo puede ser comprendido por una intuición interior. El compromiso de una vida de castidad es un misterio, como lo es la vida de Cristo -no en el sentido de algo que no entendemos, sino de algo que siempre está más allá-, que no es comprensible hasta el fondo ni siquiera para aquellos que la viven.

"El que pueda con esto, que lo haga". El célibe no es un mutilado ni un inhibido... Es alguien que, por amor al reino de Dios y sus grandes valores, ha elegido dedicar toda su vida al servicio del prójimo, a crear comunidad.

El celibato y la virginidad, elegidos por el reino de Dios, constituyen la forma más radical de pobreza. Se renuncia a una familia propia y a la íntima comunión de vida y de amor con otra persona humana; a ser mirados con sospecha y conmiseración.... a vivir en la más completa soledad en los momentos cruciales de la vida. Ese es su precio.

6. Jesús y los niños NIÑO/QUE-ES

Es la segunda vez que aparece Jesús con los niños en los sinópticos (la anterior: /Mt/18/24; /Mc/09/36-37; /Lc/09/47-48). Eran tiempos en que los niños formaban otro de los grupos marginados de la sociedad. Los fariseos añadían a las razones lógicas para excluirlos del círculo de adultos la de su ignorancia de la ley y, por tanto, su incapacidad para practicarla. Con esta escena, Jesús rompe otro molde, otra barrera social opresora.

"Le presentaron unos niños para que los tocara" (Marcos y Lucas), "para que les impusiera las manos y rezara por ellos" (Mateo). Era costumbre hacer bendecir a los niños por los jefes de las sinagogas, para que a través de ellos -por su vinculación a Moisés al ser dirigentes- recibieran la bendición de Dios. También que los hijos y los discípulos se presentaran a sus padres y rabinos famosos, respectivamente, para hacerse bendecir por ellos. La fórmula de bendición era improvisada. El padre de familia bendice el sábado a los niños, antes de la cena, imponiéndoles las manos. El que pide la bendición confiesa su insuficiencia, se pone bajo el poder de uno más fuerte, no se basta a sí mismo.

Acuden a Jesús con los niños para que los bendiga, porque la fama que ha adquirido este joven rabino con sus enseñanzas y milagros es muy grande. También como persona de oración. Quieren que les comunique la virtud que sale de él.

Es fácil imaginar la escena de las madres aglomerándose y queriendo tener la preferencia en la presentación de sus hijos, con grandes gestos y gritos, tan característicos de los orientales. Todo esto incomodó tanto a los discípulos, que reñían a las gentes. Les parece ridículo importunar a Jesús con tales simplezas y alborotos, cuando los niños no representan nada. Su protesta no carece de fundamento: era rebajar la categoría de Jesús.

Los doctores de la ley y los rabinos famosos nunca trataban con niños; su categoría era muy superior a la de los jefes de las sinagogas. Para los discípulos, el reino de Dios era un asunto de adultos; y para alcanzarlo era necesario hacer opciones conscientes, tener determinados méritos, realizar las obras correspondientes..., cosa imposible para los niños.

No estaban lejos de la mentalidad de los dirigentes de Israel. ¿Y de la nuestra? Jesús va a derribar otro obstáculo esencial para hacer posible la nueva comunidad mesiánica: el orgullo.

"Jesús se enfadó" con los discípulos. Es curioso: nunca les ha regañado por su comprensión, por el exceso de confianza hacia los demás, por su demasiada humildad, por ser acogedores... Era la incomprensión, el rechazo, la indignación, el triunfalismo... las actitudes que se repetían siempre. ¿Será porque nos consideramos incapaces de seguir de cerca a Jesús por lo que nos damos tanta maña para echar a los demás?

"Dejad que los niños se acerquen a mí". Con sus palabras, Jesús nos revela la ternura que siente por los niños, su aprecio por ellos, frente a la mentalidad judía. Los llama junto a sí, los aprecia y estima sin idealizar su inocencia infantil, pues también conoce sus travesuras (Mt 11,16-17; Lc 7,31-32).

"No se lo impidáis". Recordemos lo de la piedra de molino atada al cuello... (Mt 18,6; Mc 9,42; Lc 17,2).

"De los que son como ellos es el reino de Dios". Es como una nueva bienaventuranza: Dichosos los que son como los niños, porque de ellos es el reino de los cielos. ¿En qué se puede considerar modelo al niño? No se trata de volver atrás, como entendió Nicodemo (Jn 3,4), sino de caminar hacia adelante hasta... convertirse en niño. La infancia a que se refiere Jesús es lo más contrario al infantilismo. El niño es un símil. Se trata de recuperar los valores fundamentales de la infancia. Nos convertimos en viejos no cuando se nos cae el pelo, o nos salen canas, o perdemos la memoria..., sino cuando perdemos la capacidad de maravillarnos, cuando empezamos a "estar de vuelta". Los niños conservan la capacidad de maravillarse, nunca dan nada por perdido.

Los niños representan la más clara actitud antifarisaica: no tienen posiciones que guardar, ni prestigio que mantener, ni privilegios que defender. Están preparados para responder a las llamadas que se les dirijan. Al igual que los pobres, están disponibles a los cambios que el reino reclame. No se han acostumbrado todavía a la vida. Poseen algo fundamental que los distingue de los adultos: están dispuestos a recibir lo que se les da; y el reino es don, no conquista personal: primero se recibe, después se entra en él. El que se cree justo, el que invoca sus propios intereses y méritos, queda excluido. Los niños se dejan guiar, tienen el don de vivir en el momento presente. Poseen la sencillez de la mirada y del corazón; al llegar lo nuevo, lo miran, se acercan y lo aceptan. Entienden mejor a Dios que los adultos, porque Dios se revela a los sencillos y se oculta a los sabios y entendidos (Mt 11,25; Lc 10,21). Es penoso comprobar cómo los niños, al crecer, se van haciendo autosuficientes, creen que lo saben todo, no se fían de los demás..., y comienzan a destruirse, a parecerse a la mayoría de los adultos.

