34 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO XXVI
CICLO C
18-30
18.
--Dios se pone de parte de Lázaro En este evangelio que acabamos de leer, ¿os habéis preguntado alguna vez por qué es condenado el rico? No dice que lo haya oprimido, ni que le haya pagado un sueldo deficiente, ni tan sólo que le haya robado nada. Sólo dice que el pobre comía lo que tiraban de la mesa del rico. El mismo derecho que le reclama la cananea a Jesús (Mc 7, 28).
La condena es doble: un fuego que le atormenta, que se asemejaría a aquella sed de la samaritana (una sed que Jesús le calmará con un agua que brota del interior del corazón) y una distancia enorme entre uno y otro. Una distancia tan grande que no hay manera de pasar de un lugar a otro. Es como decir que entre el primer mundo y el cuarto (los más pobres de nuestro mundo) hay una distancia imposible de franquear. Pero Dios se coloca claramente a un lado y no al otro.
El pecado del rico epulón no es contra el pobre. Precisamente no ha hecho nada. Ni tan sólo se ha enterado que existe. Ha permanecido sentado (como dice el profeta Amós): "os acostáis en lechos de marfil, arrellanados en divanes, coméis carneros del rebaño y terneras del establo..." (/Am/06/04). Sólo se entiende el pecado desde la mirada de Dios. Abrahán dice al rico que "entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso" que no eres capaz de ver la necesidad del pobre. Sólo siente la propia sed. El pecado de los poderosos es haberse distanciado tanto de los más necesitados que ya ni los ven. Lo que se les recrimina es que se sientan seguros y tranquilos.
Este opulento del evangelio es la réplica de aquel otro que un día tuvo cosechas abundantes y pensó en ampliar sus graneros... comer y divertirse. Aquel oyó la voz de Dios que le decía: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?" (Lc 12, 16-21).
-¿Es pecado ser rico?
En todo lo que hemos dicho planea una pregunta: ¿Es pecado ser rico? ¿Dios se ofende si disponemos de cosas agradables? ¿Si no hacemos daño a los demás (si no estafamos, ni oprimimos...) Dios nos recriminará nuestra vida? La respuesta nos la da la misma parábola. Por un lado la sed y las llamas que no nos dejarán tranquilos. Envuelto con el dinero y el placer cuanto más poseas más necesidad tendrás. Hasta que no seas capaz de dar de tu agua no encontrarás aquella otra "que se vuelve manantial que mana agua de vida eterna" (Jn 4,14). No son los pobres los que tendrán que venir a calmarte tu sed, sino que "fluirán de sus entrañas torrentes de agua viva" (Jn 7, 37-39) que sacian la propia sed y la de los demás.
Por otro lado la condena viene de la distancia. Los pobres y los necesitados quedan a años-luz y ni te fijas en ellos. Sólo ves que tus graneros necesitan una ampliación y las ventajas de un nuevo coche. Si no te acercas donde están los pobres, menos pueden acudir ellos a donde estás tú, porque el abismo es inmenso "para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hacia nosotros" (Lc 16, 26). Desde la riqueza no hay manera posible de pasar. Jesús para poder venir hacia donde estamos nosotros tuvo que acceder a perderlo todo: "El cual, siendo rico, por nosotros se empobreció, para que vosotros os enriquecierais con su pobreza" (2C 8,9). Si no hay el camino de saber perderlo todo no hay paso, y uno queda alejado de Dios, que está claramente de parte de Lázaro.
JOSEP
ESCÓS
MISA DOMINICAL 1992/12
19.
«No podéis servir al dinero»
Al leer la parábola del evangelio de hoy, me ha venido a la mente ese pasaje de la versión musical de "Los Miserables" de Victor Hugo, en que el protagonista, huyendo de los que le persiguen, se acoge en la casa de un obispo. Este le recibe con toda caridad cristiana, le da de cenar y un lecho para pasar la noche. Pero aquel le roba las copas de plata. Es detenido y le llevan al buen obispo. Es el momento en que este dirá a los guardias que él mismo le había regalado las copas de plata; más aún, que el mendigo se había dejado en su casa lo más valioso, dos candelabros de plata.
El episodio es bonito; llama la atención que en una manifestación cultural reciente la Iglesia o sus obispos queden bien parados..., y salta a la vista el contraste entre el obispo francés y ese rico «epulón», que banqueteaba espléndidamente y no se apercibía de que, a la puerta de su casa, estaba otro hombre al que no le llegaban ni las migajas que caían de la mesa de sus banquetes.
El evangelio de hoy está a continuación de la parábola del administrador injusto, que comentamos el domingo pasado. En el texto leído hoy falta una introducción importante, que la liturgia ha omitido. Después de que Jesús había dicho que no se puede servir a dos señores y que «no podéis servir al dinero», el texto de Lucas añade que «oyeron todo esto los fariseos, que son amigos del dinero, y se burlaban de él». Casi a continuación viene la conocida parábola del evangelio de hoy.
Los biblistas insisten en que el contenido de esta parábola estaba ya presente en una fábula egipcia y en la literatura rabínica judía, y que Jesús pudo adaptar fácilmente esa historia a su propia enseñanza. Un rasgo llamativo de la parábola es el hecho de que es la única en que se da un nombre a un personaje, Lázaro -en hebreo, Eleazar, que significa «Dios ayuda»-. Por el contrario el rico carece de nombre, aunque le hayamos llamado «epulón»; lo único que se dice de él es que banqueteaba espléndidamente; que era un buen comedor, un epulón.
La parábola refleja esa idea tan frecuente en las fábulas populares del cambio radical en la vida de los personajes, podríamos decir de «la vuelta a la tortilla». Con la muerte de los dos protagonistas se da un cambio total de la decoración: el que banqueteaba espléndidamente -como los samaritanos acusados por Amós comiendo las terneras del establo y bebiendo vinos generosos- desearía ahora que le mojasen los labios con la punta del dedo; por el contrario, al que no llegaban ni las migajas de los banquetes y cuyas llagas eran lamidas por los perros, vive la felicidad en el seno de Abrahán.
Esta interpretación es peligrosa y, más de una vez, ha sido repetida de forma más o menos explícita. Es peligrosa porque parece indicar que el destino de los pobres es emular la paciencia de Lázaro, contentarse con su suerte..., y esperar que, al final de su vida, se cambie radicalmente la decoración. En la mente de todos está esa interpretación de la religión como opio del pueblo, que adormece los dolores de los hombres y suaviza las injusticias sociales, porque en la otra vida las cosas van a cambiar radicalmente.
Los comentaristas del evangelio insisten en que no es este el significado de la parábola de Jesús. Tampoco debe entenderse esta parábola como si su mensaje fuese primariamente de salvación o condenación. Notemos que el término traducido por infierno es el sheol veterotestamentario, que en el libro de Henoc venía descrito como formado por unos compartimentos contiguos para los buenos y los malos a la espera del juicio y la resurrección general. A esos compartimentos estancos parece aludir el texto, al afirmar que no se podía pasar de un espacio al otro.
El mensaje de la parábola es continuación del domingo pasado, de esa incompatibilidad entre el servicio a Dios y el servicio al dinero; sigue resonando esa frase de que nos hagamos amigos con el «dinero injusto» para que así nos reciban en las moradas eternas. Por eso es importante que la parábola de Jesús no se dirija a los saduceos -que eran amigos del dinero y, además ricos-, sino a los fariseos, que se mofaban de Jesús y eran también amigos del dinero: de la misma forma que creían que el cumplimiento literal de la ley era suficiente para servir a Dios, tampoco veían inconveniente entre ser personas religiosas y, al mismo tiempo, «amigos del dinero».
