COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA

Gn 2, 18-24

 

1. "No está bien que el hombre esté solo". La intención del autor es explicar la fuerza del amor, la atracción recíproca de los sexos.

Hombre y mujer tiene cada uno sus características, pero son esencial- mente semejantes, iguales en dignidad. El texto lo expresa al decir "es carne de mi carne..." Dios crea la mujer.

El acto de la creación no admite espectadores. El hombre está en un sueño profundo, ignora el origen de la mujer.

H/REALIZACION: Con la mujer se da al hombre su complemento. El hombre sólo en el "otro" puede colmar su deficiencia. ¿Hasta qué punto el hombre actual entiende que se realiza en el otro y no en su egoísmo? El hombre no es un ser autónomo, encerrado en sí mismo. Necesita complemento. Esta experiencia es válida también para el hombre de hoy. A pesar del progreso técnico y científico, el hombre se siente solo. En muchos aspectos no puede ser él mismo y ha de vivir su máscara... Detrás de las apariencias se esconde la inseguridad y la insatisfacción.

El misterio de la mujer y la relación de los sexos hay que leerlo a la luz del contexto. Israel defiende su fe en Yahvé contra los cultos lunares del ambiente en que se encuentra. En ellos la mujer ocupaba un lugar importante y mágico. La costilla era el símbolo lunar al que atribuían poderes divinos. El texto utiliza este material literario y la situación social en que estaba la mujer. Pero el contenido teológico expresado con estas fórmulas literarias es claro: el hombre y la mujer son una sola carne, criaturas de Dios, con el mismo valor y dignidad.

P. FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 19


 

2.MUJER/AYUDA.

La creación de la mujer desarrolla en un mundo esencialmente masculino. El hombre ha tenido tiempo para reconocerse y tomar posesión de las cosas que le rodean, dándolas un nombre (vv. 18-20), antes de descubrir en la mujer la "ayuda" que el hombre busca.

Para esta tradición bíblica, él ha nacido, pues macho; la mujer no viene a él y no se define en él sino en razón de su vinculación al hombre (v. 23; cf. 1 Cor 11, 9; 1 Tim 2, 13).

La leyenda de la costilla sacada de Adán (v. 21) corrobora esta idea: la mujer es la carne de su marido. Estamos lejos de la igualdad de los dos miembros de la pareja presentada por la tradición del primer capítulo del Génesis (Gén 1, 27-28).

El hombre no agota su vocación con el dominio de la naturaleza y la vida: es, además, portador de un llamamiento al encuentro de un ser irreducible, capaz de comunión con él.

En la mujer, el hombre descubre otro él, pues esta no se le presenta en su misterio de alteridad, sino al contrario, como el hueso de sus huesos, la carne de su carne; su mismo nombre (ishsha) no es sino el diminutivo del término que corresponde al hombre (ish, v. 23).

Y la leyenda, según la cual la mujer nace de una costilla del hombre (v. 21) es un dato más que confirma esta dependencia de la mujer (v. 22). Así, pues, el hombre mide a la mujer a partir de su propia conciencia; él mismo se sitúa en el centro de esta experiencia, siendo su compañera una mera "ayuda", adquirida por él como un medio para llevar a buen término su proyecto. Se le considera únicamente como una "ayuda proporcionada" al hombre, aun cuando conserva su propia originalidad; la vemos sacar al hombre de su aislamiento y ofreciéndole su convivencia (v. 18).

En cambio, en este pasaje no se hace la menor aclaración en el sentido de si la mujer, en su función de "auxiliar" del hombre, llega a superar su propio aislamiento.

La vieja tradición contenida en los vv. 18-23 es, pues, de inspiración marcadamente masculina y caracterizada por la más completa esclavitud de la mujer con respecto al hombre.

Sin embargo, el último versículo, añadido sin duda por el redactor yahvista, contiene ya un fermento de evolución: formada a partir del hombre, la mujer es poseedora de una riqueza propia no menor a la de aquel, y, para conquistarla, el hombre no vacila en dejar a su familia, al igual que Abraham abandona su país para descubrir la tierra prometida. Es cierto que, en este v. 24, la iniciativa en el amor es aún característica exclusiva del hombre.

Pero se adivina ya que el misterio de la hembra le atrae y le invita a salir de sí mismo; acaba de descubrir el valor de la pareja y de su unidad.

No se puede leer esta tradición bíblica sin matizarla con las demás tradiciones, en particular la de Gén 1. La antigua tradición de Gén 2-3 considera a la pareja como replegada sobre sí misma, a merced de fuerzas que no domina (cf. v. 25; Gén 3, 10-16); la tradición más reciente nos presenta, por el contrario, a una pareja bendecida y destinada a la conquista del mundo (Gén 1, 27-28).

A lo largo de la historia bíblica, la misoginia de Gén 2-3 ha marcado la condición femenina.