Jesús permaneció siempre niño ante su Padre: no esperaba nada de sí mismo, sino todo de Dios. Solamente quien ahora se abandona en las manos de Dios, a su revelación, y se fía totalmente de Jesús, podrá entrar en el reino escatológico.

Si muchos revolucionarios actuales tuvieran la sencillez y demás cualidades que Jesús resalta en los niños, su lucha por la liberación de los explotados sería mucho más eficaz y creíble.

Los discípulos de Jesús debemos ser como niños ante Dios. Lo que no nos dispensa de la obligación de no tolerar que nadie ponga sus botas sobre la libertad y la justicia del ser humano... Marcos -único evangelista que señaló el enfado de Jesús con sus discípulos- hace ahora lo mismo con su gesto de ternura expresado en el abrazo final. Su narración resulta, una vez más, la más completa y cercana a la realidad, al no dudar en poner juntos los elementos más contradictorios.

Este mensaje de Jesús es difícil de aceptar por las personas mayores. Sus ojos están cegados; sus oídos, sordos; su corazón, endurecido. Son demasiado "adultos". El pueblo judío, los fariseos y los doctores de la ley, los sacerdotes y los sumos sacerdotes, ¡qué "adultos" son!, ¡qué viejos! La sabiduría les ha venido de Dios y de sus largas experiencias humanas. Son clarividentes, inteligentes, correctos, poseen toda la verdad. Examinan, distinguen, reflexionan..., y cuando llega el cumplimiento de todas las profecías con el Mesías, se parapetan en sus tradiciones humanas, en su templo y en su ley..., se hacen duros y obstinados... y dejan pasar la hora de Dios. ¿Por qué estamos tan seguros de que ahora es distinto?

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3
 PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 237-251


13. Domingo 5 de octubre de 2003

Gen 2, 18-24: Creación del hombre y de la mujer
Salmo responsorial: 127, 1-6
Heb 2, 9-11: La muerte de Jesús es glorificación
Mc 10, 2-16 ó 10, 2-12: Jesús y el divorcio

En la primera lectura nos encontramos con el segundo relato de la creación que está centrado en la creación del hombre y de la mujer, ambos formados de tierra y aliento divino. El hombre y la mujer deben labrar la tierra para hacerla fructificar y arrancarle el sustento, tienen dominio sobre los animales y todas las cosas creadas. Los dos son hechura de Dios, y por lo tanto son iguales a pesar de su diversidad. La relación perfecta entre los dos no está garantizada ni escrita en su sangre: es una conquista de la libertad que ellos deben construir. Un proyecto de unidad que compromete la responsabilidad de cada uno.

El autor de la carta a los hebreos nos dice que la pasión y la muerte de Jesús no son fines en sí mismos, sino solamente un camino hacia la resurrección y la salvación plena. Los cristianos no nos podemos quedar contemplando al crucificado del viernes santo, construyendo nuestra vida desde el dolor, el sufrimiento y la muerte. La misma epístola nos dice que el propio Jesús “en los días de su vida mortal presentó, con gritos y lágrimas, oraciones y súplicas, al que lo podía salvar de la muerte”. Esto quiere decir que él mismo luchó por encontrar una alternativa que no estaba sujeta a su voluntad sino a hacer la voluntad del Padre. Estamos en hora de superar todo tipo de devoción que se queda en la contemplación de los sufrimientos y dolores de Jesús y construir nuestra vida cristiana desde la esperanza que nos ofrece la resurrección.

En el evangelio, los fariseos ponen a prueba a Jesús preguntándole qué pensaba sobre el divorcio y si era lícito repudiar a una mujer. La respuesta de Jesús es significativa cuando caemos en cuenta de que, tanto en el judaísmo como en el mundo greco-romano, el repudio era algo muy corriente y estaba regulado por la ley. Si Jesús respondía que no era lícito, estaba contra la ley de Moisés, por eso les devuelve la pregunta y les dice que la ley de Moisés es provisional y que ahora se han inaugurado los tiempos de la plenitud en los que la vida se construye desde un orden social nuevo, en el que el hombre y la mujer forman parte de la armonía y el equilibrio de la creación. La novedad de esta afirmación de Jesús saltaba a la vista; en su interpretación desautorizaba no sólo las opiniones de los maestros de la ley que pensaban que a una mujer se le podía repudiar incluso por una cosa tan insignificante como dejar quemar la comida, sino incluso, relativizaba la misma motivación de la ley de Moisés. Además tiraba por tierra las pretensiones de superioridad farisea, que despreciaban a la mujer, como despreciaban a los niños, a los pobres, a los enfermos, al pueblo. Nuevamente, al defender a la mujer, Jesús se ponía de parte de los rechazados, los marginados, los ‘sin derechos’.

Pero como los discípulos en esto compartían las mismas ideas de los fariseos, no entendieron y, ya en casa, le preguntaron sobre lo que acababa de afirmar. Jesús no explicó mucho más, simplemente les amplió las consecuencias de aquello: “Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra la primera; y lo mismo la mujer: si repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio”

El segundo episodio de nuestro evangelio nos presenta un altercado de Jesús con sus discípulos porque ellos no permiten que los niños se acerquen a Jesús para que él los bendiga. Los discípulos pensaban que un verdadero maestro no se debía entretener con niños porque perdía autoridad y credibilidad. Decididamente algo no era claro en ellos. No acababan de asimilar las actitudes de Jesús ni los criterios del Reino. Y Jesús se enojó con ellos; su paciencia también tenía límites y si algo no toleraba era el desprecio hacia los marginados. Y les dijo con mucha energía: dejen que los niños se me acerquen. ¿Con qué derecho se lo impiden, cuando el Padre ha decidido que su Reinado sea precisamente en favor de ellos? ¿No entienden todavía que en el Reino de Dios las cosas se entienden totalmente al contrario que en el mundo?