Porque notemos que del que hemos llamado epulón no se dice nada negativo; podía haber sido un saduceo, así como un fariseo, perfecto cumplidor de la ley; que además de darse sus buenos banquetes, ayunase en los días prescritos; que además de beber vinos generosos diese el diezmo exigido. Lo único negativo que se dice es que, desde las mesas de sus banquetes, no era capaz de ver al pobre Lázaro que estaba a la puerta de su casa y que deseaba alimentarse no con las algarrobas que daban a los cerdos, como el hijo pródigo, sino de las migajas que caían de la mesa del rico, «pero nadie se las daba». Ese fue el pecado del rico epulón: el vivir como los ricos de Samaría, acostados en lecho de marfil, tumbados sobre las camas, canturreando al son de las arpas..., sin percibir el pobre a su puerta.
Y ese es el mensaje de Lucas: el dinero tiene dentro de sí una trampa, un veneno, que nos insensibiliza, nos adormece, nos acorcha y nos hace insensibles ante el dolor que está a la misma puerta de nuestra casa. El dinero tiene esa trampa que nos empuja hacia una espiral del magis, del tener cada vez más, que nos encierra dentro de nosotros mismos y nos hace insensibles ante el dolor ajeno. Y es verdad que esa actitud puede darse no sólo en el que tiene mucho; también puede estar presente en el que tiene poco, pero arde en deseos de riqueza. Pero, al mismo tiempo, ¿no es verdad eso que cuentan nuestros jóvenes, cuando vuelven de Latinoamérica, que encuentran allí entre los que no tienen casi nada una generosidad, un desprendimiento, un compartir lo poco que tienen que nosotros hemos olvidado?
Vivimos días difíciles: los pronósticos hablan de austeridad, crisis social y recesión económica. Un periódico decía estos días que se habían acabado «los regalos» de nuestro gobierno a Latinoamérica; al mismo tiempo, cada vez vienen más extranjeros a nuestro país -en pateras o como sea- y hasta preocupa que una nueva invasión islámica venga sobre nuestra vieja Europa. Sé que el problema es complejo y que no se trata de incidir en la demagogia, pero, ¿qué pasa cuando nuestra actitud a flor de piel es encerrarnos en nuestro miedo a la austeridad y cerrar nuestros oídos a las voces de los más pobres?
¿Nos distinguimos los cristianos por exigir a las autoridades que se dé para el desarrollo de los países pobres ese O,7% del producto nacional bruto, que además es necesario para no seguir amenazando a nuestro viejo planeta? ¿Nos distinguimos los cristianos españoles por actitudes de receptividad y de sensibilidad humana hacia los que emigran a nuestras costas, olvidando que nuestra maltrecha economía sigue siendo muy superior a la de los países que viven en la máxima pobreza? ¿No se están repitiendo, también en nosotros, las mismas actitudes de aquel epulón que no se daba cuenta de que a su hermano pobre Lázaro no le llegaban ni las migajas que caían de su mesa?
Hay que decirlo con toda fuerza: para el cristiano español, esos hombres de otras razas que viven junto a nosotros son la actualización de ese Lázaro que Jesús presentó en el evangelio.
Haceos amigos con el dinero injusto: es lo que hizo el buen obispo de la obra de Victor Hugo. Es el símbolo de la vida de tantos hombres a lo largo de los siglos que han sentido una felicidad mucho mayor dando que reteniendo; que han sentido que lo mejor que podían hacer con sus copas y candelabros es dárselos al necesitado. Ese es el mandamiento, sin duda exigente, pero profundamente humano y bello que hoy nos da el evangelio.
JAVIER
GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madrid 1994.Pág. 324 ss.
20.
1. «Tumbados sobre las camas».
De nuevo la primera lectura de Amós es importante para comprender el evangelio. No solamente se echan pestes contra las posesiones y las riquezas, sino contra lo que éstas producen en el hombre con harta frecuencia: sibaritismo, holgazanería, borrachera de bienestar sin tener para nada en cuenta la situación del país (Israel estaba entonces seriamente amenazado, pero «no os doléis de los desastres de José»). Esta «despreocupación» egoísta y esta falsa «autoseguridad» son condenadas por el profeta: «Se acabó la orgía de los disolutos», «irán al destierro» los primeros.
2. «Se murió también el rico y lo enterraron».
El evangelio subraya ante todo la enorme fosa que se abre entre la opulencia de la vida del rico y la miseria del pobre, que está «echado en el portal», con lo que ve lo que ocurre dentro de la casa del epulón, sin que nadie se preocupe de sus llagas, excepto los perros sucios y vagabundos que se acercan a lamérselas. Jesús muestra solamente esto, y por eso no debemos tratar de matizar teológicamente la parábola en ningún sentido (por ejemplo, en los detalles de la concepción del más allá). Externamente, esta imagen no parece ir más allá de la de los profetas; pero Jesús, que definió mucho más concretamente el mandamiento del amor al prójimo, lleva el alcance del escandaloso contraste entre pobre y rico mucho más lejos que la Antigua Alianza: en el más allá esa fosa se convierte en un abismo definitivo en un «abismo inmenso que nadie puede cruzar»- entre el consuelo en el seno de Abrahán y los tormentos provocados por las llamas del infierno. Ese abismo es también infranqueable para Abrahán, y la petición que le hace el epulón de que mande al pobre Lázaro a casa de su padre para advertir a sus cinco hermanos, no tiene ningún sentido, porque si no escuchan a Moisés y a los profetas, ¡cómo van a hacer caso de un pobre hombre! Esta sencilla parábola no es más que una concreción de unas palabras de Jesús que quizá nos resulten difíciles de entender: «Dichosos los pobres. ¡Ay de vosotros, los ricos!» (Lc 6,20.24).
3. «Conquista la vida eterna».
La segunda lectura ensancha de nuevo la perspectiva. Hay dos actitudes radicalmente opuestas; ahora se trata de adoptar la única correcta, la que salva. Timoteo, el discípulo de Pablo, ha tomado ya su decisión, y esto públicamente, «ante muchos testigos», exactamente lo mismo que hizo Jesús cuando tomó su decisión y dio testimonio de ella ante Pilato y todo el pueblo. Lo que importa de ahora en adelante es perseverar en la elección que se ha hecho y «conquistar la vida eterna» por anticipado, aun cuando esta perseverancia exige un combate permanente, «el buen combate de la fe», que debe llevarse a cabo «sin mancha ni reproche» como encargo de Cristo y de la Iglesia. Pero «conquistar la vida eterna» no quiere decir tratar de aferrar o apresar a Dios; la conclusión doxológica es aquí importante: Dios, «que habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver», sólo puede ser adorado, nunca aferrado o conquistado por el hombre. Decidirse por El, dar testimonio de El, significa por el contrario que se ha sido aferrado por él y que se cumple su encargo.
HANS URS von
BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales
A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág.
285 s.
21.«¡UNOS NACEN CON ESTRELLA...!»