La mujer ha surgido como la "otra" en un mundo masculinizado; sus reacciones femeninas no han penetrado dentro del marco preestablecido por el hombre; su comportamiento ha sido estimado como demencial o insensato, y ella misma tachada de posesa o demoníaca; se ha visto alienada, eterna menor sometida a la mediación y a la autoridad del macho.

Las secuelas de esta doctrina aparecen aún en las cartas de Pablo (1 Cor 11, 7-9), preocupadas, por otra parte, de introducir preciosos correctivos.

Sin embargo, Cristo ha liberado a la mujer de esas alienaciones, no a la manera de un sociólogo, sino celebrando el misterio de su persona como Nuevo Adán y como Primogénito de la creación. Cristo, en efecto, es el Mediador único de la humanidad reconciliada (1 Tm 2, 5); cualquier otra mediación pierde su sentido y tiene que ser revitalizada, como, por ejemplo, la mediación del macho respecto a la mujer.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA VII
MAROVA MADRID 1969.Pág. 132


 

3.H/SER-SOCIAL:

Una pareja: el hombre no existe para sí mismo, no aguanta estar solo. Para vivir, necesita que exista alguien con quien poder estar frente a frente. Creado a imagen y semejanza de Dios, no puede vivir siendo él solo: lleva injerto en su ser el amor, y sólo en el encuentro y en la relación llegará a ser él mismo. Por haber nacido de Dios, el hombre es participación.

Por toda la eternidad llevará Adán la cicatriz de su carencia, de su autosuficiencia imposible; es un ser incompleto. Eva, nacida del costado de Adán, será el símbolo viviente de la complementariedad inalienable.

Misterio del hombre, que para ser él mismo tiene necesidad de otro; que para encontrarse a sí mismo necesita compartir, y dar para llegar a ser. Misterio del hombre, que para poder existir como "yo" necesita que exista otro que le diga "tú"; que se descubre a sí mismo en la mirada del otro; que tiene conocimiento del mundo, de las cosas y de los seres a través de un lenguaje recibido de los otros. Misterio del hombre, que es sociedad. Adán llevará par siempre la señal de que él solo existe con los otros, por ellos y para ellos. El uno hacia el otro: el hombre es, desde su origen, un ser conyugal. Y desde entonces, la pareja es sacramento de Dios. Si el ser humano fuera una mónada cerrada, no estaría hecho a imagen de Dios, pues un Dios con una sola persona ya no sería el Amor.

"Dios -hace notar Teófilo de Antioquía- creó a Adán y a Eva para el máximo amor entre ellos, reflejando así el misterio de la divina unidad". Y Dios llevará en su pecho, por toda la eternidad, la marca de su pasión por el hombre: el costado traspasado de Jesús en la cruz.

Misterio de Dios, que es un infinito herido. Misterio de Dios, cuya perfección va unida al más completo abandono y cuya omnipotencia es sinónimo de la máxima dependencia. Dios es Amor y el Amor es encuentro y, por lo tanto, carencia y súplica: para existir, Dios necesita al hombre y, para existir como Amor, tiene que ser Trinidad. Grandeza de la pareja: se hace sacramento de Dios. "No separéis lo que Dios ha unido", dirá Jesús a sus detractores. El matrimonio es un sacramento no porque consagre la promesa solemne de los esposos, ni tampoco por fundarse en la mutua ternura; es sacramento por ser la imagen más perfecta de lo que es Dios y de lo que es la vida según Dios. En la relación entre un hombre y una mujer descubrimos y experimentamos que Dios es encuentro, don, participación, amor.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS I-IX T.O. EVANG.DE MARCOS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 94 s.


 

4. H/MUJER/RELACION:PARAISO/DESEO-HT

El relato de hoy expresa la convicción del autor de que el hombre solo, sin compañía ni ayuda, no es hombre ni puede vivir como tal. Primero alude a la ayuda de nivel elemental que le prestan los animales.

La superioridad del hombre sobre la forma de vida animal, se traduce por su capacidad de ponerle nombre a cada uno. Esto equivale a asignarle un lugar en el ámbito de sus dominios. Pero no es en el dominio en donde el hombre encuentra la ayuda adecuada, donde el hombre puede realizarse, sino en el diálogo con el tú semejante, no dominado, sino igual.

El autor sagrado sitúa en ese puesto a la mujer, que representa aquí a todos los tú humanos.

Dice Santo Tomás (Summa Theol I q.92 a. 2 y 3) que la mujer ha sido formada del hombre, de un costado de éste, para indicar que no es la señora ni la esclava del hombre, sino su compañera, para inculcar al hombre que ha de amar a su mujer, para expresar la íntima comunidad de vida entre el hombre y la mujer y finalmente para simbolizar el nacimiento de la Iglesia, la Esposa de Cristo.

En el N. T. se hace resaltar que la mujer ha sido formada del hombre, pero también allí leemos que el hombre depende de la mujer.

Dice S. Pablo en /1Co/11/12: "porque así como la mujer procede del varón, así también el varón viene a la existencia por la mujer. Y todo proviene de Dios". Es decir, la mujer y el hombre están mutuamente subordinados.