Los niños que no pueden reclamar méritos, carecen de privilegios y no tienen poder, son ejemplo para los discípulos, porque están desprovistos de cualquier ambición o pretensión egoísta y por eso pueden acoger el Reino de Dios como un don gratuito. De los que son como ellos es el Reino de Dios, dice Jesús.

Es necesario que nuestra experiencia cristiana sea verdaderamente una realidad de acogida y de amor para todos aquellos que son excluidos por los sistemas injustos e inhumanos que imperan en el mundo. Nuestra tarea fundamental es incluir a todos aquellos que la sociedad ha desechado porque no se ajustan al modelo de ser humano que se han propuesto. Si nos reconocemos como verdaderos seguidores de Jesús, es necesario comenzar a trabajar por la humanidad que a los débiles de este mundo se les ha arrebatado.



Para la revisión de vida
-La valoración de la sexualidad en la cultura actual ha variado notablemente con relación a lo que fue la valoración que le asignó la mentalidad cristiana tradicional, en la que fuimos educados los adultos de hoy. ¿He sabido ajustar y renovar mi mentalidad en este tema? ¿O prefiero "seguir con lo de antes", por miedo o por pereza? ¿O camino por la libre en este tema? ¿En qué debo "convertirme" también en este tema?

Para la reunión de grupo
- -Un teólogo afirmó que si se tuviera en consideración la atormentada historia de la moral sexual católica en los últimos siglos, «lo mejor que debería hacer la Iglesia sería callar en este tema durante cien años»… Más allá de la expresión simbólica, ¿qué valor y sentido puede reconocérsele a esa opinión?
- -El Dicasterio Vaticano para la Familia, a pesar de la opinión contraria insistente de numerosas partes de la Iglesia y de bastantes episcopados incluso, es de la opinión de que los divorciados vueltos a casar no pueden comulgar. ¿Cuál es nuestra opinión? Comentar con razones bíblicas y teológicas.
- -Hay quienes piensan que el texto evangélico sobre el divorcio no apunta directamente al tema mismo del divorcio, sino a la crítica de Jesús al machismo de la moral del tiempo, que permitía al hombre repudiar unilateralmente a su mujer y hasta por motivos ridículamente superficiales, con lo cual las palabras de Jesús, más que un alegato contra el divorcio estaría siendo una defensa de la igualdad entre el hombre y la mujer... ¿Hemos leído algo al respecto? ¿Qué podemos decir?


Para la oración de los fieles
- -Por nuestra sociedad, para que sepa dotarse de las leyes precisas para controlar la fuerza poderosa de la sexualidad, y a la vez promueva una educación sexual que ayude a vivir desde dentro, por convicción y no por coacción los valores del amor, rooguemos al Señor.
- -Por todas las personas para quienes de hecho la sexualidad es un sufrimiento en vez de una vivencia armoniosa y gozosa, para que encuentren en el amor el marco de referencia necesario para vivir la sexualidad…
- -Por la Iglesia, para que administre el sacramento del matrimonio tras una adecuada preparación y sin imposiciones ni presiones sociales…
- -Por la paz entre las naciones, entre los pueblos y entre las diferentes culturas que cohabitamos en el mundo…
- -Por lo millones de seres humanos que sufren la epidemia del siglo, el SIDA, para que la sociedad tome su responsabilidad y deber de solidaridad ante este drama inesperado…
- - Por todas las personas, para que sepan llegar a Dios en la unión con los hermanos y vean en El al colaborador con todo esfuerzo humano por conseguir paz y justicia en el mundo…


Oración comunitaria
Oh Dios, Fuerza Creadora, que has creado nuestro cuerpo marcándolo hasta en sus estructuras más íntimas con el misterio siempre inabarcable de la sexualidad, y nos has hecho hombres y mujeres "a imagen y semejanza tuya", hijos e hijas llamados a vivir en armonía dinámica, en amor complementario, en colaboración gozosa. Ayúdanos a madurar como personas, como sociedad, como grandes religiones, para que los tabúes y las obsesiones que durante tantos siglos han atormentado nuestra conciencia y nuestra convivencia, cedan el paso a actitudes comprensivas y a una valoración positiva y gozosa de todas las fuerzas y riquezas de que has dotado a nuestra naturaleza. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


14.

Nexo entre las lecturas

El tema del matrimonio domina la liturgia de este domingo. Por un lado, la ley de Moisés que permite repudiar a la esposa "por algo feo" (según que se interpretase, podría ser la infidelidad conyugal, o hasta una comida mal preparada) (evangelio); por otro lado, Jesús que vuelve a la ley originaria puesta en la naturaleza, según la cual "el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán dos en una sola carne" (primera lectura, evangelio). En la segunda lectura, se nos recuerda que Jesús esposo de la Iglesia se entrega a ella hasta la muerte para purificarla y santificarla con su sangre. De esta manera viene a ser verdadero prototipo del amor esponsal.


Mensaje doctrinal

1. La victoria sobre la soledad. Es muy emotivo ver cómo Dios, según el libro del Génesis, se interesa por la soledad del hombre. Entendemos que Dios no ha creado al hombre para vivir en soledad, sino en relación, en compañía. La compañía de los animales domésticos es buena, no viene criticada, pero es insuficiente. Adán da a cada uno su nombre; con ello se quiere significar que ejerce dominio y señorío sobre ellos. Pero no basta. Es una relación de dominio, es una relación dispar, que no da plenitud de realización y de gozo al ser humano. La única relación plena, satisfactoria, regocijante, es la relación con quien es igual que él, "carne de su carne". Es la relación propia de los seres humanos. El grado sumo de esta relación es la relación matrimonial del varón y la mujer, por la que "los dos llegan a ser una sola carne". El matrimonio no es, pues, la única forma de relación ni el único modo de vencer la soledad. La relación de amistad, de compañerismo, de hermanos en religión, etc., vence también la soledad del hombre. Sin embargo, el matrimonio y la familia son instituciones naturales en las que la victoria sobre la soledad puede lograr la máxima altura.