Lo malo no es ser rico. (Ahí andamos todos, rellenando el boleto de la primitiva, a ver si por casualidad...). Lo malo no es ser rico. Como tampoco es malo ser guapo, o listo, o habilidoso. Lo malo consiste en no saber utilizar la riqueza como un «talento», que hay que hacer fructificar como es debido. Lo malo no es «ser rico». Lo malo es «epulonear»; verbo intransitivo, que significa «dejarse llevar por la mecánica taimada del dinero». Y que consiste: primero, en idolatrarlo; después, en multiplicarlo sin medida; más tarde, en construir con él una torre de marfil para aislarnos en ella y allá «vestirnos de púrpura y banquetear espléndidamente»; y, al fin, en insonorizarla de tal modo, que no podamos oír los gemidos de los innumerables Lázaros, que, llenos de úlceras, mueren bajo nuestras almenas.
De la misma manera, lo bueno tampoco consiste, sin más, en «ser pobre». (Ya sabéis que «unos nacen con estrella», sin mérito propio, y, «otros, estrellados», también sin culpa propia). Lo bueno consiste en «saber ser pobre». Es decir, no necesariamente los pobres son santos. Pueden tener el alma llena de avaricia, o de envidia. Pueden ser dados al odio y al resentimiento. Pueden, por tanto, ser malos, como los demás.
Lo que pasa es que tienen una gran ventaja. Al no tener nada, al verse con las manos vacías, al no contar con nadie en quien apoyarse, están más capacitados para recibir todo lo que les pueda «llenar». Pueden decir, mejor que nadie; «el Señor es mi fuerza y mi salvación». En su inmenso vacío, en su gran hueco interior, tienen más sitio para recibir la Buena Noticia del Reino. Por eso proclamó Jesús: «Dichosos los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos».
El rico tiende a «cerrarse», a «encastillarse», a ignorar que el pobre «existe». El pobre, en cambio, está tan hambriento, que «se abre» para recibir no sólo «el pan del que vive el hombre, sino toda palabra que venga de la boca de Dios».
¿Queréis un ejemplo? Otra parábola de Jesús: la del banquete. El organizador del banquete invitó a «muchos», hizo una gran lista. Pero, los primeros invitados tenían «posesiones»: uno, una finca, otro cinco yuntas de bueyes; el otro, mujer, ya que se había casado. Y fueron esas «posesiones» las que les impidieron acudir a la cita. No tenían «necesidades». Los segundos invitados, en cambio, al no tener nada que les distrajera, acudieron a la llamada. Estaban hechos de «vacío». Todo lo tenían por «llenar». Eran, ya lo sabéis, «tullidos, ciegos, lisiados, pobres. . . ». Abarrotaron la sala.
Es natural. No es que estos segundos tuvieran más méritos. Simplemente estaban más hambrientos, más receptivos a cualquier don. El dueño, en el fondo, lo que les hizo fue «justicia». Dice el Evangelio que «les obligó a entrar». Porque nunca habrá derecho, aunque ocurra a cada paso, a que estén tan distanciados Epulón y Lázaro.
RICO/POBRE: Hay otra cosa. Si Epulón hubiera sentado a Lázaro en su mesa, no hubiera «perdido». Habría «ganado»: se habría purificado de sus pecados y habría ido «al seno de Abrahán». Solía decir ·Bossuet que «los pobres son los ciudadanos natos en el Reino, mientras que los ricos adquieren esa ciudadanía, en la proporción en que hayan servidos a los pobres».
¡Me parece que Epulón no sabía estas cosas!
ELVIRA-1.Págs. 264 s.
22.
Frase evangélica: «Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen»
Tema de predicación: Los RICOS Y LOS POBRES
1. La parábola del rico y del pobre Lázaro, propia de Lucas, muestra el contraste entre dos tipos de condición humana y su respectiva retribución en la otra vida. Continuación de la enseñanza de Jesús a sus discípulos sobre el dinero, este texto va dirigido a los fariseos, representantes del pensamiento judío y amigos del dinero, que creían en la resurrección, pero estaban equivocados en lo referente a la retribución por parte de Dios. Los dos personajes de la parábola ilustran el juicio de Dios entre el lujo y la miseria, aquí en vida, y los tormentos y la felicidad después de la muerte. Los desgraciados son los privilegiados del mundo futuro, mientras que los ricos serán desgraciados.
2. La enseñanza del texto es muy clara: se proclama el peligro de las riquezas y el privilegio de los pobres, como se muestra en el Magnificat, en las bienaventuranzas y en las «malaventuranzas». Por otra parte, la muerte fija el destino de toda persona. Hay entre estos dos personajes «un abismo inmenso». También destaca Lucas la llamada a la conversión, frecuente en su evangelio y en los Hechos.
3. Jesús ha proclamado la bienaventuranza de los pobres en esta tierra, para los cuales resulta más fácil creer en Jesús y formar parte de la comunidad cristiana, es decir, acceder al reino. En cambio, los ricos, apegados a sus bienes, están lejos de la comunidad y del reino de Dios. Una Iglesia evangélica opta por los pobres.
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Somos pobres?
¿Optamos de verdad por los pobres?
CASIANO
FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 303
23.
Mucha agente amiga del dinero y de los ricos se burló del ideal de vida que proponía Jesús. Para ellos, quien no se metiera en la dinámica explotadora de la mentalidad vigente era un tonto o un despistado que no tenía oportunidad de sobrevivir. Jesús se oponía a esta manera de pensar no por ingenuidad sino por el profundo conocimiento que tenía de la naturaleza humana y de los planes de Dios. El sabía que lo único que salva al ser humano es la misericordia, la solidaridad y la justicia.
Para ilustrar la contundencia de esta verdad Jesús utiliza una historia popular. En ella se presenta a un rico anónimo que deja morir en la puerta de su casa a un mendigo enfermo. Entre los dos, entre las riquezas de uno y la pobreza del otro, entre sus dos vidas, se fue creando una distancia enorme, que luego se perpetuaría por toda la eternidad...
Esta historia muestra cómo la opulencia de los poderosos ha producido un abismo que a la vez que los "salva" contacto con los pobres, también los conduce inevitablemente a la perdición. Su mente está tan envuelta en sus obsesiones de poder, riqueza y dinero que aunque resucite un muerto, ellos continuarán en la misma actitud. El abismo que han creado se puede comparar con la distancia que hay entre el cielo y el infierno.
Efectivamente, en la historia de la humanidad las diferencias sociales han hecho que en un mismo lugar unos vivan en el infierno, sometidos a los peores suplicios y enfermedades, mientras otros nadan en la riqueza y en la comodidad. En las grandes ciudades y en los campos sobran ejemplos de cómo a la puerta de las «islas de la opulencia» se encuentran los océanos de la miseria.
Esta situación nos demuestra cómo el ser humano ha hecho del mundo un lugar abominable. Algunos pocos, menos del quince por ciento de la humanidad, han retenido ávidamente para sí las ventajas, los beneficios y los bienes, mientras el otro 85% de la humanidad se debate en medio de las carencias, las enfermedades y la opresión. De este modo han abierto un abismo colosal que es casi imposible de llenar, y que conduce a la humanidad hacia su propia perdición.
La parábola nos hace un llamado a luchar contra estas situaciones que son realmente incompatibles con el designio de Dios. El abismo no se puede minimizar por medio de limosnas, asistencialismo y paños de agua tibia. Es necesario eliminar la enorme distancia por la vía de la justicia, la misericordia y la solidaridad. Mientras la humanidad no acepte esto, seguirá creciendo el abismo que separa a los ricos de los miserables. Abismo que día a día hará mas difícil la salvación y hasta la supervivencia de la humanidad.