Son seres distintos, pero se complementan siendo cada uno de por sí una forma especial y parcial de lo humano.

Pero en Eva no sólo está representada la mujer, sino todos los vivientes y quiera decirnos el autor sagrado que donde el hombre encuentra la verdadera ayuda para realizarse como hombre es en la relación dialogal con el otro, en la comunión de vida con los demás seres de la misma condición. Las cosas nunca completan ni perfeccionan al hombre.

Este era el maravilloso plan de Dios sobre los hombres. Que viviera en perfecta armonía con la creación, siendo rey y señor de todo lo creado; que viviera en un perfecto equilibrio interno consigo mismo, sin conflictos psicológicos, sin esa desgarradura interna que expresa maravillosamente S. Pablo, en Rom 7, 5 "Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco"; que viviera también en una relación de amor con sus semejantes que no son cosas ni animales, a los que no se puede manipular para nuestro provecho o nuestro placer.

Y esta triple armonía: consigo mismo, con sus semejantes y con toda la creación, como consecuencia de esa justicia original, de esa maravillosa relación de amistad con la que Dios le brindaba: el paseo con Dios por el jardín a la hora de la brisa.

Todo hombre lleva dentro de su corazón el paraíso como aspiración suprema.

La historia de la salvación con Jesús -el verdadero Adán-, será la historia del retorno a ese paraíso perdido.

Porque este relato del Paraíso más que una afirmación histórica sobre el hombre que fue, es una proclamación de Dios sobre lo que el hombre está llamado a ser si acepta la gracia de Jesús, el Salvador.


 

5.

Y serán los dos una sola carne

Leemos el relato de la creación de la mujer según la tradición yahvista, de estilo muy cercano y humano.

La reflexión que Dios se hace a sí mismo al inicio del relato transmite las ideas básicas que aquí se quieren destacar: en primer lugar, que el hombre es un ser social por naturaleza, no hecho para estar solo; segundo, que la mujer será este complemento que necesita el hombre; tercero, que aun siendo el complemento, no es un simple auxiliar a su servicio, sino que es capaz de ser una compañera para él, es decir, que está al mismo nivel que él.

Seguidamente, en la búsqueda de una ayuda que esté a la altura del hombre, viene esta escena deliciosa en la que Dios presenta al hombre los animales que ha creado, para que les imponga el nombre como signo de dominio. Y el hombre se ve dominador de los animales, pero esta relación de dominio no es capaz de cubrir el vacío de su necesidad de una compañera adecuada; y así se destaca, por contraste, el verdadero papel de la mujer.

De este modo entramos en la escena misteriosa de la formación de la mujer, mediante la cual se quiere poner de relieve la trascendencia de las obras divinas, así como la trascendencia misma y el misterio de la vinculación entre el hombre y la mujer. El grito de alegría de Adán al despertar destaca una doble característica de la mujer: que es una ayuda y una compañía a la altura del hombre, pero que a la vez su existencia depende psicológica y socialmente de él. Se podría decir, pues, que las palabras del Génesis son una defensa del papel de la mujer como algo más que un ser puramente sometido al hombre, pero sin llegar a llevar el tema hasta sus últimas consecuencias, por otro lado difícilmente imaginables en aquel orden social.

Y el texto finaliza con un principio general, una convicción teológica que ha orientado y condicionado todo el relato: la unidad del matrimonio y su naturaleza monógama son queridas por Dios, y los vínculos que crea son más fuertes que cualquier otro vínculo familiar.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 13


 

5. Y serán los dos una sola carne

Los capítulos 2 y 3 del Génesis forman un díptico de antropología teológica. Nos muestran los claroscuros de las situación humana, desde la perspectiva de la fe. Por un lado la vocación del hombre a ser colaborador de Dios en la creación, y por otro, la infidelidad del hombre a sus compromisos para con Dios. El anónimo autor de estos capítulos se vale de elementos mitológicos de las culturas vecinas para realizar su plan. Y todo esto acompañado con vocabulario sapiencial y temas de alianza.

El fragmento que hoy nos propone la liturgia está formado por unos cuantos versículos de la primera tabla del díptico: aquella que expone la vocación a la que es llamado todo hombre. El hombre colabora con Dios imponiendo nombre (señal de dominio) a todos los animales. Pero el único ser natural que realmente puede complementarlo (que le ayude) es la mujer.

Ésta nos es presentada como hecha de la misma "materia" que el hombre; sacada de la carne del hombre.

"Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne", expresión semítica que significa la radical igualdad de ambos. "Serán los dos una sola carne": la palabra "carne" expresa en el lenguaje bíblico la existencia terrena del hombre; ser de la misma carne significa compartir la misma existencia, el mismo proyecto vital.

La complementariedad entre hombre y mujer conduce a compartir la misma existencia. El texto bíblico no se refiere necesariamente al áfrimonio (que se "inaugura" en Génesis 4), sino a toda ralación hombre-mujer.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 2000 12 43