2. La victoria sobre la división. Estar solo es triste, penoso. Estar interiormente dividido, lo es todavía más. División de la inteligencia y de la voluntad: ¿Me caso o no me caso? División del corazón: De entre todos los chicos y chicas que conozco, ¿quién me puede ayudar más a vencer la soledad y a hacerme feliz? ¿a quién puedo yo ayudar mejor a amar y a ser feliz? División de las experiencias vivas: ¡tantas experiencias con este, aquel o el otro partner, que dejan el alma vacía, el corazón medio roto, la amargura de la frustración, el descontento de uno mismo, la conciencia intranquila o hasta gravemente herida! El matrimonio, vivido en todo su esplendor y belleza, unifica. Unifica las fuerzas de la inteligencia, que se orientan hacia la vida matrimonial y familiar. Unifica las fuerzas de la voluntad, que acepta el querer de la persona amada y tiende a hacerle el bien. Unifica el corazón, centrándolo en el esposo o esposa y en los hijos. Unifica las experiencias de la vida, que son vividas todas en referencia a la experiencia fundamental, que es la experiencia conyugal y familiar. Es verdad que, ya en el matrimonio, se puede uno topar con fuerzas centrífugas que intenten de nuevo dividir, resquebrajar la unidad. Es verdad que pueden existir situaciones extremamente duras y difíciles. En el amor profundo y auténtico que logró, en el momento de casarse, superar la "división", existen recursos y energías para promover y defender la unidad frente a las fuerzas hostiles. Es el amor del que Jesucristo Nuestro Señor es el mejor modelo. En Cristo todo su ser está unificado por el amor a la humanidad, amor que no le ahorra ningún sacrificio. Nadie ama más que aquel que da la vida por el amado. Por el sacramento del matrimonio los cristianos participan del amor con que Cristo Esposo amó a la Iglesia Esposa. Ese amor redentor de Cristo, eficazmente presente en los cónyuges cristianos, les hará superar cualquier tentación de división, y promover la unidad como el mayor bien de los cónyuges, de la familia y de la sociedad.


Sugerencias pastorales

1. Matrimonio: Palabra unívoca. Es un principio de sabiduría humana y cristiana dar a cada cosa su nombre. Además de que es un elemento de claridad y transparencia. No se trata de juzgar a nadie; al contrario, como cristianos hemos de ser sumamente comprensivos, aunque hemos de aceptar que en esto, como en otras muchas cosas, se pueden dar prejuicios y posturas ofensivas. De lo que realmente se trata es de hablar con propiedad. Si comenzamos a hablar de "matrimonio de hecho", de "unión libre", de "matrimonio gay" del "derecho a ser diferentes", y a reconocer todo esto jurídicamente, en lugar de disminuir aumentará sin duda la confusión. El matrimonio es una unión estable y libre entre un varón y una mujer, jurídicamente reconocida por el estado (matrimonio civil) y/o por la Iglesia (matrimonio eclesiástico). Lo que no responda a esta definición, no es matrimonio; por eso, convendrá buscarle y darle otro nombre, haciéndolo siempre con respeto y caridad. Evidentemente, el respeto a los que son diferentes es una obligación de todos, pero ese respeto no significa en modo alguno connivencia y mucho menos equiparación de estado. La realidad del matrimonio es algo muy serio y sagrado, como para andar jugando con ella. Quizás por no tener esto en cuenta, sucede lo que está sucediendo con esta institución, cada vez menos parecida a su sentido unívoco. Uno, ignorante, se pregunta espontáneamente qué es lo que está pasando en los parlamentos para que se tomen decisiones a veces sumamente graves, que afectan la naturaleza de las cosas, y el mismo futuro de la familia y de la sociedad. ¿Nos damos cuenta de que poco a poco nos pueden lavar el cerebro? ¿De que el imperialismo político (parlamento) y cultural (mass-media) se nos ha metido en casa, casi sin querer?

2. Catequesis al cuadrado. La conciencia cristiana y la fidelidad a nuestra vocación misionera nos comprometen a una catequesis al cuadrado, "arrasadora", y a una acción evangelizadora intensa sobre el matrimonio que lleguen a todos, cristianos o no, y que utilicen toda la gama de recursos para realizarla. Hay que "mentalizar" a los niños sobre la naturaleza del matrimonio y su sentido cristiano. Y con mayor razón a los adolescentes, a los jóvenes y a los adultos. Habrá que echar mano de la clase de religión en la escuela, de la catequesis en la parroquia, de la homilía dominical, de la conversación personal en familia o en otros ambientes, de los periódicos y revistas, de la radio, de la televisión y del internet. Hemos de duplicar la catequesis y la labor evangelizadora, para superar en acción masiva y en eficacia a quienes hacen propuestas equívocas sobre el matrimonio, que tanto perturban y desconciertan a la gente sencilla. Se suele decir que la mejor arma defensiva es el ataque. Y el ataque en este campo del matrimonio es la verdad de nuestra fe. Digamos la verdad sin miedo, seguros de la victoria. 

P. ANTONIO IZQUIERDO


15.DOMINICOS 2003

Este domingo: 27º del Tiempo Ordinario

Un tema emerge con fuerza en la liturgia de la palabra en este domingo, la unión íntima y afectiva entre hombre y mujer. Unión sin la cual toda la creación, en su enorme variedad y riqueza puesta a su servicio, - les puso nombre -, era insuficiente para que el ser humano no se sintiera solo. Solo la mujer acaba con la soledad del varón.

Y unión absoluta, ninguna otra relación afectiva, sea con el padre, con la madre, como ejemplo de los seres más queridos, puede atentar contra la unión entre varón y mujer.

Y unión de total intimidad, “serán una sola carne”. No se puede expresar con más fuerza lo estrecho de esa unión.

Y todo ello porque así lo ha querido Dios, según expresa el relato del Génesis y confirma Jesús en el texto del evangelio. Es el mismo autor de la Naturaleza, el que creó al varón y luego “hizo” a la mujer, el que exige que esa unión sea indestructible: “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.