Esto fue lo que realmente planteó Jesús hace dos mil años y que cada vez se hace más patente. La salvación de la humanidad no está en la abundancia de bienes, de tecnología o de aquellas cosas que no son necesarias para la vida del ser humano. La salvación de la humanidad está en comprender que la dinámica de la acumulación desmedida e inmisericorde de riquezas crea enormes abismos que conducen a toda la humanidad a su propia autodestrucción. Por esto, la alternativa que ofrece Jesús es radical y no hay lugar a medias tintas: o estamos a favor de la humanidad o contra ella.
La parábola a la vez, nos llama a no ser ingenuos. Pues, nuestra ingenuidad consiste en creer que con las solas buenas intenciones vamos a modificar algo. Pero la verdad es que ni siquiera las extraordinarias señales que a diario vemos como niños muriendo de hambre, guerras sanguinarias y terrorismos exacerbados... mueven nuestra conciencia. Nos hemos endurecido tanto que ni siquiera viendo resucitar a un muerto se cambiará la manera vigente de pensar.
La comunidad cristiana hoy está llamada a responder a un gran reto. Su compromiso con Dios y con los seres humanos se debe encaminar a eliminar el terrible abismo que separa a los miserables de los ricos; a crear espacios de fraternidad y solidaridad donde se haga posible ese proyecto de vida llamado Reino.
Para reflexionar
-"Yo afirmo que los pobres salvarán al mundo, y que lo salvarán sin querer, lo salvarán a pesar de ellos mismos, que no pedirán nada a cambio de ello, sencillamente porque no sabrían el precio del servicio que han prestado" (Georges Bernanos).
-El primer mundo se parece, en palabras de Jean Guitton, "a una isla de oro sacudida por todas partes por las olas de la infelicidad de los otros".
-Una gran cuestión social consiste en saber si la pared de vidrio protegerá eternamente el festín de los animales maravillosos y si los hombres oscuros que miran ávidamente en la noche no irán a cogerlos en su acuario y devorarlos" (M. Proust).
-Cerca del 56% del total de los empleos existentes en los centros urbanos de América Latina están en el sector informal, que no para de crecer, según la OIT. De cada diez puestos de trabajo que surgen, sólo dos son absorbidas por el sector formal (trabajadores sin contrato, autónomos y tercerizados. Folha de São Paulo 10.7.97
-Según el último Informe del Banco Mundial, más de mil millones de personas viven por debajo del umbral absoluto de pobreza, es decir, que sólo disponen de un dólar por día. La mayor parte de esos pobres se encuentran en el sur de Asia y en Africa Negra.
-Existen 385 personas o familias en el mundo que, juntas, poseen una riqueza mayor que las 2.500 millones de personas más pobres del mundo, o sea, que el 45% de la población mundial. En EEUU, paradigma del modelo liberal, el 1% de la población posee más del 40% de toda la riqueza nacional, y esa desigualdad está creciendo.
-Los niveles de la distribución del conocimiento son cuatro veces más desiguales que los que se dan en la riqueza en el mundo. Peter Marchetti.
-Si no actuamos ya, en los próximos años las desigualdades serán gigantescas y se convertirán en una bomba de relojería que estallará en la cara de nuestros hijos (James Wolfensohn, presidente del Banco Mundial).
Para la conversión personal
¿En nuestra comunidad cristiana hay proyectos que busquen mejorar el nivel de vida de las personas más pobres? ¿Hemos desarrollado una mentalidad crítica que nos permita ver la injusticia y la violencia que se esconden tras la riqueza? ¿Enfrentamos el futuro con un proyecto que busque una sociedad mejor o nos contentamos con vivir plácidamente el presente?
Para la reunión de comunidad o grupo bíblico
-Jesús, en la parábola, no dice que el rico estuviera haciendo positivamente nada respecto al pobre; no dice que lo explotaba, ni que lo maltrataba o despreciaba; simplemente coexistía con el pobre; pero Jesús da por supuesto que al morir es llevado a la condenación. ¿Cómo se explica?
-"Urge traducir la parábola del rico malvado en términos económicos y políticos, en términos de derechos humanos, de relaciones entre el primero, el segundo y el tercer mundo" (Juan Pablo II en la ONU, 2.10.1979; cfr. igualmente Redemptor Hominis 16, del 4.3.1979). Hacer una lectura internacional actual de la parábola.
Para la oración de los fieles
-Por ese 15% de la humanidad que acapara los recursos del mundo, frente a la inmensa masa de los desheredados de la tierra: para que mediten atenta y compungidamente la parábola de Jesús, roguemos al Señor...
-Por los Lázaros de este mundo: para que comprendan que Dios no los quiere resignados a su pobreza, sino que quiere su dignidad, su compromiso, su reivindicación...
-Por todos los cristianos: para que comprendamos que nuestro cristianismo tiene mucho que ver con esta situación del mundo...
-Por todos los que pretenden una lectura simplemente interior o espiritualista del evangelio, para que entiendan que Jesús hablaba en lenguaje directo y sin recurso a simples metáforas cuando decía que había venido a dar la buena noticia a los pobres...
Oración comunitaria
Dios Padre nuestro que en Jesús te has hecho solidario con todos los humanos, y que sientes como hecho a ti lo que hacemos con cada hermano más necesitado; ayúdanos a comprender que el sentido profundo de nuestra vida y de nuestra posición ante ti se define en nuestra actitud frente a los pobres, que van a ser nuestros jueces, en tu tribunal, en el día final. Por Jesucristo Nuestro Señor.
SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
24.
Domingo tras domingo, vemos que el camino de Jesús es serio, y que seguirle supone opciones valientes y claras.
A la hora de reemprender, después de la pausa del verano, las actividades de un nuevo curso, es bueno que las lecturas de hoy nos inviten -continuando las lecciones de los domingos anteriores-, a una sabiduría concreta: situarnos bien en la vida y reajustar la relación entre los medios y el fin, de modo que aseguremos lo que más vale la pena, sin dejarnos entretener demasiado por las más secundarias. La parábola de hoy no invita tanto a hablar del infierno, o de si pueden resultar convincentes las apariciones. Sino de la llamada a no dejarse deshumanizar por las riquezas y a la solidaridad con los que tienen menos que nosotros.
Las próximas "témporas" del 5 de octubre son una buena ocasión para detenernos y a) dar gracias a Dios, b) pedirle perdón y c) rogarle que nos siga acompañando y ayudando en todo lo que hacemos en la vida (ver TEMPORAS ).
EL MAL USO DE LAS RIQUEZAS
De nuevo, Jesús nos avisa del peligro que tenemos de quedarnos en los medios y no alcanzar el fin.
El profeta Amós, a quien ya escuchamos el domingo pasado, pone en evidencia la necedad de los ricos que no hacen buen uso de sus bienes. Ya en su tiempo había escandalosas desigualdades sociales. Describe sin piedad la actitud de algunos: comen y beben y cantan al son del arpa y se ungen con buenos perfumes y se acuestan en camas lujosas. Y no se dan cuenta de que otros pasan necesidad ("no os doléis de los desastres de José"). La voz del profeta es tajante: "se acabó la orgía: Irán al destierro". ¿Y dónde quedará la aparente felicidad de los poderosos?
Los planes de Dios son muy distintos, como apunta el salmo: "Hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos".
Jesús, en el evangelio, describe todavía con trazos más plásticos la reversión de situaciones que se va a dar y que supondrá el estrepitoso fracaso de algunos. El rico Epulón ("el que banquetea") parece absolutamente feliz: se viste de lino y púrpura, y se puede permitir banquetes diarios. Del pobre Lázaro no se preocupa nadie y no tiene ni para comer. Pero al final se aplican las medidas de Dios, y no las de los hombres. Al rico no le servirán entonces sus riquezas, que no ha podido llevarse a la otra vida. El pobre, que se ve que había puesto su confianza en Dios, sí es premiado con una felicidad plena.