Todo esto se ofrece a nuestra reflexión en este primer domingo de octubre, consolidado ya el ritmo normal de vida en el hemisferio norte, cuando el verano con sus vacaciones, según las estadísticas, es un factor en no pocos casos de rupturas matrimoniales.

Este mes de octubre que acabamos de iniciar es, además, el mes del Rosario. En este año que por decisión del Papa ha sido constituido como año del Rosario, el mes del rosario ha de instarnos a una reflexión sobre todo lo que implica esa tradicional devoción en nuestra espiritualidad. Subrayando, al hilo del mensaje de las lecturas de este domingo, cómo el rezo en familia del rosario ha sido vínculo de unión de ésta: “Familia que reza unida, permanece unida” es un viejo lema que no conviene olvidar.

Comentario bíblico:

El amor verdadero, meta del hombre y la mujer

Iª Lectura: Génesis (2,18-24): Amor verdadero frente a la soledad

I.1. El relato de Génesis 2,18-24 -desde una cultura religiosa de la época, por lo tanto, no de manera científica-, nos diseña la aparición de la pareja humana. Y debemos recalcar ese verbo “diseñar”, porque no se trata de otra cosa. Es la mano de Dios la que lo hace y la que permite un diseño de amor. El creador de este relato –o una escuela catequética que llamamos «yahvista», porque desde el principio le da a Dios el nombre propio de Yahvé, que aparecerá con Moisés-, parte de la experiencia humana, de eso que se ha llamado la media naranja, y que responde a una cultura bien determinada del Oriente. Pero por encima de las imágenes casi infantiles en que se expresa el relato, se nos ofrece un mensaje que es muy digno de mérito en este tiempo de reivindicaciones de la dignidad humana, de la mujer y de los pequeños.

I.2. El hombre, el varón, no es nada sin la mujer; es o sería la pura soledad. Dios, lógicamente, no ha creado a la mujer del hombre, sino que es una forma de poner de manifiesto que tienen la misma dignidad y mutuamente encuentran en el diálogo, en el afecto, en el amor, lo que en Dios es pura unidad de paternidad y maternidad a la vez. Eva, como Adán, son nombres genéricos, no significan una pareja exclusiva al principio de la humanidad. Dios, pues, ha comprometido todo su ser en la creación del hombre y la mujer, de la humanidad, que han de unirse en amor creador de paternidad y maternidad, para que este mundo sea ámbito de felicidad.

IIª Lectura: Hebreos (2,9-11): El Hijo que viene a ser “nuestro hermano”

II.1. El texto de la segunda lectura, de la carta a los Hebreos (2,9-11), es la conclusión de un himno con que comienza esta famosa carta neotetamentaria. Precisamente en ese himno se había puesto de manifiesto la grandeza de Cristo, lo que se llama su preexistencia, porque estaba junto a Dios, es el Hijo de Dios. Sin embargo, el autor de la carta quiere acercar este Hijo de Dios a los hombres, hasta ponerlo a nuestra altura (un poco inferior a los ángeles) para que sintamos en él la fuerza de nuestro hermano.

II.2. En la fe cristiana es tan importante confesar a Jesús como Hijo de Dios, que como hermano nuestro, que se compadece de nosotros y da la vida por nosotros. Su muerte en favor de toda la humanidad nos habla de la solidaridad de Dios con nosotros, como se había comprometido a ello desde la misma creación. El, Jesús, es el que nos ha abierto el camino de la salvación.

Evangelio: Marcos (10,2-16): La ruptura del amor no es evangélica

III.1. El evangelio de hoy nos muestra una disputa, la del divorcio, tal como se configuraba en el judaísmo del tiempo de Jesús. La interpretación de Dt 24,1, base de la discusión, era lo que tenía divididas a las dos escuelas rabínicas de la época; una más permisiva (Hillel) y otra más estricta (Shamay). Para unos cualquier cosa podía ser justificación para repudiar, para otros la cuestión debería ser más sopesada. Pero al final, alguien salía vencedor de esa situación. Naturalmente el hombre, el fuerte, el poderoso, el que hacía e interpretaba las leyes.

III.2. Pero a Jesús no se le está preguntando por las causas del repudio que llevaba a efecto el hombre contra la mujer, o por lo menos desvía el asunto a lo más importante. Recurrirá a la misma Torah (ley) para poner en evidencia lo que los hombres inventan y justifican desde sus intereses, y se apoya en el relato del Génesis de la primera lectura. Dios no ha creado al hombre y a la mujer para otra cosa que para la felicidad. ¿Cómo, pues, justificar el desamor? ¿Por la Ley misma? ¿En nombre de Dios? ¡De ninguna manera!

III.3. Por ello, todas las leyes y tradiciones que consagran las rupturas del desamor responden a los intereses humanos, a la dureza del corazón; por lo mismo, el texto de Dt 24,1 también. Jesús aparece como radical, pero precisamente para defender al ser inferior, en este caso a la mujer, que no tenía posibilidad de repudio, ni de separación o divorcio. Como la mujer encontrada en adulterio que no tiene más defensa que el mismo Jesús (Jn 8,1ss). Jesús hace una interpretación profética del amor matrimonial partiendo de la creación, que todos hemos estropeado con nuestros intereses, división de clases y de sexo. Y es que el garante de la felicidad y del amor es el mismo Creador, quiere decirnos Jesús.

Miguel de Burgos, OP
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía

A los judíos les costó entender lo del matrimonio indisoluble. Según Marcos, Jesús lo atribuye a “su terquedad”. En la versión de este episodio en Mateo, se debe a la “dureza de su corazón”. Un corazón duro es el que no es capaz de amar tanto como lo que exige ese compromiso por vida propio del matrimonio. Y si además no se atiende a razones, se ciega a sus intereses, se vuelve terco -la terquedad es la persistencia en algo sin razones -, será imposible entender y aceptar ese viejo plan del Creador.

Porque la indisolubilidad del matrimonio no puede apoyarse exclusivamente en un precepto moral, menos aún en un contrato jurídico, se basa exclusivamente en el amor. Se basa en él, porque el amor es la gran y única razón del matrimonio.