EN QUÉ PONEMOS NUESTRA CONFIANZA ULTIMA
Los ricos quedan descalificados, no porque necesariamente hayan sido injustos, ni porque hayan robado, ni por el mero hecho de ser ricos. Sino porque están tan llenos de sus riquezas, o sea, de sí mismos, que no piensan en Dios ni en los demás.
Se les llama necios porque no han sabido poner su confianza en algo sólido, sino en lo más efímero de la vida que, a la hora de la verdad, no les servirá de nada. El rico lo parecía tener todo, pero llega a la presencia de Dios, a la hora de su muerte, con las manos vacías. Pobre de solemnidad en lo que más contaba.
No hace falta que llevemos una vida disoluta ni banqueteemos a diario, despilfarrando nuestros bienes, para sentirnos interpelados por la palabra de Amós o de Cristo. Podemos tener, cada uno en su nivel, los mismos defectos: ¿estamos apegados a las cosas materiales, embotados por lo secundario, y descuidando lo principal? ¿nos extraña que Jesús dijera que es tan difícil que se salve un rico lleno de sus cosas como que un camello pase por el ojo de una aguja?
NUESTROS PECADOS DE OMISIÓN
Se les achaca, además, a estos ricos su falta de solidaridad. No se han querido dar cuenta de que otros, a su lado, están padeciendo necesidad, y hacen uso totalmente egoísta de sus bienes. Esto no sólo pasa en las relaciones entre naciones ricas y pobres, con sus insoportables y crecientes diferencias. También sucede entre familias, entre comunidades eclesiales y entre personas concretas, que pueden tener una lastimosa ignorancia de la finalidad de los bienes de este mundo y de la necesidad que otros padecen muy cerca de nosotros.
Es una llamada a saber usar los bienes de este mundo. A compartir con los demás lo que tenemos. Lo cual deben hacer no sólo los ricos, sino también los pobres. Todos tenemos algo que compartir. Siempre tenemos al lado personas que tienen menos que nosotros. También cuentan, a la hora de la evaluación de nuestra vida, los "pecados de omisión". Seremos juzgados por lo que hemos hecho: "tuve hambre y me disteis de comer", y también por lo que hemos dejado de hacer: "estuve enfermo y no me visitasteis".
J.
ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1998/12 11-12
25.
Pobres y ricos: tanto antes como ahora
"Os acostáis en lechos de marfil; arrellenados en divanes, coméis carneros del rebaño y terneras del establo; canturreáis al son del arpa, inventáis, como David, instrumentos musicales; bebéis vino en copas, os ungís con perfumes exquisitos... y no os doléis del desastre de José".
Esto lo hemos escuchado hoy en la primera lectura. Es un texto duro del profeta Amós, el mismo profeta que ya escuchamos el pasado domingo, cuando afirmaba de los poderosos: "Compráis por dinero al pobre, al misero por un par de sandalias". Amós es un profeta que, 700 años antes de Jesucristo, clama en el reino de Israel contra la inconsciencia y falta de sentimientos de los ricos de su país. Israel era un país que económicamente iba bien, pero que como precio de esta prosperidad económica la muchedumbre tenía que mantenerse casi en la miseria. Y los ricos iban prosperando, y los pobres eran cada vez más pobres. Y como que cada vez eran más pobres trabajaban a cualquier precio, por cuatro duros, con los que tenían que sobrevivir como podían.
Realmente, esta descripción nos recuerda muchas situaciones actuales. No estamos demasiado lejos de ellas. Las multinacionales actuales también compran pobres por un par de sandalias en los paises del Tercer Mundo, y estos pobres a veces son criaturas que ya desde pequeños tienen la vida destrozada. Y todos, nosotros mismos, somos cómplices de esta situación, con nuestro silencio y con nuestra manera de vivir que cada vez necesita consumir más y más... Y esto que podemos definir a nivel mundial se concreta también muy cerca de nosotros en las situaciones de precariedad laboral que tanta gente todavía tiene que sufrir.
Dios no soporta la insensibilidad de los ricos
Dios no puede soportar todo esto, y envía a su profeta a protestar. Dios no puede aguantar que haya gente con un corazón tan duro que sea capaz de vivir sin darse cuenta de la tragedia de tantos otros. Sin darse cuenta, como decía Amós, del "desastre de José". (La tribu de José era la principal del reino de Israel, y a veces, en lugar de decir Israel, se decía simplemente José).
Dios no lo puede aguantar y Jesús tampoco. El evangelio de hoy repite la misma historia de la primera lectura. Aquel rico que vivía tan bien y tan feliz, era incapaz de enterarse que tenía un pobre muriéndose de hambre en su puerta.
Desde luego era que lo veía, pero era como si no lo viera, como si aquella miseria no le afectara para nada. Pero, aunque no quisiera verlo, sí le afectaba. Su mesa estaba llena de comida, y el pobre esperaba las migajas. Seguro que el rico pensaba que si se había ganado aquella riqueza, tenia derecho a disfrutarla. Seguro que no pensaba que aquel pobre también era una persona con derecho a vivir...
Un caparazón muy dificilde romper
La riqueza había creado una especie de caparazón en el corazón del rico, que le impedía ver nada. Como aquellos ricos de Israel que no se dan cuenta del desastre del pueblo. Esto es lo que ni Dios ni Jesús pueden soportar. La insensibilidad, el pensar que uno puede ser rico tranquilamente sin mirar siquiera a los pobres, el creerse que lo que yo tengo es mio y puedo usarlo como me dé la gana.
De hecho, Jesús añade además una triste constatación. Y es que, cuando en el corazón del rico se ha formado ese caparazón, es muy dificil, casi imposible, romperlo "No harán caso ni aunque resucite un muerto", dice Jesús.
"Tuve hambre y me disteis de comer... "
Por lo tanto, ¿qué tenemos que hacer? Primero de todo, no dejarnos enganchar por las cosas que tenemos. Cuesta, porque nuestra sociedad nos invita a pensar que lo que da la felicidad es el tener más y más. Pero tenemos que luchar contra esto, tenemos que evitar ser esclavos del dinero y de las cosas. E intentar educar a nuestros hijos para que tampoco caigan en esta esclavitud.
Y junto con esto, algunas cosas concretas: por ejemplo, dedicar una parte de nuestro presupuesto familiar a la ayuda de los pobres, y no buscar excusas para ahorrárnoslo; o manifestar nuestra opinión contra tragedias como la del trabajo infantil; o buscar momentos para realizar servicios concretos a personas o entidades que lo necesiten... Con ganas de que Jesús un día pueda decirnos: "Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer...".
EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998/12 45-46
26.
"Necesidad de la solidaridad humana"
"Os acostáis en lechos de marfil, tumbados sobre las camas, coméis los carneros del rebaño y las terneras del establo, os ungís con los mejores perfumes, y no os doléis de los desastres de José" (Amós 6, 1); es decir, que a sus orgías dionisíacas y lascivas unen el abandono del pueblo de José. Amós denuncia a los poderosos, ciegos que no se dan cuenta de que conducen a su país a la catástrofe, malos pastores que explotan a su rebaño, sólo pensando en derrochar.