No cualquier amor, sino un amor absoluto y total. Absoluto, es decir incondicionado. En el momento de compromiso matrimonial claramente los esposos manifiestan esa incondicionalidad, “en la salud y en la enfermedad”, es decir en los momentos favorables y también los adversos. Ha de ser un amor que sepa superar esas circunstancias, que, quizás vapuleado por ellas, permanezca vivo, a flote, que no acepte que nada ni nadie termine con ese compromiso de unión afectiva por vida.

Y total. Los esposos satisfacen en su matrimonio toda su capacidad de amar. Amándose mutuamente se aman totalmente, todo lo que pueden amar los cónyuges los aman en el matrimonio. Desde ese amor matrimonial generarán hijos y tratarán con su amor iniciar y continuar el proceso de hacer de ellos personas humanas. Desde ese amor amarán a padres, hermanos, amigos. Desde la profundidad de su amor matrimonial serán solidarios con aquellos que sufren de desamor, de soledad, etc. Desde ese amor descubrirán el amor a Dios.

Es ya una tesis generalizada que a los jóvenes de hoy les asustan los compromisos definitivos. Como vemos por el evangelio no es una novedad: a los judíos a lo largo de su historia y a los mismos discípulos les pasaba lo mismo. Por eso son bastantes los que piensan como los discípulos cuando Jesús les repitió lo mismo que antes había dicho a los fariseos, según la versión de Mateo: “Si tal es la condición del hombre con la mujer, mejor es no casarse”.

El problema no es, sin embargo, ese miedo a lo definitivo, sino la desconfianza que existe en ser capaces de amar de esa manera absoluta y total. Esto es lo grave, porque lo que hace a la persona es su capacidad de amar. Si ésta es reducida, reducido es el proyecto de vida que se asume. No pretender más que amoríos o amores circunstanciales, “mientras que las cosas vayan bien”, es anular de base forjarse un proyecto auténtico de ser persona humana.

No todos están llamados al matrimonio, pero todos estamos llamados a amores profundos y definitivos, es una exigencia de nuestra condición humana. No somos pretenciosos comprometiéndonos con ese amor tan exigente. Lo seríamos si abordásemos ese compromiso solos, sin acudir al Dios que pensó en un ser humano constituido por su capacidad de amar sin límites. El ser humano ha sido hecho a imagen y semejanza suya, como dice el Génesis, y Él es amor, como dice san Juan, amor absoluto y total al hombre  y a la mujer.

Fray Juan José de León Lastra, O.P.
juanjose-lastra@dominicos.org


16. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre

El Evangelio ilumina y da sentido a toda la vida, por eso los cristianos hemos de contemplar el matrimonio desde la óptica de la redención obrada por Jesucristo. Aún así, la convivencia entre el hombre y la mujer se ha ido convirtiendo en muchos casos en una realidad dominada por el egoísmo, en un ámbito que el hombre busca organizar a su manera, al margen de la Ley de Dios. Igual que en su época, Jesús puede lanzar contra nuestra generación esta dolorida acusación: «Tenéis estas leyes por vuestra dureza de corazón».

La pregunta de los fariseos a Jesús es también hoy actual. En un mundo fluctuante como el nuestro, en el que los compromisos parecen hacerse y deshacerse en un instante, es comprensible que el cristiano se pregunte sobre el valor de la indisolubilidad conyugal. Hay situaciones difíciles y extremas que requieren una gran benevolencia en el momento de buscar soluciones, pero hay que distinguir la comprensión en estos casos de la mentalidad divorcista y antimatrimonial extendida por nuestra sociedad, mentalidad que responde a una actitud egoísta e inmadura que no desea comprometerse a fondo, aunque esto no lo confiese nadie abiertamente. Una vez leía en una revista la respuesta frívola de una muchacha a unas preguntas que le hacían sobre la vida en pareja: «No quiero casarme porque me parece muy gordo eso de vivir siempre atada al mismo hombre; además, con los hombres sólo quiero vivir los buenos momentos, no los malos». ¿Qué podemos esperar, pues?

La vida tiene muchos ingredientes de sacrificio y compromiso personal. Quienes han optado y se han comprometido de por vida, tienen una personalidad más libre y madura. La libertad no consiste en la falta de compromiso y en la gratificación del egoísmo, sino en la opción por el bien, hecha responsablemente. Un amor que acepte desistir cuando surge la dificultad, la enfermedad o cualquier otro imponderable, es una estafa y causa un daño irreparable a las personas. Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, por eso el amor humano manifiesta el amor divino y participa de él; por eso el matrimonio ha de verse como una vocación que debe ser vivida y realizada fielmente, de aquí que Jesús afirme que «Lo que Dios ha unido, que el hombre no lo separe». ¿Se contempla hoy el matrimonio como una vocación? ¿No habrá fabricado nuestra sociedad muchas imágenes falsas del matrimonio?

P. JOAQUIM MESEGUER GARCÍA


17.

LO QUE DIOS HA UNIDO, QUE NO LO SEPARE EL HOMBRE.