"Había un hombre rico que se vestía de púrpura y banqueteaba espléndidamente" (Lucas 16,19). Jesús no da nombre al rico, o mejor, su nombre es "rico", lo que posee. En realidad este hombre no existe. Es poseído, vivido por las riquezas. "Y un mendigo llamado Lázaro, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba". Este pobre podría haber roto el caparazón egoísta del rico, si hubiera conseguido la comunicación de bienes. El rico no compartió, y ahora ya no se puede hacer nada.
En Amós hay una amenaza: "Por eso irán al destierro, se acabó la orgía de los disolutos".
En Lucas, la amenaza se ha cumplido: El rico va al infierno: "El Señor hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos…, y trastorna el camino de los malvados" (Salmo 145).
La suerte final del rico y la de Lázaro son opuestas: Lázaro está en el seno de Abrahán, donde se cumplen las promesas. El rico está en el infierno, en medio de los tormentos. Encerrado en su interés, riqueza, codicia y ambición, cuando ha llegado a la luz de Dios, que es don de amor, se encuentra vacío, condenado, frustrado.
El final de un hombre que había elegido una forma de existencia contraria al misterio de Dios y de la vida, es la condenación. Se ha quedado sin la gracia de Dios que salva: "Hijo, le contestó Abrahán, recuerda que recibiste tus bienes en vida". Su egoísmo había cerrado la puerta a Dios en el hermano Lázaro. Encerrado en sí mismo y en el disfrute de sus riquezas, era incapaz de salir al encuentro de amor hacia los otros. Ni siquiera había visto a Lázaro echado en su portal, cubierto de llagas y hambriento.
El rico no ha recibido la vida como un don, sino como algo propio, y por eso no ha ofrecido su ayuda al pobre enfermo y hambriento, que estaba allí, a su puerta. El rico no le ha robado nada a Lázaro, pero no ha compartido con él lo que cría que era suyo propio. Lázaro, por el contrario, se salva, no porque era pobre y desgraciado, eso le ayudó, sino porque estaba abierto a Dios y había aceptado a fuerza de su amor y de su gracia. "Los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán". Los ángeles son signos del amor de Dios, de su palabra y de sus influencias e inspiraciones buenas en nuestra vida.
La riqueza en sí misma no es pecado. El pecado está en lo que permite que los hombres mueran sin ser socorridos por sus propios hermanos. En la insolidaridad entre los hombres que consienten que unos derrochen, mientras otros se consumen de hambre y de miseria.
Estoy seguro de que si ahora pudiéramos dialogar sobre la situación de nuestro mundo, cada uno de vosotros encontraríais datos, hechos, realidades y noticias, que podrían ser denunciados hoy por el profeta, y que tendrían una semejanza tal con la parábola, que la harían actualísima.
"Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen". Todo se nos ha dicho y a en la palabra. La palabra está ahora resonando en el secreto de nuestro corazón. Se nos pedirá cuenta de cómo la hemos escuchado, de cómo la hemos puesto en práctica, porque no basta con decir: "Señor, Señor"; es necesario cumplir la palabra, que es capaz de construir un mundo nuevo en el que no haya ni epulones que derrochen a veces lo que roban a los pobres, ni Lázaros que se mueran de hambre y de miseria. Los pobres están en manos de sus hermanos, en manos de la sociedad, al cuidado de la Iglesia.
Puesto que hemos pecado, pidamos a Dios que nos trate, y que trate con misericordia a nuestro mundo, y que cambie nuestro corazón para que estemos dispuestos a dar la vida por nuestros hermanos.
J. MARTI BALLESTER
27.
NEXO ENTRE LAS LECTURAS
Tiempo y eternidad son como los dos polos que nos pueden servir para organizar los textos de este domingo. Esto es evidente en el texto evangélico que sitúa al rico Epulón y a Lázaro primero en este mundo y luego en la eternidad. Implícitamente se halla también en la primera lectura, según la cual los ricos samaritanos viven en orgías y lujo, olvidados del futuro juicio de Dios. Para vivir dignamente en el tiempo y lograr la eternidad con Dios la fe viva en Cristo ofrece una garantía segura (Segunda lectura).
MENSAJE DOCTRINAL
Jugarse la eternidad en el tiempo. Para quienes tenemos fe en la eternidad, el tiempo es un tesoro, una verdadera riqueza, porque en él se pone en juego nuestra situación en el más allá del tiempo. La parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro no subraya el problema de la diferencia entre ricos y pobres. Acentúa más bien el juicio de Dios, en la eternidad, sobre la actitud acerca de la riqueza y de la pobreza. El rico que en este mundo se dedica a descansar y a pasárselo bien, despreocupándose de los pobres, verá tristemente cambiada su suerte en el más allá. Así le sucedió al rico Epulón. El pobre que en esta vida acepta serenamente su condición, sin quejas y sin odios, será recompensado en la eternidad con la gran Riqueza que es Dios mismo. Esto es lo que aconteció al pobre Lázaro. El primero, para su desgracia, vive como si la eternidad no existiese. El segundo, para su bien, es un pobre de Yavéh, que tiene puesta su confianza en la recompensa que Dios le dará en la vida venidera. Al rico Epulón no se le recrimina el ser rico, sino el no ser misericordioso, el no tener corazón para quien yace llagado a su puerta. A Lázaro no se le retribuye por su condición de pobreza, sino por su paciencia y resignación, al estilo de Job. Epulón pone su riqueza al servicio de su sensualidad e intemperancia, Lázaro pone su pobreza al servicio de su esperanza. Jesucristo en la parábola nos enseña que en la eternidad –si no ya en el mismo tiempo de la vida– Dios hará justicia y retribuirá a cada uno según sus obras. Esta enseñanza ha de iluminar también nuestra vida presente, de manera que podemos hablar también de jugarnos el tiempo en la eternidad. Es decir, el pensamiento del mundo futuro nos conducirá a ser justos y solidarios en el mundo presente. Lo contrario les sucede a los ricachones de Samaria, que, despreocupados del futuro y olvidados de la suerte de su patria, viven “arrellenados en sus lechos de marfil, comen corderos del rebaño y terneros del establo, beben vinos en anchas copas y se ungen con los mejores aceites” (Primera lectura).
Fe – tiempo – eternidad. Pablo exhorta a Timoteo, hombre de Dios, creyente y cristiano auténtico, a huir de estas cosas. ¿Cuáles son esas cosas? La avaricia, el afán de riquezas, el apetito de dinero. Debe huir porque “nosotros no hemos traído nada al mundo y nada podemos llevarnos de él” (cf 1Tim 6,7 y ss.). Le exhorta después “a combatir el buen combate de la fe” en esta vida para poder alcanzar la eterna, en la que reina Jesucristo, el Rey de los reyes y el Señor de los señores. La fe es como la morada en la que el cristiano vive ya la eternidad en el tiempo y el tiempo en la eternidad. Porque vive la eternidad en el tiempo “corre tras la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia en el sufrimiento, la dulzura” (Segunda lectura). Porque vive el tiempo en la eternidad busca con sinceridad de corazón honrar y dar gloria a Dios. Amós, por su parte, nos enseña que existe una fe equivocada, una falsa confianza en el culto y en la religión, simbolizados en el monte Garizín y en el monte Sión, como si el culto, aisladamente, fuese suficiente para obtener la salvación. Nunca la fe religiosa producirá automáticamente la salvación, cuando con ella se cubren indignamente toda clase de injusticias y de desórdenes de la vida. En definitiva, la eternidad está asegurada únicamente para aquellos que viven una vida de fe, que actúa por medio de la caridad.
SUGERENCIAS PASTORALES
La riqueza, objeto de servicio. En el catecismo leemos: “Los bienes de la creación están destinados a todo el género humano”. Esta afirmación es “absoluta” y no está sometida al cambio de épocas o de mentalidad, al progreso técnico o a la globalización económica. Por otra parte, siempre ha habido en la historia humana diferencias en la posesión de bienes y recursos, siempre han existido y seguirán existiendo “ricos y pobres”. Y, finalmente, no en pocas ocasiones estas diferencias provienen a causa de grandes injusticias que han atravesado toda la geografía de nuestro planeta. Ante estos tres factores, nosotros los cristianos tenemos una gran obra y misión que realizar entre nuestros hermanos, los hombres. La primera tarea, sin duda, es la de relativizar la riqueza. No es un dios, al que tengamos que rendir culto a expensas del pobre y del necesitado. Es un bien, pero no es el único ni el supremo. Un bien que está en nuestras manos, que nos ha sido dado por Dios a cada uno, pero que no es enteramente nuestro, es decir, que no podemos hacer con él lo que queramos, porque su destino es universal. Y con esto ya aparece la segunda tarea: “La riqueza nos ha sido dada para servir, no para dominar”, y de este modo hacer más libres a quienes carecen de ella. La inclinación del hombre a dominar sobre los demás es ancestral y potentísima. Por eso, la riqueza –entre otras muchas cosas– puede ser peligrosa, porque es como una sirena, que posee el encanto del dominio y del poder. Como cristianos, seremos los primeros en vivir el evangelio de la pobreza. Seremos para todos un ejemplo y un reclamo de que el dinero o sirve al hombre o no sirve para nada, al menos a los ojos de la fe, a los ojos de Dios.
La avaricia, pecado contra la eternidad. El avaricioso sólo tiene ojos para el tiempo presente, que se imagina largo como los siglos. Quisiera meter la eternidad en el tiempo, pero se da cuenta de que es imposible. Y reacciona, haciendo caso omiso de ella, aferrándose más a la roca arenosa del presente. La avaricia, se puede afirmar sin lugar a dudas, es una pasión que anida en todo corazón humano. Acumular, querer poseer más, tener hambre de bienes y de medios, vivir con mayores comodidades, etc., no es ajeno a ningún mortal: cristianos o no cristianos, creyentes o ateos, sacerdotes, religiosos o laicos. No es que todo eso en sí mismo sea pecado, pero cuando la tendencia se convierte en pasión absorbente y la vida entera se cifra sólo en acumular, tener, vivir cómodamente, entonces el pecado de la avaricia ya te ha esclavizado. En efecto, por la avaricia el hombre peca contra la pobreza, porque su corazón, en vez de estar puesto en Dios su Bien supremo, se ha postrado ante el dios insaciable y efímero del dinero. Peca contra la pobreza, porque sus riquezas no le sirven para servir, sino para satisfacer una pasión. Peca contra el designio de Dios que ha dado a todos los bienes de este mundo un destino universal. Y ha dejado a los hombres de cada época y generación que lo lleven a cabo. ¿No tendremos muchos cristianos que realizar una verdadera “conversión” de pobreza evangélica? ¿No tendremos que librarnos de muchas ataduras y cadenas pecuniarias, que nos quitan libertad para vivir la autenticidad del Evangelio? ¿Lograré convencerme de que la pobreza de corazón es el corazón de la pobreza, y es manantial cristalino de paz y de fraternidad? ¡Pobre de corazón, y de vida, como la Madre Teresa de Calcuta, a fin de ser una bendición de Dios para los hombres!
P.
Antonio Izquierdo, L.C.
Profesor de Sagrada Escritura
Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma
28. COMENTARIO 1
LOS HERMANOS DEL RICO
Se llamaba Lázaro (nombre derivado del hebreo 'el 'azar, que significa «Dios
ayuda»), aunque en vida no gozó, al parecer, de la ayuda divina. Le tocó en
desgracia ser mendigo, estar postrado en el portal de la casa de un rico sin
nombre, uno de tantos, al que tradicionalmente se ha calificado de 'epulón' (banqueteador).
El rico epulón se vestía de púrpura y lino, según los patrones de la alta
costura de la época.
Lázaro o Dios-ayuda «habría querido llenarse el estómago con lo que tiraban de
la mesa del rico; más aún, hasta se le acercaban los perros a lamerle las
llagas.» Imposible mayor marginación. Nada dice el evangelio de las creencias
religiosas de este hombre, que tendría serias dudas de la reconocida compasión
divina para con el pobre y el oprimido.
A los dos les llegó la hora de la muerte: «Se murió el mendigo, y los ángeles lo
pusieron a la mesa al lado de Abrahán. Se murió también el rico, y lo
enterraron.» Menos mal que en el más allá se cambiaron las tornas. Aunque, dicho
sea de paso, con esto del 'más allá', quienes hacían de la religión baluarte de
conservadurismo e inmovilismo han invitado mil veces a la resignación, a la
paciencia y al mantenimiento de situaciones injustas a los que las sufrían; en
el más allá –se decía-, Dios dará a cada uno su merecido, pero siempre cabía
preguntar: ¿y por qué no en el 'más acá'?
Pero sigamos con la parábola: «Estando en el abismo en medio de los tormentos,
el rico levantó los ojos, vio de lejos a Abrahán, con Lázaro echado a su lado, y
gritó: -Padre Abrahán, ten piedad de mí; manda a Lázaro que moje en agua la
punta del dedo y me refresque la lengua; que me atormentan las llamas. Pero
Abrahán le contestó: -Hijo, recuerda que en vida te tocó a ti lo bueno y a
Lázaro lo malo; por eso ahora él encuentra consuelo y tú padeces. Además, entre
nosotros y vosotros se abre una sima inmensa; por más que quiera, nadie puede
cruzar de aquí para allá ni de allí para acá.»
Para muchos predicadores la parábola terminaba aquí. Era una invitación a
aceptar cada uno su situación, a resignarse, a cargar con su cruz, a no
rebelarse contra la injusticia, a esperar en el 'más allá', donde Dios arreglará
los desarreglos humanos. Entendida así la parábola, el mensaje evangélico se
hermana con un conformismo a ultranza que ayuda a mantener el desorden
establecido, la injusticia humana y las clases sociales enfrentadas.
Pero esta parábola no es una promesa para el futuro. Mira a la vida presente, va
dirigida a los cinco hermanos del rico, que andaban en la abundancia y el
despilfarro. Por eso el diálogo continúa: «-Entonces, padre», replicó el rico,
«por favor, manda a Lázaro a mi casa, porque tengo cinco hermanos:
que los prevenga, no sea que acaben también ellos en este lugar de tormento.
Abrahán le contestó: Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.»
Me temo que el consejo no debió agradar al rico. Los profetas decían cosas como
éstas: «Os acostáis en lechos de marfil, arrellanados en divanes, coméis
carneros del rebaño y terneras del establo; canturreáis al son del arpa,
inventáis, como David, instrumentos musicales; bebéis vino en copas, os ungís
con perfumes exquisitos y no os doléis del desastre de José. Pues encabezarán la
cuerda de cautivos y se acabará la orgía de los disolutos» (Am 6,4-7).
«El rico insistió: -No, no, padre Abrahán, pero si un muerto fuera a verlos, se
enmendarían. Abrahán le replicó: -Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no
le harán caso ni a un muerto que resucite» (Lc 16,19-31).