Comentando la Palabra de Dios

Gén. 2, 18-24. No es bueno que el hombre esté sólo. Y el Señor crea para él una compañía, con quien se complementará. La creación del hombre sólo se entiende bajo la misma Palabra de Dios que nos dice: Y creó Dios al hombre; a imagen y semejanza suya lo hizo, varón y varona lo creó. De nada sirve ser huésped de un paraíso, de la casa más confortable, si no hay una mujer con quien convivir en un amor verdadero. En Ninguno de los animales que desfilaron ante Adán, aun cuando fueron formados, igual que él, de la tierra, pudo el hombre encontrar su complemento, alguien a quien amar con un amor capaz de ser correspondido, alguien con quién relacionarse, alguien con quien dialogar de tú a tú, alguien capaz de hacerle feliz. Sólo cuando le es presentada la mujer exclamará: esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne; es decir: es semejante a mí; posee mi misma dignidad; en ella encuentro el aspecto femenino y materno que no encuentro en mí. Pero para unirse a la mujer hay que abandonar padre y madre. Y esto nos está indicando que la alianza Varón-Varona requiere madurez y un cuidado especial, no sólo para ser fieles, sino para que esa alianza sea una conquista que se va logrando día a día. Dios los bendice; pero la mujer no debe ser ocasión de tropiezo para el hombre, ni el hombre puede hacer responsable a la mujer de sus propias fallas. Vivir cuidando el fuego del amor con gran responsabilidad, además de la bendición de Dios, requiere una lucha continua para renunciar a todo aquello que le dio sentido a nuestra vida de un modo correcto o equivocado, pero que ahora se convierte en un estorbo para vivir y caminar en el amor. (Algo correcto puede ser el afianzamiento de la propia identidad del hombre en una lucha convertida en competencia para poder sobrevivir y destacar; renunciar a esa actitud en la relación matrimonial significa no querer imponer lo propio como lo único válido, ni querer humillar a la mujer pensando que es un ser inferior al hombre. Respecto a lo incorrecto, más vale quedarse sin comentarios, pues hay tantas cosas que debe uno quitarse de encima para evitar convertirse en un fraude para aquella persona a quien uno prometió hacerle feliz y amarle siempre, pero que después le destruye y le arruina su vida).

Sal. 127. Busquemos al Señor para manifestarle nuestro amor, nuestra fidelidad, nuestro respeto. Sigamos sus caminos y proclamemos su amor a todas las naciones. No trabajemos únicamente por el pan que perece; no vivamos fieles al Señor con la intención de vernos favorecidos por Él con toda clase de bienes aquí en la tierra. Que lo único que nos preocupe sea trabajar por el Reino de Dios y su justicia, lo demás sólo será añadidura, algo que, finalmente no encadenará nuestro corazón. Disfrutando de los bienes del Señor como una bendición que nos viene de Él, no nos quedemos con ellos como propiedad personal, sino que sepamos compartirlos con los necesitados, para que así la prosperidad sea de todos. Quien es fiel al Señor disfrutará de su esposa con la misma alegría con que nos alegra el fruto de la vid. Los hijos, alrededor de la mesa, serán como renuevos de olivo, capaces de alimentar con sus frutos a toda clase de personas. Así la vida familiar, confiada en Dios y fiel a sus palabras, no será ocasión de maldad, ni de destrucción, sino de paz y alegría para todos.

Heb. 2, 8-11. Se nos manifiesta el Plan de salvación de Dios que Él tiene para nosotros: A aquel para quien es y por quien existe el universo, si quería llevar muchos hijos a la gloria le convenía perfeccionar, a través de padecimientos, al que iba a abrirles el camino. En Cristo somos llamados a la participación de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre. Y el Hijo, hecho uno de nosotros, se une a nosotros asumiendo nuestra naturaleza humana y santificándonos, para que así, no sólo nos llame sino que seamos hermanos suyos. Y Dios es fiel a su Alianza con nosotros. Puesto que Él pasó por la muerte sin quedarse en ella, nos enseña que el verdadero amor ha de llegar incluso a la muerte por nuestros seres queridos, con tal de conducirlos, de hacerlos partícipes de la misma dignidad y gloria que el Señor nos ha concedido. Puesto que el Señor comparte la misma vida de Dios y la misma vida de los hombres, quien se une a Él por la fe, encuentra el camino que le conduce a la Gloria. No hay otro camino; no hay alianza con alguien más, bajo cuyo nombre pudiéramos salvarnos; sólo Jesús, en Él y por Él tenemos el camino abierto hacia la plena unión con Dios.

Mc. 10, 2-16. Dios nos ha llamado al amor. Amor que, por ningún motivo, salvo por una mente enfermiza, puede vivirse en la soledad. Si incluso el amor indiviso hacia Dios no tiene una proyección de amor sincero hacia el prójimo, es un amor engañoso y ocioso. Entrar en un compromiso de amor, que se convierte en Alianza en la que Dios une a un hombre y a una mujer, no puede considerarse como un juego, ni puede regirse por la injusticia que aplasta a la mujer y la despide por cualquier motivo, desconociendo la misma dignidad que tiene respecto al hombre. Dios, mediante su Hijo hecho uno de nosotros, se convirtió en el Esposo que da calor y alimento a su Esposa, que es la Iglesia. Y esa Alianza, sellada con su sangre, es nueva y eterna. Podrán pasar el cielo y la tierra, podrá una madre olvidarse del hijo, fruto de sus entrañas, pero el amor del Señor hacia nosotros jamás tendrá fin. El amor matrimonial del hombre creado varón y varona, a imagen y semejanza de Dios, debe ser también un vivo reflejo sacramental del amor que Dios tiene a su Iglesia, que cuando encuentra en ella algún defecto no la rechaza, sino que la santifica y renueva mediante su sangre derramada en la Cruz, y la adorna con las arras del Espíritu que no sólo nos hace exclamar Padre, sino tenerlo en verdad como Padre nuestro, pues en Cristo hemos sido hechos de la familia divina. A pesar de nuestra fragilidad que nos hace ser como los niños, el Señor nos abraza y bendice, se pone de parte nuestra, se hace el Dios-con-nosotros. Si así hemos sido amados por Dios, amemos a nuestro prójimo, preocupándonos de hacer el bien especialmente a quienes muchas veces han sido vejados y despreciados como son las mujeres, los niños, los pobres y los que, dominados por el pecado, viven hundidos en las maldades y los vicios, y han sido puestos al borde de la sociedad que los ha despreciado y marginado.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

Reunidos en la presencia del Señor, que ha sellado su Alianza con nosotros mediante su propia sangre, experimentamos su amor siempre fiel, comprensivo y misericordioso para con nosotros. No podemos decir que no le importen nuestras infidelidades; si así fuera, Él no nos haría un fuerte llamado a dejar nuestros caminos de maldad para que, siéndole fieles, nos convirtamos en un signo más claro de su amor en el mundo. Él ha derramado su Sangre para el perdón de nuestros pecados; Él nos llama a participar de su vida; Él derrama en nosotros su Espíritu Santo. Nuestra fidelidad a Él debe darle sentido a la fidelidad del hombre en todos los compromisos adquiridos, pero especialmente en el compromiso matrimonial, que es un signo del amor que Cristo tiene a su Iglesia. El Señor nos ha manifestado todo lo que Él ha hecho para presentarse ante sí a la Iglesia, como una esposa digna, limpia de maldad y adornada con la presencia de su Espíritu que nos haga caminar, llenos de amor fiel, en su presencia. Así como Cristo ha amado a su Iglesia, así ha de ser el amor que el esposo debe tener hacia su esposa.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

En su carta a los Corintios san Pablo nos dice: Cuando era niño hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; al hacerme hombre, he dejado las cosas de niño. Ciertamente, cuando vemos matrimonios rotos, familias destrozadas, niños que deambulan cada fin de semana para convivir con el padre o la madre, disputas sobre la tutela de los hijos, enfrentamientos por los bienes comunes, hemos de meditar si en verdad las personas que deciden, con toda libertad y con un verdadero amor, unir sus vidas mediante el Sacramento del Matrimonio, actuaron con sinceridad; sinceridad que brote de una madurez no sólo biológica sino sicológica, y, también con una auténtica madurez en la fe, de tal forma que no actúen como niños, sino como personas adultas en todos los niveles cuando aceptan a alguien en su vida y de por vida. ¡Qué responsabilidad, al respecto, tienen los padres, la sociedad en general y las diversas instituciones que entran en contacto con las personas, especialmente en la adolescencia y en la juventud! Mientras la unión hombre-mujer sólo se vea como la oportunidad de encontrar alivio a las pasiones sexuales, y no como un compromiso que ayude a vivir, de un modo cada vez mejor la perfección de la persona, el equilibrio emocional, la capacidad de ser creativos, la potencia de vivir como personas responsables que se preocupen de velar por los intereses del ser amado y de quienes son consecuencia de ese amor; digo, mientras esto no sea aceptado con madurez, lo único que se vivirá será una relación fugaz que, como indicaban los Maestros de Judea en tiempos de Jesús, podrán dejar a la mujer incluso porque, viendo a otra mujer más bonita que la que se tiene en casa, se le despida a esta última para dar cabida a la otra; como si la mujer no tuviese la misma dignidad del hombre, como si mediante el Matrimonio no se realizara una unión tan estrecha que hace que ya no sean dos sino una sola cosa, y que sólo se pensara que la mujer es como un producto desechable en la vida del hombre. Por eso, como dice Tertuliano, quien se casa debe ser consciente de que acepta a su cónyuge para vivir unidos por una sola esperanza, un solo deseo, una sola disciplina y un mismo servicio, de tal forma que en verdad, y no sólo en la imaginación, sean una sola carne.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, vivir cada uno de nosotros los compromisos que hemos adquirido ante Dios o ante los demás no como juegos, sino como aquello que nos compromete para buscar el bien de las personas que amamos. Que Dios conceda, de un modo especial, a los matrimonios cristianos, la gracia de ser en el mundo un signo del amor fiel de Cristo a su Iglesia, que no la tomó para sí para destruirla, sino para santificarla entregando su vida y derramando su sangre por ella.

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18. Contemplar el Evangelio de hoy

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Día litúrgico: Domingo XXVII (B) del tiempo Ordinario

Ref. del Evangelio: Mc 10,2-16

Texto del Evangelio: En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?». Él les respondió: «¿Qué os prescribió Moisés?». Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, El los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre». Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. Él les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».

Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él». Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.

Comentario: Mn. Fernando Perales i Madueño (Barcelona)

«Lo que Dios unió, no lo separe el hombre»

Hoy, los fariseos quieren poner a Jesús nuevamente en un compromiso planteándole la cuestión sobre el divorcio. Más que dar una respuesta definitiva, Jesús pregunta a sus interlocutores por lo que dice la Escritura y, sin criticar la Ley de Moisés, les hace comprender que es legítima, pero temporal: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto» (Mc 10,5).

Jesús recuerda lo que dice el Libro del Génesis: «Al comienzo del mundo, Dios los creó hombre y mujer» (Mc 10,6, cf. Gn 1,27). Jesús habla de una unidad que será la Humanidad. El hombre dejará a sus padres y se unirá a su mujer, siendo uno con ella para formar la Humanidad. Esto supone una realidad nueva: Dos seres forman una unidad, no como una “asociación”, sino como procreadores de Humanidad. La conclusión es evidente: «Lo que Dios unió, no lo separe el hombre» (Mc 10,9).

Mientras tengamos del matrimonio una imagen de “asociación”, la indisolubilidad resultará incomprensible. Si el matrimonio se reduce a intereses asociativos, se comprende que la disolución aparezca como legítima. Hablar entonces de matrimonio es un abuso de lenguaje, pues no es más que la asociación de dos solteros deseosos de hacer más agradable su existencia. Cuando el Señor habla de matrimonio está diciendo otra cosa. El Concilio Vaticano II nos recuerda: «Este vínculo sagrado, con miras al bien, ya de los cónyuges y su prole, ya de la sociedad, no depende del arbitrio humano. Dios mismo es el autor de un matrimonio que ha dotado de varios bienes y fines, todo lo cual es de una enorme trascendencia para la continuidad del género humano» (Gaudium et spes, n. 48).

De regreso a casa, los Apóstoles preguntan por las exigencias del matrimonio, y a continuación tiene lugar una escena cariñosa con los niños. Ambas escenas están relacionadas. La segunda enseñanza es como una parábola que explica cómo es posible el matrimonio. El Reino de Dios es para aquellos que se asemejan a un niño y aceptan construir algo nuevo. Lo mismo el matrimonio, si hemos captado bien lo que significa: dejar, unirse y devenir.