Para cambiar la situación en que viven sus hermanos, el rico epulón piensa que
hace falta un milagro: que un muerto vaya a verlos. Crudo realismo evangélico de
quien conoce la dinámica del dinero, que cierra el corazón humano a la evidencia
de la palabra profética, al dolor y al sufrimiento del pobre, a la exigencia de
justicia, al amor e incluso a la voz de Dios. El dinero deshumaniza. Me remito a
la experiencia de cada uno.
29.
COMENTARIO 2
SI LOS POBRES VAN AL CIELO...
Si los pobres van al cielo, ¿cómo es que sois tan ricos? ¿por qué os gusta tanto
el dinero? Esta es la pregunta que Jesús dirige a los fariseos con la parábola
del rico epulón y el pobre Lázaro.
SE BURLABAN DE EL
La parábola que comentábamos el domingo pasado, la del administrador, la dirigió
Jesús a sus discípulos; los fariseos, que, como era su costumbre, estarían
atentos para coger en fallo a Jesús, no encontraron en esta ocasión ninguna
herejía; al fin y al cabo los antiguos profetas, que ellos tanto veneraban,
habían pronunciado hermosas palabras de consuelo para los pobres. Ellos mismos,
en su doctrina, afirmaban que todos los que en esta vida son pobres serán
recompensados, por la misericordia de Dios, en la otra vida y ocuparán un lugar
de privilegio en el seno de Abrahán. Por esta vez no iban a condenar la
predicación del galileo, aunque exageraba mucho y matizaba poco. Porque, ¿no
afirmaban los libros sagrados que la riqueza es un premio que Dios concede a sus
fieles? (Prov 10,22; 22,4; Job 1,21). Entonces no se puede decir, en sentido
estricto, que el dinero sea algo injusto. Pero, por esta vez, pasarían la mano.
En este momento seguramente esbozaron una sonrisa burlona («Oyeron todo esto los
fariseos, que son amigos del dinero y se burlaban de él»), al tiempo que
pensaban cuánto les daría la viuda de turno cuando fueran a rezar con ella por
el marido difunto (Lc 20,47): del dicho al hecho... Y seguramente se alegraron
porque, por aquel camino, el fracaso quedaba muy cerca.
Los fariseos, ya entonces, prometían la felicidad eterna a los pobres, siempre
que, siendo humildes, no se rebelaran contra su situación; mientras tanto, ellos
hacían lo posible por conseguir el dinero aquí, y haciendo alguna obra de
caridad con el dinero conseguido, trataban de asegurarse también la eterna
dicha. Ese era su secreto, y ésa, seguramente, la razón de sus burlas ante las
palabras de Jesús. A esas burlas, a ese cinismo, responde Jesús con esta
parábola; no la dirige a sus discípulos, sino a los fariseos. Por eso hay en
ella algunas cosas que quizá nos resultan difíciles de entender...
LAZARO NO ES UN POBRE «CRISTIANO»
Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino, y banqueteaba todos los
días espléndidamente. Un pobre llamado Lázaro estaba echado en el portal,
cubierto de llagas; habría querido llenarse el estómago con lo que caía de la
mesa del rico... Se murió el pobre y los ángeles lo reclinaron en la mesa al
lado de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron.
Pobre cristiano es aquel que renuncia a la riqueza libremente, por solidaridad y
con un objetivo muy concreto: ponerse a trabajar en la construcción de un mundo
en el que no haya pobres. Lázaro, sin culpa suya seguramente, se queda pasivo
ante su pobreza y ante la de los demás, quizá porque ya no le quedan fuerzas
para rebelarse contra su situación o quizá porque lo han engañado diciéndole que
siendo pobre agrada al Señor, y que éste lo premiará después de su muerte. No.
Lázaro es un «pobre fariseo», víctima de la doctrina farisea. Desgraciado y
sometido, que acepta pasivamente su humillación y reconoce con su silencio el
derecho de aquel rico a despilfarrar lo que él necesitaba para vivir y que,
quizá, desea en su interior ocupar el lugar del rico. Y seguro que haciendo
responsable a Dios de la injusticia de la que nacían su pobreza y la riqueza de
aquel bribón.
NI ABRAHAN TAMPOCO
El que recibe al pobre en el descanso eterno es Abrahán (Dios no aparece en la
parábola). Y la respuesta que da al problema de la pobreza y la riqueza
(invertir la situación en la otra vida: «Hijo, recuerda que en la vida te tocó a
ti lo bueno y a Lázaro lo malo; por eso ahora éste encuentra consuelo y tú
padeces») no es una respuesta cristiana, aunque en ella hay algún elemento que
quedará incorporado a la fe de Jesús: que Dios y los que con él se hallan están
de parte de los pobres.
Con esta parábola, Jesús resume a los fariseos su propia teoría sobre la pobreza
y la riqueza y se la pone ante los ojos... porque su práctica era muy distinta:
«Oyeron todo esto los fariseos, que son amigos del dinero... » Si dicen que los
pobres van a vivir felices por toda la eternidad, ¿cómo buscan con tanto afán el
dinero? ¿No sería rentable pasar unos cuantos años malos a cambio de toda una
eternidad feliz?
Ellos no se creen lo que predican, porque si lo creyeran actuarían de otra
manera muy distinta. Y no es por ignorancia, porque ellos conocen y explican a
Moisés y a los Profetas. Los mismos Profetas que -en nombre del Dios que
intervino en la historia de los hombres para hacer libres en esta vida a un
grupo de pobres esclavos- exigieron justicia para los pobres ya en esta vida.
No, no creen lo que ellos predican. Y no creerán ni aunque resucite el mismo que
dijo: «Dichosos los pobres, porque tenéis a Dios por rey» (Lc 6,20), y «No
podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13). No, «no se dejarán convencer ni
aunque un muerto resucite».
30.
COMENTARIO 3
LA IMAGINERIA PIADOSA JUDÍA ETERNIZADA
EN EL LENGUAJE RELIGIOSO
La parábola del rico y de Lázaro, desconectada de su contexto vital, ha dado pie
a considerar como pensamiento auténtico de Jesús lo que no era más que una
simple concesión al lenguaje de sus adversarios (cielo = seno de Abrahán;
purgatorio o infierno = el abismo, lugar de tormento, llamas). Jesús habla a los
fariseos: la parábola se adapta forzosamente a sus categorías religiosas. Con
todo, una cosa es clara: los dos «se mueren», pero mientras el pobre Lázaro es
conducido por los ángeles al seno de Abrahán, símbolo de una vida que continúa,
del rico se afirma que «lo enterraron» (16,22). La parentela del rico (los
«cinco hermanos») irá a parar inexorablemente al lugar de la muerte. No han
hecho caso a Moisés (= la Ley, el pedagogo de los inmaduros), ellos los
observantes por antonomasia, ni de los Profetas (= el Espíritu, la prenda de los
hijos de Dios). Por eso «no harán caso ni a un muerto que resucite» (16,29-31).
Cuando Lucas redacta su Evangelio, el peligro fariseo sigue latente en su
comunidad. Es el problema de siempre: dinero, poder... El abismo que se abre
entre los miembros de una comunidad que comparte y otra que lo cifra todo en la
observancia ritual y minuciosa de lo que está mandado «es inmenso: por más que
quiera, nadie podrá cruzar de aquí hasta vosotros ni pasar de ahí hasta
nosotros» (16,26). Es el abismo que existe entre la vida y la no-vida, entre el
que está seguro de sí mismo y el que asume el riesgo de poner su propia
existencia al servicio de los hermanos.